El lobo estepario - Hermann Hesse.pdf

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  • Hermann Hesse El lobo estepario

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    ANOTACIONES DE HARRY HALLER

    Slo para locos El da haba transcurrido del modo como suelen transcurrir estos das; lo haba

    malbaratado, lo haba consumido suavemente con mi manera primitiva y extraa de vivir; haba trabajado un buen rato, dando vueltas a los libros viejos; haba tenido dolores durante dos horas, como suele tenerlos la gente de alguna edad; haba tomado unos polvos y me haba alegrado de que los dolores se dejaran engaar; me haba dado un bao caliente, absorbiendo el calorcillo agradable; haba recibido tres veces el correo y hojeado las cartas, todas sin importancia, y los impresos, haba hecho mi gimnasia respiratoria, dejando hoy por comodidad los ejercicios de meditacin; haba salido de paseo una hora y haba visto dibujadas en el cielo bellas y delicadas muestras de preciosos cirros. Esto era muy bonito, igual que la lectura en los viejos libros y el estar tendido en el bao caliente; pero, en suma, no haba sido precisamente un da encantador, no haba sido un da radiante, de placer y Ventura, sino simplemente uno de estos das como tienen que ser, por lo visto, para m desde hace mucho tiempo los corrientes y normales; das mesuradamente agradables, absolutamente llevaderos, pasables y tibios, de un seor descontento y de cierta edad; das sin dolores especiales, sin preocupaciones especiales, sin verdadero desaliento y sin desesperanza; das en los cuales puede meditarse tranquila y objetivamente, sin agitaciones ni miedos, hasta la cuestin de si no habr llegado el instante de seguir el ejemplo del clebre autor de los Estudios y sufrir un accidente al afeitarse.

    El que haya gustado los otros das, los malos, los de los ataques de gota o los del maligno dolor de cabeza clavado detrs de los globos de los ojos, y convirtiendo, por arte del diablo, toda actividad de la vista y del odo de una satisfaccin en un tormento, o aquellos das de la agona del espritu, aquellos das terribles del vaco interior y de la desesperanza, en los cuales, en medio de la tierra destruida y esquilmada por las sociedades annimas, nos salen al paso, con sus muecas como un vomitivo, la humanidad y la llamada cultura con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata, concentrado todo y llevado al colmo de lo insoportable dentro del propio yo enfermo; el que haya gustado aquellos das infernales, se ha de estar muy contento con estos das normales y mediocres como el de hoy; lleno de agradecimiento se sentar junto a la amable chimenea y con agradecimiento comprobar, al leer el peridico de la maana, que no se ha declarado ninguna nueva guerra ni se ha erigido en ninguna parte ninguna nueva dictadura, ni se ha descubierto en poltica ni en el mundo de los negocios ningn chanchullo de importancia especial; con agradecimiento habr de templar las cuerdas de su lira enmohecida para entonar un salmo de gratitud mesurado, regularmente alegre y casi placentero, con el que aburrir a su callado y tranquilo dios contentadizo y mediocre, como anestesiado con un poco de bromuro; y en el ambiente de tibia pesadez de este aburrimiento medio satisfecho, de esta carencia de dolor tan de agradecer, se parecen los dos como hermanos gemelos, el montono y adormilado dios de la mediocridad y el hombre mediocre algo encanecido que entona el salmo amortiguado.

    Es algo hermoso esto de la autosatisfaccin, la falta de preocupaciones, estos das llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfaccin, que al poco tiempo me resulta intolerablemente odiosa y repugnante, y tengo que refugiarme desesperado en otras temperaturas, a ser posible por la senda de

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    los placeres y tambin por necesidad por el camino de los dolores. Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e inspida soportabilidad de los llamados das buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al dormecino dios de la semisatisfaccin le tirara a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y ms me gusta sentir dentro de m arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior un fiero afn de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frentico de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a m mismo, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de dolos generalmente respetados, de equipar a un par de muchachos rebeldes con el soado billete para Hamburgo, de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden social burgus. Porque esto es lo que yo ms odiaba, detestaba y maldeca principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfaccin, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgus, esta bien alimentada y prspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente.

    En tal disposicin de nimo terminaba yo, al oscurecer, aquel da adocenado y llevadero. No lo terminaba de la manera normal y conveniente para un hombre algo enfermo, entregndome a la cama preparada y provista de una botella de agua caliente a modo de imn; sino que insatisfecho y asqueado por mi poquito de trabajo y descorazonado, me calc los zapatos, me embut en el abrigo, dirigindome a la calle rodeado de niebla y oscuridad, para beber en la hostera del Casco de Acero lo que los hombres que beben llaman un vaso de vino, segn un convencionalismo antiguo.

    As bajaba yo, pues, la escalera de mi sotabanco, estas penosas escaleras de la tierra extraa, estas escaleras burguesas, cepilladas y limpias, de una decentsima casa de alquiler para tres familias, junto a cuyo tejado tena yo mi celda. No s cmo es esto, pero yo, el lobo estepario sin hogar, el enemigo solitario del mundo de la pequea burguesa, yo vivo siempre en verdaderas casas burguesas. Esto debe ser un viejo sentimentalismo por mi parte. No vivo en palacios ni en casas de proletarios, sino siempre exclusivamente en estos nidos de la pequea burguesa, decentsimos, aburridsimos e impecablemente cuidados, donde huele a un poco de trementina y a un poco de jabn y donde uno se asusta, si alguna vez se da un golpazo al cerrar la puerta de la casa o si se entra con los zapatos sucios. Me gusta sin duda esta atmsfera desde los aos de mi infancia, y mi secreta nostalgia hacia algo as como un hogar me lleva, sin esperanza, una y otra vez, por estos necios caminos.

    As es, y me gusta tambin el contraste en el que est mi vida, mi vida solitaria, ajetreada y sin afectos, completamente desordenada, con este ambiente familiar y burgus. Me complace respirar en la escalera este olor de quietud, orden, limpieza, decencia y domesticidad, que a pesar de mi odio a la burguesa tiene siempre algo emotivo para m, y me complace luego atravesar la puerta de mi cuarto, donde todo esto termina, donde entre los montones de libros me encuentro las colillas de los cigarros y las botellas de vino, donde todo es desorden, abandono e incuria, y donde todo, libros, manuscritos, ideas, est sellado e impregnado por la miseria del solitario, por la problemtica de la naturaleza humana, por el vehemente afn de dotar de un nuevo sentido a la vida del hombre que ha perdido el que tena.

    Y entonces pas junto a la araucaria. En efecto, en el primer piso de esta casa desemboca la escalera en el pequeo vestbulo de una vivienda, que sin duda es an ms impecable, ms limpia y ms lustrosa que las dems, pues este modesto vestbulo reluce por un cuidado sobrehumano, es un brillante y pequeo templo del orden. Sobre el suelo de parqu, que uno no se atreve a pisar, hay dos elegantes taburetes, y sobre cada taburete una gran maceta; en una crece una azalea, en la otra una araucaria bastante magnfica, un rbol infantil sano y recto, de la mayor perfeccin, y hasta la ltima hoja acicular de la ltima rama reluce con la ms fresca nitidez. A veces, cuando me creo inobservado, uso este lugar como templo, me siento en un escaln sobre la araucaria, descanso un poco, junto las manos y miro con devocin hacia abajo a este

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    jardn del orden, cuyo aspecto emotivo y ridcula soledad me conmueven el alma de un modo extrao. Detrs de este vestbulo, por decirlo as, en la sombra sagrada de la araucaria, barrunto una vivienda llena de caoba reluciente, una vida llena de decencia y de salud, de levantarse temprano y cumplimiento del deber, fiestas familiares alegres con moderacin, visitas a la iglesia los domingos y acostarse a primera hora.

    Con fingida alegra me puse a trotar sobre el asfalto de las calles, hmedo por la niebla. Las luces de los faroles, lacrimosas y empeadas, miraban a travs de la blanda opacidad y absorban del suelo mojado los difusos reflejos. Mis aos olvidados de la juventud se me representaron; cunto me gustaban entonces aquellas noches turbias y sombras de fines de otoo y del invierno; cun vido y embriagado aspiraba entonces el ambiente de soledad y melancola, correteando hasta media noche por la naturaleza hostil y sin hojas, embutido en el gabn y bajo lluvia y tormenta, solo ya en aquella poca tambin, pero lleno de profunda complacencia y de versos, que despus en mi alcoba escriba a la luz de la vela y sentado sobre el borde de la cama. Ahora ya esto haba pasado, este cliz haba sido apurado, y ya no me lo volveran a llenar. Habra que lamentarlo? No. No haba que lamentar nada de lo pasado. Era de lamentar lo de ahora, lo de hoy, todas estas horas y das que yo iba perdiendo, que yo en mi soledad iba sufriendo, que ya no traan ni dones agradables ni conmociones profundas. Pero, gracias a Dios, no dejaba tambin de haber excepciones: a veces, aunque raras, haba tambin horas que traan hondas sacudidas y dones divinos, horas demoledoras, que a m, extraviado, volvan a transportarme junto al palpitante corazn del mundo. Triste y, sin embargo, estimulado en lo ms ntimo, procur acordarme del ltimo suceso de esta clase. Haba sido en un concierto. Tocaban una antigua msica magnfica. Entonces, entre dos compases de un pasaje pianstico tocado por oboes, se me haba vuelto a abrir de repente la puerta del ms all, haba cruzado los cielos y vi a Dios en su tarea, sufr dolores bienaventurados, y ya no haba de oponer resistencia a nada en el mundo, ni de temer en el mundo a nada ya, haba de afirmarlo todo y de entregar a todo mi corazn. No dur mucho tiempo, acaso un cuarto de hora; volvi en sueos aquella noche, y desde entonces, a travs de los das de tristeza, surga radiante alguna que otra vez de un modo furtivo; lo vea a veces cruzar claramente por mi vida durante algunos minutos, como una huella de oro, divina, envuelta casi siempre profundamente en cieno y en polvo, brillar luego otra vez con chispas de oro, pareciendo que no haba de perderse ya nunca, y, sin embargo, perdida pronto de nuevo en los profundos abismos. Una vez sucedi por la noche que, estando despierto en la cama, empec de pronto a recitar versos, versos demasiado bellos, demasiado singulares para que yo hubiera podido pensar en escribirlos, versos que a la maana siguiente ya no recordaba y que, sin embargo, estaban guardados en m como la nuez sana y hermosa dentro de una cscara rugosa y vieja. Otra vez tom la visin con la lectura de un poeta, con la meditacin sobre un pensamiento de Descartes o de Pascal; an en otra ocasin volvi a surgir, estando un da con mi amada, y a conducirme ms adentro en el cielo. Ah, es difcil encontrar esa huella de Dios en medio de esta vida que llevamos, en medio de este siglo tan contestadizo, tan burgus, tan falto de espiritualidad, a la vista de estas arquitecturas, de estos negocios, de esta poltica, de estos hombres! Cmo no haba yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atencin? No puedo aguantar mucho tiempo ni en un teatro ni en un cine, apenas puedo leer un peridico, rara vez un libro moderno; no puedo comprender qu clase de placer y de alegra buscan los hombres en los hoteles y en los ferrocarriles totalmente llenos, en los cafs repletos de gente oyendo una msica fastidiosa y pesada; en los bares y variets de las elegantes ciudades lujosas, en las exposiciones universales, en las carreras, en las conferencias para los necesitados de ilustracin, en los grandes lugares de deportes; no puedo entender ni compartir todos estos placeres, que a m me seran desde luego asequibles y por los que tantos millares de personas se afanan y se agitan. Y lo que, por el contrario, me sucede a m en las raras horas de placer, lo que para m es delicia, suceso, elevacin y xtasis, eso no lo conoce, ni lo ama, ni lo busca el mundo ms que si acaso en las

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    novelas; en la vida, lo considera una locura. Y en efecto, si el mundo tiene razn, si esta msica de los cafs, estas diversiones en masa, estos hombres americanos contentos con tan poco tienen razn, entonces soy yo el que no la tiene, entonces es verdad que estoy loco, entonces soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la bestia descarriada en un mundo que le es extrao e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su alimento.

    Con estas ideas habituales segu andando por la calle humedecida, atravesando uno de los ms tranquilos y viejos barrios de la ciudad. De pronto vi en la oscuridad, al otro lado de la calle, enfrente de m, una vieja tapia parda de piedras, que siempre me gustaba mirar; all estaba siempre, tan vieja y tan despreocupada, entre una iglesia pequea y un antiguo hospital; de da me gustaba poner los ojos con frecuencia en su tosca superficie. Haba pocas superficies tan calladas, tan buenas y tranquilas en el interior de la ciudad, donde, por otra parte, en cada medio metro cuadrado le gritaba a uno a la cara su anuncio una tienda, un abogado, un inventor, un mdico, un barbero o un callista. Tambin ahora volv a ver a la vieja tapia gozando tranquila de su paz, y, sin embargo, algo haba cambiado en ella; vi una pequea y linda puerta en medio de la tapia con un arco ojival y me desconcert, pues no saba ya en realidad si esta puerta haba estado siempre all, o la haban puesto recientemente. Vieja pareca, sin duda, viejsima; probablemente la pequea entrada cerrada, con su puerta oscura de madera, haba servido de paso hace ya siglos a un sooliento patio conventual, y todava hoy serva para lo mismo, aun cuando el convento ya no existiera; y probablemente haba visto yo cien veces la puerta, slo que no me haba dado cuenta de ella, quizs estaba recin pintada y por eso me llamaba la atencin. Sea como fuere, me qued parado mirando atentamente hacia aquella acera, sin atravesar, sin embargo; la calle por el centro tena el piso tan blando y mojado... Me qued en la otra acera, mirando simplemente hacia aquel lado, era ya de noche, y me pareci que en torno de la puerta haba una guirnalda o alguna cosa de colores. Y entonces, al esforzarme por ver con ms precisin, distingu sobre el hueco de la puerta un escudo luminoso, en el que me pareca que haba algo escrito. Apliqu con afn los ojos y por fin atraves la calle, a pesar del lodo y el barro. Entones vi sobre la puerta, en el verde pardusco y viejo de la tapia, un espacio tenuemente iluminado, por el que corran y desaparecan rpidamente letras movibles de colores, volvan a aparecer y se esfumaban. Tambin han profanado, pens, esta vieja y buena tapia para un anuncio luminoso. Entretanto, descifr algunas de las palabras fugitivas, eran difciles de leer y haba que adivinaras en parte, las letras aparecan con intervalos desiguales, plidas y borrosas, y desaparecan inmediatamente. El hombre que quera hacer su negocio con esto, no era hbil, era un lobo estepario, un pobre diablo. Por qu pona en juego sus letras aqu, sobre esta tapia, en la calleja ms tenebrosa de la ciudad vieja, a esta hora, cuando nadie pasa por aqu, y por qu eran tan fugitivas y ligeras las letras, tan caprichosas y tan ilegibles? Pero... ya lo logr: consegu atrapar varias palabras, unas detrs de otras, que decan:

    Teatro mgico. Entrada no para cualquiera. No para cualquiera.

    Intent abrir la puerta, el viejo y pesado picaporte no ceda a ningn esfuerzo. El

    juego de las letras haba terminado, ces de pronto, tristemente, como consciente de su inutilidad. Retroced algunos pasos, me met en el fango hasta los tobillos, ya no aparecan ms letras. El juego se haba extinguido. Permanec mucho rato de pie en el lodo y esper; en vano.

    Luego, cuando ya hube renunciado y estaba otra vez sobre la acera, cayeron por delante de m un par de letras luminosas de colores sobre el espejo del asfalto.

    Le:

    Slo... para... lo... cos!

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    Se me haban mojado los pies, y me estaba helando, pero an permanec un gran

    rato en acecho. Nada ms. Mientras estuve all de pie pensando cmo los bonitos fuegos fatuos de las tenues y pintadas letras haban bailoteado sobre la tapia hmeda y sobre el asfalto negro brillante, se me volvi a ocurrir de repente una fraccin de mi anterior pensamiento: la alegra de la huella de oro resplandeciente, que se aleja tan pronto y no puede encontrarse.

    Me helaba y segu andando, soando con aquella huella, suspirando por la puerta de un teatro mgico, slo para locos. Entretanto haba entrado en el barrio del mercado, donde no faltaban diversiones nocturnas. Cada dos pasos haba un anuncio y atraa un cartel:

    Orquesta femenina. Variets. Cine. Dancing. Pero todo esto no era nada para m, era para cualquiera, para normales, como en efecto los vea penetrar en grandes grupos por aquellas puertas. A pesar de todo, mi tristeza estaba un poco aclarada: como que me haba tocado un saludo del otro mundo!, un par de letras de colores haban bailado y jugueteado sobre mi alma y haban rozado acordes ntimos, un resplandor de la huella de oro se haba hecho otra vez visible.

    Busqu la pequea y antigua taberna, en la que nada haba cambiado desde mi primera estancia en esta ciudad hace unos veinticinco aos, tambin la tabernera era todava la de antes, y algunos de los parroquianos de hoy estuvieron ya entonces sentados aqu, en el mismo sitio, ante los mismos vasos. Entr en el modesto cafetn, aqu poda uno refugiarse. Ciertamente que era slo un refugio como, por ejemplo, el de la escalera junto a la araucaria; aqu tampoco encontraba yo hogar ni comunidad, slo hallaba un lugar de observacin, ante un escenario, en el cual gente extraa representaba extraas comedias; pero al menos este lugar apacible tena en s algo de valor: no haba muchedumbre, ni gritera, ni msica, solamente un par de ciudadanos tranquilos ante mesas de madera sin tapete (ni mrmoles, ni porcelana, ni peluche, ni latn dorado!), y ante cada uno, un buen vaso, un buen vino fuerte. Quizs este par de parroquianos, a todos los cuales conoca yo de vista, eran verdaderos filisteos y tenan en sus casas, en sus viviendas de filisteos, pobres altares domsticos con dolos de buen conformar; quiz tambin eran mozos solitarios y descarrilados como yo, tranquilos y meditabundos bebedores, de quebrados ideales, lobos de la estepa y pobres diablos ellos tambin; yo no lo saba. De cada uno de ellos tiraba hacia aqu una nostalgia, un desengao, una necesidad de compensacin; el casado buscaba la atmsfera de su poca de soltero, el viejo funcionario, la reminiscencia de sus aos de estudiante; todos ellos eran bastante taciturnos, y todos eran bebedores y preferan, lo mismo que yo, estar aqu sentados ante medio litro de vino de Alsacia a or una orquesta de seoritas. Aqu atraqu, aqu se poda aguantar una hora, acaso dos. Apenas hube tomado un trago del Alsacia, cuando not que hoy no haba comido nada fuera del desayuno.

    Es maravilloso todo lo que el hombre puede tragar. Durante unos buenos diez minutos estuve leyendo un peridico, dejando entrar por los ojos el espritu de un individuo irresponsable, que rumia y mastica las palabras de otro, pero las devuelve sin digerir. Esto inger, toda una columna entera. Y luego devor un buen trozo de hgado, recortado del cuerpo de una ternera sacrificada. Maravilloso! Lo mejor era el alsaciano. No me gustan los vinos de fuerza, fogosos, por lo menos no son para todos los das, vinos que atraen con fuertes encantos y tienen sabores famosos y especiales. Prefiero generalmente vinos de la tierra muy puros, ligeros, modestos, sin nombre especial; se puede tolerar mucho de estos vinos, y tienen un sabor tan bueno y agradable, a campo, a tierra, a cielo y a bosque. Un vaso de vino de Alsacia y un trozo de buen pan, esa es la mejor de todas las 'comidas. Ahora ya tena yo dentro una porcin de hgado, goce especialsimo para m, que rara vez como carne, y tena delante el segundo vaso. Tambin esto era maravilloso, que en verdes valles de alguna parte buena gente vigorosa cultivara vides y se sacara vino, para que ac y all por todo el mundo, lejos de ellos, algunos ciudadanos desengaados y que empinan el codo calladamente, algunos

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    incorregibles lobos esteparios pudieran extraer a sus vasos un poco de confianza y de alegra.

    Y por m, que siga siendo tan maravilloso! Estaba bien, entonaba, volva el buen humor. A propsito de la ensalada de palabras del artculo del peridico, me sali tarda una carcajada liberadora, y repentinamente volv a acordarme de la olvidada meloda de aquellos dulces compases de oboes: como una pequea y reluciente pompa de jabn la sent ascender dentro de m, brillar, reflejar policromo y pequeo el mundo entero y romperse de nuevo suavemente. Si haba sido posible que esta pequea meloda celestial echara misteriosamente races en mi alma y un da dentro de m hiciera brotar su encantadora flor con todos los bellos matices, poda estar yo irremisiblemente perdido? Y aunque yo fuera una bestia descarriada, incapaz de comprender al mundo que la rodea, no dejaba de haber un sentido en mi vida insensata, algo dentro de m responda, era receptor de llamadas de lejanos mundos superiores, en mi cerebro se haban animado mil imgenes:

    Coros de ngeles de Giotto, de una pequea bveda azul en una iglesia de Padua, y junto a ellos iban Hamlet y Ofelia coronada de flores, bellas alegoras de toda la tristeza y de toda incomprensin en el mundo; all estaba en el globo ardiendo el aeronauta Gianozzo y tocaba la trompeta; Atila Schmelzle llevaba en la mano su sombrero nuevo; el Borobudur haca saltar su montaa de esculturas. Y aun cuando todas estas bellas figuras vivieran tambin en otros mil corazones, todava quedaban otras diez mil imgenes y melodas desconocidas, para las cuales slo dentro de m haba un asilo, unos ojos que las vieran, unos odos que las escucharan. La vieja tapia del hospital con el viejo color verde pardo, sucia y ruinosa, en cuyas grietas y ruinas poda uno imaginarse cientos de frescos, quin se pona a tono con ella, quin se adentraba en su espritu, quin la amaba, quin perciba el encanto de sus colores en dulce agona? Los viejos libros de los monjes, con las miniaturas tenuemente brillantes, y los libros olvidados por su pueblo de los poetas alemanes de hace doscientos y de hace cien aos, todos los tomos manoseados y carcomidos por la humedad, y los impresos y manuscritos de los msicos antiguos, las tiesas y amarillentas hojas de notas con fosilizados sueos de armonas, quin escuchaba sus voces espirituales, picarescas y nostlgicas, quin llevaba el corazn lleno de su espritu y de su encanto a travs de una edad tan diferente y tan lejana a ellos? Quin se acordaba ya de aquel pequeo y duro ciprs en lo ms alto de la montaa sobre Gubbio, tronchado y partido por una roca desprendida y aferrado, sin embargo, a vivir, hasta el punto de echar una nueva copa modesta y fragante? Quin haca justicia a la cuidadosa seora del primer piso y a su reluciente araucaria? Quin lea de noche sobre las aguas del Rin las escrituras que dejaban trazadas en el cielo las nubes viajeras? Era el lobo estepario. Y quin buscaba entre los escombros de la propia vida el sentido que se haba llevado el viento, quin sufra lo aparentemente absurdo y viva lo aparentemente loco y esperaba secretamente an en el ltimo caos errante la revelacin y proximidad de Dios?

    Apart mi vaso, que la tabernera quera volver a llenarme, y me levant. Ya no necesitaba ms vino. La huella de oro haba relampagueado, me haba hecho recordar lo eterno, a Mozart y a las estrellas. Poda volver a respirar una hora, poda vivir, poda existir, no necesitaba sufrir tormentos, ni tener miedo, ni avergonzarme.

    La finsima y tenue lluvia impulsada por el viento fro tremaba en torno a los faroles y brillaba con helado centelleo, cuando sal a la calle desierta ya. Adnde ahora? Si hubiese dispuesto en aquel momento de una varita de virtud, se me hubiera presentado al punto un pequeo y lindo saln estilo Luis XVI, en donde un par de buenos msicos me hubiesen tocado dos o tres piezas de Hndel y de Mozart. Para una cosa as tena mi espritu dispuesto en aquel instante, y me hubiera sorbido la msica noble y serena, como los dioses beben el nctar. Oh, si yo hubiese tenido ahora un amigo, un amigo en una bohardilla cualquiera, ocupado en cualquier cosa a la luz de una buja y con un violn por all en cualquier lado! Cmo me hubiese deslizado hasta su callado refugio nocturno, hubiera trepado sin hacer ruido por las revueltas de la escalera y lo hubiera sorprendido, celebrando en su compaa con el dilogo y la msica dos horas celestiales

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    aquella noche! Con frecuencia haba gustado esta felicidad antiguamente, en aos pasados ya, pero tambin esto se me haba alejado con el tiempo y estaba privado de ello; aos marchitos se haban interpuesto entre aquello y esto.

    Lentamente emprend el camino hacia mi casa, me levant el cuello del gabn y apoy el bastn en el suelo mojado. Aun cuando quisiera recorrer el camino muy despacio, pronto me hallara sentado otra vez en mi sotabanco, en mi pequea ficcin de hogar, que no era de mi gusto, pero de la cual no poda prescindir, pues para m haba pasado ya el tiempo en que pudiera andar ambulando al aire libre toda una madrugada lluviosa de invierno. Ea, en el nombre de Dios! Yo no quera estropearme el buen humor de la noche, ni con la lluvia, ni con la gota, ni con la araucaria; y aunque no poda contar con una orquesta de cmara y aunque no pudiera encontrarse un amigo solitario con un violn, aquella linda meloda segua, sin embargo, en mi interior, y yo mismo poda tararermela con toda claridad cantndola por lo bajo en rtmicas inspiraciones. No, tambin se las poda uno arreglar sin msica de saln y sin el amigo, y era ridculo consumirse en impotentes afanes sociales. Soledad era independencia, yo me la haba deseado y la haba conseguido al cabo de largos aos. Era fra, es cierto, pero tambin era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio fro en que se mueven las estrellas.

    De un saln de baile por el que pas, sali a mi encuentro una violenta msica de jazz, ruda y clida como el vaho de carne cruda. Me qued parado un instante: siempre tuvo esta clase de msica, aunque la execraba tanto, un secreto atractivo para m. El jazz me produca aversin, pero me era diez veces preferible a toda la msica acadmica de hoy, llegaba con su rudo y alegre salvajismo tambin hondamente hasta el mundo de mis instintos, y respiraba una honrada e ingenua sensualidad.

    Estuve un rato olfateando, aspirando por la nariz esta msica chillona y sangrienta; vente, con envidia y perversidad, la atmsfera de estas salas. Una mitad de esta msica, la lrica, era pegajosa, superazucarada y goteaba sentimentalismo; la otra mitad era salvaje, caprichosa y enrgica, y, sin embargo, ambas mitades marchaban juntas ingenua y pacficamente y formaban un todo. Era msica decadentista. En la Roma de los ltimos emperadores tuvo que haber msica parecida. Naturalmente que comparada con Bach y con Mozart y con msica verdadera, era una porquera..., pero esto mismo era todo nuestro arte, todo nuestro pensamiento, toda nuestra aparente cultura, si la comparamos con cultura autntica. Y esta msica tena la ventaja de una gran sinceridad, de un negrismo innegable evidente y de un humorismo alegre e infantil. Tena algo de los negros y algo del americano, que a nosotros los europeos, dentro de toda su pujanza, se nos antoja tan infantilmente nuevo y tan aniado. Llegara tambin Europa a ser as? Estaba ya en camino de ello? Erramos nosotros, los viejos conocedores del mundo antiguo, de la antigua msica verdadera, de la antigua poesa legtima, ramos nosotros nicamente una exigua y necia minora de complicados neurticos, que maana seramos olvidados y puestos en ridculo? Lo que nosotros llambamos cultura, espritu, alma, lo que tenamos por bello y por sagrado, era todo un fantasma no ms, muerto hace tiempo y tenido por autntico y vivo todava solamente por un par de locos como nosotros? Acaso no habra sido autntico nunca, ni habra estado vivo jams? Habra podido ser siempre una quimera y slo una quimera eso por lo que tanto nos afanamos nosotros los locos?

    El viejo barrio de la ciudad me acogi. Esfumada e irreal, all estaba la pequea iglesia, envuelta en tonalidad gris. De pronto se me represent de nuevo el suceso de la tarde, con la enigmtica puerta de arco ojival, con la enigmtica placa encima, con las letras luminosas bailoteando burlescamente. Qu decan sus inscripciones? Entrada no para cualquiera y Slo para locos. Examin con la mirada la vieja tapia de la otra acera, deseando ntimamente que el encanto volviese a empezar y la inscripcin me invitara de nuevo a m, loco, y la pequea puerta me dejara pasar. All quizs estuviera lo que yo anhelaba, all tal vez tocaran msica.

    Tranquila me miraba la oscura pared de piedra, envuelta en niebla profunda, hermtica, hondamente abismada en su sueo. Y en ninguna parte haba una puerta, en

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    parte alguna un arco ojival, slo la tapia oscura, callada, sin paso. Sonriente, segu mi camino, salud amable con la cabeza al tapial: Buenas noches, tapia; yo no te despierto. El tiempo vendr en que te derribarn, te llenarn de codiciosos anuncios comerciales, pero entretanto an ests ah, an eres bella y callada y me gustas.

    Surgiendo ante m de una oscura bocacalle, me asust un individuo, un solitario que se recoga tarde, con paso cansino, vestido de blusa azul y con una gorra en la cabeza; sobre los hombros llevaba un palo con un anuncio y delante del vientre, sujeto por una correa, un cajn abierto, como suelen llevarlos los vendedores en las ferias. Lentamente iba caminando delante de m. No se volvi a mirarme; si no, lo hubiera saludado y le hubiese dado un cigarro. A la luz del primer farol intent leer su estandarte, su anuncio rojo pendiente del palo, pero iba oscilando, no poda descifrarse nada. Entonces lo llam y le rogu que me enseara el anuncio. Se qued parado y sostuvo el asta un poco ms derecha; en aquel momento pude leer letras vacilantes e inseguras:

    VELADA ANARQUISTA

    TFATRO MAGICO

    ENTRADA NO PARA CUAI...

    -He estado buscando a usted -grit radiante-. Qu es esa velada? Dnde? Cundo

    es? l volvi a su camino: -No es para cualquiera -dijo indiferente, con voz de sueo, y apret el paso. Ya iba cansado, y quera llegar cuanto antes a su casa. -Espere -le grit, corriendo tras l-. Qu lleva usted en el cajn? Le comprar algo. Sin pararse, meti mano el hombre en su cajn; mecnicamente, sac un pequeo

    folleto y me lo alarg. Lo cog en seguida y me lo guard. Mientras me desabrochaba el abrigo, para sacar dinero, torci l por una puerta cochera, cerr la puerta tras de s y desapareci. En el patio an resonaron sus pesados pasos, primero sobre losas de piedra, despus subiendo una escalera de madera, luego ya no o nada ms. Y de pronto tambin yo me encontr muy cansado y tuve la sensacin de que era muy tarde y de que estara bien llegar a casa. Corr ms de prisa, y atravesando la dormida calleja del suburbio llegu a mi barrio de las antiguas murallas, donde viven los empleados y los pequeos rentistas en casas de alquiler modestas y limpias, tras de un poco de csped y de hiedra. Pasando por la hiedra, por el csped, por el pequeo abeto, alcanc la puerta de mi casa, di con la cerradura, hall la llave de la luz, me deslic junto a las puertas de cristales, pas por los armarios barnizados y junto a las macetas, abr mi cuarto, mi pequea apariencia de hogar, donde me esperan el silln y la estufa, el tintero y la caja de pinturas, Novalis y Dostoiewski, igual que los otros, a los hombres verdaderos, cuando vuelven a sus casas, los esperan la madre o la mujer, los hijos, las criadas, los perros y los gatos.

    Cuando me quit el abrigo mojado, volv a tocar el pequeo opsculo. Lo saqu, era un librillo mal impreso, en papel malo, como aquellos cuadernos El hombre que haba nacido en enero o Arte de hacerse en ocho das veinte aos ms joven.

    Pero cuando me hube acomodado en la butaca y me puse las gafas de leer, vi, con asombro y con la impresin de que de pronto se me abra de par en par la puerta del destino, el ttulo en la cubierta de este folleto de feria: Tractat del lobo estepario. No para cualquiera

    Y lo que sigue era el contenido del escrito, que yo le de un tirn, con tensin siempre creciente.

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    TRACTAT DEL LOBO ESTEPARIO

    No para cualquiera rase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en

    dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo estepario. Haba aprendido mucho de lo que las personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no haba aprendido era una cosa: a estar satisfecho de s mismo y de su vida. Esto no pudo conseguirlo. Acaso ello proviniera de que en el fondo de su corazn saba (o crea saber) en todo momento que no era realmente un ser humano, sino un lobo de la estepa. Que discutan los inteligentes acerca de si era en realidad un lobo, si en alguna ocasin, acaso antes de su nacimiento ya, haba sido convertido por arte de encantamiento de lobo en hombre, o si haba nacido desde luego hombre, pero dotado del alma de un lobo estepario y posedo o dominado por ella, o por ltimo, si esta creencia de ser un lobo no era ms que un producto de su imaginacin o de un estado patolgico. No dejara de ser posible, por ejemplo, que este hombre, en su niez, hubiera sido acaso fiero e indmito y desordenado, que sus educadores hubiesen tratado de matar en l a la bestia y precisamente por eso hubieran hecho arraigar en su imaginacin la idea de que, en efecto, era realmente una bestia, cubierta slo de una tenue funda de educacin y sentido humano. Mucho e interesante podra decirse de esto y hasta escribir libros sobre el particular; pero con ello no se prestara servicio alguno al lobo estepario, pues para l era completamente indiferente que el lobo se hubiera introducido en su persona por arte de magia o a fuerza de golpes, o que se tratara slo de una fantasa de su espritu. Lo que los dems pudieran pensar de todo esto, y hasta lo que l mismo de ello pensara, no tena valor para el propio interesado, no conseguira de ningn modo ahuyentar al lobo de su persona.

    El lobo estepario tena, por consiguiente, dos naturalezas, una humana y otra lobuna; se era su sino. Y puede ser tambin que este sino no sea tan singular y raro. Se han visto ya muchos hombres que dentro de s tenan no poco de perro, de zorro, de pez o de serpiente, sin que por eso hubiesen tenido mayores dificultades en la vida. En esta clase de personas vivan el hombre y el zorro, o el hombre y el pez, el uno junto al otro, y ninguno de los dos haca dao a su compaero, es ms, se ayudaban mutuamente, y en muchos hombres que han hecho buena carrera y son envidiados, fue ms el zorro o el mono que el hombre quien hizo su fortuna. Esto lo sabe todo el mundo. En Harry, por el contrario, era otra cosa; en l no corran el hombre y el lobo paralelamente, y mucho menos se prestaban mutua ayuda, sino que estaban en odio constante y mortal, y cada uno viva exclusivamente para martirio del otro, y cuando dos son enemigos mortales y estn dentro de una misma sangre y de una misma alma, entonces resulta una vida imposible. Pero en fin, cada uno tiene su suerte, y fcil no es ninguna.

    Ahora bien, a nuestro lobo estepario ocurra, como a todos los seres mixtos, que, en cuanto a su sentimiento, viva naturalmente unas veces como lobo, otras como hombre; pero que cuando era lobo, el hombre en su interior estaba siempre en acecho, observando, enjuiciando y criticando, y en las pocas en que era hombre, haca el lobo otro tanto. Por ejemplo, cuando Harry en su calidad de hombre tena un bello pensamiento, o experimentaba una sensacin noble y delicada, o ejecutaba una de las llamadas buenas acciones, entonces el lobo que llevaba dentro enseaba los dientes, se rea y le mostraba con sangriento sarcasmo cun ridcula le resultaba toda esta distinguida farsa a un lobo de la estepa, a un lobo que en su corazn tena perfecta conciencia de lo que le sentaba bien, que era trotar solitario por las estepas, beber a ratos sangre o cazar una loba, y desde el punto de vista del lobo toda accin humana

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    tena entonces que resultar horriblemente cmica y absurda, estpida y vana. Pero exactamente lo mismo ocurra cuando Harry se senta lobo y obraba como tal, cuando le enseaba los dientes a los dems, cuando respiraba odio y enemiga terribles hacia todos los hombres y sus maneras y costumbres mentidas y desnaturalizadas. Entonces era cuando se pona en acecho en l precisamente la parte de hombre que llevaba, lo llamaba animal y bestia y le echaba a perder y le corrompa toda la satisfaccin en su esencia de lobo, simple, salvaje y llena de salud.

    As estaban las cosas con el lobo estepario, y es fcil imaginarse que Harry no llevaba precisamente una vida agradable y venturosa. Pero con esto no se quiere decir que fuera desgraciado en una medida singularsima (aunque a l mismo as le pareciese, como todo hombre cree que los sufrimientos que le han tocado en suerte son los mayores del mundo). Esto no debiera decirse de ninguna persona. Quien no lleva dentro un lobo, no tiene por eso que ser feliz tampoco. Y hasta la vida ms desgraciada tiene tambin sus horas luminosas y sus pequeas flores de ventura entre la arena y el peascal. Y esto ocurra tambin al lobo estepario. Por lo general era muy desgraciado, eso no puede negarse, y tambin poda hacer desgraciados a otros, especialmente si los amaba y ellos a l. Pues todos los que le tomaban cario, no vean nunca en l ms que uno de los dos lados. Algunos le queran como hombre distinguido, inteligente y original y se quedaban aterrados y defraudados cuando de pronto descubran en l al lobo. Y esto era irremediable, pues Harry quera, como todo individuo, ser amado en su totalidad y no poda, por lo mismo, principalmente ante aquellos cuyo afecto le importaba mucho, esconder al lobo y repudiarlo. Pero tambin haba otros que precisamente amaban en l al lobo, precisamente a lo espontneo, salvaje, indmito, peligroso y violento, y a stos, a su vez, les produca luego extraordinaria decepcin y pena que de pronto el fiero y perverso lobo fuera adems un hombre, tuviera dentro de s afanes de bondad y de dulzura y quisiera adems escuchar a Mozart, leer versos y tener ideales de humanidad. Singularmente stos eran, por lo general, los ms decepcionados e irritados, y de este modo llevaba el lobo estepario su propia duplicidad y discordia interna tambin a todas las existencias extraas con las que se pona en contacto.

    Quien, sin embargo, suponga que conoce al lobo estepario y que puede imaginarse su vida deplorable y desgarrada, est, no obstante, equivocado, no sabe, ni con mucho, todo. No sabe (ya que no hay regla sin excepcin y un solo pecador es en determinadas circunstancias preferido de Dios a noventa y nueve justos) que en el caso de Harry no dejaba de haber excepciones y momentos venturosos, que l poda dejar respirar, pensar y sentir alguna vez al lobo y alguna vez al hombre con libertad y sin molestarse, es ms, que en momentos muy raros, hacan los dos alguna vez las paces y vivan juntos en amor y compaa, de modo que no slo dorma el uno cuando el otro velaba, sino que ambos se fortalecan y cada uno de ellos redoblaba el valor del otro. Tambin en la vida de este hombre pareca, como por doquiera en el mundo, que con frecuencia todo lo habitual, lo conocido, lo trivial y lo ordinario no haban de tener ms objeto que lograr aqu o all, un intervalo aunque fuera pequesimo, una interrupcin, para hacer sitio a lo extraordinario, a lo maravilloso, a la gracia. Si estas horas breves y raras de felicidad compensaban y amortiguaban el destino siniestro del lobo estepario, de manera que la ventura y el infortunio en fin de cuentas quedaban equiparados, o si acaso todava ms, la dicha corta, pero intensa de aquellas pocas horas absorba todo el sufrimiento y aun arrojaba un saldo favorable, ello es de nuevo una cuestin, sobre la cual la gente ociosa puede meditar a su gusto. Tambin el lobo meditaba con frecuencia sobre ella, y stos eran sus das ms ociosos e intiles.

    A propsito de esto, an hay que decir una cosa. Hay bastantes personas de ndole parecida a como era Harry; muchos artistas principalmente pertenecen a esta especie. Estos hombres tienen todos dentro de s dos almas, dos naturalezas; en ellos existe lo divino y lo demonaco, la sangre materna y la paterna, la capacidad de ventura y la capacidad de sufrimiento, tan hostiles y confusos lo uno junto y dentro de lo otro, como estaban en Harry el lobo y el hombre. Y estas personas, cuya existencia es muy agitada,

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    viven a veces en sus raros momentos de felicidad algo tan fuerte y tan indeciblemente hermoso, la espuma de la dicha momentnea salta con frecuencia tan alta y deslumbrante por encima del mar del sufrimiento, que este breve relmpago de ventura alcanza y encanta radiante a otras personas. As se producen, como preciosa y fugitiva espuma de felicidad sobre el mar de sufrimiento, todas aquellas obras de arte, en las cuales un solo hombre atormentado se eleva por un momento tan alto sobre su propio destino, que su dicha luce como una estrella, y a todos aquellos que la ven, les parece algo eterno y como su propio sueo de felicidad. Todos estos hombres, llmense como se quieran sus hechos y sus obras, no tienen realmente, por lo general, una verdadera vida, es decir, su vida no es ninguna esencia, no tiene forma, no son hroes o artistas o pensadores a la manera como otros son jueces, mdicos, zapateros o maestros, sino que su existencia es un movimiento y un flujo y reflujo eternos y penosos, est infeliz y dolorosamente desgarrada, es terrible y no tiene sentido, si no se est dispuesto a ver dicho sentido precisamente en aquellos escasos sucesos, hechos, ideas y obras que irradian por encima del caos de una vida as. Entre los hombres de esta especie ha surgido el pensamiento peligroso y horrible de que acaso toda la vida humana no sea sino un tremendo error, un aborto violento y desgraciado de la madre universal, un ensayo salvaje y horriblemente desafortunado de la naturaleza. Pero tambin entre ellos es donde ha surgido la otra idea de que el hombre acaso no sea slo un animal medio razonable, sino un hijo de los dioses y destinado a la inmortalidad.

    Toda especie humana tiene sus caracteres, sus sellos, cada una tiene sus virtudes y sus vicios, cada una, su pecado mortal. A los caracteres del lobo estepario perteneca el que era un hombre nocturno. La maana era para l una mala parte del da, que le asustaba y que nunca le trajo nada agradable. Nunca estuvo verdaderamente contento en una maana cualquiera de su vida, nunca hizo nada bueno en las horas antes de medioda, nunca tuvo buenas ocurrencias ni pudo proporcionarse a s mismo ni a los dems alegras en esas horas. Slo en el transcurso de la tarde se iba entonando y animando, y nicamente hacia la noche se mostraba, en sus buenos das, fecundo, activo y a veces fogoso y alegre. Nunca ha tenido hombre alguno una necesidad ms profunda y apasionada de independencia que l. En su juventud, siendo todava pobre y costndole trabajo ganarse el pan, prefera pasar hambre y andar con los vestidos rotos, si as salvaba un poco de independencia. No se vendi nunca por dinero ni por comodidades, nunca a mujeres ni a poderosos; ms de cien veces tir y apart de s lo que a los ojos de todo el mundo constitua sus excelencias y ventajas, para conservar en cambio su libertad. Ninguna idea le era ms odiosa y horrible que la de tener que ejercer un cargo, someterse a una distribucin del tiempo, obedecer a otros. Una oficina, una cancillera, un negociado eran cosas para l tan execrables como la muerte, y lo ms terrible que pudo vivir en sueos fue la reclusin en un cuartel. A todas estas situaciones supo sustraerse, a veces mediante grandes sacrificios. En esto estaba su fortaleza y su virtud, aqu era inflexible, aqu era su carcter firme y rectilneo. Pero a esta virtud estaban ntimamente ligados su sufrimiento y su destino. Le suceda lo que les sucede a todos; lo que l, por un impulso muy ntimo de su ser, busc y anhel con la mayor obstinacin, logr obtenerlo, pero en mayor medida de la que es conveniente a los hombres. En un principio fue su sueo y su ventura, despus su amargo destino. El hombre poderoso en el poder sucumbe; el hombre del dinero, en el dinero; el servil y humilde, en el servicio; el que busca el placer, en los placeres. Y as sucumbi el lobo estepario en su independencia. Alcanz su objetivo, fue cada vez ms independiente, nadie tena nada que ordenarle, a nadie tena que ajustar sus actos, slo y libremente determinaba l a su antojo lo que haba de hacer y lo que haba de dejar. Pues todo hombre fuerte alcanza indefectiblemente aquello que va buscando con verdadero ahnco. Pero en medio de la libertad lograda se dio bien pronto cuenta Harry de que esa su independencia era una muerte, que estaba solo, que el mundo lo abandonaba de un modo siniestro, que los hombres no le importaban nada; es ms, que l mismo a s tampoco, que lentamente iba ahogndose en una atmsfera cada vez ms tenue de falta de trato y de aislamiento. Porque ya resultaba que la soledad y la independencia no eran

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    su afn y su objetivo, eran su destino y su condenacin, que su mgico deseo se haba cumplido y ya no era posible retirarlo, que ya no serva de nada extender los brazos abiertos lleno de nostalgia y con el corazn henchido de buena voluntad, brindando solidaridad y unin; ahora lo dejaban solo. Y no es que fuera odioso y detestado y antiptico a los dems. Al contrario, tena muchos amigos. Muchos lo queran bien. Pero siempre era nicamente simpata y amabilidad lo que encontraba; lo invitaban, le hacan regalos, le escriban bonitas cartas, pero nadie se le aproximaba espiritualmente, por ninguna parte surga compenetracin con nadie, y nadie estaba dispuesto ni era capaz de compartir su vida. Ahora lo envolva el ambiente de soledad, una atmsfera de quietud, un apartamiento del mundo que lo rodeaba, una incapacidad de relacin, contra la cual no poda nada ni la voluntad, ni el afn, ni la nostalgia. Este era uno de los caracteres ms importantes de su vida.

    Otro era que haba que clasificarlo entre los suicidas. Aqu debe decirse que es errneo llamar suicidas slo a las personas que se asesinan realmente. Entre stas hay, sin embargo, muchas que se hacen suicidas en cierto modo por casualidad y de cuya esencia no forma parte el suicidismo. Entre los hombres sin personalidad, sin sello marcado, sin fuerte destino, entre los hombres adocenados y de rebao hay muchos que perecen por suicidio, sin pertenecer por eso en toda su caracterstica al tipo de los suicidas, en tanto que, por otra parte, de aquellos que por su naturaleza deben contarse entre los suicidas, muchos, quiz la mayora, no ponen nunca mano sobre s en la realidad. El suicida -y Harry era uno- no es absolutamente preciso que est en una relacin especialmente violenta con la muerte; esto puede darse tambin sin ser suicida. Pero es peculiar del suicida sentir su yo, lo mismo da con razn que sin ella, como un germen especialmente peligroso, incierto y comprometido, que se considera siempre muy expuesto y en peligro, como si estuviera sobre el pico estrechsimo de una roca, donde un pequeo empuje externo o una ligera debilidad interior bastaran para precipitarlo en el vaco. Esta clase de hombres se caracteriza en la trayectoria de su destino porque el suicidio es para ellos el modo ms probable de morir, al menos segn su propia idea. Este temperamento, que casi siempre se manifiesta ya en la primera juventud y no abandona a estos hombres durante toda su vida, no presupone de ninguna manera una. fuerza vital especialmente debilitada; por el contrario, entre los suicidas se hallan naturalezas extraordinariamente duras, ambiciosas y hasta audaces. Pero as como hay naturalezas que a la menor indisposicin propenden a la fiebre, as estas naturalezas, que llamamos suicidas, y que son siempre muy delicadas y sensibles, propenden, a la ms pequea conmocin, a entregarse intensamente a la idea del suicidio. Si tuviramos una ciencia con el valor y la fuerza de responsabilidad para ocuparse del hombre y no solamente de los mecanismos de los fenmenos vitales, si tuviramos algo como lo que debiera ser una antropologa, algo as como una psicologa, seran conocidas estas realidades de todo el mundo.

    Lo que hemos dicho aqu acerca de los suicidas se refiere todo, naturalmente, a la superficie, es psicologa, esto es, un pedazo de fsica. Metafsicamente considerada, la cuestin est de otro modo y mucho ms clara, pues en este sentido los suicidas se nos ofrecen como los atacados del sentimiento de la individuacin, como aquellas almas para las cuales ya no es fin de su vida sus propias perfeccin y evolucin, sino su disolucin, tornando a la madre, a Dios, al todo. De estas naturalezas hay muchsimas perfectamente incapaces de cometer jams el suicidio real, porque han reconocido profundamente su pecado. Para nosotros, son, sin embargo, suicidas, pues ven la redencin en la muerte, no en la vida; estn dispuestos a eliminarse y entregarse, a extinguirse y volver al principio.

    Como toda fuerza puede tambin convertirse en una flaqueza (es ms, en determinadas circunstancias se convierte necesariamente), as puede a la inversa el suicida tpico hacer a menudo de su aparente debilidad una fuerza y un apoyo, lo hace en efecto con extraordinaria frecuencia. Entre estos casos cuenta tambin el de Harry, el lobo estepario. Como millares de su especie, de la idea de que en todo momento le estaba abierto el camino de la muerte no slo se haca una trama fantstica melanclico-

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    infantil, sino que de la misma idea se forjaba un consuelo y un sostn. Ciertamente que en l, como en todos los individuos de su clase, toda conmocin, todo dolor, toda mala situacin en la vida, despertaba al punto el deseo de sustraerse a ella por medio de la muerte. Pero poco a poco se cre de esta predisposicin una filosofa til para la vida. La familiaridad con la idea de que aquella salida extrema estaba constantemente abierta, le daba fuerza, lo haca curioso para apurar los dolores y las situaciones desagradables, y cuando le iba muy mal, poda expresar su sentimiento con feroz alegra, con una especie de maligna alegra:

    Tengo gran curiosidad por ver cunto es realmente capaz de aguantar un hombre. En cuanto alcance el lmite de lo soportable, no habr ms que abrir la puerta y ya estar fuera. Hay muchos suicidas que de esta idea logran extraer fuerzas extraordinarias.

    Por otra parte, a todos los suicidas les es familiar la lucha con la tentacin del suicidio. Todos saben muy bien, en alguno de los rincones de su alma, que el suicidio es, en efecto, una salida, pero muy vergonzante e ilegal, que en el fondo, es ms noble y ms bello dejarse vencer y sucumbir por la vida misma que por la propia mano. Esta conciencia, esta mala conciencia, cuyo origen es el mismo que el de la mala conciencia de los llamados autosatisfechos, obliga a los suicidas a una lucha constante contra su tentacin. Estos luchan, como lucha el cleptmano contra su vicio. Tambin al lobo estepario le era perfectamente conocida esta lucha; con toda clase de armas la haba sostenido. Finalmente, lleg, a la edad de unos cuarenta y siete aos, a una ocurrencia feliz y no exenta de humorismo, que le produca gran alegra. Fij la fecha en que cumpliera cincuenta aos como el da en el cual haba de poder permitirse el suicidio. En dicho da, as lo convino consigo mismo, habra de estar en libertad de utilizar la salida para caso de apuro, o no utilizarla, segn el cariz del tiempo. Aunque le pasase lo que quisiera, aunque se pusiera enfermo, perdiese su dinero, experimentara sufrimientos y amarguras, todo estaba emplazado, todo poda a lo sumo durar estos pocos aos, meses, das, cuyo nmero iba disminuyendo constantemente! Y, en efecto, soportaba ahora con mucha ms facilidad muchas incomodidades que antes lo martirizaban ms y ms tiempo, y acaso lo conmovan hasta los tutanos. Cuando por cualquier motivo le iba particularmente mal, cuando a la desolacin, al aislamiento y a la depravacin de su vida se le agregaban adems dolores o prdidas especiales, entonces poda decirles a los dolores: Esperad dos aos no ms y ser vuestro dueo! Y luego se abismaba con cario en la idea de que el da en que cumpliera los cincuenta aos, llegaran por la maana las cartas y las felicitaciones, mientras que l, seguro de su navaja de afeitar, se despeda de todos los dolores y cerraba la puerta tras s. Entonces veran la gota en las articulaciones, la melancola, el dolor de cabeza y el dolor de estmago dnde se quedaban.

    An resta explicar el fenmeno especfico del lobo estepario y, sobre todo, su relacin

    particular con la burguesa, refiriendo estos hechos a sus leyes fundamentales. Tomemos como punto de partida, puesto que ello se ofrece por s mismo, aquella su relacin con lo burgus.

    El lobo estepario estaba, segn su propia apreciacin, completamente fuera del mundo burgus, ya que no conoca ni vida familiar ni ambiciones sociales. Se senta en absoluto como individualidad aislada, ya como ser extrao y enfermizo anacoreta, ya como hipernormal, como un individuo de disposiciones geniales y elevado sobre las pequeas normas de la vida corriente. Consciente, despreciaba al hombre burgus y tena a orgullo no serlo. Esto no obstante, viva en muchos aspectos de un modo enteramente burgus; tena dinero en el Banco y ayudaba a parientes pobres, es verdad que se vesta sin atildamiento, pero con decencia y para no llamar la atencin; procuraba vivir en buena paz con la Polica, con el recaudador de contribuciones y otros poderes parecidos. Pero, adems, lo atraa tambin un fuerte y secreto afn constante hacia el mundo de la pequea burguesa, hacia las tranquilas y decentes casas de

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    familia, con jardinillos limpios, escaleras relucientes y toda su modesta atmsfera de orden y de pulcritud. Le gustaba tener sus pequeos vicios y sus extravagancias, sentirse extraburgus, como ente raro o como genio, pero no habitaba ni viva nunca, por decirlo as, en los suburbios de la vida, donde no hay burguesa ya. Ni estaba en su elemento entre los hombres violentos y de excepcin, ni entre los criminales y mal avenidos con la ley, sino que se quedaba siempre viviendo en los dominios de la burguesa, con cuyos hbitos, normas y ambiente no dejaba de estar en relacin, aunque fuera antagnica y rebelde. Adems, se haba criado en una educacin de pequea burguesa y haba conservado desde entonces una multitud de conceptos y rutinas. Tericamente no tena nada contra la prostitucin, pero hubiera sido incapaz de tomar en serio personalmente a una prostituta y de considerarla realmente como su igual. Al acusado de delitos polticos, al revolucionario o al inductor espiritual perseguido por el Estado y por la sociedad poda estimar como a un hermano, pero con un ladrn, salteador o asesino no hubiese sabido qu hacerse, como no fuera compadecerlos de un modo un tanto burgus.

    De esta manera reconoca y afirmaba siempre con una mitad de su ser y de su actividad, lo que con la otra mitad negaba y combata. Educado con severidad y buenas costumbres en una casa culta de la burguesa, estaba siempre apegado con parte de su alma a los rdenes de este mundo, aun despus de haberse individualizado haca mucho tiempo por encima de toda medida posible en un ambiente burgus y de haberse libertado del contenido ideal y del credo de la burguesa.

    Lo burgus, pues, como un estado siempre latente dentro de lo humano, no es otra cosa que el ensayo de una compensacin, que el afn de un trmino medio de avenencia entre los numerosos extremos y dilemas contrapuestos de la humana conducta. Si tomamos como ejemplo cualquiera de estos dilemas de contraposicin, a saber, el de un santo y un libertino, se comprender al punto nuestra alegra. El hombre tiene la facultad de entregarse por entero a lo espiritual, al intento de aproximacin a lo divino, al ideal de los santos. Tiene tambin, por el contrario, la facultad de entregarse por completo a la vida del instinto, a los apetitos sensuales y de dirigir todo su afn a la obtencin de placeres del momento. Uno de los caminos acaba en el santo, en el mrtir del espritu, en la propia renunciacin y sacrificio por amor a Dios. El otro camino acaba en el libertino, en el mrtir de los instintos, en el propio sacrificio en aras de la descomposicin y el aniquilamiento. Ahora bien, el burgus trata de vivir en un trmino medio confortable entre ambas sendas. Nunca habr de sacrificarse o de entregarse ni a la embriaguez ni al ascetismo, nunca ser mrtir ni consentir en su aniquilamiento. Al contrario, su ideal no es sacrificio, sino conservacin del yo, su afn no se dirige ni a la santidad ni a lo contrario; la incondicionalidad le es insoportable; s quiere servir a Dios, pero tambin a los placeres del mundo; s quiere ser virtuoso, pero al mismo tiempo pasarlo en la tierra un poquito bien y con comodidad. En resumen, trata de colocarse en el centro, entre los extremos, en una zona templada y agradable, sin violentas tempestades ni tormentas, y esto lo consigue, desde luego, aun a costa de aquella intensidad de vida y de sensaciones que proporciona una existencia enfocada hacia lo incondicional y extremo. Intensivamente no se puede vivir ms que a costa del yo. Pero el burgus no estima nada tanto como al yo (claro que un yo desarrollado slo rudimentariamente). A costa de la intensidad alcanza seguridad y conservacin; en vez de posesin de Dios, no cosecha sino tranquilidad de conciencia; en lugar de placer, bienestar; en vez de libertad, comodidad; en vez de fuego abrasador, una temperatura agradable. El burgus es consiguientemente por naturaleza una criatura de dbil impulso vital, miedoso, temiendo la entrega de s mismo, fcil de gobernar. Por eso ha sustituido el poder por el rgimen de mayoras, la fuerza por la ley, la responsabilidad por el sistema de votacin.

    Es evidente que este ser dbil y asustadizo, aun existiendo en cantidad tan considerable, no puede sostenerse, que por razn de sus cualidades no podra representar en el mundo otro papel que el de rebao de corderos entre lobos errantes. Sin embargo, vemos que, aunque en tiempos de los gobiernos de naturalezas muy

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    vigorosas el ciudadano burgus es inmediatamente aplastado contra la pared, no perece nunca, y a veces hasta se nos antoja que domina en el mundo. Cmo es esto posible? Ni el gran nmero de sus rebaos, ni la virtud, ni el common sense, ni la organizacin seran lo bastante fuertes para salvarlo de la derrota. No hay medicina en el mundo que pueda sostener a quien tiene la intensidad vital tan debilitada desde el principio. Y sin embargo, la burguesa vive, es poderosa y prspera. Por qu?

    La respuesta es la siguiente: por los lobos esteparios. En efecto, la fuerza vital de la burguesa no descansa en modo alguno sobre las cualidades de sus miembros normales, sino sobre las de los extraordinariamente numerosos outsiders que puede contener aqulla gracias a lo desdibujado y a la elasticidad de sus ideales. Viven siempre dentro de la burguesa una gran cantidad de temperamentos vigorosos y fieros. Nuestro lobo estepario, Harry, es un ejemplo caracterstico. l, que se ha individualizado mucho ms all de la medida posible a un hombre burgus, que conoce las delicias de la meditacin, igual que las tenebrosas alegras del odio a todo y a s mismo, que desprecia la ley, la virtud y el common sense es un adepto forzoso de la burguesa y no puede sustraerse a ella. Y as acampan en torno de la masa burguesa, verdadera y autntica, grandes sectores de la humanidad, muchos millares de vidas y de inteligencias, cada una de las cuales, aunque se sale del marco de la burguesa y estara llamada a una vida de incondicionalidades, es, sin embargo, atrada por sentimientos infantiles hacia las formas burguesas y contagiada un tanto de su debilitacin en la intensidad vital, se aferra de cierta manera a la burguesa, quedando de algn modo sujeta, sometida y obligada a ella. Pues a sta le cuadra, a la inversa, el principio de los poderosos: Quien no est contra m, est conmigo.

    Si examinamos en este aspecto el alma del lobo estepario, se nos manifiesta ste como un hombre al cual su grado elevado de individuacin lo clasifica ya entre los no burgueses, pues toda individuacin superior se orienta hacia el yo y propende luego a su aniquilamiento. Vemos cmo siente dentro de s fuertes estmulos, tanto hacia la santidad como hacia el libertinaje, pero a causa de alguna debilitacin o pereza no pudo dar el salto en el insondable espacio vaco, quedando ligado al pesado astro materno de la burguesa. Esta es su situacin en el Universo, ste su atadero. La inmensa mayora de los intelectuales, la mayor parte de los artistas pertenecen a este tipo. nicamente los ms vigorosos de ellos traspasan la atmsfera de la tierra burguesa y llegan al cosmos, todos los dems se resignan o transigen, desprecian la burguesa y pertenecen a ella sin embargo, la robustecen y glorifican, al tener que acabar por afirmara para poder seguir viviendo. Estas numerosas existencias no llegan a lo trgico, pero s a un infortunio y a una desventura muy considerables, en cuyo infierno han de cocerse y fructificar sus talentos. Los pocos que consiguen desgarrarse con violencia, logran lo absoluto y sucumben de manera admirable; son los trgicos, su nmero es reducido. Pero a los otros, a los que permanecen sometidos, cuyos talentos son con frecuencia objeto de grandes honores por parte de la burguesa, a stos les est abierto un tercer imperio, un mundo imaginario, pero soberano: estos mrtires perpetuos, a los cuales les es negada la potencia necesaria para lo trgico, para abrirse camino hasta los espacios siderales, que se sienten llamados hacia lo absoluto y, sin embargo, no pueden vivir en l: a ellos se les ofrece, cuando su espritu se ha fortalecido y se ha hecho elstico en el sufrimiento, la salida acomodaticia al humorismo. El humorismo es siempre un poco burgus, aun cuando el verdadero burgus es incapaz de comprenderlo. En su esfera imaginaria encuentra realizacin el ideal enmaraado y complicado de todos los lobos esteparios: aqu es posible no slo afirmar a la vez al santo y al libertino, plegando los polos hasta juntarlos, sino comprender adems en la afirmacin al propio burgus. Al posedo de Dios le es, sin duda, muy posible afirmar al criminal, y viceversa; pero a ambos, y a todos los otros seres absolutos, les es imposible afirmar aquel trmino tibio y neutral, lo burgus. Slo el humorismo, el magnfico invento de los detenidos en su llamamiento hacia lo ms grande, de los casi trgicos, de los infelices de la mxima capacidad, slo el humorismo (quizs el producto ms caracterstico y ms genial de la humanidad) lleva a cabo este imposible, cubre y combina todos los crculos de la

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    naturaleza humana con las irradiaciones de sus prismas. Vivir en el mundo, como si no fuera el mundo, respetar la ley y al propio tiempo estar por encima de ella, poseer, como si no se poseyera, renunciar, como si no se tratara de una renunciacin -tan slo el humorismo est en condiciones de realizar todas estas exigencias, favoritas y formuladas con frecuencia, de una sabidura superior de la vida.

    Y en caso de que el lobo estepario, a quien no faltan facultades y disposicin para ello, lograra en el laberinto de su infierno acabar de cocer y de transpirar esta bebida mgica, entonces estara salvado. An le falta mucho para ello. Pero la posibilidad, la esperanza, existe. Quien lo quiera, quien sienta simpatas por l, debe desearle esta salvacin. Ciertamente que de este modo l se quedara para siempre dentro de lo burgus, pero sus tormentos seran llevaderos y fructferos. Su relacin con la burguesa, en amor y en odio, perdera la sentimentalidad, y su ligadura a este mundo cesara de martirizarlo constantemente como una vergenza.

    Para alcanzar esto o acaso para, al final, poder todava osar el salto en el espacio, tendra un lobo estepario as que enfrentarse alguna vez consigo mismo, mirar hondamente en el caos de la propia alma y llegar a la plena conciencia de s. Su existencia enigmtica se le revelara al instante en su plena invariabilidad, y a partir de entonces sera imposible volver a refugiarse una y otra vez desde el infierno de sus instintos en los consuelos filosfico-sentimentales, y de stos en el ciego torbellino de su esencia lobuna. El hombre y el lobo se veran obligados a reconocerse mutuamente, sin caretas sentimentales engaosas, y a mirarse fijamente a los ojos. Entonces, o bien explotaran, disgregndose para siempre, de modo que se acabara el lobo estepario, o bien concertaran un matrimonio de razn a la luz naciente del humorismo.

    Es posible que Harry se encuentre un da ante esta ltima posibilidad. Es posible que un da llegue a reconocerse, bien porque caiga en sus manos uno de nuestros pequeos espejos, o porque tropiece con los inmortales, o porque encuentre quizs en uno de nuestros teatros de magia aquello que necesita para la liberacin de su alma abandonada en la miseria. Mil posibilidades as lo aguardan, su destino las atrae con fuerza irresistible, todos estos individuos al margen de la burguesa viven en la atmsfera de estas posibilidades. Una insignificancia basta, y surge la chispa.

    Y todo esto lo conoce muy bien el lobo estepario, aun cuando no llegue nunca a ver este trozo de su biografa interna. Presiente su situacin dentro del edificio del mundo, presiente y conoce a los inmortales, presiente y teme la posibilidad de un encuentro consigo mismo, sabe de la existencia de aquel espejo, en el cual siente tan terrible necesidad de mirarse y en el cual teme con mortal angustia verse reflejado.

    Para terminar nuestro estudio queda por resolver todava una ltima ficcin, una

    mixtificacin fundamental. Todas las aclaraciones, toda la psicologa, todos los intentos de comprensin necesitan, desde luego, de los medios auxiliares, teoras, mitologas, ficciones; y un autor honrado no debera omitir al final de una exposicin la resolucin en lo posible de estas ficciones. Cuando digo arriba o abajo, ya es esto una afirmacin que necesita explicarse, pues un arriba y un abajo no los hay ms que en el pensamiento, en la abstraccin. El mundo mismo no conoce ningn arriba ni abajo.

    As es tambin, para decirlo pronto, una mentira el lobo estepario. Cuando Harry se considera a s mismo como hombre-lobo y piensa que est compuesto de dos seres hostiles y contrarios, ello es puramente una mitologa simplificadora. Harry no es un hombre-lobo, y si nosotros tambin acogimos, aparentemente sin fijarnos, su ficcin, por l mismo inventada y creda, tratando de considerarlo y de explicarlo realmente como un ente doble, como lobo estepario, nos aprovechamos de un engao con la esperanza de ser comprendidos ms fcilmente, engao cuya depuracin debe intentarse ahora.

    La bidivisin en lobo y hombre, en instinto y espritu, por la cual Harry procura hacerse ms comprensible su sino, es una simplificacin muy grosera, una violencia ejercida sobre la realidad en beneficio de una explicacin plausible, pero equivocada, de

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    las contradicciones que este hombre encuentra dentro de s y que le parecen la fuente de sus no escasos sufrimientos. Harry encuentra en s un hombre, esto es, un mundo de ideas, sentimientos, de cultura, de naturaleza dominada y sublimada, y a la vez encuentra all al lado, tambin dentro de s, un lobo, es decir, un mundo sombro de instintos, de fiereza, de crueldad, de naturaleza ruda, no sublimada. A pesar de esta divisin aparentemente tan clara de su ser en dos esferas que le son hostiles, ha comprobado, sin embarg, alguna vez que por un rato, durante algn feliz momento, se reconcilian el lobo y el hombre. Si Harry quisiera tratar de determinar en cada instante aislado de su vida, en cada uno de sus actos, en cada una de sus sensaciones, qu participacin tuviera el hombre y cul el lobo, se encontrara en un callejn sin salida y se vendra abajo toda su bella teora del lobo. Pues no hay un solo hombre, ni siquiera el negro primitivo, ni tampoco el idiota, tan lindamente sencillo que su naturaleza pueda explicarse como la suma de slo dos o tres elementos principales; y querer explicar a un hombre precisamente tan diferenciado como Harry con la divisin pueril en lobo y hombre, es un intento infantil desesperado. Harry no est compuesto de dos seres, sino de ciento, de millares. Su vida oscila (como la vida de todos los hombres) no ya entre dos polos, por ejemplo el instinto y el alma, o el santo y el libertino, sino que oscila entre millares, entre incontables pares de polos.

    No ha de asombrarnos que un hombre tan instruido y tan inteligente como Harry se tenga por un lobo estepario, crea poder encerrar la rica y complicada trama de su vida en una frmula tan llana, tan primitiva y brutal. El hombre no posee muy desarrollada la capacidad de pensar, y hasta el ms espiritual y cultivado mira al mundo y a s propio siempre a travs del lente de frmulas muy ingenuas, simplificadoras y engaosas - especialmente a s propio!-. Pues, a lo que parece, es una necesidad innata fatal en todos los hombres representarse cada uno su yo como una unidad. Y aunque esta quimera sufra con frecuencia algn grave contratiempo y alguna sacudida, vuelve siempre a curar y surgir lozana. El juez, sentado frente al asesino y mirndolo a los ojos, que oye hablar todo un rato al criminal con su propia voz (la del juez) y encuentra adems en su propio interior todos los matices y capacidades y posibilidades del otro, vuelve ya al momento siguiente a su propia identidad, a ser Juez, se cobija de nuevo rpidamente en la funda de su yo imaginario, cumple con su deber y condena a muerte al asesino. Y si alguna vez en las almas humanas organizadas delicadamente y de especiales condiciones de talento surge el presentimiento de su diversidad, si ellas, como todos los genios, rompen el mito de la unidad de la persona y se consideran como polipartitas, como un haz de muchos yos, entonces, con slo que lleguen a expresar esto, las encierra inmediatamente la mayora, llama en auxilio a la ciencia, comprueba esquizofrenia y protege al mundo de que de la boca de estos desgraciados tenga que or un eco de la verdad. Pero a qu perder aqu palabras, a qu expresar cosas cuyo conocimiento se sobreentiende para todo el que piense, pero que no es costumbre expresarlas? Cuando, por consiguiente, un hombre se adelanta a extender a una duplicidad la unidad imaginada del yo, resulta ya casi un genio, al menos en todo caso una excepcin rara e interesante. Pero en realidad ningn yo, ni siquiera el ms ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeo cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades. Que cada uno individualmente se afane por tomar a este caos por una unidad y hable de su yo como si fuera un fenmeno simple, slidamente conformado y delimitado claramente: esta ilusin natural a todo hombre (aun al ms elevado) parece ser una necesidad, una exigencia de la vida, lo mismo que el respirar y el comer.

    La ilusin descansa en una sencilla traslacin. Como cuerpo, cada hombre es uno; como alma, jams. Tambin en poesa, hasta en la ms refinada, se viene operando siempre desde tiempo inmemorial con personajes aparentemente completos, aparentemente de unidad. En la poesa que hasta ahora se conoce, los especialistas, los competentes, prefieren el drama, y con razn, pues ofrece (u ofrecera) la posibilidad mxima de representar al yo como una multiplicidad -si a esto no lo contradijera la grosera apariencia de que cada personaje aislado del drama ha de antojrsenos una

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    unidad, ya que est metido dentro de un cuerpo solo, unitario y cerrado-. Y es el caso tambin que la esttica ingenua considera lo ms elevado al llamado drama de caracteres, en el cual cada figura aparece como unidad perfectamente destacada y distinta. Slo poco a poco, y visto desde lejos, va surgiendo en algunos la sospecha de que quiz todo esto es una barata esttica superficial, de que nos engaamos al aplicar a nuestros grandes dramticos los conceptos, magnficos, pero no innatos a nosotros, sino sencillamente imbuidos, de belleza de la Antigedad, la cual, partiendo siempre del cuerpo visible, invent muy propiamente la ficcin del yo, de la persona. En los poemas de la vieja India, este concepto es totalmente desconocido; los hroes de las epopeyas indias no son personas, sino nudos de personas, series de encarnaciones. Y en nuestro mundo moderno hay obras poticas en las cuales, tras el velo del personaje o del carcter, del que el autor apenas si tiene plena conciencia, se intenta representar una multiplicidad anmica. Quien quiera llegar a conocer esto ha de decidirse a considerar a las figuras de una poesa as no como seres singulares, sino como partes o lados o aspectos diferentes de una unidad superior (sea el alma del poeta). El que examine, por ejemplo, al Fausto de esta manera, obtendr de Fausto, Mefistfeles, Wagner y todos los dems una unidad, un hiperpersonaje, y nicamente en esta unidad superior, no en las figuras aisladas, es donde se denota algo de la verdadera esencia del alma humana. Cuando Fausto dice aquella sentencia tan famosa entre los maestros de escuela y admirada con tanto horror por el filisteo: Hay viviendo dos almas en mi pecho, entonces se olvida de Mefistfeles y de una multitud entera de otras almas, que lleva igualmente en su pecho. Tambin nuestro lobo estepario cree firmemente llevar dentro de su pecho dos almas (lobo y hombre), y por ello se siente ya fuertemente oprimido. Y es que, claro, el pecho, el cuerpo no es nunca ms que uno; pero las almas que viven dentro no son dos, ni cinco, sino innumerables; el hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de muchos hilos. Esto lo reconocieron y lo supieron con exactitud los antiguos asiarcas, y en el yoga budista se invent una tcnica precisa para desenmascarar el mito de la personalidad. Pintoresco y complejo es el juego de la vida: este mito, por desenmascarar el cual se afan tanto la India durante mil aos, es el mismo por cuyo sostenimiento y vigorizacin ha trabajado el mundo occidental tambin con tanto ahnco.

    Si observamos desde este punto de vista al lobo estepario, nos explicamos por qu sufre tanto bajo su ridcula duplicidad. Cree, como Fausto, que dos almas son ya demasiado para un solo pecho y habran de romperlo. Pero, por el contrario, son demasiado poco, y Harry comete una horrible violencia con su alma al tratar de explicrsela de un aspecto tan rudimentario. Harry, a pesar de ser un hombre muy ilustrado, se produce como, por ejemplo, un salvaje que no supiera contar ms que hasta dos. A un trozo de silo llama hombre; a otro, lobo, y con ello cree estar al fin de la cuenta y haberse agotado. En el hombre mete todo lo espiritual, sublimado o, por lo menos, cultivado, que encuentra dentro de s, y en el lobo todo lo instintivo, fiero y catico. Pero de un modo tan simple como en nuestros pensamientos, de un modo tan grosero como en nuestro ingenuo lenguaje, no ocurren las cosas en la vida, y Harry se engaa doblemente al aplicar esta teora primitiva del lobo. Tememos que Harry atribuya ya al hombre regiones enteras de su alma que an estn muy distantes del hombre, y en cambio al lobo partes de su ser que hace ya mucho se han salido de la fiera.

    Como todos los hombres, cree tambin Harry que sabe muy bien lo que es el ser humano, y, sin embargo, no lo sabe en absoluto, aun cuando lo sospecha con alguna frecuencia en sueos y en otros estados de conciencia difciles de comprobar. Si no olvidara estas sospechas! Si al menos se las asimilara en todo lo posible! El hombre no es de ninguna manera un producto firme y duradero (ste fue, a pesar de los presentimientos contrapuestos de sus sabios, el ideal de la Antigedad), es ms bien un ensayo y una transicin; no es otra cosa sino el puente estrecho y peligroso entre la naturaleza y el espritu. Hacia el espritu, hacia Dios lo impulsa la determinacin ms ntima; hacia la naturaleza, en retorno a la madre, lo atrae el ms ntimo deseo: entre

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    ambos poderes vacila su vida temblando de miedo. Lo que los hombres, la mayor parte de las veces, entienden bajo el concepto hombre, es siempre no ms que un transitorio convencionalismo burgus. Ciertos instintos muy rudos son rechazados y prohibidos por este convencionalismo; se pide un poco de conciencia, de civilidad y desbestializacin, una pequea porcin de espritu no slo se permite, sino que es necesaria. El hombre de esta convencin es, como todo ideal burgus, un compromiso, un tmido ensayo de ingenua travesura para frustrar tanto a la perversa madre primitiva Naturaleza como al molesto padre primitivo Espritu en sus vehementes exigencias, y lograr vivir en un trmino medio entre ellos. Por esto permite y tolera el burgus eso que llama personalidad; pero al mismo tiempo entrega la personalidad a aquel moloc Estado y enzarza continuamente al uno contra la otra. Por eso el burgus quema hoy por hereje o cuelga por criminal a quien pasado maana ha de levantar estatuas.

    Que el hombre no es algo creado ya, sino una exigencia del espritu, una posibilidad lejana, tan deseada como temida, y que el camino que a l conduce slo se va recorriendo a pequeos trocitos y bajo terribles tormentos y xtasis, precisamente por aquellas raras individualidades a las que hoy se prepara el patbulo y maana el monumento; esta sospecha vive tambin en el lobo estepario. Pero lo que l dentro de s llama hombre, en contraposicin a su lobo, no es, en gran parte, otra cosa ms que precisamente aquel hombre mediocre del convencionalismo burgus. El camino al verdadero hombre, el camino a los inmortales, no deja Harry de adivinarlo perfectamente y lo recorre tambin aqu y all con timidez muy poco a poco, pagando esto con graves tormentos, con aislamiento doloroso. Pero afirmar y aspirar a aquella suprema exigencia, a aquella encarnacin pura y buscada por el espritu, caminar la nica senda estrecha hacia la inmortalidad, eso lo teme l en lo ms profundo de su alma. Se da perfecta cuenta: ello conduce a tormentos an mayores, a la proscripcin, al renunciamiento de todo, quizs al cadalso; y aunque al final de este camino sonre seductora la inmortalidad, no est dispuesto a sufrir todos estos sufrimientos, a morir todas estas muertes. Aun teniendo ms conciencia del fin de la encarnacin que los burgueses, cierra, sin embargo, los ojos y no quiere saber que el apego desesperado al yo, el desesperado no querer morir, es el camino ms seguro para la muerte eterna, en tanto que sabe morir, rasgar el velo del arcano, ir buscando eternamente mutaciones al yo, conduce a la inmortalidad. Cuando adora a sus favoritos entre los inmortales, por ejemplo a Mozart, no lo mira en ltimo trmino nunca sino con ojos de burgus, y tiende a explicarse doctoralmente la perfeccin de Mozart slo por sus altas dotes de msico, en lugar de por la grandeza de su abnegacin, paciencia en el sufrimiento e independencia frente a los ideales de la burguesa, por su resignacin para con aquel extremo aislamiento, parecido al del huerto de Getsemani, que en torno del que sufre y del que est en trance de reencarnacin enrarece toda la atmsfera burguesa hasta convertirla en helado ter csmico.

    Pero, en fin, nuestro lobo estepario ha descubierto dentro de s, al menos, la duplicidad fustica; ha logrado hallar que a la unidad de su cuerpo no le es inherente una unidad espiritual, sino que, en el mejor de los casos, slo se encuentra en camino, con una larga peregrinacin por delante, hacia el ideal de esta armona. Quisiera o vencer dentro de s al lobo y vivir enteramente como hombre o, por el contrario, renunciar al hombre y vivir, al menos, como lobo, una vida uniforme, sin desgarramientos. Probablemente no ha observado nunca con atencin a un lobo autntico; hubiese visto entonces quiz que tampoco los animales tienen un alma unitaria, que tambin en ellos, detrs de la bella y austera forma del cuerpo, viven una multiplicidad de afanes y de estados; que tambin el lobo tiene abismos en su interior, que tambin el lobo sufre. No, con la Vuelta a la naturaleza! va siempre el hombre por un falso camino, lleno de penalidades y sin esperanzas. Harry no puede volver a convertirse enteramente en lobo, y silo pudiera, vera que tampoco el lobo es a su vez nada sencillo y originario, sino algo ya muy complicado y complejo. Tambin el lobo

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    tiene dos y ms de dos almas dentro de su pecho de lobo, y quien desea ser un lobo incurre en el mismo olvido que el hombre de aquella cancin:

    Feliz quien volviera a ser nio! El hombre simptico, pero sentimental, que canta la cancin del nio dichoso, quisiera volver tambin a la naturaleza, a la inocencia, a los principios, y ha olvidado por completo que los nios no son felices en absoluto, que son capaces de muchos conflictos, de muchas desarmonas, de todos los sufrimientos.

    Hacia atrs no conduce, en suma, ninguna senda, ni hacia el lobo ni hacia el nio. En el principio de las cosas no hay sencillez ni inocencia; todo lo creado, hasta lo que parece ms simple, es ya culpable, es ya complejo, ha sido arrojado al sucio torbellino del desarrollo y no puede ya, no puede nunca ms nadar contra corriente. El camino hacia la inocencia, hacia lo increado, hacia Dios, no va para atrs, sino hacia delante; no hacia el lobo o el nio, sino cada vez ms hacia la culpa, cada vez ms hondamente dentro de la encarnacin humana. Tampoco con el suicidio, pobre lobo estepario, se te saca de apuro realmente; tienes que recorrer el camino ms largo, ms penoso y ms difcil de la humana encarnacin; habrs de multiplicar todava con frecuencia tu duplicidad; tendrs que complicar an ms tu complicacin. En lugar de estrechar tu mundo, de simplificar tu alma, tendrs que acoger cada vez ms mundo, tendrs que acoger a la postre al mundo entero en tu alma dolorosamente ensanchada, para llegar acaso algn da al fin, al descanso. Por este camino marcharon Buda y todos los grandes hombres, unos a sabiendas, otros inconscientemente, mientras la aventura les sala bien. Nacimiento significa desunin del todo, significa limitacin, apartamiento de Dios, penosa reencarnacin. Vuelta al todo, anulacin de la dolorosa individualidad, llegar a ser Dios quiere decir: haber ensanchado tanto el alma que pueda volver a comprender nuevamente al todo.

    No se trata aqu del hombre que conoce la escuela, la economa poltica ni la estadstica, ni del hombre que a millones anda por la calle y que no tiene ms importancia que la arena o que la espuma de los mares: da lo mismo un par de millones ms o menos; son material nada ms. No, nosotros hablamos aqu del hombre en sentido elevado, del trmino del largo camino de la encarnacin humana, del hombre verdaderamente regio, de los inmortales. El genio no es tan raro como quiere antojrsenos con frecuencia; claro que tampoco es tan frecuente, como se figuran las historias literarias y la historia universal y hasta los peridicos. El lobo estepario Harry, a nuestro juicio, sera genio bastante para intentar la aventura de la encarnacin humana, en lugar de sacar a colacin lastimeramente a cada dificultad su estpido lobo estepario.

    Que hombres de tales posibilidades salgan del paso con lobos esteparios y hay viviendo dos almas en mi pecho, es tan extrao y entristecedor como que muestren con frecuencia aquella aficin cobarde a lo burgus. Un hombre capaz de comprender a Buda, un hombre que tiene nocin de los cielos y abismos de la naturaleza humana, no debera vivir en un mundo en el que dominan el common sense, la democracia y la educacin burguesa. Slo por cobarda sigue viviendo en l, y cuando sus dimensiones lo oprimen, cuando la angosta celda de burgus le resulta demasiado estrecha, entonces se lo apunta a la cuenta del lobo y no quiere enterarse de que a veces el lobo es su parte mejor. A todo lo fiero dentro de silo llama lobo y lo tiene por malo, por peligroso, por terror de los burgueses; pero l, que cree, sin embargo, ser un artista y tener sentidos delicados, no es capaz de ver que fuera del lobo, detrs del lobo, viven otras muchas cosas en su interior; que no es lobo todo lo que muerde; que all habitan adems zorro, dragn, tigre, mono y ave del paraso. Y que todo este mundo, este completo edn de miles de seres, terribles y lindos, grandes y pequeos, fuertes y delicados, es ahogado y apresado por el mito del lobo, lo mismo que el verdadero hombre que hay en l es ahogado y preso por la apariencia de hombre, por el burgus.

    Imagnese un jardn con cien clases de rboles, con mil variedades de flores, con cien especies de frutas y otros tantos gneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este jardn no conoce otra diferenciacin botnica que lo comestible y la mala hierba, entonces no sabr qu hacer con nueve dcimas partes de su jardn, arrancar las flores ms encantadoras, talar los rboles ms nobles, o los odiar y mirar con malos ojos.

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    As hace el lobo estepario con las mil flores de su alma. Lo que no cabe en las casillas de hombre o de lobo, ni lo mira siquiera. Y qu de cosas no clasifica como hombre! Todo lo cobarde, todo lo simio, todo lo estpido y minsculo, como no sea muy directamente lobuno, lo cuenta al lado del hombre, as como atribuye al lobo todo lo fuerte y noble slo porque an no consiguiera dominarlo.

    Nos despedimos de Harry. Lo dejamos seguir solo su camino. Si ya estuviese con los inmortales, si ya hubiera llegado all donde su penosa marcha parece apuntar, cmo mirara asombrado este ir y venir, este fiero e irresoluto zigzag de su ruta, cmo sonreira a este lobo estepario, animndolo, censurndolo, con lstima y con complacencia!

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    SIGUEN LAS ANOTACIONES DE HARRY HALLER

    Slo para locos Cuando hube terminado de leer, se me ocurri que algunas semanas antes haba

    escrito una noche una poesa un tanto singular que tambin trataba del lobo estepario. Estuve buscndola en el torbellino de mi revuelta mesa de escritorio, la encontr y le:

    Yo voy, lobo estepario, trotando por el mundo de nieve cubierto; del abedul sale un cuervo volando, y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto. Me enamora una corza ligera, en el mundo no hay nada tan lindo y hermoso; con mis dientes y zarpas de fiera destrozara su cuerpo sabroso. Y volviera mi afn a mi amada, en sus muslos mordiendo la carne blanqusima y saciando mi sed en su sangre por mi derramada, para aullar luego solo en la noche tristsima. Una liebre bastara tambin a mi anhelo; dulce sabe su carne en la noche callada y oscura. Ay! Por qu me abandona en letal desconsuelo de la vida la parte ms noble y ms pura? Vetas grises adquiere mi rabo peludo; voy perdiendo la vista, me atacan las fiebres; hace tiempo que ya estoy sin hogar y viudo y que troto y que sueno con corzas y liebres que mi triste destino me ahuyenta y espanta. Oigo al aire soplar en la noche de invierno, hundo en nieve mi ardiente garganta, y as voy llevando mi msera alma al infierno.

    All tena yo, pues, dos retratos mos en la mano; el uno, un autorretrato en malos

    versos, triste y receloso como mi propia persona; el otro, fro y trazado con apariencia de alta objetividad por persona extraa, visto desde fuera y desde lo alto, escrito por uno que saba ms y al prop