EDI~ION - RACMYP

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C O M P U E S T O

N U E V A E D I ~ I O N

C O R R E G I D A

P n R LA REAL ACADEMIA ESPAROLA. y *&(fa

-.A

PARTE PRIMERA.

T O M O 1.

OON -R. . , . a •

aw ~ a b n 1 6 m& berr JOAQUm IBARRA IYPRaSOR BE CAXARA

Y I2S LA =AL ACADEMIA.

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La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

de la Fiesta Libro

Manuel Carribn

Un Real Decreto de 6 de Febrero de 1926 (Gaceta de Madrid, 9.2.1926), accediendo a la propuesta del Ministro de Trabajo, Comercio e Industria, D. Eduardo Aunós Perez, establecía en su art. 1 que "el día 7 de octubre de todos los años se conmemorará la fecha del natalicio del Príncipe de las letras españolas Miguel de Cewantes Saavedra, celebrando una fiesta dedi- cada al libro español" y, en el artículo 13 y último, que "la primera fiesta del libro español se celebrará el día 7 de octubre de 1926".

La Fiesta del Libro presentaba dos aspectos esenciales. Era. por supuesto, una ocasión de solemnidades académicas conme- morativas, que implicaba a las academias ofi- ciales y a todos los centros docentes de cual- quier clase y nivel, pero es designada también más de una vez en el Decreto como "Día del Libro" e incluía una clara decisión política de promoción del libro y de la lectura en la so- ciedad española. El Real Decreto, sin dema- siado lastre retórico, contiene algunas singu- laridades dignas de nota, entre las que resaltan el hecho de que la iniciativa parta del Minis- terio de Trabajo, Comercio e Industria, donde acertadamente se hallaba el Comité Oficial del Libro (con lo que se deja ver el doble as- pecto de objeto comercial y de medio cultural del libro que exige una doble acción promo- tora por parte del Estado); la extensión del concepto de "libro español" a todo el "que di- funde y expresa el pensamiento, la tradición y la vida de los gloriosos pueblos hispanoame- ricanos ... como guardador de las esencias, de las virtudes y de la cultura hispana" y, por úl- timo, la toma de medidas muy concretas. Estas son, unas veces, de carácter publicitario y

simbólico, como la lectura pública colectiva, durante una hora, en todas las escuelas y centros militares o la privada en los centros de asistencia sanitaria y en los penitenciarios, y la obligación de que "las bibliotecas oficiales y las de los centros e instituciones de enseñanza" ingresen libros nuevos en el Día del Libro y los registren "como adquiridos en celebración de esta fiesta cultural". Otras veces, incluyen obli- gaciones y compromisos económicos, como son la obligación de todas las entidades subvencio- nadas por el Estado de destinar el uno por mil a "la compra y reparto de libros", el deber de las Diputaciones de crear por lo menos una biblioteca popular en esta fecha, el de los Ayuntamientos de destinar del medio al tres por mil "a la creación de bibliotecas populares o reparto de libros en sus establecimientos de enseñanza o de beneficencia y entre los niños pobres", la promoción de descuentos especiales a los compradores en esta fechas y la creación de dos premios especiales, uno para artículos periodísticos, por parte de las Cámaras Oficia- les del Libro, y otro "destinado a la obra de mayor interes científico, cultural o literario que se publique cada año".

La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, como vamos a ver, cumplió pun- tualmente con la parte que le correspondía. En alguna medida, no debid de ser éste el caso de las universidades y de otros centros de ense- Aanza, ya que una R. O. de 24 de septiembre de 1929 (Gaceta, 25.9.1 929) recordaba a los centros docentes y a las bibliotecas la obliga- ción de celebrar la Fiesta del Libro "que pueden celebrar, bien aisladamente, bien reuniéndose en un solo Centro de cada localidad".

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escritos publicados (53 se enumeran en una bi- bliografía de 1933) incluyen libros, folletos y numerosos artículos periodísticos, desde los

La Fiesta del Libro. primeros de carácter moralizante y educativo,

E publicados en Palencia (Narraciones bíblicas,

Una inter de Abundio Z. Menéndez, 1893) y en Einsiedeln D. Alvaro ópez Núfiez- (El álbum) respectivamente. hasta sus últimos 1926 trabajos doctrinales, pasando por obras de

Entre la fecha de promulgación del R.D. y la de la celebración de la primera Fiesta mediaban muy pocos días. Y el encargado de sacar a la Academia del compromiso, de pro- nunciar el primer discurso de celebración de la Fiesta del Libro el jueves, 7 de octubre de 1926 día conmemorativo del nacimiento de Cervantes, fue D. Alvaro López Núñez. Nacido en León en 1865 y dedicado a la docencia en sus primeros afios de actividad profesional, in- gresaría en 1903 en el Instituto de Reformas Sociales y comenzaría su verdadera actividad

no sólo de educador, sino

- --l. :* de edificador o, si quere- ' 7%: L - .iy. mos de "agitador" social,

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en una acertada mezcla de hombre de acción, erudito y sociólogo movido por

Fueron los ideales como la lucha contra el paro, el pacifismo

mercaderes activo, la preocupación por

quienes primero la seguridad y la previsión sociales, la prevención ante

pensaron en la lucha de clases y el co- munismo galopante y, en

celebrarla, y eso fin, la "reforma social" den-

tenemos que agradecerles

tro de la doctrina social de la Iglesia. [V. Luis Jordana de Pozas. "Vida y muerte del Excmo. Sr. D. Alvaro

quienes a veces Lopez Núñez". Anales de la Real Academia de Cien-

no estábamos muy cias Morales y ~o~í t jcas,

satisfechos de XIX ( 1 977) n.O 54, págs. 261-278). Todos ellos le

la organización llevarían a tener materia y cauce ideológico para

actual que ellos muchas obras escritas, a la fundación de la "Demo-

han dado cracia Cristianan en España

al comercio y (junto con Salvador . ~ i n - ~íuiión, que le sucedería en

a la circulación su *medalla de la Acade- mia, y con Severino Aznar,

de 10s libros que contestafia a Minguijón en su discurso de ingreso, entre otros) y a morir trá- gicamente en Paracuellos el último día de noviembre de 1936. Sus abundantes

crítica social y amena lectura en buena prosa, como su Silva de dichos y hechos (Madrid, Sucs. de M. Minuesa de los Ríos, 1922), ver- dadera "silva de varia lección" todavía sabrosa de leer, donde el lector puede encontrarse con sencillas pinceladas costumbristas:

"Si tienes vocación para el matrimonio, procura elegir mujer antes de pasar los cuarenta años, porque, de otro modo, corres peligro de casarte, al fin, con la criada ",

o con toda una detenida nota necrológica so- bre Nicolás Achúcarro, cuya muerte confiesa haber presentido en la noche en que aconten- cía. Algunas de sus obras fueron traducidas al alemán. Como académico, electo el 16 de di- ciembre de 191 9, leerá su discurso de ingreso so- bre "Ideario de previsión social" el 6 de junio de 1920, siendo contestado por D. Eduardo Sanz y Escartin y permaneciendo activo hasta su muerte, como demuestra el hecho de ocupar el décimo puesto en el escalafón por asistencias a fines de 1935, con más de quinientas.

El discurso de López Núñez se tituló Comentarios a la Fiesta del Libro (Madrid: Vda. de Jaime Ratés, 1926 y Memorias de la Academia de C. M. y P., t. XI, págs. 263-285, que nos sirve de texto) con una sencillez justi- ficada en este caso por la premura con que hubo de ser preparado. Las disculpas pedidas por ello en el exordio, en todos los casos con tendencia a la retórica un tanto hueca, eran bien sinceras. Con todo, el discurso tiene una arquitectura bien trazada, se ocupa de pro- blemas vivos y se ajusta perfectamente a la circunstancia en que se pronunciaba.

López Núñez comienza fijándose en el origen de la Fiesta y comprobando que "fueron los mercaderes quienes primero pensaron en celebrarla, y eso tenemos que agradecerles quienes a veces no estábamos muy satisfechos de la organización actual que ellos han dado al comercio y a la circulación de los libros", Se trataba de la vieja lucha entre el autor famélico y explotado y el editor enriquecido y explotador. Una visión demasiado simple, pero con arraigo literario. López Núñez funda su observación en

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el hecho de que la Fiesta haya sido creada por iniciativa del Ministerio de Trabajo, Comercio e Industria y cofiesa que la iniciativa puede servir también para encontrar la paz entre supuestos adversarios que no tienen más remedio que encontrarse:

"Tal vez fiestas como esta del Libro español sean parte a ennoblecer estas relaciones sacándolas de los viejos fondos de la conveniencia mercantil pa- ra elevarlas a las más nobles regiones de la ética social. Minerva y Mercurio se han mostrado como buenos her- manos en la presente ocasión, y por ello hemos de dar mil gracias a los dioses pidiéndoles que tal fraternidad dure muchos años para bien de las le- tras españolas y de los que a ellas dedicamos nuestro tiempo con mejor voluntad que fortuna".

El discurso, que discurre con mucho acierto en torno a las circunstancias de la Fiesta destaca a continuación el interés y la natural cooperación de la Academia en todo cuanto contribuya "a dar mayor impulso al saber y a enaltecer las letras" (visión dicotómica de las publicaciones, todavía vigente en la bibliote- conomía y en la bibliografía mundiales, como "literatura documental" y "literatura de ficción") que tiene demostrados con el mantenimiento de su biblioteca "una de las mejores de España, en cuanto a las disciplinas de esta Corporación se refiere", perfectamente organizada y dirigida "por un académico doctísimo y muy versado en las Ciencias y las Artes de la Bibliología", con sus concursos anuales que desembocan, hasta donde las posibilidades económicas lo permiten (y no era muy boyante la situación por aquel entonces), en la publicación de l ibros y en su distribución gratuita a los estudiosos.

La presencia casi continua de "cer- vantistas calificadísimos"entre los académicos constituye otra prueba que justifica la presen- cia de la Academia en una Fiesta muy unida al recuerdo de Cervantes quien, de manera es- pecial en el Quijote, manifiesta ser un verda- dero hombre de libros "en páginas que son preciosos antecedentes para nuestra historia bibliográfica".

Pero el verdadero cuerpo del discurso lo constituyen un canto a la cultura hispana, un elogio del libro (de "los libros buenos", claro está) y una llamada a la promoción social de la lectura.

La dimensión hispanoamericana ("su- damericana", dice él; iberoamericana o latino- americana, diríamos hoy) de la Fiesta entu- siasma a López Nútiez. España se ha olvidado de las naciones hispanoamericanas que han buscado su alimento espiritual en las ideas y en los libros franceses y, en algunos casos, en los italianos.

"Durante largos años nuestra librería nacional no ha cuidado mucho de abastecer el mercado sudamericano, dándose el caso, verdaderamente la- mentable, de que los verdaderos pro- veedores de libros castellanos en el nuevo Continente eran las bien cono- cidas casas editoriales de Friburgo de Brisgovia, de Einsiedeln, París y Nueva York" (págs. 267-268).

Los resultados han afectado también a la corrupción del idioma y el remedio deben proporcionarlo, además de fiestas como la del Libro "hispano", la fundación, ya comenzada, de academias americanas "en relación con es- tas nuestras españolas" y "en las visitas que algunos españoles eminentes han realizado a las principales Universidades y centros de en- sefianza en aquellas naciones".

El elogio del libro lo deja encomendado a la pluma de Ricardo de Bury en su Philobiblon, para la Edad Media; a la de Fray Diego de Arce (que se refiere más directamente a las bibliote- cas que al libro) en su De las librerías, para el Siglo de Oro, y, finalmente a la tan aguda del P. Feijóo, para la Ilustración, que dice en la de- dicatoria a las Adiciones al Teatro Crítico:

"Un entendimiento ilustrado y perspicaz suele hallar en los libros más de lo que hay en ellos, o, por lo menos, más que lo que el autor mismo entendió y quiso dar a entende L. . De la mina del metal más basto sabe sacar algunas partículas de oro. Los mismos yerros suelen servirle, excitando algunas in- geniosas reflexiones que sin esa causa ocasional nunca lograrían su existencia. Y finalmente el hombre más docto puede adquirir uno u otra noticia en el libro más inepto: pues ninguno hay en el mundo tan sabio a quien no se oculte algo de lo que alcanza uno u otro ignorante" (págs.27 1 - 272) .

Esta última cita, por cierto, con su aprecio generoso y liberal de los libros, supera la visión misma, todavía demasiado maniquea,

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que tenía nuestro académico quien se cree obligado a aclarar:

"Claro es que todo cuanto queda di- cho en alabanza de los libros y de su lectura se ha de entender exclusiva- mente de los libros buenos, y es evi- dente que, al contrario, los libros ma- los son dignos de censura y vituperio" (p. 272) .

Como era de esperar en autor tan ca- racterizado por sus preocupaciones sociales y educativas, se entretiene en el problema de la lectura con especial detenimiento. Para la salud del espíritu es preciso fomentar el hábito de la lectura y "para ello conviene cultivar en los niños la afición a los libros buenos y bellos, haciendo que las nobles artes gráficas se esmeren en perfeccionar estas obras que han de ponerse en manos de la infancia". Analiza la situación en que se encuentran la industria papelera, la tipográfica, las artes de la encuadernación y el comercio librero, en cuyos establecimientos abunda ya el personal bien preparado

"y buena parte de él son mujeres gra- ciosas y bonitas. Algunas de estas li- brerías, sobre todo en Madrid y Bar- celona, hállanse instaladas en verda- deros palacios, con salones de lectura y de conferencias donde se reúnen en gratas y provechosas tertulias literatos, perio- distas y hombres de saber" (p. 275) .

Invita también al estudio de los inte- reses de los lectores, para desembocar en las "bibliotecas circulantes, por tantos conceptos utilísimas" de las cuales, nos confiesa ya había hablado en Silva de hechos y dichos:

"Esto de la circulación gratuita de los bienes espirituales es uno de los más grandes progresos de la humanidad y uno de los pocos casos de verdadera democracía que hay en el mundo ... Hoy día estas grandes obras son, por decirlo as[ patrimonio de la humanidad, y en museos y bibliotecas, abiertos al público, ofrecen a todos sus primores" (p. 276).

Pero la biblioteca circulante ofrece además dos ventajas: hace posible la lectura en cualquier parte y "fomenta uno de los más prodigiosos factores del progreso espiritual de los pueblos, a saber,: el "crédito personal" que "contribuye a atar más el vínculo de la caridad humana, o de solidaridad, como hoy innece- sariamente se dice".

El discurso termina con una nota ori- ginal de alabanza al periódico moderno ("bue- no y escogido, no al malo y chapucero") que "es el libro andante que lleva a todas partes, como el sol, la luz y el calor de la cultura", con una llamada a la difusión del libro, a la modernización de su estructura industrial, a la profesionalización del escritor y a una vida alimentada de valores humanos en la que tenga su puesto la lectura. Aunque reconoce ser más de lo que pide la Fiesta del Libro, apela también al horizonte de su utopía cristiana:

"Pensamos que ha de mejorar esta si- tuación adquiriendo la humanidad aquella paz interna que le permita gozar los nobles placeres del espíritu, cuando se logre una más justa distri- bución de las riquezas creadas por Dios para todos los hombres y no para un corto número de escogidos; cuando el trabajo no sea considerado como una mercancía, sino como el cumpli- miento de un deber ético que obligue a todos, pobres y ricos; cuando todos vean que con el fruto de su trabajo reali- zan su derecho a una vida decorosa; cuando los hombres no tengan nece- sidad de diputarse unos a otros el pan en lucha de bárbaras fieras; cuando el hogar y la familia sean enaltecidos y no, como hoy, menospreciados ... ; entonces, distribuido el trabajo entre todos, tocará a cada uno menos, y la jornada reducida permitirá las dulces expansiones del espíritu" (p. 2 8 3).

En su discurso, Lopez Núñez demuestra un buen conocimiento del mundo de libro y sabe situar con eficacia sus problemas en el marco de su actividad de escritor y de periodista y de sus preocupaciones de sociólogo cristiano.

Si el discurso del año 26 tenía la apa- riencia de un discurso de circunstancias, pero sometió en realidad a un ponderado análisis los distintos aspectos de la Fiesta del Libro en su primera celebración, el del año siguiente

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reunía "a priori" todas las condiciones para re- sultar un discurso ejemplar. Había sido encar- gado con tiempo y se había encomendado la tarea a la persona que parecía ser la más indi- cada de la Academia, D. Luis Redonet y López- Dóriga que, habiendo cursado los estudios de Derecho y los de Archivero, Bibliotecario y Ar- queólogo, reunía en sí la triple condición de jurista, historiador y bibliotecario. Su discurso lleva por título El amor al libro (Madrid: Vda. e Hijos de J. Ratés, 1927) .

Redonet, a lo largo de una vida casi cen- tenaria (1 875-1 972), perteneció al Cuerpo Facul- tativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, tuvo su viaje de formación alemana, ocupó dis- tintos cargos públicos, profesó Derecho en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, escri- bió obras literarias de carácter costumbrista en- marcadas en su tierra santanderina, estudios de importancia (el primero El crédito agrícola será premiado en 1902 por nuestra Academia) sobre aspectos jurídicos rurales (el crédito, la industria ganadera, la policía) y algunos sobre la biblioteca que dirigió tantos años, fue académico de la de la Historia y de la de Ciencias Morales y Políticas (en ésta fue elegido en 191 9 y asistió a sus reu- niones hasta 1970) y ejerció aquí el cargo de bi- bliotecario, nunca mejor dicho, perpetuo, desde 1922 hasta su renuncia en 1968.

Con los ingredientes biográficos enume- rados podía esperarse un producto literario y científico algo más consistente que su discurso. En realidad él mismo, no sin excesivo desenfado, confiesa al comenzar su disertación que no con- sidera necesario desvelar los secretos de la ges- tación (técnica) de un libro, para incitar a su amor, fin al

"que se encaminan las observaciones que os anuncié, escritas con premura en la paz de una aldea santanderina, sin otros elementos de trabajo que mi flaca memorta y los que me ofrece mi demedrada librería veraniega, pues para huir del peligro de escribir un discurso demasiado extenso y amaza- cotado pronto desistí de mi primer propósito de utilizar el copioso fondo de la Biblioteca de Menéndez y Pelayo, que se levanta no lejos de mi huerto, y casi, cast me coloca en aquel estado de felicidad ideado por Cicerón: si hortum in bibliotheca habes, deerit nihil" (págs. 6 y 7).

Redonet debió de ser en verdad un tanto atrabiliario, como demuestran algunas

de sus actuaciones reflejadas en las Actas de la Academia (en especial, su conato de dimisión provocado por el hecho de que la Academia juzgase oportuno abrir su biblioteca al servicio de préstamo bibliotecario, contra el parecer, quién lo diría, precisamente de su bibliotecario perpetuo) y quien traza su necrológica (Excmo. Sr. D. Francisco Moreno y Herrera, Conde de los Andes. "Semblanza de Luis Redonet". Anales de la R. A. de Ciencias Morales y Políticas, n. 49 ( 1 973) p. 21 5-230) nos hace ver cómo el carác- ter de este "perfecto caballero cristiano" se suavizó y templó al final de su vida con la prueba de la ceguera en sus últimos años.

Ante el amor al libro, Redonet se muestra precavido, ya que considera que no debe confundirse con el amor de las letras, puesto que hay libros de muy distinto valor y hasta detestables; existen llamados bibliófilos que son verdaderos enemigos del libro, ya que muchos no saben concertar armónicamente "el amor al buen libro y el amor al buen ejemplar" y caen en

"el peligro de una exageración que traspase los límites de lo natural justo y conveniente, y se traduzca en alguno de los vicios que convierten a los biblió- filos, o a quienes presumen de serlo, en entes anormales, dañosos en defi- nitiva para el mismo libro que aman. A la cabeza de ellos pueden ponerse los que por su amor desordenado o por no amar sino alguno de los com- ponentes del libro, le hurtan, ocultan y menoscaban" (p. 8) .

Curiosamente ve también Redonet un peligro para el libro (al menos para su difusión) en el hecho que "resulta innegable y conviene pregonar" de "que la inmensa mayoría de las mujeres siente odio, desprecio o indiferencia por los libros, en todo caso falta de amor" y, por consiguiente, "interesarlas [sic] por él constituirá un paso decisivo para hacerle amable a todo el mundo". Termina Redonet su serie de avisos y advertencias lanzando una anda- nada contra los bibliómanos deshumanizados (y, al hacerlo, alguien diría que tiene en la me- moria una figura muy preclara de su propia tierra), antes de entonar, por fin, un canto al libro y de dejarnos ver la verdadera demos- tración del amor al mismo

Para lo primero, echa mano, una vez más de las laudes de de Bury y, para lo se- gundo, reconociendo la verdad del dicho de Plinio el Viejo al afirmar que "no hay libro tan

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malo que no contenga algo bueno", insiste en la necesidad fundamental de que "se presente y ofrezca, en el momento oportuno, un manjar adecuado a las fuerzas de asimilación de cada uno". Esto le da pie para intervenir en una polé- mica que constituye un capítulo de la historia literaria y cultural en la España del primer tercio del siglo XX que luchaba todavía contra el analfabetismo: se trata de la lectura del Quijote en las escuelas.

Es un hecho, dice Redonet, que es- tando dedicada la Fiesta del Libro al inmortal autor de nuestra primera novela, ésta no es leida por casi nadie. El 6 de marzo de 1920, con Rodríguez Marín como Director de la Bi- blioteca Nacional, se inaugura en este centro una Sala Cervantes (que serviría de base a una Sección de Cervantes, hoy ya desaparecida) dotada de ricos muebles de caoba y se ponía a la firma del Rey una R.O. que declaraba obligatoria la lectura del Quijote en todas las escuelas nacionales. Redonet, una vez más y aprovechando una conferencia leida en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación en sesión del día 8 de mayo de 1920 (De la en- señanza primaria en los presupuestos. Ma- drid: Reus, 1920), se declara contrario a este medida no por razones morales de nunguna clase "sino porque escapa al alcance de su in- teligencia (la de los niños) y porque causará en ellos profundo y dañoso aburrimiento". En efecto:

"¿Es posible pensa L . . que el Quijote, la más pura encarnación del espíritu de Cervantes, pueda llevarse a las escuelas elementales? No lo pensaría cierta- mente el gran Pestalozzi, puesto que opinaba que el momento de aprender no es el momento de juzgar; que el momento de juzgar principia en el ins- tante en que se ha acabado de aprendel; comienza con la madurez de las razo- nes ... Y lo más chusco del caso es que tampoco lo creen ni el propio Cer- vantes, en honor del cual se comete el desaguisado, ni el SI: Rodríguez que es, como veremos, uno de los Ila- mudos a ejecutarle, ni el mismísimo Real decreto que le incubó, y trajo la lectura cervantina a nuestra colección legislativa" (p. 2 0).

Este episodio cultural, tan pintiparado para las condiciones de la pluma pugnaz de Redonet, le proporciona una ocasión para de- mostrar la inoportunidad de la real orden (que él asciende a decreto) y para construir la parte

probablemente más sólida y oportuna del dis- curso. Según nuestro autor, ni los maestros están preparados para salvar los inconvenientes de esta lectura, ni la preparación de una edición especial para las escuelas podrá hacerse, sin que el Quijote deje de ser lo que es o, en el caso de limitarse a recortarlo, sin reconocer que hay que hacer menor el inconveniente.

A partir de ahí, Redonet insiste con acierto y entusiasmo en la necesidad de crear para los niños una literatura adecuada, en el papel que tienen las madres en la iniciación de los niños en la lectura y en el ofrecimiento, puesto que el amor a las letras no coincide por necesidad con el amor al libro, de un rece- tario para el trato con los libros aplicable so- bre todo a las bibliotecas públicas.

D. Eduardo Sanz y Escartín, Conde de Lizarraga, pamplonés nacido en 1855 y muerto en San Sebastián en 1939, fue el encargado de pronunciar el discurso de 1928, cuya ver- sión impresa parece haber sido la última de sus obras publicadas (V. José María Cordero Torres. "De re academica: los Secretarios de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas". Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, XVlll ( 1 976) n. 53, págs. 330-331). Elegido para la Academia en 1893, pronun- ciaría su discurso de ingreso en la sesión del 2 5 de febrero de 1894 sobre el tema "De la autoridad política en la sociedad contemporánea". En 1903 sería elegido para el cargo de Secre- tario y en 191 0 será reelegido para el mismo cargo, como perpetuo, hasta su muerte. Sucedió a D. Carlos M . Perier, de quien hace breve alusión en su discurso de ingreso y fue contestado (en todos los sentidos de la palabra) en él por D. Gumersindo de Azcárate quien criticó a fondo la visión que de la Edad Media hacía el nuevo académico.

Sanz y Escartín participó activamente en política por el Partido Conservador y había ocupado distintos cargos politicos, como la representación de la Academia en el Senado durante veinte años ( 1 903-1 923) , el cargo de gobernador civil de Madrid y de Barcelona y el

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de Ministro de Trabajo, colaboró con asiduidad en la prensa de su tiempo y, siempre con parti- cipación muy activa en las sesiones de la Acade- mia, fue autor de algunas obras importantes, dentro de su dedicación fundamental a los temas de sociología, de política, de economía y de filosofía (su esbozo histórico de la Academia, publicado en 1909 y escrito como consecuencia de su cargo con motivo de la celebración del medio siglo de existencia de la misma, resulta marginal en su producción) y si hemos de creer a Jose Castán Tobeñas, quien le sucedió en la medalla académica (con un lapso en blanco, debido el nombramiento de R. Serrano Súñer, que no Ilegó a tomar posesión de su medalla) y se muestra muy parco en datos biográficos y críticos sobre su antecesor, las principales preocupaciones intelectuales de éste habrían sido la conciliación del principio de libertad con el de autoridad y el problema de la "crisis social" que era el términa utilizado para de- signar la llamada "cuestión social". Trataría de dar luz a estos problemas, además de en su discurso de ingreso en la Academia, en sus obras principales: El Estado y la reforma social (premiada por la Academia y publicada en 1 893) y El individuo y la reforma social (Ma- drid: Hijos de M. Minuesa, 1894 [3a ed. 19001) traducida al francés en 1896.

Pero su discurso (El libro, su influencia y su difusión. Madrid: Vda. e Hijos de J. Ratés, 1928) dedicado a la Fiesta del Libro no pasa de ser un mosaico de citas y de lugares co- munes, sin desaprovechar la ocasión para lan- zar una andanada contra el "individualismo anárquico" de Max Stirner, difundido en la obra de Ibsen. Curiosamente, la cita de Quevedo que escuchaba "con los ojos a los muertos". sigue sin aparecer (y así seguirá, hasta el dis- curso de Redonet, al que aludiremos más tarde, en 1 942 ante el Instituto de Espalla). Después de un elogio del libro, tejido con voces ajenas, como la principal fuente de comunicación humana, avisa de la necesidad de utilizar prudente- mente medio tan poderoso cuidando de buscar la calidad, de evitar el exceso y de procurar el reposo del animo en el encuentro con el libro.

Apela en esto a su experiencia personal:

"Yo recuerdo que, hallándome a frente del gobierno de una importante provin- cia, Ilegó por denuncia, a mis manos, un libro bien presentado y no mal es- crito; pero que no era sino una cons- tante provocación a la lascivia y un verdadero instrumento de degrada- ción. Ordené quese remitiera al fiscal

de la Audiencia y nada supe después; pero hace poco el autor de aquel libro ha sufrido una condena por delito análogo " (p. 1 3).

Apela también a la que él juzga debe ser la postura oficial de la Academia:

"La Academia de Ciencias Morales y Políticas, por su carácter y finalidad, no puede menos de advertir que por grande que sea el interés legítimo que persigue, ante todo, la intensificación de la venta y del tráfico de libros, son a sus ojos muy superiores los intereses de la verdadera cultura, del orden mo- ral, en una palabra. No es tanto produ- cir mucho como producir mejor lo que juzga que debe procurarse" (p. 1 7).

Con esta orientación, Sanz y Escartín insiste en la necesidad de promover los buenos libros, como hace la Fiesta con la convocatoria de premios y como ha hecho siempre la Aca- demia con sus "cerca de 600 publicaciones", y con la impresión de los discursos de recepción de académicos y de las memorias que resumen las sesiones.

Una R.O. dirigida a los Sres. Rectores de las Universidades del Reino, recordaba el 27 de septiembre de 1929 (Gaceta 25.9.1 929) a todos los centros docentes del Estado, así como a "las Bibliotecas públicas y los demás Centros de Cultura" la necesidad de cumplir lo esta- blecido en el R. D. de 6 de febrero de 1926 en relación con la Fiesta del Libro. El que fuera o se juzgase necesaria una real orden de esta clase deja entrever no sólo que la fiesta no había hallado demasiado arraigo social, sino que los mismos centros oficiales se habían relajado en su celebración. Una de las causas parece ser la falta de solemnidad y de asistencia a los actos conmemorativos organizados por los distintos centros, ya que se les permite, a partir de ahora, celebrar la Fiesta del Libro "bien aisla- damente, bien reuniéndose en un sólo centro de cada localidad". La R.O. no incluía a las Academias que seguirían su propio camino, aunque paralelo.

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En la sesión ordinaria del martes día 8 de octubre de 1929 de nuestra Academia, cuando ya debería haberse celebrado la Fiesta de aquel año, "se dio cuenta de que el día dos del mes actual se recibió del Ministerio de Ins- trucción Pública y Bellas Artes la Real Orden siguiente.. .":

"Excmo. Sr.: Vista la comunicación que han dirigido a este Ministerio los Sres. Presidentes y Directores de la seis Academias oficiales, documento en el cual se propone como medio de dar a la "Fiesta del Libro" mayor decoro y esplendor, que en cada año se cele- bren por las Reales Academias no seis fiestas y sesiones diferentes, sino una sola sesión pública y solemne en la que, reunidas todas, se concentre el trabajo, con beneficio para la bri- llantes de los actos y para facilitar la asistencia del público; S. M. el Rey (q.D.g.), considerando muy acertada y conve- niente esta propuesta y de acuerdo con el Consejo de Ministeros, ha tenido a bien resolver que la "Fiesta del Libro" que las Reales Academias deben conmemorar... el día 7 de octubre de cada año, se celebre desde el actual en uno solo de aquellos centros...".

"En virtud de lo dispuesto en la pre- cedente Real Orden, de acuerdo los Sres. Presidentes de las Academias, convinieron en celebrar, como así se ha verificado, la reunión de todas en el loial de la Española, el día 7 del mes en curso, confiqando por antigüedad al Sr. Ureña, en representación de la de la Historia, la lectura del discurso que había escrito para el acto que aquella corporación debía celebrar independientemente, por lo cual no pudo utilizarse en dicha sesión común, el trabajo que,por encargo del Sr. Pre- sidente de ésta de Ciencias Morales y Políticas, había escrito el Sr. Pons y Umbert para análoga solemnidad".

El agradecimiento, manifestado en público y recogido en acta, no parece haber sido suficiente para satisfacer a Pons y Umbert por su trabajo y en la sesión siguiente, del día 15 de octubre, el Sr. Presidente se creyó obli- gado a dar una explicación, por boca del Sr. Secretario:

"Por no haberse conocido con ade- cuada antelación la forma señalada

para celebrar en este año y en los su- cesivos la "Fiesta del Libro", se ha de- rivado una pequeña confusión que im- porta dejar aclarada. Algunos días antes de finalizar el pasado curso académico, el Sr: Marqués de Figueroa nos advirtió que en la Academia Espa- ñola se había hablado de la conve- niencia de que todas las Reales Aca- demias se dirigiesen al Sr: Ministro de Instrucción Pública rogándole que variase la forma de celebración, por parte de ellas, de la "Fiesta del Libro". . . Mas, al cierre de nuestro año acadé- mico, el 30 de junio, para entrar en vacaciones, y en vista de que el Sr. Ministro no había promulgado dispo- sición alguna, nuestra Academia dejó encargado al Sr. Pons y Umbert el es- cribir un discurso que había de leerse en ella en dicha "Fiesta del Libro" ... "

La R.O. dictada por el Ministro el 30 de septiembre y recibida en la Academia el 2 de octubre hizo "que el discurso del Sr. Pons y Umbert no fuese utilizado y, por lo mismo, que no llegase a la realización del trámite de censura a que estaba sometido. Su trabajo que ofrecerá, como todos los suyos, especial interés, puede ser leido, cuando lo guste el autor, ante nuestra Academia". Efectivamente, el discurso fue leido en las sesiones ordinarias de los días 22 y 29 de octubre sobre el tema "La Fiesta del Libro constitucional" con título que, como vamos a ver más adelante, no fue definitivo y que introduce un nuevo modo de ver y conmemorar la Fiesta, desde un punto de vista más de acuerdo con la naturaleza de las preocupaciones científicas de la Academia.

Nuevos cambios un discurso singular.

Si el año 1929 fue el primero (y, pro- cediendo en el orden de antigüedad establecido, tuvo como escenario la Academia Española) en la celebración conjunta de la Fiesta del Libro por parte de las seis Reales Academias (Espa- ñola, de la Historia, de San Fernando, de Cien- cias Exactas, Físicas y Naturales, de Ciencias Morales y Políticas y de Medicina), la Fiesta del año 1930 no se celebró. La causa fue un

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R.D. de 7 de septiembre de 1930 (Gaceta, 9 de septiembre), firmado por el Rey en San Sebas- tián, que establecía en un artículo único que

"La fiesta anual dedicada al libro es- pañol, establecida por Real decreto de 6 de febrero de 1926, se celebrará anualmente el día 23 de abril, fecha cierta de aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra.

En el año actual, se celebrará todavía, como en años anteriores, el día 7 de octubre; pero las Academias, Universi- dades, Escuelas y Centros de enseñan- za podrán acordar el aplazamiento de los actos académicos para el próximo día 23 de abril de 193 1 ".

El R.D. manifestaba implícitamente la razón del nuevo cambio, la "fecha cierta de aniversario", y concedía una licencia, aprove- chada por casi todos, de omit ir una conme- moración que no había alcanzado todavía el arraigo popular, comercial y cultural después alcanzado, implicando más a los productores del libro y a sus usuarios en general que a quienes lo tenían como instrumento de trabajo.

La Fiesta de 1931, cuando las acade- mias acababan de perder su denominación de "reales", se celebró en la de la Historia con dis- curso a cargo de la de San Fernando; la de 1932, en la de San Fernando con disertación a cargo de la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

La celebración académica de 1933, siguiendo el orden establecido, debía tener como sede la Academia de Ciencias Exactas y como orador a un académico de la de Cien- cias ~ o ' r a l e s y Políticas a la que correspondía "llevar la voz". Pero, curiosamente, en la se- sión del día 7 de febrero de 1933, "como su local resulta insuficiente", acordó la Academia de Ciencias Morales pedir el salón de la de Bellas Artes de San Fernando. Esta Academia accedió a la petición, según sabemos por el acta de la sesión siguiente. Mas fue petición inútil y las aguas volvieron a su cauce en la se- sión del 1 1 de abril en la que la Academia quedó enterada "de una comunicación de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Natura- les, participando que adoptará gustosa las dis- posiciones convenientes para el mayor esplen- dor de la Fiesta del Libro Español que ha de celebrarse el día 2 3 del corriente mes, en sesión colectiva de todas las Academias, actuando ésta de Ciencias Morales y Políticas en el local de la de Ciencias Exactas".

D. Adolfo Pons y Umbert (se reparaba así el pequefío desaire de que, sin culpa de nadie, había si- do objeto en 1929) fue el encargado del discurso. Su título, Lecturas consti- tucionales en la España del siglo XIX (Madrid: Gráfica Mundial, 1933), recordaba, aclarándolo, el del trabajo que no llegó a ser discurso y encabezaba un texto, singular, bajo varios puntos de vista, que daba para 9 6 páginas en el libro ya impreso (por el coste de "mil setecientas cincuenta y cuatro pesetas, sesenta céntimos" para mil ejem- plares) días antes de ser pronunciado.

El momento de aprender no es el momento de juzgar; que el momento de juzgar principia en el instante en que se ha acabado de aprender, comienza con la madurez de las razones.. .

Pons y Umbert "fue orador elocuentísimo, lite- rato de muy galana plu- ma, historiador y sociólogo, y hasta se asomó en oca- siones a la candente liza política, aunque su tempe- ramento no se acomodase bien a lo que este arduo menester suele reclamar entre nosotros. Pero, sobre todo, Pons fue un preclaro investigador de Derecho parlamenta- rio ... Nadie ha conocido mejor. .. el "Diario de las Sesiones". Son palabras de su sucesor en la Academia Nicolás Pérez Serrano (en su obli- gada referencia dentro del discurso de ingreso en la Academia leido en la sesión del 9 de fe- brero de 1947), quien, por lo demás, no cita, en el espigue0 que hace de sus obras, nuestro discurso. No es de extrafiar la especialización de Pons, dada su condición de funcionario de las Cortes.

Pons adopta una postura original, al escoger tema para su discurso, tanto tiempo gestado, para la celebración académica con- junta de las Fiesta del Libro que, antes de la guerra civil y de la creación del Instituto de Es- paña, no dio de sí más que para un turno de intervenciones de las seis academias. Su in- tención se resume al final del discurso:

"Pongo fin a estas observaciones que he titulado "lecturas constitucionales" de España. Nuestro Libro Constitucional, que bien merece este homenaje en esta

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Fiesta del Libro, es "idea" y es "hecho" el gran hecho histórico de nuestra política en el siglo XIX. A su lectura ofrendaron los españoles muchas energías, muchos sacrificios y muchas esperanzas. Un hecho, pues, verdaderamente histórico. No todos lo son en la vida de las na- ciones; que si a todos incluye la demo- cracia del tiempo, excluye a muchos la aristocracia de la Historia" (p. 96).

El disertante construye un discurso enmarcado en una sintaxis y hasta en un léxico un tanto anárquicos, con un hipérbaton con frecuencia arcaizante, con el apoyo de algunos conceptos filosóficos fundamentales, que utili- za de continuo, como son los contrapuestos de tiempo e historia (el primero como garantía de permanencias y de estabilidad, también en lo político, a pesar del natural y necesario movi- miento dialéctico a que está sometido, y la historia como "sucesión de interinidades", o sea, más o menos como los movimientos del tiempo). En política, esta visión se traduce en la pareja de contrarios (que se necesitan mu- tuamente, como pareja): legalidad (o creación incansable de un nuevo "presente estado de cosas") y normalidad que "equivale a continuidad, a arraigo, a permanencia" y que garantiza la estabilidad.

Sobre tales bases ideológicas des- cansa su actitud personal política que hoy llamaríamos centrista que huye con el mis- mo afán de cualquier extremo y que lucha por conseguir que éstos coincidan en la "normalidad":

"Constituciones democráticas y Cons- tituciones autoritarias -ved en esto la razón de los desengaños y las decep- ciones de muchos que las conocieron diferentes en la lectura e iguales en la efectividad- han motivado la repeti- ción de los vituperios por parte de re- trógrados y progresistas, según que estuviera cada uno de los bandos en la oposición o en el Podel: Al repetirse las acusaciones. los primeros se am- paraban de la libertad frente a los se- gundos, y los segundos se amparaban de la autoridad frente a los primeros; cada acción clamaba por su reacción, por su volver a ser respectivo, y en los progresistas la reacción era auto- ridad, y en los retrógrados la reac- ción era libertad. Ambas reacciones coincidieron en la normalidad de 1876." (p. 88).

De esta suerte, cuando Pons habla de "lectura" y de "libro constitucional", refiriéndose a las distintas formas en que los españoles, a través de sus políticos, han "leido" las Consti- tuciones del siglo XIX, utiliza un lenguaje en buena parte figurado (y además, diríamos, muy moderno) y traza un discurso de la Fiesta del Libro no bibliográfico ni bibliológico, sino sencillamente político y de historia constitu- cional, muy a tono con su condición de profe- sional en las Cortes y de académico de la de Ciencias Morales y Políticas.

Sobre este cañamazo intelectual, Pons estudia las distintas constituciones políticas del siglo XIX español (y hasta las no promul- gadas): la Constitución de Bayona", "primera lectura constitucional de España en el siglo XIX"; la Constitución de Cádiz, de 181 2, en la que "la minoría no impuso su criterio a la mayoría, ni la mayoría renunció a la defensa del suyo": el Estatuto de 1834 de Martínez de la Rosa; la Constitución de 1837, la de 1845 y la de 1869; por fin, el intento de Constitución fede- ral de la I República y la Constitución restau- radora de 1876.

El conjunto de todas ellas constituye la "lectura" constitucional de España: la que hacen los españoles y la que hacen los políticos. Pons estudia esta lectura, analizando, en cada caso, el origen de cada código fundamental (a través de los informes o dictámenes previos o de los juicios de historiadores y de periodistas, como Larra, en el caso de la de 1837, cuyas citas en ningún caso precisa), el proceso de su aprobación y aplicación y la consideración de sus resultados.

Nuestro académico, que no desdeña los valores contenidos en el intento de la de Bayona, se muestra entusiasmado con la Constitución de Cádiz y con la de 1869. De la primera, cuya "lectura no pasa apenas de los primeros títulos o capítulos", porque "los "persas" se arrojarían impetuosos sobre el interesante libro", dice que, bajo la presión de los extre- mismos ("Absolutismo de la libertad. Absolu- tismo de la realeza") no pudo ser leida por el pueblo español:

"Nuevamente el pueblo español dejaba de leer el Código de Cádiz, retroce- diendo otra vez segunda vez en la marcha que le indicaron sus redactores ilustres, o guardábase para leerlo en privado y a solas, durante la procelosa y "ominosa" década que comenzaba a depararle la reacción fernardina" (p. 40).

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Acerca de la segunda afirma que:

"No hay duda que [sic] la leyeron con interés los españoles, tan desengaña- dos de la estabilidad del régimen en las peripecias de la centuria. La leye- ron sus convencidos y sus inconvenci- bles. Con apasionamiento los unos y los otros. Ella despertó en muchos las abatidas esperanzas ... Supúsose que renaciera vigorosa la preocupación del pais por el derecho y la justicia. Un renacer ciudadano. Una ciudadanía en acción. Una España con ideales, con ilusiones, con entusiasmos" (p. 79).

Por desgracia, Pons se cree obligado a confesar que no ha sido posible una tran- quila y fructífera lectura constitucional de Es- paña, a lo largo del siglo XIX, a pesar de que el "libro" estaba ahí:

"Liberales absolutistas y absolutistas liberales han figurado en los grandes cortejos de la política nacional. Diver- tido espectáculo para un observador de paradojas, que se regocijaría, por cierto, a/ satisfacer su curiosidad en la frecuencia de los fenómenos. Extraño regocijo,sin embargo, para quien advir- tiese que en medio de los cortejantes, desorientada y confundida, una bella mujer huye de arrollamientos peligrosos, y más aún si averiguase que aquella mujer es España " (p. 4 1 ) .

El singular discurso de Pons y Umbert en la Fiesta del libro, cargado de retórica, lleno del' mejor apasionamiento y, con frecuencia, de un discreto patetismo, resultaba ser el mayor esfuerzo realizado hasta entonces por acomodar la conmemoración a la naturaleza propia de las Real Academia de Ciencias Morales y Polí- ticas. Suponía también (ya lo hemos dicho antes) la primera y única intervención de la Academia en el turno de las conmemoraciones conjuntas, ya que este turno no se repitió, aunque resucitó, después de la guerra civil, ya bajo el patrocinio unificador del lnstituo de España.

y Jefe del Estado D. Niceto Alcala-Zamora. Tampoco en 1936 deja huella la Fiesta del Libro.

En la postguerra, la Academia recibió por primera vez al Instituto de Espalla en la Fiesta del Libro de 1942, con un discurso a cargo de su bibliotecario perpetuo D. Luis de Redonet, titulado Una visita a nuestra bi- blioteca (Madrid: Impr. de Editorial Magisterio Espa- ñol, 1 942), que responde a lo que anuncia en el tí- tulo y que recuerda con especial devoción, entre los anteriores discursos aca- demicos, el pronunciado por el académico de Cien- cias Exactas, D. Amalio Cimeno, sobre La pafolo- gía del libro, en 1 932.

En la Fiesta de 1951 actud D. Carlos Ruiz del Castillo, disertando sobre La escritura y la pu- blicidad en sus reEaciones con el saber (Madrid: Impr. Editorial Magisterio Espa- Aol, 1951); en la de 1953, D. José M. Zumalacárregui sobre El Libro, el Arte y la Ciencia (Madrid: Impr. Cbn- gora, 1953) y en 1961, D.

El singular discurso de Pons y Umbert en la Fiesta del libro, cargado de retórica, lleno del mejor apasionamiento y, con frecuencia, de un discreto patetismo, resultaba ser el mayor esfuerzo realizado hasta entonces por acomodar la conmemoración a la naturaleza propia de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

En 1934, el lunes 23 de abril, el salón de actos de la Academia fue sede de la cele- bración conjunta y actuó, por la de Medicina, D. José Coyanes y Capdevila con un discurso sobre "La sátira contra los médicos y la Medi- cina en los libros de Quevedo". El 23 de abril de 1935 es martes y la Academia celebró su sesión ordinaria, con asistencia de su académico

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