El primer volumen de la Trilogía Millennium, de la ... · pauta de los anteriores años. De...

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  • El primer volumen de la Trilogía Millennium, de lamano del aclamado autor Stieg Larsson.

    El protagonista de la novela se llama Mikael. Hatrabajado durante mucho tiempo en una revistade sociología y de economía. Ese es su únicocurrículo como «investigador». Sin embargo, enel ocaso de su vida recibe un encargosorprendente. Un hombre llamado Henrik Vangerle pide que investigue una desaparición que seremonta muy atrás en el tiempo. La de susobrina, que quizás fue asesinada.

    En cualquier otro momento de su vida Mikael,que ha sido una auténtica estrella del

  • periodismo, hubiera renunciado, pero éste no esun momento cualquiera. Mikael tiene problemascon la justicia, está vigilado y encausado por unaquerella por difamación y calumnia. Detrás de laquerella está un gran grupo industrial queamenaza con derrumbar su carrera y destruirsu reputación. De manera que se hace ayudarpor Lisbeth Salander.

    Lisbeth es una mujer turbadora, incontrolable,socialmente inadaptada, con todas las partes delcuerpo o bien tatuadas o bien perforadas porpiercings. Pero tiene extraordinarias cualidadescomo investigadora, entre ellas una excelentememoria fotográfica y un extraordinario dominioinformático que le permitirán encontrar lo

  • inencontrable.

    Stieg Larsson con esta su primera novela hacreado una marca y una tendencia en laliteratura europea, colocándole en las listas demás vendidos de todo el continente.

  • Stieg Larsson

    Los hombres que no amaban alas mujeres

    Millennium - 1

  • ePUB r1.2Piolin 15.05.13

  • Título original: Män som hatar kvinnor(traducción literal: Los hombres que odian alas mujeres)Stieg Larsson, 2005Traducción: Martin Lexell y Juan JoséOrtega RománDiseño de portada: Gino Rubert.Retoque de portada: Piolin

    Editor digital: PiolinePub base r1.0

  • Prólogo.

    Viernes, 1 de noviembre

    Se había convertido en unacontecimiento anual. Hoy eldestinatario de la flor cumplíaochenta y dos años. Al llegar elpaquete, lo abrió y le quitó el papelde regalo. Acto seguido, cogió elteléfono y marcó el número de unex comisario de la policía criminalque, tras jubilarse, se había ido avivir a orillas del lago Siljan. Los

  • dos hombres no sólo tenían lamisma edad, sino que habían nacidoel mismo día, lo cual, teniendo encuenta las circunstancias, sólopodía considerarse una ironía. Elcomisario, que sabía que la llamadase produciría tras el reparto delcorreo, hacia las once de lamañana, esperaba tomándose uncafé. Ese año el teléfono sonó a lasdiez y media. Lo cogió y dijo«hola» sin más.

    —Ya ha llegado.—Y este año, ¿qué es?—No sé de qué tipo de flor se

    trata. Haré que me la identifiquen.

  • Es blanca.—Sin ninguna carta, supongo.—No. Nada más que la flor. El

    marco es igual que el del añopasado. Uno de esos marcosbaratos que puede montar unomismo.

    —¿Y el sello de correos?—De Estocolmo.—¿Y la letra?—Como siempre: letras

    mayúsculas. Rectas y pulcras.Con esas palabras ya estaba

    todo dicho, así que permanecieroncallados durante algo más de unminuto. El ex comisario se reclinó

  • en la silla, junto a la mesa de lacocina, chupeteando su pipa. Sabíaperfectamente que ya nadieesperaba de él que hiciera lapregunta del millón, esa quepondría de manifiesto su graningenio y arrojaría nueva luz sobreel caso. Eso ya pertenecía alpasado; ahora la conversación entrelos dos viejos se había convertidomás bien en un ritual en torno a unmisterio que nadie en el mundotenía el más mínimo interés porresolver.

  • El nombre latino eraLeptospermum (Myrtaceae)Rubinette. Se trataba de una plantabastante insignificante, conpequeñas hojas parecidas a las delbrezo y una flor blanca, de doscentímetros, con cinco pétalos. Entotal tenía unos doce centímetros dealto.

    La especie era originaria de losbosques y las zonas montañosas deAustralia, donde crecía entregrandes matas de hierba. EnAustralia la llamaban Desert Snow.Más tarde, una especialista de un

  • jardín botánico de Uppsalaconstataría que se trataba de unaflor poco común, raramentecultivada en Suecia. En su informe,la botánica explicaba que la plantaestaba emparentada con laLeptospermum flavescens y que amenudo se confundía con su prima,l a Leptospermum scoparium,considerablemente más frecuente,que crecía por doquier en NuevaZelanda. La diferencia, según laexperta, consistía en que laRubinette presentaba, en losextremos de los pétalos, unpequeño número de puntos

  • microscópicos de color rosa, que ledaban un tono ligeramente rosáceo.

    En general, la Rubinette era unaflor asombrosamente humilde.Carecía de valor comercial. Noposeía ninguna propiedadmedicinal conocida ni provocabaefectos alucinógenos. No eracomestible, tampoco servía comocondimento y resultaba inútil parafabricar tintes vegetales. Encambio, tenía cierta importanciapara los aborígenes de Australia,quienes, por tradición,consideraban sagradas la región deAyers Rock y su flora. Por lo tanto,

  • el único objeto existencial de laflor parecía ser el de alegrar elpaisaje con su caprichosa belleza.

    En su informe, la botánica deUppsala comentaba que si la DesertSnow era rara en Australia, enEscandinavia resultabasimplemente excepcional. No habíavisto jamás un ejemplar, pero, trasconsultar a unos colegas, pudosaber que se habían realizadointentos de introducir la planta enunos jardines de Gotemburgo y que,quizá, a título individual, fueracultivada en pequeños invernaderos

  • por amantes de las flores yaficionados a la botánica. Lasdificultades de su cultivo en Sueciase debían a que requería un climasuave y seco; además, debía estaren el interior durante la épocainvernal. El suelo calizo resultabainapropiado y, por si fuera poco,necesitaba que el agua se lesuministrara desde abajo, para quela absorbiera la raíz directamente.En fin, exigía muchas atenciones.

    En teoría, el hecho de que setratara de una flor poco común en

  • Suecia tendría que haberlefacilitado el rastreo de suprocedencia, pero en la prácticaresultaba una tarea imposible. Nohabía registros en los que buscar nilicencias que examinar. Nadiesabía cuántos botánicos ojardineros anónimos habríanintentado cultivar una planta tandelicada; podía tratarse de una solapersona o de centenares deaficionados que tuvieran semillas oplantas. Éstas quizá habían sidocompradas personalmente o porcorreo a algún floricultor o jardínbotánico de cualquier lugar de

  • Europa. Incluso cabía laposibilidad de que se hubieranrecogido directamente durantealgún viaje a Australia. En otraspalabras, identificar a esoscultivadores entre los millones desuecos con un pequeño invernaderoo una maceta en la ventana delsalón era una misión imposible.

    Aquella flor tan sólo era unamás de la larga serie de misteriosasflores que siempre llegaban en unsobre acolchado el 1 de noviembre.La especie variaba todos los años,pero siempre se trataba de floreshermosas y, en general,

  • relativamente raras. Como decostumbre, la flor estaba prensada,puesta meticulosamente sobre unpapel de acuarela y enmarcada conun cristal y un marco sencillo de 29x 16 centímetros.

    El misterio de las flores nuncallegó a ser conocido por los mediosde comunicación ni por el público,sino tan sólo por un reducidocírculo de personas. Tres décadasantes, la llegada anual de la florhabía sido objeto de análisis nosólo por parte de expertos en

  • huellas dactilares y grafólogos delLaboratorio Nacional deInvestigación Forense einvestigadores de la policíacriminal, sino también por parte deun grupo de familiares y amigos deldestinatario. Ya sólo quedaban trespersonajes en escena: el ancianoque cumplía años, el ex comisarioy, naturalmente, el desconocido queenviaba el regalo. Además, comolos dos primeros tenían una edadmuy avanzada, y ya iba siendo horade que se fueran preparando para loinevitable, pronto el círculo se

  • vería aún más reducido.

    El ex comisario era un perroviejo bastante curtido. Jamás seolvidaría de su primeraintervención, que consistió enarrestar a un guardagujasferroviario, completamenteborracho, antes de que provocarauna desgracia. Durante su carreraprofesional había enchironado acazadores furtivos, maltratadoresde mujeres, estafadores, ladronesde coches y conductores ebrios.Había tratado con ladrones y

  • atracadores, camellos, violadoresy, por lo menos, con un dinamiteromedio loco. Había participado ennueve investigaciones de asesinatosu homicidios. Cinco de ellos fueronel típico caso en el que el mismohomicida llama a la policía y, llenode remordimientos, confiesa que hamatado a su mujer, a su hermano o aalgún otro allegado. Tres casosllegaron a ser objeto deinvestigaciones más amplias; dos seresolvieron en el plazo de dos otres días y uno, con la ayuda de laBrigada Nacional de Homicidios,al cabo de dos años.

  • El noveno caso había quedadoresuelto desde un punto de vistapolicial; es decir, losinvestigadores sabían quién era elasesino pero las pruebas no erandeterminantes, de modo que elfiscal decidió no presentar cargos.Al cabo de algún tiempo, para granindignación del comisario, el casoprescribió. No obstante, al volverla vista atrás el comisario podíacontemplar, en su conjunto, unaimpresionante carrera, razón por lacual debería sentirse satisfecho conlo que había conseguido.

    Pero se sentía cualquier cosa

  • menos satisfecho.El comisario tenía una espina

    clavada con el caso de las floresprensadas, el frustrante caso sinresolver al que, sin lugar a dudas,había dedicado más tiempo.

    La situación resultaba másabsurda aún porque, tras habersesumido literalmente miles de horasen profundas cavilaciones tanto deservicio como en su tiempo libre, nisiquiera era capaz de determinarcon seguridad que se hubieracometido un crimen.

    Los dos hombres sabían que la

  • persona que había enmarcado laflor había usado guantes; por eso nose detectaban huellas dactilares nien el marco ni en el cristal. Sabíanque sería imposible dar con elremitente. Sabían que el marcopodía comprarse en cualquiertienda de fotografía o papelería delmundo. Simplemente no había pordónde empezar. Y el sello decorreos variaba; la mayoría de lasveces era de Estocolmo, pero entres ocasiones provino de Londres,dos de París, otras dos deCopenhague, una vez de Madrid,una de Bonn, y otra, el sello más

  • desconcertante de todos, dePensacola, Estados Unidos.Mientras todas las demás ciudadeseran capitales conocidas, Pensacolales resultó tan desconocida que elcomisario tuvo que buscarla en unatlas.

    Tras despedirse, el hombre quecumplía años se quedó sentado unlargo rato contemplando la bellaflor, desprovista de significado,originaria de Australia, y cuyonombre seguía sin conocer. Luegolevantó la mirada hacia la pared

  • situada detrás de su mesa detrabajo. Allí colgaban cuarenta ytres flores prensadas y enmarcadas,dispuestas en cuatro filas de diezcuadros cada una, más una filainacabada, con sólo cuatro. En lafila superior faltaba una flor; ellugar número nueve estaba vacío.La Desert Snow se convertiría en elcuadro número cuarenta y cuatro.

    No obstante, por primera vezocurrió algo que no se ajustaba a lapauta de los anteriores años. Depronto, inesperadamente, el viejorompió a llorar. Él mismo sesorprendió del repentino ataque

  • emocional que le había acometidodespués de casi cuarenta años.

  • Primera parte

    Incitación

    Del 20 de diciembre al 3de enero

    El dieciocho por ciento de lasmujeres de Suecia han sido

  • amenazadas en alguna ocasión porun hombre.

  • Capítulo 1.

    Viernes, 20 de diciembre

    El juicio, inevitablemente, yahabía terminado y todo lo que sehabía podido decir estaba ya dicho.Ni por un momento le cupo la dudade que lo iban a declarar culpable.El fallo se hizo público, porescrito, el viernes a las diez de lamañana; ya sólo quedaba el análisisfinal de los reporteros queesperaban en el pasillo del juzgado.

  • Mikael Blomkvist los vio através de la puerta abierta y sedetuvo un instante. No quería hablarde la sentencia que acababa derecoger, pero sabía, mejor quenadie, que las preguntas resultabaninevitables, y que debían ser hechasy contestadas. «Así es como sesiente un delincuente al otro ladodel micrófono», pensó. Algoincómodo, irguió la cabeza y seesforzó en sonreír. Los periodistasle correspondieron y le saludaronamablemente con movimientos decabeza, casi avergonzados.

    —A ver… Aftonbladet,

  • Expressen, la agencia TT, TV4…¿Y tú de dónde eres…? ¡Anda!, delDagens Industri. Me he hechofamoso —constató MikaelBlomkvist.

    —Danos una buena frase, KalleBlomkvist —dijo el reportero deuno de los dos grandes periódicosvespertinos.

    Mikael Blomkvist, cuyo nombrecompleto daba la casualidad de queera Carl Mikael Blomkvist, seobligó, como siempre, a no hacermuecas de desaprobación alescuchar su apodo. En una ocasión,

  • hacía veinte años, cuando teníaveintitrés y acababa de empezar suprimer trabajo como periodista —una sustitución de verano—, MikaelBlomkvist, sin mérito alguno, y porpuro azar, desenmascaró a unabanda de atracadores de bancosque, durante dos años, habíacometido cinco espectacularesatracos. No cabía duda de que setrataba de la misma banda en todaslas ocasiones; su especialidad eraentrar con un coche en pequeñaspoblaciones y robar uno o dosbancos con una precisiónprácticamente militar. Llevaban

  • máscaras de látex querepresentaban a personajes de WaltDisney, razón por la que se lesbautizó, en una jerga policial no deltodo exenta de lógica, como labanda del Pato Donald. Noobstante, los periódicos larebautizaron como la banda de losGolfos Apandadores, que lespegaba más, teniendo en cuenta que,en dos ocasiones, sin ningunaconsideración y sin preocuparlesaparentemente la seguridad de laspersonas, dispararon varios tiros alaire para amenazar a la gente quepasaba o que les parecía demasiado

  • curiosa.El sexto atraco se cometió en la

    provincia de Östergötland en plenoverano. Se dio la circunstancia deque un reportero de la radio localse hallaba en el banco precisamentecuando se produjo el golpe yreaccionó como correspondía a suoficio. En cuanto los atracadoresabandonaron el banco se fue a unacabina telefónica y llamó a la radio,dando así la noticia en directo.

    Mikael Blomkvist estabapasando unos días con una amiga enla casa de campo que los padres de

  • ella tenían cerca de Katrineholm.Ni siquiera cuando fue interrogadopor la policía pudo explicar conexactitud por qué había relacionadolos hechos, pero en el mismomomento en que escuchó la noticiale vino a la mente un grupo decuatro chicos instalados en una casasituada a unos doscientos metros dela suya. Un par de días antes,cuando él y su amiga iban decamino al quiosco de helados, loshabía visto jugando al bádminton enel jardín.

    Lo único que vio fue a cuatrojóvenes rubios y atléticos en

  • pantalón corto y con el torsodesnudo. Resultaba evidente queeran culturistas, pero había algomás en aquellos jugadores debádminton que llamó su atención,quizá porque el partido se estabajugando, a pesar del sofocante calorprovocado por un sol abrasador,con una energía tremendamenteintensa. No parecía un simplepasatiempo.

    No había ninguna razón objetivapara sospechar que se tratara deatracadores de bancos, pero, aunasí, Mikael dio un paseo y se sentóen una colina con vistas a la casa,

  • que en ese momento parecía vacía.Llegaron al cabo de unos cuarentaminutos y aparcaron un Volvo en laentrada. Parecían tener prisa y cadauno llevaba una bolsa de deporte,tal vez un indicio de que,simplemente, habían estadonadando. Sin embargo, uno de ellosvolvió al coche y recogió un objetoque cubrió rápidamente con unacazadora. Incluso desde el lugar enel que se encontraba, relativamentelejano, Mikael pudo ver que setrataba de un auténtico AK4 de losde toda la vida, justo el tipo de

  • arma con el que acababa de estarcasado durante un año de serviciomilitar, de modo que llamó a lapolicía e informó de sudescubrimiento. Así se inició elasedio de la casa, que duró tresdías. La noticia fue ampliamentecubierta por los medios decomunicación con Mikael enprimera fila, lo que le permitiócobrar una generosa retribuciónc o mo freelance de uno de losgrandes periódicos vespertinos. Lapolicía instaló su centro deoperaciones en una caravanasituada en el jardín de la casa

  • donde Mikael se alojaba.La consagración que todo joven

    periodista necesita en su profesiónle vino a Mikael de la mano de labanda de los Golfos Apandadores.La cara negativa de la fama fue queel vespertino de la competencia nopudo resistirse a usar el titular «Elsuperdetective Kalle Blomkvistresolvió, el caso». El texto, de tonoligeramente burlón, estabaredactado por una columnista decierta edad y contenía al menos unadocena de referencias al personajede Kalle Blomkvist, el jovendetective creado por la famosa

  • escritora Astrid Lindgren. Paracolmo de males, el periódicoilustraba el artículo con una fotoborrosa en la que Mikael, con laboca semiabierta y el dedo índicelevantado, parecía darleinstrucciones a un agenteuniformado. En realidad, no hacíamás que indicarle el camino alretrete.

    Poco importaba que MikaelBlomkvist jamás hubiera usado suprimer nombre, Carl —muchomenos su apodo Kalle—, ni

  • firmado ningún artículo como CarlBlomkvist. Desde ese momento,para su propia desesperación, fueconocido entre sus compañeros deprofesión como Kalle Blomkvist;un epíteto pronunciado conprovocadora mofa, no converdadera maldad, pero tampoco demanera muy agradable. Con todo elrespeto para Astrid Lindgren, pormucho que le encantaran sus librosodiaba el apodo. Fueron necesariosvarios años y méritos periodísticosde bastante más relevancia para quedejaran de llamarlo así. Y todavía

  • se sentía incómodo cada vez que looía.

    Así que sonrió serenamente ymiró al reportero del vespertino alos ojos.

    —Bah, invéntate tú algo.Siempre les pones muchaimaginación a tus textos.

    El tono no resultaba, enabsoluto, desagradable. Los peorescríticos de Mikael no habíanacudido y todos los allí presentesse conocían más o menos bien. Unavez colaboró con uno de ellos y enotra ocasión, en una fiesta, hacía yaalgunos años, casi consiguió ligarse

  • a «la de TV4».—Te machacaron bien allí

    dentro —le soltó Dagens Industri,que, al parecer, había enviado a unjoven suplente.

    —Bueno, sí —reconocióMikael. Difícilmente podría afirmarotra cosa.

    —¿Y cómo te sientes?A pesar de lo tenso de la

    situación, ni Mikael ni losperiodistas más veteranos pudieronevitar sonreír por la pregunta.Mikael intercambió una mirada con«la de TV4». Los periodistas seriossiempre habían sostenido que esa

  • pregunta —«¿cómo te sientes?»—era la única que los periodistasdeportivos bobos eran capaces dehacer al deportista jadeante al otrolado de la meta. Pero acto seguidorecobró la seriedad.

    —No puedo más que lamentarque el tribunal no haya llegado aotra conclusión —contestó demanera algo formal.

    —Tres meses de prisión yciento cincuenta mil coronas deindemnización por daños yperjuicios. Una sentencia que debede resultar dura —dijo «la de

  • TV4».—Sobreviviré.—¿Vas a pedirle disculpas a

    Wennerström? ¿A darle la mano?—No, no creo. Mi idea sobre la

    ética empresarial del señorWennerström no ha cambiado.

    —¿Así que sigues pensando quees un sinvergüenza? —se apresuróa preguntar Dagens Industri.

    Tras aquella pregunta seescondía una cita acompañada deun devastador titular, y Mikaelpodría haber mordido el anzuelo siel reportero no le hubiese advertidodel peligro al acercar su micrófono

  • con un entusiasmo algo excesivo.Meditó la respuesta un instante.

    El juez acababa de dictaminarque Mikael Blomkvist habíacalumniado al financiero Hans-ErikWennerström, así que la condenaimpuesta fue por difamación. Eljuicio había concluido y Mikael notenía intención de recurrir lasentencia. Pero ¿qué pasaría si,imprudentemente, repitiese susdeclaraciones en las mismasescaleras del juzgado? Mikaeldecidió que no quería averiguarlo.

    —Consideré que tenía buenasrazones para publicar aquellos

  • datos. El juez lo ha visto de otromodo y, naturalmente, debo aceptarque el proceso jurídico hayaseguido su curso. Ahora vamos acomentar la sentenciadetenidamente en la redacción antesde decidir qué hacer. No tengo nadamás que añadir.

    —Pero se te olvidó que unperiodista debe probar susafirmaciones —dijo «la de TV4»con un deje de dureza en la voz.

    No podía negar lo que elladecía. Habían sido buenos amigos.Su cara mostraba indiferencia, pero

  • Mikael creyó detectar en sus ojosuna sombra de decepción y rechazo.

    Mikael Blomkvist siguiócontestando a los periodistasdurante un par de interminablesminutos más. La pregunta tácita queflotaba en el aire y que nadie seatrevía a hacer —quizá porqueresultaba vergonzosamenteincomprensible— era cómo habíapodido redactar un texto tandesprovisto de sustancia. Losperiodistas allí presentes, aexcepción del suplente de DagensIndustri, eran ya veteranos con unadilatada experiencia profesional.

  • Para ellos la respuesta a aquellapregunta iba más allá del límite delo concebible.

    TV4 colocó a Mikael ante lacámara situada delante de laentrada del juzgado para poderhacerle las preguntas algoapartados de los demás. Laperiodista mostró más amabilidadde la que se merecía y la entrevistacontó con las suficientesdeclaraciones para contentar a todoel mundo. La historia —resultabainevitable— daría lugar anumerosos titulares, pero Mikaelhizo un esfuerzo para recordar que

  • no se trataba del suceso másimportante del año. Los reporterosya tenían lo que querían y volvierona sus respectivas redacciones.

    Mikael había pensado dar unpaseo, pero era un día de diciembremuy ventoso y, además, habíacogido frío durante la entrevista. Alencontrarse solo en las escalerasdel juzgado levantó la mirada ydescubrió a William Borg bajandode su coche, donde habíapermanecido mientras duró laentrevista. Sus miradas se cruzaron;

  • acto seguido William Borg sonrió.—Ha merecido la pena venir

    hasta aquí sólo para verte con esepapel en la mano.

    Mikael no contestó. Conocía aWilliam Borg desde hacía quinceaños. Una vez trabajaron juntoscomo reporteros suplentes deeconomía en un diario matutino. Talvez se debiera a una falta dequímica personal, pero lo cierto esque allí se asentó la base de sueterna enemistad. A ojos de Mikael,Borg no sólo era un pésimoperiodista, sino también una

  • persona mezquina, vengativa ypesada, que incordiaba a los que lerodeaban con chistes y bromasestúpidas, y que hablaba condesprecio de los reporteros de másedad, evidentemente mucho másexperimentados. En especial lecaían mal las reporteras veteranas.Tuvieron una primera discusión, ala que le sucedieron otrosenfrentamientos, hasta que suantagonismo se convirtió en unasunto personal.

    Luego, a lo largo de los años,Mikael y William Borg seencontraron con cierta regularidad,

  • pero no fue hasta finales de losaños noventa cuando se hicieronenemigos de verdad. Mikaelpublicó un libro sobre elperiodismo económico, connumerosas citas de una serie deestúpidos artículos que llevaban lafirma de Borg. En la versión deMikael, Borg era caracterizadocomo un perfecto pedante que loentendía todo al revés y queescribía artículos-homenaje aempresas puntocom al borde de laquiebra. A Borg no le hizo ningunagracia el análisis de Mikael, y en unencuentro casual en un bar del

  • barrio de Söder faltó poco para quese liaran a puñetazos. Por lasmismas fechas, Borg abandonó elperiodismo para trabajar deinformador —cobrando un sueldoconsiderablemente más alto— enuna empresa que, para colmo,estaba dentro de la esfera deintereses del industrial Hans-ErikWennerström.

    Estuvieron mirándose el uno alotro durante un buen rato; luegoMikael se dio la vuelta y semarchó, ir al juzgado sólo parareírse a carcajadas de él era muy

  • típico de Borg.Mientras iba andando, pasó el

    autobús 40 y subió, más que nadapara alejarse del lugar cuanto antes.Bajó en Fridhemsplan y se quedóen la parada indeciso, con lasentencia aún en la mano.Finalmente, decidió cruzar la callehasta el Kafé Anna, al lado delgaraje de la jefatura de policía.

    Menos de medio minutodespués de haber pedido un caffèlatte y un sándwich empezó elboletín informativo en la radio. Suhistoria se comentó en tercer lugar,después de la de un terrorista

  • suicida en Jerusalén y la noticia deque el gobierno había constituidouna comisión investigadora paraestudiar la presunta formación deun cártel en el sector de laconstrucción.

    Esta misma mañana el periodista MikaelBlomkvist de la revista Millennium ha sidocondenado a tres meses de cárcel porhaber difamado gravemente al industrialHans-Erik Wennerström. En un artículosobre el llamado «caso Minos», publicadoa principios de año, Blomkvist afirmabaque Wennerström empleó fondos públicos—destinados a inversiones industriales enPolonia— para el tráfico de armas. MikaelBlomkvist también ha sido condenado a

  • pagar ciento cincuenta mil coronas deindemnización por daños y perjuicios. Enun comunicado, Bertil Camnermarker,abogado de Wennesrström, dice que sucliente está contento con la sentencia.«Se trata de un caso de difamaciónsumamente grave», ha manifestado.

    La sentencia tenía veintiséispáginas. Daba cuenta de las razonespor las que Mikael había sidodeclarado culpable de quince casosde grave difamación al empresarioHans-Erik Wennesrström. Mikaelhizo sus cálculos y llegó a laconclusión de que cada uno de loscargos de la acusación por los que

  • había sido condenado valía diezmil coronas y seis días de cárcel,sin contar las costas judiciales y laretribución de su abogado. Lefaltaban fuerzas para calcular acuánto ascenderían los gastos, peroal mismo tiempo reconoció quepodría haber sido peor; ya que eltribunal lo había absuelto de sietecargos.

    A medida que iba leyendo lostérminos de la sentencia le invadióuna sensación cada vez más pesaday desagradable en el estómago. Lesorprendió. Desde el mismomomento en el que se inició el

  • juicio sabía que si no se producíaun milagro, lo iban a condenar. Nole cabía la menor duda y ya sehabía hecho a la idea. Asistió a losdos días del juicio de manerabastante despreocupada; además,durante once días, sin sentir nada enespecial, estuvo esperando a que eltribunal terminara con susdeliberaciones y redactara eldocumento que tenía en las manos.Y ahora, una vez concluido elproceso, un malestar empezó aapoderarse de él.

    Al darle el primer mordisco alsándwich tuvo la sensación de que

  • la miga le crecía en la boca. Lecostó tragar y lo apartó.

    Era la primera vez quecondenaban a Mikael Blomkvistpor un delito; nunca había sidosospechoso de nada, ni acusado pornadie. Si la comparaba con otras, lasentencia le parecía insignificante,un delito sin importancia. Al fin yal cabo, no se trataba de un robo amano armada, un homicidio o unaviolación. Sin embargo, desde elpunto de vista económico, lacondena impuesta le dolía.Millennium no era precisamente el

  • buque insignia de los medios decomunicación con fondos ilimitados—la revista vivía al límite—, perola sentencia tampoco suponía unacatástrofe. El problema residía enque Mikael era uno de los socios deMillennium a la vez que, por idiotaque pudiera parecer, ejercía tantode escritor como de editor jefe dela revista. Mikael pensaba pagar laindemnización, ciento cincuenta milcoronas, de su propio bolsillo, locual daría al traste prácticamentecon la totalidad de sus ahorros. Larevista respondería de las costasjudiciales. Administrando los

  • gastos con prudencia, saldríaadelante.

    Meditó la posibilidad devender su casa, cosa que le partiríael corazón. A finales de los felicesaños ochenta, durante un período enel que contaba con un trabajoestable y unos ingresosrelativamente decentes, se puso abuscar un domicilio fijo. Viomuchas casas y descartó la mayoríaantes de dar con un ático de sesentay cinco metros cuadrados enBellmansgatan, justo al principio dela calle. El anterior propietariohabía iniciado una reforma para

  • convertirlo en una viviendahabitable, pero le salió un trabajoen una empresa puntocom delextranjero y Mikael pudo compraraquella casa a medio reformar porun buen precio.

    Mikael rechazó los bocetos delarquitecto y terminó la obra élmismo. Apostó por el baño y lacocina, y decidió no reformar elresto. En vez de poner parqué ylevantar tabiques para hacer unahabitación independiente, acuchillólas viejas tablas del suelo, encalódirectamente los toscos muros

  • originales y cubrió lasimperfecciones más visibles con unpar de acuarelas de EmanuelBernstone. El resultado fue un loftcompletamente abierto, con unsalón-comedor junto a una pequeñacocina americana y un espacio paradormir ubicado tras una librería. Lavivienda tenía dos ventanas debuhardilla y una ventana lateral convistas a los tejados que seextendían hasta la bahía deRiddarfjärden y Gamla Stan.También se podía ver un poquito deagua de Slussen y el Ayuntamiento.En la actualidad no habría podido

  • comprar una casa así, de modo quequería conservarla.

    Pero el riesgo de perderla noera nada en comparación con eltremendo golpe profesional queacababa de sufrir, cuyos dañostardaría mucho tiempo en reparar…si es que era posible.

    Se trataba de una cuestión deconfianza. En el futuro, muchoseditores se lo pensarían más de unavez antes de publicar un textofirmado por él. Seguía teniendosuficientes amigos en la profesiónque comprenderían que había sidovíctima de las circunstancias y de

  • la mala suerte, pero a partir deahora no podía permitirse ni el másmínimo error.

    Lo que más le dolía, noobstante, era la humillación.

    Tenía todas las de ganar, pero,aun así, perdió contra un gánster demedio pelo con traje de Armani. Unmaldito y canalla especuladorbursátil. Un yuppie con un abogadofamoso que se había pasado todo eljuicio con una burlona sonrisa enlos labios.

    ¿Cómo diablos podían haberlesalido tan mal las cosas?

  • El caso Wennesrström empezó,de modo muy prometedor, en labañera de un velero Mälar-30amarillo la noche de Midsommar,fiesta del solsticio de verano, hacíaahora un año y medio. Todo fuefruto de la casualidad: un ex colegaperiodista, actualmente informadorde la Diputación provincial, quisoimpresionar a su nueva novia y, sinreflexionar demasiado, alquiló unScampi para pasar un par de díasde navegación improvisada, aunqueromántica, por el archipiélago. Tras

  • oponer cierta resistencia, la novia,recién llegada de Hallstahammarpara estudiar en Estocolmo, se dejóconvencer con la condición de quesu hermana y el novio de éstatambién los acompañaran. Ningunode ellos había pisado jamás unbarco de vela. Pero el verdaderoproblema era que el amigoinformador, en realidad, teníabastante menos experiencia comomarinero que entusiasmo por laexcursión. Tres días antes de partirllamó desesperadamente a Mikael ylo convenció para que losacompañara como quinto tripulante,

  • el único con verdaderosconocimientos de navegación.

    Al principio la propuesta no lehizo mucha gracia, pero acabóaceptando ante la expectativa depasar unos días placenteros en elarchipiélago y de disfrutar de buenacomida y una agradable compañía,como se suele decir. No obstante,sus esperanzas se frustraron y elviaje fue más desastroso de lo quehubiera imaginado jamás.Navegaron por una ruta bonita, peropoco emocionante, a una velocidadde apenas cinco metros porsegundo, subiendo desde Bullando

  • y pasando por Furusund. Aun así, lanueva novia del informador semareó enseguida. La hermana sepuso a discutir con su novio y nadiemostró el menor interés poraprender lo más mínimo denavegación. Pronto quedó claro queesperaban que Mikael se encargaradel barco mientras los demás ledaban consejos bienintencionados,pero en su mayoría absurdos.Después de pasar la primera nocheen una cala de Ängsö, estabadispuesto a atracar en Furusund yvolver a casa en autobús. Sólo las

  • súplicas desesperadas delinformador le hicieron quedarse enel barco.

    A eso de las doce del díasiguiente, lo suficientemente prontopara que todavía quedaran algunossitios libres, amarraron en elembarcadero de Arholma.Prepararon la comida y, mientrasterminaban de comer, Mikaelreparó en un M-30 amarillo defibra de vidrio que estaba entrandoen la cala, deslizándose sólo con lavela mayor. El barco hizo un suaveviraje mientras el capitán buscabaun hueco en el embarcadero.

  • Mikael echó un vistazo a sualrededor y se dio cuenta de que elespacio entre su Scampi y un barco-H que había a estribor era,probablemente, el único hueco; elestrecho M-30 cabría allí, aunquealgo justo. Se puso de pie en lapopa y señaló con el brazo; elcapitán del M-30 levantó la manoen señal de agradecimiento y sedirigió rumbo al embarcadero. «Unnavegante solitario que no teníaintención de molestarse en arrancarel motor», pensó Mikael. Escuchóel ruido de la cadena del ancla yunos segundos después vio arriar la

  • vela mayor, mientras el capitán semovía como una culebra paramantener el timón derecho y almismo tiempo preparar la amarrade proa.

    Mikael subió a la borda y letendió una mano, dispuesto aprestarle ayuda. El navegante hizoun último cambio de rumbo y entródeslizándose sin ningún problema,casi completamente parado, hasta lapopa del Scampi. Hasta que elrecién llegado no le dio la cuerda aMikael no se reconocieron; unasonrisa de satisfacción se dibujó en

  • sus rostros.—¡Hombre, Robban! —

    exclamó Mikael—. ¿Por qué nousas el motor? Así no les rascaríasla pintura a todos los barcos delpuerto.

    —¡Hola, Micke! Ya decía yoque me sonaba esa cara. No meimportaría usarlo si arrancara. Elcondenado se me murió hace dosdías en Rödlöga.

    Se dieron la mano por encimade las bordas.

    En el instituto de Kungsholmen,en los años setenta —hacía ya unaeternidad—, Mikael Blomkvist y

  • Robert Lindberg habían sidoamigos, incluso íntimos amigos.Como pasa a menudo con los viejoscompañeros de estudios, la amistadacabó después del día de lagraduación. Cada uno tiró por sucamino y durante los últimos veinteaños apenas si se habían visto enmedia docena de ocasiones. Enaquel momento, cuando seencontraron inesperadamente en elembarcadero de Arholma, habíanpasado por lo menos siete u ochoaños desde la última vez. Seobservaron el uno al otro concuriosidad. Robert estaba

  • bronceado, tenía el peloenmarañado y una barba de dossemanas.

    De repente, Mikael se sintió demucho mejor humor. Cuando elinformador y sus bobosacompañantes subieron hacia latienda del pueblo, al otro lado de laisla, para celebrar la noche deMidsommar bailando en laexplanada alrededor del mayo, élse quedó en la bañera del M-30,charlando con su viejo amigo deinstituto en torno a unos arenques yunos chupitos de aguardiente.

  • En algún momento de la noche,tras abandonar la lucha contra losmosquitos de Arholma, tristementecélebres, y trasladarse a la cabina,la conversación, después de unconsiderable número de chupitos,se convirtió en un amistoso dueloverbal sobre la ética y la moral enel mundo de los negocios. Los doshabían elegido carrerasprofesionales que, de algunamanera, tenían que ver con laeconomía del país. Robert Lindbergpasó del instituto a la EscuelaSuperior de Economía deEstocolmo y, desde allí, dio el salto

  • al sector bancario. MikaelBlomkvist se graduó en la EscuelaSuperior de Periodismo y llevabagran parte de su vida profesionaldedicándose a revelar y denunciardudosas operaciones, precisamenteen el ámbito de la banca y de losnegocios. La conversación empezóa girar en torno a lo moralmentedefendible en ciertos contratosblindados de los años noventa.Después de haber defendidovalientemente algunos de los casosmás llamativos, Lindberg dejó elvaso y, muy a su pesar, tuvo que

  • reconocer que en el mundo de losnegocios, seguramente tambiénhabría algún que otro corruptocabrón. De pronto miró a Mikaelseriamente.

    —Tú que eres periodista deinvestigación y te ocupas de fraudeseconómicos, ¿por qué no escribesalgo sobre Hans-ErikWennesrström?

    —Ignoraba que hubiera algoque decir sobre él.

    —Busca. Tienes que buscar,joder. ¿Qué sabes del programaCADI?

    —Pues que era una especie de

  • programa de subvenciones que enlos años noventa ayudó a laindustria de los países del Este alevantarse. Se suspendió hace unpar de años. No he escrito nadasobre eso.

    —Las siglas significan Comitéde Ayuda para el DesarrolloIndustrial, un proyecto que tuvoapoyo gubernamental y fue dirigidopor representantes de una decena degrandes empresas suecas. El CADIrecibió garantías estatales que lepermitieron poner en marcha unaserie de proyectos acordados conlos gobiernos de Polonia y de los

  • Países Bálticos. El sindicato LOhizo su pequeña aportación comoavalista para reforzar también elmovimiento sindical obrero en elEste, siguiendo las pautas delmodelo sueco. Formalmente setrataba de un proyecto de apoyo aldesarrollo basado en los principiosde ayuda como forma de incentivarel progreso, lo cual les daría a losregímenes del Este la oportunidadde sanear su economía. Sinembargo, en la práctica se tratabade que ciertas empresas suecasrecibieran subvenciones estatales

  • para entrar y establecerse comosocios de empresas de países delEste. Aquel maldito ministro de losdemocristianos era un entusiastapartidario del CADI. Se abrió unafábrica papelera en Cracovia, sereformó una industria metalúrgicaen Riga, una fábrica de cemento enTallin… La dirección del CADI,compuesta por pesos pesados delmundo de la banca y de la industriasuecas, repartió el dinero.

    —¿Te refieres al dinero de loscontribuyentes?

    —Alrededor del cincuenta porciento provenía de subvenciones

  • estatales, el resto lo pusieron losbancos y la industria. Pero nopienses que se trataba de una laborsin ánimo de lucro. Los bancos ylas empresas contaban con sacaruna buena tajada. Si no, el tema noles hubiese interesado una mierda.

    —¿De cuánto dinero estamoshablando?

    —Espera, hombre; escúchame.El CADI estaba compuestoprincipalmente por compañíassuecas de toda la vida que queríanentrar en los mercados del Este,importantes sociedades como ABB,Skanska y similares. En otras

  • palabras, nada de empresasespeculadoras.

    —¿Me estás diciendo queSkanska no se dedica a especular?¿No despidieron acaso al directorejecutivo de Skanska por dejar queuno de sus chavales especulara yperdiera quinientos millonesbuscando dinero rápido? ¿Y qué teparecen sus histéricos negociosinmobiliarios en Londres y Oslo?

    —Sí, bueno; en todas lasempresas del mundo hay idiotas,pero ya sabes a lo que me refiero.Por lo menos son empresas que

  • producen algo concreto. Lacolumna vertebral de la industriasueca y todo ese rollo…

    —¿Y qué pinta Wennesrströmen esto?

    —Wennesrström es la granincógnita. A ver, es un tipo quesurgió de la nada, que no tieneningún pasado en la industriapesada y que realmente no pintanada en esos círculos, pero haamasado una colosal fortuna en labolsa y la ha invertido en empresasya consolidadas. Digamos que haentrado por la puerta de atrás.

    Mikael se sirvió un chupito de

  • aguardiente Reimersholms y seacomodó en la cabina pensando enlo que sabía de Wennesrström, locual, en realidad, no era gran cosa.Había nacido en algún lugar deNorrland, donde fundó una empresainversora en los años setenta. Ganósu buen dinero y se trasladó aEstocolmo, donde hizo una carrerameteórica durante los felices añosochenta. Creó el GrupoWennesrström, que, al abriroficinas en Londres y Nueva York,se rebautizó como WennerstroemGroup, de modo que la empresaempezó a aparecer en los mismos

  • artículos de prensa que Beijer.Negociaba con acciones yopciones, y especulaba con laforma de ganar dinero rápido. Notardó en aparecer en la prensa delcorazón como uno más de esosnumerosos nuevos ricospropietarios de un ático enStrandvägen, una magníficaresidencia veraniega en Varmdo yun yate de veintitrés metros deeslora que, en su caso, compró auna estrella retirada del tenis conproblemas de solvencia. Enrealidad, no era más que un simple

  • contable, pero la de los ochenta fuela década de los contables y de losespeculadores inmobiliarios. YWennesrström no destacó más queotros; más bien al revés, siguiósiendo una figura relativamenteanónima entre Los Grandes Chicos.Carecía de las rimbombantesmaneras de Stenbeck y no seprostituía en la prensa comoBarnevik. Rechazaba los negociosinmobiliarios y, en su lugar,invertía masivamente en el antiguobloque comunista. Cuando sedesinfló la burbuja económica delos noventa y todos los altos

  • cargos, uno tras otro, se vieronobligados a cobrar sus contratosblindados, la empresa deWennesrström se las arreglósorprendentemente bien. Ni el másmínimo escándalo. «A Swedishsuccess story», tituló el mismísimoFinancial Times.

    —Era 1992. De repenteWennesrström se puso en contactocon el CADI y les comunicó quequería dinero. Presentó un plan,aparentemente bien arraigado entrelas partes interesadas de Polonia,con el fin de crear una empresa quefabricara envases para la industria

  • alimentaria.—O sea, una fábrica de latas de

    conserva.—No exactamente, pero algo

    por el estilo. No tengo ni idea de aquién conocía en el CADI, perosalió sin problemas con sesentamillones de coronas.

    —Esto empieza a ponerseinteresante. Déjame adivinar: fue laúltima vez que alguien vio esedinero.

    —No —replicó RobertLindberg, y esbozó una sonrisaantes de animarse con un poco más

  • de aguardiente—. Lo que sucediódespués fue digno de una lecciónmagistral de contabilidad.Wennesrström fundó realmente unaindustria de embalajes en Polonia,en Lodz, para ser más exacto. Laempresa se llamaba Minos. ElCADI recibió unos alentadoresinformes durante el año 1993;luego… silencio. De repente, en1994, Minos se vino abajo.

    Para ilustrar el hundimiento dela empresa, Robert Lindberg dio ungolpe en la mesa con la copa vacía.

    —El problema del CADI eraque no existía ningún tipo de

  • procedimiento sobre cómo rendircuentas de esos proyectos. Teacuerdas del espíritu de la época,¿no? Todo ese optimismo cuandocayó el muro de Berlín: que seinstauraría la democracia, que laamenaza de guerra nuclear ya erahistoria y que los bolcheviques seiban a convertir en capitalistas dela noche a la mañana. El gobiernoquería afianzar la democracia en elEste. Todos los capitalistas queríansubirse al tren y ayudar a construirla nueva Europa.

    —No sabía que los capitalistasestuvieran tan dispuestos a

  • dedicarse a hacer obras de caridad.—Créeme, estamos hablando

    del sueño húmedo de cualquiercapitalista. Quizá Rusia y lospaíses del Este constituyan, despuésde China, el mercado restante másgrande del mundo. A la industria nole importaba ayudar al gobierno,especialmente porque las empresassólo tenían que responder de unapequeña parte de los gastos. Entotal, el CADI se comió más detreinta mil millones de coronas delos contribuyentes. El dinerovolvería en forma de futuras

  • ganancias. Formalmente el CADIera una iniciativa del gobierno,pero la influencia de la industriaera tan grande que, en la práctica,la dirección del CADI trabajaba demanera independiente.

    —Entiendo. Pero ¿aquí haymaterial para un artículo o no?

    —Paciencia. Cuando losproyectos se pusieron en marcha nohubo problemas para financiarlos.Suecia aún no había sido golpeadapor la crisis surgida a raíz de laenorme subida de los intereses. Elgobierno estaba contento porquecon el CADI se pondría de

  • manifiesto la gran aportación suecaa favor de la democracia en el Este.

    —¿Y todo esto pasó con elgobierno de derechas?

    —No metas a los políticos enesto. Se trata de dinero e importauna mierda si los que designan a losministros son socialistas o dederechas. Así que adelante, a todapastilla. Luego llegaron losproblemas de divisas y despuésunos chalados llamados los nuevosdemócratas (sin duda te acordarásdel partido Nueva Democracia)empezaron a quejarse de que nohabía transparencia en lo que hacía

  • el CADI. Uno de sus payasosconfundió al CADI con la AgenciaSueca de CooperaciónInternacional para el Desarrollo ycreyó que se trataba de algúnmaldito proyecto de ayuda en plancaritativo como el de Tanzania.Durante la primavera de 1994 sedesignó una comisión parainvestigar al CADI. A esas alturasvarios proyectos ya habían sidocriticados, pero uno de losprimeros en inspeccionarse fue elde Minos.

    —Y Wennerström no pudo dar

  • cuenta del dinero.—Al contrario. Wennerström

    presentó un excelente libro decuentas demostrando que más decincuenta y cuatro millones decoronas habían sido invertidas enMinos, pero que seguía habiendoproblemas estructurales demasiadoimportantes en la rezagada Poloniapara que pudiera funcionar unamoderna industria de envases, porlo que, en la práctica, lacompetencia de un proyecto alemánsimilar les había ganado la partida.Los alemanes estaban en plenoproceso de compra de todo el

  • bendito bloque del Este.—Dijiste que le dieron sesenta

    millones.—Exacto. El dinero del CADI

    se gestionó como un crédito sinintereses. La idea era, por supuesto,que las empresas acabarandevolviendo parte del dinerodurante una serie de años. PeroMinos quebró y el proyectofracasó; nadie pudo reprocharlenada a Wennerström. Aquí entrabanlas garantías del Estado, por lo queWennerström quedó libre deresponsabilidades. Simplemente notuvo que devolver el dinero

  • perdido cuando quebró Minos, y almismo tiempo pudo demostrar quehabía perdido una suma equivalentede su propio dinero.

    —A ver si lo he entendido bien:el gobierno ofrece el dinero de loscontribuyentes y pone a losdiplomáticos al servicio de unaserie de hombres de negocios paraabrirles puertas. La industria cogeel dinero y lo usa para invertir enjoint ventures de las que luego sacauna buena tajada. En fin: la mismahistoria de siempre. Algunos seforran y otros pagan la cuenta, y ya

  • sabemos muy bien qué papelinterpreta cada uno…

    —¡Qué cínico eres! Loscréditos se iban a devolver alEstado.

    —Pero has dicho que estabanlibres de intereses. Por tanto,significa que los contribuyentes norecibieron ni un duro por poner lapasta. Le dieron a Wennerströmsesenta kilos, de los cuales invirtiócincuenta y cuatro. ¿Qué pasó conlos restantes seis millones?

    —En el momento en que quedóclaro que el proyecto del CADIsería objeto de estudio por parte de

  • una comisión, Wennerström envióun cheque de seis millones al CADIcomo pago de la diferencia. Coneso, jurídicamente hablando, elcaso quedaba cerrado.

    Robert Lindberg se calló ymiró, desafiante, a Mikael.

    —Suena como si Wennerströmhubiera perdido un poco del dinerodel CADI, pero en comparacióncon los quinientos millones quedesaparecieron de Skanska o lahistoria del contrato blindado deaquel director de ABB que cobróuna indemnización por despido demás de mil millones, algo que

  • realmente indignó a la gente, estono parece ser gran cosa para unartículo —dijo Mikael—. Laverdad es que los lectores de hoyen día están bastante hartos detextos sobre especuladoresincompetentes, aunque sea dineroque provenga de los impuestos.¿Hay algo más en toda estahistoria?

    —Esto no ha hecho más queempezar.

    —¿Cómo es que sabes tantosobre los negocios de Wennerströmen Polonia?

  • —En los años noventa trabajéen Handelsbanken. Adivina quiénera el encargado de hacer lasinvestigaciones para elrepresentante del banco en elCADI.

    —Vale, ahora lo entiendo.Anda, sigue.

    —Entonces… para resumir, elCADI recibió una explicación porparte de Wennerström. Se firmaronlos documentos pertinentes. El restodel dinero se devolvió. Ese detallede los seis millones devueltos fueuna jugada muy astuta. A ver, sialguien llama a tu puerta para darte

  • una bolsa de dinero, ¿cómo coñovas a pensar que no es trigo limpio?

    —Ve al grano.—Blomkvist, ¡por favor!; ése es

    el grano. Los del CADI se quedaronsatisfechos con el libro de cuentasde Wennerström. La inversión sefue al garete, pero no había nadaque objetar en cuanto a la gestión.Miramos facturas, transferencias ytodo tipo de papeles. Todoimpoluto. Yo me lo creí. Mi jefe selo creyó. El CADI se lo creyó y elgobierno no tuvo nada que añadir.

    —Entonces ¿dónde está la

  • pega?—Ahora es cuando la historia

    se pone interesante —dijo Lindbergy, de repente, parecióasombrosamente sobrio—. Ya queeres periodista, que conste que estoes off the record.

    —¡Joder, no puedes estarcontándome cosas para luegodecirme que no me dejasutilizarlas!

    —Claro que sí. Lo que te heexplicado hasta ahora es deconocimiento público. Busca elinforme y échale un vistazo si teapetece. El resto de la historia, lo

  • que no te he contado todavía,publícalo si quieres, pero tienesque tratarme como una fuenteanónima.

    —Vale, pero según laterminología general off the recordsignifica que me han reveladoconfidencialmente algo sobre loque no puedo escribir nada.

    —A la mierda con laterminología. Escribe lo quequieras, pero yo soy una fuenteanónima. ¿De acuerdo?

    —Vale —contestó Mikael.Naturalmente, a la luz de los

    acontecimientos posteriores su

  • respuesta constituía un error.—Muy bien. Aquella historia

    de Minos tuvo lugar hará unos diezaños, justo después de caer elmuro, cuando los bolcheviques seestaban convirtiendo en capitalistasdecentes. Yo era una de laspersonas que investigaba aWennerström y había algo que medaba mala espina.

    —¿Por qué no dijiste nadaentonces?

    —Se lo comenté a mi jefe. Elcaso era que no había nada enconcreto. Todos los papeles

  • estaban en orden. No tuve másremedio que firmar el informe. Peroahora, cada vez que me encuentrocon el nombre de Wennerström enla prensa me viene a la mente lahistoria de Minos.

    —Vale. ¿Y?—Unos años después, a

    mediados de los noventa, mi bancohizo negocios con Wennerström,negocios bastante importantes, dehecho. Y no salieron muy bien.

    —¿Os timó?—No; tanto como eso, no. Los

    dos ganamos dinero. Lo que pasófue más bien que… no sé muy bien

  • cómo explicártelo; estoy hablandode mi propia empresa y eso no megusta. Pero el balance de todoaquello —o sea, la impresióngeneral, por decirlo de algunamanera— no es positivo. AWennerström le definen en losmedios de comunicación como unimpresionante oráculo de laeconomía. De eso vive. Es su valorseguro.

    —Sé lo que quieres decir.—Yo siempre tuve la sensación

    de que se trataba simplemente de unfanfarrón. No mostraba ningunahabilidad para los negocios. Todo

  • lo contrario; me parecióasombrosamente superficial eignorante en muchos temas. Teníaun par de jóvenes tiburonesrealmente muy agudos comoconsejeros, pero personalmente mecayó fatal.

    —¿Y?—Hace unos años fui a Polonia

    para un asunto completamentediferente. Nuestro grupo cenó enLodz con unos inversores y porcasualidad acabé en la misma mesaque el alcalde. Hablamos de lodifícil que resultaba levantar la

  • economía polaca y de cuestionessimilares; y, entre unas cosas yotras, mencioné el proyecto Minos.Al principio el alcalde pareció noentenderme, como si en su vidahubiera oído hablar de Minos, peroluego se acordó de que era unpequeño negocio de mierda quenunca llegó a ser nada. Despachó eltema con una carcajada y dijo, citoliteralmente, que si eso era todo loque eran capaces de hacer losinversores suecos, nuestro país notardaría en hundirse por completo.¿Me sigues?

    —El comentario da a entender

  • que el alcalde de Lodz es unhombre inteligente. Venga,continúa.

    —No pude sacarme esaspalabras de la cabeza. Al díasiguiente tenía una reunión por lamañana, pero por la tarde estabalibre. Por pura maldad me fui a verla fábrica abandonada de Minos,situada en un pequeño pueblo a lasafueras de Lodz, con una taberna enun granero y retretes fuera de lascasas. La gran fábrica de Minos eraun almacén en ruinas, un viejocobertizo de chapa que habíamontado el Ejército Rojo en los

  • años cincuenta. Me encontré con unguardia que sabía un poco dealemán y me contó que uno de susprimos había trabajado en Minos.El primo vivía muy cerca, así quefuimos a verlo. El guardia meacompañó para hacer de intérprete.¿Quieres saber lo que dijo?

    —Me muero por saberlo.—Minos empezó sus

    actividades en el otoño de 1992.Llegó a tener un máximo de quinceempleados, en su mayoría mujeresmayores. Cobraban ciento cincuentacoronas al mes. Al principio no

  • había maquinaria, de modo que losempleados se pasaban el díalimpiando aquel almacén. Aprimeros de octubre llegaron tresmáquinas para hacer cartones,compradas en Portugal. Estabanviejas, desgastadas por el uso ycompletamente anticuadas. Su valorcomo chatarra no pasaría de un parde miles de coronas. Es verdad quelas máquinas funcionaban, pero serompían cada dos por tres.Naturalmente, no había piezas derepuesto, así que Minos se veíaafectada por constantes paradas enla producción. Por regla general, un

  • empleado siempre acababareparando la máquina de maneraprovisional.

    —Esto ya empieza a parecersea un artículo —reconoció Mikael—. ¿Y en realidad qué fabricabanen Minos?

    —Durante 1992 y la mitad de1993 fabricaron cartonesperfectamente normales paradetergentes, hueveras y cosas por elestilo. Luego se dedicaron a lasbolsas de papel. Pero la fábricasufría una constante escasez demateria prima y nunca llegó a tenermucha producción.

  • —No suena precisamente comouna inversión muy importante.

    —He hecho mis cálculos. Elgasto total del alquiler rondaría lasquince mil coronas en dos años.Los sueldos podrían haberascendido, como mucho, y estoysiendo muy generoso, a unas cientocincuenta mil. Compra demaquinaria y transportes, unafurgoneta que distribuía lashueveras… a ojo de buen cubero,unas doscientas cincuenta mil. Esosin contar los costesadministrativos de permisos y unos

  • pocos billetes de avión; segúnparece, tan sólo una persona deSuecia visitaba el pueblo en muycontadas ocasiones. Bueno,digamos que toda la operaciónsalió por un total de algo menos deun millón. Un día del verano de1993, el capataz bajó a la fábrica yanunció que estaba cerrada; pocodespués apareció un camiónhúngaro y se llevó toda lamaquinaria. Hasta la vista, Minos.

    Durante el juicio, Mikael seacordó a menudo de aquella noche

  • d e Midsommar. El tono de laconversación le recordaba los añosde instituto: la típica discusión deamigos, juvenil y desenfadada.Como adolescentes habíancompartido los problemas propiosde esa edad. Como adultos eran, enrealidad, perfectos desconocidos;dos personas completamentedistintas, en el fondo. A lo largo deaquella noche, Mikael se estuvopreguntando por qué no podíaacordarse de lo que les habíaconvertido en buenos amigosdurante el bachillerato. El recuerdoque guardaba de Robert era el de un

  • chaval callado y reservado quemostraba una incomprensibletimidez con las chicas. De adulto sehabía convertido en un exitoso…llamémosle trepa, del mundo de labanca. A Mikael no le cabía lamenor duda de que su compañerotenía opiniones que estabantotalmente en desacuerdo con supropia visión del mundo.

    Mikael raramente seemborrachaba, pero aquelencuentro casual había convertidouna fracasada navegación en una deesas agradables veladas donde elnivel de la botella de aguardiente

  • va acercándose lentamente alfondo. Debido precisamente a esetono adolescente de laconversación, en un principio no setomó en serio la historia de Robert,si bien sus instintos periodísticosacabaron aflorando. De repente, sepuso a escuchar la historia conmucha atención, y entonces se leocurrieron algunas objecioneslógicas.

    —Espera un momento —suplicó Mikael—. Wennerström seencuentra entre la élite de losespeculadores bursátiles. Si no me

  • equivoco es multimillonario…—Un cálculo rápido situaría a

    Wennerstroem Group en unosdoscientos mil millones. Ahora teestarás preguntando por qué unmultimillonario de esa categoría semolestaría en montar una estafa asípara ganar una miserable calderillade unos cincuenta millones,¿verdad?

    —Bueno, más bien por qué ibaa arriesgarlo todo cometiendo unfraude tan obvio.

    —No sé si estoy de acuerdo enllamarlo obvio precisamente; lajunta directiva del CADI al

  • completo, la gente de la banca, losinterventores y los auditores delgobierno y del Parlamento… Todoshan aceptado el rendimiento decuentas de Wennerström.

    —No obstante, estamoshablando de una miseria.

    —Cierto, pero piensa queWennerstroem Group es una deesas empresas inversoras que semeten en todo tipo de negocios conlos que se puede ganar un dinerorápido: inmuebles, valores,opciones, divisas… you name it.Wennerström se puso en contactocon el CADI en 1992, justo cuando

  • el mercado estaba a punto dehundirse. ¿Te acuerdas del otoño de1992?

    —¿Cómo no me voy a acordar?Tenía un interés variable en mihipoteca y el Banco de Suecia losubió al quinientos por ciento enoctubre. Tuve que enfrentarme a uninterés del diecinueve por cientodurante un año.

    —Bueno, bueno; ¡qué tiemposaquéllos! —dijo Robert sonriendo—. Yo perdí una barbaridad dedinero ese año. Y Hans-ErikWennerström, como los demás

  • actores del mercado, tuvo que hacerfrente al mismo problema. Laempresa tenía miles de millonesinvertidos a plazo fijo en valoresde distintos tipos, pero una cantidadasombrosamente reducida de dineroen efectivo. Ya no podían pedirprestadas más sumas astronómicas.Lo normal en una situación así esvender inmuebles y lamerse lasheridas por la pérdida. Pero en1992, de la noche a la mañana,nadie quiso comprar ni una solacasa.

    —Cash-flow problem.—Exacto. Y Wennerström no

  • fue el único con ese tipo deproblemas. Todos losempresarios…

    —No los llames empresarios;emplea otra palabra, porquellamándolos así estás insultando auna categoría profesional seria.

    —Vale, de acuerdo: todos losespeculadores bursátiles tenían, poraquel entonces, cash-flowproblems… Míralo así:Wennerström recibió sesentamillones de coronas. Devolvió seis,pero al cabo de tres años. Losgastos de Minos no podían haberascendido a mucho más de un

  • millón. Sólo los intereses desesenta millones durante tres añossuponen ya bastante. Dependiendode cómo lo hubiera invertido,podría haber doblado omultiplicado por diez aquel dinerode la CADI. No es moco de pavo.Por cierto, ¡chinchín!

  • Capítulo 2.

    Viernes, 20 de diciembre

    Dragan Armanskij había nacidoen Croacia hacía cincuenta y seisaños. Su padre era un judío armeniode Bielorrusia y su madre unamusulmana bosnia de ascendenciagriega. Fue ella la que se encargóde su educación, de modo que,cuando se hizo adulto, Dragan entróa formar parte de ese gran grupoheterogéneo que los medios de

  • comunicación etiquetaban comomusulmanes. Por raro que puedaparecer, la Dirección General deMigraciones le registró comoserbio. Su pasaporte confirmabaque era ciudadano sueco, y la fotomostraba un rostro anguloso deprominente mandíbula, una oscurasombra de barba y unas sienesplateadas. A menudo le llamaban«el árabe» pese a no existir ni elmás mínimo antecedente árabe ensu familia. Sin embargo, tenía uncruce genético de esos que loslocos de la biología racialdescribirían, con toda

  • probabilidad, como raza humana deinferior categoría.

    Su aspecto recordabavagamente al del típico jefesegundón de las películasamericanas de gánsteres. Sinembargo, en realidad no eranarcotraficante ni matón de lamafia, sino un talentoso economistaque había empezado a trabajarcomo ayudante en la empresa deseguridad Milton Security aprincipios de los años setenta yque, tres décadas después, ascendióa director ejecutivo y jefe deoperaciones de la empresa.

  • Su interés por los temas deseguridad había ido aumentandopoco a poco hasta convertirse enfascinación. Era como un juego deguerra: identificar amenazas,desarrollar estrategias defensivas eir siempre un paso por delante delos espías industriales, loschantajistas y los ladrones. Todoempezó el día en el que descubrióla destreza con la que se habíaestafado a un cliente valiéndose dela contabilidad creativa. Pudodescubrir al culpable entre un grupode doce personas. Treinta años

  • después, todavía recordaba suasombro al darse cuenta de que laindebida apropiación del dinero sedebió a que la empresa habíapasado por alto tapar unospequeños agujeros en susprocedimientos de seguridad. Desimple contable pasó a ser unimportante miembro de la empresa,así como experto en fraudeseconómicos. Al cabo de cinco añosentró en la junta directiva y diezaños más tarde llegó a ser, no sincierta oposición por su parte,director ejecutivo. Pero hacía yamucho tiempo que esa resistencia

  • suya había desaparecido. Durantelos años que llevaba al mando,había convertido Milton Security enuna de las empresas de seguridadmás competentes y más solicitadasde Suecia.

    Milton Security teníatrescientos ochenta empleados enplantilla, además de unostrescientos colaboradores freelancede confianza a los que se recurríacuando era necesario. Se trataba,por lo tanto, de una empresapequeña en comparación con Falcko Svensk Bevakningstjänst. CuandoArmanskij entró en la sociedad

  • seguía llamándose Johan FredrikMiltons Allmäna Bevaknings AB ytenía una cartera de clientescompuesta por centros comercialesnecesitados de controladores yguardias de seguridad musculosos.Bajo su dirección la empresa pasóa denominarse Milton Security, unnombre mucho más prácticointernacionalmente, y apostó por latecnología punta. La plantilla serenovó: los vigilantes nocturnosque habían conocido mejores días,los fetichistas del uniforme y losestudiantes de instituto que hacían

  • un trabajillo extra fueron sustituidospor personal altamente preparado.Armanskij contrató a ex policías decierta edad como jefes deoperaciones, a expertos en cienciaspolíticas especializados enterrorismo internacional, protecciónde personas y espionaje industrial;y, sobre todo, a expertos entelecomunicaciones e informática.La empresa se trasladó desde elbarrio de Solna al de Slussen, a unlocal de más prestigio en plenocentro de Estocolmo.

    Al comenzar la década de losnoventa, Milton Security ya estaba

  • preparada para ofrecer un tipo deseguridad completamente nuevo auna selecta y reducida cartera declientes, fundamentalmentemedianas empresas con un volumende facturación extremadamente alto,y gente adinerada: estrellas de rockrecién enriquecidas, corredores debolsa y ejecutivos de empresaspuntocom. Gran parte de laactividad se centraba en ofrecer laprotección de guardaespaldas ydiferentes sistemas de seguridadpara empresas suecas en elextranjero, sobre todo en OrienteMedio. Esa parte de las actividades

  • empresariales suponía actualmentecasi el setenta por ciento de lo quese facturaba. Con Armanskij alfrente, el volumen de facturaciónaumentó desde poco más decuarenta millones de coronasanuales hasta casi dos mil millones.Vender seguridad era un negocioextremadamente lucrativo.

    La actividad se dividía en tresáreas principales: consultas deseguridad, que consistía enidentificar peligros posibles oimaginarios; medidas preventivas,que normalmente se traducían en

  • instalar costosas cámaras deseguridad, alarmas de robo y deincendio, cerraduras electrónicas yequipamiento informático; y,finalmente, protección personalpara particulares o empresas que secreían víctimas de algún tipo deamenaza, ya fuese real o ficticia. Ensólo una década, este últimomercado se había multiplicado porcuarenta y, durante los últimosaños, había surgido una nuevaclientela constituida por mujeresrelativamente acomodadas quebuscaban protección, bien contra exnovios o esposos, bien contra

  • acosadores anónimos que se habíanobsesionado con sus ceñidosjerséis o con el carmín de suslabios al verlas por la tele.Además, Milton Securitycolaboraba con empresas delmismo prestigio de otros paíseseuropeos y de Estados Unidos, y seencargaba de la seguridad denumerosas personalidadesinternacionales que visitabanSuecia; por ejemplo, una actrizestadounidense muy conocida querodó una película en Trollhättandurante dos meses, y cuyo agenteconsideró que su estatus era tan alto

  • que necesitaba guardaespaldascuando daba sus escasos paseosalrededor del hotel.

    Una cuarta área, de tamañoconsiderablemente más pequeño,estaba compuesta tan sólo por unospocos colaboradores. Se ocupabande las llamadas IP o I-Per, esto es,investigaciones personales,conocidas en la jerga interna como«iper».

    A Armanskij no le entusiasmabadel todo esa parte de la actividad.Desde el punto de vista económicoresultaba menos rentable; además,

  • se trataba de un tema delicado querequería del colaborador no sóloconocimientos concretos entelecomunicaciones o en instalaciónde discretos aparatos de vigilancia,sino sobre todo sensatez ycompetencia. Las investigacionespersonales le resultaban aceptablescuando había que comprobarsimplemente la solvencia dealguien, el historial laboral dealgún candidato a un empleo, ocuando se trataba de investigar lassospechas de que algún empleadofiltraba información de la empresao se dedicaba a actividades

  • delictivas. En ese tipo de casos, las«iper» formaban parte de laactividad operativa.

    No obstante, eran demasiadaslas ocasiones en que sus clientesacudían con problemas particularesque, normalmente, ocasionabantodo tipo de líos innecesarios:«Quiero saber quién es ese macarraque sale con mi hija…», «Creo quemi mujer me pone los cuernos…»,«Es un buen chaval, pero se juntacon malas compañías…», «Meestán chantajeando…». En general,Armanskij se negaba rotundamente:si la hija era mayor de edad, tenía

  • derecho a salir con quien le diera lagana, y la infidelidad era un asuntoque los esposos debían aclararentre ellos. Bajo todas esasdemandas se ocultaban trampaspotenciales que podían dar lugar aescándalos y originar problemasjurídicos a Milton Security. Poreso, Dragan Armanskij vigilabamuy de cerca todos esos casos, apesar de que sólo se trataba decalderilla en comparación con elresto de la facturación de laempresa.

  • Por desgracia, el tema deaquella mañana era, precisamente,una investigación personal. DraganArmanskij se alisó la raya de lospantalones antes de echarse haciaatrás en su cómoda silla. Observódesconfiado a su colaboradora,Lisbeth Salander, treinta y dos añosmás joven que él, y constató porenésima vez que sería difícilencontrar otra persona quepareciera más fuera de lugar en esaprestigiosa empresa de seguridad.Se trataba de una desconfianza tansensata como irracional. A ojos de

  • Armanskij, Lisbeth Salander era,sin ninguna duda, la investigadoramás competente que había conocidoen sus cuarenta años de profesión.Durante los cuatro años que ellallevaba trabajando para él no habíadescuidado jamás un trabajo nientregado un solo informemediocre.

    Todo lo contrario: sus trabajosno tenían parangón con los del restode colaboradores. Armanskij estabaconvencido de que LisbethSalander poseía un don especial.Cualquier persona podía buscarinformación sobre la solvencia de

  • alguien o realizar una petición decontrol en el servicio de cobroestatal, pero Salander le echabaimaginación y siempre volvía conalgo completamente distinto de loesperado. Él nunca había entendidomuy bien cómo lo hacía; a veces sucapacidad para encontrarinformación parecía pura magia.Conocía los archivos burocráticoscomo nadie y podía dar con laspersonas más difíciles de encontrar.Sobre todo, tenía la capacidad demeterse en la piel de la persona a laque investigaba. Si había algunamierda oculta que desenterrar, ella

  • iba derecha al objetivo como sifuera un misil de cruceroprogramado.

    No cabía duda de que tenía undon.

    Sus informes podían suponeruna verdadera catástrofe para lapersona que fuera alcanzada por suradar. Armanskij todavía se ponía asudar cuando se acordaba deaquella ocasión en la que, convistas a la adquisición de unaempresa, le encomendó el controlrutinario de un investigador delsector farmacéutico. El trabajo

  • debía hacerse en el plazo de unasemana, pero se fue prolongando.Tras un silencio de cuatro semanasy numerosas advertencias, todasellas ignoradas, Lisbeth Salandervolvió con un informe que ponía demanifiesto que el tipo en cuestiónera un pedófilo; al menos en dosocasiones había contratado losservicios de una prostituta de treceaños en Tallin. Además, ciertosindicios revelaban un interésmalsano por la hija de la mujer quepor aquel entonces era su pareja.

    Salander tenía característicasmuy singulares que, de vez en

  • cuando, llevaban a Armanskij alborde de la desesperación. Aldescubrir que se trataba de unpedófilo no llamó por teléfono paraadvertir a Armanskij ni irrumpióapresuradamente en su despachopidiendo una reunión urgente. Todolo contrario: sin indicar con unasola palabra que el informecontenía material explosivo deproporciones más bien nucleares,una tarde lo depositó encima de sumesa, justo cuando Armanskij iba aapagar la luz y marcharse a casa.

    Se llevó el informe y no lo leyóhasta más tarde, por la noche,

  • cuando, ya relajado en el salón desu chalé de Lidingö, compartía consu esposa una botella de vinomientras veían la tele.

    Como siempre, el informeestaba redactado con unameticulosidad casi científica, connotas a pie de página, citas yfuentes exactas. Los primeros foliosdaban cuenta del historial de aquelindividuo, de su formación, sucarrera profesional y su situacióneconómica. No fue hasta la página24, en un discreto apartado, cuandoSalander —en el mismo tono

  • objetivo que empleó para informarde que el susodicho vivía en unchalé de Sollentuna y conducía unVolvo azul oscuro— dejó caer labomba de la verdadera finalidad delos viajes que el tipo realizaba aTallin. Para demostrar susafirmaciones Lisbeth remitía a ladocumentación contenida en unamplio anexo, donde había, entreotras cosas, fotografías de la niñade trece años en compañía delsujeto. La foto se había hecho en elpasillo de un hotel de Tallin y éltenía una mano bajo el jersey de laniña. Además —sabe Dios cómo—,

  • Lisbeth consiguió localizar a laniña y logró convencerla para quedejara grabada una detalladadeclaración.

    El informe creó aquel caos queprecisamente Armanskij queríaevitar a toda costa. Para empezartuvo que tomarse un par de pastillasde las que su médico le habíarecetado para la úlcera. Luegoconvocó al cliente a una tristereunión relámpago. Al final, y apesar de la lógica reticencia delcliente, tuvo que entregarle elmaterial a la policía. Esto últimoquería decir que Milton Security se

  • arriesgaba a verse involucrada enuna espiral de acusaciones ycontraacusaciones. Si ladocumentación no hubiera resultadolo suficientemente fidedigna o elhombre hubiese sido absuelto, laempresa habría corrido el riesgopotencial de ser procesada pordifamación. En fin, una pesadilla.

    Sin embargo, la llamativaausencia de compromiso emocionalde Lisbeth Salander no era lo quemás le molestaba. En el mundoempresarial la imagen resultaba

  • fundamental, y la de Miltonrepresentaba una estabilidadconservadora. Salander encajaba enesa imagen tanto como unaexcavadora en un salón náutico.

    A Armanskij le costaba hacersea la idea de que su investigadoraestrella fuera una chica pálida deuna delgadez anoréxica, pelocortado al cepillo y piercings en lanariz y en las cejas. En el cuellollevaba tatuada una abeja de doscentímetros de largo. También sehabía hecho dos brazaletes: uno enel bíceps izquierdo y otro en un

  • tobillo. Además, al verla encamiseta de tirantes, Armanskijhabía podido apreciar que en elomoplato lucía un gran tatuaje conla figura de un dragón. Lisbeth erapelirroja, pero se había teñido denegro azabache. Solía dar laimpresión de que se acababa delevantar tras haber pasado unasemana de orgía con una banda deheavy metal.

    En realidad, no tenía problemasde anorexia; de eso estabaconvencido Armanskij. Alcontrario: parecía consumir toda lacomida-basura imaginable.

  • Simplemente había nacido delgada,con una delicada estructura óseaque le daba un aspecto de niñaesbelta de manos finas, tobillosdelgados y unos pechos que apenasse adivinaban bajo su ropa. Teníaveinticuatro años, pero aparentabacatorce.

    Una boca ancha, una narizpequeña y unos prominentespómulos le daban cierto aireoriental. Sus movimientos eranrápidos y parecidos a los de unaaraña; cuando trabajaba en elordenador, sus dedos volaban sobreel teclado. Su cuerpo no era el más

  • indicado para triunfar en losdesfiles de moda, pero, bienmaquillada, un primer plano de sucara podría haberse colocado encualquier anuncio publicitario. Conel maquillaje —a veces solíallevar, para más inri, un repulsivocarmín negro—, los tatuajes, lospiercings en la nariz y en las cejasresultaba… humm… atractiva, deuna manera absolutamenteincomprensible.

    El hecho de que LisbethSalander trabajara para Armanskijera ya de por sí asombroso. No se

  • trataba del tipo de mujer con el queArmanskij acostumbraba arelacionarse, y mucho menos el quesolía considerar para ofrecerle unempleo. Ella había sido contratadaen la oficina como una especie dechica para todo cuando HolgerPalmgren, un abogado mediojubilado que se ocupaba de losnegocios personales del viejo J. F.Milton, la recomendó presentándolacomo «una chica lista pero con uncarácter un poco difícil». Palmgrenle pidió a Armanskij que le dierauna oportunidad a la chica, cosaque éste prometió con desgana.

  • Palmgren pertenecía a esa clase dehombres que sólo interpretaba unno como un motivo para doblar susesfuerzos, así que lo más fácil eraaceptar abiertamente. Armanskijsabía que Palmgren se dedicaba aayudar a niñatos conflictivos y aotras chorradas sociales, pero teníabuen criterio.

    Dragan Armanskij se arrepintióen el mismo momento en queconoció a Lisbeth Salander. Nosólo le parecía problemática; a ojosde Armanskij ella era la vivarepresentación del término. Nohabía conseguido el certificado

  • escolar, jamás había pisado elinstituto y carecía de cualquier tipode formación superior.

    Durante los primeros meses,Lisbeth trabajó a jornada completa;bueno, casi completa. Por lo menosaparecía de vez en cuando por sulugar de trabajo. Preparaba café,traía el correo y se encargaba de lafotocopiadora. Sin embargo, no sepreocupaba en lo más mínimo delhorario ni de las rutinas normalesde la oficina.

    En cambio, poseía un grantalento para sacar de quicio a los

  • demás empleados. Se ganó elapodo de «la chica con dosneuronas»: una para respirar y otrapara mantenerse en pie. Nuncahablaba de sí misma. Loscompañeros que intentabanconversar con ella raramenterecibían respuesta y enseguidadesistían. Los intentos de bromanunca caían en terreno abonado: ocontemplaba al bromista congrandes ojos inexpresivos oreaccionaba con manifiestairritación.

    Además, tenía fama de cambiarde humor drásticamente si se le

  • antojaba que alguien le estabatomando el pelo, algo bastantehabitual en aquel lugar de trabajo.Su actitud no invitaba ni a laconfianza ni a la amistad, así querápidamente se convirtió en unbicho raro que rondaba como ungato sin dueño por los pasillos deMilton. La dejaron por imposible:allí no había nada que hacer.

    Al cabo de un mes deconstantes problemas, Armanskij lallamó a su despacho con el firmepropósito de despedirla. Cuando ledio cuenta de su comportamiento,ella lo escuchó impasible, sin nada

  • que objetar y sin ni siquieralevantar una ceja. Nada másterminar de sermonearla sobre su«actitud incorrecta», y cuando yaestaba a punto de decirle que, sinduda, sería una buena idea quebuscara trabajo en otra empresa que«pudiera aprovechar mejor suscualidades», ella lo interrumpió enmedio de una frase. Por primeravez hablaba enlazando más de dospalabras seguidas.

    —Oye, si necesitas un conserjepuedes ir a la oficina de empleo ycontratar a cualquiera. Yo soy

  • capaz de averiguar lo que sea dequien sea, y si no te sirvo más quepara organizar las cartas delcorreo, es que eres un idiota.

    Armanskij todavía se acordabadel asombro y de la rabia que seapoderaron de él mientras ellacontinuaba tan tranquila:

    —Tienes un tío que ha tardadotres semanas en redactar uninforme, que no vale absolutamentenada, sobre un yuppie al quepiensan reclutar como presidente dela junta directiva en esa empresapuntocom. Hice las fotocopias deesa mierda anoche y veo que ahora

  • lo tienes aquí delante.La mirada de Armanskij buscó

    el informe y por una vez alzó lavoz.

    —No debes leer informesconfidenciales.

    —Probablemente no, pero lasmedidas de seguridad de tuempresa dejan mucho que desear.Según tus instrucciones, él mismodebería fotocopiar ese tipo decosas, pero anoche, antes de irsepor ahí a tomar algo, me puso elinforme en mi mesa. Y, dicho seade paso, su anterior informe me loencontré en el comedor hace un par

  • de semanas.—¿Qué? —exclamó Armanskij,

    perplejo.—Tranquilo. Lo metí en su caja

    fuerte.—¿Te ha dado la combinación

    de su archivador privado? —preguntó Armanskij, sofocado.

    —No, no exactamente. Lo tieneapuntado en un papel que guardadebajo de la carpeta de su mesa,junto con el código de suordenador. Pero lo que importaaquí es que ese payaso deinvestigador ha hecho una

  • investigación personal que no valeuna mierda. Se le ha pasado que eltipo tiene unas deudas de juego queson una pasada y que esnifa cocacomo una aspiradora; además, sunovia tuvo que buscar protección enun centro de acogida de mujeresdespués de que él la zurrara de lolindo.

    Ella se calló. Armanskijpermaneció en silencio un par deminutos hojeando el informe encuestión. Estaba estructurado de unmodo profesional, redactado en unaprosa comprensible y lleno dereferencias a opiniones de amigos y

  • conocidos del sujeto en cuestión.Al final, levantó la mirada y dijotan sólo una palabra:«Demuéstralo».

    —¿Cuánto tiempo tengo?—Tres días. Si no puedes

    probar tus afirmaciones, el viernespor la tarde te despediré.

    Tres días más tarde, sinpronunciar palabra, Lisbeth leentregó un informe elaborado apartir de numerosas fuentes en elque ese joven yuppie,aparentemente tan simpático, se

  • revelaba como un cabrón de muchocuidado. Armanskij leyó el informevarias veces durante el fin desemana y se pasó parte del lunescomprobando algunas de lasafirmaciones sin poner muchoempeño en ello, ya que antes deempezar sabía que la informaciónresultaría correcta.

    Armanskij estabadesconcertado y furioso consigomismo porque, evidentemente, lahabía juzgado mal. La habíaconsiderado tonta, incluso tal vezretrasada. No esperaba que unachica que se había pasado los años

  • de colegio faltando a clase, hasta elpunto de que ni siquiera le dieron elcertificado escolar, redactara uninforme que no sólo eralingüísticamente correcto sino que,además, contenía observaciones einformaciones que Armanskij noentendía en absoluto cómo podíahaber conseguido.

    Estaba convencido de que enMilton Security nadie habría sidocapaz de obtener un historialmédico confidencial de un centrode acogida de mujeres maltratadas.Cuando le preguntó cómo lo había

  • hecho, no recibió más querespuestas evasivas.

    Dijo que no pensaba revelar susfuentes. Al cabo de algún tiempo lequedó claro que Lisbeth Salanderno tenía ninguna intención de hablarde sus métodos de trabajo, ni con élni con nadie. Eso le preocupaba,pero no lo suficiente como parapoder resistirse a la tentación deponerla a prueba.

    Reflexionó sobre el asunto unpar de días.

    Recordó las palabras de HolgerPalmgren cuando se la envió:«Todas las personas tienen derecho

  • a una oportunidad». Pensaba en supropia educación musulmana, de laque había aprendido que su deberante Dios era ayudar a losnecesitados. Es cierto que no creíaen Dios y que no visitaba unamezquita desde su adolescencia,pero veía a Lisbeth Salander comouna persona necesitada de ayuda yde un firme apoyo. Además, a decirverdad, durante las últimas décadasno había cumplido mucho con sudeber.

    En vez de despedirla, la

  • convocó a una entrevista personal,durante la cual intentó comprenderde qué pasta estaba hecha laproblemática chica. Reforzó suconvicción de que Lisbeth Salandersufría algún tipo de trastorno grave,pero también descubrió que tras suarisca apariencia se ocultaba unapersona inteligente. Por una parte,la veía frágil e irritante, pero, porotra, y para su sorpresa, empezabaa caerle bien.

    Durante los meses siguientes,Armanskij tuvo a Lisbeth Salanderbajo su protección. Para ser sinceroconsigo mismo, lo cierto es que la

  • acogió como si se tratara de unpequeño proyecto social. Leencomendaba sencillas tareas deinvestigación e intentaba darleideas de cómo debía actuar. Ella loescuchaba con mucha paciencia yluego llevaba a cabo la misióntotalmente a su manera. Le pidió aljefe técnico de Milton que le dieraa Lisbeth un curso básico deinformática; Salander se pasó todauna tarde sentada en el pupitre sinrechistar, hasta que el jefe técnico,algo molesto, informó de que yaparecía poseer mejores

  • conocimientos de informática quela mayoría de la plantilla.

    Pronto Armanskij se dio cuentade que Lisbeth Salander, a pesar deesas charlas formativas sobre eldesarrollo personal, las ofertas decursos de formación interna y otrosmodos de persuasión, no teníaintención de adaptarse a la rutinalaboral de Milton, lo cual no dejabade ser un tema complicado paraArmanskij.

    Continuaba siendo un motivo deirritación para los demástrabajadores de la empresa.Armanskij era consciente de que no

  • habría aceptado que cualquier otroempleado fuera y viniera como lediera la gana; en otrascircunstancias, le habría dado unultimátum exigiendo unarectificación. También sospechabaque si le diera a Lisbeth Salanderun ultimátum o la amenazara con undespido, ella sólo se encogería dehombros, y no la volvería a ver.Así que se veía obligado adeshacerse de ella o a aceptar queno funcionaba como los demás.

    Un problema aún mayor paraArmanskij lo constituía el hecho deno tener claros sus propios

  • sentimientos hacia la joven. Eracomo un picor molesto, repulsivo,pero al mismo tiempo atrayente. Nose trataba de una atracción sexual;por lo menos, Armanskij no loconsideraba así. Las mujeres a lasque Dragan solía mirar de reojoeran rubias con muchas curvas ycon labios carnosos quedespertaban su imaginación;además, llevaba veinte años casadocon una finlandesa llamada Ritva,que todavía, a su mediana edad,cumplía de sobra con esosrequisitos. Nunca había sido infiel;

  • bueno, puede que en alguna ocasiónhubiera ocurrido algo que su mujerpodía malinterpretar en el caso deenterarse, pero el matrimonio vivíafeliz y tenía dos hijas de la edad deSalander. De todas maneras, no leinteresaban las chicas sin pechoque, a distancia, podríanconfundirse con chicos flacos. Enfin, no era su tipo.

    Aun así, había empezado asorprenderse a sí mismo confantasías inapropiadas sobreLisbeth Salander y reconocía queno se sentía del todo indiferentecerca de ella. Pero la atracción,

  • pensaba Armanskij, radicaba enque Lisbeth Salander le parecía unser extraño. Podría haberseenamorado perfectamente delcuadro de una ninfa griega.Salander representaba una vidairreal, que le fascinaba, pero que nopodía compartir y en la que, detodos modos, ella le prohibiríaparticipar.

    En una ocasión, Armanskijestaba tomando algo en una terrazade Stortorget, en Gamla Stan,cuando Lisbeth Salander se acercóandando despreocupadamente y sesentó a una mesa de la parte

  • opuesta del café. La acompañabantres chicas y un chico, todosvestidos de forma muy similar.Armanskij la contempló concuriosidad. Parecía igual dereservada que en el trabajo, pero locierto es que esbozó una ligerasonrisa al oír lo que le contaba unachica de pelo violeta.

    Armanskij se preguntaba cómoreaccionaría Salander si un día élse presentara en el trabajo con elpelo verde, vaqueros desgastados yuna chupa de cuero todapintarrajeada y llena de remaches y

  • cremalleras. ¿Le aceptaría como unigual? A lo mejor; daba lasensación de aceptar todo lo de suentorno con la típica actitud de notmy business. Pero lo más probablees que simplemente le sonrieraburlonamente.

    En la terraza del café, ellaestaba sentada de espaldas a él y nose dio la vuelta ni una sola vez, asíque, aparentemente, ignoraba porcompleto que él estuviera allí.Armanskij se sentía extrañamentemolesto ante su presencia y cuando,al cabo de un rato, se levantó paradesaparecer imperceptiblemente,

  • de repente ella volvió la cabeza ylo miró de frente, como si todo eltiempo hubiera sabido que estabaallí, dentro del radio de alcance desu radar. Su mirada fue tanrepentina que la interpretó como unataque y, al abandonar la terrazacon pasos apresurados, fingió nohaberla visto. Ella no lo