A4_Material Gil de Biedma

download A4_Material Gil de Biedma

of 8

Transcript of A4_Material Gil de Biedma

  • 8/16/2019 A4_Material Gil de Biedma

    1/8

    338 EL PIE DE LA LETRA

    presa. Cierto que en Cernuda esa relación no es , por ejemplo, tantizada y sofisticada desd e el pu nto d e vista afectivo e intelectual com |la que Auden formula acerca de su particular edén en In Praise of 1 mestone. La fuerza de Cer nud a estrib a en que la suya es una relacli iflde fe a pesar de todos los pesares. Caso raro en un hombre maclim>.nunca del todo dejó de creer en su idea del edén nunca dejó de sen tilse personalmente comprometido con ella. Y de esa fe y ese compramiso viven, esán vivos, Ocnos y Variaciones...

    Illllllllllllllll I » i ' mran | wmm m 'raí

    COMO EN Sí MISMO, AL FIN

    A Fernando OrtizQue la muerte esá a favor del gran poeta es algo más que una ilusiónentretenida por los poetas, es una realidad qu e nunca deja de sorprendernos. Y quizá de modo especial esé a favor de aquél, según fue elcaso de Luis Cernuda en su madurez, que durante años y años se esforzó en la tarea inútil de hacerse en sus poemas, y de entreverse enellos, tel qu en u -méme enfin éernté e change. Si el verso de Ma-llarmé insuperablemente resume esa dádva final que hace la muertea quien vvó por la palabra, es porque incluso en su toque mismo deexag erac ón —eternidad es mu cho decir—, conviene muy bien al asombro, no exento de miedo y de piedad retrospectiva, que experimentanlos espectadores de esa metamorfosis. O al menos conviene a lo quereleyendo íneg amene La realidad y el deseo, por primera vez desdela muerte de su autor, he sentido yo. Que no ha sido lo mismo queal volver al libro en busca de este o aquel poem a siempre record ados,hechos ya signo de la propia experiencia, cosa ma. Porque los leí temprano y en conr é en ellos entonces, y sigo encontra ndo ahora, la imagen verdadera de aquel mom ento juvenil, casi todos los poemas de Cernuda cuya memoria me acompaña pertenecen a su primera época La

    rabia del amor y la perenne frustración ansiosa del deseo son pas ón

    de juventud y son de todos, au nque n adie haya logrado expresarlascomo él lo hizo. La madurez, en cambio, es solitario empeño en unomismo, y cada cual tiene la madurez que merece.

    Es en los poemas de madurez donde la transformación operadapor la muerte ha sido para m más notoria. He respondido ahora deotra manera a ciertas actitudes suyas fundamentales cuya mejor expresión adems de final y definitiva —pues el destino, con instinto

  • 8/16/2019 A4_Material Gil de Biedma

    2/8

    340 EL PIE DE LA LETRA

    admirable, en poco tiempo hizo de ella el testamento poéico 1Cernuda—, acaso se encuentra en el poema último de D so acón /.la Quimera. Leído en vida de él, A sus paisanos me parec ó espe nddo por el orgullo desabrido, por la autenticidad no encubierta del Bsentimiento, por la sarc ásica humilda d —tan verdadera—, pero dr»mesurado; y eso que mis ideas acerca de España, y acerca de loespañoles en general, no eran mucho más halagüe ñas que las suyilCiertamente la vida del hombre y del poeta haba sido infortunadaPero ni la vieja herida de Perfil del aire, ni el destierro, que agravdsu soledad de siempre y es orbó el conocimiento de su poes a ni llaluviales inepcias de Torrente y Del Río, ni la estup idez de tantos otratrabajadores de esc aafón y nómna me servan para del todo o unprender aquella complacencia amarga en la propia leyenda, en el divio de sus compatriotas y en el vengativo silencio que harí an recuer—egú n é— sobre su obra y su persona des pués de muerto. Si el nivelde la crítica literaria española era muy bajo, si la myoí a abrumad. i| .entre los hispanistas la compon a un rebaño de memos laborío,.,se trataba de insuficiencias con las que todos t en amos que pechar, n.>de una particular maldción que fulminase a Cernuda. Pocos eran lotamantes de su poesa porque pocos son los que leen poesa y m inoaún los que entienden, pero ninguno , entre aquellos cuya opnión v i l .haba puesto j amás en duda que La realidad y el deseo es, y ha sidodesde su aparición primera en 1 9 3 6 , una de las obras mayores de lapoes a de nuestra época ¿Quizá desea ba él más elogios? Bastaba letlle para saber que no; las inepcias entusiastas le hubieran irritado a u nmás que las otr as.

    Mas la cues ión no se planteaba en t ér mnos de lo que Cernml .ien verdad pensaba y se ní a Se planteaba en t ér mnos de su person .ipoéi ca cuya desmesura absorbente me desconcertaba y se me aniojaba un tanto anacr ónca Tal anacronismo, tambén perceptible a \.ees en la actitud verbal y en el tono y en ciertos giros de lenguaje, contrastaba con su manera de concebir y realizar el poema, que me pare ca

    muy con empo ánea muy próxima Adem s aunque la perspectivacernudiana fuese inconfundiblemente singular, una vez instalado enella —no sin un cierto esfuerzo de ac omodac ón ópica— en seguidareco noca la imagen contemplada: aquella vsión poéica de la real idad resultaba más afín que la de nngún otro poeta español a la realidadde la experiencia común de cada uno. Y en cuanto materia de poesala realidad de la experiencia común de cada uno nos interesaba enton-

    1966-1984 341

    ees a varios poetas j óven es por encima de todo. Anacronismo y contemporaneidad. A nadie mejor que a Cernuda se aplican las palabrasde Voltaire: «Qu n'apas l'esprit de son é poque de son é poque a tousles maheur s» ¿Puede concebirse, en efecto, algún modo más radic aly crítico de ser de una época de fatalmente encarnarla, que padeceren uno mismo todos sus males?

    Ese i neré s por la realidad de la experiencia común de cada uno,en cuanto materia poéica ha sido un factor importante en mi apreciación de Cernuda. Mis ideas de aquel tiempo acerca de lo que debahacerse en poesa con las que sigo de acuerdo pero que han perdidoya todo carác er p ogamáico y por tanto intransigente, no sóo explican mi r eacc ón de entonces, sino que me han ayudado a entendersu poesa de la madurez tal como la he visto ahora. Pensaba yo quela fundamental experiencia del vivir esá en la ambivalencia de la identidad, en esa doble conciencia que hace que me reconozca —mut áneao alternativamente— uno, unigénito hijo de dios, y uno entre otrostantos, un hijo de vecino. El juego de esas contrapuesta s dimensionesde la identidad, que sóo en momentos excepcionales logran reposaruna en otra, que incesantemente se espan y se tienden mutuas tram

    pas, cuando no se hallan en guerra abier ta, configura decisivamentenuestra relación con nosotros mismos y nuestras relaciones con los demás Era ésa la experienc ia, cre a yo, que debe servir como supuestobás co de todo poema con empo áneo precisamente porque no es nueva, porque es tradicionalmente moderna: aparece cuando se consolida la de sac ra izacón de la sociedad, es decir, cuando se consolida lasociedad burguesa, y tiene los mismos años que el Romanticismo. Enella encontramos uno de los sellos distintivos del héroe novelesco decimonónco —én ses e en las creaciones stendhalianas, en Fabrizio,Julien y Lucien, sobre todo este último, que es entre ellos el único deorigen bu gués Y en poesa me parece sentirla implícita en un poemanarrativo como Don Juan, de Lord Byron —en lo que tiene de personal expes ón del propio Byron, no en cuanto relato de las aventuras

    del protagonista—, o en ciertos monó ogos de Browning. Expresa plenamente a partir de Laforgue, la encontramos en Vaéry Larbaud yen el joven Eliot y en tantos otros —en algunos modernistas latinoamericanos, por ejemplo—. Casi me a rev ería a decir que todo poemairónico moder no apun ta, con más o menos latitud, hacia esa drección

    No hay ironía en Cernuda. Su conciencia no simpatiza igualmentecon esas dos dimensiones de la identidad, de cuyo enfrentamiento es

  • 8/16/2019 A4_Material Gil de Biedma

    3/8

    342 EL PIE DE LA LETRA

    ella el espectador y el teatro, no toma alternativamente pan ido I » una o por otra, sino que sóo en una se reconoce: en su dimcn Ide hijo de dios. Y si en los grandes poemas de juventud ese ii | Vble compromiso interior se nos hace menos patente, no es sóo por»amor, deseo y reb eda frente a las convenciones sociales sean su iniill

    vación casi exclusiva, sino porque de aquel compromiso y d e csu miltivación esá hecha siempre, o debiera estar hecha, la juventud l. . itardamos un tanto en aprender a reconocernos en nuestra filiacióncinal, pero Cernuda no apendó ni quiso aprender nunca. Con Iiilulción que acaso respondiera a un sentimiento de afinidad algo más .pnandaluza, Juan Ra món J mnez popona otro posible título parnrealidad y el deseo, al saludar su primera edción: Perpetuo

  • 8/16/2019 A4_Material Gil de Biedma

    4/8

  • 8/16/2019 A4_Material Gil de Biedma

    5/8

    346 EL PIE DE LA LETRA

    mejor que escribió en su vida; des pués Poemas para un cuerpo \ I '•sa acón de a Quimera son par a mi gusto lo más sosten ido de la ix 11• ima dur a. La mu dan za a Esta dos Unid os y, más aún, a Méxco si utílbien al poeta. Pues en Como quien espera el alba me parece ad vertilintermitentemente una cierta fatiga, una cierta desigualdad y reción que en Vivir sin estar viviendo se hac e más perc eptib le, aunqtMtambén en ese libro haya excelentes poemas.

    La obra de madurez no sobrepasa en calidad a la de juventud, i >< i i •sí la excede en importan cia por lo que asimila a nuestra tradción i Nt ica modern a, endém cam ne enrarecida por el aislamiento y poi | |costumbre perezosa de asomarse a la cultura occidental a t ravé s de lOflibros del momento —momento, ade más casi siempre llegado de Francia y con algún retraso. El despegue se inicia en Invocaciones. ique mediada esa colección antes de componer el Himno a a risi< tcomienza Cernuda a leer y estudiar a Holderlin, cuyo conocimiento,según él mismo dice, fue una de sus mayores experiencias de poet lEs verdad que al leer ese poema y el siguiente, A las estatuas de Iddioses, nos encontramos por primera vez con un modo de hacer y c o nun tono cuya frecuencia en su poesa ulterior reconocemos en segttjda. Son composiciones que en el despliegue de sus movimientos se hallan más cerca de la formalid ad de la medtación en prosa qu e del 10liloquio o con versac ón interior. Su discursividad no es la de l|conciencia, sino la de la escritura. Y esa actitud poéica conlleva desde sus inicios un lenguaje, unos m otivos y unos tem as acaso demsado noblemente desv ados

    En cuanto a lo que la po es a cernudiana asimló del idealismo i«imánico a emán no puedo, lamentablemente, opinar con un mnmode solvencia. Descono zco el idioma y, p or si ello fuera poco , una t e nprana, breve y desgraciada pas ón por las Eeg as de Duino me ha luch o alérgico a esa tradición moderna tan importante. Soy incapaz d iapreciar si Cernuda leyó bien a Holderlin y Goethe —a quienes tantoamaba y admiraba—, porque yo los he leído poco y en castellano, ytemperamentalmente no los entiendo mucho. Quizá por eso me sientatentado de achacar a esas afinidades suyas todo lo que en su obra noacaba de convencerme. Estoy completamente de acuerdo con él, porejemplo, en que haber ignorad o a Grecia es una de las más graves omisiones cometidas por la cultura española, pero el ocasional helenismocernudiano, tan a lo Winckelmann, no me sirve de mayor consuelo.Sus dioses son figuras que imagino muy bien en un jardín o en un

    1966-1984 347

    museo de reproducciones artí sti cas Y me parece sorprendente que unpoeta meridional, un andaluz, no se diese cuenta de que, en cuantoforma de vida, Cádz y Máaga —que él tan bien conocó— estabanbasta nte más cerca de la Grecia antig ua que Heide lberg y Jen a. H ayveces, leyendo a Cernu da, y n o sóo cuando habla del mundo heléni-co , en que uno experimenta la rara y tenue sen sac ón de pasear porlas pácda s afueras de alguna ilustre ciudad universitaria, alemana oinglesa, un día de buen tiem po en las pos rimerí as del siglo xvm. Yahe dicho que acerca de esa vertiente de La realidad y el deseo apenaspuedo opinar con un mnmo de solvencia. Lo único a mi entenderincuestionable es que el conocimiento de Holderlin tuvo enorme importancia para la mtología personal de Cernuda, y que su idea de lapoesa y su idea del poeta esán directamente emparentadas con susideas acerca de la obra y la vida de Holderlin.

    Es en cambio en la prácica poéica en el mo do d e concebir y realizar el poema, donde gradualmente se manifiesta su asimlación dela tradción inglesa, aunqu e és ta por supuesto, a la larga influyera tambén en sus ideas acerca de la po es a El acercamiento estaba ya inicia

    do durante la composición de los diecisiete poemas últimos de Las nu-bes, escritos des pués de la segunda llegada de Cernuda a Inglaterra,cuand o en el otoño de 1938 se esabe có en Cranleigh y, pocos mesesmás tarde, en Glasgow . Pero, apar te el estímulo germinal que Journeyof the Magi, de Eliot, quizá supusiese para La a doracón de los Ma-gos —sobre todo en su seccón tercera—, no es posible determinar unpunto de inflexión equivalente al que hallamos en Himno a la triste-za, a partir del cual la influencia nos resulte distinta y perceptible. Sucede adems que la familiaridad gradual con la poesa inglesa se inserta en un contexto de experiencia mu cho más vasto: empleo, du rantelargos años, del idioma como instrumento habitual de comuncacióny de cultura, conocimiento del pas de sus formas de relación socialy de sus gentes... Al menos por la ambivalencia casi edpca de sus

    sentimientos con respecto a ella, bien podría decirse que Inglaterra fuesu segunda madrastra, usando de un térmno que él gustaba de aplicar a Esp aña. Yo sospe cho que la imp ron ta inglesa se hace aun másvisible cuando marcha a América y si se piensa en la manera de serde Cernuda, no parece extraño.

    En el tantas veces aludido Historial de un ibro hace una observación que es rigurosa y literalmente exacta: si bu sc ó las enseñanzas dela poesa inglesa fue porque en cierto modo ya las hab a encontrado,

  • 8/16/2019 A4_Material Gil de Biedma

    6/8

    348 EL PIE DE L LETR

    porque para ellas estaba predispuesto. Tras un inventario m u y i n i c i esante de lo que a su juicio ap endó señala que la influencia cunofuera más bien cum ulativa, o de conjunto, que aislada y particulai

  • 8/16/2019 A4_Material Gil de Biedma

    7/8

    350 EL PIE DE LA LETRA

    y nos formaron a nosotros, segú n la cual la po es a moderna n.n iLes Fleurs du Mal y, en España, con la llegada de Rubé n D;n (oGnesi s explicado se gún Francia, como si djéramos, con Bamli lajde Dios Padre, Mallarmé y Rimbaud de Adán y Eva y, de marutlflCéz anne tal cual lo res uma Cocteau con mucha gracia. En e s i Xdrección que él emprende, no deja de ser irónico que Cernuda, p0hom osexu al sin dom icilio fijo, español a pesar suy o, tenga por únlpredecesor a don Miguel de Unamuno, padre de familia monógUfuncionario del Estado avecindad o en Salamanca y español profeiinal . El parentesco lo señaló Valente hace años y creo que el mluflCernuda —para quien Unamuno era nuestro mayor poeta en lo qva de siglo— lo sospechaba, o al menos lo deseab a. Y es que lo quverdaderamente distingue al noventayochista por excelencia —egúnsuele caracterizarle nuestra crítica vecinal— no es ni su dolor de ipaña ni su antimodernismo, sino su viva y personal asimlación d e [|probemáica hum ana, intelectual y literaria iniciada por los gramilromán icos nórdcos. Par adói camene fue en ese terreno un europejzador y, habida cuenta del retraso y la precariedad con que arraigaen España la tradición moderna, nuestro primer gran pensador, es( 11tor y poeta románico todo en una pieza. No bastan los artículos diLarra, unos cuantos momentos de Espronceda y, bastante después luobra admirable y única de Béc que para decir que en el siglo xix español hubo, de verdad, una revolución románica Puesto que no la hubo,Unam uno y Cernuda susci tan un po co la impresión de haber estadoempeñados, literariamente, en una insólita acción de retaguardia: e ncuanto poetas de Europa —como diría Carlos P. Otero— coninúany modifican en su obra la tradición fundada por el Romanticismo; encuanto poetas de España, han de revivir esa tradición casi desde susorí gen es Quizá por eso nos parecen a veces desmesurados y anacró neo s —nacr ónc os pero no arcaicos ni arcaizantes, com o lo son el po-pularismo de Lorca y de Alberti o la É goga la Ee ga y la Oda delpropio Cernuda. Y aun hemos de agradecerles tal anacronismo. Puesen mucha parte por él, los poetas españoles estamos hoy en mejor situación de comprender que Blake, Coleridge y Wordsworth, Leopar-di , Goeth e y Holderlin son algo más que unos remotos nom bres prestigiosos: son los primeros poetas modernos, los fundadores de la poesaque nosotros hacemos.

    Claro esá que si la obra de Unamuno y la de Cernuda fueron loque son, ello no se debe a que uno y otro, afligidos por la grave defi-

    1 9 6 6 - 1 9 8 4 3 51

    ciencia que nuestra literatura mo dern a padec a generosamente se dedicasen a subsanarla. Por lo que respecta a Unamuno, quzás una delas claves pudiera enco ntrarse en su crisis espiritual de los años noven-la. Quien lea los esp énddo s ensayos de Morse Peckham sobre el Romanticismo y conozca el valor paradgmáico que atribuye, en cuantoexperiencia de iniciación personalmente vivida por mu chos de los grandes románicos, a la crisis del profesor Teufesdróckh descrita por Car-lyle en Sartor Resartus, recon ocerá en seguida la semejanza: cám bes efilosofía de la Ilustración y teo rí a newtoniana del universo por filosofía positivista y socialismo cienífico —que no es demasiado cambiar—,y los datos esenciales de la situación son bastante parecidos. En cuanto a Cernud a, no creo que la moda neorrománica de los años treinta—sin duda herencia del surrealismo— sirva para del todo explicarnosel sesgo que toma su obra desde los poemas primeros de Invocacio-nes. Aun entonces, cuando en gran medida esá escribiendo de oído,por así decir, su inuición y su acierto son casi siempre excepcionales.Vase por ejemplo Soliloquio del arero. En un principio advertimosque el autor transfiere al protagon ista mu cho de su personal vicisitud

    humana, de su propia historia del corazón luego percibimos que esel poeta quien habla, no el hombre; finalmente caemos en la cuentade que no nos esá hablando sóo en nombre del poeta Cernuda, sinoque el farero simboliza la idea cernudiana del poeta. Y un libro excelente escrito muc hos año s más tard e, El espejo y la á mpar a de Abrams,no s con vencer á hasta la saciedad de que esa vsión del poeta iluminado r —ámpa ra faro o farero— con stituye el supuesto meafórico fundamental para la teo rí a de la imagnación poéica inaugurada por losrománicos, lo cual dudo mu cho que C ernud a supiese, a ciencia y conciencia, en 1934.

    Ta l como ha observado Otero, es precisamente en la idea cernudiana del poeta donde encontramos una de las claves de su vida y desu obra. Hay qu e ver en ella algo más que una ap asio nad a actitud literaria y un contagio románico Interesa señalar cómo la formalizacióndel personaje Cernuda —que esa concepción del poeta trae aparejadadesde que comienza a expresarse— se produce al mismo tiempo queun n otorio cambio d e perspectiva; si en el ciclo que va de Un río, unamor a Donde habite el olvido el deseo es una pas ón con la que elpro tago nista se confund e y se identifica to talme nte —él es su deseoy el deseo es su única realidad verdadera—, a partir de Invocacionesel deseo aparece más bien como u na fuerza cós mca cuya realidad esá

  • 8/16/2019 A4_Material Gil de Biedma

    8/8

    352 EL PIE DE LA LETRA

    más allá del hombre que la vive y del cuerpo deseado en que transitoriamente se manifiesta. Pienso que en el trasfondo de la conciendlde Cern uda —é mismo lo insinúa bastantes veces— deseo eróico \vocación poéica se equivalen y se sustituyen, acaso porque su condlción de homosexual y su condción de poeta —egú n apu né al prnopió de este trab ajo— fue ron los dos factores más dete rmin ante s dtl

    sentimiento de su identidad en tanto que hijo de dios. Así resulta congruente que, en el instante en que deja de primordialmente definiren t ér mnos de su deseo, su personaje se formalice según una ciertlconcep cón del poeta. Una con cepc ón sacral, puesto que sagrada e stoda idea, vsión o relación que nos devuelve de nosotros una imagenúnica, inteligible y completa, desde el nacimiento a la muerte. Cuando recordamos que para los r ománi cos la poesa es fundamentalmenteuna tentativa de res aua cón religiosa, o para evitar el equvoco putjni propiamente se trata de una religiosidad cristiana ni postula nectsariamente la existencia de Dios—, de res aua cón del sentido de losagrado, el po qué de la afinidad de Cernuda con ellos se hace patente.

    Hay una composición suya que merece transcribirse aunque no seade las mejores. Me refiero a La p oesí a incluida en Con las horascontadas:

    Para tu siervo el sino le escogiera,Y absorto y entregado, el niño¿Qué po da hacer sino seguirte?

    El mozo luego, enamorado, co nocaTu poder sobre él, y lo ha servidoComo a nada en la vida, contra todo.

    Pero el hombre agún día, al preguntarse:La servidumbre larga qué le ha deparado,Su libertad envdó a uno, a otro su fortuna.

    Y quiso ser él mismo, no servirteMás y vivir para sí, entre los hombres.

    Tú le dejaste, como a un niño, a su capricho.

    Pero después pobre sin ti de todo,A tu voz que llamaba, o al sueño de ella,Vivo en su servidumbre r espo ndó «Señora».

    1966-1984 353

    Creo que bastarí a titular esos versos Afrodita Urania para obteneruna versión aproximada de lo que sení a y pensaba Cernuda acercade su homosexua lidad. P ero me parece más significativo advertir qu elo que le rondaba la mente, sobre todo al escribir las dos últimas estrofas —con su conato de reb eda y la inmediata sumsión tras lallamada— era el recuerdo de un céebe poema religioso de GeorgeHerbert, The Collar, a cuyo final alude pá idamene el suyo:

    But as I ravd and grew more ierce and mideAt every word

    Methoughts I heard one calling, ChildAnd I replyd, My Lord.

    En cuanto hijo de dios, Cernuda definitivamente se reconoce enesa con cepc ón del poeta, al que una razón fatal y anterior a la propiaexistencia le mueve a escribir versos, según palabras suyas. Una vezmás se asume y se rechaza, hpo sas ándose «Todo lo que favoreceal poeta —escribe en otro lugar— perjudica al hom be» al hombreen cuanto hijo de vecino, por supuesto. Tal afirmación desde luegono reza para muchos grandes —entre ellos Shakespeare y Goethe, aquienes tanto admiraba—, pero responde perfectamente a la idea queél se hac a de Holderlin, y a la que se hac a de sí mismo. Para él, comodice Otero, el hombre no parece ser sino envoltura carnal y perecederadel poeta; en la realidad última, la identidad de Luis Cernuda se confundría con esa razó n fatal que se manifestaba en su existencia y eraanterior a ella. Car e est un autre. Ese otro —su doble, su daimono su demonio de la guarda, su persona poéi ca— en el que duranteaños se con empó y en quien finalmente la muerte le ha cambiado.

    23. GIL DE BIEDMA