Nietzsche Consideraciones Intempestivas

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CONSIDERACIONES INTEMPESTIVAS 1873 - 1875

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  • C O N S I D E R A C I O N E S I N T E M P E S T I V A S

    1 8 7 3 - 1 8 7 5

  • OBRAS COMPLETASTE FEDERICO NIETZSCHE

    TOMO II

    CONSIDERACIONES I N T E M P E S T I V A S

    1 8 7 3 - 1 8 7 5

    M. AGUILAR EDITOR M a r q u s de Urqu i jo , 39

    MADRID 1932

    i I N O S . A C O ,

    CAL . 1 1 Z. N . 170 BOGOTA

  • ES PROPIEDAD

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    N m o f

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    BOLASOS Y AGUILAR Talleres Grficos Altamirano, 34, Madrid

  • INTRODUCCIN

    (

  • Los cuatro opsculos que aparecen incluidos en este volu-men bajo el epgrafe comn de "Consideraciones intempes-tivas" pertenecen a la primera poca de Nietzsche, a lo que se ha llamado el primer Nietzsche, es decir, al perodo juve-nil de su vida, en el que son caractersticas la fe, el entu-siasmo, la admiracin incondicionada a sus amigos, el fervor por sus devociones intelectuales, la admiracin por Schopen-hauer y Wagner. La hostilidad contra los falsos apstoles, que es el reverso de una fe ingenua en los propios ideales, se manifiesta violentamente en el primero de los cuatro escri-tos citados: "David Strauss, el confesional y el escritor." Es un ataque sangriento contra el conocido escritor, en el que ve un sofista, un mixtificador, un filisteo de la cultura.

    Dejando a un lado lo que este ataque tiene de personal, el lector puede apreciar cul es el primer impulso que mueve la obra. El libro de Strauss vena a herir en lo vivo la sensibi-lidad de Nietzsche, pues era precisamente una sntesis de to-dos los falsos conceptos que corran en su tiempo como ca-ractersticas de una cultura moderna, y, sobre todo, alemana.

    Respecto del concepto de cultura, ya haba expuesto ante-riormente sus propias ideas. Una cultura es, ante todo, "uni-dad de estilo en todas las manifestaciones de la vida de un pueblo". Lo contrario de la cultura es la barbarie, es decir, la falta de estilo, la confusin catica de todos los estilos. La vida de los alemanes de su tiempo le parece grotesca. Es

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    un abigarrado desconcierto de todos los gustos, que parece provenir de un campo de feria. Con tal cultura no se puede hablar de un carcter nacional propio, y a los que se jacta-ban de haber vencido, con la victoria del 70, la cultura fran-cesa les opona un " n o " rotundo. N o ; la cultura alemana no haba vencido a la francesa, sino que continuaba siendo tri-butaria de ella. No es un hecho de armas lo que puede decidir de la cultura de un pueblo. Quin no abe que en muchos casos los vencidos han impuesto su cultura a los vencedo-res? Pero si no poda decirse que una cultura hubiera ven-cido a otra cultura, Nietzsche no deja de reconocer que la obediencia del pueblo alemn a sus dirigentes, la fe absoluta en sus grandes hombres haban entrado por mucho en el xi-to de la guerra. Obediencia, subordinacin, disciplina: stas son, a juicio del autor, las cualidades esenciales de la produc-cin de una cultura. El terror de Nietzsche era la democra-tizacin de una cultura, la cultura para todos. N o ; la cul-tura no puede regularse por el nmero. La cultura, la verda-dera cultura es, no puede ser ms que para unos cuantos. Nietzsche en este punto es aristocrtico e individualista. Va-rias veces lo dice en el curso de sus obras. Un pueblo es el rodeo que da la naturaleza para la produccin del gran hom-bre. Si esta manera de pensar puede hoy parecer un poco en pugna con la nuestra, ha de tenerse en cuenta que Nietzsche no hablaba como socilogo, ni como poltico. Nietzsche no perdi nunca de vista un hecho natural, ese hecho natural reconocido por todos los pueblos en la admi-racin y el respeto que tributan a sus grandes hombres. Ante ellos, qu significa el dogma de la igualdad de derechos? E n una poca democrtica de nivelacin, de igualitarismo, imprescindiblemente ha de orse la voz del guardin de los tesoros clsicos, del fuego sagrado, que no quiere ver los museos invadidos por la multitud, ni las grandes obras del

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    rjasado adaptadas y acomodadas al servicio del gusto vil de las muchedumbres. Haba de orse esta voz, y esta voz se oy.

    El filisteo como fundador de la religin del porvenir! No era esta visin suficiente para disculpar las iras del satrico? Strauss, ltimo descendiente de una raza de exgetas teol-gicos, era como la cascara vaca y arrugada de un fruto que haba perdido todo el jugo de su pulpa, y en un siglo de ma-terialismo, de poltronera, de filistesmo burgus, en que el peridico y las revistas para sazonar el desayuno, el teatro y el concierto, como estimulantes de la imaginacin y el buen humor, y los paseos al jardn zoolgico cual medio vulga-rizador de la cultura cientfica, la figura del reformador reli-gioso resultaba grotesca. Cmo no haba de indignar a Nietzsche ese optimismo hipcrita que pretenda aliviar las pro-fundas y dolorosas llagas del presente, la pomada milagrosa de esta nueva perfumera straussiana, del laador del cristianismo averiado, del telogo laico y darwinista? Vengan mil veces los fanticos; el fantico es respetable, porque alberga un im-pulso interior de vida ideal, porque es puro, porque no tran-sige ni se adapta. Es preferible un Savonarola quemando los tesoros de la cultura a este dragn teolgico defendindolos.

    No es ciertamente un espritu heroico el que palpita en las pginas de "La antigua y la nueva fe" ; es, por el contrario, un espritu aburguesado, superficial, satisfecho de las como-didades que una sociedad materialista ha sabido crear y que quiere modernizar el cristianismo para ponerle a tono con las muelles costumbres de su tiempo. Pero todo esto pugnaba con el sentido heroico y pesimista de Nietzsche, que estaba muy lejos de aceptar los credos igualitarios y democrticos de sus contemporneos. Consideraba estos credos como sofismas que ya no engaaban ni a los ricos y poderosos ni al mismo pro-letario. Sin dejarse alucinar por todos estos convencionalis-m o s , comprenda que la esclavitud es el reverso vergonzoso

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    y terrible de toda civilizacin, que la supuesta libertad jur-dica es una irona perversa, que la Edad Media, con su feu-dalismo, fu ms piadosa que la sociedad moderna con su de-mocracia.

    El ensayo contra Strauss, como todo ataque personal, tuvo un xito resonante. En 1874 ocurri la muerte de Strauss, y ciertas insinuaciones que llegaron hasta Nietzsche le hicieron creer durante algn tiempo que su stira haba contribuido a acelerar el fin del escritor. Sin embargo, es dudoso que Strauss conociera la obra.

    El segundo ensayo: "Utilidad e inconvenientes de los estu-dios histricos", es el ms profundo de los cuatro. En l se denuncia por primera vez, de manera originalsima, el hecho de que el "sentido histrico", de que tanto se enorgullece su siglo, puede ser una enfermedad, un signo de decadencia.

    La capacidad de poder olvidar, de circunscribirse en el mo-mento presente, es condicin indispensable del hombre activo. Quien no puede olvidar es un forzado que arrastra donde-quiera que va la cadena del pretrito atada a sus pies. La exis-tencia del hombre es un imperfecto que nunca se perfecciona, que nunca se convierte en presente, una sucesin ininterrum-pida de acontecimientos pasados, una cosa que vive de negarse y de contradecirse constantemente. El que no sabe detener el tiempo, limitando su visin al momento actual, confinndose en un presente, ese no sabr jams lo que es un instante de felicidad; se sentir acometido del vrtigo; acabar por no creer en su propia existencia. El que no quisiese sentir ms que de una manera histrica se parecera a un hombre a quien le hubieran arrebatado el sueo. Es imposible vivir sin ol-vidar.

    Toda accin verdadera, justa o injusta, nace del olvido de todas las cosas y de la concentracin en una sola. Segn

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    Goethe, todo el que obra carece de conciencia en el momento de su accin.

    Pues lo mismo que de los individuos puede decirse de los pueblos. Un pueblo vive ignorando su historia. Si la cono-ciera, no podra vivir. Parece ser, pues, que la historia, esa ciencia al parecer ingenua, inocua, candida, ocupada al pa-recer en la mera narracin de hechos, oculta un veneno terri-ble. Cuando la historia toma un predominio demasiado gran-de sobre la vida, la vida se disgrega y degenera, y, en ltimo trmino, la historia misma sufre de esta degeneracin.

    Aplicando esta doctrina a su tiempo y a su patria, Nietzsche cree ver en el "historicismo" una enfermedad, un mal de su poca. Una generacin que quisiese determinar su actividad por un criterio histrico, que quisiese ajustar sus actos a un sistema de enlaces del pasado con el porvenir, correra el pe-ligro de falsear su presente. Un fenmeno histrico estudiado como mero objeto de conocimiento est muerto para el que lo estudia. La cultura histrica no es provechosa y fecunda sino como auxiliar de una poderosa corriente de vida. La historia debe estar subordinada a una potencia no-histrica; no pue-de ser nunca una ciencia pura, como las matemticas. Sera absurdo concebir a un poltico que no tuviera otra clave para resolver los problemas que las recetas sacadas de sus conoci-mientos sobre la historia del pueblo que quiere gobernar. Pues la ciencia poltica, como todas las que se rozan con la vida, es improvisacin y es creacin. Desgraciadamente, el po-ltico mediocre se echa en brazos de estos recursos trillados y se ve sorprendido por lo imprevisto, se encuentra sin re-cursos para los conflictos urgentes que le sorprenden por su novedad, y acaba por desconocer el espritu de su tiempo y de su pueblo.

    Es fcil confundir en nuestra veneracin del pasado lo que es esencial en el desenvolvimiento de la humanidad con lo

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    que no es ms que apariencia, signo exterior, indumento. Ge-neralmente, la idolatra de las formas tradicionales conduce a un desconocimiento, a un desvo de la verdadera realidad his-trica. Cuando el sentido de un pueblo se endurece de este modo, cuando la historia sirve a la vida pasada socavando la base de la vida presente, cuando el sentido histrico no con-serva ya la vida sino que la momifica, el rbol muere, pero muere de una manera que no es natural, comenzando por las ramas para descender hasta la raz. Entonces nace el espritu coleccionista, el hombre se rodea de una atmsfera de vetus-tez, le acomete la mana de la antigualla hasta llegar a una in-saciable curiosidad, tan vana como mezquina.

    A la luz de esta crtica, cuntas extravagancias, cuntas aberraciones de nuestra poca no podran ser analizadas para poner de manifiesto su vanidad y su locura! No solamente el espritu retardatario, enamorado de lo viejo, en su mera exte-rioridad, sino tambin la ilusin del progreso, haciendo de la vida un carnaval cosmopoltico de costumbres y de arte ex-tranjeras y dando al comercio de los pueblos el carcter de una inmensa Exposicin Universal, pueden debilitar la perso-nalidad del hombre moderno, pueden falsear su actividad, ha-cindole que adopte, respectivamente, la mscara del hombre cultivado, del sabio, del poeta, del msico, del poltico, haciendo que el individuo se retire a la intimidad de su ser y convir-tiendo a hombres bien dotados y fecundos en otras condicio-nes, en una generacin de eunucos, destinada a guardar el gran harem universal de la historia.

    Las dos ltimas "consideraciones": "Schopenhauer educa-dor" y "Ricardo Wagner en Bayretuh", son como dos reversos de las dos medallas anteriores, en cuanto mientras en aqu-llas domina la agresividad crtica y aun satrica y el carcter negativo, en stas pnese de manifiesto un lado juvenil y po-sitivo del autor: su capacidad de amar y de admirar, su de-

  • INTRODUCCIN XV

    vocin sin lmites hacia dos personalidades de inmenso re-lieve, pertenecientes, la primera a un muerto y la segunda a un vivo. Estn escritas, sobre todo la ltima, con el cora-zn. Son verdaderos himnos en prosa, ditirambos que poseen toda la ingenuidad de un temperamento apasionado. El fuego que arda dentro de aquel temperamento encuentra ahora, qui-z por ltima vez, por lo menos hasta no llegar al desbor-dante lirismo de Zaratustra, una digna exteriorizacin para vol-ver a reconcentrarse definitivamente dentro de las paredes re-fractarias de su cerebro y consumar en silencio, en la rumia diaria del anlisis filosfico, la revolucin ms terrible, el gol-pe de ariete ms formidable que el mundo moral ha sufrido en la historia de las luchas del pensamiento.

    E. O.

  • PRIMERA PARTE

    D A V I D S T R A U S S , el confesional y el escritor

    a

  • I.

    Casi parece que la opinin pblica en Alemania prohibe ha-blar de las nefastas y peligrosas consecuencias de la guerra, sobre todo si se trata de una guerra victoriosa. Escuchamos con preferencia a esos escritores que no conocen opinin ms importante que esta opinin pblica y que, por consiguiente, rivalizan en hacer el elogio de la guerra y de los importantes efectos que produce sobre la moral, la cultura y el arte. A pe-sar de ello, hay que decir que una gran victoria es un gran pe-ligro. La naturaleza humana la soporta ms difcilmente que una derrota; y an parece ms fcil conseguir tal victoria que aprovecharla de modo que no se convierta en un mal de mayor importancia que la victoria misma. Pero de las con-secuencias perniciosas que la ltima guerra sostenida con Francia parece haber trado consigo, la mayor de todas es un error general muy difundido: el error que cometen la opi-nin pblica y todos los que opinan con ella de creer que la cultura alemana ha vencido tambin en dicha guerra y que debe ser coronada con los laureles que corresponden a tan magno acontecimiento. Esta ilusin es altamente peligrosa, no por ser una ilusinpues hay errores saludables y fecun-dos, sino porque es capaz de convertir nuestra victoria en un completo descalabro: en la destruccin y hasta en la ex-tirpacin del espritu alemn, en beneficio de "el imperio alemn".

    Aun admitiendo que hubiesen guerreado dos culturas, la medida del valor de la victoria siempre sera muy relativa, y, en ocasiones, no justificara de ningn modo esos gritos de

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    jbilo, esas aclamaciones. Pues convendra saber, ante todo, cul era el valor de la cultura vencidaquiz muy escaso; y entonces la victoria, a pesar de tratarse de un hecho de ar-mas de los ms brillantes, no sera, para la cultura victorio-sa, verdadero motivo de orgullo. Por otra parte, en el caso pre-sente no se puede hablar propiamente de una victoria de la cultura alemana, por la sencilla razn de que la cultura fran-cesa contina existiendo como antes y que nosotros seguimos dependiendo de ella como anteriormente. Ni siquiera ha con-tribuido la cultura alemana al triunfo de las armas. La severa disciplina, la bravura y la resistencia, la superioridad de nues-tros generales, la unidad de miras y la obediencia de los su-bordinados, en suma, elementos que no tienen nada que ver con la cultura, nos hicieron vencer a nuestros adversarios, que carecan de la mayor parte de estos elementos; slo nos debemos admirar de una cosa, a saber: que lo que hoy se lla-ma "cul tura" en Alemania no haya sido remora para las exi-gencias militares necesarias para un gran triunfo, y quiz se deba esto a que lo que hoy se llama "cul tura" ha credo ms prudente doblegarse. Pero si dejamos crecer y extenderse esa llamada cultura, si la dejamos contraer malos hbitos, mecin-dola con la ilusin halagadora de que ha conseguido la victo-ria, tendr entonces bastante fuerza para extirpar el espritu alemn, como ya he indicado, y quin sabe entonces, venci-do el espritu, lo que suceder con el cuerpo!

    Si fuera posible dirigir contra el enemigo interior esa bra-vura impasible y tenaz que el alemn ha opuesto al arrebato pattico y repentino del francs; si fuera posible, repito, di-rigirla contra esa civilizacin, tan dudosa y, en todo caso, tan antinacional, que por un equvoco peligroso se llama hoy en Alemania "cultura", no sera cosa de perder las esperanzas de una verdadera cultura alemana opuesta a esa falsa civiliza-cin. Pues a los alemanes nunca nos han faltado directores y capitanes perspicaces y valientes; s, en cambio, a stos, los alemanes. Pero a m cada vez me parece ms cuestionable que sea posible dar a la bravura alemana esa nueva direc-cin, y despus de terminada la guerra, me parece completa-mente improbable; pues veo que todos estn convencidos de que tal lucha y tal bravura no son necesarias, sino, por el

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    contrario, la mayor parte de las cosas van por el mejor cami-no, y que, en ltimo trmino, lo esencial ya lo hemos conse-guido y realizado desde hace mucho tiempo; en una pala-bra, que el mejor grano de la cultura ya est en todas par-tes sembrado y que ya ha empezado a florecer aqu y all con fuerza exuberante. En este punto, no es slo contento lo que reina, sino jbilo y embriaguez. Este jbilo y esta embriaguez as advierto en la conducta incomparablemente confiada de los periodistas alemanes y de los fabricantes de novelas, tra-gedias, poemas e historias, pues evidentemente sta es una misma compaa que se ha conjurado, al parecer, para apo-derarse de las horas de ocio y de las digestiones del hombre moderno, esto es, de su "momento cultural", para aturdirle abrumndole con esa montaa de papel impreso. En esta com-paa, despus de la victoria, todo es jbilo, vanidad y orgu-llo: desde ese "triunfo de la cultura alemana" sta se siente no slo confirmada y sancionada, sino casi consagrada, por lo que se expresa con solemnidad, gusta de las alocuciones al pueblo alemn, publica, a imitacin de los clsicos, sus obras completas y proclama en la Prensa que tiene a su servicio, que algunos de los que figuran en su centro son los nuevos clsicos alemanes, los escritores modelos. Podra quiz espe-rarse que los peligros de tal "abuso del xi to" fuesen reco-nocidos por la parte instruida y reflexiva de Alemania, o, por lo menos, que esta parte de Alemania comprendiese lo penoso de tal espectculo, pues qu espectculo ms lamentable puede darse que ver a un jorobado pavonendose delante del espejo y hacindose guios con su misma imagen? Pero la casta de sabios deja hacer y slo se ocupa de s misma, sin cuidarse del espritu alemn. Adems, estn persuadidos de que su propia ilustracin es la ms alta no slo en estos tiem-pos, sino de todos los tiempos. No comprenden los cuidados que puede inspirar la cultura general alemana, porque se creen ellos y la mayor parte de los que como ellos piensan muy por encima d estos cuidados. Un atento observador, so-bre todo si es extranjero, advierte, por otra parte, que entre lo que el sabio alemn llama su cultura y esta cultura triun-fante de los nuevos clsicos alemanes no existe ms diferen-cia que la cantidad de sus conocimientos: siempre que se trata,

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    no del saber, sino del poder, no de la erudicin, sino del arte, es decir, all donde la vida debe dar una muestra de esta cul-tura, no hay hoy ms que una nica cultura alemana: y se pre-tende que esta cultura ha vencido a Francia.

    Esta afirmacin, as, a secas, nos parece completamente in-comprensible. Precisamente en la ciencia mayor de los oficia-les alemanes, en la instruccin ms completa de los soldados alemanes, en una ms prudente direccin de la guerra es en lo que todos, incluso los franceses, estn unnimes en reconocer la ventaja decisiva. Pero en qu sentido se puede decir que la cultura alemana ha vencido, si separamos de ella la ciencia alemana? En ninguno, pues las cualidades morales de una se-vera disciplina y de una sumisa obediencia no tienen nada que ver con la cultura, y distinguan, por ejemplo, al ejrcito ma-cednico del ejrcito griego, el cual era incomparablemente ms civilizado. Por lo tanto, nos equivocamos grandemente cuando hablamos de la victoria de la ilustracin alemana, equivocacin basada en el hecho de que en Alemania se ha perdido el verdadero concepto de la cultura.

    Cultura es, ante todo, la unidad del estilo artstico en to-das las manifestaciones 'de la vida de un pueblo. Pero tener muchos sabios y haber aprendido mucho no es ni un medio de cultura ni un signo de la misma, y muchas veces se halla muy bien avenido con lo contrario de la cultura, la barbarie, esto es: la falta de estilo o la confusin catica de todos los estilos.

    Pues bien; el pueblo alemn de nuestros das vive preci-samente en esta catica confusin de todos los estilos, y ante todo, se nos presenta este primer problema de cmo es posible que el pueblo alemn, con toda su ciencia, no advierta esto . y se regocije de todo corazn de su actual "cultura". Y, sin embargo, todo deba hacrselo notar: con slo reparar en su indumento, en su vivienda, en sus edificios, con cualquier paseo que diese por las calles de sus ciudades, con cualquier visita a sus almacenes de modas y de objetos de arte; en sus relaciones sociales, debera darse cuenta del origen de sus maneras y de sus movimientos; en sus centros de cultura, conciertos, teatros y museos, debera advertir las grotescas convivencias y yuxtaposiciones de todos los estilos imagina-

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    bles. El alemn amontona alrededor de s las formas, colores, productos y curiosidades de todos los tiempos y de todas las zonas, engendrando as ese modernismo abigarrado de ba-rraca de feria, y que luego esos sabios definen y analizan pa-ra ver lo que hay en l de "moderno en s"; y l mismo per-manece tranquilamente sentado en este caos de todos los es-tilos. Pero con este gnero de cultura, que no es, en el fondo, ms que una flemtica insensibilidad por toda clase de cultu-ras, no se puede vencer a un enemigo, por lo menos a un ene-migo tal como el francs, que posee una verdadera cultura, una cultura creadora, cualquiera que sea el valor que se le pueda conceder, pues hasta el presente nosotros no hemos hecho ms que imitar a los franceses, y, por cierto, bastan-te mal.

    Si realmente hubiramos cesado de imitarles, no por esto podramos jactarnos de haberlos vencido, sino nicamente de habernos emancipado de su yugo. Slo en el caso de haberles impuesto una cultura original alemana podra hablarse de un triunfo de la cultura alemana. Entretanto debemos afirmar que, por lo que se refiere a la forma, antes como despus de la guerra, dependemos any debemos dependerde Pars, pues hasta hoy no existe una cultura alemana original.

    Esto lo debamos saber todos; adems, alguien de los po-cos que tiene el derecho de hablar a los alemanes en tono de reproche, lo dijo pblicamente: "Nosotros, los alemanes, so-mos de ayerdeca Goethe en cierta ocasin a Eckermann; es verdad que desde hace un siglo trabajamos slidamente, pe-ro todava tienen que pasar varios siglos antes de que nuestros compatriotas se penetren suficientemente de un espritu y una cultura superiores para que se pueda decir de ellos que hace mucho tiempo "que fueron brbaros."

    2.

    Pero si nuestra vida pblica y privada no ostenta eviden-temente el sello de una cultura fecunda y original, si nuestros grandes artistas, con una seria insistencia y una franqueza que es la caracterstica de la verdadera grandeza, han confe-

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    sado y confiesan an ese hecho monstruoso y profundamente humillante para un pueblo bien dotado, cmo es posible que entre las gentes ilustradas de Alemania reine esta gran satis-faccin, una satisfaccin que, despus de la guerra, se mues-tra siempre dispuesta a reventar para trocarse en alegra pe-tulante, en grito de triunfo? En todo caso, vivimos en la creencia de que poseemos una verdadera cultura, y slo un pequeo nmero de elegidos parece haberse dado cuenta de la distancia que hay entre esta credulidad satisfecha y an triunfante, y una inferioridad notoria. Pues todo el que piensa con la opinin pblica se ha tapado los ojos y los odos y se niega a reconocer este contraste. Cmo es posible? Cul es la fuerza bastante poderosa para prescribir este "no debes"? Qu clase de hombres ha llegado a ejercer esta hegemona en Alemania para cohibir este sentimiento sencillo y podero-so o para poner obstculos a su expresin? Pues bien: yo quiero llamar a este poder y a esta clase de hombres por su verdadero nombre: "los filisteos de la cultura".

    La palabra filisteo est tomada, como todos sabemos, de la vida estudiantil (i), y quiere designar, en su sentido ms ge-neral, pero completamente popular, lo contrario del hijo de las Musas, del artista, del verdadero hombre culto. Pero el filisteo cultivado, cuyo tipo y cuyas declaraciones nos hemos impuesto el penoso deber de estudiar aqu, se distingue de la clase general del filisteo por una supersticin: cree ser un hijo de las musas, un hombre cultivado; incomprensible quimera, de la cual se deduce que no sabe ni lo que es el filistesmo ni lo que es lo contrario del filistesmo; por esto no nos habre-mos de admirar si la mayor parte de las veces jura solemne-mente que no es un filisteo. En esta falta de conocimiento de s mismo est casi persuadido de que su "cultura" es justa-mente la ms completa expresin de la neta cultura alema-na; y como en todas partes encuentra "cultos" como l, y como todas las instituciones pblicas, escuelas, institutos y centros artsticos estn organizados con arreglo a esta cultura ilistea, por todas partes pasea triunfante su conviccin de que

    (i) Los estudiantes alemanes llaman a la patrona "Philisterin". (N. del T.)

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    l es el digno representante de la cultura alemana actual, y formula, con arreglo a esta conviccin, sus pretensiones y sus exigencias. Pero si la verdadera cultura supone unidad de estilo, y si es verdad que, aun en el caso de tratarse de una cultura mala y degenerada, siempre se observara entre sus formas una cierta coherencia y armona de estilo, fcil ser deducir de aqu que la confusin producida en el cerebro del filisteo nacer de que, encontrando en todas partes ejempla-res de su misma edicin, marcados con su misma marca, con-cluye de aqu que esta uniformidad de todos los "espritus cultivados" es la unidad de estilo de la educacin alemana, de la cultura alemana. Por dondequiera que pasee la mirada alrededor de s. encuentra las mismas necesidades, las mis-mas opiniones; por todas partes donde va encuentra el mis-mo rgimen de convenciones tcitas sobre una multitud de materias, y en particular, sobre todo lo que se refiere a la Re-ligin y al Ar te : esta imponente homogeneidad, este " tut t i unisono" que surge espontneo y sin necesidad de orden ex-presa, le conduce a creer que este acuerdo es el efecto de una cultura. Pero el filistesmo sistemtico y triunfante, por lo mismo que tiene un sistema, no es an cultura, ni siquiera mala cultura, sino que sigue siendo lo contrario de la cultura, a saber: una barbarie de fuerte raigambre. Pues aquella uni-dad de marca que salta a la vista cuando examinamos a las personas ilustradas de la Alemania actual no es unidad sino por la negacin, consciente o inconsciente, de todas las for-mas y de todas las leyes fecundas desde el punto de vista ar-tstico, y que son la condicin de todo estilo verdadero. En el cerebro del filisteo debe reinar necesariamente una especial confusin: precisamente aquello que es la negacin de la cul-tura es lo que l entiende por tal, y como procede consecuen-temente, llega, por ltimo, a un coherente grupo de negacio-nes, a un sistema de no-cultura, al cual hay que confesar una cierta unidad de estilo, en caso de que tenga algn sentido hablar de una barbarie estilizada; cuando tiene que elegir entre un acto que tiene estilo y otro que no le tiene, escoger siempre este ltimo, y como siempre har esta eleccin, todas sus acciones estarn marcadas con esta estampilla negativa. Y dicha estampilla le servir siempre para reconocer el ca-

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    rcter de "la cultura alemana" patentada por l; en todo lo que no la lleve reconocer lo que le es extranjero y hostil. El filisteo de la cultura, en tales casos, se limitar a ponerse x la defensiva, negar, afectar ignorancia, se tapar los odos, cerrar los ojos. Es un ser negativo, aun en sus odios y en sus amistades. Pero a nadie odiar ms que al que le trata como filisteo y le dice lo que es: el obstculo que detiene a los creadores y a los fuertes, el laberinto donde se pierden los que dudan y andan extraviados, el pantano de todos los que carecen de fuerzas, el grillete de todos los que corren tras de altos ideales, la niebla envenenada que ahoga a todos los gr-menes vivos, la arena del desierto que deseca el espritu ale-mn, sediento de nueva vida. Pues l "busca" este espritu alemn! Y le odiis porque busca y porque no cree que ha-yis encontrado lo que l busca. Cmo es posible que el filisteo de la cultura haya nacido, y, una vez nacido, cmo ha podido elevarse a la altura de un juez soberano de todos los problemas de la cultura alemana; cmo es posible esto des-pus de haber visto esa serie de grandes figuras heroicas pa-sar ante nuestros ojos, esos genios que en todos sus gestos, en la expresin de sus rostros, en su llameante mirada no revelaban ms que una cosa: "que eran buscadores" y que buscaban con fe y perseverancia lo que los filisteos crean haber encontrado ya: una cultura alemana verdadera y ori-ginal? Hay un terreno, parecan preguntar, suficientemente virgen, de suficiente santidad virginal, para que el espritu alemn edifique su mansin en l y no en otro alguno? Y pre-guntando esto, recorran el desierto y las malezas de pocas miserables y de condiciones estrechas; y en sus investigaciones escapaban a nuestros ojos, al punto que uno de ellos pudo decir en nombre de todos, a una edad muy avanzada: "Du-rante medio siglo no he descansado ni un momento; cons-tantemente he buscado y me he esforzado en la medida de mis fuerzas."

    Cmo juzga nuestra cultura de filisteos a estos busca-dores? Los considera simplemente como descubridores, y pa-rece olvidar que ellos no se tenan ms que por buscadores. Poseemos nuestra cultura, dice, pues poseemos nuestros cl-sicos, que son la base de ella, y el edificio cimentado sobre

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    ella ya est concluido, porque nosotros mismos somos ese edificio. Y al hablar as, los filisteos se llevan la mano a la frente.

    Pero es preciso que hayan olvidado a nuestros clsicos para juzgarlos tan mal y para insultarlos en su veneracin: y esto es lo que sucede generalmente. Pues de lo contrario sabran que hay una sola manera de venerarlos, y es continuar su obra en el mismo espritu que ellos y con el mismo fervor, y no can-sarse nunca de investigar. Por el contrario, prodigarles el du-doso epteto de "clsicos" y "edificarse" de vez en cuando con la lectura de sus obras, es abandonarse a esos transpor-tes dbiles y egostas que nuestras salas de teatro y de con-cierto prometen al pblico que paga. De nada sirve erigirles estatuas, poner su nombre a las sociedades ni celebrar fiestas en su honor. Todo eso no es ms que pago en moneda con-tante y sonante que el filisteo hace para cumplir con ellos y no volverse a acordar de ellos, y, sobre todo, para no imitar-los y seguir buscando. Pues "ya no se debe buscar ms" es la consigna de los filisteos.

    Esta consigna tuvo en otro tiempo un cierto sentido: cuan-do en los primeros diez aos de este siglo comenz la fiebre de las investigaciones y de las experiencias mltiples en Ale-mania; cuando las destrucciones, las promesas, los presenti-mientos y las esperanzas alcanzaron tales proporciones que la burguesa actual temi, con razn, por s misma, con razn se mostraba indiferente a este revoltio de filosofas fantsti-cas e incongruentes, de investigaciones histricas conscientes de su inutilidad, a aquel carnaval de todos los dioses y todos los mitos que imaginaron los romnticos, a aquella orga de modas y de locuras poticas que slo la embriaguez poda concebir. Y con razn, porque el filisteo no tiene ni siquiera el derecho al despilfarro. Pero aprovech la ocasin de esta mezcolanza de baja estofa para hacer sospechosa toda inves-tigacin y para hacer compatible la invencin con la comodi-dad. Sus ojos brillaron con la alegra del filisteo; salvse de todas aquellas experiencias aventuradas, refugindose en el idilio, y opuso al instinto inquieto y creador del artista una cierta tendencia al contentamiento, el contento que experimen-taba frente a su propia estrechez, frente a su propia tranqui-

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    lidad y su propia limitacin de espritu. Sealaba con el dedo, sin pudores intiles, todos los recovecos de su vida, todas las alegras ingenuas y conmovedoras que se forman en las pro-lundidades angostas de una existencia inculta, como flores hu-mildes sobre el pantano del filistesmo.

    Hubo talentos descriptivos que supieron pintar delicada-mente la felicidad, la sencillez, la salud rstica y el bienestar que envuelve los aposentos de los nios, de los sabios y de los aldeanos. Provistos de tales libros de escenas de la realidad, los partidarios de la vida confortable trataron de pactar de una vez para siempre con aquellos clsicos peligrosos y de seguir sus estmulos a la continuacin de sus investigaciones. Inventaron con este fin la idea del epigonismo, para no verse turbados en su tranquilidad y poder oponerse a toda inno-vacin molesta, haciendo pasar sus obras por el producto de los "epgonos". Con el fin de conservar su tranquilidad, estos partidarios de la vida confortable se apoderaron de la historia y trataron de reducir todas las ciencias que hubieran podido turbar todava su reposo a simples ramas de la historia. As procedieron ante todo con la filosofa y la filologa clsica. Por la conciencia histrica se salvaron del entusiasmo, pues no era ya la historia, como pens Goethe, la que provocaba el entusiasmo. No, la finalidad de estos antifilosficos partida-rios del "nil mirari", cuando trataban de comprenderlo todo desde el punto de vista histrico, era llegar a embotar sus facultades. Al pretender odiar el fanatismo y el entusiasmo bajo todas sus formas, odiaban, en el fondo, el genio domi-nador y la tirana de las verdaderas reivindicaciones de la cul-tura. Por esto es por lo que empleaban todas sus fuerzas en paralizar, en dificultar y en descomponer, siempre que podan, todo movimiento juvenil y poderoso. Una filosofa que se in-geniaba por envolver en frases acicaladas el filistesmo de su autor invent ms de una frmula para la deificacin de la vida diaria. Afirm que todo lo que es real es racional, y por este procedimiento se gan el favor del filistesmo cultivado, que, a pesar de su gusto por las frases retumbantes y paradjicas, se considera l solo como una realidad y considera esta rea-lidad como la medida de la razn. Desde ese momento, el filisteo cultivado permite a cada uno y se permite a s mismo

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    reflexionar, hacer trabajos estticos y cientficos y, ante todo, hacer versos, msica y aun pintar cuadros, sin olvidar los sis-temas filosficos, a condicin siempre que de ninguna manera se cambie nada y que todos tengan buen cuidado de no tocar a lo que es racional y "real", es decir, al filisteo. El filisteo es muy aficionado, cierto, a abandonarse de tiempo en tiempo a las amenas y audaces francachelas del arte, al escepticismo de las investigaciones, y el encanto de tales distracciones y recreos es para l de cierta importancia. Pero sabe separar ri-gurosamente lo ftil de lo "serio", entendiendo por esto lti-mo sus negocios, su posicin, su mujer y sus hijos; y en el n-mero de esas futilezas cataloga l todo lo que se refiere a la cultura. Por eso, desgraciado del artista que tomase en serio su actividad, del arte que se mostrase exigente y lesionase sus intereses, sus rentas, sus hbitoses decir, todo lo que el filis-teo toma en serio, y semejante arte le hara desviar la mi-rada, como si se encontrase en presencia de algo impdico, y, con aires de guardin de la castidad, prohibira a la virtud que contemplase este arte, porque a la virtud hay que pro-tegerla !

    Pero con el mismo celo de que da muestras contra este arte y estos artistas, con el mismo celo proteger al que le escucha y se deja guiar por l. Le hace comprender al artista que se le tolerar una vida fcil, que no se le exigirn obras maestras sublimes, sino solamente dos cosas: la primera, la imitacin de la realidad hasta lo simiesco, por medio de idilios y de sti-ras dulces e ingeniosas, o bien libres imitaciones, en el estilo, de los clsicos ms conocidos y reputados, mostrando, sin em-bargo, una cierta condescendencia con los gustos del da. Pues ?i bien no aprecia ms que la copia minuciosa o la fidelidad fotogrfica en la representacin del presente, sabe que esta fidelidad le glorificar a l mismo y aumentar el placer que le proporciona la "realidad", mientras que la copia de los mode-los clsicos no le perjudicar y hasta ser favorable a su repu-tacin de arbitro del gusto tradicional. Y, por lo dems, no tendr ningn nuevo quebradero de cabeza, pues ya se ha pues-to de acuerdo con los clsicos de una vez para siempre. Y, en fin de cuentas, para facilitar sus hbitos, sus juicios, sus anti-patas y sus preferencias, inventar una frmula general y de

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    gran efecto, hablar de "salud" y alejar a cualquier agua-fiestas molesto, acusndole de enfermo y exaltado.

    As es como David Strauss, un verdadero "satisfecho" de nuestras condiciones de cultura, un filisteo tpico, habla, en ocasiones, con giros y frases caractersticas, de la "filosofa de Arturo Schopenhauer, llena de ingenio, es verdad, pero mu-chas veces malsana y poco provechosa". Pues se da la circuns-tancia desagradable de que lo que es "malsano y poco prove-choso" es lo que el "ingenio" prefiere con simpata especial, y que el mismo filisteo, cuando alguna vez es "leal" consigo mismo, experimenta frente a esos productos filosficos que sus semejantes dan a luz, algo que se parece mucho a la falta de ingenio, bien que constituya una filosofa sana y provechosa.

    Sucede, de cuando en cuando, que los filisteos, a condicin de que quede entre ellos, se renen a beber una botella y re-cuerdan honrada e ingenuamente, cuando se suelta su lengua, los grandes hechos de guerra en que tomaron parte. Enton-ces, muchas cosas que generalmente se tiene mucho cuidado en callar, salen a relucir. Y hasta, en ocasiones, alguno de ellos se atreve a revelar los secretos esenciales de toda la cofra-da. Recientemente, un esttico muy conocido, perteneciente a la escuela racionalista de Hegel, tuvo uno de esos momentos de franqueza. El pretexto era, en efecto, singular. Un crculo de perfectos filisteos celebraba un homenaje a la memoria de un hombre que era ciertamente lo contrario de un filisteo y que, es ms, haba perecido a manos de los filisteos, en el sen-tido ms absoluto de la expresin. Me refiero al magnfico Hoelderlin, y el clebre esttico tuvo el derecho de hablar, en esta ocasin, de las almas trgicas a quienes la "realidad" hace perecer, entendiendo la palabra realidad, como es consi-guiente, en el sentido antes mencionado de "razn del filis-teo". Pero la "realidad" se ha hecho diferente, y podemos pre-guntarnos si Hoelderlin hubiera llegado a orientarse en nues-tra gran poca contempornea. "No sdice Federico Vis-chersi su alma delicada hubiera podido soportar la rudeza que acompaa a todas las guerras y la corrupcin que vemos aumentar despus de la guerra en los ms variados campos. Quiz hubiera cado en la desolacin. Porque posea un alma indefensa: era el Werter de la Grecia, un enamorado sin es-

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    peranza; su vida era toda delicadeza y languidez, pero en su voluntad haba tambin fuerza y determinacin, en su estilo haba grandeza, abundancia y vida, hasta el punto de que, de vez en cuando, recordaba a Esquilo. Sin embargo, su espritu careca de dureza; habra debido servirse del humorismo como de un arma. No poda admitir que, aunque se sea un "filisteo, no por eso se es un brbaro". Esta ltima confesin es lo que nos importa, y no las dulces lamentaciones del orador. Es de-cir, que confiesa ser un filisteo, pero a ningn precio querra ser un brbaro. El pobre Hoelderlin no supo hacer esta sutil distincin. Es verdad que cuando se piensa, al or la palabra barbarie, en lo contrario de la civilizacin, y quiz en los pira-tas y en los antropfagos, hay razn para separar ambos tr-minos. Pero lo que parece que quiere decirnos el esttico es que se puede ser filisteo y, sin embargo, hombre civilizado. He aqu el humorismo de que careca Hoelderlin, y muri preci-samente por esta falta de humor.

    En la misma ocasin, el orador dej escapar una segunda confesin: "No siempre es la fuerza de voluntad, sino, a ve-ves, la "debilidad", lo que "nos " hace ir ms all de las as-piraciones, que las almas trgicas sienten con tanta violencia, hacia la belleza." Poco ms o menos, stos fueron los trminos de su confesin, hecha en nombre de aquellos "nosotros" all reunidos, de aquellos que haban ido ms all, por debilidad! Contentmonos con esta confesin. Ahora ya sabemos dos co-sas, por boca de un iniciado: por una parte, que aquellos "nos-otros" han sentido la aspiracin a la belleza, y que han ido ms all, y, por otra parte, que han ido ms all por debilidad. Esta debilidad, en momentos menos propicios a la franqueza, ?e decora con otro nombre : es la famosa "salud" de los filis-teos cultivados. Pero tras esta indicacin, de fecha reciente, quiz podra hablarse de ellos, no como personas saludables, sino como "enfermos", o tambin como "dbiles". Y si estos dbiles no tuvieran poder, ay! Pero qu importancia pue-de tener para ellos el nombre que les hayamos de dar? Pues ellos son los dominadores, y mal dominara el que no supiera sufrir un mote. Siempre que se tiene algn poder, aprendemos a burlarnos de nosotros mismos. Poco importa que tengamos alguna faltilla; la prpura lo cubre todo; la capa del triun-

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    fador todo lo tapa. La fuerza del filisteo cultivado se afirma cuando convierte en armas sus debilidades. Y cuanto ms con-fiesa, cuanto ms cnicas son sus confesiones, ms deja adivi-nar la importancia que se da y la superioridad que se atribuye. Estamos en una poca en que el filisteo ama cnicamente. Del mismo modo que Federico Vischer hizo su confesin en un discurso, David Strauss se ha confesado en todo un libro. Esta confesin es cnica, como lo era el discurso mencionado.

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    David Strauss hace confesiones sobre la cultura del filisteo de dos modos: por la palabra y por la accin; por la palabra del sectario y por la accin del escritor. Su libro titulado "La Antigua y la Nueva F e " es una confesin ininterrumpida, de un lado, por su contenido, y de otro, en cuanto libro y pro-ducto literario. Y ya en el hecho de permitirse la confesin pblica de su fe hay una confesin. Todo el que ha pasado de los cuarenta aos tiene derecho a escribir su biografa, pues el ms humilde habr tenido ocasin de ver alguna cosa de cerca, de haber hecho alguna experiencia que pueda ser til al pensador. Pero presentar una confesin de fe puede pa-ecer infinitamente ms vanidoso, porque se supone que el que la hace concede importancia no slo a lo que ha visto, a lo que ha estudiado, a lo que ha experimentado, sino tam-bin a lo que cree. Ahora bien, el verdadero pensador querr saber, en ltimo trmino, lo que los caracteres por el estilo del de Strauss consideran como su fe, y lo que "han imaginado medio en sueos" (pg. 10) sobre cosas que slo deben hablar de ellas los que las conocen de primera mano. Quin senti-ra la necesidad de conocer una confesin de fe de Ranke o de Mommsen, que son eruditos e historiadores de otra espe-cie que David Strauss? Y, sin embargo, si quisieran entrete-nernos con sus creencias y no con sus conocimientos cient-ficos, rebasaran, de manera enojosa, los lmites que se han im-puesto. Pues esto es precisamente lo que hace Strauss cuando habla de su fe. Nadie siente la necesidad de saber nada sobre tal asunto, a no ser algunos adversarios, de corta inteligen-

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    cia, que detrs de las ideas de Strauss descubren preceptos verdaderamente satnicos y que deben desear ver que Strauss compromete sus afirmaciones de sabio por la manifestacin de este fondo de su pensamiento tan diablico. Quiz estos mozos groseros hayan encontrado la horma de su zapato en el ltimo libro. Nosotros, que no tenemos ningn motivo para acechar estos pensamientos diablicos, no hemos encontrado nada de este gnero, y aunque hubiera cierto satanismo de ms, no nos parecera mal. Pues, ciertamente, ningn espritu malfico habla de su nueva fe como habla Strauss, y mucho menos, un verdadero genio. Solamente aquellos hombres que Strauss nos presenta llamndolos "nosotros" son los que pue-den hablar as: esos hombres que, cuando nos exponen sus creencias, nos aburren an ms que cuando nos cuentan sus ensueos, ya sean "sabios o artistas, funcionarios o soldados, artesanos o propietarios, y que viven en el pas a miles, y no como los peores". Si, en vez de vivir en el apartamiento y en el silencio, en la villa y en el campo, se quisieran mani-festar por sus confesiones, el acorde de su "unsono" no nos engaara sobre la pobreza y la vulgaridad de la meloda que entonan. Cmo nos ha de disponer esto favorablemente ha-cia ellos, cuando sabemos que una confesin de fe, de la que participa un gran nmero, es de tal ndole que si cada uno de los que integran este gran nmero se dispusiese a con-trnosla, no le dejaramos terminar y le cortaramos la pala-bra con un bostezo? Y le diramos: "Si profesas esa creen-cia, por Dios, no la reveles." Quiz hubiera en otro tiempo algunos ingenuos que buscasen en David Strauss un pensa-dor. Ahora han visto en l un creyente y han sufrido una decepcin. Si se hubiera callado, para ese pequeo nmero hubiera seguido siendo un filsofo. Mientras que ahora ya no lo es para nadie. Esto no quita que l siga pretendiendo os honores reservados al pensador; pero quiere ser un nue-vo creyente, cree redactar el catecismo de las "ideas moder-nas" y construir la vasta "ruta del porvenir". De hecho, nuestros filisteos no son ya tmidos ni vergonzosos; estn, por el contrario, bien provistos de una seguridad que llega hasta el cinismo.

    Hubo un tiempo, ya lejano, es verdad, en que el filisteo

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    era simplemente tolerado como algo que no habla y del qu no se habla. Hubo otro tiempo en que se le acariciaba las arrugas, porque se le encontraba gracioso, y gustaba hablar de l. A causa de todo esto, se enfatu. Se fu enfatuando poco a poco, y se regocijaba de sus arrugas y de sus particula-ridades prudhomnescas. Entonces empez a hablar de s mis-mo, poco ms o menos por el estilo de la msica burguesa de Eiehl:

    Pero qu veo! Son sombras, es realidad? Es el perro de aguas que crece y se hincha! (i).

    Pues ahora se pavonea ya como un hipoptamo en la "gran va del futuro", y en vez de los gruidos y de los aullidos, omos el tono altanero del fundador de religiones. Es que va usted a tener la bondad, seor magster, de fundar la re-ligin del porvenir? "No creo que hayan llegado todava los tiempos (p. 8). No he pensado en destruir ninguna Iglesia." Y por qu no, seor magster? Lo que hace falta es tener poder para ello. Por lo dems, hablando francamente, usted se figura que le tiene. Veamos la ltima pgina de su libro. En ella cree usted poder afirmar que su nueva va es "la nica gran va del porvenir, esa va que an no est terminada ms que en parte y que ante todo es preciso que sea utilizada de una manera ms general para que resulte cmoda y agradable". No se encierre usted en sus negaciones. El fundador de re-ligiones se ha desenmascarado; queda construida la nueva gran va, cmoda y agradable, que conduce al paraso de Strauss. Lo que no le satisface a usted, hombre modesto, es la carroza en que nos quiere usted conducir. Por fin, dice usted: "No pretender que la carroza en la que mis lectores se han de entregar confiados conmigo responda a todas las exigencias (pg. 367). Da unos vaivenes terribles." Vamos, lo que usted quiere es un elogio, amable fundador de religiones. Pues nosotros queremos hablarle con franqueza. Si el lec-tor se prescribe a s mismo las 368 pginas de su catecismo re-

    (1) Goethe, "Faust". Primera parte. Monlogo de Fausto en su gabinete de estudio.(N. del T.)

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    jgioso, leyendo una pgina cada da del ao, es decir si las administra en pequeas dosis, creemos que acabar por sen-tirse mal, por despecho de ver que el efecto no se produce, i Que las tome con fe!, tomando todo lo ms que pueda de una vez, como exige la prescripcin de todos los libros de ac-tualidad. Entonces la medida no har dao, el bebedor no se sentir de mal humor ni irritado, sino todo lo contrario: se sentir alegre, como si nada hubiera pasado, como si nin-guna religin hubiera sido destruida, como si no se hubiera inaugurado una va universal, como si no se hubieran hecho confesiones. Esto es lo que se llama un efecto saludable! El mdico, el remedio y la enfermedad: todo se ha olvidado. Qu risa tan alegre! Qu continuas ganas de rer! Es usted en-vidiable, seor, porque ha fundado usted la religin ms agra-dable, la que da pretexto para honrar incesantemente a su fundador burlndose de l.

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    El filisteo como fundador de una religin del porvenir, sta es la nueva fe en su forma ms incisiva. El filisteo hecho fantico, he aqu el inslito fenmeno que distingue a la Alemania de hoy. Mas, por lo que se refiere a este entusiasmo fantico, guardemos provisionalmente una cierta circunspec-cin. No nos ha aconsejado el mismo David Strauss, en una frase llena de prudencia, esta misma circunspeccin? Es verdad que a primera vista no debemos pensar en el mismo Strauss, sino en el fundador del cristianismo (pg. 8o). "Lo sa-bemos : ha habido fanticos nobles y espirituales. Un fantico puede elevar y estimular el espritu, puede llevar muy lejos su influencia histrica; sin embargo, nos guardaremos mucho de escogerle como gua en nuestra vida. Nos separara del ca-mino recto a poco que sustrajsemos su influencia al control Je la razn." Sabemos ms an: que puede haber fanticos sin espritu, que no sostienen y que no elevan, y que con-fan, sin embargo, en tener una larga influencia histrica y dominar el porvenir. Lo que prueba el cuidado que debemos ener con este fanatismo. Lichtenberg cree tambin que hay

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    fanticos sin talento y que stos son los verdaderamente peli-grosos. Provisionalmente, para poder ejercer este control de la razn, queremos que se nos responda a estas tres pregun-tas. Primeramente: Cmo se representan el cielo los cre-yentes de la nueva fe? Segundo: Hasta dnde llega el valor que les proporciona su nueva fe? Tercero: Cmo escriben sus libros? Strauss, el sectario, debe responder a las dos pri-meras preguntas; Strauss, el escritor, a la tercera.

    El cielo del nuevo creyente no puede estar en otro sitio que en la tierra, pues "la perspectiva cristiana de una vida eterna y divina, del mismo modo que los dems consuelos, est perdida irremediablemente" para aquel que se coloca en el mismo terreno que Strauss, "aunque no sea ms que en un pie" (pg. 364). No deja de tener importancia que una re-ligin se imagine un cielo de tal o cual manera; y si es verdad que el cristianismo no conoce otras ocupaciones divinas que cantar y tocar, ni que decir tiene que el filisteo a lo Strauss no podr contar con esta perspectiva consoladora. Sin em-bargo, en la profesin de fe hay una pgina completamente paradisaca, y es la pgina 294. Desarrolla por ti mismo este pergamino, filisteo venturoso. El cielo entero descender sobre ti. "Queremos indicar solamente cul es nuestra actitudes-cribe Strauss, cul fu nuestra actitud durante largos aos. Al lado de nuestra profesinpues pertenecemos a las ms diferentes profesiones, y no podemos ser solamente sabios o solamente artistas, sino tambin funcionarios y soldados, arte-sanos y propietarios, y, como ya he dicho, no somos pequeo nmero, sino miles, y no los peores, en todas las comarcas al lado de nuestra profesin tratamos de conservar el esp-ritu todo lo abierto que es posible a los fines empricos de la humanidad. Durante los ltimos aos nos hemos interesado vivamente en la gran guerra nacional y en la creacin del im-perio alemn. Ante este magnfico acontecimiento, tan ines-perado como grandioso, nuestro corazn se ha elevado. Los estudios histricos nos han ayudado a comprender estas cosas. Los estudios histricos han llegado a ser accesibles aun al lego, a causa de una serie de obras tan atrayentes como populares. Con ellos tratamos de aumentar nuestros conocimientos sobre la naturaleza, por medio de manuales al alcance de todo el

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    mundo. Por ltimo, encontramos en los escritos de nues-tros grandes poetas, en la audicin de las obras de nuestros grandes msicos, pasto y estmulo para nuestro espritu y nuestros sentimientos, para nuestra imaginacin y para nues-tro humor. As es como vivimos y marchamos felices."

    He aqu nuestro hombre! , exclama el filisteo que esto lee. Pues, dir para su capote, as es, en efecto, como vivimos. As vivimos todos los das! Y qu bien sabe describir las cosas este hombre! Qu quiere decir cuando habla de los estudios histricos que ayudan a comprender la situacin po-ltica? No puede referirse a otra cosa que a la lectura de los peridicos. Y al hablar de nuestra participacin viva en la edificacin del Estado alemn puede querer decir otra cosa que nuestra asistencia diaria a la cervecera? Un paseo por el jardn zoolgico no es el mejor medio de aumentar nues-tros conocimientos sobre las ciencias naturales? Y, por l-timo, el teatro y el concierto, de donde sacamos "estmulos para nuestra imaginacin y para nuestro humor", que nos satisfacen "de una manera perfecta". Qu bien dicho est esto, con qu ingenio y con qu dignidad! Este es nuestro hombre, porque su cielo es nuestro cielo.

    As expresa el filisteo su alborozo. Y si nosotros no esta-mos tan satisfechos como l, ello proviene de que nosotros deseamos an saber ms. Escalgero sola decir: " N o es in-diferente para nosotros que Montaigne bebiera vino tinto o vino blanco." Pero cmo apreciaramos nosotros en este caso, ms importante todava, tan expresa declaracin! Cun-to nos interesara saber el nmero de pipas que fuma cada da el filisteo, segn el rito de la nueva fe, o cul es el peri-dico que lee con ms gusto, cuando lee, tomando su caf, la "Gaceta Nacional" o la "Gaceta de Spener"! Ah! Nuestra curiosidad no est satisfecha. No recibimos informaciones ms Que sobre un solo punto. Afortunadamente, aqu se trata del "lelo en el cielo, es decir, de los pequeos salones de esttica privada, dedicados a los grandes poetas y a los grandes m-sicos, esos sitios en que el filisteo "se edifica", en donde, se-gn confiesa, "todas sus tareas son elevadas y purificadas" '-P- 363), de suerte que no podemos hacer otra cosa que con-siderar estos pequeos salones privados como verdaderos es-

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    tablecimientos de baos. "Sin embargo, esto no es as ms que a ratos, y solamente en el reino de la imaginacin; en el momento en que despertamos a la dura realidad, confinndonos de nuevo en la estrechez de la vida, la antigua miseria nos invade de nuevo por todos lados." Estos son los lamentos de nuestro magster.

    Pero aprovechemos los momentos fugitivos en que pode-mos permanecer en este gabinete. Tenemos tiempo para exa-minar, por todas sus faces, la imagen ideal del filisteo, es de-cir, el "filisteo lavado de todas sus suciedades", que ahora es el tipo puro del filisteo. Hablando seriamente, lo que enton-ces contemplamos es instructivo. Que nadie de los que han sido vctimas de la profesin de fe deje caer el libro de sus manos sin haber ledo los dos captulos que llevan por ttulo "De nuestros grandes poetas" y "De nuestros grandes m-sicos". All es donde se eleva el arco iris de la nueva alianza, y el que no experimente un placer especial en contemplarle "est irremediablemente perdido", como dice Strauss en otra ocasin, y como podra decir tambin aqu, aadiendo: "Ese no est todava maduro para nuestro punto de vista." No olvi-demos que estamos en el quinto cielo. El entusiasmo periegeta se dispone a ser nuestro gua y se excusa cuando el hondo placer que le proporcionan todos los esplendores prolonga, sus discursos. "Si veis que soy ms locuaz de lo que exigen las circunstancias, el lector me lo perdonar, porque de la abundancia del corazn habla la boca. Desde luego, puede asegurarse una cosa: que todo lo que vais a leer no se com-pone de pginas escritas en otro tiempo y que yo intercalo aqu, sino de pasajes compuestos para las presentes circuns-tancias." (Pg. 296.) Esta confesin nos produce un poco de asombro. Qu importancia puede tener que todos estos pe-queos captulos hayan sido escritos expresamente para las circunstancias actuales? Si no se tratase ms que de escri-bir! Dicho ac, para "inter nos", yo deseara que se hubie-sen escrito medio siglo antes. Entonces me explicara por qu las ideas me parecen tan incoloras y por qu despiden un cierto olor a vetustez. Pero lo que me parece problemtico es que algo que ha sido escrito en 1872 huela ya a moho en ti mismo ao. Admitamos por un momento que alguien se

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    duerme leyendo estos captulos y respirando su olor... En qu soara? Un amigo me lo ha dicho, pues ello ha suce-dido: so con un gabinete de figuras de cera; los autores clsicos se encontraban all perfectamente imitados en cera y en aljofarado. Podan mover los brazos y volver los ojos, y un mecanismo interior produca un cierto rechinamiento. Pero vio una cosa que le inquiet. Una figura informe, cubierta de cintas y de papel amarillento, que sostena en su boca un letrero en que se lea la palabra "Lessing". Mi amigo se apro-xim algo ms. Y entonces advirti algo espantoso: la qui-mera homrica; por delante se pareca a Strauss, por detrs, a Gervinus, y en el conjunto era Lessing. Este descubrimiento ie hizo lanzar un grito de espanto. Despertse y continu la lectura. Por qu, pues, seor magster, habis escrito captu-Jos tan cenagosos?

    A decir verdad, esos captulos nos ensean alguna cosa; por ejemplo, esto: que por Gervinus sabemos cmo y por qu Goethe no era un talento dramtico, y asimismo que Goethe, en la segunda parte de su "Fausto", engendr un producto a la vez alegrico y esquemtico; y tambin que "Wallen-stein" es un "Macbeth" y a la vez un "Hamlet"; y luego, que en "Los Aos de Aprendizaje de Wilhelm Meister", el lector de Strauss, saca las novelas como los nios mal educados sacan las pasas de Corinto y las almendras de una tarta; y, adems, que sin lo pattico y lo conmovedor no se podra conseguir en la escena ningn efecto dramtico, y que, por ltimo, Schiller ha salido de Kant como de un establecimiento de hidroterapia. Y todo esto es evidentemente nuevo y notable, pero no nos place, aunque sorprenda. Y con la misma cer-tidumbre que afirmamos que es nuevo, podemos decir tam-bin que no envejecer jams, porque nunca fu joven, a cau-sa de su caducidad original. Qu maravillosos pensamientos son los de esos bienaventurados partidarios del nuevo estilo en su reino de los cielos estticos! Y por qu no han ol-vidado, al menos, algo, ya que se trata de algo tan inesttico, tan caduco, tan estpido como los preceptos de Gervinus? Pa-cer, sin embargo, que la humilde grandeza de un Strauss y la orgullosa pequenez de un Gervinus se comprenden harto bien. Gloria a todos los bienaventurados, gloria tambin a

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    nosotros los reprobos, si ese juez indiscutible del arte pro-sigue an la propaganda de su prestado entusiasmo y pasea por doquiera el "galope de su caballo de alabanza", como dice el honrado Grillparzer con la precisin conveniente, hasta el punto de que bien pronto resonar el cielo entero bajo la pesua de este entusiasmo galopante! Ciertamente habr en-tonces ms animacin y ms ruido que ahora, en que el en-tusiasmo de nuestro divino gua se desliza en sus calcetines de fieltro, en que la blanda elocuencia de su lenguaje fatiga a la larga y concluye por dar asco. No me disgustara saber qu acentos tiene un aleluya! en boca de Strauss. Creo que es preciso prestar a l toda la atencin; de otra suerte, corre-ramos el riesgo de engaarnos y or una disculpa corts o una galantera susurrada. A este propsito, puedo citar un ejemplo instructivo, que es preciso no seguir. Strauss se en-fad mucho con uno de sus adversarios, porque ste se haba atrevido a hablar de sus reverencias ante Lessing; el des-graciado se haba equivocado, simplemente. Es verdad que Strauss pretendi que era preciso ser obtuso para no com-prender que las sencillas palabras relativas a Lessing (en el prrafo 90) salan de su corazn. Lejos de m poner en duda todo este calor. Por el contrario, dirigidas a Lessing y par-tiendo de Strauss, siempre me han parecido sospechosas. Este mismo calor sospechoso refirindose a Lessing, le encuentro, elevado hasta la ebullicin, en Gervinus. En suma, que no hay escritor alemn ms popular, entre los pequeos escritores alemanes, que Lessing. Y, sin embargo, me guardara muy mucho de estarles reconocido, pues, qu es lo que aplauden, en ltimo trmino, en Lessing? De una parte, su universali-dad : es crtico y poeta, arquelogo y filsofo, dramaturgo y telogo; por otra parte, "esta unidad del escritor y del hom-bre, del cerebro y del corazn". Este ltimo rasgo de carcter distingue a todos los grandes escritores, y a veces tambin a los pequeos, y, en el fondo, el cerebro estrecho se empa-teja terriblemente bien con el corazn estrecho. Y el primer rasgo de carcter, esta universalidad, no es de ningn modo una distincin, sobre todo porque, en el caso de Lessing, fu producto de la necesidad. Es ms: lo que hay justamente de fingular en estos admiradores de Lessing es que no lanzan

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    una mirada sobre la miseria devoradora que persigui a Les-sing durante toda su vida y le lanz a esta "universalidad"; que no sienten que un hombre semejante se consumiese har-to de prisa, como una llama; que no se indignan de la estre-chez y de la pobreza de los que le rodeabanlos sabios en particular, estrechez que no pudo menos de oscurecer, ator-mentar y ahogar una organizacin tan tierna y ardiente como la suya, de suerte que esta universalidad tan decantada deba engendrar una profunda compasin. "Compadeced deca Goethe, compadeced a un hombre tan extraordinario que mvo que vivir en tan lamentable poca, que se vio obligado a actuar constantemente por medio de polmicas."

    Cmo, mis queridos filisteos, podis vosotros pensar sin lubor en Lessing, que sucumbi precisamente por vuestra estupidez, en la lucha contra vuestros prejuicios ridculos, con las taras de vuestros teatros, de vuestros sabios y de vues-tros telogos, anonadado y sin atreverse nunca a desplegar ese vuelo eterno para el cual haba venido al mundo? Y qu sents cuando evocis la memoria de Winckelmann, que, para librarse de la visin de vuestras grotescas pedanteras, mendi-g el socorro de los jesutas, y cuya ignominiosa conversin no le deshonra a l, sino a vosotros? Os atreveris siquiera a pronunciar el nombre de Schiller sin ruborizaros? Mirad su re t ra to: ved su mirada, que brilla con desprecio por encima de vuestras cabezas; ved esas mejillas, cuyas rojeces llevan ya los estigmas de la muerte. No os dicen nada? He ah uno de esos juguetes divinos que vuestras manos han quebrado. Y i, en esta vida amargada y acosada hasta la muerte, quitis la amistad de Goethe, por vuestra culpa se habra extinguido antes. Todos vuestros grandes genios han realizado la obra de su vida sin que los hayis ayudado, y ahora queris elevar a dogma la teora de que no se debe ayudar al genio! Pero, con respecto a todos ellos, vosotros habis sido esa "resis-tencia del mundo obtuso", que Goethe llama por su nombre en el eplogo de "La Campana"; para cada uno de ellos, vos-otros habis sido los desapacibles obtusos, los seres estrechos y envidiosos, o malos, o egostas. A pesar de vosotros, los ge-nios hicieron su obra ; contra vosotros han dirigido sus ata-ques, y por vuestra culpa se marchitaron antes de tiempo,

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    quebrantados o embotados por la lucha, dejando su trabajo sin acabar. Y a vosotros se os habr de permitir ahora "tam-quam re bene gesta", elogiar a tales hombres, y alabarlos con palabras que dejan adivinar a quin se dirigen, en el fondo, vuestro lenguaje y vuestras alabanzas, y que, por esta ra-zn, "penetra hasta el corazn con tanto fuego", que hace falta ser muy obtuso para no comprender delante de quin os inclinis? "Verdaderamente exclamaba Goethe, tenemos necesidad de un Lessing, y, pese a todos los magster vani-dosos, pese a ese cielo esttico, el joven tigre, cuya fuerza in-quieta se manifiesta doquiera en el brillo de los ojos y en la tensin de los msculos, saltar sobre su presa" ( i ) .

    5-

    Prudente se mostr mi amigo en no querer seguir la lec-tura cuando se sinti iluminado por aquella figura fantasma-grica, con motivo del Lessing de Strauss y con motivo del mismo Strauss. Sin embargo, nosotros continuamos la lec-tura y solicitamos del custodio de la nueva ley que nos introdujera tambin en el santuario de la msica. El magster abre, nos acompaa, nos da explicaciones, cita nombres... Por ltimo, nos detenemos con desconfianza y le miramos; no nos habr ocurrido a nosotros lo mismo que le ocurri a nuestro amigo en sueos? Los msicos de que habla Strauss, mientras de ellos nos habla, nos parecen inexactamente de-nominados, y creemos que se trata de otros, si no es de fan-tasmas. Cuando omos de su boca el nombre de Haydn, por ejemplo, con el mismo entusiasmo que nos pareca tan sos-pechoso al hacer el panegrico de Lessing; cuando trata de hacerse pasar por epopta y sacerdote de un culto de los mis-terios haydnianos; cuando le compara con un "honrado co-cido" y a Beethoven con los confitesal hablar de los cuar-tetos (pg. 632), para nosotros no hay duda de una cosa, y es que su Beethoven confitado no es nuestro Beethoven, y que

    (1) Este trozo aparece ya en "El porvenir de nuestros estable-cimientos de enseanza". Vase el primer tomo de esta edicin. (N. del T.)

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    tu Haydn "cocido" no es nuestro Haydn. Por lo dems, el magster cree que nuestra orquesta es harto excelente para a ejecucin de su Haydn y pretende que nicamente los ms humildes "dilettanti" pueden hacer justicia a este msico. Esta es una prueba ms de que de quien habla es de otro ar-tista y de otra obra. Quiz se trate de la msica domstica de Eiehl.

    Pero quin podr ser ese Beethoven confitado de que habla Strauss? Es un compositor que, segn l dice, ha compuesto nueve sinfonas, de las cuales la menos espiritual es la "Pas-toral". Sabemos, porque l nos lo dice, que cuando oye la tercera sinfona, le entran ganas de "tascar el freno y lan-zarse a buscar aventuras", de donde podemos casi inferir que se trata de un ser doble, mitad caballo, mitad caballero. Con motivo de una cierta "Heroica", dicho centauro parece que se da a partido, porque no ha conseguido explicarnos "si se trata de combates en pleno campo o en las profundidades del alma humana". En la "Pastoral" habra, segn parece, "una tempestad perfectamente desencadenada", para la cual sera cosa bastante insignificante "interrumpir una danza cam-pesina" ; por esto es por lo que, "en virtud de un lazo arbitra-do a una causa trivial sobreentendida"'sta es la elegante frase de que se vale Strauss, esta sinfona es la menos espi-ritual. Indudablemente el magster clsico ha tenido en la nente un trmino ms brutal, pero ha preferido expresarse

    son sus palabras"con la modestia conveniente". Pues cree-mos que se ha equivocado, que esta vez ha sido demasiado modesto. Y quin nos habr de instruir sobre el Beethoven confitado, sino el mismo Strauss, el nico hombre que parece realmente conocerle? Por lo dems, inmediatamente despus, encontramos un juicio vigoroso, dictado con la "inmodestia" que conviene, y se trata precisamente de la novena sinfona. Esta no les gustar ms que a los que "toman lo barroco por lo genial, lo informe por lo sublime" (p. 359). Es verdad que un crtico tan severo como Gervinus la salud conside-rndola una confirmacin de la doctrina del mismo Gervinus; pero l, Strauss, confiesa que est muy lejos de encontrar mrito a "una produccin tan problemtica" de "su" Bee-thoven. "Es una lstimaexclama nuestro magster con un

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    erno suspiro, es una lstima que, tratndose de Beethoven, el goce y la admiracin voluntariamente prodigados deban aminorarse por semejantes restricciones." No hay que olvi-dar que nuestro magster es un favorito de las Gracias, y s-tas le han relatado que acompaaron a Beethoven solamente durante una parte del camino y que luego se perdieron de vista. "Es to es una faltadice; pero se creer que pueda aparecer tambin como una cualidad?" "Aquel que desarro-lla la frase musical penosamente y hasta perder el aliento parecer que maneja lo ms difcil y que es el ms fuerte." (Pgs. 355 y 326.) Ved aqu una confesin, y no de Beethoven, sino del "prosador" clsico, sobre s mismo. El, el clebre autor, no ha sido abandonado de las Gracias. Tanto en el ms ligero humorismo el humorismo de Strauss como en los ms graves pensamientoslos pensamientos de Strauss, las Gracias no le dejan de la mano. El, el artista clsico de la prosa, soporta fcilmente su carga, casi la toma a juego, mien-tras que Beethoven, sin aliento, apenas puede con ella. El pa-cer jugar con ella. Esto es una ventaja. Pero quin creera que esto pudiera parecer un defecto? Quiz, a lo sumo, los que quieren hacer pasar lo barroco por genial, lo informe por sublime. No es esto, seor mo, vos el favorito de las Gra-cias?

    . A nadie envidiamos las satisfacciones que se proporciona en el silencio de su gabinetito o en un nuevo cielo espe-cialmente dispuesto por l. Pero de todas las satisfacciones posibles, la de Strauss es una de las ms singulares. Pues para edificarse le basta con un pequeo holocausto. Arroja bonitamente al fuego las obras ms sublimes de la nacin ale-mana, para incensar a sus dolos con ellas. Imaginemos un momento que, por cualquier azar, la "Heroica", la "Pas tora l" y la "Novena" hubiesen cado en las manos de nuestro sacerdote d las Gracias y que de nadie ms que de l hu-biera dependido el purificar la imagen del maestro suprimien-do los productos dudosos. Quin se hubiera atrevido a ne-gar que los hubiera quemado? As es, en efecto, como pro-ceden los Strauss de nuestros das. No quieren or hablar de un artista sino en cuanto ste se presta a sus servicios de cmara, y no conocen ms que los extremos: o incensar o

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    quemar. Estn en su derecho. Lo raro es que la opinin p-blica en materia de arte es dbil, incierta y verstil, hasta el punto de que permite, sin hacer objeciones, esta ostentacin del espritu filisteo; y es que no siente lo que esta escena tie-ne de cmico cuando un pequeo magster antiesttico se erige en juez de un Beethoven. Y respecto de Mozart, se le deba aplicar lo que Aristteles deca de P la tn: " A los mediocres ni siquiera les est permitido alabarle." Pero aqu todo pudor ha desaparecido, tanto en el pblico como en el magster. Al magster se le permite, no slo hacer pblicamente el signo de a cruz ante las obras ms altas y ms puras del genio ger-mnico, como si se encontrase delante de algo inmoral e impo, sino que celebramos tambin sus sinceras conversio-nes y el reconocimiento de sus faltas, tanto ms cuanto que, hablando propiamente, no son sus faltas las que confiesa, sino !as que pretende reprochar a los grandes espritus. Quiz nues-tro magster est siempre en lo cierto, se dicen algunas veces los lectores admirativos, coqueteando con la duda. Pero l mismo est ah, sonriente y convencido; l perora, condena y bendice, se descubre ante s mismo, y a cada momento sera capaz de decir lo que la duquesa Delaforte deca a Madame Stael: "Tengo que confesarlo, querida amiga: yo creo que nadie tiene nunca razn ms que yo."

    6.

    El cadver es, para el gusano, un bello pensamiento, y el gusano es un mal pensamiento para todo viviente. Los gu-ranos suean con un cielo de cuerpos grasosos; los profeso-res de filosofa encuentran su paraso en horadarle las entra-as a Schopenhauer, y mientras haya roedores, habr un cielo para los roedores. De este modo, queda contestada nuestra pri-mera pregunta: cmo se imagina su cielo la nueva fe? El filisteo a la manera de Strauss anida en las obras de nues-tros grandes poetas y de nuestros grandes msicos, como un gusano que vive destruyendo, admira devorando y adora di-geriendo.

    Pt-ro nos hemos hecho una segunda pregunta: hasta don-

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    de llega el valor que la nueva religin infunde a sus cre-yentes? Ya hubiera esta pregunta recibido una respuesta, si el valor y la impertinencia fueran una misma cosa. Enton-ces no le faltara a Strauss un verdadero y justo valor de ma-meluco, pues la modestia que convendra, esa modestia de que habla Strauss a propsito de Beethoven en un pasaje preci-tado, no es ms que una modalidad de estilo, y de ningn modo una forma moral. Strauss participa abundantemente de la audacia a que se cree con derecho todo hroe victorioso. Todas las flores han crecido solamente para l, el vencedor, y canta un himno al sol por haber venido a tiempo para ilu-minar su ventana. Ni siquiera excepta al viejo y venerable universo de sus alabanzas, como si hubiera sido preciso su elogio para santificar el universo, que, desde entonces, tendra el derecho a girar alrededor de la mnada central David Strauss. Se complace en ensearnos que el universo, aunque sea una mquina con ruedas dentadas de acero, con pesados martillos y mazos, "posee, no slo rodajes despiadados, sino tambin blsamo de un aceite lenitivo" (p. 365). El universo no ha de sentirse, ciertamente, agradecido con este mags-ter de locas metforas, que, cuando quiere descender a hacer un elogio, no sabe encontrar mejores smbolos. Cmo, si no, llamaramos al aceite que gotea sobre los martillos y los ma-zos de una mquina? Y cunto consuelo no hallara un obrero al saber que dicho aceite cae sobre l mientras la m-quina le arranca los miembros? Admitamos simplemente que la metfora no es muy feliz, y fijemos nuestra atencin en otro procedimiento por el cual Strauss trata de fijar cul es en ltimo trmino su estado de espritu frente al universo. La pregunta de Margarita se mueve errante entre sus labios: "Me quiere? No me quiere? Me quiere?" Y si Strauss no arranca los ptalos de una flor ni se entretiene en contar los botones de su chaqueta, lo que hace, aun cuando requiera, ciertamente, un poco ms de valor, no es menos inocente. Strauss quiere saber exactamente si su sentimiento hacia el "todo" est o no paralizado o atrofiado, y con este objeto se da un pinchazo. Pues sabe que cuando un miembro est para-lizado se le puede pinchar impunemente con una aguja. En veaUdad, no se pincha, pero se sirve de otro medio ms vio-

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    lento, que describe as: "Abrimos a Schopenhauer, que da en el rostro a esta idea siempre que tiene ocasin" (pg. 143). Pero como una idea, aunque sea la bellsima idea del universo de Strauss, no tiene rostro, porque el rostro pertenece, todo lo ms, a la persona a quien pertenece la idea, el procedimiento ,e descompone en varias acciones. Strauss abre a Schopen-hauer, el cual le golpea... en el rostro. Entonces Strauss "re-acciona" en un sentido "religioso", es decir, empieza a gol-pear a su vez a Schopenhauer, se desata en injurias, habla de absurdos, de blasfemias, de infamias, llega a afirmar que Scho-penhauer no estaba en su sano juicio. Resultado de la ba-talla: "Nosotros exigimos para nuestro universo la misma piedad que la que el hombre piadoso exiga en otro tiempo para su Dios." Digmoslo ms brevemente: "Me ama!" Est visto que nuestro favorito de las Gracias se complica la vida, pero es valiente como un mameluco, y no teme ni al diablo ni a Schopenhauer. Cunto "aceite lenitivo" usa-la si semejante manera de proceder fuera frecuente!

    Por otra parte, comprendemos perfectamente cunto reco-nocimiento debe experimentar Strauss hacia Schopenhauer, ijue hace cosquillas, que pincha y que zurra. Por eso, las muestras de favor que luego da hacia l no nos causan una excesiva sorpresa. "Basta hojear los escritos de Schopen-hauer, aunque bueno ser que no nos contentemos con ho-jearlos, y nos detengamos a estudiarlos" (pg. 141). A quin se dirige el jefe de los filisteos con estas palabras? El, de quien se puede demostrar que jams estudi a Schopenhauer; l, de quien Schopenhauer dira, por el contrario: "Ved un autor que no merece ser hojeado, y aun menos ser ledo." Visiblemente, al abrir a Schopenhauer se le ha atragantado, y tosiendo ligeramente, trata de expulsarlo. Mas para hinchar-nos las medidas de los elogios inocentes, Strauss se permite an recomendar al viejo Kant. Habla de su "Historia y teora general del cielo", del ao 1755, y dice: "Es sta una obra que siempre me pareci que tena una importancia igual a la de la "Crtica de la Razn", publicada ms tarde. Si aqu hay que admirar la profundidad de la idea, all deberemos admi-rar la amplitud del golpe de vista; all vemos al anciano que posee, ante todo, un conocimiento cierto, aunque limitado;

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    all vemos al hombre con todo el valor de su descubrimiento y di su conquista intelectual." Este juicio de Strauss sobre Kant no me ha parecido ms modesto que el que se emite so-bre Schopenhauer. Si aqu tenemos al jefe, a quien le intere-sa, ante todo, expresar con seguridad un juicio, por me-diocre que sea, all el clebre prosista se presenta ante nos-otros y vierte, con el valor de la ignorancia, sobre Kant mis-mo, el extracto de sus alabanzas. El hecho verdaderamente incomprensible de que Strauss no encuentre en Kant nada que pueda servir a su testamento sobre las ideas modernas y que no sepa hablar ms que en el estilo del ms grosero realismo, deber ser enumerado precisamente entre los ras-gos ms caractersticos y ms notables de este nuevo evan-gelio, que se designa a s mismo simplemente como el resul-tado, penosamente adquirido, de largos estudios en el domi-nio de la historia y de la ciencia y que, por consiguiente, llega hasta renegar del elemento filosfico. Para el jefe de los filis-teos y para aquellos que l llama "nosotros" no hay filoso-fa kantiana. No sospecha nada de la antinomia fundamen-tal del idealismo y del sentido, harto relativo, de toda cien-cia y de toda razn. O mejor dicho, precisamente la razn es la que le debera mostrar cuan poco se puede deducir de la razn y del "en s" de las cosas. Sin embargo, es lo cierto que para las personas de alguna edad es imposible compren-der a Kant, sobre todo cuando, como Strauss, en su juven-tud, se ha comprendido o pretendido comprender a Hegel, "el espritu gigantesco", y cuando, al mismo tiempo, se han cre-do en el deber de ocuparse de Schleiermacher, "que posea casi demasiada sagacidad", como dice Strauss. Este creer singular que yo le diga que se encuentra an, con respecto a Hegel y a Schleiermacher, en una "dependencia absoluta" y que se puede explicar su doctrina del universo, su manera de comprender las cosas "sub specie bienii", su servilismo ante las condiciones de Alemania, y ante todo su optimismo desvergonzado de filisteo, por ciertas impresiones de juven-tud, por hbitos precoces y fenmenos patolgicos. Cuando alguno enferma del mal hegeliano o schleiermachiano, nunca podr sanar completamente.

    Hay un pasaje en el libro de las confesiones en que este

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    optimismo incurable se despliega con una beatitud que tiene verdaderamente aire de fiesta (pgs. 142, 143). "Si el mundo es algo, dice Strauss, que pudiera desearse que no exis-tiese, y an entonces, el intelecto del filsofo, que forma un fragmento de este mundo, es un intelecto que hara mejor en no pensar. El filsofo pesimista no advierte que declara, ante todo, malo su propio intelecto, que demuestra que el mundo no es bueno; si, por consiguiente, un intelecto que declara que el mundo es malo es un mal intelecto, es preciso, por el contrario, concluir que el mundo es bueno. Puede su-ceder que generalmente el optimismo considere su tarea de-masiado fcilmente; por el contrario, las demostraciones de Schopenhauer sobre el papel formidable que desempean el dolor y el mal en el mundo estn completamente justifica-das. Pero todo filsofo verdadero es necesariamente optimis-ta) porque, en el caso contrario, tendr que negar su derecho a la existencia." Si esta refutacin de Schopenhauer no es lo que Strauss ha llamado en otra parte una "refutacin acom-paada de brillantes jubileos de las esferas superiores", no comprendo estas frases teatrales de que se sirve alguna vez para confundir a sus adversarios. El optimismo ha hecho all, con intencin, su tarea fcil. Mas el alarde consiste precisa-mente en hacer creer que no era cosa difcil refutar a Scho-penhauer y agitar juguetonamente la carga, para que las tres Gracias se regocijen constantemente ante el espectculo de este optimismo locuelo. Se trata precisamente de demostrar, por la accin, que es intil pretender tomar el pesimismo en serio. Los sofismas ms inconsistentes bastan para demostrar que, frente a una filosofa tan "malsana y poco provechosa" como la de Schopenhauer, no es lcito acumular pruebas, sino, todo lo ms, hacer frases y donaires. Al leer semejantes pasa-jes, se comprender la solemne declaracin de Schopenhauer que afirmaba que el optimismo, cuando no era el charlatanis-mo irreflexivo de los que no tienen en su cerebro ms que palabras en lugar de ideas, le pareca no solamente una opi-nin absurda, sino tambin una opinin verdareramente per-versa, como una amarga irona, ante los sufrimientos indeci-bles de la Humanidad. Cuando el filisteo hace del optimismo un sistema como le hizo Strauss, termina por pensar de una

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    manera verdaderamente perversa, es decir, termina en una estpida teora del bienestar para el " y o " o el "nosotros", y provoca la indignacin.

    Quin no se exasperara, por ejemplo, al leer la explica-cin siguiente, que resulta visiblemente de esta infame teora del bienestar?: "Nuncaafirmahubiera sido capaz Beetho-ven de componer una msica como la de "F ga ro" o "Don Juan" . La vida no le hubiera sonredo lo bastante para mi-rarla con tal serenidad y tomar tan a la ligera las debilidades de los hombres" (pg. 360). Sin embargo, para citar el ejem-plo ms violento de esta infame vulgaridad de sentimientos, basta indicar aqu que Strauss no consigue explicar el ins-tinto de negacin profundamente serio y la corriente de san-tificacin asctica de los primeros siglos de la Iglesia cristia-na, de otro modo que pretextando una sobresaturacin de goces sexuales de toda clase, as como un hasto y un males-tar que sera el resultado de stos.

    "Los persas le llamaban "bidamag buden". Los alemanes dicen: empacho."

    Esta cita es propia de Strauss, y no se avergenza. En cuan-to a nosotros, nos detendremos un instante para dominar nuestro asco.

    De hecho, nuestro jefe de los filisteos es bravo y hasta te-merario en sus palabras, siempre que con su valenta cree po-der divertir a sus nobles compaeros, que designa bajo el pronombre "nosotros". Por consiguiente, el ascetismo y la abnegacin de los viejos anacoretas y de los santos de otro tiempo no sera ms que una especie de "empacho"; Jess debera ser presentado como un exaltado que, en nuestros das, escapara difcilmente al manicomio, y la ancdota de la resurreccin de Cristo merecera ser calificada de "charlata-nismo histrico". Dejemos pasar, por una vez, todo esto, para estudiar aqu la forma especial del valor de que es capaz Strauss, nuestro "filisteo clsico".

    Oigamos, ante todo, su profesin de fe: "Tarea ingrata y

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    desagradable es, en verdad, empearse en decir al mundo lo que ste no quiere or. E l mundo se complace en gastarse sus dineros como hacen los grandes seores, recibe y gasta en tal medida, que siempre le queda algo para gastrselo. Pero cuando se presenta alguien a ordenar los sumandos y a hacer el balance, le considera como un aguafiestas. Y a esto es a lo que me han lanzado en todo tiempo mi carcter y mi manera de ser." Semejante carcter y semejante manera de ser pue-den parecer valerosos, pero hara falta saber si este valor es natural y espontneo o prestado y artificial. Quiz sea que Strauss se haya acostumbrado a ser, en el momento preciso, el aguafiestas de profesin, y que, poco a poco, haya adqui-rido el valor de esta profesin. La cobarda natural, propia del filisteo, se armoniza muy bien con todo esto. Pronto se advierte la falta de lgica de estas frases, para pronunciar las cuales hace falta valor. Parece un ruido de trueno, y la atms-fera no queda purificada; Strauss no termina por una accin agresiva, sino solamente por palabras agresivas. Escoge sus palabras todo lo ms ofuscativas que puede, y acumula en expresiones rudas y estrepitosas todo lo que en l hay acu-mulado de fuerza y energa. Despus de haber pronunciado la palabra, es ms cobarde de lo que lo sera el que no hubiese hablado jams. Su moral, que refleja la accin, demuestra que no es ms que un hroe del verbo y que evita todas las oca-siones en que sera necesario pasar de la palabra a cosas pro-fundamente serias. Con una franqueza digna de admiracin, proclama que no es cristiano, pero no quiere turbar ninguna satisfaccin, sea la que fuere; encuentra contradictorio fun-dar una sociedad para destruir otra sociedad: lo que es dis-cutible. Con un sentimiento de bienestar un poco rudo, se en-vuelve en el indumento aterciopelado de nuestros genealo-gistas del mono y elogia a Darwin como uno de los grandes bienhechores de la Humanidad. Pero grande es nuestra con-fusin al ver que su tica se edifica independientemente de la cuestin: "Cmo comprendemos el mundo?" Esta era la oca-sin de demostrar un valor natural, pues Strauss hubiera de-bido volver la espalda a los que l llama "nosotros" y con-cluir del "bellum omnium contra omnes" y del privilegio de los ms fuertes a los privilegios morales de la vida, que no

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    podran nacer ms que en un espritu intrpido, como fu el de Hobbes, y llegar a un amor de la verdad de otra gran-diosidad que la que no se manifiesta nunca sino por vigoro-sas invectivas contra los curas, contra el milagro y el "char-latanismo histrico" de la resurreccin. Pues con una tica darwiniana verdadera, y seriamente sostenida hasta el final, tendra contra s el filisteo que siempre tiene a su favor, cuan-do se recurre a tales invectivas.

    "Toda accin moraldice Strausses una determinacin del individuo conforme a las ideas de la especie" (pg. 236). Tra-ducido de una manera ms concreta, esto quiere decir sim-plemente: vive como un hombre y no como un mono o co-mo una foca. Este imperativo es, por desgracia, completamen-te impracticable y carece de fuerza, porque, bajo el concepto "hombre", atamos al mismo yugo a las criaturas ms diferen-tes, por ejemplo, a un patagn y al magster Strauss, y por-que nadie tendr el valor de deciry con derecho: vive como un patagn! o vive como el magster Strauss! Si al-guno llegara, sin embargo, hasta exigir de s mismo: vive como un genio!, es decir, en expresin ideal de la especie "hombre", siendo as que, en realidad, el azar le ha hecho na-cer patagn o magster Strauss, cunto no sufriramos por la insensatez de esos manacos, ebrios de genio y de origina-lidad, con que Lichtenberg estigmatizaba ya la poblacin champignonesca en Alemania, de esos manacos que con gri-tos salvajes tienen la pretensin de habernos hecho or la pro-fesin de fe de su creencia ms reciente! Strauss no sabe an que jams una "idea" podr hacer a los hombres ms morales y mejores, y que tan fcil es predicar la moral como difcil fundamentarla. Su tarea debiera haber sido, por el contrario, explicar y analizar seriamente, partiendo de principios dar-winianos, los fenmenos de la bondad humana, de la com-pasin, del amor y de la abnegacin. Pero ha preferido rehuir la tarea de la "explicacin", dando un salto hacia el impera-tivo. Al hacer esto, se encuentra Strauss que ha sobrepasado, con el corazn ligero, las mismas teoras fundamentales de Darwin. "No olvides en ningn momentodiceque eres un ser humano y no solamente un organismo de la naturaleza; que todos los dems son tambin hombres, es decir, a pesar de

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    todas las diferencias intelectuales, seres semejantes a ti, con las mismas necesidades y las mismas exigencias que t, y sta es, en suma, toda la moral" (pg. 238). Pero de dnde sa-camos este imperativo? Cmo el hombre le ha de encontrar en el fondo de s mismo, cuando, segn Darwin, el hombre es simplemente un ser de la naturaleza elevado hasta hom-bre por leyes completamente distintas de este imperativo? Olvidando en todo momento que todos los dems seres de la misma especie poseen los mismos derechos, considerndose como ms fuerte y logrando poco a poco la desaparicin de los dems ejemplares de un natural ms d