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La flor del Inca Gracilaso de la Vega Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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La flor del Inca

Gracilaso de la Vega

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LA FLORIDA DEL INCA

HISTORIA DEL ADELANTADO HERNANDO DESOTO,GOBERNADOR Y CAPITÁN GENERAL DEL REINODE LA FLORIDA,Y DE OTROS HEROICOS CABALLEROS ESPAÑOLESE INDIOS,ESCRITA POR EL INCA GARCILASO DE LA VEGA,CAPITÁN DE SU MAJESTAD, NATURAL DE LAGRAN CIUDAD DEL COZCO,CABEZA DE LOS REINOS Y PROVINCIAS DEL PERÚ

[DEDICATORIA]

AL EXCELENTÍSIMOSEÑOR DON TEODOSIO

DE PORTUGAL,DUQUE DE BRAGANZA Y

DE BARCELÓS, ETC.

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Por haber en mis niñeces, SerenísimoPríncipe, oído a mi padre y a sus deudos lasheroicas virtudes y las grandes hazañas de losreyes y príncipes de gloriosa memoria,progenitores de Vuestra Excelencia, y lasproezas en armas de la nobleza de ese famosoreino de Portugal, y por haberlas yo leídodespués acá en el discurso de mi vida, nosolamente las que han hecbo en España, mastambién las de África, y las de la gran Indiaoriental y su larga y admirable navegación, ylos trabajos y afanes en la conquista de ella y enla predicación del Santo Evangelio los ilustreslusitanos han pasado, y las grandezas que losreyes y príncipes para lo uno y para lo otro hanordenado y mandado, he sido siempre muyaficionado al servicio de Sus Majestades y atodos los de su reino. Esta afición se convirtió eltiempo adelante en obligación, porque laprimera tierra que vi cuando vine de la mía,que es el Perú, fue la de Portugal, la isla delFayal y la Tercera, y la real ciudad de Lisbona,

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en las cuales, como gente tan religiosa ycaritativa, me hicieron los ministros reales y losciudadanos y los de las islas toda buenaacogida, como si yo fuera hijo natural dealguna de ellas, que, por no cansar a VuestraExcelencia, no doy cuenta en particular de losregalos y favores que me hicieron, que uno deellos fue librarme de la muerte. Viéndome,pues, por una parte tan obligado y por otra tanaficionado, no supe con qué corresponder a laobligación ni cómo poder mostrar la aficiónsino con hacer este atrevimiento (para un indiodemasiado) de ofrecer y dedicar a VuestraExcelencia esta historia. A lo cual no me diopoco ánimo las hazañas que en ella se cuentande los caballeros hijosdalgo naturales de esereino que fueron a la conquista de la granFlorida, que es razón que se empleen ydediquen digna y apropiadamente para que,debajo de la sombra de Vuestra Excelencia,vivan y sean estimadas y favorecidas comoellas lo merecen.

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Suplico a Vuestra Excelencia que con laafabilidad y aplauso que vuestra real sangre osobliga se digne de admitir y recibir estepequeño servicio y el ánimo que siempre hetenido y tengo de verme puesto en el númerode los súbditos y criados de la real casa deVuestra Excelencia. Que haciéndose estamerced como la espero, quedaré con mucbasventajas gratificado de mi afición, y, con lamisma merced, podré pagar y satisfacer laobligación que a los naturales de estecristianísimo reino tengo, porque mediante eldon y favor de Vuestra Excelencia seré uno deellos. Nuestro Señor guarde a VuestraExcelencia mucbos y felices años para refugio yamparo de pobres necesitados. Amén.

EL INCA GARCILASO DE LA VEGA

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PROEMIO AL LECTOR

Conversando mucho tiempo y en diversoslugares con un caballero, grande amigo mío,que se halló en esta jornada, y oyéndolemuchas y muy grandes hazañas que en ellahicieron así españoles como indios, me pareciócosa indigna y de mucha lástima que obras tanheroicas que en el mundo han pasadoquedasen en perpetuo olvido. Por lo cual,viéndome obligado de ambas naciones, porquesoy hijo de un español y de una india,importuné muchas veces a aquel caballeroescribiésemos esta historia, sirviéndole yo deescribiente. Y, aunque de ambas partes sedeseaba el efecto, lo estorbaban los tiempos ylas ocasiones que se ofrecieron, ya de guerra,por acudir yo a ella, ya de largas ausencias queentre nosotros hubo, en que se gastaron más deveinte años. Empero, creciéndome con eltiempo el deseo, y por otra parte el temor, que

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si alguno de los dos faltaba perecía nuestrointento, porque, muerto yo, no había él de tenerquién le incitase y sirviese de escribiente, y,faltándome él, no sabía yo de quién podríahaber la relación que él podía darme, determinéatajar los estorbos y dilaciones que había condejar el asiento y comodidad que tenía en unpueblo donde yo vivía y pasarme al suyo,donde atendimos con cuidado y diligencia aescribir todo lo que en esta jornada sucedió,desde el principio de ella hasta su fin, parahonra y fama de la nación española, que tangrandes cosas ha hecho en el nuevo mundo, yno menos de los indios que en la historia semostraren y parecieren dignos del mismohonor.

En la cual historia --sin hazañas y trabajosque, en particular y en común, los cristianospasaron e hicieron, y sin las cosas notables queentre los indios se hallaron-- se hace relación delas muchas y muy grandes provincias que elgobernador y adelantado Hernando de Soto y

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otros muchos caballeros extremeños,portugueses, andaluces, castellanos, y de todaslas demás provincias de España, descubrieronen el gran reino de la Florida. Para que de hoymás (borrado el mal nombre que aquella tierratiene de estéril y cenagosa, lo cual es a la costade la mar) se esfuerce España a la ganar ypoblar, aunque sin lo principal, que es elaumento de nuestra Santa Fe Católica, no seamás de para hacer colonias donde envíe ahabitar a sus hijos, como hacían los antiguosromanos cuando no cabían en su patria, porquees tierra fértil y abundante de todo lo necesariopara la vida humana, y se puede fertilizarmucho más de lo que al presente lo es de suyocon las semillas y ganados que de España yotras partes se le pueden llevar, a que está muydispuesta, como en el discurso de la historia severá.

El mayor cuidado que se tuvo fue escribirlas cosas que en ella se cuentan como son ypasaron, porque, siendo mi principal intención

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que aquella tierra se gane para lo que se hadicho, procuré desentrañar al que me daba larelación de todo lo que vio, el cual era hombrenoble hijodalgo y, como tal, se preciaba tratarverdad en toda cosa. Y el Consejo Real de lasIndias, por hombre fidedigno, le llamabamuchas veces (como yo lo vi), para certificarsede él así de las cosas que en esta jornadapasaron como de otras en que él se habíahallado.

Fue muy buen soldado y muchas veces fuecaudillo, y se halló en todos los sucesos de estedescubrimiento, y así pudo dar la relación deesta historia tan cumplida como va. Y si algunodijere lo que se suele decir, queriendo motejarde cobardes o mentirosos a los que dan buenacuenta de los particulares hechos que pasaronen las batallas en que se hallaron, porque dicenque, si pelearon, cómo vieron todo lo que en labatalla pasó, y, si lo vieron, cómo pelearon,porque dos oficios juntos, como mirar y pelear,no se pueden hacer bien, a esto se responde que

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era común costumbre, entre estos soldados,como lo es en todas las guerras del mundo,volver a referir delante del general y de losdemás capitanes los trances más notables queen las batallas habían pasado. Y muchas veces,cuando lo que contaba algún capitán o soldadoera muy hazañoso y difícil de creer, lo iban aver los que lo habían oído, por certificarse delhecho por vista de ojos. Y de esta manera pudohaber noticia de todo lo que me relató, para queyo lo escribiese. Y no le ayudaban poco, paravolver a la memoria los sucesos pasados, lasmuchas preguntas y repreguntas que yo sobreellos y sobre las particularidades y calidades deaquella tierra le hacía.

Sin la autoridad de mi autor, tengo lacontestación de otros dos soldados, testigos devista, que se hallaron en la misma jornada. Eluno se dice Alonso de Carmona, natural de laVilla de Priego. El cual, habiendo peregrinadopor la Florida los seis años de estedescubrimiento, y después otros muchos en el

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Perú, y habiéndose vuelto a su patria, por elgusto que recibía con la recordación de lostrabajos pasados escribió estas dosperegrinaciones suyas, y así las llamó. Y sinsaber que yo escribía esta historia, me las envióambas para que las viese. Con las cuales holguémucho, porque la relación de la Florida,aunque muy breve y sin orden de tiempo ni delos hechos, y sin nombrar provincias, sino muypocas, cuenta, saltando de unas partes a otras,los hechos más notables de nuestra historia.

El otro soldado se dice Juan Coles, naturalde la Villa de Zafra, el cual escribió otradesordenada y breve relación de este mismodescubrimiento, y cuenta las cosas máshazañosas que en él pasaron. Escribiolas apedimiento de un provincial de la provincia deSanta Fe en las Indias, llamado fray PedroAguado, de la religión del seráfico padre SanFrancisco. El cual, con deseo de servir al reycatólico don Felipe Segundo, había juntadomuchas y diversas relaciones de personas

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fidedignas de los descubrimientos que en elnuevo mundo hubiesen visto hacer,particularmente de esto primero de las Indias,como son todas las islas que llaman deBarlovento, Veracruz, Tierra Firme, el Darién, yotras provincias de aquellas regiones. Lascuales relaciones dejó en Córdoba, en poder yguarda de un impresor, y acudió a otras cosasde la obediencia de su religión y desamparó susrelaciones, que aún no estaban en forma depoderse imprimir. Yo las vi, y estaban muymaltratadas, comidas las medias de polilla yratones. Tenían más de una resma de papel encuadernos divididos, como los había escritocada relator, y entre ellas hallé la que digo deJuan Coles; y esto fue poco después que Alonsode Carmona me había enviado la suya. Y,aunque es verdad que yo había acabado deescribir esta historia, viendo estos dos testigosde vista tan conformes con ella, me pareció,volviéndola a escribir de nuevo, nombrarlos ensus lugares y referir en muchos pasos las

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mismas palabras que ellos dicen sacadas a laletra, por presentar dos testigos contestes conmi autor, para que se vea cómo todas tresrelaciones son una misma.

Verdad es que en su proceder no llevansucesión de tiempo, si no es al principio, niorden en los hechos que cuentan, porque vananteponiendo unos y posponiendo otros, ninombran provincias, sino muy pocas ysalteadas. Solamente van diciendo las cosasmayores que vieron, como se iban acordandode ellas; empero, cotejados los hechos quecuentan con los de nuestra historia, son losmismos; y algunos casos dicen con adición demayor encarecimiento y admiración, como losverán notados con sus mismas palabras.

Estas inadvertencias que tuvieron, debieronde nacer de que no escribieron con intención deimprimir, a lo menos el Carmona, porque noquiso más de que sus parientes y vecinosleyesen las cosas que había visto por el nuevomundo, y así me envió las relaciones como a

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uno de sus conocidos nacidos en las Indias,para que yo también las viese. Y Juan Colestampoco puso su relación en modo historial, yla causa debió de ser que, como la obra nohabía de salir en su nombre, no se le debió dedar nada por ponerla en orden y dijo lo que sele acordó, más como testigo de vista que nocomo autor de la obra, entendiendo que elpadre provincial que pidió la relación lapondría en forma para poderse imprimir. Y asíva la relación escrita en modo procesal, queparece que escribía otro lo que él decía, porqueunas veces dice: "Este testigo dice esto y esto"; yotras veces dice: "Este testigo dice que vio tal ytal cosa"; y en otras partes habla como que élmismo la hubiese escrito, diciendo vimos esto ehicimos esto, etc. Y son tan cortas ambasrelaciones que la de Juan Coles no tiene más dediez pliegos de papel, de letra procesada muytendida; y la de Alonso de Carmona tiene ochopliegos y medio, aunque, por el contrario, deletra muy recogida.

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Algunas cosas dignas de memoria que elloscuentan, como decir Juan Coles que yendo élcon otros infantes --debió de ser sin orden delgeneral-- halló un templo con un ídologuarnecido con muchas perlas y aljófar, y queen la boca tenía un jacinto colorado de un jemeen largo y como el dedo pulgar en grueso, yque lo tomó sin que nadie lo viese, etc., esto, yotras cosas semejantes, no las puse en nuestrahistoria, por no saber en cuáles provinciaspasaron, porque en esto de nombrar las tierrasque anduvieron, como ya lo he dicho, sonambos muy escasos, y mucho más el JuanColes. Y, en suma, digo que no escribieron mássucesos de aquellos en que hago mención deellos, que son los mayores, y huelgo dereferirlos en sus lugares por poder decir queescribo de relación de tres autores contestes. Sinlos cuales tengo en mi favor una gran mercedque un cronista de la Majestad Católica me hizopor escrito, diciendo, entre otras cosas, lo quesigue: "Yo he conferido esta historia con una

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relación que tengo, que es la que las reliquiasde este excelente castellano que entró en laFlorida, hicieron en México a don Antonio deMendoza, y hallo que es verdadera, y seconforma con la dicha relación, etcétera".

Y esto baste para que se crea que noescribimos ficciones, que no me fuera lícitohacerlo habiéndose de presentar esta relación atoda la república de España, la cual tendríarazón de indignarse contra mí, si se la hubiesehecho siniestra y falsa.

Ni la Majestad Eterna, que es lo que másdebemos temer, dejará de ofendersegravemente, si, pretendiendo yo incitar ypersuadir con la relación de esta historia a quelos españoles ganen aquella tierra paraaumento de nuestra Santa Fe Cató1ica,engañase con fábulas y ficciones a los que en talempresa quisieron emplear sus haciendas yvidas. Que cierto, confesando toda verdad, digoque, para trabajar y haberla escrito, no memovió otro fin sino el deseo de que por aquella

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tierra tan larga y ancha se extienda la religióncristiana; que ni pretendo ni espero por estelargo afán mercedes temporales; que muchosdías ha desconfié de las pretensiones y despedílas esperanzas por la contradicción de mifortuna. Aunque, mirándolodesapasionadamente, debo agradecerle muymucho el haberme tratado mal, porque, si desus bienes y favores hubiera partidolargamente conmigo, quizá yo hubiera echadopor otros caminos y senderos que me hubieranllevado a peores despeñaderos o me hubierananegado en ese gran mar de sus olas ytempestades, como casi siempre suele anegar alos que más ha favorecido y levantado engrandezas de este mundo; y con sus disfavoresy persecuciones me ha forzado a que,habiéndolas yo experimentado, le huyese y meescondiese en el puerto y abrigo de losdesengañados, que son los rincones de lasoledad y pobreza, donde, consolado ysatisfecho con la escasez de mi poca hacienda,

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paso una vida, gracias al Rey de los Reyes ySeñor de los Señores, quieta y pacífica másenvidiada de ricos, que envidiosa de ellos. En lacual, por no estar ocioso, que cansa más que eltrabajar, he dado en otras pretensiones yesperanzas de mayor contento y recreación delánimo que las de la hacienda, como fue traducirlos tres Diálogos de Amor de León Hebreo, y,habiéndolos sacado a la luz, di en escribir estahistoria, y con el mismo deleite quedofabricando, forjando y limando la del Perú, delorigen de los reyes incas, sus antiguallas,idolatría y conquistas, sus leyes y el orden desu gobierno, en paz y en guerra. En todo locual, mediante el favor divino, voy ya casi alfin. Y aunque son trabajos, y no pequeños, porpretender y atinar yo a otro fin mejor, los tengoen más que las mercedes que mi fortunapudiera haberme hecho cuando me hubierasido muy próspera y favorable, porque esperoen Dios que estos trabajos me serán de máshonra y de mejor nombre que el vínculo que de

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los bienes de esta señora pudiera dejar. Portodo lo cual, antes le soy deudor que acreedor,y como tal, le doy muchas gracias, porque a supesar, forzada de la divina clemencia, me dejaofrecer y presentar esta historia a todo elmundo, la cual va escrita en seis libros,conforme a los seis años que en la jornadagastaron. El libro segundo y el quinto sedividieron en cada dos partes. El segundo,porque no fuese tan largo que cansase la vista,que, como en aquel año acaecieron más cosasque contar que en cada uno de los otros, mepareció dividirlo en dos partes, porque cadaparte se proporcionase con los otros libros, ylos sucesos de un año hiciesen un libro entero.

El libro quinto se dividió porque los hechosdel gobernador y adelantado Hernando de Sotoestuviesen de por sí aparte y no se juntasen conlos de Luis de Moscoso de Alvarado, que fue elque le sucedió en el gobierno. Y así, en laprimera parte de aquel libro, prosigue lahistoria hasta la muerte y entierros que a

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Hernando de Soto se le hicieron, que fuerondos. Y en la segunda parte se trata de lo que elsucesor hizo y ordenó hasta el fin de la jornada,que fue el año sexto de esta historia. La cualsuplico se reciba en el mismo ánimo que yo lapresento, y las faltas que lleva se me perdonenporque soy indio, que a los tales, por serbárbaros y no enseñados en ciencias ni artes, nose permite que, en lo que dijeren o hicieren, loslleven por el rigor de los preceptos del arte ociencia, por no los haber aprendido, sino quelos admitan como vinieren.

Y llevando más adelante esta piadosaconsideración, sería noble artificio y generosaindustria favorecer en mí (aunque yo no lomerezca) a todos los indios, mestizos y criollosdel Perú, para que, viendo ellos el favor ymerced que los discretos y sabios hacían a suprincipiante, se animasen a pasar adelante encosas semejantes, sacadas de sus no cultivadosingenios. La cual merced y favor espero que aellos y a mí nos la harán con mucha liberalidad

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y aplauso los ilustres de entendimiento ygenerosos de ánimo, porque mi deseo yvoluntad en el servicio de ellos (como mispobres trabajos pasados y presentes, y los porsalir a la luz, lo muestran), la tiene bienmerecida. Nuestro Señor, etc.

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LIBRO PRIMERO

DE LA HISTORIA DE LA FLORIDA DEL INCA

Contiene ladescripción de ella, lascostumbres de susnaturales; quién fue suprimer descubridor, y losque después acá han ido; lagente que Hernando deSoto llevó; los casosextraños de su navegación;lo que en La Habanaordenó y proveyó, y cómose embarcó para la Florida.Contiene quince capítulos.

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CAPÍTULO IHernando de Soto pide la conquista de la Flo-rida al emperador Carlos V. Su Majestad lehace merced de ella

El adelantado Hernando de Soto,gobernador y capitán general que fue de lasprovincias y señoríos del gran reino de laFlorida, cuya es esta historia, con la de otrosmuchos caballeros españoles e indios, que parala gloria y honra de la Santísima Trinidad, DiosNuestro Señor, y con deseo del aumento de suSanta Fe Católica, y de la corona de Españapretendemos escribir, se halló en la primeraconquista del Perú y en la prisión deAtahuallpa, rey tirano, que, siendo hijobastardo, usurpó aquel reino al legítimoheredero y fue el último de los incas que tuvoaquella monarquía, por cuyas tiranías ycrueldades que en los de su propia carne ysangre usó mayores, se perdió aquel imperio, o

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a lo menos por la discordia y división que enlos naturales su rebelión y tiranía causó, sefacilitó a que los españoles lo ganasen con lafacilidad que lo ganaron (como en otra partediremos con el favor divino), de la cual, comoes notorio, fue el rescate tan soberbio, grande yrico que excede a todo crédito que a historiashumanas se puede dar, que según la relaciónde un contador de la hacienda de Su Majestaden el Perú, que dijo lo que valió el quinto de él.Y por el quinto, sacando el todo y reduciéndolea la moneda usual de los ducados de Castilla dea trescientos y setenta y cinco maravedís cadauno, se sabe que valió tres millones ydoscientos y noventa y tres mil ducados, ydineros más, sin lo que se desperdició sin llegara quintarse, que fue otra mucha suma. De estacantidad, y de las ventajas que como a tanprincipal capitán se le hicieron, y con lo que enel Cuzco los indios le presentaron cuando él yPedro del Barco solos fueron a ver aquellaciudad, y con las dádivas que el mismo rey

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Atahuallpa le dio (ca fue su aficionado porhaber sido el primer español que vio y habló),hubo este caballero más de cien mil ducados departe.

Esta suma de dineros trajo Hernando deSoto cuando él y otros setenta conquistadores,juntos con las partes y ganancias que enCasamarca tuvieron, se vinieron a España: yaunque con esta cantidad de tesoro (queentonces, por no haber venido tanto de Indiascomo después acá se ha traído, valía más queahora), pudiera comprar en su tierra, que eraVillanueva de Barcarrota, mucha más haciendaque al presente se puede comprar, porqueentonces no estaban las posesiones en la estimay valor que hoy tienen, no quiso comprarla,antes, levantando los pensamientos y el ánimocon la recordación de las cosas que por élhabían pasado en el Perú, no contento con lo yatrabajado y ganado mas deseando emprenderotras hazañas iguales o mayores, si mayorespodían ser, se fue a Valladolid, donde entonces

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tenía su Corte el emperador Carlos Quinto, reyde España, y le suplicó le hiciese merced de laconquista del reino de la Florida (llamada asípor haberse descubierto la costa día de PascuaFlorida), que la quería hacer a su costa y riesgo,gastando en ella su hacienda y vida, por servira Su Majestad y aumentar la corona de España.

Esto hizo Hernando de Soto movido degenerosa envidia y celo magnánimo de lashazañas nuevamente hechas en México por elmarqués del Valle don Hernando Cortés y en elPerú por el marqués don Diego de Almagro, lascuales él vio y ayudó a hacer. Empero, como ensu ánimo libre y generoso no cupiese súbdito,ni fuese inferior a los ya nombrados en valor yesfuerzo para la guerra ni en prudencia ydiscreción para la paz, dejó aquellas hazañas,aunque tan grandes, y emprendió estotras paraél mayores, pues en ellas perdía la vida y lahacienda que en las otras había ganado. Dedonde, por haber sido así hechas casi todas lasconquistas principales del nuevo mundo,

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algunos, no sin falta de malicia y con sobra deenvidia, se han movido a decir que a costa delocos, necios y porfiados, sin haber puesto otrocaudal mayor, ha comprado España el señoríode todo el nuevo mundo, y no miran que sonhijos de ella, y que el mayor ser y caudal quesiempre ella hubo y tiene fue producirlos ycriarlos tales que hayan sido para ganar elmundo nuevo y hacerse temer del viejo. En eldiscurso de la historia usaremos de estos dosapellidos españoles y castellanos; adviértaseque queremos significar por ellos una mismacosa.

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CAPÍTULO IIDescripción de la Florida y quién fue el pri-mer descubridor de ella, y el segundo, y terce-ro

La descripción de la gran tierra Florida serácosa dificultosa poderla pintar tan cumplidacomo la quisiéramos dar pintada, porque comoella por todas partes sea tan ancha y larga, y noesté ganada ni aun descubierta del todo, no sesabe qué confines tenga.

Lo más cierto, y lo que no se ignora, es queal mediodía tiene el mar océano y la gran islade Cuba. Al septentrión (aunque quieren decirque Hernando de Soto entró mil leguas la tierraadentro, como adelante tocaremos), no se sabedónde vaya a parar, si confine con la mar o conotras tierras.

Al levante, viene a descabezar con la tierraque llaman de los Bacallaos, aunque ciertocosmógrafo francés pone otra grandísima

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provincia en medio, que llama la NuevaFrancia, por tener en ella siquiera el nombre.

Al poniente confina con las provincias delas Siete Ciudades, que llamaron así susdescubridores de aquellas tierras, los cuales,habiendo salido de México por orden delvisorrey don Antonio de Mendoza, lasdescubrieron año de mil y quinientos y treintay nueve, llevando por capitán a FranciscoVázquez Coronado, vecino de dicha ciudad.Por vecino se entiende en las Indias el que tienerepartimiento de indios, y esto significa elnombre vecino, porque estaban obligados amantener vecindad donde tenían los indios yno podían venir a España sin licencia del Rey,so pena que, pasados los dos años que notuviesen mantenido vecindad, perdían elrepartimiento.

Francisco Vázquez Coronado, habiendodescubierto mucha y muy buena tierra, nopudo poblar por grandes inconvenientes quetuvo. Volviose a México, de que el visorrey

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hubo gran pesar, porque la mucha y muybuena provisión de gente y caballos que para laconquista había juntado se hubiese perdido sinfruto alguno. Confina asimismo la Florida alponiente con la provincia de los chichimecas,gente valentísima, que cae a los términos de lastierras de México.

El primer español que descubrió la Floridafue Juan Ponce de León, caballero natural delreino de León, hombre noble, el cual, habiendosido gobernador de la isla de San Juan dePuerto Rico, como entonces no entendiesen losespañoles sino en descubrir nuevas tierras,armó dos carabelas y fue en demanda de unaisla que llamaban Bimini y según otros Buyoca,donde los indios fabulosamente decían habíauna fuente que remozaba a los viejos, endemanda de la cual anduvo muchos díasperdido, sin la hallar. Al cabo de ellos, contormenta, dio en la costa al septentrión de laisla de Cuba, la cual costa, por ser día dePascua de Resurrección cuando la vio, la llamó

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la Florida, y fue el año de mil y quinientos ytrece, que según los computistas se celebróaquel año a los veinte y siete de marzo.

Contentose Juan Ponce de León sólo conver que era tierra, y, sin hacer diligencia paraver si era tierra firme o isla, vino a España apedir la gobernación y conquista de aquellatierra. Los Reyes Católicos le hicieron mercedde ella, donde fue con tres navíos el año dequince. Otros dicen que fue el de veinte y uno.Yo sigo a Francisco López de Gómara; que seael un año o el otro, importa poco. Y habiendopasado algunas desgracias en la navegación,tomó tierra en la Florida. Los indios salieron arecibirle, y pelearon con él valerosamente hastaque le desbarataron y mataron casi todos losespañoles que con él habían ido, que noescaparon más de siete, y entre ellos Juan Poncede León; y heridos se fueron a la isla de Cubadonde todos murieron de las heridas quellevaban. Este fin desdichado tuvo la jornadade la Florida, y parece que dejó su desdicha en

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herencia a los que después acá le han sucedidoen la misma demanda.

Pocos años después, andando rescatandocon los indios, un piloto llamado Miruelo,señor de una carabela, dio con tormenta en lacosta de la Florida, o en otra tierra, que no sesabe a qué parte, donde los indios le recibieronde paz, y en su contratación, llamado rescate, ledieron algunas cosillas de plata y oro en pocacantidad, con las cuales volvió muy contento ala isla de Santo Domingo, sin haber hecho eloficio de buen piloto en demarcar la tierra ytomar el altura, como le fuera bien haberlohecho, para no verse en lo que después se viopor esta negligencia.

En este mismo tiempo hicieron compañíasiete hombres ricos de Santo Domingo, entrelos cuales fue uno, Lucas Vázquez de Ayllón,oidor de aquella audiencia, y juez deapelaciones que había sido en la misma isla,antes que la audiencia se fundara. Y armarondos navíos que enviaron por entre aquellas

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islas a buscar y traer los indios que, comoquiera que les fuese posible, pudiesen haber,para los echar a labrar las minas de oro que decompañía tenían. Los navíos fueron a su buenaempresa, y con mal temporal dieron acaso en elcabo que llamaron de S. Elena, por ser en sudía, y en el río llamado Jordán, a contemplaciónde que el marinero que primero lo vio sellamaba así. Los españoles saltaron en tierra, losindios vinieron con gran espanto a ver losnavíos por cosa extraña nunca jamás de ellosvista, y se admiraron de ver gente barbuda yque anduviese vestida. Mas con todo esto, setrataron unos a otros amigablemente y sepresentaron cosas de las que tenían. Los indiosdieron algunos aforros de martas finas, de suyomuy olorosas, y aljófar y plata en pocacantidad. Los españoles asimismo les dieroncosas de su rescate. Lo cual pasado, y habiendotomado los navíos el matalotaje que hubieronmenester y la leña y agua necesarias, congrandes caricias convidaron los españoles a los

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indios a que entrasen a ver los navíos y lo queen ellos llevaban, a lo cual, fiados en la amistady buen tratamiento que se habían hecho, y porver cosas para ellos tan nuevas, entraron másde ciento y treinta indios. Los españoles,cuando los vieron debajo de las cubiertas,viendo la buena presa que habían hecho,alzaron las anclas y se hicieron a la vela endemanda de Santo Domingo. Mas en el caminose perdió un navío de los dos, y los indios quequedaron en el otro, aunque llegaron a SantoDomingo, se dejaron morir todos de tristeza yhambre, que no quisieron comer de coraje delengaño que debajo de amistad se les habíahecho.

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CAPÍTULO IIIDe otros descubridores que a la Florida hanido

Con la relación que estos castellanos dieronen Santo Domingo de lo que habían visto, y conla de Miruelo, que ambas fueron casi a untiempo, vino a España el oidor Lucas Vázquezde Ayllón a pedir la conquista y gobernaciónde aquella provincia, la cual, entre las muchasque la Florida tiene, se llama Chicoria. Elemperador se la dió, honrándole con el hábitode Santiago. El oidor se volvió a SantoDomingo y armó tres navíos grandes, año demil y quinientos y veinticuatro, y con ellos,llevando por piloto a Miruelo, fue en demandade tierra que el Miruelo había descubierto,porque decían que era más rica que Chicoria.Mas Miruelo, por mucho que lo porfió, nuncapudo atinar dónde había sido sudescubrimiento, del cual pesar cayó en tanta

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melancolía que en pocos días perdió el juicio yla vida.

El licenciado Ayllón pasó adelante en buscade su provincia Chicoria y en el río Jordánperdió la nave capitana, y con las dos que lequedaban siguió su viaje al levante, y dio en lacosta de una tierra apacible y deleitosa, cerca deChicoria, donde los indios le recibieron conmucha fiesta y aplauso. El oidor, entendiendoque todo era ya suyo, mandó que saltasen entierra doscientos españoles y fuesen a ver elpueblo de aquellos indios, que estaba tresleguas tierra adentro. Los indios los llevaron, ydespués de los haber festejado tres o cuatrodías, y asegurándolos con su amistad, losmataron una noche, y de sobresalto dieron alamanecer en los pocos españoles que con eloidor habían quedado en la costa en guarda delos navíos; y habíendo muerto y herido los másde ellos, les forzaron a que rotos y desbaratadosse embarcasen y volviesen a Santo Domingo,

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dejando vengados los indios de la jornadapasada.

Entre los pocos españoles que escaparoncon el oidor Lucas Vázquez de Ayllón, fue unollamado Hernando Mogollón, caballero naturalde la ciudad de Badajoz, el cual pasó después alPerú, donde contaba muy largamente lo que ensuma hemos dicho de esta jornada. Yo leconocí.

Después del oidor Lucas Vázquez deAyllón, fue a la Florida Pánfilo de Narváez, añode mil y quinientos veinte y siete, donde contodos los españoles que llevó se perdió tanmiserablemente, como lo cuenta en susNaufragios Alvar Núñez Cabeza de Vaca quefue con él por tesorero de la Hacienda Real. Elcual escapó con otros tres españoles y un negroy, habiéndoles hecho Dios Nuestro Señor tantamerced que llegaron a hacer milagros en sunombre, con los cuales habían cobrado tantareputación y crédito con los indios que lesadoraban por dioses, no quisieron quedarse

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entre ellos, antes, en pudiendo, se salieron atoda prisa de aquella tierra y se vinieron aEspaña a pretender nuevas gobernaciones, y,habiéndolas alcanzado, les sucedieron las cosasde manera que acabaron tristemente como locuenta todo el mismo Alvar Núñez Cabeza deVaca, el cual murió en Valladolid, habiendovenido preso del Río de la Plata, donde fue porgobernador.

Llevó Pánfilo de Narváez en su navegacióncuando fue a la Florida un piloto llamadoMiruelo, pariente del pasado y tan desdichadocomo él en su oficio, que nunca acertó a dar enla tierra que su tío había descubierto, por cuyarelación tenía noticia de ella, y por esta causa lohabía llevado Pánfilo de Narváez consigo.

Después de este desgraciado capitán, fue ala Florida el adelantado Hernando de Soto, yentró en ella año de 39, cuya historia, con las deotros muchos famosos caballeros españoles eindios, pretendemos escribir largamente, con larelación de las muchas y grandes provincias

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que descubrió hasta su fin y muerte, y lo quedespués de ella sus capitanes y soldadoshicieron hasta que salieron de la tierra y fuerona parar a México.

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CAPÍTULO IVDe otros más que han hecho la misma jornadade la Florida y de las costumbres y armas encomún de los naturales de ella

Luego que en España se supo la muerte deHernando de Soto, salieron muchos pretensoresa pedir la gobernación y conquista de laFlorida, y el emperador Carlos Quinto,habiéndola negado a todos ellos, envió a sucosta el año de mil y quinientos y cuarenta ynueve un religioso llamado fray Luis CáncelBalbastro, por caudillo de otros cuatro de suorden, que se ofrecieron a reducir con supredicación aquellos indios a la doctrinaevangélica. Los cuales religiosos, habiendollegado a la Florida, saltaron en tierra apredicar, mas los indios, escarmentados de loscastellanos pasados, sin quererlos oír, dieron enellos y mataron a fray Luis y a otros dos de loscompañeros. Los demás se acogieron al navío y

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volvieron a España, afirmando que gente tanbárbara e inhumana no quiere oír sermones.

El año de 1562, un hijo del oidor LucasVázquez de Ayllón pidió la misma conquista ygobernación, y se la dieron. El cual murió en laEspañola solicitando su partida, y laenfermedad y la muerte se le causó de tristezay pesar de que por su poca posibilidad se ledificultase de día en día la empresa. Despuésacá han ido otros, y entre ellos el adelantadoPedro Meléndez de Valdés, de los cuales dejode escribir por no tener entera noticia de sushechos.

Esta es la relación más cierta, aunque breve,que se ha podido dar de la tierra de la Florida yde los que a ella han ido a descubrirla yconquistarla. Y antes que pasemos adelante,será bien dar noticia de algunas costumbresque en general los indios de aquel reino tenían,a lo menos los que el adelantado Hernando deSoto descubrió, que casi en todas las provinciasque anduvo son unas, y, si en alguna parte en

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el proceso de nuestra historia se diferenciaren,tendremos cuidado de notarlas; empero, en locomún, todos tienen casi una manera de vivir.

Estos indios son gentiles de nación eidólatras. Adoran al Sol y a la Luna porprincipales dioses, mas sin ningunasceremonias de tener ídolos ni hacer sacrificiosni oraciones ni otras supersticiones como lademás gentilidad. Tenían templos, que servíande entierros y no de casa de oración, donde porgrandeza, demás de ser entierro de susdifuntos, tenían todo lo mejor y más rico de sushaciendas, y era grandísima la veneración enque tenían estos sepulcros y templos, y a laspuertas de ellos ponían los trofeos de lasvictorias que ganaban a sus enemigos.

Casaban, en común, con sola una mujer, yésta era obligada a ser fidelísima a su marido sopena de las leyes que para castigo del adulteriotenían ordenadas, que en unas provincias erande cruel muerte y en otras de castigo muyafrentoso, como adelante en su lugar diremos.

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Los señores, por la libertad señorial, teníanlicencia de tomar las mujeres que quisiesen, yesta ley o libertad de los señores se guardó entodas las Indias del nuevo mundo, empero,siempre fue con distinción de la mujer principallegítima, que las otras más eran concubinas quemujeres, y así servían como criadas, y los hijosque de estas nacían ni eran legítimos ni seigualaban en honra ni en la herencia con los dela mujer principal.

En todo el Perú la gente común casaba consola una mujer, y el que tomaba dos tenía penade muerte. Los incas, que son los de la sangrereal, y los curacas, que eran los señoresvasallos, tenían licencia para tener todas las quequisiesen o pudiesen mantener, empero, con ladistinción arriba dicha de la mujer legítima alas concubinas. Y, como gentiles, decían que sepermitía y dispensaba con ellos esto, porqueera necesario que los nobles tuviesen muchasmujeres para que tuviesen muchos hijos.Porque para hacer guerra y gobernar la

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república y aumentar su imperio, afirmaban eranecesario hubiese muchos nobles, porque éstoseran los que se gastaban en las guerras ymorían en las batallas, y que, para llevar cargasy labrar la tierra y servir como siervos, había enla plebeya gente demasiada, la cual (porque noera gente para emplearla en los peligros que seempleaban los nobles), por pocos que naciesen,multiplicaban mucho, y que para el gobiernoeran inútiles, ni era lícito que se lo diesen, queera hacer agravio al mismo oficio, porque elgobernar y hacer justicia era oficio de caballeroshijosdalgo y no de plebeyos.

Y volviendo a los de la Florida, el comerordinario de ellos es el maíz en lugar de pan, ypor vianda frisoles y calabaza de las que acállaman romana, y mucho pescado, conforme alos ríos de que gozan. De carne tienen carestía,porque no la hay de ninguna suerte de ganadomanso. Con los arcos y las flechas matanmucha caza de ciervos, corzos y gamos, que loshay muchos en número y más crecidos que los

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de España. Matan mucha diversidad de aves,así para comer la carne como para adornar suscabezas con las plumas, que las tienen dediversos colores y galanas de media braza enalto, que traen sobre las cabezas, con las cualesse diferencian los nobles de los plebeyos en lapaz, y los soldados de los no soldados en laguerra. Su bebida es agua clara, como la dio lanaturaleza, sin mezcla de cosa alguna. La carney pescado que comen ha de ser muy asado omuy cocido, y la fruta muy madura, y enninguna manera la comen verde ni a mediomadurar, y hacían burla de que los castellanoscomiesen agraz.

Los que dicen que comen carne humana selo levantan, a lo menos a los que son de lasprovincias que nuestro gobernador descubrió;antes lo abominan, como lo nota Alvar NúñezCabeza de Vaca en sus Naufragios, capítulocatorce, y diez y siete, donde dice que dehambre murieron ciertos castellanos queestaban alojados aparte y que los compañeros

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que quedaban comían los que se morían hastael postrero, que no hubo quién lo comiese, de locual dice que se escandalizaron los indios tantoque estuvieron por matar todos los que habíanquedado en otro alojamiento. Puede ser que lacoman donde los nuestros no llegaron, que laFlorida es tan ancha y larga que hay para todos.

Andan desnudos. Solamente traen unospañetes de gamuza de diversos colores que lescubre honestamente todo lo necesario pordelante y atrás, que casi son como calzonesmuy cortos. En lugar de capa, traen mantasabrochadas al cuello que les bajan hasta mediaspiernas; son de martas finísimas que de suyohuelen a almizque. Hácenlas también dediversas pellejinas de animales, como gatos dediversas maneras, gamos, corzos, venados, ososy leones, y cueros de vaca, los cuales pellejosaderezan en todo extremo de perfección; queun cuero de vaca y de oso con su pelo loaderezan y dejan tan blando y suave que sepuede traer por capa y de noche les sirve de

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ropa de cama. Los cabellos crían largos y lostraen recogidos y hechos un gran nudo sobre lacabeza. Por tocado traen una gruesa madeja dehilo del color que quieren, la cual rodean a lacabeza y sobre la frente le dan con los cabos dela madeja dos medios nudos, de manera que elun cabo queda pendiente por la una sien y elotro por la otra hasta lo bajo de las orejas. Lasmujeres andan vestidas de gamuza; traen todoel cuerpo cubierto honestamente.

Las armas que estos indios comúnmentetraen son arcos y flechas, y, aunque es verdadque son diestros en otras diversas armas quetienen, como son picas, lanzas, dardos,partesanas, honda, porra, montante y bastón, yotras semejantes, si hay más, excepto arcabuz yballesta, que no la alcanzaron, con todo eso nousan de otras armas, sino del arco y flechas,porque, para los que las traen, son de mayorgala y ornamento; por lo cual los gentilesantiguos pintaban a sus dioses más queridos,como eran Apolo, Diana y Cupido, con arco y

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flechas, porque demás de lo que estas armas enellos significan, son de mucha hermosura yaumentan gracia y donaire al que las trae. Porlas cuales cosas, y por el efecto que con ellas,mejor que con algunas de las otras, se puedehacer de cerca y de lejos, huyendo oacometiendo, peleando en las batallas orecreándose en sus cacerías, las traían estosindios, y en todo el nuevo mundo es arma muyusada.

Los arcos son del mismo altor del que lestrae, y como los indios de la Florida songeneralmente crecidos de cuerpo, son sus arcosde más de dos varas de largo y gruesos enproporción. Hácenlos de robles y de otrasdiversas maderas, que tienen fuertes y demucho peso. Son tan recios de enarcar queningún español, por mucho que lo porfiaba,podía, llevando la cuerda, llegar la mano alrostro; y los indios, por el mucho uso y destrezaque tienen, llevan la cuerda con grandísimafacilidad hasta ponerla detrás de la oreja, y

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hacen tiros tan bravos y espantables comoadelante los veremos.

Las cuerdas de los arcos hacen de correa devenado. Sacan del pellejo, desde la punta de lacola hasta la cabeza, una correa de dos dedosde ancho, y, después de pelada, la mojan ytuercen fuertemente, y el un cabo de ella atan aun ramo de un árbol y del otro cuelgan un pesode 4 ó 5 arrobas y lo dejan así hasta que se ponecomo una cuerda de las gruesas de vihuelón dearco, y son fortísimas. Para tirar con seguridadde que la cuerda al soltar no lastime el brazoizquierdo, lo traen guarnecido por la parte deadentro con un medio brazal, que los cubre dela muñeca hasta la sangradura, hecho deplumas gruesas y atado al brazo con una correade venado que le da siete u ocho vueltas dondesacude la cuerda con grandísima pujanza.

Esto es lo que en suma se puede decir de lavida y costumbre de los indios de la Florida. Yahora volvamos a Hernando de Soto, que pedíala conquista y gobernación de aquel gran reino

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que tan infeliz y costoso ha sido a todos los quea él han ido.

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CAPÍTULO VPublícanse en España las provisiones de laconquista y del aparato grande que para ellase hace

La Cesárea Majestad hizo merced aHernando de Soto de la conquista con título deadelantado y marqués de un estado de treintaleguas en largo y quince de ancho en la parteque él quisiese señalar de lo que a su costaconquistase. Diole asimismo que durante losdías de su vida fuese gobernador y capitángeneral de la Florida, que también lo fuese de laisla de Santiago de Cuba, para que los vecinos ymoradores de ella como a su gobernador ycapitán le obedeciesen y acudiesen con mayorprontitud a las cosas que mandase necesariaspara la conquista. La gobernación de Cubapidió Hernando de Soto con mucha prudencia,porque es cosa muy importante para el que

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fuere a descubrir, conquistar y poblar laFlorida.

Estos títulos y cargos se publicaron portoda España con gran sonido de la nuevaempresa que Hernando de Soto emprendía deir a sujetar y ganar grandes reinos y provinciaspara la corona de España. Y como por toda ellase dijese que el capitán que la hacía había sidoconquistador del Perú y que, no contento concien mil ducados que de él había traído, losgastaba en esta segunda conquista, seadmiraban todos y la tenían por mucho mejor ymás rica que la primera. Por lo cual de todaspartes de España acudieron muchos caballerosmuy ilustres en linaje, muchos hijosdalgo,muchos soldados prácticos en el arte militarque en diversas partes del mundo habíanservido a la corona de España, y muchosciudadanos y labradores, los cuales todos con lafama tan buena de la nueva conquista, y con lavista de tanta plata y oro y piedras preciosascomo veían traer del nuevo mundo, dejando

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sus tierras, padres, parientes y amigos, yvendiendo sus haciendas, se apercibían y seofrecían por sus personas y cartas para ir a estaconquista, con esperanzas que se prometíanque había de ser tan rica, o más, que las dospasadas de México y del Perú. Con las mismasesperanzas se movieron también a ir a estajornada de la Florida seis o siete de losconquistadores que dijimos se habían vueltodel Perú, no advirtiendo que no podía ser mejorla tierra que iban a buscar que la que habíandejado, ni satisfaciéndose con las riquezas quede ella habían traído; antes parece que lahambre de ellas les había crecido conforme a sunaturaleza, que es insaciable. Losconquistadores nombraremos en el proceso deesta historia como se fueren ofreciendo.

Luego que el gobernador mandó publicarsus provisiones entendió en dar orden que secomprasen navíos, armas, municiones,bastimentos y las demás cosas pertenecientes atan gran empresa como la que había tomado.

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Para los cargos eligió personas suficientes cadacual en su ministerio; convocó gente de guerra,nombró capitanes y oficiales para el ejército,como diremos en el capítulo siguiente. Ensuma, proveyó con toda magnificencia ylargueza, como quien podía y quería todo loque convenía para su demanda.

Pues como el general y los demás capitanesy ministros acudiesen con tanta liberalidad algasto y con tanta diligencia a las cosas que erana cargo de cada uno de ellos, las concluyeron yjuntaron todas en San Lúcar de Barrameda(donde había de ser la embarcación), en pocomás tiempo de un año que las provisiones deSu Majestad se habían publicado. Traídos losnavíos y llegado el plazo señalado para que lagente levantada viniese al mismo puerto, yhabiéndose juntado toda, que era lucidísima, yhechas las demás provisiones así de matalotajecomo de mucho hierro, acero, barretas, azadas,azadones, serones, sogas y espuertas, cosasmuy necesarias para poblar, se embarcaron y

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pusieron en su navegación en la formasiguiente.

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CAPÍTULO VIDel número de gente y capitanes que para laFlorida se embarcaron

Novecientos y cincuenta españoles detodas calidades se juntaron en San Lúcar deBarrameda para ir a la conquista de la Florida,todos mozos, que apenas se hallaba entre ellosuno que tuviese canas (cosa muy importantepara vencer los trabajos y dificultades que enlas nuevas conquistas se ofrecen). A muchos deellos dio el gobernador socorro de dineros;envió a cada uno según la calidad de supersona, conforme a la estofa de ella y según lacompañía y criados que traía. Muchos, pornecesidad, recibieron el socorro, y otros (conrespeto y comedimiento de ver la máquinagrande que el general traía sobre sus hombros),no quisieron recibirlo, pareciéndoles más justosocorrer, si pudieran, al gobernador, que sersocorridos de él.

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Llegado el tiempo de las aguas vivas, seembarcaron en siete navíos grandes y trespequeños que en diversos puertos de España sehabían comprado. El adelantado, con toda sucasa, mujer y familia, se embarcó en una naollamada San Cristóbal, que era de ochocientastoneladas, la cual iba por capitana de laarmada, bien apercibida de gente de guerra,artillería y munición como convenía a naocapitana de tan principal capitán.

En otra no menor, llamada la Magdalena,se embarcó Nuño Tovar, uno de los sesentaconquistadores, natural de Jerez de Badajoz.Este caballero iba por teniente general y en sucompañía llevaba otro caballero, don CarlosEnríquez, natural de la misma ciudad, hijosegundo de un gran mayorazgo de ella. Luis deMoscoso de Alvarado, caballero natural deBadajoz y vecino de Zafra y uno de los sesentaconquistadores elegido y nombrado para maesede campo del ejército, iba por capitán del

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galeón llamado la Concepción, que era de másde quinientas toneladas.

En otro galeón igual a éste, llamado BuenaFortuna, iba el capitán Andrés de Vasconcelos,caballero fidalgo portugués, natural de Yelves,el cual llevaba una muy hermosa y lucidacompañía de fidalgos portugueses, que algunosde ellos habían sido soldados en las fronterasde África. Diego García, hijo del alcaide deVillanueva de Barcarrota, iba por capitán deotro navío grueso, llamado San Juan. AriasTinoco, nombrado por capitán de infantería, ibapor capitán de otra nao grande llamada SantaBárbara. Alonso Romo de Cardeñosa, hermanode Arias Tinoco, que también era nombradocapitán de infantería, iba por capitán de ungaleoncillo llamado San Antón. Con ese capitániba otro hermano suyo llamado Diego AriasTinoco, nombrado para alférez general delejército. Estos tres hermanos eran deudos delgeneral.

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Por capitán de una carabela muy hermosaiba Pedro Calderón, caballero natural deBadajoz, y en su compañía iba el capitán micerEspíndola, caballero genovés, el cual eracapitán de sesenta alabarderos de la guardiadel gobernador. Sin estos ocho navíos, llevabandos bergantines para servicio de la armada,que, por ser más ligeros y más fáciles degobernar que las naos gruesas, sirviesen comoespías de descubrir por todas partes lo quehubiese por la mar.

En estos siete navíos, carabela ybergantines se embarcaron los novecientos ycincuenta hombres de guerra, sin los marinerosy gente necesaria para el gobierno y servicio decada nao. Sin la gente que hemos dicho, iban enla armada doce sacerdotes, ocho clérigos ycuatro frailes. Los nombres de los clérigos quela memoria ha retenido son: Rodrigo deGallegos, natural de Sevilla, deudo de Baltasarde Gallegos, y Diego de Bañuelos y Franciscodel Pozo, naturales de Córdoba; Dionisio de

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París, natural de Francia, de la misma ciudadde París. Los nombres de los otros cuatroclérigos se han olvidado. Los frailes sellamaban: fray Luis de Soto, natural deVillanueva de Barcarrota, deudo delgobernador Hernando de Soto; fray Juan deGallegos, natural de Sevilla, hermano delcapitán Baltasar de Gallegos, ambos frailes dela orden de Santo Domingo; fray Juan deTorres, natural de Sevilla, de la religión de SanFrancisco, y fray Francisco de la Rocha, naturalde Badajoz, de la advocación e insignia de laSantísima Trinidad. Todos ellos hombres demucho ejemplo y doctrina.

Con esta armada de la Florida iba la deMéxico, que era de veinte naos gruesas, de lacual iba también por general Hernando de Sotohasta el paraje de la isla de Santiago de Cuba,de donde se había de apartar para la Veracruz.Y para de allí adelante iba nombrado porgeneral de ella un caballero principal llamadoGonzalo de Salazar, el primer cristiano que

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nació en Granada después que la quitaron a losmoros, por lo cual, aunque él era caballerohijodalgo, los Reyes Católicos de gloriosamemoria que ganaron aquella ciudad le dierongrandes privilegios e hicieron mercedes de quese fundó un mayorazgo para sus descendientes.El cual había sido conquistador de México. Estecaballero volvió por fator de la HaciendaImperial de la ciudad de México.

Con esta orden, salieron por la barra de SanLúcar las treinta naos de las dos armadas y sehicieron a la vela a los seis de abril del año demil y quinientos y treinta y ocho, y navegaronaquel día, y otros muchos, con toda laprosperidad y bonanza de tiempo que se podíadesear. La armada de la Florida iba tanabastecida de todo matalotaje que a cuantosiban en ella se daba ración doblada, cosa bienimpertinente porque se desperdiciaba todo loque sobraba, que era mucho. Mas lamagnificencia del general era tanta, y tangrande el contento que llevaba de llevar en su

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compañía gente tan lucida y noble, que todo sele hacía poco para el deseo que tenía deregalarlos.

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CAPÍTULO VIILO QUE SUCEDIÓ A LA ARMADA LA PRIMERANOCBE DE SU navegación

El primer día que navegaron, poco antes deque anocheciese, llamó el general a un soldadode muchos que llevaba escogidos para traercerca de su persona, llamado Gonzalo Silvestre,natural de Herrera de Alcántara, y le dijo:"Tendréis cuidado de dar esta noche orden a lascentinelas cómo hayan de velar y apercibiréis alcondestable, que es el artillero mayor, que llevetoda su artillería aprestada y puesta a punto, y,si pareciere algún navío de mal andar, haréisque le tiren, y en todo guardaréis el orden quela navegación buena requiere." Así se proveyótodo como el gobernador lo mandó.

Siguiéndose, pues, el viaje con muypróspero tiempo, sucedió a poco más de medianoche que los marineros de la nao que había deser capitana de las de México, en que iba el

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fator Gonzalo de Salazar, o por mostrar lavelocidad y ligereza de ella, o por presumir quetambién era capitana, como la de Hernando deSoto, o porque, como será lo más cierto, elpiloto y el maestre con la bonanza del tiempose hubiesen dormido y el marinero quegobernaba la nao no fuese plático de las reglasy leyes de navegar, la dejaron adelantarse detoda la armada e ir adelante de ella, a tiro decañón y a barlovento que la capitana, que porcualquiera de estas dos cosas que los marineroshagan tienen pena de muerte.

Gonzalo Silvestre, que por dar buenacuenta de lo que se le había encargado, aunquetenía sus centinelas puestas, no dormía (comolo debe hacer todo buen soldado e hijodalgocomo él lo era), recordando al condestable,preguntó si aquel navío era de su armada ycompañía o de mal andar. Fuele respondidoque no podía ser de la armada, porque, si lofuera, no se atreviera a ir donde iba, por tenerpena de muerte los marineros que tal hacían;

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por tanto, se afirmaba que era de enemigos.Con esto se determinaron ambos a le tirar, y alprimer cañonazo le horadaron todas las velaspor medio de proa a popa, y al segundo lellevaron de un lado parte de las obras muertas,y, yendo a tirarle más, oyeron que la gente deella daba grandes gritos, pidiendo misericordia,que no les tirasen que eran amigos.

El gobernador se levantó al ruido, y toda laarmada se alborotó y puso en arma, y encaróhacia la nao mexicana. La cual, como se le iba elviento por las roturas que la pelota le habíahecho en las velas, vino decayendo sobre lacapitana, y la capitana, que iba en suseguimiento, la alcanzó presto, donde leshubiera de suceder otro mayor mal ydesventura que la que se temía por lo pasado. Yfue que, como los unos con el temor yconfusión de su delito atendiesen más adisculparse que a gobernar su navío, y losotros, con la ira y enojo que llevaban de pensarque el hecho hubiese sido desacato y no

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descuido, y con deseo de lo castigar o vengar,no mirasen cómo ni por dónde iban, hubierande embestirse y encontrarse con los costadosambas naos. Y estuvieron tan cerca de ello quelos de dentro, para socorrerse en este peligro,no hallando remedio mejor, a toda prisasacaron muchas picas con las cuales entibandode la una en la otra nao, porque no diesengolpe, rompieron más de trescientas, quepareció una hermosísima folla de torneo de apie, e hicieron buen efecto. Mas, aunque con laspicas y otros palos les estorbaron que no seencontrasen con violencia, no les pudieronestorbar que no se trabasen y asiesen con lasjarcias, velas y entenas, de manera que sevieron en el último punto de ser ambasanegadas, porque el socorro de los suyos deltodo las desamparó, que los marineros,turbados con el peligro tan eminente yrepentino, desconfiaron de todo remedio, nisabían cuál hacer que les fuese de provecho. Y,cuando pudieran hacer alguno, la vocería de la

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gente, que veía la muerte al ojo, era tan grandeque no les dejaba oírse; ni la oscuridad de lanoche, que acrecienta las tormentas, daba lugara que viesen lo que les convenía hacer; ni losque tenían algún ánimo y esfuerzo podíanmandar, porque no había quién les obedecieseni escuchase, que todo era llanto, grita, voces,alaridos y confusión.

En este punto estuvieron ambos generalesy sus dos naos capitanas, cuando Dios NuestroSeñor las socorrió con que la del gobernadorcon los tajamares o navajas que en las entenasllevaba cortó a la del fator todos los cordeles,jarcias y velas con que las dos se habían asido,las cuales cortadas, pudo la del general, con elbuen viento que hacía, apartarse de la otra,quedando ambas libres.

Hernando de Soto quedó tan airado, así dehaberse visto en el peligro pasado como depensar que el hecho que lo había causadohubiese sido por desacato maliciosamentehecho, que estuvo por hacer un gran exceso en

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mandar cortar luego la cabeza al fator. Mas élse disculpaba con gran humildad diciendo queno había tenido culpa en cosa alguna de losucedido, y así le testificaron todos los de sunao. Con lo cual, y con buenos terceros que nofaltaron en la del gobernador que excusaron yabonaron al fator, se aplacó la ira del general, yle perdonó, y olvidó todo lo pasado, aunque elfator Gonzalo de Salazar, después de llegado aMéxico, siempre que se ofrecía plática sobre elsuceso de aquella noche, como hombre sentidodel hecho, solía decir que holgara toparse conigual fortuna con Hernando de Soto para leretar y desafiar sobre las palabras demasiadasque con sobra de enojo le había dicho en lo queél no había tenido culpa. Y así era verdad queno la había tenido; mas tampoco el general lehabía dicho cosa de que él pudiese ofenderse.Pero como el uno sospechó que el hecho habíasido malicioso, así el otro se enojó, entendiendoque las palabras habían sido ofensivas, nohabiendo pasado ni lo uno ni lo otro, mas la

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sospecha y la ira tienen grandísima fuerza ydominio sobre los hombres, principalmentepoderosos, como lo eran nuestros doscapitanes.

Los marineros de la nao del fator, habiendoremendado las roturas de las velas y las jarciascon toda la presteza, diligencia y buena mañaque en semejantes casos suelen tener, siguieronsu viaje, dando gracias a Nuestro Señor que loshubiese librado de tanto peligro.

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CAPÍTULO VIIILlega la armada a Santiago de Cuba, y lo quea la nao capitana sucedió a la entrada delpuerto

Sin otro caso más que de contar sea, llegó elgobernador a los veinte y uno de abril dePascua Florida a la Gomera, una de las islas dela Canaria, donde halló al conde señor de ella,que lo recibió con gran fiesta y regocijo.

En este paso, dice Alonso de Carmona ensu peregrinación estas palabras: "Salimos delpuerto de San Lúcar, año treinta y ocho, porcuaresma, y fuimos navegando por las islas dela Gomera, que es adonde todas las flotas van atomar agua y refresco de matalotaje, y, a losquince días andados, llegamos a vista de laGomera. Y diré dos cosas que acaecieron aqueldía en mi nao. La una fue que, peleando dossoldados, se asieron a brazo partido y dieronconsigo en la mar, y así se sumieron, que no

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pareció pelo ni hueso de ellos. La otra fue queiba allí un hidalgo que se llamaba Tapia,natural de Arévalo, y llevaba un lebrel muybueno y de mucho valor, y, estando como doceleguas del puerto, cayó a la mar. Y comollevábamos viento próspero, se quedó, que nolo pudimos tomar, y fuimos prosiguiendonuestro viaje, y llegamos al puerto, y otro díade mañana, vio su amo el lebrel en tierra, y,admirándose de ello, fuelo con gran contento atomar, y defendióselo el que lo llevaba, yaveriguose que, viniendo un barco de una isla aotra, lo hallaron en la mar, que andabanadando, y lo metieron en el barco, yaveriguose que había nadado el lebrel cincohoras. Y tomamos refresco, y lo demás, yproseguimos nuestro viaje, y a vista de laGomera se llegó el amo del lebrel a bordo, y ledio la vela un envión que le echó a la mar, y asíse sumió como si fuera plomo y nunca máspareció, de que nos dio mucha pesadumbre atodos los de la armada, etcétera".

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Todas son palabras de Alonso de Carmonasacadas a la letra, y púselas aquí, porque lostres casos que cuenta son notables, y tambiénporque se vea cuán conforme va su relación conla nuestra, así en el año y en los primerosquince días de la navegación como en eltemporal y en el puerto que tomaron, que todose ajusta con nuestra historia. Por lo cual,pondré de esta manera otros muchos pasossuyos y de Juan Coles, que es el otro testigo devista, los cuales se hallaron en esta jornadajuntamente con mi autor.

Pasados los tres días de Pascua, en quetomaron el refresco que habían menester,siguieron su viaje. El gobernador en aquellosdías alcanzó del conde, con muchos ruegos ysúplicas, le diese una hija natural que tenía, deedad de diez y siete años, llamada doña Leonorde Bobadilla, para llevarla consigo y casar yhacerla gran señora en su nueva conquista. Lademanda del gobernador concedió el conde,confiado en su magnanimidad que cumpliría

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mucho más que le prometía; y así se la entregóa doña Isabel de Bobadilla, mujer deladelantado Hernando de Soto, para que,admitiéndola por hija, la llevase en sucompañía.

Con esta dama, cuya hermosura eraextremada, salió el gobernador muy contentode la isla de la Gomera a los veinte y cuatro deabril, y, mediante el buen viento que siempre lehizo, dio vista a la isla de Santiago de Cuba alos postreros de mayo, habiendo doce díasantes pedido licencia el fator Gonzalo deSalazar para apartarse con la armada de Méxicoy guiar su navegación a la Veracruz, que lohabía deseado en extremo por salir dejurisdicción ajena (porque la voluntad humanasiempre querría mandar más que no obedecer)y el gobernador se la había dado con muchafacilidad, por sentirle el deseo que de ella tenía.

El adelantado y los de su armada iban atomar el puerto con mucha fiesta y regocijo dever que se les había acabado aquella larga

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navegación y que llegaban a lugar por ellos tandeseado para tratar y apercibir de más cerca lascosas que convenían para su jornada yconquista, cuando he aquí vieron venir unhombre, que los de la ciudad de Santiagohabían mandado salir a caballo, corriendo haciala boca del puerto, dando grandes voces a lanao capitana que iba ya a entrar en él, ydiciendo: "A babor, a babor" (que en lenguajede marineros, para los que no lo saben, quieredecir a mano derecha del navío), con intenciónque la capitana y las demás que iban en pos deella se perdiesen todas en unos bajíos y peñasque el puerto tiene muy peligrosas a aquellaparte.

El piloto y los marineros, que en la entradade aquel puerto no debían de ser tanexperimentados como fuera razón (para que sevea cuánto importa la práctica y experiencia eneste oficio), encaminaron la nao adonde decía elde a caballo. El cual, como hubiese reconocidoque la armada era de amigos y no de enemigos,

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volvió con mayores voces y gritos a decir, encontra: "A estribor (que es a mano izquierda delnavío), que se pierden". Y, para darse aentender mejor, se echó del caballo abajo ycorrió hacia su mano derecha, haciendo señascon los brazos y la capa, diciendo: "Volved,volved a la otra banda que os perderéis todos".Los de la nao capitana, cuando lo hubieronentendido, volvieron con toda diligencia amano izquierda, mas por mucha que pusieronno pudieron excusar que la nao no diese en unapeña un golpe tan grande que todos los queiban dentro entendieron que se había abierto yperdido, y, acudiendo a la bomba, sacaron avueltas del agua mucho vino y vinagre, aceite ymiel, que del golpe que la nao había dado en laroca se habían quebrado muchas vasijas de lasque llevaban estos licores, y, con los ver, secertificaron en el temor que habían cobrado deque la nao era perdida. A mucha prisa echaronal agua el batel y sacaron a tierra la mujer delgobernador y sus dueñas y doncellas. Y a

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vueltas de ellas, salieron algunos caballerosmozos, no experimentados en semejantespeligros, los cuales se daban tanta prisa a entraren el batel que, perdido el respeto que a lasdamas se les debe, no se comedían ni dabanlugar a que ellas entrasen primero,pareciéndoles que no era tiempo decomedimientos. El general, como buen capitány plático, no quiso, aunque se lo importunaron,salir de la nao hasta ver el daño que habíarecibido, y también por la socorrer de máscerca, si fuese menester, y por obligar con supresencia a que no desamparasen todos.Acudiendo, pues, muchos marineros a lo bajode ella, hallaron que no había sido más el dañoque la quiebra de las botijas y que la nao estabasana y buena, como lo certificaba la bomba enno sacar más agua, con que se alegraron todos,y los que habían sido mal comedidos y muydiligentes en salir a tierra quedaron corridos.

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CAPÍTULO IXBatalla naval de dos navíos que duró cuatrodías dentro en el puerto de Santiago de Cuba

Para descargo de los de la ciudad, serárazón que digamos la causa que les movió a dareste mal aviso, por el cual sucedió lo que se hadicho. Que cierto, bien mirado el hecho que locausó y la porfía tan obstinada que en él hubo,se verá que fue un caso notable y digno dememoria y que de alguna manera disculpa aestos ciudadanos, porque el miedo en losánimos comunes y gente popular impide yestorba los buenos consejos. Para lo cual es desaber que, diez días antes que el gobernadorllegase al puerto, había entrado en él una muyhermosa nao de un Diego Pérez, natural deSevilla, que andaba contratando por aquellasislas y, aunque andaba en traje de mercader,era muy buen soldado de mar y tierra, comoluego veremos. No se sabe cuál fuese la calidad

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de su persona, mas la nobleza de su condicióny la hidalguía que en su conversación, tratos ycontratos mostraba decían que derechamenteera hijodalgo, porque ése lo es que hacehidalguías. Este capitán plático traía su navíomuy pertrechado de gente, armas, artillería ymunición para si fuese necesario pelear con loscorsarios que por entre aquellas islas y marestopase, que allí son muy ordinarios. Pasadostres días que Diego Pérez estaba en el puerto,sucedió que otra nao, no menos que la suya, deun corsario francés que andaba a sus aventurasentró en él.

Pues como los dos navíos se reconociesenpor enemigos de nación, sin otra alguna causa,embistió el uno con el otro, y aferradospelearon todo el día hasta que la noche losdespartió. Luego que cesó la pelea, se visitaronlos dos capitanes por sus mensajeros que el unoal otro envió con recaudos de palabras muycomedidas y con regalos y presentes de vino yconservas, fruta seca y verde, de la que cada

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uno de ellos traía, como si fueran dos muygrandes amigos. Y, para adelante, pusierontreguas sobre sus palabras que no se ofendiesenni fuesen enemigos de noche sino de día, ni setirasen con artillería, diciendo que la pelea demanos con espadas y lanzas era más devalientes que las de las armas arrojadizas,porque las ballestas y arcabuces de suyo dabantestimonio de haber sido invenciones deánimos cobardes o necesitados, y que el noofenderse con la artillería, demás de lagentileza de pelear y vencer a fuerza de brazosy con propia virtud, aprovecharía para que elvencedor llevase la nao y la presa que ganase,de manera que le fuese de provecho sana y norota. Las treguas se guardaron inviolables, masno se pudo saber de cierto qué intenciónhubiesen tenido para no ofenderse con laartillería, si no fue el temor de perecer ambossin provecho de alguno de ellos. Noembargante las paces puestas, se velaban yrecataban de noche por no ser acometidos de

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sobresalto, porque de palabra de enemigo no sedebe fiar el buen soldado para descuidarse porella de lo que le conviene hacer en su salud yvida.

El segundo día volvieron a pelearobstinadamente, y no cesaron hasta que elcansancio y la hambre los despartió; mas,habiendo comido y tomado aliento, tornaron ala batalla de nuevo, la cual duró hasta el solpuesto. Entonces se retiraron y pusieron en sussitios, y se visitaron y regalaron como el díaantes, preguntando el uno por la salud del otroy ofreciéndose para los heridos las medicinasque cada cual de ellos tenía.

La noche siguiente envió el capitán DiegoPérez un recaudo a los de la ciudad diciendoque bien habían visto lo que en aquellos díashabía hecho por matar o rendir al enemigo ycómo no le había sido posible por hallar en élgran resistencia; que les suplicaba (pues a laciudad le importaba tanto quitar de su mar ycostas un corsario tal como aquel), le hiciesen la

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merced de darle palabra, si en la batalla seperdiese, como era acaecedero, restituirían a élo a sus herederos lo que su nao podía valer, ymil pesos menos; que él se ofrecería a pelearcon el contrario, hasta le vencer o morir a susmanos y que pedía esta recompensa porque erapobre y no tenía más caudal que aquel navío;que, si fuera rico, holgara de lo arriesgarlibremente en su servicio y que, si venciese, noquería de ellos premio alguno. La ciudad noquiso conceder esta gracia a Diego Pérez, antesle respondió desabridamente diciendo quehiciese lo que quisiese, que ellos no queríanobligarse a cosa alguna. El cual, vista la malarespuesta a su petición y tanta ingratitud a subuen ánimo y deseo, acordó pelear por suhonra, vida y hacienda sin esperar en premioajeno diciendo: "Quien puede servirse a símismo mal hace en servir a otro, que las pagasde los hombres casi siempre son como ésta".

Luego que amaneció el día tercero de labatalla de estos bravos capitanes, Diego Pérez

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se halló a punto de guerra y acometió a suenemigo con el mismo ánimo y gallardía quelos dos pasados, por dar a entender a los de laciudad que no peleaba en confianza de ellossino en la de Dios y de su buen ánimo yesfuerzo. El francés salió a recibir con no menosdeseo de vencer o morir aquel día que lospasados, que cierto parece la obstinación y elhaberlo hecho caso de honra les instigaba a lapelea más que el interés que se les podía seguirde despojarse el uno al otro, porque, sacadoslos navíos, debía de valer bien poco lo quehabía en ellos. Aferrados, pues, el uno con elotro, pelearon todo aquel día como habíanhecho los dos pasados, apartándose solamentepara comer y descansar cuando sentían muchanecesidad. Y, en habiendo descansado, volvíana la batalla tan de nuevo como si entonces laempezaran, y siempre con mayor enojo y rabiade no poderse vencer. La falta del día losdespartió, con muchos heridos y algunosmuertos que de ambas partes hubo; mas, luego

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que se retiraron, se visitaron y regalaron comosolían con sus dádivas y presentes, como sientre ellos no hubiera pasado cosa alguna demal. Así pasaron la noche, con admiración detoda la ciudad, que dos hombres particulares,que andaban a buscar la vida, sin otranecesidad ni obligación que les forzase,porfiasen tan obstinadamente en matarse eluno al otro, no habiendo de llevar más premioque el haberse muerto, ni pudiendo esperargratificación alguna de sus reyes, pues noandaban en servicio de ellos ni a su sueldo.Empero todo esto, y más, pueden las pasioneshumanas cuando empiezan a reinar.

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CAPÍTULO XProsigue el suceso de la batalla naval hasta elfin de ella

Venido el cuarto día, habiéndose hechosalva con los tiros y saludándose con palabrasdel un navío al otro, según costumbre demareantes, volvieron españoles y franceses a laporfía de la batalla con el mismo ánimo yesfuerzo que los tres días pasados, aunque conmenos fuerzas, porque andaban ya muycansados y muchos de ellos mal heridos. Mas eldeseo de la honra, que en los ánimos generosospuede mucho, les daba esfuerzo y vigor parasufrir y llevar tanto trabajo. Todo este díapelearon como los pasados, apartándosesolamente para comer y descansar y curar losheridos, y luego volvían a la batalla, como denuevo, hasta que la noche los puso en paz.Retirados que fueron, no faltaron de visitarsecon sus presentes y regalos y buenas palabras.

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Que cierto son de notar los dos extremos tancontrarios, uno de enemistad y otro decomedimientos, que entre estos capitanesaquellos cuatro días pasaron; porque es verdadque la pelea de ellos era de enemigos mortales,ansiosos de quitarse las vidas y haciendas, y encesando de ella, todo se les convertía enamistad de hermanos, deseos de hacerse todo elregalo posible, por mostrar que no eran menoscorteses y afables en la paz que valientes yferoces en la guerra, y que no deseaban menosvencer de la una manera que de la otra.

Volviendo a los de la batalla, el español quehabía sentido aquel día flaqueza en su enemigo,le envió entre sus condimentos y regalos a decirque en extremo deseaba que aquella batalla,que tanto había durado, no cesase hasta que eluno de los dos hubiese alcanzado la victoria;que le suplicaba le esperase el día siguiente,que él le prometía buenas albricias si así lohiciese, y que por obligarle con las leyesmilitares a que no se fuese aquella noche, le

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desafiaba de nuevo para la batalla del díavenidero y que confiaba no la rehusaría, puesen todo lo de atrás se había mostrado tanprincipal y valiente capitán.

El francés, haciendo grandes ostentacionesde regocijo por el nuevo desafío, respondió quelo aceptaba y que esperaría el día siguiente, yotros muchos que fuesen menester, paracumplir su deseo y fenecer aquella batalla cuyofin no deseaba menos que su contrario; que deesto estuviese cierto y descuidadamentereposase toda la noche y tomase vigor y fuerzaspara el día siguiente, y que le suplicaba nofuese aquel desafío fingido y con industriaartificiosamente hecho para le asegurar edescuidar e irse a su salvo la noche venidera,sino que fuese cierto y verdadero, que así lodeseaba él por mostrar en su persona lavalerosidad de su nación.

Mas con todas estas bravatas, cuando viotiempo acomodado, alzando las anclas, contodo el silencio que pudo, se hizo a la vela por

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no arrepentirse de haber cumplido palabradada en perjuicio y daño propio, que no deja deser muy gran simpleza la observancia de ella entales casos, pues el mudar consejos es de sabios,principalmente en la guerra, por lainestabilidad que hay en los sucesos de ella, delo cual carece la paz, y también porque elúltimo fin que en ella se pretende es alcanzar lavictoria.

Las centinelas de la nao española, aunquesintieron algún ruido en la francesa, no tocaronarma ni dieron alerta, entendiendo que seaprestaban para la batalla venidera y no parahuir. Venido el día, se hallaron burlados. Alcapitán Diego Pérez le pesó mucho que susenemigos se hubiesen ido, porque, según laflaqueza que el día antes les había sentido,tenía por muy cierta la victoria de su parte, y,con deseo de ella, tomando de la ciudad lo quehabía menester para los suyos, salió en buscade los contrarios.

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CAPÍTULO XIDe las fiestas que al gobernador hicieron enSantiago de Cuba

De este caso tan notable y extraño quedó laciudad de Santiago muy escandalizada ytemerosa, y, como sucedió tan pocos días antesque el gobernador llegase al puerto, temió queera el corsario pasado que, habiendo juntadootros consigo, volvía a saquear y quemar laciudad. Por esto dio el mal aviso que hemosdicho, para que se perdiesen en las peñas ybajíos que hay en la entrada del puerto.

El gobernador se desembarcó, y toda laciudad salió con mucha fiesta y regocijo a lerecibir y dar el parabién de su buena venida, y,en disculpa de haberle enojado con el malrecaudo, le contaron más larga yparticularmente todo el suceso de los cuatrodías de la batalla del francés con el español ylas vistas y regalos que se enviaban, y le

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suplicaron les perdonase, que aquel gran miedoles había causado este mal consejo. Mas no sedisculparon de haber sido tan crueles ydesagradecidos con Diego Pérez, como elgobernador lo supo después en particular, deque se admiró no menos que de la pelea ycomedimientos que los dos capitanes habíantenido. Porque es cierto que le informaron que,demás de la mala respuesta que habían dado alpartido que Diego Pérez les había ofrecido,habían estado tan tiranos con él que en todoslos cuatro días que había peleado, con ser labatalla en servicio de ellos y con salir toda laciudad a verlo cada día, nunca se habíacomedido a socorrerle mientras peleaba, ni aregalarle siquiera con un jarro de agua cuandodescansaba, sino que le habían tratado tanesquivamente como si fuera de nación yreligión contraria a la suya. Ni en propiobeneficio habían querido hacer cosa algunacontra el francés, que con enviar veinte o treintahombres en una barca o balsa que hicieran

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muestra de acometer al enemigo por el otrolado, sin llegar con él a las manos, sólo condivertirle dieran la victoria a su amigo, quecualquier socorro, aunque pequeño, fuera partepara dársela, pues las fuerzas de ellos estabantan iguales que pudieron pelear cuatro días sinreconcerse ventaja. Mas ni esto ni otra cosaalguna habían querido hacer los de la ciudadpor sí ni por el español como si no fueranespañoles, temiendo que, si el francés venciese,no la saquease o quemase, trayendo otros en sufavor, como habían sospechado que traía; y noadvertían que el enemigo de nación o dereligión, siendo vencedor, no sabe tener respetoa los males que le dejaron de hacer, niagradecimiento a los bienes recibidos, nivergüenza a las palabras y promesas hechaspara dejarlas de quebrantar, como se ve pormuchos ejemplos antiguos y modernos. Por locual, en la guerra (principalmente de infieles),el enemigo siempre sea tenido por enemigo ysospechoso, y el amigo por amigo y fiel, porque

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de éste se debe esperar y de aquél temer, ynunca fiar de su palabra, antes perder la vidaque fiarse de ella, porque como infieles seprecian de quebrantarla y lo tienen por religión,principalmente contra fieles. Por esta razón, nodejó de culpar el gobernador a los de la ciudadde Santiago que no hubiesen ayudado a DiegoPérez, pues era de su misma ley y nación.

Como dijimos, fue recibido el general conmucha fiesta y común regocijo de toda laciudad, que, por las buenas nuevas de suprudencia y afabilidad, había sido muy deseosasu presencia. A este contento se juntó otro, nomenor, que les dobló el placer y alegría, que lapersona del obispo de aquella iglesia, frayHernando de Mesa, dominico, que era un santovarón y había ido en la misma armada con elgobernador y fue el primer prelado que a ellapasó. El cual se hubiera de ahogar aldesembarcar de la nao, porque al tiempo queSu Señoría se desasía del navío y saltaba en elbatel, la barca se apartó algún tanto, de manera

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que, no la pudiendo alcanzar (por ser las ropaslargas), cayó entre los dos bajeles y aldescubrirse del agua dio con la cabeza en labarca, por lo cual se vio en lo último de la vida.Los marineros, echándose al agua, lo libraron.Viéndose la ciudad con dos personajes tanprincipales para el gobierno de ambos estados,eclesiástico y seglar, no cesó por muchos díasde festejarlos, unas veces con danzas, saraos ymáscaras que hacían de noche; otros con juegosde cañas y toros, que corrían y alanceaban;otros días hacían regocijo a la brida, corriendosortija. Y a los que en ella se aventajaban en ladestreza de las armas y caballería, o en ladiscreción de la letra, o en la novedad de lainvención, o en la lindeza de la gala, se lesdaban premios de honor de joyas de oro yplata, seda y brocado, que para los victoriososestaban señalados, y, al contrario, dabanasimismo premios de vituperio a los que lohacían peor. No hubo justas ni torneos a caballoni a pie por falta de armaduras.

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En estas fiestas y regocijos entrabanmuchos caballeros de los que habían ido con elgobernador, así por mostrar la destreza que entoda cosa tenían como por festejar a los de laciudad, pues el contento era común. Para estosregocijos y fiestas ayudaban mucho (comosiempre en las burlas y veras suelen ayudar) losmuchos y por extremo buenos caballos que enla isla había, de obra, talle y colores, porquedemás de la bondad natural que los de estatierra tienen, los criaban entonces con muchacuriosidad y en gran número, que habíahombres particulares que tenían en suscaballerizas a veinte y a treinta caballos, y losricos a cincuenta y a sesenta, por granjería,porque para las nuevas conquistas que en elPerú, México y otras partes se habían hecho yhacían, se vendían muy bien y era la mayor ymejor granjería que en aquel tiempo tenían losmoradores de la isla de Cuba y sus comarcas.

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CAPÍTULO XIILas provisiones que el gobernador proveyó enSantiago de Cuba, y de un caso notable de losnaturales de aquellas islas

Casi tres meses se entretuvo la gente delgobernador en las fiestas y regocijos, habiendoentre ella y los de la ciudad toda paz yconcordia, porque los unos y los otrosprocuraban tratarse con toda amistad y buenhospedaje. El gobernador, que atendía acuidados mayores, visitó en este tiempo lospueblos que en la isla había, proveyó ministrosde justicia que en ellos quedasen por tenientessuyos, compró muchos caballos para la jornada,y su gente principal hizo lo mismo, para lo cualdio a muchos de ellos socorro en más cantidadque lo había hecho en San Lúcar, porque, paracomprar caballos, era menester socorrerlos másmagníficamente. Los de la isla le presentaron

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muchos, que, como hemos dicho, los criaban engran número.

Y entonces estaba aquella tierra próspera yrica y muy poblada de indios, los cuales, pocodespués, dieron en ahorcarse casi todos. Y lacausa fue que, como toda aquella región detierra sea muy caliente y húmeda, la gentenatural que en ella había era regalada y floja ypara poco trabajo. Y como por la muchafertilidad y frutos que la tierra tiene de suyo, notuviesen necesidad de trabajar mucho parasembrar y coger, que por poco maíz quesembraban cogían por año más de lo quehabían menester para el sustento de la vidanatural, que ellos no pretendían otra cosa; y,como no conociesen el oro por riqueza ni loestimasen, hacíaseles de mal el sacarlo de losarroyos y sobre haz de la tierra donde se cría, ysentían demasiadamente, por poca que fuese, lamolestia que sobre ello les daban los españoles.Y como también el demonio incitase por suparte, y con gente tan simple, viciosa y

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holgazana pudiese lo que quisiese, sucedió que,por no sacar oro, que en esta isla lo hay bueno yen abundancia, se ahorcaron de tal manera ycon tanta prisa que hubo día de amanecercincuenta casas juntas de indios ahorcados consus mujeres e hijos de un mismo pueblo, queapenas quedó en él hombre viviente, que era lamayor lástima del mundo verlos colgados delos árboles, como pájaros zorzales cuando lesarman lazos. Y no bastaron remedios que losespañoles procuraron e hicieron para loestorbar. Con esta plaga tan abominable seconsumieron los naturales de aquella isla y suscomarcas, que hoy casi no hay ninguno. De estehecho sucedió después la carestía de los negros,que al presente hay, para llevarlos a todaspartes de India, que trabajen en las minas.

Entre otras cosas que el gobernadorproveyó en Santiago de Cuba, fue mandar queun capitán llamado Mateo Aceituno, caballeronatural de Talavera de la Reina, fuese con gentepor la mar a reedificar la ciudad de La Habana,

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porque tuvo aviso que pocos días antes lahabían saqueado y quemado corsariosfranceses sin respetar el templo ni atacar lasimágenes que en él había. De que el gobernadory toda su gente, como católicos, hicieron muchosentimiento. En suma proveyó el general todolo que le pareció convenir para pasar adelanteen la conquista. A la cual no ayudó poco lo quediremos, y fue que en la villa de la Trinidad,que es un pueblo de los de aquella isla, vivía uncaballero muy rico y principal llamado VascoPorcallo de Figueroa, deudo cercano de lailustrísima casa de Feria. El cual visitó elgobernador en la ciudad de Santiago de Cuba,y, como él estuviese en ella algunos días y viesela gallardía y gentileza de tantos caballeros ytan buenos soldados como iban a esta jornada yel aparato magnífico que para ella se proveía,no pudo contenerse que su ánimo ya resfriadode las cosas de la guerra no volviese ahora denuevo a encenderse en los deseos de ella. Conlos cuales, voluntariamente se ofreció al

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gobernador de ir en su compañía a la conquistade la Florida tan famosa, sin que su edad, quepasaba ya de los cincuenta años, ni los muchostrabajos que había pasado así en Indias comoen España e Italia, donde en su juventud habíavencido dos campos de batalla singular, ni lamucha hacienda ganada y adquirida por lasarmas, ni el deseo natural que los hombressuelen tener de la gozar, fuese para resistirle;antes posponiéndolo todo, quiso seguir aladelantado, para lo cual le ofreció su persona,vida y hacienda.

El gobernador, vista una determinación tanheroica, y que no la movía deseo de hacienda nihonra, sino propia generosidad y el ánimobelicoso que este caballero siempre habíatenido, aceptó su ofrecimiento, y habiéndoleestimado y con palabra encarecida en lo que erarazón, por corresponder con la honra que tangran hecho merecía, le nombró por tenientegeneral de toda su armada y ejército, habiendomuchos días antes depuesto de este cargo a

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Nuño Tovar por haberse casadoclandestinamente con doña Leonor deBobadilla, hija del conde de la Gomera.

Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda,como hombre generoso y riquísimo ayudómagníficamente para la conquista de la Florida,porque, sin los muchos criados españoles,indios y negros que llevó a esta jornada, y sin eldemás aparato y menaje de su casa y servicio,llevó treinta y seis caballos para su persona, sinotros más de cincuenta que presentó acaballeros particulares del ejército. Proveyó demucho bastimento de carnaje, pescado, maíz ycazavi, sin otras cosas que la armada hubomenester. Fue causa que muchos españoles delos que vivían en la isla de Cuba a imitaciónsuya se animasen y fuesen a esta jornada. Conlas cuales cosas, en breve tiempo seconcluyeron las que eran de importancia paraque la armada y gente de guerra pudiese salir ycaminar a La Habana.

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CAPÍTULO XIIIEl gobernador va a La Habana, y las preven-ciones que en ella hace para su conquista

A los postreros de agosto del mismo año demil y quinientos y treinta y ocho, salió elgeneral de la ciudad de Santiago de Cuba concincuenta de a caballo para ir a La Habana,habiendo dejado orden que los demás caballos,que eran trescientos, caminasen en pos de él encuadrillas de cincuenta en cincuenta, saliendolos unos ocho días después de los otros, paraque fuesen más acomodados y mejorproveídos. La infantería y toda su casa y familiamandó que, bojando la isla, fuese por la mar ajuntarse todos en La Habana. Donde habiendollegado el gobernador y vista la destrucciónque los corsarios habían hecho en el pueblo,socorrió de su hacienda a los vecinos ymoradores de él para ayudar a reedificar suscasas, y lo mejor que pudo reparó el templo y

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las imágenes destrozadas por los herejes. Y,luego que llegaron a La Habana, dio orden queun caballero natural de Sevilla, nombrado Juande Añasco, que iba por contador de la haciendaimperial de Su Majestad, que era granmarinero, cosmógrafo y astrólogo, con la gentemás plática de la mar que entre ellos se hallaba,fuese en los dos bergantines a costear ydescubrir la costa de la Florida, a ver y notar lospuertos, calas o bahías que por ella hubiese.

El contador fue, y anduvo dos mesescorriendo la costa a una mano y a otra. Al finde ellos volvió con relación de lo que habíavisto y trajo consigo dos indios que había preso.El gobernador, visto la buena diligencia queJuan de Añasco había hecho, mandó quevolviese a lo mismo y muy particularmente quenotase todo lo que por la costa hubiese paraque la armada, sin andar costeando, fuesederechamente a surgir donde hubiese de ir.Juan de Añasco volvió a su demanda y, contodo cuidado y diligencia, anduvo por la costa

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tres meses y al cabo de ellos vino con máscertificada relación de lo que por allá habíavisto y descubierto y dónde podían surgir losnavíos y tomar tierra. De este viaje trajo otrosdos indios que con industria y buena mañahabía pescado, de que el gobernador y todoslos suyos recibieron mucho contento, por tenerpuertos sabidos y conocidos donde ir adesembarcar. En este paso añade Alonso deCarmona que (por haber estado perdidos elcapitán Juan de Añasco y sus compañeros dosmeses en una isla despoblada donde no comíansino pájaros bobos, que mataban con garrotes, ycaracoles marinos, y por mucho peligro quehabían corrido de ser anegados cuandovolvieron a La Habana), al salir en tierra, dendela lengua de agua fueron todos los que veníanen el navío de rodillas hasta la iglesia, dondeles dijeran una misa, y, después de cumplida supromesa, dice que fueron muy bien recibidosdel gobernador y de todos los suyos, los cuales

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habían estado muy desconfiados de temor quese hubiesen perdido en la mar, etcétera.

Estando el adelantado Hernando de Sotoen La Habana aderezando y proveyendo lonecesario para su jornada, supo cómo donAntonio de Mendoza, visorrey que entonces erade México, hacía gente para enviar a conquistarla Florida, y, no sabiendo el general qué partela enviaba y temiendo no se encontrasen yestorbasen los unos a los otros y hubiesediscordia entre ellos, como la hubo en Méxicoentre el marqués del Valle, Hernando Cortés, yPánfilo de Narváez, que en nombre delgobernador Diego Velázquez había ido atomarle cuenta de la gente armada que le habíaentregado, y como la hubo en el Perú entre losadelantados don Diego de Almagro y donPedro de Alvarado a los principios de laconquista de aquel reino. Por lo cual, y porexcusar la infamia del vender y comprar lagente, como dijeron de aquellos capitanes, lepareció a Hernando de Soto sería bien dar aviso

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al visorrey de las provisiones y conduta de queSu Majestad le había hecho merced para que losupiese, y juntamente suplicarle con ellas. A locual envió un soldado gallego llamado SanJurge, hombre hábil y diligente para cualquierhecho, el cual fue a México y en breve tiempovolvió con respuesta del visorrey que decíahiciese el gobernador seguramente su entrada yconquista por donde la tenía trazada y notemiese que se encontrasen los dos, porque élenviaba la gente que hacía a otra parte muylejos de donde el gobernador iba; que la tierrade la Florida era tan larga y ancha que habíapara todos y que, no solamente no pretendíaestorbarle, mas antes deseaba y tenía ánimo dele ayudar y socorrer si menester fuese, y así leofrecía su persona y hacienda y todo lo que consu cargo y administración pudieseaprovecharle. Con esta respuesta quedó elgobernador satisfecho y muy agradecido delofrecimiento del visorrey.

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Ya por este tiempo, que era mediado abril,toda la caballería que en Santiago de Cubahabía quedado era llegada a La Habana,habiendo caminado a jornadas muy cortas lasdoscientas y cincuenta leguas, poco más omenos, que hay de la una ciudad a la otra.

Viendo el adelantado que toda su gente, asíde a caballo como infantes, estaba ya toda juntaen La Habana y que el tiempo de podernavegar se iba acercando, nombró a doña Isabelde Bobadilla su mujer e hija del gobernadorPedro Arias de Ávila, mujer de toda bondad ydiscreción, por gobernadora de aquella granisla, y por su lugarteniente a un caballero nobley virtuoso llamado Joan de Rojas, y en laciudad de Santiago dejó por teniente a otrocaballero que había nombre Francisco deGuzmán. Los cuales dos caballeros, antes que elgeneral llegara a esta isla, gobernaban aquellasdos ciudades, y, por la buena relación que deellos tuvo, los dejó en el mismo cargo que antestenían. Compró una muy hermosa nao llamada

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Santa Ana que a aquella sazón acertó a venir alpuerto de La Habana. La cual nao, había idopor capitana a la conquista y descubrimientodel Río de la Plata con el gobernador y capitángeneral don Pedro de Zúñiga y Mendoza, elcual se perdió en la jornada y, volviéndose aEspaña, murió de enfermedad en la mar. Lanao llegó a Sevilla de aquel viaje y volvió conotro a México, de donde volvía entonces,cuando Hernando de Soto la compró por sertan grande y hermosa, que llevó en ella ochentacaballos a la Florida.

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CAPÍTULO XIVLlega a La Habana una nao en la cual vieneHernán Ponce, compañero del gobernador

El gobernador andaba ya muy cerca deembarcarse para ir a su conquista, que noesperaba sino la bonanza del tiempo, cuandoentró en el puerto otra nao que venía deNombre de Dios, la cual, como pareció, entrócontra toda su voluntad, forzada del maltemporal que corría, porque, en cuatro o cincodías que anduvo contrastando con el viento, lavieron llegar a la boca del puerto tres veces yvolverse a meter en alta mar otras tantas comohuyendo de aquel puerto por no le tomar. Mas,no pudiendo resistir a la furia de la tormentaque hacía, aunque el principal pasajero que enella venía hubiese hecho grandes promesas alos marineros porque no entrasen en el puerto,mal que les pesó lo hubieron de tomar sinpoder hacer otra cosa, porque a la furia del mar

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no hay resistencia. Para lo cual es de saber que,cuando Hernando de Soto salió del Perú paravenir a España, como se dijo en el capítuloprimero, dejó hecha compañía y hermandadcon un Hernán Ponce que fuesen ambos a laparte de lo que los dos durante su vida ganaseno perdiesen, así en los repartimientos de indiosque Su Majestad les diese como en las demáscosas de honra y provecho que pudiesen haber.Porque la intención de Hernando de Sotocuando salió de aquella tierra fue de volver aella a gozar del premio que por los servicioshechos en la conquista de ella había merecido,aunque después, como se ha visto, pasó lospensamientos a otra parte. Esta mismacompañía se hizo entonces y después entreotros muchos caballeros y gente principal quese halló en la conquista del Perú, que aún yoalcancé a conocer algunos de ellos, que vivíanen ella como si fueran hermanos, gozando delos repartimientos que les habían dado sindividirlos.

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Hernán Ponce (cuya parentela ni patria noalcancé a saber más de que oí decir que era delreino de León), después de la venida deHernando de Soto a España, tuvo en el Perú unrepartimiento de indios muy rico (merced queel marqués don Francisco Pizarro en nombre deSu Majestad le hizo), los cuales le dieron muchooro y plata y piedras preciosas, con lo cual, ycon lo que más pudo recoger del valor de laspreseas y alhajas de casa, que entonces todo sevendía a peso de oro, y con la cobranza dealgunas deudas que Hernando de Soto le dejó,venía a España muy próspero de dinero. Y,como supiese en Nombre de Dios o enCartagena que Hernando de Soto estaba en LaHabana con tanto aparato de gente y navíospara ir a la Florida, quisiera pasarse de largosin tocar en ella por no darle cuenta de lo queentre los dos había, y por no partir con él de loque traía, que temió no se lo quitase todo comohombre menesteroso que se había metido entanto gasto. Y ésta era la causa de haber

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rehusado tanto de no tomar el puerto, sipudiera no tomarlo; mas no le fue posible,porque la fortuna o tempestad de la mar, sinatención o respeto alguno, desdeña o favorece aquien se le antoja.

Luego que la nao entró en el puerto supo elgobernador que venía Hernán Ponce en ella.Envió a visitarle y darle el parabién de suvenida y ofrecerle su posada y todo lo demásde su hacienda, oficios y cargos, pues, comocompañero y hermano, tenía la mitad en todolo que él poseía y mandaba, y, en pos de esterecaudo, fue en persona a verle y sacarle atierra.

Hernán Ponce no quisiera tantocomedimiento ni hermandad; empero, despuésde haberse hablado el uno al otro con palabrasordinarias de buenas cortesías, disimulando sucongoja, se excusó lo mejor que pudo de salir atierra, diciendo que por el mucho trabajo ypoco sueño que en aquellos cuatro o cinco díascon la tormenta de la mar había tenido no

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estaba para desembarcarse; que suplicaba a suseñoría, por aquella noche siquiera, tuviese porbien se quedase en el navío; que otro día, siestuviese mejor, saldría a besarle las manos y arecibir y gozar toda la merced que le ofrecía. Elgobernador lo dejó a toda su voluntad pormostrar que no quería ir contra ella en cosaalguna, mas, sintiendo el mal que tenía, mandócon mucho secreto poner guardas por mar ypor tierra que con todo cuidado velasen lanoche siguiente y viesen lo que Hernán Poncehacía de sí.

El cual, no fiando de la cortesía de sucompañero ni pudiendo entender que fuesetanta, como después vio, ni aconsejándose conotro, que con la avaricia, cuyos consejossiempre son en perjuicio del mismo que lostoma, acordó poner en cobro y esconder entierra una gran partida de oro y piedraspreciosas que traía, no advirtiendo que, en marni en tierra en todo aquel distrito, podía haberlugar seguro para él, donde le fuera mejor

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esperar en el comedimiento ajeno que en suspropias diligencias, mas el temeroso ysospechoso siempre elige por remedio lo que lees mayor mal y daño. Así lo hizo este caballeroque, dejando la plata para hacer muestra conella, mandó sacar del navío a media noche todoel oro, perlas y piedras preciosas que en doscofrecillos traía, que todo ello pasaba decuarenta mil pesos de valor, y llevarlo alpueblo, a casa de algún amigo o enterrarle en lacosta a vista del navío para volverlo a cobrarpasada la tormenta que recelaba tener conHernando de Soto. Mas sucedió al revés,porque las guardas y centinelas, que velabanmetidos en el monte, que lo hay muy bravo enaquel puerto y en toda su costa, viendo ir elbatel hacia ellos, se estuvieron quedos hastaque desembarcase lo que traía, y cuando vieronla gente en tierra y lejos del batel, arremetieroncon ellos, los cuales, desamparando el tesoro,huyeron al barco. Unos acertaron a tomarlo yotros se echaron al agua por no ser muertos o

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presos. Los de tierra, habiendo recogido lapresa, sin hacer más ruido, la llevaron toda algobernador, de que él recibió pena por ver quesu compañero viniese tan sospechoso de suamistad y hermandad, como lo mostraba poraquel hecho, y mandó tener encubierto hastaver cómo salía de él Hernán Ponce.

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CAPÍTULO XVLas cosas que pasan entre Hernán Ponce deLeón y Hernando de Soto, y cómo el goberna-dor se embarcó para la Florida

Venido el día siguiente, Hernán Ponce salióde su navío con mucha tristeza y dolor dehaber perdido su tesoro donde pensaba haberlopuesto en cobro. Mas, disimulando su pena, fuea posar a la posada del gobernador, y a solashablaron muy largo de las cosas pasadas ypresentes, y, llegados al hecho de la nocheprecedente, Hernando de Soto se le quejó conmucho sentimiento de la desconfianza quehabía tenido de su amistad y hermandad, pues,no fiando de ella, había querido esconder suhacienda temiendo no se la quitase, de que élestaba tan lejos como él lo vería por la obra.Diciendo esto, mandó traer ante sí todo lo quela noche antes había tomado a los del batel y loentregó a Hernán Ponce, advirtiéndole mirase

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si faltaba algo, que lo haría restituir. Y para queviese cuán diferente ánimo había sido el suyo,de no partir la compañía y hermandad quetenía hecha, le hacía saber que todo lo quehabía gastado para hacer aquella conquista, y elhaberla pedido a Su Majestad, había sidodebajo de la unión de ella, para que la honra yprovecho de la jornada fuese de ambos, y quede esto podía certificarse de los testigos que allíhabía, en cuya presencia había otorgado lasescrituras y declaraciones para esto necesarias;y, para mayor satisfacción suya, si quería ir aaquella conquista o, sin ir a ella, como élgustase, de cualquier manera que fuese, dijo,que luego al presente renunciaría en él el títuloo títulos que apeteciese de los que Su Majestadle había dado. Demás de esto dijo holgaría leavisase de todo lo que a su gusto, honra yprovecho tuviese bien, que en él hallaría lo quequisiese muy al contrario de lo que él habíatemido.

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Hernán Ponce se vio confundido de lamucha cortesía del gobernador y de lademasiada desconfianza suya, y atajandorazones, porque no las hallaba para sudescargo, respondió suplicaba a su señoría leperdonase el yerro pasado y tuviese por biende le sustentar y confirmar las mercedes que lehabía hecho en llamarle compañero y hermano,de que él se tenía por muy dichoso, sinpretender otro título mejor, que para él no lopodía haber, sólo deseaba que las escrituras desu compañía y hermandad, para mayorpublicidad de ella, se volviesen a renovar, yque su señoría fuese muy enhorabuena a laconquista y a él dejase venir a España, que,dándoles Dios salud y vida, gozarían de sucompañía, y adelante, si quisiesen, partirían loque hubiesen ganado. Y, en señal que aceptabapor suya la mitad de lo conquistado, suplicabaa su señoría permitiese que doña Isabel deBobadilla, su mujer, recibiese diez mil pesos enoro y plata, con que le servía para ayuda a la

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jornada, puesto que, conforme a la compañía,era de su señoría la mitad de todo lo que delPerú traía, que era mayor cantidad. Elgobernador holgó de hacer lo que HernánPonce le pedía, y, en mucha conformidad deambos, se renovaron las escrituras de sucompañía y hermandad, y en ella semantuvieron el tiempo que estuvieron en LaHabana, y el gobernador avisó a los suyos ensecreto y les persuadió con el ejemplo enpúblico tratasen a Hernán Ponce como a supropia persona, y así se hizo, que todos lehablaban señoría y le respetaban como almismo adelantado.

Concluidas las cosas que hemos dicho,pareciéndole al gobernador que el tiempoconvidaba ya a la navegación, mandó embarcara toda prisa los bastimentos y las demás cosasque se habían de llevar, todo lo cual puesto enlos navíos como había de ir, embarcaron loscaballos: en la nao Santa Ana, ochenta; en lanao de San Cristóbal, sesenta; en la llamada

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Concepción, cuarenta; y en los otros tres navíosmenores, San Juan, Santa Bárbara y San Antón,embarcaron setenta, que por todos fuerontrescientos y cincuenta caballos los que llevarona esta jornada. Luego se embarcó la gente deguerra, que con los de la isla que quisieron ir aesta conquista, sin los marineros de los ochonavíos, carabela y bergantines, llegaban a milhombres, toda gente lucida, apercibida dearmas y arreos de sus personas y caballos, tantoque hasta entonces, ni después acá, no se havisto tan buena banda de gente y caballos, todojunto, para jornada alguna que se haya hechode conquista de indios.

En todo esto de navíos, gente, caballos yaparato de guerra, concuerdan igualmenteAlonso de Carmona y Juan Coles en susrelaciones.

Este número de navíos, caballos y hombresde pelea, sin la gente marinesca, sacó elgobernador y adelantado Hernando de Soto delpuerto de La Habana, cuando a los doce de

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mayo del año mil y quinientos y treinta y nuevese hizo a la vela para hacer la entrada yconquista de la Florida, llevando su armada tanabastada de todo bastimento que más parecíaestar en una ciudad muy proveída que navegarpor la mar, donde le dejaremos por volver auna novedad que Hernán Ponce hizo en LaHabana, donde, con achaque de refrescarse yaguardar mejor tiempo para la navegación deEspaña, se había quedado hasta la partida delgobernador.

Es así que, pasados ocho días que el generalse había hecho a la vela, Hernán Poncepresentó un escrito ante Juan de Rojas, tenientede gobernador, diciendo haber dado aHernando de Soto diez mil pesos de oro sindebérselos, forzado de temor no le quitasecomo hombre poderoso toda la hacienda quetraía del Perú. Por tanto, le requería mandase adoña Isabel de Bobadilla, mujer de Hernandode Soto, que los había recibido, se los volviese;

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donde no, protestaba quejarse de ello ante lamajestad del emperador nuestro señor.

Sabida la demanda por doña Isabel deBobadilla, respondió que entre Hernán Ponce yHernando de Soto, su marido, había muchascuentas viejas y nuevas que estaban poraveriguar, como por las escrituras de lacompañía y hermandad entre ellos hechaparecía, y por ellas mismas constaba deberHernán Ponce a Hernando de Soto más decincuenta mil ducados, que era la mitad delgasto que había hecho para aquella conquista.Por tanto pidió a la justicia prendiese a HernánPonce y lo tuviese a buen recaudo hasta que seaverigüasen las cuentas, las cuales ella ofrecíadar luego en nombre de su marido. Estarespuesta supo Hernán Ponce antes que lajusticia hiciese su oficio (que doquiera por eldinero se hallan espías dobles), y, por no verseen otras contingencias y peligros como lospasados, alzó las velas y se vino a España sinesperar averiguación de cuentas en que había

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de ser alcanzado en gran suma de dinero.Muchas veces la codicia del interés ciega eljuicio de los hombres, aunque sean ricos ynobles, a que hagan cosas que no les sirven másque de haber descubierto y publicado la bajezay vileza de sus ánimos.

FIN DEL LIBRO PRIMERODE LA FLORIDA DEL INCA

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PRIMERA PARTE DEL LIBRO SEGUNDO

DE LA HISTORIA DE LA FLORIDA DEL INCA

Donde se trata decómo el gobernador llegó ala Florida y halló rastro dePánfilo de Narváez y uncristiano cautivo; lostormentos y la cruel vidaque los indios le daban; lasgenerosidades de un indio,señor de vasallos; lasprevenciones que para eldescubrimiento sehicieron: los sucesos queacaecieron en las primerasocho provincias quedescubrieron y lasdesatinadas bravezas, enpalabras y obras, de uncacique temerario.Contiene treinta capítulos.

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CAPÍTULO IEl gobernador llega a la Florida y halla rastrode Pánfilo de Narváez

El gobernador Hernando de Soto, que,como dijimos, iba navegando en demanda de laFlorida, descubrió tierra de ella el postrer díade mayo, habiendo tardado diez y nueve díaspor la mar por haberle sido el tiempo contrario.Surgieron las naos en una bahía honda y buenaque llamaron del Espíritu Santo, y, por sertarde, no desembarcaron gente alguna aqueldía. El primero de junio echaron los bateles atierra, los cuales volvieron cargados de hierbapara los caballos y trajeron mucho agraz deparrizas incultas que hallaron por el monte, quelos indios de todo este gran reino de la Floridano cultivan esta planta ni la tienen en laveneración que otras naciones, aunque comenla fruta de ella cuando está muy madura ohecha pasas. Los nuestros quedaron muy

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contentos de las buenas muestras que trajeronde tierra por asemejarse en las uvas a España,las cuales no hallaron en tierra de México ni entodo el Perú. El segundo día de junio mandó elgobernador que saliesen a tierra trescientosinfantes al auto y solemnidad de tomar laposesión de ella por el emperador CarlosQuinto, rey de España. Los cuales, después delauto anduvieron todo el día por la costa sin verindio alguno y a la noche se quedaron a dormiren tierra. Al cuarto del alba dieron los indios enellos con tanto ímpetu y denuedo que losretiraron hasta el agua, y, como tocasen arma,salieron de los navíos infantes y caballos a lossocorrer con tanta presteza como si estuvieranen tierra.

El teniente general Vasco Porcallo deFigueroa fue el caudillo del socorro. Halló losinfantes de tierra apretados y turbados comobisoños, que unos a otros se estorbaban alpelear, y algunos de ellos ya heridos de lasflechas. Dado el socorro y seguido un buen

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trecho el alcance de los enemigos, se volvierona su alojamiento. Y apenas habían llegado a élcuando se les cayó muerto el caballo delteniente general de un flechazo que en larefriega le dieron sobre la silla, que pasando laropa, tejuelas y bastos, entró más de una terciapor las costillas a lo hueco. Vasco Porcalloholgó mucho de que el primer caballo que en laconquista se empleó y la primera lanza que enlos enemigos se estrenó, fuese el suyo.

Este día y otro siguiente desembarcaron loscaballos, y toda la gente salió a tierra. Y,habiéndose refrescado ocho o nueve días ydejado orden en lo que a los navíos convenía,caminaron en la tierra adentro poco más de dosleguas, hasta un pueblo de un cacique llamadoHirrihigua con quien Pánfilo de Narváez,cuando fue a conquistar aquella provincia,había tenido guerra, aunque después el indio sehabía reducido a su amistad, y, durante ella, nose sabe por qué causa, enojado Pánfilo de

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Narváez, le había hecho ciertos agravios quepor ser odiosos no se cuentan.

Por la sinrazón y ofensas quedó el caciqueHirrihigua tan amedrentado y odioso de losespañoles que, cuando supo la ida deHernando de Soto a su tierra, se fue a losmontes desamparando su casa y pueblo. Y porcaricias, regalos y promesas que el gobernadorle hizo, enviándoselas por los indios susvasallos que prendía, nunca jamás quiso salirde paz ni oír recaudo alguno de los que leenviaban, antes se enfadaba con quien se losllevaba diciendo que, pues sabían cuánofendido y lastimado estaba de aquella nación,no tenían para qué llevarle sus mensajes, que, sifueran sus cabezas, ésas recibiera él de muybuena gana, mas que sus palabras y nombresno les querría oír. Todo esto y más puede lainjuria, principalmente si fue hecha sin culpadel ofendido. Y para que se vea mejor la rabiaque este indio contra los castellanos tenía, serábien decir aquí algunas crueldades y martirios

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que hizo en cuatro españoles que pudo haberde los de Pánfilo de Narváez, que, aunque nosalarguemos algún tanto, no saldremos delpropósito, antes aprovechará mucho paranuestra historia.

Es de saber que, pasados algunos díasdespués que Pánfilo de Narváez se fue de latierra de este cacique, habiendo hecho lo quedejamos dicho, acertó a ir a aquella bahía unnavío de los suyos en su busca, el cual se habíaquedado atrás, y, como el cacique supiese queera de los de Narváez y que los buscaba,quisiera coger todos los que iban dentro paraquemarlos vivos. Y por asegurarlos se fingióamigo de Pánfilo de Narváez y les envió a decircómo su capitán había estado allí y dejadoorden de lo que aquel navío debía de hacer, siaportase a aquel puerto. Y para persuadirles aque le creyesen mostró desde tierra dos o trespliegos de papel blanco y otras cartas viejas quede la amistad pasada de los españoles, o como

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quiera que hubiese sido, había podido haber, ylas tenía muy guardadas.

Los del navío, con todo esto, se recataron yno quisieron salir a tierra. Entonces el caciqueenvió en una canoa cuatro indios principales alnavío diciendo que, pues no fiaban de él, lesenviaba aquellos cuatro hombres nobles ycaballeros (este nombre caballero en los indiosparece impropio porque no tuvieron caballos,de los cuales se dedujo el nombre, mas, porqueen España se entiende por los nobles, y entreindios los hubo nobilísimos, se podrá tambiéndecir por ello) en rehenes y seguridad para quedel navío saliesen los españoles que quisiesen ira saber de su capitán Pánfilo de Narváez, y que,si no se aseguraban, que les enviaría másprendas. Viendo esto, salieron cuatro españolesy entraron en la canoa con los indios quehabían llevado los rehenes. El cacique, que losquisiera todos, viendo que no iban más decuatro no quiso hacer más instancia en pedir

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más castellanos porque esos pocos que iban a élno se escandalizasen y se volviesen al navío.

Luego que los españoles saltaron en tierra,los cuatro indios que habían quedado en elnavío por rehenes, viendo que los cristianosestaban ya en poder de los suyos, se arrojaronal agua, y, dando una larga zambullida ynadando como peces, se fueron a tierra,cumpliendo en esto el orden que su señor leshabía dado. Los del navío, viéndose burlados,antes que les acaeciese otra peor, se fueron dela bahía con mucho pesar de haber perdido loscompañeros tan indiscretamente.

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CAPÍTULO IIDe los tormentos que un cacique daba a unespañol esclavo suyo

El cacique Hirrihigua mandó guardar abuen recaudo los cuatro españoles para con lamuerte de ellos solemnizar una gran fiesta que,según su gentilidad, esperaba celebrar dentrode pocos días. Venida la fiesta, los mandó sacardesnudos a la plaza y que uno a uno,corriéndolos de una parte a otra, los flechasencomo a fieras, y que no les tirasen muchasflechas juntas porque tardasen más en morir yel tormento les fuese mayor, y a los indios, sufiesta y regocijo más larga y solemne. Así lohicieron con los tres españoles, recibiendo elcacique gran contento y placer de verlos huir atodas partes buscando remedio y que enninguna hallasen socorro sino muerte. Cuandoquisieron sacar el cuarto, que era mozo queapenas llegaba a los diez y ocho años, natural

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de Sevilla, llamado Juan Ortiz, salió la mujerdel cacique, y en su compañía sacó tres hijassuyas mozas, y, puestas delante del marido, ledijo que le suplicaba se contentase con los trescastellanos muertos y que perdonase aquelmozo, pues ni él ni sus compañeros habíantenido culpa de la maldad que los pasadoshabían hecho, pues no habían venido conPánfilo de Narváez, y que particularmenteaquel muchacho era digno de perdón, porquesu poca edad le libraba de culpa; y pedíamisericordia, que bastaba quedase por esclavoy no que lo matasen tan crudamente, sin haberhecho delito.

El cacique, por dar contento a su mujer ehijas, otorgó por entonces la vida a Juan Ortiz,aunque después se la dio tan triste y amargaque muchas veces hubo envidia a sus trescompañeros muertos, porque el trabajocontinuo sin cesar de acarrear leña y agua eratanto y el comer y dormir tan poco, los palos,bofetadas y azotes de todos los días tan crueles,

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sin los demás tormentos que a sus tiempos enparticulares fiestas le daban, que muchas veces,si no fuera cristiano tomara por remedio lamuerte con sus manos. Porque es así que, sin eltormento cotidiano, el cacique, por supasatiempo, muchos días de fiesta mandabaque Juan Ortiz corriese todo el día sin parar (desol a sombra), en una plaza larga que en elpueblo había, donde flecharon a suscompañeros. Y el mismo cacique salía a verlecorrer, y con él iban sus gentileshombresapercibidos de sus arcos y flechas para tirarleen dejando de correr. Juan Ortiz empezaba sucarrera en saliendo el sol y no paraba de unaparte a otra de la plaza hasta que se ponía elsol, que éste era el tiempo que le señalaban. Ycuando el cacique se iba a comer dejaba susgentileshombres que le mirasen para que, endejando de correr, lo matasen. Acabado el día,quedaba el triste cual se puede imaginar,tendido en el suelo más muerto que vivo. Lapiedad de la mujer e hijas del cacique le

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socorrían estos tales días, porque ellas lotomaban luego y lo arropaban y hacían otrosbeneficios que le sustentaban la vida, que fueramejor quitársela por librarle de aquellosmuchos trabajos. El cacique, viendo que tantosy tan continuos tormentos no bastaban a quitarla vida a Juan Ortiz, y creciéndole por horas elodio que le tenía, por acabar con él mandó undía de sus fiestas hacer un gran fuego en mediode la plaza, y, cuando vio mucha brasa hecha,mandó tenderla y poner encima una barbacoa,que es un lecho de madera en forma deparrillas una vara de medir alta del suelo, y quesobre ella pusiesen a Juan Ortiz para asarlovivo.

Así se hizo, donde estuvo el pobre españolmucho rato tendido de un lado, atado a labarbacoa. A los gritos que el triste daba en elfuego, acudieron la mujer e hijas del cacique, y,rogando al marido, y aun riñendo su crueldad,lo sacaron del fuego ya medio asado, que lasvejigas tenía por aquel lado como medias

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naranjas, y algunas de ellas reventadas, pordonde le corría mucha sangre, que era lástimaverlo. El cacique pasó por ello porque eranmujeres que él tanto quería, y quizá lo hizotambién por tener adelante en quien ejercitar suira y mostrar el deseo de su venganza; porquehubiese en quien la ejercitar, que aunque tanpequeña para como la deseaba, todavía serecreaba con aquella poca. Y así lo dijo muchasveces que le había pesado de haber muerto lostres españoles tan brevemente. Las mujeresllevaron a Juan Ortiz a su casa, y con zumos deyerbas (que las indias e indios como carecen demédicos son grandes herbolarios), le curaroncon gran lástima de verle cuál estaba. ¡Quéveces y veces se habían arrepentido ya dehaberlo la primera vez librado de muerte, porver que tan a la larga y con tan cruelestormentos se la daban cada día! Juan Ortiz alcabo de muchos días quedó sano, aunque lasseñales de las quemaduras del fuego le

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quedaron bien grandes.

El cacique, por no verlo así y por librarsede la molestia que su mujer e hijas con susruegos le daban, mandó, porque no estuvieseocioso, ejercitarlo en otro tormento no tan gravecomo los pasados. Y fue que guardase de día yde noche los cuerpos muertos de los vecinos deaquel pueblo que se ponían en el campo dentroen un monte lejos de poblado, lugar señaladopara ellos. Los cuales ponían sobre la tierra enunas arcas de madera que servían desepulturas, sin gonces ni otro más recaudo decerradura que unas tablas con que las cubrían yencima unas piedras o maderos, de las cualesarcas, por el mal recaudo que ellas tenían deguardar los cuerpos muertos, se los llevaban losleones, que por aquella tierra hay muchos, deque los indios recibían mucha pesadumbre yenojo. Este sitio mandó el cacique a Juan Ortizque guardase con cuidado que los leones no lellevasen algún difunto, o parte de él, con

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protestación y juramento que le hizo, si lollevaban moriría asado sin remedio alguno. Ypara con qué los guardase le dio cuatro dardosque tirase a los leones o a otras salvajinas quellegasen a las arcas. Juan Ortiz, dando gracias aDios que le hubiese quitado de la continuapresencia del cacique Hirrihigua, su amo, se fuea guardar los muertos, esperando tener mejorvida con ellos que con los vivos. Guardábaloscon todo cuidado, principalmente de noche,porque entonces había mayor riesgo. Sucedióque una noche de las que así velaba se durmióal cuarto del alba sin poder resistir el sueño,porque a esta hora suele mostrar sus mayoresfuerzas contra los que velan. A este tiempoacertó a venir un león, y, derribando lascompuertas de una de las arcas, sacó un niñoque dos días antes habían echado en ella y se lollevó. Juan Ortiz recordó al ruido que lascompuertas hicieron al caer, y como acudió alarca y no halló el cuerpo del niño, se tuvo pormuerto. Mas con toda su ansia y congoja no

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dejó de hacer sus diligencias, buscando al leónpara, si lo topase, quitarle el muerto o morir asus manos. Por otra parte se encomendaba aNuestro Señor le diese esfuerzo para morir otrodía confesando y llamando su nombre, porquesabía que, luego que amaneciese, habían devisitar los indios las arcas, y, no hallando elcuerpo del niño, lo habían de quemar vivo.Andando por el monte de una parte a otra conlas ansias de la muerte, salió a un caminoancho, que por medio de él pasaba, y, yendopor él un rato con determinación de huirse,aunque era imposible escaparse, oyó en elmonte, no lejos de donde iba, un ruido como deperro que roía huesos. Y escuchando bien, secertificó en ello, y, sospechando que podía serel león que estuviese comiendo el niño, fue conmucho tiento por entre las matas, acercándoseadonde sentía el ruido, y a la luz de la luna quehacía, aunque no muy clara, vio cerca de sí alleón, que a su placer comía el niño. Juan Ortiz,llamando a Dios y cobrando ánimo, le tiró un

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dardo. Y, aunque por entonces no vio, porcausa de las matas, el tiro que había hecho,todavía sintió que no había sido malo porquedarle la mano sabrosa, cual dicen loscazadores que la sienten cuando han hechoalgún buen tiro a las fieras de noche. Con estaesperanza, aunque tan flaca, y también por nohaber sentido que el león se hubiese alejado dedonde le había tirado, aguardó a queamaneciese, encomendándose a Nuestro Señorle socorriese en aquella necesidad.

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CAPÍTULO IIIProsigue la mala vida del cautivo cristiano ycómo se huyó de su amo

Con la luz del día se certificó Juan Ortiz delbuen tiro que a tiento había hecho de nocheporque vio muerto el león, atravesadas lasentrañas y el corazón por medio (como despuésse halló cuando lo abrieron), cosa que él mismo,aunque la veía, no podía creer. Con el contentoy alegría que se puede imaginar mejor quedecir, lo llevó arrastrando por un pie, sinquitarle el dardo, para que su amo lo viese asícomo lo había hallado, habiendo primerorecogido y vuelto al arca los pedazos que delniño halló por comer. El cacique y todos los desu pueblo se admiraron grandemente de estahazaña, porque en aquella tierra en general setiene por cosa de milagro matar un hombre aun león, y, así, tratan con gran veneración yacatamiento al que acierta a matarlo. Y en toda

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parte, por ser animal tan fiero, se debe estimaren mucho, principalmente si lo mata sin tiro deballesta o arcabuz, como lo hizo Juan Ortiz. Y,aunque es verdad que los leones de la Florida,México y Perú no son tan grandes ni fieroscomo los de África, al fin son leones y elnombre les basta, y, aunque el refrán comúndiga que no son tan fieros como los pintan, losque se han hallado cerca de ellos dicen que sontanto más fieros que los dibujados, cuanto vade lo vivo a lo pintado.

Con esta buena suerte de Juan Ortiztomaron más ánimo y osadía la mujer e hijasdel cacique para interceder por él que loperdonase del todo y se sirviese de él en oficioshonrados, dignos de su esfuerzo y valentía.Hirrihigua de allí en adelante, por algunos días,trató mejor a su esclavo, así por la estima yfavor que en su pueblo y casa le hacían comopara acudir al hecho hazañoso que ellos en suvana religión tanto estiman y honran, que lotienen por sagrado y más que humano. Empero

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(como la injuria no sepa perdonar), todas lasveces que se acordaba que a su madre habíanechado a los perros y dejádola comer de ellos ycuando se iba a sonar y no hallaba sus narices,le tomaba el diablo por vengarse de Juan Ortiz,como si él se las hubiera cortado; y comosiempre trajese la ofensa delante de los ojos, ycon la memoria de ella de día en día le creciesela ira, rencor y deseo de tomar venganza,aunque por algún tiempo refrenó estaspasiones, no pudiendo ya resistirlas, dijo un díaa su mujer e hijas que le era imposible sufrirque aquel cristiano viviese, porque su vida leera muy odiosa y abominable, que cada vezque le veía se le refrescaban las injurias pasadasy de nuevo se daba por ofendido. Por tanto, lesmandaba que en ninguna manera intercediesenmás por él si no querían participar de la mismasaña y enojo, y que, para acabar del todo conaquel español, había determinado que tal díade fiesta (que presto habían de solemnizar), loflechasen y matasen como habían hecho a sus

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compañeros, no obstante su valentía, que porser de enemigo se debía antes de aborrecer queestimar. La mujer e hijas del cacique, porque lovieron enojado y entendieron que no había deaprovechar intercesión alguna, y tambiénporque les pareció que era demasía importunary dar tanta pesadumbre al señor por el esclavo,no osaron replicar palabra en contra. Antes, conastucia mujeril acudieron a decirle que seríamuy bien que así se hiciese pues él gustaba deello. Mas la mayor de las hijas, por llevar suintención adelante y salir con ella, pocos díasantes de la fiesta en secreto dio noticia a JuanOrtiz de la determinación de su padre contra ély que ella, ni sus hermanas, ni su madre ya novalían ni podían cosa alguna con el padre, porhaberles puesto silencio en su favor yamenazádolas si lo quebrantasen.

A estas nuevas tan tristes, queriendoesforzar al español añadió otras en contrario yle dijo: "Porque no desconfíes de mí nidesesperes de tu vida, ni temas que yo deje de

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hacer todo lo que pudiere por dártela, si ereshombre y tienes ánimo para huirte, yo te daréfavor y socorro para que te escapes y te pongasen salvo. Esta noche que viene, a tal hora y ental parte, hallarás un indio de quien fío tu saludy la mía, el cual te guiará hasta un puente queestá dos leguas de aquí. Llegando a ella, lemandarás que no pase adelante, sino que sevuelva al pueblo antes que amanezca, porqueno le echen menos y se sepa mi atrevimiento yel suyo, y, por haberte hecho bien, a él y a mínos venga mal. Seis leguas más allá del puenteestá un pueblo cuyo señor me quiere bien ydesea casar conmigo, llámase Mucozo; diraslede mi parte que yo te envío a él para que enesta necesidad te socorra y favorezca comoquien es. Yo sé que hará por ti todo lo quepudiere, como verás. Encomiéndate a tu Dios,que yo no puedo hacer más en tu favor." JuanOrtiz se echó a sus pies, en reconocimiento dela merced y beneficio que le hacía, y siempre lehabía hecho, y luego se apercibió para caminar

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la noche siguiente. Y a la hora señalada, cuandoya los de la casa del cacique estaban reposados,salió a buscar la guía prometida, y con ella saliódel pueblo sin que nadie los sintiese, y, enllegando a la puente, dijo al indio que con todorecato se volviese luego a su casa, habiendoprimero sabido de él que no había dóndeperder el camino hasta el pueblo de Mucozo.

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CAPÍTULO IVDe la magnanimidad del curaca o caciqueMucozo, a quien se encomendó el cautivo

Juan Ortiz, como hombre que iba huyendo,llegó al lugar antes que amaneciese, mas por nocausar algún alboroto no osó entrar en él, y,cuando fue de día, vio salir dos indios delpueblo por el mismo camino que él llevaba, loscuales quisieron flecharle, que siempre andanapercibidos de estas armas. Juan Ortiz, quetambién las llevaba, puso una flecha en su arcopara defenderse de ellos, y también paraofenderles. ¡Oh cuánto puede un poco de favor,y más si es de dama! Pues vemos que el quepoco antes no sabía dónde esconderse,temiento la muerte, ahora se atreve a darla aotros de su propia mano sólo por versefavorecido de una moza hermosa, discreta ygenerosa, cuyo favor excede a todo otro favorhumano, con el cual, habiendo cobrado ánimo

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y esfuerzo, y aun soberbia, les dijo que no eraenemigo sino que iba con embajada de unaseñora para el señor de aquel lugar.

Los indios, oyendo esto, no le tiraron, antesse volvieron con él al pueblo y avisaron a sucacique cómo el esclavo de Hirrihigua estabaallí con mensaje para él. Lo cual, sabido porMucozo, o Mocozo, que todo es uno, salió hastala plaza a recibir el recaudo que Juan Ortiz lellevaba, el cual, después de haber saludadocomo mejor supo a la usanza de los mismosindios, en breve le contó los martirios que suamo le había hecho, en testimonio de los cualesle mostró en su cuerpo las señales de lasquemaduras, golpes y heridas que le habíandado; y cómo ahora últimamente su señorestaba determinado de matarle para con sumuerte regocijar y solemnizar tal día de fiesta,que esperaba tener presto. Y que la mujer ehijas del cacique su amo, aunque muchas vecesle habían dado la vida, no osaban ahora hablaren su favor por haberla impedido el señor so

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pena de enojo; y que la hija mayor de su señor,con deseo que no muriese, por último y mejorremedio, le había mandado y puéstole ánimoque se huyese, y dándole guía que leencaminase a su pueblo y casa, y díchole queen nombre de ella se presentase ante él. La cualle suplicaba por el amor que le tenía le recibiesedebajo de su amparo, y, como a cosaencomendada por ella, le favoreciese comoquien era. Mucozo lo recibió afablemente y leoyó con lástima de saber los males y tormentosque había pasado, que bien se mostraban en lasseñales de su cuerpo, que, según su traje de losindios de aquella tierra, no llevaba más de unospañetes.

En este paso, demás de lo que hemos dicho,añade Alonso de Carmona que lo abrazó y lobesó en el rostro en señal de paz.

Respondiole que fuese bien venido y seesforzase a perder el temor de la vida pasada,que en su compañía y casa la tendría biendiferente y contraria, y que, por servir a quien

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lo había enviado, y por él, que había ido asocorrerse de su persona y casa, haría todo loque pudiese, como por la obra lo vería, y quetuviese por cierto que mientras él viviese nadiesería parte para enojarle.

Todo lo que este buen cacique dijo en favorde Juan Ortiz cumplió, y mucho más de lo queprometió, y siempre de día y de noche lo traíaconsigo, haciéndole mucha honra, y muymucha más después que supo que habíamuerto al león con el dardo. En suma, le tratócomo a propio hermano muy querido (quehermanos hay que se aman como el agua y elfuego). Y, aunque Hirrihigua, sospechando quese fue a valer de Mocozo, se lo pidió muchasveces, siempre Mocozo se excusó de darlo,diciendo entre razones, por última respuesta,que lo dejase, pues se le había ido a su casa, quemuy poco perdía en perder un esclavo que tanodioso le era. Lo mismo respondió a otrocacique, cuñado suyo, llamado Urribarracuxi,de quien Hirrihigua se valió para lo pedir, el

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cual, viendo que sus mensajes noaprovechaban, fue personalmente a pedírselo, yMocozo le respondió en presencia lo mismoque en ausencia, y añadió otras palabras conenojo, y le dijo que, pues era su cuñado, no erajusto le mandase hacer cosa contra sureputación y honra, que no haría el deber, si aun afligido, que se le había ido a encomendar,entregase a su propio enemigo para que por suentretenimiento y pasatiempo lo martirizase ymatase como a fiera.

De estos dos caciques que con muchainstancia y porfía pedían a Juan Ortiz lodefendió Mocozo con tanta generosidad quetuvo por mejor perder (como lo perdió) elcasamiento que aficionadamente deseaba hacercon la hija de Hirrihigua y el parentesco yamistad del cuñado que volver el esclavo aquien lo pedía para matarlo, al cual tuvosiempre consigo muy estimado y regaladohasta que el gobernador Hernando de Sotoentró en la Florida.

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Diez años fueron los que Juan Ortiz estuvoentre aquellos indios: el uno y medio en poderde Hirrihigua y los demás con el buen Mocozo.El cual, aunque bárbaro, lo hizo con estecristiano muy de otra manera que losfamosísimos varones del triunvirato que, enLaino, lugar cerca de Bolonia, hicieron aquellanunca jamás bastantemente abominadaproscripción y concierto de dar y trocar losparientes, amigos y valedores por los enemigosy adversarios. Y lo hizo mucho mejor que otrospríncipes cristianos que después acá han hechootras tan abominables y más que aquélla,considerada la inocencia de los entregados y lacalidad de alguno de ellos y la fe que debíantener y guardar los entregadores, que aquélloseran gentiles y éstos se preciaban del nombre yreligión cristiana. Los cuales, quebrantando lasleyes y fueros de sus reinos, y sin respetar supropio ser y grado, que eran reyes y grandespríncipes, y con menosprecio de la fe jurada yprometida (cosa indigna de tales nombres), sólo

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por vengarse de sus enojos, entregaron los queno les habían ofendido por haber los ofensores,dando inocentes por culpados, como lotestifican las historias antiguas y modernas, lascuales dejaremos por no ofender oídospoderosos y lastimar los piadosos.

Basta representar la magnanimidad de uninfiel para que los príncipes fieles se esfuercena le imitar y sobrepujar, si pudieren, no en lainfidelidad, como lo hacen algunos indignos detal nombre, sino en la virtud y grandezassemejantes a que por la mayor alteza de estadoque tienen y están más obligados. Que cierto,consideradas bien las circunstancias del hechovaleroso de este indio y mirado por quién ycontra quién se hizo, y lo mucho que quisoposponer y perder, yendo aun contra su propioamor y deseo por no negar el socorro y favordemandado y por él prometido, se verá quenació de ánimo generosísimo y heroico,indigno de haber nacido y de vivir en labárbara gentilidad de aquella tierra. Mas Dios y

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la naturaleza humana muchas veces endesiertos tan incultos y estériles producensemejantes ánimos para mayor confusión yvergüenza de los que nacen y se crían en tierrasfértiles y abundantes de toda buena doctrina,ciencias y religión cristiana.

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CAPÍTULO VEnvía el gobernador por Juan Ortiz

La relación que hemos dado de la vida deJuan Ortiz tuvo el gobernador, aunque confuso,en el pueblo del cacique Hirrihigua, donde alpresente lo tenemos. Y antes la había tenido,aunque no tan larga, en La Habana, de uno delos cuatro indios que dijimos había preso elcontador Juan de Añasco cuando le enviaron aque descubriese la costa de la Florida, queacertó a ser vasallo de este cacique. El cualindio, cuando en su relación nombraba en LaHabana a Juan Ortiz, dejando el nombre Juanporque no lo sabía, decía Orotiz, y como a estemal hablar del indio se añadiese el peorentender de los buenos intérpretes quedeclaraban lo que él quería decir, y como todoslos oyentes tuviesen por principal intento el ir abuscar oro, oyendo decir al indio Orotiz, sinbuscar otras declaraciones, entendían que

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llanamente decía que en su tierra había muchooro, y se holgaban y regocijaban sólo con oírlonombrar, aunque en tan diferente significacióny sentido.

Pues como el gobernador se certificase queJuan Ortiz estaba en poder del cacique Mucozo,le pareció sería bien enviar por él, así porsacarlo de poder de indios como porque lohabía menester para lengua e intérprete dequien se pudiese fiar. Para lo cual eligió uncaballero natural de Sevilla, nombrado Baltasarde Gallegos, que iba por alguacil mayor de laarmada y del ejército, el cual, por su muchavirtud, esfuerzo y valentía, merecía ser generalde otro mayor ejército que aquél. Y le dijo que,con sesenta lanzas que llevase en su compañía,fuese a Mucozo y de su parte le dijese cuánagradecidos estaban él y todos los españolesque consigo tenía de la honra y beneficios que aJuan Ortiz había hecho y cuánto deseaba que seofreciese en qué gratificárselos; y que alpresente le rogaba se lo diese, que para cosas

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que importaban mucho lo había menester ycuando le pareciese viniese a visitarle, queholgaría mucho, de lo conocer y tener poramigo. Baltasar de Gallegos, con las sesentalanzas y un indio que lo guiase, salió del real encumplimiento de lo que se le mandó.

Por otra parte, el cacique Mucozo,habiendo sabido la ida del gobernadorHernando de Soto con tanta pujanza de gente ycaballos, y que había tomado tierra tan cerca dela suya, temiendo no le hiciesen daño en ella,quiso con prudencia y buen consejo prevenir elmal que podría venirle, y, para lo remediar,llamó a Juan Ortiz y le dijo: "Habéis de saber,hermano, que en el pueblo de vuestro buenamigo Hirrihigua está un capitán español conmil hombres de guerra y muchos caballos quevienen a conquistar esta tierra. Bien sabéis loque por vos he hecho y cómo, por salvaros lavida y no entregaros al que os tenía por esclavoy os quería para matar, elegí caer antes endesgracia de mis deudos y vecinos que hacer lo

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que ellos contra vos me pedían. Ahora se ofrecetiempo y ocasión en que podréis gratificarme labuena acogida, regalo y amistad que os hehecho, aunque nunca yo lo hice con esperanzade galardón alguno. Mas, pues la ventura lo haencaminado así, será cordura no perder lo queen ella nos ofrece. Iréis al general español y, devuestra parte y mía, le suplicaréis que enremuneración de lo que a él y a toda su naciónen vos he servido (pues por cualquiera de todosellos hiciera lo mismo), tenga por bien de nohacerme daño en esta poca tierra que tengo y sedigne de recibirme en su amistad y servicio,que desde luego le ofrezco mi persona, casa yestado para que la ponga debajo de suprotección y amparo. Y porque vaisacompañado, como a vos y a mí conviene,llevaréis cincuenta gentileshombres de mi casay miraréis por ellos y por mí como nuestraamistad os tiene obligado."

Juan Ortiz, con regocijo de la buena nueva,dando interiormente gracias a Dios por ella,

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respondió a Mucozo que holgaba mucho sehubiese ofrecido tiempo y ocasión en que servirla merced y beneficios que le había hecho, nosólo de la vida, sino también de mucho favor,estima y honra, que de su mucha virtud ycortesía había recibido de todo lo cual daríamuy larga relación y cuenta al capitán españoly a todos los suyos para que se lo agradecieseny pagasen en lo que al presente en su nombreles pidiese y en lo por venir se ofreciese; que éliba muy confiado que el general haría lo que desu parte le suplicase, porque la nación españolase preciaba de gente agradecida de lo que porlos suyos se hubiese hecho y así seguramentequedase con esperanza de alcanzar lo queenviaba a pedir al gobernador. Luego vinieronlos cincuenta indios que el cacique habíamandado apercibir, los cuales y Juan Ortiztomaron el camino real que va de un pueblo alotro y salieron el mismo día que Baltasar deGallegos salió del real a buscarle.

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Sucedió que, después de haber andado losespañoles más de tres leguas por el camino realancho y seguido que iba al pueblo de Mucozo,el indio que los guiaba, pareciéndole que no erabien hecho usar de tanta fidelidad con genteque venía a les sujetar y quitar sus tierras ylibertad y que de mucho atrás se habíanmostrado enemigos declarados, aunque deaquel ejército hasta entonces no habían recibidoagravios de que se poder quejar, mudó elánimo de guiarles y a la primera senda que vioatravesar, dejando el camino real, la tomó, y apoco trecho que por ella anduvo, la perdió queno era seguida. Y así los trajo gran parte del díadescaminados y perdidos, llevándolos siempreen arco hacia la costa de la mar con deseo detopar alguna ciénaga, cala o bahía en que, sipudiese, los ahogase. Los castellanos, como nosabían la tierra no sentían el engaño del indio,hasta que uno de ellos, por entre los árboles, deun monte claro por donde iban, acertó a ver lasgavias de los navíos que habían dejado y vio

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que estaban muy cerca de la costa, de que dioaviso al capitán Baltasar de Gallegos. El cual,vista la maldad de la guía, le amenazó conmuerte, haciendo ademán que lo queríaalancear. El indio, temiendo no le matasen, porseñas y palabras, como pudo, dijo que losvolvería al camino real, mas que era menesterdesandar todo lo que fuera de camino habíanandado, y así volvieron por los mismos pasos abuscarlo.

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CAPÍTULO VILo que sucedió a Juan Ortiz con los españolesque por él iban

Juan Ortiz, caminando por el camino real,llegó a la senda por donde el indio habíadescaminado a Baltasar de Gallegos y a suscaballeros, y, sospechando lo que fue ytemiendo no fuesen los castellanos por otraparte e hiciesen daño en el pueblo de Mucozo,consultó con los indios lo que harían.Acordaron todos que sería bien siguiesen atoda prisa el rastro de los caballos hasta losalcanzar y que no tomasen otro camino porqueno los errasen.

Pues como los indios siguiesen el rastro delos españoles y los españoles volviesen por elmismo camino que habían llevado, se dieronvista los unos a los otros en un gran llano, que auna parte de él había un monte cerrado dematas espesas. Los indios, viendo los

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castellanos, dijeron a Juan Ortiz que seríacordura asegurar sus personas y vidas conmeterse en aquel monte hasta que los cristianoslos reconociesen por amigos, porque,teniéndolos por enemigos, no los alanceasen enlo raso del campo. Juan Ortiz no quiso tomar elbuen consejo de los indios, confiado en que eraespañol y que los suyos le habían de reconocerluego que le viesen, como si viniera vestido a laespañola o estuviera en alguna cosadiferenciado de los indios para ser conocidopor español. El cual, como los demás, nollevaba sino unos pañetes por vestidura y unarco y flechas en las manos y un plumaje demedia braza en alto sobre la cabeza por gala yornamento.

Los castellanos, como noveles y ganosos depelear, viendo los indios, arremetieron a ellos arienda suelta, y, por muchas voces que elcapitán les dio, no bastó a los detener. ¿Quiénpodrá con bisoños cuando se desmandan?

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Los indios, como viesen cuán denodada einconsiderademente iban los castellanos a ellos,se arrojaron todos en el monte, que no quedóen el campo más de Juan Ortiz y un indio queno se dio tanta prisa como los otros a meterseen la guarida, al cual hirió un español quehabía sido soldado en Italia, llamado Franciscode Morales, natural de Sevilla, de una lanzadaen los lomos, alcanzándole a las primeras matasdel monte. Con Juan Ortiz arremetió otroespañol llamado Álvaro Nieto, natural de lavilla de Alburquerque, uno de los más recios yfuertes españoles que iban en todo el ejército, elcual, cerrando con él, le tiro una brava lanzada.Juan Ortiz tuvo buena ventura y destreza querebatiendo la lanza con el arco dio un salto altravés huyendo a un mismo tiempo del golpede la lanza y del encuentro del caballo, y,viendo que Álvaro Nieto revolvía sobre él, diograndes voces diciendo "Xivilla, Xivilla", pordecir Sevilla, Sevilla.

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En este paso, añade Juan Coles, que, noacertando Juan Ortiz a hablar castellano, hizocon la mano y el arco la señal de la cruz paraque el español viese que era cristiano. Porque,con el poco o ningún uso que entre los indioshabía tenido de la lengua castellana, se le habíaolvidado hasta el pronunciar el nombre de lapropia tierra, como yo podré decir también demí mismo que por no haber tenido en Españacon quién hablar mi lengua natural y materna,que es la general que se habla en todo el Perú(aunque los incas tenían otro particular quehablaban entre sí unos con otros), se me haolvidado de tal manera que, con saberla hablartan bien y mejor y con más elegancia que losmismos indios que no son incas, porque soyhijo de palla y sobrino de incas, que son los quemejor y más apuradamente la hablan por habersido lenguaje de la corte de sus príncipes yhaber sido ellos los principales cortesanos, noacierto ahora a concertar seis o siete palabras enoración para dar a entender lo que quiero decir,

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y más, que muchos vocablos se me han ido dela memoria, que no sé cuáles son, para nombraren indio tal o tal cosa. Aunque es verdad que, sioyese hablar a un inca, lo entendería todo loque dijese y, si oyese los vocablos olvidados,diría lo que significan; empero, de mí mismo,por mucho que lo procuro, no acierto a decircuáles son. Esto he sacado por experiencia deluso o descuido de las lenguas, que las ajenas seaprenden con usarlas y las propias se olvidanno usándolas.

Volviendo a Juan Ortiz, que lo dejamos engran peligro de ser muerto por los que másdeseaban verlo vivo, como Álvaro Nieto leoyese decir Xivilla, le preguntó si era JuanOrtiz, y, como le respondiese que sí, lo asió porun brazo y echó sobre las ancas de su caballocomo a un niño, porque era recio y fuerte estebuen soldado, y con mucha alegría de haberhallado lo que iba a buscar, dando gracias aDios de no haberle muerto, aunque le parecíaque todavía lo veía en aquel peligro, lo llevó al

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capitán Baltasar de Gallegos. El cual recibió aJuan Ortiz con gran regocijo y luego mandóllamasen a los demás caballeros que por elmonte andaban ansiosos por matar indioscomo si fueran venados para que todos sejuntasen a gozar de la buena suerte que leshabía sucedido, antes que hiciesen algún malen los amigos por no conocerlos. Juan Ortizentró en el monte a llamar a los indios,diciéndoles a grandes voces que saliesen y nohubiesen miedo. Muchos de ellos no pararonhasta su pueblo a dar aviso a su cacique de loque había pasado. Otros, que no se habíanalejado tanto, volvieron de tres en tres y decuatro en cuatro, como acertaban a hallarse, ytodos y cada uno por sí, con mucha saña yenojo, reñían a Juan Ortiz su poca advertencia ymucha bisoñería. Y, cuando vieron alcompañero herido por su causa, se encendieronde manera que apenas se contenían de ponerlas manos en él, y se las pusieran, si losespañoles no estuvieran presentes, mas

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vengaban su enojo con mil afrentas que ledecían, llamándole tonto, necio, impertinente,que no era español ni hombre de guerra y quemuy poco o nada le habían aprovechado losduelos y toda la malaventura pasada, que no enbalde se la habían dado y que la merecía muchopeor. En suma, ningún indio salió del monteque no riñese con él, y todos le decían casi unasmismas palabras, y él propio las declaraba a losdemás españoles, para su mayor afrenta. JuanOrtiz quedó bien reprehendido de haber sidoconfiado, mas todo lo dio por bien empleado atrueque de verse entre cristianos. Los cualescuraron al indio herido y, poniéndole sobre uncaballo, se fueron con él y con Juan Ortiz y conlos demás indios al real, deseosos de ver algobernador por llevar en tan breve tiempo tanbuen recaudo de lo que les había mandado. Yantes que saliesen del puesto, despachó JuanOrtiz un indio con relación a Mucozo de todolo sucedido porque no se escandalizase de loque los indios huidos le hubiesen dicho.

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Todo lo que hemos referido de Juan Ortizlo dicen también Juan Coles y Alonso deCarmona en sus relaciones. Y el uno de ellosdice que le cayeron gusanos en las llagas que elfuego le hizo cuando lo asaron. Y el otro, que esJuan Coles, dice que el gobernador le dio luegoun vestido de terciopelo negro y que, por estarhecho a andar desnudo, no lo pudo sufrir, quesolamente traía una camisa y unos calzones delienzo, gorra y zapatos y que anduvo así másde veinte días, hasta que poco a poco se hizo aandar vestido. Dicen más estos dos testigos devista, que entre otras mercedes y favores que elcacique Mucozo hizo a Juan Ortiz fue unahacerle su capitán general de mar y tierra.

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CAPÍTULO VIILa fiesta que todo el ejército hizo a Juan Ortiz,y cómo vino Mucozo a visitar al gobernador

Buena parte de la noche era ya pasadacuando Baltasar de Gallegos y sus compañerosentraron en el real. El gobernador que los sintiórecibió sobresalto, temiendo que, pues volvíantan presto, les había acaecido alguna desgracia,porque no los esperaba hasta el día tercero.Mas, certificado del buen recaudo que traían,toda la congoja se convirtió en fiesta y regocijo.Rindió las gracias al capitán y a sus soldados deque lo hubiesen hecho tan bien, recibió a JuanOrtiz como a propio hijo, con lástima y dolor deacordarse de tantos trabajos y martirios como lohabía dicho y su mismo cuerpo mostraba haberpasado, porque las señales de las quemadurasde cuando lo asaron eran tan grandes que todoun lado no era más que una quemadura o señalde ella. De los cuales trabajos daba gracias a

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Dios le hubiese librado, y del peligro de aqueldía, que no había sido el menor de los quehabía pasado. Acarició los indios que con élvinieron; mandó que con gran cuidado y regalocurasen al herido. Despachó aquella mismahora dos indios al cacique Mucozo con muchoagradecimiento por los beneficios que habíahecho a Juan Ortiz y por habérselo enviadolibremente y por el ofrecimiento de su personay amistad, la cual, dijo, que en nombre delemperador y rey de España, su señor, que era elprincipal y mayor de la cristiandad, y ennombre de todos aquellos capitanes ycaballeros que con él estaban, y en el suyo,aceptaba para le agradecer y pagar lo que portodos ellos había hecho en haber escapado de lamuerte a Juan Ortiz, que todos ellos le rogabanlos visitase, que quedaban con deseo de le ver yconocer.

Los capitanes y ministros, así del ejércitocomo de la Hacienda Real, y caballeros y todoslos demás soldados en común y particular,

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festejaron grandemente a Juan Ortiz que no setenía por compañero el que no llegaba a leabrazar y dar la enhorabuena de su venida. Asípasaron aquella noche que no la durmieron coneste general regocijo.

Luego, el día siguiente, llamó el general aJuan Ortiz para informarse de lo que sabía deaquella tierra y para que le contaseparticularmente lo que por él había pasado enpoder de aquellos caciques. Respondió que dela tierra, aunque había tanto tiempo que estabaen ella, sabía poco o nada, porque en poder deHirrihigua, su amo, mientras no leatormentaban con nuevos martirios, no ledejaba desmandarse un paso del servicioordinario que hacía acarreando agua y leñapara toda la casa y que, en poder de Mucozo,aunque tenía libertad para ir donde quisiese, nousaba de ella porque los vasallos de su amo,viéndole apartado de Mucozo, no le matasen,que para lo hacer tenían su orden y mandato, yque por estas causas no podía dar buena noticia

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de las calidades de la tierra, mas que había oídodecir que era buena y cuanto más adentro eramejor y más fértil; y que la vida que con loscaciques había pasado había sido en los dosextremos de bien y de mal que en este siglo sepuede tener, porque Mucozo se había mostradocon él tan piadoso y humano cuanto el otrocruel y vengativo, sin poderse encarecerbastantemente la virtud del uno ni la pasión delotro, como su señoría habría sido ya informado,para prueba de lo cual mostró las señales de sucuerpo, descubriendo las que se podían ver, yamplió la relación que de su vida hemos dado yde nuevo relató otros muchos tormentos quehabía pasado, que causaron compasión a losoyentes. Y lo dejaremos por excusar prolijidad.

El cacique Mucozo, al día tercero de comose le había hecho el recaudo con los indios, vinobien acompañado de los suyos. Besó las manosdel gobernador con toda veneración yacatamiento. Luego habló al teniente general yal maestre de campo y a los demás capitanes y

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caballeros que allí estaban, a cada unoconforme a la calidad de su persona,preguntando primero a Juan Ortiz quién eraéste, aquél y el otro, y aunque le dijese poralguno de los que le hablaban que no eracaballero ni capitán sino soldado particular, letrataba con mucho respeto, pero con muchomás a los que eran nobles y a los ministros delejército, de manera que fue notado por losespañoles. Mocozo, después que hubo habladoy dado lugar a que le hablasen los quepresentes estaban, volvió a saludar algobernador con nuevos modos de acatamiento.El cual, habiéndole recibido con muchaafabilidad y cortesía, le rindió las gracias de loque por Juan Ortiz había hecho y, por habérseloenviado tan amigablemente, díjole que le habíaobligado a él y a su ejército y a toda la naciónespañola para que en todo tiempo se loagradeciesen. Mucozo respondió que lo quepor Juan Ortiz había hecho lo había hecho porsu propio respeto, porque habiéndoselo ido a

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encomendar y socorrer a su persona y casa connecesidad de ella, en ley de quien era estabaobligado a hacer lo que por él había hecho, yque le parecía todo poco, porque la virtud,esfuerzo y valentía de Juan Ortiz, por sí solo,sin otro respecto alguno, merecía mucho más; yque el haberlo enviado a su señoría más habíasido por su propio interés y beneficio que porservir a su señoría, pues había sido para que,como defensor y abogado, con su intercesión yméritos alcanzase merced y gracia para que ensu tierra no se le hiciese daño. Y así, ni lo uno nilo otro no tenía su señoría que agradecer nirecibir en servicio, mas que él se holgaba, comoquiera que hubiese sido, de haber acertado ahacer cosa de que su señoría y aquelloscaballeros y toda la nación española, cuyoaficionado servidor él era, se hubiesenagradado y mostrado haber recibido contento.Suplicaba a su señoría que con el mismobeneplácito lo recibiese en su servicio debajo decuya protección y amparo ponía su persona y

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casa y estado, reconociendo por principal señoral emperador y rey de España ysegundariamente a su señoría como a sucapitán general y gobernador de aquel reino,que con esta merced que se le hiciese se tendríapor más aventajadamente gratificado que habíasido el mérito de su servicio hecho en beneficiode Juan Ortiz ni el haberlo enviado libremente,cosa que su señoría tanto había estimado. A locual decía que él estimaba y tenía en más versecomo aquel día se veía, favorecido y honradode su señoría y de todos aquellos caballeros,que cuanto bueno había hecho en toda su vida,y que protestaba esforzarse a hacer de allíadelante cosas semejantes en servicio de losespañoles, pues aquéllas le habían salido atanto bien.

Estas y otras muchas gentilezas dijo estecacique con toda la buena gracia y discreciónque en un discreto cortesano se puede pintar,de que el gobernador y los que con él estabanse admiraron no menos que de las

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generosidades que por Juan Ortiz había hecho,a las cuales imitaban las palabras.

Por todo lo cual, el adelantado Hernandode Soto y el teniente general Vasco Porcallo deFigueroa y otros caballeros particularesaficionados de la discreción y virtud delcacique Mucozo se movieron a corresponderleen lo que de su parte, en agradecimiento detanta bondad, pudiesen premiar. Y así le dieronmuchas dádivas no sólo a él sino también a losgentileshombres que con él vinieron, de quetodos ellos quedaron muy contentos.

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CAPÍTULO VIIIViene la madre de Mucozo muy ansiosa porsu hijo

Dos días después de lo que hemos dicho,vino la madre de Mucozo muy ansiosa yfatigada de que su hijo estuviese en poder delos castellanos, la cual por haber estadoausente, no supo la venida del hijo a ver algobernador, que no se lo consintiera. Y así lasprimeras palabras que al general dijo fueronque le diese el hijo antes que hiciese de él lo quePánfilo de Narváez había hecho de Hirrihigua,y que, si pensaba hacer lo mismo, que dieselibertad a su hijo, que era mozo, y en ella, queera vieja, hiciese lo que quisiese, que ella solallevaría la pena de ambos.

El gobernador la recibió con muchascaricias y respondió que su hijo, por muchabondad y discreción, no merecía que le hiciesemal sino que todos le sirviesen, y ella lo mismo,

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por ser madre de tal hijo; que perdiese el temorque traía, porque ni a ella ni a su hijo ni apersona de toda su tierra se le haría malninguno, sino todo el placer y regalo que fueseposible. Con estas palabras se quietó algúntanto la buena vieja, y estuvo con los españolestres días, mas siempre tan maliciosa y recatadaque, comiendo a la mesa del gobernador,preguntaba a Juan Ortiz si osaría comer de loque le daban, que decía se recelaba y temía lediesen ponzoña para matarla.

El gobernador y los que con él estaban lorieron mucho y le dijeron que seguramentepodía comer, que no la querían matar, sinoregalar; mas ella todavía, no fiándose depalabras de extranjeros, aunque le daban delmismo plato del gobernador, no quería comerloni gustarlo, si primero no le hacía la salva JuanOrtiz. Por lo cual le dijo un soldado españolque cómo había ofrecido poco antes la vida porsu hijo, pues se recataba tanto de morir.Respondió que no aborrecía ella el vivir, sino

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que lo amaba como los demás hombres, masque por su hijo daría la vida todas las veces quefuese su menester, porque lo quería más que alvivir, por tanto suplicaba el gobernador se lodiese, que quería irse y llevarlo consigo, que noosaría fiarlo de los cristianos.

El general respondió que se fuese cuandoella quisiese, que su hijo gustaba de quedarsepor algunos días entre aquellos caballeros queeran mozos y soldados, hombres de guerracomo él, y se hallaba bien con ellos; que cuandole pareciese, se iría libremente sin que nadie loenojase. Con esta promesa se fue la vieja,aunque mal contenta de que su hijo quedase enpoder de castellanos, y a la partida dijo a JuanOrtiz que librase a su hijo de aquel capitán y desus soldados como su hijo lo había librado a élde Hirrihigua y de sus vasallos, lo cual riómucho el gobernador, y los demás españoles, yel mismo Mucozo ayudaba a reir las ansias desu madre.

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Después de haber pasado estas cosas derisa y contento, estuvo el buen cacique en elejército ocho días, en los cuales visitó en susposadas al teniente general y al maese decampo y a los capitanes y oficiales de HaciendaImperial y a muchos caballeros particulares porsu nobleza, con los cuales todos hablaba tanfamiliarmente, con tan buena desenvoltura ycortesía, que parecía haberse criado entre ellos.Preguntaba cosas particulares de la corte deCastilla, y por el emperador, por los señores,damas y caballeros de ella. Decía holgara verla,si pudiera venir a ella. Pasados los ocho días, sefue a su casa; después volvió otras veces avisitar al gobernador. Traíale siempre de losregalos que en su tierra había. Era Mucozo deedad de veinte y seis o veinte y siete años, lindohombre de cuerpo y rostro.

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CAPÍTULO IXDe las Prevenciones que para el descubri-miento se hicieron y cómo prendieron los in-dios un español

No estaba ocioso el gobernador yadelantado Hernando de Soto entretanto queestas cosas pasaban entre los suyos, antes, contodo cuidado y diligencia hacía oficio decapitán y caudillo, porque luego que losbastimentos y municiones se desembarcaron ypusieron en el pueblo del cacique Hirrihigua,por ser el más cercano a la bahía del EspírituSanto, porque estuviesen cerca del mar, mandóque, de los once navíos que había llevado,volviesen los siete mayores a La Habana aorden de lo que doña Isabel de Bobadilla, sumujer, dispusiese de ellos, y quedasen loscuatro menores para lo que por la mar se lesofreciese y hubiese menester. Los vasos quequedaron fueron el navío San Antón y la

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carabela y los dos bergantines, de los cuales diocargo al capitán Pedro Calderón, el cual entreotras excelencias que tenía, era haber militadomuy mozo debajo del bastón y gobierno degran capitán Gonzalo Fernández de Córdoba.Procuró con toda diligencia y cuidado atraer depaz y concordia al cacique Hirrihigua, porquele parecía que, conforme al ejemplo que estecacique diese de sí, podría esperar o temer queharían los demás caciques de la comarca.Deseaba su amistad, porque con ella entendíatener ganada la de todos los de aquel reino,porque decía que, si aquel que tan ofendidoestaba con los castellanos se reconciliase ehiciese amigo de ellos, cuánto más aína loserían los no ofendidos. Demás de la amistadde los caciques, esperaba que su reputación yhonra se aumentaría generalmente entre indiosy españoles por haber aplacado este tan rabiosoenemigo de su nación. Por todo lo cual, siempreque los cristianos, corriendo el campo,acertaban a prender de los vasallos de

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Hirrihigua, se los enviaba con dádivas yrecaudos de buenas palabras, rogándole con laamistad y convidándole con la satisfacción quedel agravio hecho por Pánfilo de Narváezdeseaba darle. El cacique no solamente no salióde paz, ni quiso aceptar la amistad de losespañoles ni aun responder palabra alguna aningún recaudo de los que le enviaron. Sólodecía a los mensajeros que su injuria no sufríadar buena respuesta, ni la cortesía de aquelcapitán merecía que se la diesen mala, y nuncaa este propósito habló otras palabras. Mas yaque las buenas diligencias que el gobernadorhacía por haber la amistad de Hirrihigua noaprovecharon para los fines e intento que éldeseaba, a lo menos sirvieron de mitigar enparte la ira y rencor que este cacique teníacontra los españoles, lo cual se vio en lo quediremos luego.

La gente de servicio del real iba cada díapor hierba para los caballos, en cuya guarda ydefensa solían ir de continuo quince o veinte

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infantes y ocho o diez caballos. Acaeció un díaque los indios que andaban en asechanza deestos españoles dieron en ellos tan desobresalto con tanta grita y alarido, que, sinusar de las armas, sólo con la vocería losasombraron, y ellos, que estaban descuidados ydesordenados, se turbaron y, antes que serecogiesen, pudieron haber los indios a lasmanos un soldado llamado Grajales, con elcual, sin querer hacer otro mal en los demáscristianos, se fueron muy contentos de haberlopreso.

Los castellanos se recogieron tarde, y unode los de a caballo fue corriendo al real, dandoarma y aviso de lo que había pasado. Por cuyarelación, a toda diligencia salieron del ejércitoveinte caballos bien apercibidos y, hallando elrastro de los indios que iban con el españolpreso, lo siguieron, y al cabo de dos leguas quecorrieron llegaron a un gran cañaveral que losindios por lugar secreto y apartado habíanelegido, donde tenían escondidas sus mujeres e

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hijos. Todos ellos, chicos y grandes, con muchafiesta y regocijo de la buena presa hecha,estaban comiendo a todo su placer,descuidados de pensar que los castellanoshiciesen tanta diligencia por cobrar un españolperdido. Decían a Grajales que comiese y notuviese pena, que no le darían la mala vida quea Juan Ortiz habían dado. Lo mismo le decíanlas mujeres y niños, ofreciéndole cada uno deellos la comida que para sí tenía, rogándole quela comiese con él y se consolase, que ellos leharían buena amistad y compañía.

Los españoles, sintiendo los indios,entraron por el cañaveral haciendo ruido demás gente que la que iba, por asombrar por elestruendo a los que estaban dentro porque nose pusiesen en defensa.

Los indios, oyendo el tropel de los caballos,huyeron por los callejones que a todas partestenían hechos por el cañaveral para entrar ysalir de él, y, en medio del cañaveral, teníanrozado, un gran pedazo para estancia de las

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mujeres e hijos, los cuales quedaron en poderde los españoles, por esclavos del que pocoantes lo era de ellos. La variedad de los sucesosde la guerra y la inconstancia de la fortuna deella es tanta que en un punto se cobra lo quepor más perdido se tenía y en otro se pierde loque en nuestra opinión más asegurado estaba.

Grajales, reconociendo las voces de lossuyos, salió corriendo a recibirlos, dandogracias a Dios que tan presto le hubiesenliberado de sus enemigos. Apenas le conocieronlos castellanos, porque, aunque el tiempo de suprisión había sido breve, ya los indios le habíandesnudado y puéstole no más de con unospañetes, como ellos traen. Regocijándose con él,y, recogiendo toda la gente que en el cañaveralhabía de mujeres y niños, se fueron con ellos alejército, donde el gobernador los recibió conalegría de que se hubiese cobrado el español y,con su libertad, preso tanta gente de losenemigos.

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Grajales contó luego todo lo que habíasucedido y dijo cómo los indios cuandosalieron de su emboscada no habían queridohacer mal a los cristianos, porque las flechasque les habían tirado más habían sido poramedentrarlos que no por matarlos ni herirlos,que, según los habían hallado descuidados ydesmandados, pudieran, si quisieran, matar losmás de ellos y que, luego que lo prendieron, secontentaron con él, y sin hacer otro mal sefueron y dejaron los demás castellanos y quepor el camino, y en el alojamiento delcañaveral, le habían tratado bien, y lo mismosus mujeres e hijos, diciéndole palabras deconsuelo y ofreciéndole cada cual lo que parasu comer tenía. Lo cual, sabido por elgobernador, mandó traer ante sí las mujeres,muchachos y niños que trajeron presos y lesdijo que les agradecía mucho el buentratamiento que a aquel español habían hecho ylas buenas palabras que le habían dicho, enrecompensa de lo cual les daba libertad para

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que se fuesen a sus casas y les encargaba que deallí en adelante no huyesen de los castellanos niles hubiesen temor, sino que tratasen ycontratasen con ellos como si todos fueran deuna misma nación, que él no había ido allí amaltratar naturales de la tierra, sino a tenerlospor amigos y hermanos, y que así lo dijesen asu cacique, a sus maridos, parientes y vecinos.Sin estos halagos, les dieron dádivas y lasenviaron muy contentas del favor que elgeneral y todos los suyos les habían hecho.

En otros dos lances perdieron despuésestos mismos indios otros dos españoles, el unollamado Hernando Vintimilla, grande hombrede la mar, y el otro Diego Muñoz, que eramuchacho, paje del capitán Pedro Calderón, yno los mataron ni les dieron la mala vida quehabían dado a Juan Ortiz, antes los dejaronandar libremente como a cualquier indio deellos, de tal manera que pudieron después estosdos cristianos, con buena maña que para ellotuvieron, escaparse de poder de los indios en

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un navío que con tormenta acertó a ir a aquellabahía del Espíritu Santo, como adelantediremos. De manera que, con las buenaspalabras que el gobernador envió a decir alcacique Hirrihigua y con las buenas obras que asus vasallos hizo, le forzó que mitigase yapagase el fuego de la saña y rabia que contralos castellanos en su corazón tenía. Losbeneficios tienen tanta fuerza que aun a lasfieras más bravas hacen trocar su propia ynatural fiereza.

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CAPÍTULO XCómo se empieza el descubrimiento y la en-trada de los españoles la tierra adentro

Habiendo pasado estas cosas, que fueronen poco más de tres semanas, el gobernadormandó al capitán Baltasar de Gallegos que consesenta lanzas y otros tantos infantes entrearcabuceros, ballesteros y rodeleros fuesen adescubrir la tierra adentro y llegase hasta elpueblo principal del cacique Urribarracuxi, queera la provincia más cercana a las dos deMucozo e Hirrihigua. Los nombres de estasprovincias no se ponen aquí porque no se suposi se llamaban del nombre de los caciques o loscaciques del nombre de sus tierras, comoadelante veremos que en muchas partes de estegran reino se llama de un mismo nombre elseñor y su provincia y el pueblo principal deella.

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El capitán Baltasar de Gallegos eligió lasmismas sesenta lanzas que habían ido con élcuando fue en busca de Juan Ortiz y otrossesenta infantes, y entre ellos al mismo JuanOrtiz para que por el camino les fuese guía ycon los indios intérprete. Así fueron hasta elpueblo de Mucozo, el cual salió al camino arecibirlos, y, con mucha fiesta y regocijo deverlos en su tierra, los hospedó y regaló aquellanoche. El día siguiente le pidió el capitán unindio que los guiase hasta el pueblo deUrribarracuxi. Mucozo se excusó diciendo quele suplicaba no le mandase hacer otra cosacontra su misma reputación y honra, queparecería mal que a gente extranjera diese guíacontra su propio cuñado y hermano, los cualesse quejarían de él con mucha razón de que a sutierra y casa les hubiese enviado sus enemigos,que, ya que él era amigo y servidor de losespañoles, quería serlo sin perjuicio ajeno ni desu honor. Y dijo más; que aunque Urribarracuxino fuera su cuñado, como lo era, sino muy

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extraño, hiciera por él lo mismo, cuanto mássiendo deudo tan cercado de afinidad yvecindad, y que asimismo le suplicaba muyencarecidamente no atribuyesen aquellaresistencia a poco amor y menor voluntad deservir a los españoles, que cierto no lo hacíasino por no hacer cosa fea por la cual fuesenotado de traidor a su patria, parientes, vecinosy comarcanos y que a los mismos castellanosparecería mal, si en aquel caso o en otrosemejante él hiciese lo que le mandasen,aunque fuese en servicio de ellos, porque en finera mal hecho. Por lo cual decía que anteselegiría la muerte que hacer cosa que nodebiese a quien era.

Juan Ortiz, por orden del capitán Baltasarde Gallegos, respondió y dijo que no teníanecesidad de la guía para que les mostrase elcamino, pues era notorio que el que habíantraído hasta allí era camino real que pasabaadelante hasta el pueblo de su cuñado, mas quepedían el indio para mensajero que fuese

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delante a dar aviso al cacique Urribarracuxipara que no se escandalizase de la ida de losespañoles, temiendo no llevasen ánimo dehacerle mal y daño; y para que su cuñadocreyese al mensajero, que siendo amigo no leenganaría, querían que fuese vasallo suyo y noajeno para que lo fuese más fidedigno, el cual,de parte del gobernador, dijese a Urribarracuxique él y toda su gente deseaban no haceragravio a nadie, y, de parte del capitán Baltasarde Gallegos, que era el que iba a su tierra, leavisase cómo llevaba orden y expreso mandatodel general que, aunque Urribarracuxi noquisiese paz y amistad con él y sus soldados,ellos la mantuviesen con el cacique, no por surespeto, que no le conocían ni les habíamerecido cosa alguna, sino por amor deMucozo, a quien los españoles y su capitángeneral deseaban dar contento y por él a todossus deudos, amigos y comarcanos, como lohabían hecho con Hirrihigua, el cual, aunque

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había estado y estaba muy rebelde, no habíarecibido ni recibiría daño alguno.

Mocozo, con mucho agradecimiento,respondió que al gobernador, como a hijo delSol y de la Luna, y a todos sus capitanes ysoldados, por el semejante, besaba las manosmuchas veces, por la merced y favor que conaquellas palabras le hacían, que de nuevo leobligaban a morir por ellos; que, ahora quesabía para qué querían la guía, holgaba muchodarla y, para que fuese fidedigno a ambaspartes, mandaba que fuese un indio noble queen la vida pasada de Juan Ortiz había sido granamigo suyo. Con el cual salieron los españolesdel pueblo de Mucozo muy alegres y contentosy aun admirados de ver que en un bárbarohubiese en todas ocasiones tan buenos respetos.

En cuatro días fueron del pueblo deMucozo al de su cuñado Urribarracuxi. Habríadel un pueblo al otro diez y seis o diez y sieteleguas. Halláronlo desamparado, que el caciquey todos sus vasallos se habían ido al monte, no

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embargante que el indio amigo de Juan Ortizles llevó el recaudo más acariciado que se lespudo enviar, y, aunque después de llegados losespañoles al pueblo volvió otras dos veces conel mismo recaudo, nunca el curaca quiso salirde paz, ni hizo guerra a los castellanos, ni lesdio mala respuesta. Excusose con palabrascomedidas y razones que, aunque frívolas yvanas, le valieron.

Este nombre curaca, en lengua general delos indios del Perú, significa lo mismo quecacique en lenguaje de la isla Española y suscircunvecinas, que es señor de vasallos. Y puesyo soy indio del Perú y no de S. Domingo nisus comarcanas se me permita que yointroduzca algunos vocablos de mi lenguaje enesta mi obra, porque se vea que soy natural deaquella tierra y no de otra.

Por todas las veinte y cinco leguas queBaltasar de Gallegos y sus compañeros desde elpueblo de Hirrihigua hasta el de Urribarracuxianduvieron, hallaron muchos árboles de los de

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España, que fueron parrizas, como atrásdijimos, nogales, encinas, morales, ciruelos,pinos y robles, y los campos apacibles ydeleitosos, que participaban tanto de tierra demonte como de campiña. Había algunasciénagas, mas tanto menores cuanto más latierra adentro y apartado de la costa de la mar.

Con esta relación envió el capitán Baltasarde Gallegos cuatro de a caballo, entre ellos aGonzalo Silvestre, para que la diesen algobernador de lo que habían visto y cómo enaquel pueblo y su comarca había comida parasustentar algunos días el ejército. Los cuatrocaballeros anduvieron en dos días las veinte ycinco leguas que hemos dicho sin que en elcamino se les ofreciese cosa digna de memoria,donde los dejaremos, por contar lo queentretanto sucedió en el real.

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CAPÍTULO XILo que sucedió al teniente general yendo aprender a un curaca

Un día de los que el gobernador estuvo enel pueblo de Hirrihigua, tuvo aviso y nuevacierta cómo el cacique estaba retirado en unmonte no lejos del ejército. El teniente generalVasco Porcallo de Figueroa, como hombre tanbelicoso y ganoso de honra, quiso ir por él, porgozar de la gloria de haberlo traído por bien opor mal, y no aprovechó que el gobernadorquisiese estorbarle el viaje diciéndole queenviase otro capitán, sino que quiso ir élmismo. Y así, nombrando los caballeros einfantes que le pareció llevar consigo, salió delreal con gran lozanía y mayor esperanza detraer preso o hecho amigo al curaca Hirrihigua.El cual, por sus espías supiese que el tenientegeneral y muchos castellanos iban donde élestaba, les envió un mensajero diciendo que les

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suplicaba no pasasen adelante porque él estabaen lugar seguro donde por más y más quetrabajasen no podrían llegar a él por losmuchos malos pasos de arroyos, ciénagas ymontes que había en medio. Por tanto, lesrequería y suplicaba se volviesen antes que lesacaeciese alguna desgracia si entrasen enalguna parte donde no pudiesen salir y que esteaviso les daba, no de miedo que de ellos tuvieseque le hubiesen de prender, sino enrecompensa y servicio de la merced y graciaque le habían hecho en no haber hecho el mal ydaño que en su tierra y vasallos pudieran haberhecho.

Este recaudo envió muchas veces el caciqueHirrihigua, que casi se alcanzaban losmensajeros unos a otros. Mas el tenientegeneral cuanto ellos más se multiplicaban tantomás deseaba pasar adelante, entendiendo alcontrario y persuadiéndose que era temor delcuraca y no cortesía ni manera de amistad yque, porque no se le podía escapar, porfiaba

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tanto con los mensajes. Con estasimaginaciones se daba más prisa a caminar,sirviendo de espuelas a todos los que con éliban, hasta que llegaron a una grande y malaciénaga. Dificultando todos el pasar por ella,sólo Vasco Porcallo hizo instancia a queentrasen y, por moverles con el ejemplo,porque como plático soldado que había sido,sabía que para ser un capitán obedecido en lasdificuitades no tenía mejor remedio que irdelante de sus soldados (aunque ésta eratemeridad), dio de las espuelas al caballo yentró a prisa en la ciénaga y en pos de élentraron otros muchos. Mas, a pocos pasos queel teniente general dio, cayó el caballo con él,donde se hubieran de ahogar ambos, porquelos de a pie por ser légamo y lodo no podíannadar para llegar a prisa a socorrerle y por sercieno se hundían si iban andando, y los de acaballo por lo mismo no podían llegar afavorecerle, que todos corrían un mismopeligro, sino que el de Vasco Porcallo era

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mucho mayor por estar cargado de armas yenvuelto en el cieno y haberle tomado el caballouna pierna debajo, con que lo ahogaba sindejarle valerse de su persona.

De este peligro salió Vasco Porcallo máspor misericordia divina que por socorrohumano, y, como se vio lleno de lodo, perdidaslas esperanzas que de prender al caciquellevaba y que el indio, sin haber salido conarmas al encuentro a pelear con él, sólo conpalabras enviadas a decir por vía de amistad lehubiese vencido (corrido y avergonzado de sípropio, lleno de pesar y melancolía), mandóvolver a la gente. Y, como con el enojo de estadesgracia se juntase la memoria de su muchahacienda y el descanso y regalo que en su casahabía dejado y que su edad ya no era de mozoy que la mayor parte de ella era ya pasada yque los trabajos venideros de aquella conquistatodos, o los más, habían de ser como los deaquel día, o peores, y que él no tenía necesidadde tomarlos por su voluntad, pues le bastaban

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los que había pasado, le pareció volverse a sucasa y dejar aquella jornada para los mozos quea ella iban.

Con estas imaginaciones fue todo el caminohablándolas a solas y a veces en público,repitiendo los nombres de los dos curacasHirrihigua y Urribarracuxi, desmembrándolospor sílabas y trocando en ellas algunas letraspara que le saliesen más a propósito que porellas quería inferir, diciendo: "Hurri Harri,Hurri, Higa, burra coja, Hurri Harri. Doy aldiablo la tierra donde los primeros y máscontinuos nombres que en ella he oído son tanviles e infames. Voto a tal, que de talesprincipios no se pueden esperar buenos mediosni fines; ni de tales agüeros, buenos sucesos.Trabaje quien lo ha menester para comer o serhonrado que a mí me sobra hacienda y honrapara toda mi vida, y aún para después de ella."

Con estas palabras, y otras semejantes,repetidas muchas veces, llegó al ejército, yluego pidió licencia al gobernador para

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volverse a la isla de Cuba. El general se la diocon la misma liberalidad y gracia que habíarecibido su ofrecimiento para la conquista y conla licencia le dio, el galeoncillos San Antón, enque se fue.

Vasco Porcallo repartió por los caballeros ysoldados que le pareció sus armas y caballos yel demás aparato y servicio de casa que, comohombre tan rico y noble, lo había llevado muybueno y aventajado. Mandó dejar para elejército todo el bastimento y matalotaje quepara su persona y familia había sacado de sucasa. Dio orden que un hijo suyo naturalllamado Gómez Suárez de Figueroa, habido enuna india de Cuba, se quedase para ir en lajornada con el gobernador; dejole dos caballosy armas y lo demás necesario para la conquista.El cual anduvo después en toda ella como muybuen caballero y soldado hijo de tal padre,sirviendo con mucha prontitud en todas lasocasiones que se le ofrecieron, y, después quelos indios le mataron los caballos, anduvo

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siempre a pie sin querer aceptar del general, nide otro personaje alguno, caballo prestado nidado ni otro ningún regalo ni favor, aunque seviese herido y en mucha necesidad, porparecerle que todos los regalos que le hacían yofrecían no llegaban a recompensar losservicios y beneficios por su padre hechos encomún y particular a todo el ejército, de que elgobernador andaba congojado y deseoso deagradar y regalar a este caballero, mas suánimo era tan extraño y esquivo que nuncajamás quiso recibir nada de nadie.

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CAPÍTULO XIILa relación que Baltasar de Gallegos envió delo que había descubierto

Concluidas en brevísimo tiempo las cosasque hemos dicho, se embarcó Vasco Porcallo yllevó consigo todos los españoles e indios ynegros que para su servicio había traído,dejando nota en todo el ejército, no de cobardía,porque no cabía en su ánimo, sino deinconstancia de él; como en la isla de Cuba,cuando se ofreció para la conquista, la habíadejado de ambición demasiada, pordesamparar su casa, hacienda y regalo, porcosas nuevas, sin necesidad de ellas. En casosgraves, siempre las determinaciones noconsultadas con la prudencia y consejo de losamigos suelen causar arrebatados y aundesesperados arrepentimientos, con mal y dañoy mucha infamia del que así las ejecuta, que, sieste caballero mirara antes de salir de su casa lo

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que miró después para volverse a ella, no fueranotado de lo que lo fue ni inquietara su personapara menoscabo y pérdida de su reputación ygasto de su hacienda, pudiendo haberlaempleado en la misma jornada con másprudencia y mejor consejo para más loa y honrasuya. Mas, ¿quién domará una bestia fiera niaconsejará a los libres y poderosos, confiadosde sí mismos y persuadidos que conforme a losbienes de fortuna tienen los del ánimo y que lamisma ventaja que hacen a los demás hombresen la hacienda que ellos no ganaron, esa mismales hacen en la discreción y sabiduría que noaprendieron? Por lo cual, ni piden consejo, ni loquieren recibir, ni pueden ver a los que sonpara dárselo.

El dia siguiente a la partida de VascoPorcallo, llegaron al ejército los cuatrocaballeros que Baltasar de Gallegos envió con larelación de lo que habían visto y oído de lastierras que habían andado. Los cuales la dieronmuy bien cumplida y de mucho contento para

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los españoles, porque todas las cosas quedijeron en favor de su pretensión y conquista,salvo una, que dijeron que adelante del pueblode Urribarracuxi había una grandísima ciénagay muy mala de pasar. Todos se alegraron conlas buenas nuevas, y a lo de la ciénagarespondieron que Dios había dado al hombreingenio y maña para allanar y pasar por lasdificultades que se le ofreciesen.

Con esta relación mandó el gobernadorechar bando que se apercibiesen para caminarpasados los tres días siguientes. Ordenó queGonzalo Silvestre, con otros veinte de a caballo,volviese a dar el aviso a Baltasar de Gallegoscómo al cuarto día saldría el ejército en suseguimiento.

Habiendo de salir el gobernador del pueblode Hirrihigua era necesario dejar presidio ygente de guarnición que defendiese y guardaselas armas, bastimentos y municiones que elejército tenía, porque de todo esto había llevadomucha cantidad, y también que la carabela y

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los dos bergantines que estaban en la bahía noquedasen desamparados. Para lo cual nombróal capitán Pedro Calderón que quedase porcaudillo de mar y tierra y tuviese a su cargo loque en ambas partes quedaba, para cuyadefensa y guarda dejó cuarenta lanzas yochenta infantes (sin los marineros de los tresnavíos), con orden que estuviesen quedos, sinmudarse a otra parte, hasta que les enviasen amandar otra cosa, y que con los indios de lacomarca procurasen tener siempre paz y enninguna manera guerra, aunque fuesensufriéndoles mucho desdén y particularmenteregalasen e hiciesen toda buena amistad aMucozo.

Dejada esta orden, la cual el capitán PedroCalderón guardó como buen capitán y soldado,salió el gobernador de la bahía del EspírituSanto y pueblo de Hirrihigua y caminó hacia elde Mucozo, al cual llegó a dar vista la mañanadel día tercero de su camino. Mucozo, quesabía su venida, salió a recibirle con muchas

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lágrimas y sentimiento de su partida, y lesuplicó se quedase aquel día en su pueblo. Elgobernador, que deseaba no molestarle contanta gente, le dijo que le convenía pasaradelante porque llevaba las jornadas contadas,que se quedase con Dios y hubiese porencomendados al capitán y soldados que en elpueblo de Hirrihigua quedaban. Rindiole denuevo las gracias de lo que por él y su ejército yJuan Ortiz había hecho, abrazole con muchaternura y señales de gran amor, que lo merecíala bondad de este famoso indio, el cual, conmuchas lágrimas, aunque procuraba retenerlas,besó las manos al gobernador, y, entre otraspalabras que para significar la pena de suausencia le habló, dijo que no sabría decir cuálhabía sido mayor, o el contento de haberleconocido y recibido por señor, o el dolor deverle partir sin poder seguir a su señoría; que lesuplicaba por última merced se acordase de él.Despedido del general, habló a los demáscapitanes y caballeros principales, y por buen

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término les dijo la tristeza y soledad en que ledejaban y que el Sol les encaminase yprosperase en todos sus hechos. Con esto sequedó el buen Mucozo y el gobernador pasóadelante en su viaje hasta el pueblo deUrribarracuxi sin que por el camino se leofreciese cosa digna de memoria.

De la bahía del Espíritu Santo al pueblo deUrribarracuxi caminaron siempre al nordeste,que es al norte torciendo un poco hacia dondesale el sol. En este rumbo, y en todos los demásque en esta historia se dijeren, es de advertirque no se tomen precisamente para culparme siotra cosa pareciere después cuando aquellatierra se ganare, siendo Dios servido, que,aunque hice todas las diligencias necesariaspara poderlos escribir con certidumbre, no mefue posible alcanzarla porque, como el primerintento que estos castellanos llevaban eraconquistar aquella tierra y buscar oro y plata,no atendían a otra cosa que no fuese plata yoro, por lo cual dejaron de hacer otras cosas

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que les importaban más que el demarcar latierra. Y esto basta para mi descargo de nohaber escrito con la certinidad que he deseadoy era necesario.

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CAPÍTULO XIIIPasan mal dos veces la ciénaga grande y elgobernador sale a buscarle paso y lo halla

Llegado que fue el gobernador al pueblo deUrribarracuxi, donde el capitán Baltasar deGallegos le esperaba, envió mensajeros alcacique, que estaba retirado en los montes,ofreciéndole su amistad; mas ningunadiligencia fue parte para que saliese de paz. Locual, visto por el gobernador, dejó al indio yentendió en enviar corredores por tres partes,que fuesen a descubrir paso a la ciénaga queestaba tres leguas del pueblo. La cual eragrande y muy dificultosa de pasar por ser deuna legua de ancho y tener mucho cieno (dedonde toman el nombre de ciénaga), y muyhondo a las orillas. Los dos tercios a una parte yotra de la ciénaga eran de cieno, y la otra terciaparte, en medio, de agua tan honda que no sepodía vadear. Mas con todas estas dificultades

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le hallaron paso los descubridores, los cuales, alfin de ocho días que habían salido, volvieroncon la nueva de haberlo hallado y muy bueno.Con esta relación salió el gobernador, y toda sugente, del pueblo y en dos días llegaron al pasode la ciénaga y la pasaron con facilidad, porqueel paso era bueno, mas, por ser ella tan ancha,tardaron en pasarla todo un día. A media leguapasada la ciénaga se alojaron en un buen llano,y el día siguiente, habiendo salido los mismosdescubridores para ver por dónde habían decaminar, volvieron diciendo que en ningunamanera podían pasar adelante por las muchasciénagas que había de los arroyos que salían dela ciénaga mayor y anegaban los campos. Locual era causa que se pasase bien la ciénaga porel paso que hemos dicho, porque, como encimadel paso se derramase mucha agua saliendo dela madre vieja, facilitaba que pasasen bien laciénaga mayor y dificultaba que no pudiesenandar los campos. Por lo cual quiso elgobernador ser el descubridor del camino,

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porque en los trances y pasos dificultosos, si élmismo no les descubría, no se satisfacía de otro.Con esta determinación volvió a pasar laciénaga destotra parte y, eligiendo cien caballosy cien infantes que fuesen con él, dejó el restodel ejército donde se estaba con el maese decampo y caminó tres días la ciénaga arriba porun lado de ella, enviando a trechosdescubridores que viesen si se hallaba algúnpaso.

En todos los tres días nunca faltaron indiosque, saliendo del monte que había por la orillade la ciénaga, sobresaltaban los españolestirándoles flechas y se acogían al monte. Masalgunos quedaban burlados, muertos y presos.Los presos por librarse de la importunidad ypesadumbre que les daban los españolespreguntándoles por el camino y paso de laciénaga, se ofrecían a guiarlos, y, como eranenemigos, los guiaban y metían en pasosdificultosos y en partes donde había indiosemboscados que salían a flechear a los

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cristianos. A estos tales, que fueron cuatro,luego que les sentían la malicia, les echaban losperros y los mataban. Por lo cual, un indio delos presos, temiendo la muerte, se ofreció aguiarlos fielmente y, sacándolos de los malospasos por donde iban, los puso en un caminolimpio, llano y ancho, apartado de la ciénaga. Yhabiendo caminado por él cuatro leguas,volvieron sobre la ciénaga, donde hallaron unpaso que a la entrada y salida estaba limpio decieno y el agua se vadeaba a los pechos unalegua de largo, salvo en medio de la canal que,por su mucha hondura, por espacio de cienpasos no se podía vadear, donde los indiostenían hecha una mala puente de dos grandesárboles caídos en el agua, y lo que ellos noalcanzaban estaba añadido con maderos largos,atados unos con otros y atravesados otros palosmenores en forma de barandillas. Por estemismo paso, diez años antes, pasó Pánfilo deNarváez con su ejército desdichado.

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El gobernador Hernando de Soto, conmucho contento de haberlo hallado, mandó ados soldados naturales de la isla de Cuba,mestizos, que así nos llaman en todas las IndiasOccidentales a los que somos hijos de español yde india o de indio y española, y llamanmulatos, como en España, a los hijos de negro yde india o de indio y de negra. Los negrosllaman criollos a los hijos de español y españolay a los hijos de negro y negra que nacen enIndias, por dar a entender que son nacidos alláy no de los que van de acá de España. Y estevocablo criollo han introducido los españolesya en su lenguaje para significar lo mismo quelos negros. Llaman asimismo cuarterón ocuatratuo al que tiene cuarta parte de indio,como es el hijo de español y de mestiza o demestizo y de española. Llaman negrollanamente al guineo, y español al que lo es.Todos estos nombres hay en Indias paranombrar las naciones intrusas no naturales deella.

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Como decíamos, el gobernador mandó alos dos isleños, que habían por nombre PedroMorón y Diego de Oliva, grandísimosnadadores, que, llevando sendas hachas,cortasen unas ramas que se atravesaban por lapuente e hiciesen todo lo que les parecieseconvenir a la comodidad de los que habían depasar por ella. Los dos soldados con todapresteza pusieron por obra lo que se les mandóy en la mayor furia y diligencia de ella vieronsalir en canoas indios que entre las muchasaneas y juncos que hay en las riberas de aquellaciénaga estaban escondidos venían con granfuria a tirarles flechas. Los mestizos se echaronde las puentes abajo de cabeza, y, azambullidas, salieron adonde los suyosestaban, heridos ligeramente, que por habersido debajo del agua no penetraron mucho lasflechas. Con este sobresalto que los indiosdieron, sin hacer otro daño, se retiraron delpaso y se fueron donde no los vieron más. Losespañoles aderezaron la puente sin recibir más

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molestia, y tres tiros de arcabuz encima deaquel paso hallaron otro muy bueno, para loscaballos.

El gobernador, hallando los pasos quedeseaba para pasar la ciénaga, le pareció darluego aviso de ellos a Luis de Moscoso, sumaese de campo, para que con el ejércitocaminase en pos de él y también para que,luego que tuviese la nueva, le enviase socorrode bizcocho y queso porque la gente queconsigo tenía padecía necesidad de comida, quepensando no alejarse tanto habían sacado pocobastimento. Para lo cual llamó a GonzaloSilvestre y, en presencia de todos, le dijo: "Avos os cupo en suerte el mejor caballo de todonuestro ejército y fue para mayor trabajovuestro, porque hemos de encomendar loslances más dificultosos que se nos ofrezcan. Portanto, prestad paciencia y advertid que anuestra vida y conquista conviene que volváisesta noche al real y digáis a Luis de Moscoso loque habéis visto y cómo hemos hallado paso a

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la ciénaga. Que camine luego con toda la genteen nuestro seguimiento, y a vos, luego quelleguéis, os despache con dos cargas debizcochos y queso con que nos entretengamoshasta hallar comida, que padecemos necesidadde ella. Y, para que volváis más seguro quevais, os mande dar treinta lanzas que osaseguren el camino, que yo os esperaré en estemismo lugar hasta mañana en la noche, quehabéis de ser aquí de vuelta. Y, aunque elcamino os parezca largo y dificultoso y eltiempo breve, yo sé a quién encomiendo elhecho. Y porque no vais solo, tomad elcompañero que mejor os pareciere, y sea luego,que os conviene amanecer en el real porque noos maten los indios si os coge el día antes depasar las ciénagas".

Gonzalo Silvestre, sin responder palabraalguna, se partió del gobernador y subió en sucaballo, y de camino, como iba, encontró con unJuan López Cacho, natural de Sevilla, paje delgobernador, que tenía un buen caballo, y le

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dijo: "El general manda que vos y yo vamos conun recaudo suyo a amanecer al real. Por tanto,seguidme luego, que ya yo voy caminando".Juan López respondió diciendo: "Por vidavuesta, que llevéis otro, que yo estoy cansado yno puedo ir allá". Replicó Gonzalo Silvestre: "Elgobernador me mandó que escogiese uncompañero. Yo elijo vuestra persona. Siquisiéredes venir, venid enhorabuena, y si no,quedaos en ella misma, que porque vamosambos no se disminuye el peligro, ni porque yovaya solo se aumenta el trabajo." Diciendo esto,dio de las espuelas al caballo y siguió sucamino. Juan López, mal que le pesó, subió enel suyo y fue en pos de él. Salieron de dondequedaba el gobernador a hora que el sol seponía, ambos mozos, que apenas pasaban delos veinte años.

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CAPÍTULO XIVLo que pasaron los dos españoles en su viajehasta que llegaron al real

Estos dos esforzados y animosos españolesno solamente no huyeron el trabajo, aunque lovieron tan excesivo, ni temieron el peligro,aunque era tan eminente, antes, con todafacilidad y prontitud, como hemos visto, seofrecieron a lo uno y a lo otro, y así caminaronlas primeras cuatro o cinco leguas sinpesadumbre alguna, por ser el camino limpio,sin monte, ciénagas ni arroyos y por todas ellasno sintieron indios. Mas, luego que las pasaron,dieron en las dificultades y malos pasos que alir habían llevado, con atolladeros, montes yarroyos que salían de la ciénaga mayor yvolvían a entrar en ella. Y no podían huir estosmalos pasos porque, como no había caminoabierto ni ellos sabían la tierra firme, éralesforzoso, para no perderse, volver siguiendo el

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mismo rastro que los tres días pasados al tinode lo que reconocían haber visto y notado a laida.

El peligro que estos dos compañerosllevaban de ser muertos por los indios era tancierto que ninguna diligencia que ellospudieran hacer bastara a sacarlos de él, si Diosno los socorriera por su misericordia medianteel instinto natural de los caballos, los cuales,como si tuvieran entendimiento, dieron enrastrear el camino que al ir habían llevado, y,como podencos o perdigueros, hincaban loshocicos en tierra para rastrear y seguir elcamino; y, aunque a los principios, noentendiendo sus dueños la intención de loscaballos, les tiraban de las riendas, no queríanalzar las cabezas, buscando el rastro, y para lohallar, cuando lo habían perdido, daban unosgrandes soplos y bufidos, que a sus dueños lespesaba, temiendo ser por ellos sentidos de losindios. El de Gonzalo Silvestre era el más ciertoen el rastro y en hallarlo cuando lo perdían.

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Mas no hay que espantarnos de esta bondad nide otras muchas que este caballo tuvo, porquede señales y color naturalmente era señaladopara, en paz y en guerra, ser bueno en extremo,porque era castaño oscuro, peceño, calzado elpie izquierdo y lista en la frente, que bebía conella: señales que en todas las colores de loscaballos, o sean rocines o jacas, prometen másbondad y lealtad que otras ningunas, y el colorcastaño, principalmente peceño, es sobre todoslos colores bueno para veras y burlas, paralodos y polvos. El de Juan López Cacho erabayo tostado, que llaman zorruno de cabosnegros, bueno por extremo, mas no igualaba ala bondad del castaño, el cual guiaba a su amoy al compañero. Y Gonzalo Silvestre, habiendoreconocido la intención y bondad de su caballo,cuando bajaba la cabeza para rastrear y buscarel camino, lo dejaba a todo su gusto sincontradecirle en cosa alguna, porque así les ibamejor. Con estas dificultades, y otras que sepueden imaginar mejor que escribir, caminaron

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sin camino toda la noche estos dos bravosespañoles, muertos de hambre, que los dos díaspasados no habían comido sino cañas de maízque los indios tenían sembrado, e ibanalcanzados de sueño y fatigados de trabajo; ylos caballos lo mismo, que tres días había queno se habían desensillado, y a duras penasquitándoles los frenos para que comiesen algo.Mas ver la muerte al ojo si no vencían estostrabajos les daba esfuerzo para pasar adelante.A una mano y a otra de como iban dejabangrandes cuadrillas de indios que a la lumbredel mucho fuego que tenían se parecía comobailaban, saltaban y cantaban, comiendo ybebiendo con mucha fiesta de su gentilidad oplaticando de la gente nuevamente venida a sutierra, no se sabe, mas la grita y algarada quelos indios tenían, regocijándose, era salud yvida de los dos españoles que por entre ellospasaban, porque, con el mucho estruendo yregocijo, no sentían el pasar de los caballos niechaban de ver el mucho ladrar de sus perros

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que, sintiéndolos pasar, se mataban a ladridos.Lo cual todo fue Providencia Divina, que, si nofuera por este ruido de los indios y el rastrearde los caballos, imposible era que por aquellasdificultades caminaran una legua, cuanto másdoce, sin que los sintieran y mataran.

Habiendo caminado más de diez leguascon el trabajo que hemos visto, dijo Juan Lópezal compañero: "O me dejad dormir un rato, ome matad a lanzadas en este camino, que yo nopuedo pasar adelante ni tenerme en el caballo,que voy perdidísimo de sueño". GonzaloSilvestre, que ya otras dos veces le habíanegado la misma demanda, vencido de suimportunidad, le dijo: "Apeaos y dormid lo quequisiéredes, pues, a trueque de no resistir unahora más el sueño, queréis que nos maten losindios. El paso de la ciénaga, según lo quehemos andado, ya no puede estar lejos, y fuerarazón que la pasáramos antes que amaneciera,porque si el día nos toma de esta parte esimposible que escapemos de la muerte."

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Juan López Cacho, sin aguardar másrazones, se dejó caer en el suelo como unmuerto, y el compañero le tomó la lanza y elcaballo de rienda. A aquella hora sobrevino unagrande oscuridad y con ella tanta agua del cieloque parecía un diluvio. Mas, por mucha quecaía sobre Juan López, no le quitaba el sueño,porque la fuerza que esta pasión tiene sobre loscuerpos humanos es grandísima, y, comoalimento tan necesario, no se le puede excusar.

El cesar el agua y quitarse el nublado yparecer el día claro, todo fue en un punto, tantoque se quejaba Gonzalo Silvestre no haber vistoamanecer, mas pudo ser que se hubiesedormido sobre el caballo tan bien como elcompañero en el suelo, que yo conocí uncaballero (entre otros), que caminando iba tresy cuatro leguas dormido sin despertar, y noaprovechaba que le hablasen, y se vio algunasveces en peligro de ser por ello arrastrado de sucabalgadura. Luego que Gonzalo Silvestre vioel día tan claro, a mucha prisa llamó a Juan

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López, y porque no le bastaban las vocesroncas, bajas, y sordas que le daba, se valió delcuento de la lanza y lo recordó a buenosrecatonazos, diciéndole: "Mirad lo que nos hacausado vuestro sueño. Veis el día claro quetemíamos, que nos ha cogido donde nopodemos escapar de no ser muertos a manos delos enemigos."

Juan López subió en su caballo, y a todadiligencia caminaron más que de paso,corriendo a media rienda, que los caballos erantan buenos que sufrían el trabajo pasado y elpresente. Con la luz del día no pudieron los doscaballeros dejar de ser vistos por los indios, yen un momento se levantó un alarido y vocería,apercibiéndose los de la una y otra banda de laciénaga con tanto zumbido y estruendo yretumbar de caracoles, bocinas y tamborinos, yotros instrumentos rústicos, que parecíaquererlos matar con la grita sola.

En el mismo punto aparecieron tantascanoas en el agua que salían de entre la anea y

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juncos que, a imitación de las fábulas poéticas,decían estos españoles que no parecía sino quelas hojas de los árboles caídas en el agua seconvertían en canoas. Los indios acudieron contanta diligencia y presteza al paso de la ciénagaque cuando los cristianos llegaron a él, ya porla parte alta los estaban esperando.

Los dos compañeros, aunque vieron elpeligro tan eminente que al cabo de tantotrabajo pasado en tierra les esperaba en el agua,considerando que lo había mayor y más ciertoen el temer que en el osar, se arrojaron a ellacon gran esfuerzo y osadía, sin atender a másque a darse prisa en pasar aquella legua que,como hemos dicho, la tenía de ancho esta malaciénaga. Fue Dios servido que, como loscaballos iban cubiertos de agua y los caballerosbien armados, salieron todos libres sin heridas,que no se tuvo a pequeño milagro según lainfinidad de flechas que les habían tirado, queuno de ellos contando después la merced que elSeñor, particularmente en este paso, les había

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hecho de que no les hubiesen muerto o herido,decía que, salido ya fuera del agua, habíavuelto el rostro a ver lo que en ella quedaba yque la vio tan cubierta de flechas como unacalle suele estar de juncia en día de alguna gransolemnidad de fiesta.

En lo poco que de estos dos españoleshemos dicho, y en otras cosas semejantes queadelante veremos, se podrá notar el valor de lanación española que, pasando tantos y tangrandes trabajos, y otros mayores que por sudescuido no se han escrito, ganasen el nuevomundo para su príncipe. Dichosa gananciapara indios y españoles, pues éstos ganaronriquezas temporales y aquéllos espirituales.

Los españoles que en el ejército estaban,oyendo la grita y vocería de los indios tanextraña, sospechando lo que fue yapellidándose unos a otros, salieron a todaprisa al socorro del paso de la ciénaga más detreinta caballeros.

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Delante de todos ellos un gran trecho,venía Nuño Tovar, corriendo a toda furiaencima de un hermosísimo caballo rucio,rodado, con tanta ferocidad y braveza delcaballo, y con tan buen denuedo y semblantedel caballero que, con sola la gallardía ygentileza de su persona, que era lindo hombrede la jineta, pudo asegurar en tanto peligro losdos compañeros. Que este buen caballero,aunque desfavorecido de su capitán general, nodejaba de mostrar en todas ocasiones lasfuerzas de su persona y el esfuerzo de suánimo, haciendo siempre el deber por cumplircon la obligación y deuda que a su propianobleza debía, que nunca el desdén con toda sufuerza pudo rendirle a que hiciese otra cosa,que la generosidad del ánimo no consientevileza en los que de veras la poseen. A que lospríncipes y poderosos que son tiranos, cuandocon razón o sin ella se dan por ofendidos,suelen pocas veces, o ninguna, correspondercon la reconciliación y perdón que los tales

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merecen, antes parece que se ofenden más ymás de que porfíen en su virtud. Por lo cual, elque en tal se viere, de mi parecer y mal consejo,vaya a pedir por amor de Dios para comer,cuando no lo tenga de suyo, antes que porfiaren servicio de ellos, porque por milagros que enél hagan no bastarán a reducirlo en su gracia.

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CAPÍTULO XVSalen treinta lanzas con el socorro del bizco-cho en pos del gobernador

Los indios, aunque vieron fuera del agualos dos españoles, no dejaron de seguirlos portierra tirándoles muchas flechas con gran corajeque cobraron de que hubiesen caminado tantasleguas sin que los suyos los sintiesen. Masluego que vieron a Nuño Tovar y a los demáscaballeros que venían al socorro, los dejaron yse volvieron al monte y a la ciénaga por no serofendidos de los caballos, que no se sufríaburlar con ellos en campo raso.

Los dos compañeros fueron recibidos delos suyos con gran placer y regocijo, y muchomás cuando vieron que no iban heridos. Elmaese de campo Luis de Moscoso, sabida laorden del general, apercibió los treintacaballeros que volviesen luego con GonzaloSilvestre, el cual apenas tuvo lugar de almorzar

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dos bocados de unas mazorcas cocidas de maíza medio granar y un poco de queso que ledieron, porque no había otra cosa, que todo elreal padecía hambre. Llevaron dos acémilascargadas de bizcocho y queso, socorro paratanta gente harto flaco, si Dios no lo proveyerapor otra parte, como adelante veremos. Coneste recaudo se partió Gonzalo Silvestre con lostreinta compañeros, no habiendo pasado unahora de tiempo que había llegado al real. JuanLópez se quedó en él, diciendo: "A mí no memandó el general volver, ni venir."

Los treinta de a caballo pasaron la ciénagasin contradicción de los indios, aunque delejército llevaban gente que les ayudara en elpaso, mas no fue menester. Caminaron todo eldía sin ver enemigo y, por buena prisa que sedieron, no pudieron llegar al sitio donde elgobernador les dijo les esperaría hasta que fuedos horas de noche. Hallaron que el generalhabía pasado la ciénaga e ídose adelante, deque ellos se afligieron mucho, por verse treinta

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hombres solos en medio de tantos enemigoscomo temían que había sobre ellos. Por nosaber dónde era ido el gobernador, no pasaronen pos de él. Acordaron quedarse en el mismoalojamiento que él tuvo la noche antes, conorden que entre sí dieron que los diez rondasena caballo el primer tercio de la noche y los otrosdiez estuviesen velando con los caballosensillados y enfrenados, teniéndolos de riendapara acudir con presteza donde fuese menesterpelear, y los otros diez tuviesen los caballosensillados y sin frenos y los dejasen comer paraque de esta manera, trabajando unos ydescansando otros, por su rueda, pudiesenllevar el trabajo nocturno. Así pasaron toda lanoche, sin sentir enemigos.

Luego que fue de día, viendo el rastro queel gobernador dejaba hecho en la ciénaga, lapasaron con buena dicha de que los indios no latuviesen ocupada para les defender el paso,que les fuera de mucho trabajo haberlo deganar peleando en el agua hasta los pechos, sin

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poder acometer ni huir ni tener armas de tirocon que detener a lejos los enemigos, y ellos,por el contrario, tener grandísima agilidad paraentrar y salir con sus canoas en los nuestros ytirarles las flechas de lejos o cerca. Y cierto, eneste paso, y en otros semejantes que la historiadirá, es de considerar cuál fuese la causa queunos mismos indios, en unos propios sitios yocasiones, peleasen unos días con tanta ansia ydeseo de matar los castellanos, y otros días nose les diese nada por ello. Yo no puedo dar otrarazón sino que para pelear o no pelear debíande guardar algunas abusiones de su gentilidad,como lo hacían algunas naciones en tiempo delgran Julio César, o que por verlos ir de paso yno parar en sus tierras los dejaban. Comoquiera que fuese, los treinta caballeros lotuvieron a buena suerte, y siguieron el rastrodel gobernador, y, habiendo caminado seisleguas, le hallaron alojado en unoshermosísimos valles de grandes maizales, tanfértiles que cada caña tenía a tres y a cuatro

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mazorcas de las cuales cogían de encima de loscaballos para entretener la hambre quellevaban. Comíanselas crudas, dando gracias aDios Nuestro Señor que los hubiese socorridocon tanta hartura, que a los menesterososcualquiera se les hace mucha.

El gobernador los recibió muy bien y, conpalabras magníficas y grandes alabanzas,encareció la buena diligencia que GonzaloSilvestre había hecho y el mucho peligro eincomportable trabajo que había pasado. Dijo alo último que humanamente no podía habersehecho más. Ofreció para adelante lagratificación de tanto mérito. Por otra parte, lepedía perdón de no haberle esperado comoquedó de esperarle; decía, disculpándose, quehabía pasado adelante, lo uno, porque no sepodía sufrir la hambre en que los dejó, y lootro, porque no tuvo por muy cierta su vueltapor el mucho peligro en que iba, y que habíatemido le hubiesen muerto los indios.

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Esta provincia tan fértil donde los treintacaballeros hallaron al gobernador se llamabaAcuera, y el señor de ella había el mismonombre. El cual, sabiendo la ida de loscastellanos a su tierra, se fue al monte con todasu gente. De la provincia de Urribarracuxi a lade Acuera habrá veinte leguas poco más omenos norte-sur.

El maese de campo Luis de Moscoso,recibida la orden del general, luego aquelmismo día puso por obra la partida del ejército.Pasaron la ciénaga con facilidad por no habercontradicción de enemigos. Siguieron sucamino, y, en otros tres días, llegaron al otropaso de la misma ciénaga, y por ser aquel vadomás ancho y llevar más agua que el otro,tardaron tres días en pasarlo, en los cuales, nien las doce leguas que caminaron por la riberade la ciénaga, no vieron indio alguno, que nofue poca merced que ellos les hicieron, porquesiendo los pasos de suyo tan dificultosos por

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poco que les contradijeran les aumentaranmucho trabajo.

El gobernador, mientras Luis de Moscosopasaba la ciénaga, porque su gente padecíahambre, le envió mucha zara o maíz con que sehartaron, y llegaron donde el gobernadorestaba.

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CAPÍTULO XVIDescomedida respuesta del señor de la pro-vincia Acuera

Habiéndose juntado todo el ejército enAcuera, entretanto que la gente y los caballos sereformaban de la hambre que los días atráshabían pasado, que no fue poca, el gobernadorcon su acostumbrada clemencia envió alcacique Acuera indios que prendieron de lossuyos con recaudos diciendo le rogaban saliesede paz y holgase tener los españoles poramigos y hermanos, que era gente belicosa yvaliente, los cuales si no aceptaba la amistad deellos, podrían hacerle mucho mal y daño en sustierras y vasallos; asimismo supiese y tuviesepor cierto que no traían ánimo de hacer agravioa nadie, como no lo habían hecho en lasprovincias que atrás dejaban, sino muchaamistad a los que habían querido recibirla, yque el principal intento que llevaban era

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reducir por paz y amistad todas las provinciasy naciones de aquel gran reino, a la obedienciay servicio del poderosísimo emperador y rey deCastilla, su señor, cuyos criados ellos eran, yque el gobernador deseaba verle y hablarlepara decirle estas cosas más largamente y darlecuenta de la orden que su rey y señor le habíadado para tratar y comunicar con los señoresde aquella tierra.

El cacique respondió descomedidamentediciendo que ya por otros castellanos, que añosantes habían ido a aquella tierra, tenía larganoticia de quién ellos eran y sabía muy bien suvida y costumbres, que era tener por oficioandar vagabundos de tierra en tierra viviendode robar y saquear y matar a los que no leshabían hecho ofensa alguna; que, con gente tal,en ninguna manera quería amistad ni paz, sinoguerra mortal y perpetua; que, puesto caso queellos fuesen tan valientes como se jactaban, noles había temor alguno, porque sus vasallos y élno se tenían por menos valientes, para prueba

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de lo cual les prometía mantenerles guerra todoel tiempo que en su provincia quisiesen pararno descubierta ni en batalla campal, aunquepodía dársela, sino con asechanzas yemboscadas, tomándolos descuidados; portanto, les apercibía y requería se guardasen yrecatasen de él y de los suyos, a los cuales teníamandado le llevasen cada semana dos cabezasde cristianos, y no más, que con ellas secontentaba, porque degollando cada ocho díasdos de ellos, pensaba acabarlos todos en pocosaños, pues, aunque poblasen e hiciesen asiento,no podían perpetuarse porque no traíanmujeres para tener hijos y pasar adelante con sugeneración. Y a lo que decían de dar laobediencia al rey de España, respondía que élera rey en su tierra y que no tenía necesidad dehacerse vasallo de otro quien tantos tenía comoél; que por muy viles y apocados tenía a los quese metían debajo de yugo ajeno pudiendo vivirlibres; que él y todos los suyos protestabanmorir cien muertes por sustentar su libertad y

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la de su tierra; que aquella respuesta dabanentonces y para siempre. A lo del vasallaje y alo que decían que eran criados del emperador yrey de Castilla y que andaban conquistandonuevas tierras para su imperio respondía que lofuesen muy enhorabuena, que ahora los teníaen menos, pues confesaban ser criados de otroy que trabajaban y ganaban reinos para queotros los señoreasen y gozasen del fruto de sustrabajos; que ya que en semejante empresapasaban hambre y cansancio y los demásafanes y aventuraban a perder sus vidas, lesfuera mejor, más honroso y provechoso ganar yadquirir para sí y para sus descendientes, queno para los ajenos; y que, pues eran tan vilesque estando tan lejos no perdían el nombre decriados, no esperasen amistad en tiempoalguno, que no pretendía emplearla tanvilmente ni quería saber el orden de su rey, queél sabía lo que había de hacer en su tierra y dela manera que los había de tratar; por tanto,

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que se fuesen lo más presto que pudiesen si noquerían morir todos a sus manos.

El gobernador, oída la respuesta del indio,se admiró de ver que con tanta soberbia yaltivez de ánimo, acertase un bárbaro a decircosas semejantes. Por lo cual, de allí adelante,procuró con más instancia atraerle a suamistad, enviándole muchos recaudos depalabras amorosas y comedidas. Mas el curacaa todos los indios que a él iban decía que ya conel primero había respondido, que no pensabadar otra respuesta, ni la dio jamás.

En esta provincia estuvo el ejército veintedías, reformándose del trabajo y hambre delcamino pasado, apercibiendo cosas necesariaspara pasar adelante. El gobernador procurabaen estos días haber noticia y relación de laprovincia. Envió corredores por toda ella, quecon cuidado y diligencia viesen y notasen lasbuenas partes de ella, los cuales trajeron buenasnuevas.

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Los indios en aquellos veinte días no sedurmieron ni descuidaron, antes, por cumplircon los fieros y amenazas que su curaca habíahecho a los castellanos, y porque ellos viesenque no habían sido vanas, andaban tan solícitosy astutos en sus asechanzas que ningún españolse desmandaba cien pasos del real que noflechasen y degollasen luego, y por prisa quelos suyos se daban a los socorrer los hallabansin cabezas, que se las llevaban los indios parapresentarlas al cacique como él les teníamandado.

Los cristianos enterraban los cuerposmuertos donde los hallaban. Los indios volvíanla noche siguiente y los desenterraban, y hacíantasajos, y los colgaban por los árboles, dondelos españoles pudiesen verlos. Con las cualescosas cumplían bien lo que su cacique les habíamandado que cada semana le llevasen doscabezas de cristianos, que en dos días, de dosen dos le llevaron cuatro, y catorce en toda latemporada que los españoles estuvieron en su

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tierra, sin los que hirieron, que fueron muchosmás. Salían a hacer estos saltos tan a su salvo ytan cerca de las guaridas, que eran los montes,que muy libremente se volvían a ellos dejandohecho el daño que podían, sin perder lance quese les ofreciese. De donde vinieron a verificarlos castellanos las palabras que los indios quehallaron por todo el camino de las ciénagas másles decían a grandes voces: "Pasad adelante,ladrones, traidores, que en Acuera, y más alláen Apalache, os tratarán como vosotrosmerecéis, que a todos os pondrán hechoscuartos y tasajos por los caminos en los árbolesmayores".

Los españoles, por mucho que loprocuraron, en toda la temporada no mataroncincuenta indios, porque andaban muyrecatados y vigilantes en sus asechanzas.

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CAPÍTULO XVIIDe las cosas que los capitanes Juan de Añascoy Pedro Calderón ordenaron en cumplimientode lo que el general les había mandado

El curaca Mucozo se entretuvo con Juan deAñasco y los demás españoles cuatro días, enlos cuales, y en los demás que los nuestrosestuvieron en el pueblo de Hirrihigua, nocesaron sus indios de llevar a su tierra, yendo yviniendo como hormigas, todo lo que losespañoles, por no lo poder llevar consigo,habían de dejar en aquel pueblo, que era muchacantidad, porque de solo cazavi, que es el pande aquella isla de Santo Domingo y Cuba y suscircunvecinas, les quedó más de quinientosquintales, sin otra mucha cantidad de capas,sayos, jubones, calzones, calzas y calzado detodas suertes: zapatos, borceguíes y alpargates.Y de armas había muchas corazas, rodelas,picas y lanzas y morriones, que de todas estas

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cosas, como el gobernador era rico, llevó granabundancia, sin las otras que eran menesterpara los navíos, como velas, jarcias, pez, estopay sebo, sogas, espuertas, serones, áncoras ygúmenas, mucho hierro y acero que, aunque deestas cosas el gobernador llevó consigo lo quepudo llevar, quedó mucha cantidad, y, comoMucozo era amigo, holgaron los españoles quese las llevase, y así lo hicieron sus indios yquedaron ricos y contentos.

Juan de Añasco traía orden del gobernadorpara que en los dos bergantines que en la bahíade Espíritu Santo habían quedado fuesecosteando toda la costa al poniente hasta labahía de Aute, que el mismo Juan de Añascocon tantos trabajos como vimos habíadescubierto y dejado señalada para conocerlacuando fuese costeando por la mar. Porcumplir su comisión, visitó los bergantines, queestaban cerca del pueblo; reparolos y proveyóde bastimentos, y apercibió la gente que con élhabía de ir, en lo cual gastó siete días. Dio aviso

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al capitán Pedro Calderón del orden que elgobernador mandaba que llevase en el caminoque había de hacer por tierra, y, habiéndosedespedido de los demás compañeros, se hizo ala vela en demanda de la bahía de Aute, dondelo dejaremos hasta su tiempo.

El buen caballero Gómez Arias, quetambién llevaba comisión del gobernador parair a La Habana en la carabela para ir a visitar adoña Isabel de Bobadilla y a la ciudad de LaHabana y a toda la isla de Santiago de Cuba ydarles cuenta de lo que hasta entonces les habíasucedido y de las buenas partes y calidades quehabían visto y notado de la Florida, demás delo cual había de tratar otros negocios deimportancia, que, porque no son de nuestrahistoria, no se hace relación de ellos. Para locual Gómez Arias mandó requerir la carabelade carena y proveerla de gente y bastimentos yalzó velas, y en pocos días llegó en salvamentoa La Habana, donde fue bien recibido de doñaIsabel y de todos los de la isla de Cuba, los

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cuales, con mucha fiesta y regocijosolemnizaron las nuevas de los prósperossucesos del descubrimiento y conquista de laFlorida, y la buena salud del gobernador, aquien todos ellos particular y generalmenteamaban y deseaban suma felicidad, como sifuera padre de cada uno de ellos, y lo teníamerecido a todos.

Atrás, en el libro primero, hicimosmención, diciendo que los indios de estaprovincia de Hirrihigua en dos lances habíanpreso dos españoles. Lo cual fue más por culpade los mismos españoles presos que por ganaque los indios hubiesen tenido de hacerles mal,y, porque fueron cosas que sucedieron en eltiempo que el capitán Pedro Calderón estuvoen esta provincia, después que el gobernadorsalió de ella, aunque son de poca importancia, ytambién porque no le sucedieron otras de másmomento, será bien contarlas aquí. Es de saberque los indios de aquella provincia teníanhechos en la bahía de Espíritu Santo grandes

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corrales de piedra seca para gozar de las lizas yotro mucho pescado que con la creciente de lamar en ellos entraba y, con la menguante,quedaba acorralado casi en seco, y era mucha lapesquería que los indios así mataban. Y loscastellanos que estaban con el capitán PedroCalderón gozaban también de ella. Acaeció queun día se les antojó a dos españoles, el unollamado Pedro López y el otro Antón Galván,naturales de Valverde, de ir a pescar sin ordendel capitán. Fueron en una canoa pequeña yllevaron consigo un muchacho, natural deBadajoz, de catorce o quince años, que habíanombre Diego Muñoz, paje del mismo capitán.

Andando los dos españoles pescando en uncorral grande, llegaron veinte indios que ibanen dos canoas, sin otros muchos que quedabanen tierra y, entrando en el corral, con buenaspalabras, de ellas en español y de ellas en indio,les dijeron: "Amigos, amigos, gocemos todosdel pescado". Pedro López, que era hombresoberbio y rústico, les dijo: "Andad para perros,

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que no hay para qué tener amistad con perros."Diciendo esto, echó mano a su espada e hirió aun indio que se le había llegado cerca. Losdemás, viendo la sinrazón de los españoles, loscercaron por todas partes, y a flechazos y apalos con los arcos y con los remos de lascanoas mataron a Pedro López, que causó lapendencia, y a Galván dejaron por muerto, lacabeza abierta y todo el rostro desbaratado apoder de palos, y a Diego Muñoz llevaronpreso, sin hacerle otro mal por su poca edad.

Los castellanos que estaban en elalojamiento acudieron en canoas a la grita pordar socorro a los suyos, y llegaron tarde,porque hallaron muertos los dos compañeros, yel otro, preso en poder de los indios. A PedroLópez enterraron y a Antón Galván, sintiendoque todavía respiraba, le hicieron beneficioscon que se restituyó a esta vida, pero tardó ensanar de las heridas más de treinta días, y, pormuchos meses (aunque sanó de sus miembros)quedó como tonto, atronado de la cabeza de los

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palos que en ella le dieron. Y él, que en saludno era el más discreto de sus aldeanos, siempreque contaba lo que aquel día había acaecido,entre otras rústicas palabras decía: "Cuando losindios nos mataron a mí y a mi compañeroPedro López, hicimos esto y esto". Loscompañeros, habiendo placer con él, le decían:"A vos no os mataron, sino a Pedro López.¿Cómo decís que os mataron, pues estáisvivo?". Respondía Antón Galván: "A mítambién me mataron, y si soy vivo, Dios mevolvió a dar la vida". Por oírle estasrusticidades y groserías, le hacían contarmuchas veces el cuento, y Galván,perseverando en su lenguaje pulido, diciéndolosiempre de una propia manera, daba contento yqué reír a sus compañeros.

En otro lance semejante prendieron losindios de esta provincia Hirrihigua otroespañol llamado Hernando Vintimilla, granhombre de mar. El cual salió una tardeinadvertidamente, mariscando y cogiendo

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camarones por la ribera de la bahía abajo, conla menguante de ella, y así descuidado fuehasta encubrirse con un monte que había entrela bahía y el pueblo donde había indiosescondidos. Los cuales, viéndole solo, salierona él y le hablaron amigablemente diciendo quepartiese con ellos el marisco que llevaba.Vintimilla respondió con soberbia,pretendiendo amedrentar los indios conpalabras porque viesen que no les temía y no seatreviesen a hacer algún mal. Los indios,enfadados y enojados de que un español solohablase con tanta soberbia a diez o doce queellos eran, cerraron con él y lo llevaron preso,mas no le hicieron mal alguno.

Estos dos españoles tuvieron consigo losindios de esta provincia diez años --y losdejaban andar libres, como si fueran de ellosmismos-- hasta el año de mil y quinientos ycuarenta y nueve, que con tormenta aportó aesta bahía de Espíritu Santo el navío del padrefray Luis Cáncer de Barbastro, dominico, que

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fue a predicar a los indios de la Florida y ellosle mataron y a dos compañeros suyos. Y los queen el navío quedaron se acogieron a la mar, y,yendo huyendo, les dio tormenta y tuvieronnecesidad de entrar en aquella bahía asocorrerse de la furia de la mar. Los indios deHirrihigua salieron, pasada la tormenta, conmuchas canoas a combatir la nao, la cual, comono llevaba gente de guerra, se retiró a la mar.Los indios todavía porfiaban a seguirla, y conellos iban los dos españoles Diego Muñoz yVintimilla, de por sí en una canoa desechada,con intención de huirse de los indios e irse a lanao, si ella les esperase. Yendo así todossiguiendo el navío, acaeció que el viento nortese levantó. Los indios, temiendo no creciese elviento con la furia que en aquella región suelecorrer y los echase la mar adentro, dondepeligrasen, tuvieron por bien de volverse atierra. Los dos españoles con astucia se hicieronquedadizos; daban a entender que por ser dossolos no podían remar contra el viento y,

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cuando vieron los indios algo apartados,volvieron la proa de su canoa al navío yremaron a toda furia como hombres quedeseaban libertad por la cual se ponían alpeligro de perder allí las vidas, y, a grandesvoces, pedían que los esperasen. Los de la nao,viendo ir a ellos una canoa sola, luegoentendieron que era de gente que los habíamenester y amainaron las velas y esperaron lacanoa, y llegada que fue, recibieron los dosespañoles en trueque y cambio de los quehabían perdido. De esta manera volvieron apoder de cristianos Diego Muñoz y Vintimillaal cabo de diez años que habían estado enpoder de los indios de la provincia deHirrihigua y bahía de Espíritu Santo.

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CAPÍTULO XVIIISale Pedro Calderón con su gente, y el sucesode su camino hasta llegar a la ciénaga grande

Luego que Juan de Añasco y Gómez Ariasse hicieron a la vela, el uno para la bahía deAute y el otro para la isla de La Habana,apercibió el capitán Pedro Calderón la genteque le quedó, que eran setenta lanzas ycincuenta infantes, porque los treinta españolesque faltan llevaron Juan de Añasco y GómezArias en los bergantines y carabela por no irsolos con los marineros. Salió del pueblo deHirrihigua; dejó los huertos frescos que loscastellanos para su regalo habían plantado demuchas lechugas y rábanos y la demáshortaliza de cuyas semillas habían idoapercibidos para si poblasen.

El segundo día de su camino llegaron alpueblo del buen Mucozo, el cual salió arecibirlos y aquella noche les hizo muy buen

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hospedaje; y otro día los acompañó hastaponerlos fuera de su tierra, y a la despedida,con mucha ternura y sentimiento, les dijo:"Señores, ahora pierdo del todo la esperanza dejamás ver al gobernador mi señor ni a ningunode los suyos, porque, hasta ahora, con tenerosen aquel presidio esperaba ver a su señoría yme gozaba pensando servirle como siempre lohe deseado; mas ahora sin consuelo algunolloraré toda mi vida su ausencia. Por lo cual osruego le digáis estas palabras, y que le suplicolas reciba como se las envió". Con estaspalabras, y muchas lágrimas con que mostrabael amor que a los españoles tenía, se despidióde ellos y se volvió a su casa.

El capitán Pedro Calderón y sus ciento yveinte compañeros caminaron por sus jornadashasta llegar a la ciénaga grande sin que lesacaeciese cosa digna de memoria, si no fue unanoche antes que llegasen a la ciénaga que,habiéndose alojado los castellanos en un llano,cerca de un monte, salían de él muchos indios a

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les dar sobresaltos y rebatos a todas horas,hasta entrársele por el alojamiento y llegar a lasmanos, y, cuando los españoles les apretaban,se volvían huyendo al monte; luego tornaban asalir a los inquietar. En un lance de estosarremetió un caballero con un indio que semostraba más atrevido que los otros, el cualhuyó del caballero, mas, cuando sintió que leiba alcanzando, revolvió a recibirle con unaflecha puesta en el arco y se la tiró tan cerca queal mismo tiempo que el indio desembrazó laflecha le dio el español una lanzada de quecayó muerto. Mas no vengó mal su muerte,porque con la flecha que tiró dio al caballo porlos pechos, y, aunque de tan cerca, fue el tirotan bravo que con las piernas y brazos abiertossin dar un paso más ni menearse, cayó elcaballo muerto a sus pies. De manera que elindio y el caballo y su dueño cayeron todos tresjuntos unos sobre otros, y este caballo era elafamado de Gonzalo Silvestre, que no le valió

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toda su bondad para que el indio se larespetara.

Los españoles, admirados que un animaltan animoso, feroz y bravo, cual es un caballo,hubiese muerto tan repentinamente de laherida de sola una flecha tirada de tan cerca,quisieron, luego que amaneció, ver qué talhabía sido el tiro y abrieron el caballo yhallaron que la flecha había entrado por lospechos y pasado por medio del corazón ybuche y tripas y parado en lo último de losintestinos, tan bravos, fuertes y diestros son entirar las flechas comúnmente los naturales deeste gran reino de la Florida. Mas no hay dequé espantarnos, si se advierte al perpetuoejercicio que en ellas tienen en todas edades,porque los niños de tres años y de menos, enpudiendo andar en sus pies, movidos de sunatural inclinación y de lo que continuamenteven hacer a sus padres, les piden arcos yflechas, y, cuando no se las dan, ellos mismoslas hacen de los palillos que pueden haber, y

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con ellos andan desfenecidos tras las sabandijasque topan en casa, y si aciertan a ver algúnratoncillo o lagartija que se entre en su cueva,se están tres y cuatro y seis horas con su flechapuesta en el arco, aguardando con la mayoratención que se puede imaginar a que salgapara la matar, y no reposan hasta haber salidocon su pretensión, y, cuando no hallan otracosa a que tirar, andan tirando las moscas queven por las paredes y en el suelo. Con esteejercicio tan continuo, y por el hábito que en éltienen hecho, son tan diestros y feroces en eltirar las flechas, con las cuales hicieron tirosextrañísimos, como lo veremos y notaremos enel discurso de la historia, y, porque viene apropósito, aunque el caso sucedió en Apalachedonde el gobernador quedó, será bien contarloaquí, que cuando lleguemos a aquella provinciano nos faltará qué contar de las valentías de losnaturales de ella. Fue así que, en una de lasprimeras refriegas que los españoles tuvieroncon los indios de Apalache, sacó el maese de

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campo Luis de Moscoso un flechazo en elcostado derecho que le pasó una cuera de antey otra de malla que llevaba debajo, que, por sertan pulida, había costado en España ciento ycincuenta ducados, y de éstas habían llevadomuchas los hombres ricos por muy estimadas.También le pasó la flecha un jubón estofado ylo hirió de manera que, por ser a soslayo, no lomató. Los españoles, admirados de un golpe deflecha tan extraño, quisieron ver para cuántoeran sus cotas, las muy pulidas en quien tantaconfianza tenían. Llegados al pueblo, pusieronen la plaza un cesto, que los indios hacen decarrizos a manera de cestos de vendimiar, y,habiendo escogido una cota por la másestimada de las que llevaban, la vistieron alcesto, que, según estaba tejido, era muy fuerte,y, quitando un indio de los de Apalache de lacadena que estaba, le dieron un arco y unaflecha y le mandaron que la tirase a la cota queestaba a cincuenta pasos de ellos.

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El indio, habiendo sacudido los brazos apuño cerrado para despertar las fuerzas, tiró laflecha, la cual pasó la cota y el cesto tan de claroy con tanta furia que, si de la otra parte toparaun hombre, también lo pasara. Los españoles,viendo la poca o ninguna defensa que una cotahacía contra una flecha, quisieron ver lo quehacían dos cotas, y así mandaron vestir otramuy preciada sobre la que estaba en el cesto, y,dando una flecha al indio, le dijeron que latirase como la primera a ver si era hombre parapasarlas ambas.

El indio, volviendo a sacudir los brazoscomo que les pedía nuevas fuerzas, pues ledoblaban las defensas contrarias, desembrazóla flecha y dio en las cotas por medio del cestoy pasó los cuatro dobleces que tenía de malla, yquedó la flecha atravesada tanto de un cabocomo de otro. Y como viese que no había salidoen claro de la otra parte, con gran enojo que deello mostró, dijo a los españoles: "Déjenme tirarotra, y, si no las pasare ambas de claro, como

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hice la una, ahórquenme luego, que estasegunda flecha no me salió del arco tan biencomo yo quisiera y por eso no salió de las cotascomo la primera."

Los españoles no quisieron conceder lapetición del indio por no ver mayor afrenta desus cotas, y de allí adelante quedaron biendesengañados de lo poco que las muyestimadas les podían defender de las flechas. Yasí, haciendo burla de ellas sus propios dueños,las llamaban holandas de Flandes, y, en lugarde ellas, hicieron sayos estofados de tres ycuatro dedos en grueso, con faldamentos largosque cubriesen los pechos y ancas del caballo, yestos sayos, hechos de mantas, resistían mejorlas flechas que otra alguna arma defensiva; ylas cotas de malla gruesa y bastas que no erantenidas en precio, con cualquier otra defensaque les pusiesen debajo, defendían las flechasmejor que las muy galanas y pulidas, por locual vinieron a ser estimadas las que habían

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sido menospreciadas y desechadas las muytenidas.

De otros tiros dignos de fama que hubo eneste descubrimiento haremos mención adelanteen los lugares donde acaecieron que cierto sonpara admirar. Mas al fin, considerando queestos indios son engendrados y nacidos sobrearcos y flechas, criados y alimentados de lo quecon ellas matan y tan ejercitados en ellas, nohay por qué maravillarnos tanto.

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CAPÍTULO XIXPedro Calderón pasa la ciénaga grande y llegaa la de Apalacbe

Volviendo a tomar el hilo de nuestrocamino, decimos que los indios que salían delmonte a inquietar los españoles en sualojamiento se contentaron con haber muerto elcaballo de Gonzalo Silvestre y con haberperdido el indio que lo mató, que debía serprincipal entre ellos, pues, viéndole muerto, seretiraron luego y no volvieron más.

Los castellanos llegaron otro día, despuésde este suceso, al paso de la ciénaga grande,donde pasaron aquella noche, y luego, el díasiguiente sin contradicción de los enemigos lapasaron con no más trabajo del que ella dabade suyo, que era harto grande. Siguieron suviaje por toda la provincia de Acuera,alargando siempre las jornadas todo lo más quepodían caminar y, para sobrellevar a los

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infantes el trabajo de ir a pie, se apeaban loscaballeros y les daban los caballos que fuesenen ellos a ratos, y no los tomaban a las ancaspor no fatigar los caballos para cuando loshubiesen menester. Con esta diligencia ycuidado, caminaron hasta llegar al pueblo deOcali, sin contradicción alguna de los enemigoscomo si fueran por tierra desierta. Los indiosdesampararon el pueblo y se fueron al monte.Los españoles tomaron la comida que hubieronmenester y llegaron al río y, en balsas quehicieron, le pasaron sin que de la una ribera nide la otra hubiese indio que les diese un grito.

Pasado el río de Ocali, entraron en elpueblo de Ochile y atravesaron toda laprovincia de Vitachuco y llegaron al pueblodonde fue la muerte del soberbio Vitachuco yde los suyos, que los castellanos llamaban laMatanza. Pasada la provincia de Vitachuco,llegaron al río de Osachile y lo pasaron enbalsas sin ver indio que les hablase palabra. Delrío fueron al pueblo llamado Osachile, al cual

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desampararon sus moradores como lo habíanhecho todos los demás que atrás quedaron.

Los españoles, habiendo tomadobastimento en Osachile, caminaron por eldespoblado que hay antes de la ciénaga deApalache. Llegaron a la ciénaga habiendocaminado casi ciento treinta y cinco leguas entoda la paz y quietud del mundo, que, si no fuela noche que mataron el caballo de GonzaloSilvestre, no les dieron otra pesadumbre entodo este largo camino, de lo cual no hallamosrazón que dar ni entonces se pudo alcanzar.

Los indios de la provincia de Apalache,como más belicosos que los pasados, quisieronsuplir la falta y descuido que tuvieron los otrosen molestar y dañar a los españoles, comoluego veremos. Habiendo llegado los nuestrosal monte cerrado que está en la ribera de laciénaga, durmieron fuera en lo raso de un llanoy, luego que amaneció, caminaron por elcallejón angosto del monte, que dijimos ser demedia legua en largo, y entraron en el agua y

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llegaron a toda prisa por el agua a tomar latierra. A este tiempo, palos que hallaron caídos.Pasaron por ella los infantes, y los de a caballopasaron nadando lo más hondo de la canal.

El capitán Pedro Calderón, viendo quehabían pasado lo más hondo y peligroso delagua, mandó, para mayor diligencia yseguridad de lo que quedaba por pasar, quediez caballeros, tomando a las ancas cincoballesteros y cinco rodeleros, fuesen a tomar elcallejón angosto del monte que había en la otraribera. Ellos lo pusieron así por obra y fueron atoda prisa para el agua a tomar la tierra. A estetiempo salieron muchos indios de diversaspartes del monte, donde hasta entonces habíanestado emboscados tras las matas y árbolesgruesos y, con gran vocería y alarido,acometieron a los diez caballeros que llevabanlos infantes a las ancas y les tiraron muchasflechas con que mataron al caballo de ÁlvaroFernández, portugués, natural de Yelves, ehirieron otros cinco caballos, los cuales, como

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los sobresaltaron tan de repente y como ibantan cargados y el agua a los pechos, revolvieronhuyendo sin que sus dueños pudiesenresistirles, derribaron en el agua los diezinfantes que llevaban a sus ancas casi todos malheridos que, como los indios al revolver de loscaballos los tomaron por las espaldas, pudieronflecharlos a su placer y, viéndolos caídos en elagua arremetieron a toda furia a los degollarcon gran vocería que a los demás indios dabanavisándoles de su victoria para que con mayoresfuerzo y ánimo acudiesen a gozar de ella.

El sobresalto tan repentino con que losindios acometieron a los castellanos y elderribar los peones en el agua y el huir loscaballos y los muchos enemigos que acudían acombatirles causaron en ellos gran confusión yalboroto y aun temor de ser desbaratados yvencidos, porque era la pelea en el agua dondelos caballos no podían servir con su ligerezapara socorrer a los amigos y ofender a losenemigos.

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Al contrario, los indios, viendo cuán bienles había sucedido el primer acontecimientocobraron nuevo ánimo y osadía y, con mayorímpetu, acometieron a matar los infantes quehabían caído en el agua. Al socorro de ellosacudieron los españoles más esforzados quemás cerca se hallaron, y los primeros quellegaron fueron Antonio Carrillo, Pedro Morón,Francisco de Villalobos y Diego de Oliva, quehabían pasado por la puente, y se pusierondelante de los indios y defendieron que nomatasen los infantes. Por el lado izquierdo delos castellanos venía una gran banda de indiosque acudían a la victoria que los primeroshabían cantado. Delante de todos ellos más deveinte pasos, venía un indio con un granplumaje a la cabeza con todo el denuedo ybizarría que se puede imaginar. Venía a tomarun árbol grande que estaba entre los unos y losotros, de donde podían, si los indios loganaran, hacer mucho daño a los españoles, yaun defenderles el paso. Lo cual, como Gonzalo

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Silvestre, que estaba más cerca del árbol, loadvirtiese, llamó a grandes voces a AntonioGalván, de quien atrás hicimos mención, elcual, aunque estaba herido y era uno de los quehabían caído de los caballos, (como buensoldado) no había perdido su ballesta, y,poniéndole una jara, fue en pos de GonzaloSilvestre, que con un medio repostero que hallóen el agua iba haciendo escudo y le persuadíaque no tirase a otro sino al indio que veníadelante, que parecía ser capitán general. Y eraasí verdad, aunque él lo dijo a tiento. De estamanera llegaron al árbol y el indio que veníadelante cuando vio que los españoles lo habíanganado por haberse hallado más cerca de él lestiró en un abrir y cerrar de ojos tres flechas, lascuales Gonzalo Silvestre recibió en el escudoque llevaba que, por ir mojado, pudo resistir lafuria de ellas.

Antonio Galván, que por no perder el tirohabía esperado que el enemigo llegase máscerca, viéndole en buen puesto, le tiró con tan

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buena puntería que le dio por medio de lospechos y, como el triste no traía por defensamás del pellejo, le metió toda la jara por ellos.El indio, dando una vuelta en redondo, que nocayó del tiro, alzó la voz a los suyos diciendo:"Muerto me han estos traidores." Los indiosarremetieron a él y, tomándolo en brazos congran murmullo, pasando la palabra de unos aotros, lo llevaron por el mismo camino quehabían traído.

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CAPÍTULO XXProsigue el camino Pedro Calderón, y la con-tinua pelea de los enemigos con él

No andaba menos cruel y sangrienta lapelea por las otras partes, porque por el ladoderecho de la batalla acudió una gran banda deindios con mucho ímpetu y furor sobre loscristianos. Un valiente soldado, natural deAlmendralejo, que había nombre Andrés deMeneses, salió a resistirles, y con él fueron otrosdiez o doce españoles, sobre los cuales cargaronlos indios con tanta ferocidad y braveza que, decuatro flechazos que dieron a Andrés deMeneses por las verijas y muslos, le derribaronen el agua que, por lo ver cubierto el cuerpocon un pavés que llevaba, le tiraron a lo másdescubierto. Hirieron asimismo otros cinco delos que fueron con él.

Con esta rabia y crueldad andaba la peleaentre indios y españoles dondequiera que

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podían llegar a las manos. Los indiosredoblaban las fuerzas y el coraje por acabar devencer, como hombres que tenían por suya lavictoria y estaban ensoberbecidos con losbuenos lances que habían hecho. Los españolesse esforzaban con su buen ánimo a defender lasvidas, que ya no peleaban por otro interés, yllevaban lo peor de la batalla, porque no eran ala defensa más de los cincuenta peones, que losde a caballo, por ser la pelea en el agua, no erande provecho para los suyos ni de daño para losenemigos.

A este punto corrió por todos los indios ladesdichada nueva de que el capitán general deellos estaba herido de muerte, con la cualmitigaron algún tanto el fuego y la ira con quehasta entonces habían peleado. Empezaron aretirarse poco a poco, empero tirando siempreflechas a sus contrarios. Los castellanos serehicieron y, con la mejor orden que pudieron,siguieron los indios hasta echarlos fuera detoda el agua y ciénaga, y los metieron por el

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callejón del monte cerrado que había en la otraribera de la ciénaga, y les ganaron el sitio quedijimos habían rozado los españoles para sualojamiento cuando pasó el gobernador con suejército. Aquel sitio habían fortificado los indiosy tenían su alojamiento en él. Desampararonpor acudir a su capitán general. Los españolesse quedaron en él aquella noche porque eraplaza fuerte y cerrada donde los enemigos nopodían hacerles daño, si no era por el callejón,y, como lo guardasen, estaban seguros.Curaron los heridos como pudieron, que todoslos más lo estaban, y mal heridos, y pasaron lanoche velando, que con gritos y alaridos no lesdejaron reposar los indios.

Con el buen tiro que Antonio Galván acertóa hacer aquel día socorrió Nuestro Señor a estosespañoles, que, cierto, a no ser tal y en lapersona del capitán general, se temió hicieranlos indios gran estrago en ellos, o los degollarantodos, según andaban pujantes y victoriosos yen gran número, y los españoles pocos y los

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más a caballo, los cuales, por ser la pelea en elagua, no eran señores de sí ni de sus caballospara ofender al enemigo o defenderse de él, porlo cual, peleando los infantes solos, estuvierona punto de perderse todos. Y así, platicandodespués muchas veces delante del gobernadordel peligro de aquel día, daban siempre aAntonio Galván la honra de que por él no loshubiesen vencido y muerto.

Luego que amaneció, caminaron loscastellanos por el camino angosto del montecerrado, llevando antecogidos los enemigoshasta sacarlos a otro monte más claro y abierto,de dos leguas de travesía, donde a una parte ya otra del camino los infieles tenían hechasgrandes palizadas, o eran las mismas quehicieron cuando el gobernador Hernando deSoto pasó por este camino y se habían quedadoen pie hasta entonces. De las palizadas salíanlos enemigos y tiraban innumerables flechas,con orden y concierto de no acometer a unmismo tiempo por ambos lados por no herirse

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con sus propias armas. De esta maneracaminaron las dos leguas de monte donde losindios hirieron más de veinte castellanos y ellosno pudieron hacer daño alguno en susenemigos porque hacían harto en guardarse delas flechas. Pasado el monte, salieron a uncampo raso donde los indios, de temor de loscaballos, no osaron ofender a los españoles, niaun esperarles. Así los dejaron caminar conmenos pesadumbre.

Los cristianos, habiendo caminado cincoleguas, hicieron alto para alojarse en aquelllano, porque los heridos de aquel día y delpasado, con la continua pelea que habíanllevado, iban fatigados. Luego que anocheció,vinieron los indios en gran número, y a untiempo los acometieron por todas partes congran vocería y alarido. Los de a caballo salierona resistirles sin guardar orden, sino que cadauno acudía donde más cerca sentían los indios.Los cuales, viendo los caballos, se hicieron a lolargo, tirando siempre flechas; con una de ellas

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hirieron malamente a un caballo de Luis deMoscoso. En toda la noche cesaron los infielesde dar grita a los cristianos diciéndoles:"¿Dónde vais, malaventurados, que ya vuestrocapitán y todos sus soldados son muertos y lostenemos descuartizados y puestos por losárboles y lo mismo haremos de vosotros antesque lleguéis allá? ¿Qué queréis? ¿A qué venís aesta tierra? ¿Pensáis que los que estamos en ellasomos tan ruines que os la hemos dedesamparar y ser vuestros vasallos y siervos yesclavos? Sabed que somos hombres que osmataremos a todos vosotros y a los demás quequedan en Castilla." Estas y otras razonessemejantes dijeron los indios tirando siempreflechas hasta que amaneció.

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CAPÍTULO XXIPedro Calderón, con la porfía de su pelea, lle-ga donde está el gobernador

Con el día siguieron los nuestros su caminoy llegaron a un arroyo hondo y muy dificultosode pasar, y los indios lo tenían atajado conpalenques y albarradas fuertes, puestas atrechos. Los españoles, reconociendo el paso ylo que en él estaba hecho, y con la experienciade los que otra vez pasaron por él, mandaronque se apeasen los de a caballo que más bienarmados iban, y, tomando rodelas, espadas yhachas, fuesen treinta de ellos en vanguardia aganar y romper las palizadas y defensascontrarias, y los peor armados, subiendo en loscaballos, porque no eran de provecho en aquelpaso, fuesen con la ropa y gente de servicio enmedio; y otros veinte de los mejor armadosquedasen en retaguardia, para que, si losenemigos los acometiesen por las espaldas,

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hallasen defensa; con esta orden entraron en elmonte que había antes del arroyo. Los indios,viendo los castellanos donde no podían valersede los caballos, que era lo que ellos más temían,cargaron con grandísimo ímpetu, ferocidad yvocería a flecharlos, pretendiendo matarlostodos, según eran pocos y el paso dificultoso.Los cristianos, procurando defenderse, ya quepor la estrechura del lugar no podíanofenderles, llegaron a los palenques, donde fuela pelea muy reñida y porfiada, que los unospor hacer camino por do pasar y los otros pordefenderlo se herían cruelmente. Al fin, losespañoles, unos resistiendo a los indios con lasespadas y otros cortando con las hachas lassogas y ataduras de bejucos, que son comoparrizas largas y sirven de atar lo que quieren,ganaron el primer palenque, y el segundo, y losdemás; empero costoles muy malas heridas quelos más de ellos sacaron, sin las cuales, mataronlos indios de un flechazo que dieron por lospechos a un caballo de Álvaro Fernández,

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portugués natural de Yelves, de manera que eneste arroyo, y en la ciénaga pasada, perdió estefidalgo dos caballos buenos que llevaba. Conestos males y daños, pasaron los españolesaquel mal paso y caminaron con menospesadumbre por los llanos donde no habíamalezas, porque los indios, doquier que no lashabía, se apartaban de los cristianos de miedode los caballos. Mas, donde había manchonesde monte cerca del camino siempre habíaindios emboscados que salían a sobresaltar yflechar los nuestros dándoles grita y repitiendomuchas veces aquellas palabras: "¡Dónde vais,ladrones, que ya hemos muerto vuestro capitány a todos sus soldados!" Y tanto porfiaban enestas razones que ya los castellanos estaban porcreerlas, porque, estando ya tan cerca delpueblo de Apalache, que podían ser oídossegún la grita que llevaban, no habían salido asocorrerles, ni ellos habían visto gente nicaballos ni otra señal por do pudiesen entenderque estaban allí. De esta manera caminaron

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estos ciento y veinte españoles escaramuzandoy peleando con los indios todo el día, y llegarona Apalache a puesta de sol, que, aunque lajornada no había sido tan larga como laspasadas, la habían caminado a paso corto porlos muchos heridos que llevaban, de los cualesmurieron después diez o doce, y entre ellosAndrés de Meneses, que era un valientesoldado.

Llegados ante la presencia tan deseada desu capitán general y de sus amadoscompañeros, fueron recibidos con la fiesta yregocijo que se puede imaginar, como hombresque habían sido tenidos por muertos y pasadosde esta vida, según que los indios, por dar penay dolor al gobernador y a los suyos, les habíandicho muchas veces que los habían degolladopor los caminos, y ello era verosímil, porquehabiéndose visto el gobernador en grandespeligros y necesidades con llevar más deochocientos hombres de guerra cuando pasópor aquellas provincias y malos pasos, era

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creedero que, no siendo más de ciento y veintelos que entonces iban, se hubiesen perdido. Porlo cual, como si hubieran resucitado, así fuerongeneral y particularmente recibidos y festejadosde sus compañeros, dando los unos y los otrosgracias a Dios que los hubiese librado de tantospeligros.

El gobernador como padre amoroso recibióa su capitán y soldados con mucha alegría,abrazando y preguntando a cada uno de por sícómo venía de salud y cómo le había ido por elcamino. Mandó curar y regalar con muchocuidado los que iban heridos. En suma, congrandes palabras engrandeció y agradeció lostrabajos y peligros que a ida y vuelta los unos ylos otros habían pasado, ca este caballero ybuen capitán, cuando se ofrecía ocasión, sabíahacer esto con mucha bondad, discreción yprudencia.

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CAPÍTULO XXIIJuan de Añasco llega a Apalache y lo que elgobernador proveyó para descubrir puerto enla costa

Es de saber que, cuando el capitán PedroCalderón llegó al pueblo de Apalache, habíaseis días que el contador Juan de Añasco, quesalió de la bahía de Espíritu Santo con los dosbergantines en demanda de la de Aute, erallegado sin haberle acaecido por la mar cosadigna de memoria. Desembarcose en Aute, sincontradicción de los enemigos, porque elgobernador, tanteando poco más o menos eltiempo que podía tardar en su viaje, envió docedías antes que llegase al puerto una compañíade caballos y otra de infantes que le asegurasenel puerto y el camino hasta el real, los cuales seremudaban de cuatro en cuatro días, quellegando los unos a la bahía se volvían losotros, y, mientras estaban en el puerto tenían

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las banderas puestas en los árboles más altospara que las viesen desde la mar. Juan deAñasco las vio y se vino al real con las doscompañías, dejando buen recaudo en losbergantines que quedaban en la bahía. Puescomo estos dos capitanes Juan de Añasco yPedro Calderón se viesen ahora juntos encompañía del gobernador y de los demáscapitanes y soldados, hubieron mucho placer yregocijo por parecerles que, como se hallasenjuntos en los trabajos, por grandes que fuesense les harían fáciles, porque la compañía de losamigos es alivio y descanso en los afanes. Coneste común contento pasaron el invierno estosespañoles en el pueblo y provincia deApalache, donde sucedieron algunas cosas queserá bien dar cuenta de ellas sin guardar ordenni tiempo más de que pasaron en estealojamiento.

Pocos días después de lo que se ha dicho,como el gobernador nunca estuviese ociososino imaginando y dando trazas consigo mismo

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de lo que para el descubrimiento y conquista, ydespués para poblar la tierra le parecióconvenir, mandó a un caballero de quien teníatoda confianza, natural de Salamanca, llamadoDiego Maldonado (el cual era capitán deinfantería y con mucha satisfacción de todo elejército había servido en todo lo que hastaentonces se había ofrecido), que, entregando sucompañía a otro caballero, natural de Talaverade la Reina, llamado Juan de Guzmán, granamigo suyo y camarada, fuese a la bahía deAute y con los dos bergantines que el contadorJuan de Añasco allí había dejado, fuesecosteando la costa adelante hacia el ponientepor espacio de cien leguas, y con todo cuidadoy diligencia mirase y reconociese los puertos,caletas, senos, bahías, esteros y ríos que hallasey los bajíos que por la costa hubiese, y de todoello le trajese relación que satisficiese, que paralo que adelante se les ofreciese, dijo, le conveníatenerlo sabido todo, y diole dos meses de plazopara ir y volver.

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El capitán Diego Maldonado fue a la bahíade Aute y de allí se hizo a la vela en demandade su empresa, y, habiendo andado costeandolos dos meses, volvió al fin de ellos con largarelación de lo que había visto y descubierto.Entre otras cosas, dijo cómo a sesenta leguas dela bahía de Aute dejaba descubierto unhermosísimo puerto llamado Achusi, abrigadode todos vientos, capaz de muchos navíos y contan buen fondo hasta las orillas que podíanarrimar los navíos a tierra y saltar en ella sinechar compuerta. Trajo consigo de este viajedos indios, naturales del mismo puerto yprovincia de Achusi, y el uno de ellos era señorde vasallos, los cuales prendió con maña yastucia indigna de caballeros, porque, llegadoque fue al puerto de Achusi, los indios lerecibieron de paz y con muchas caricias leconvidaron que saltase en tierra y tomase loque hubiese menester, como en la suya propia.Diego Maldonado no osó aceptar el convite porno fiarse de amigos no conocidos. Pues como

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los indios lo sintieron, dieron en contratar conlos castellanos libremente, por quitarles eltemor y la sospecha que de ellos podían tener yasí iban de tres en tres y de cuatro en cuatro alos bergantines a visitar a Diego Maldonado y asus compañeros, llevándoles lo que les pedían.Con esta afabilidad de los indios osaron losespañoles sondar y reconocer en sus batelejostodo lo que en el puerto había, y, comohubiesen visto y comprado lo que para sunavegación había menester, alzaron las velas yse hicieron a largo llevándose los dos indiosque trajeron presos, que acertaron a ser elcuraca y un pariente suyo. Los cuales,confiados en la buena amistad que infieles yfieles (aunque para ellos no lo fueron) se habíanhecho y movidos por la relación que los otrosindios les habían dado de los bergantines, condeseo de ver lo que nunca habían visto, osaronentrar en ellos y visitar al capitán y a sussoldados, los cuales, como supiesen que el unode ellos era el cacique, gustaron llevárselo.

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CAPÍTULO XXIIIEl gobernador envia relación de su descubri-mento a La Habana. Cuéntase la temeridad deun indio

Con la relación que el capitán DiegoMaldonado trajo de toda la costa y del buenpuerto que había descubierto en Achusiholgaron mucho, porque, conforme a las trazasque el general llevaba hechas, les parecía quelos principios y medios de su descubrimiento yconquista iban bien encaminados para los finesque en ella pretendían de poblar y hacerasiento en aquel reino. Porque lo principal queel gobernador y los suyos deseaban para poblarera descubrir un puerto tal cual se habíadescubierto, donde fuesen a surgir los navíosque llevasen gente, caballos, ganados, semillasy otras cosas necesarias para nuevaspoblaciones.

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Pocos días después de la venida de DiegoMaldonado, le mandó el gobernador fuese a LaHabana con los dos bergantines que tenía a sucargo y visitase a doña Isabel de Bobadilla y lediese cuenta de lo que hasta entonces por mar ytierra habían andado y visto, y enviase lamisma relación a todas las demás ciudades yvillas de la isla, y que para el octubre venidero(que esto era el fin de febrero del año de mil yquinientos y cuarenta) volviese al puerto deAchusi con los dos bergantines y la carabelaque Gómez Arias había llevado, y con otroalgún navío o navíos más, si hallasen acomprar, y en ellos trajesen todas las ballestas yarcabuces, plomo y pólvora que se pudiesehaber, y mucho calzado de zapatos yalpargates, y otras cosas que el ejército habíamenester, de las cuales por escrito le dio unamemoria con instrucción de lo que había dehacer, porque para entonces pensaba elgobernador hallarse en el puerto de Achusi,habiendo hecho un gran cerco por la tierra

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adentro y descubierto las provincias que poraquel paraje hubiese para dar principio a lapoblación, mas convenía poblar primero elpuerto, cosa tan necesaria para lo de la mar y lode tierra. Mandole asimismo dijese a GómezArias se viniese con él para el tiempo señalado,porque por su mucha prudencia para las cosasde gobierno, y por su buena industria y muchapráctica para las de la guerra, le conveníatenerlo consigo.

Con esta orden y comisión salió el capitánDiego Maldonado de la bahía de Aute y fue aLa Habana, donde por las buenas nuevas quedel gobernador y de su ejército llevaba, y por elpróspero suceso hasta entonces habido y por elque se esperaba tener adelante, fue muy bienrecibido de doña Isabel de Bobadilla y de todala ciudad de La Habana, de donde se envióluego el aviso a las demás ciudades de la isla,las cuales con mucho regocijo solemnizaron laprosperidad del gobernador. Y para el tiemposeñalado se hicieron grandes apercibimientos

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de enviarle socorro de gente, caballos y armas ylas demás cosas necesarias para poblar. Todo locual aprestaban las ciudades en común, y loshombres ricos en particular, esforzándose cadacual en su tanto de enviar o llevar lo más ymejor que pudiese para mostrar el amor que asu gobernador y capitán general tenían, y porlos premios que esperaban. En los cualesapercibimientos los dejaremos y volveremos acontar algunas cosas particulares queacaecieron en la provincia de Apalache, por loscuales se podrán ver las ferocidades de losindios de aquella provincia y juntamente sutemeridad, porque cierto por sus hechosmuestran que saben osar y no saben temercomo se verá en el caso siguiente y en otros quese contarán, aunque no todos los quesucedieron que, por huir prolijidad, nosexcusaremos de los más.

Es así que un día de los del mes de enerodel año de mil y quinientos y cuarenta sucedióque el contador Juan de Añasco y otros seis

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caballeros andaban en buena conversaciónpaseando a caballo las calles de Apalache y,habiéndolas andado todas, les dio gusto salirseal campo alderredor del pueblo sin apartarselejos, porque por las asechanzas de los indiosque tras cada mata se hallaban emboscados noestaba el campo seguro. Empero, no habiendode apartarse del pueblo, les pareció podríansalir sin armas, a lo menos defensivas, y asísalieron solamente con las espadas ceñidas,salvo uno de ellos, llamado Esteban Pegado,natural de Yelves, que acertó a ir armado yllevaba una celada en la cabeza y una lanza enla mano. Yendo así en su conversación, vieronun indio y una india que, en lo rozado de unmonte que estaba cerca del pueblo, andabancogiendo frisoles que del año pasado habíanquedado sembrados. Debían de cogerlos máspor entretenerse hasta ver si salía algúncastellano del pueblo que por necesidad quetuviesen de los frisoles, porque como habemosdicho la provincia estaba llena de todo

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mantenimiento. Como los españoles viesen losindios, fueron a ellos para los prender. La india,viendo los caballos, se cortó, que no acertó ahuir. El marido la tomó en brazos y corriendola llevó al monte que estaba cerca y, habiéndolapuesto en las primeras matas, le dio dos o tresempellones diciéndole que se metiese por elmonte adentro. Hecho esto, pudiendo haberseido con la mujer y escaparse, no quiso, antesvolvió corriendo adonde había dejado su arco yflechas, y, cobrándolas, salió a recibir a loscastellanos con tanta determinación y tan buendenuedo como si ellos fueran otro indio solocomo él. Y de tal manera hizo esteacometimiento que obligó a los españoles a queunos a otros se dijesen que no lo matasen sinoque lo tomasen vivo, por parecerles cosaindigna que siete españoles a caballo matasenun solo indio a pie, y también porque juzgabanque un ánimo tan gallardo como el infielmostraba no merecía que lo matasen sino que lehiciesen toda merced y favor. Yendo todos con

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esta determinación, llegaron al indio, que porser el trecho corto aún no había podido tiraruna flecha, y lo atropellaron y procuraronrendir sin lo dejar levantar del sueloencontrándole ya el uno ya el otro, siempre quese iba a levantar, y todos le daban grita que serindiese.

El indio cuanta más prisa le daban tantomás feroz se mostraba y así caído como andaba,unas veces poniendo la flecha en el arco ytirándola como le era posible y otras dandopunzadas en las barriga y pospiernas de loscaballos, los hirió todos siete, aunque deheridas pequeñas porque no le daban lugar apoderlas dar mayores. Y, escapándose de entrelos pies de ellos, se puso en pie y, tomando elarco a dos manos, dio con él un tan fiero palosobre la frente a Esteban Pegado, que era el quea recatonazos más le acosaba, que le hizoreventar la sangre por cima de las cejas y lecorrió por la cara y lo medio aturdió. El españolportugués, viéndole ofendido y tan mal

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tratado, encendido en ira dijo: "Pesar de tal,¿será bien que aguardemos a que este indiosolo nos mate a todos siete?" Diciendo esto ledio una lanzada por los pechos que le pasó dela otra parte y lo derribó muerto. Hecha estahazaña, requirieron sus caballos y los hallarontodos heridos, aunque de heridas pequeñas, yse volvieron al real admirados de la temeridady esfuerzo del bárbaro y corridos yavergonzados de contar que un indio solohubiese parado de tal suerte a siete de acaballo.

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CAPÍTULO XXIVDos indios se ofrecieron a guiar los españolesdonde hallen mucho oro

Todo el tiempo que el gobernadorHernando de Soto estuvo invernando en elalojamiento y pueblo de Apalache, siempretuvo cuidado de inquirir y saber qué tierras,qué provincias había adelante hacia elponiente, por la parte que tenía imaginado ytrazado de entrar el verano siguiente para ver ydescubrir aquel reino. Con este deseo andabasiempre informándose de los indios que en suejército había domésticos de días atrás y de losque nuevamente prendían, importunándolesdijesen lo que de aquella tierra y partes de ellasabían. Pues como el general y todos suscapitanes y soldados anduviesen con estecuidado y diligencia, sucedió que entre otrosindios que prendieron, los que iban a correr elcampo prendieron a un indio mozo de diez y

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seis o diez y siete años; conociéronle algunosindios de los que eran criados de los españolesy tenían amor a sus amos. Estos les dieronnoticia para que se la diesen al gobernadorcómo aquel mozo había sido criado de unosindios mercaderes que con sus mercaderías,vendiendo y comprando, solían entrar muchasleguas la tierra adentro y que había visto ysabía lo que el gobernador tanto procurabasaber. No se entienda que los mercaderes iban abuscar oro ni plata sino a trocar unas cosas porotras, que era el mercadear de los indiosporque ellos no tuvieron uso de moneda. Coneste aviso, pesquisaron al mozo lo que sabía.Respondió que era verdad tenía noticia dealgunas provincias que con los mercaderes susamos había andado y se atrevía a guiar losespañoles doce o trece jornadas de camino quehabía en lo que él había visto. El gobernadorentregó el indio a un español encargándoletuviese particular cuidado de él no se leshuyese; mas el mozo les quitó de esta congoja

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porque en breve tiempo se hizo tan amigo yfamiliar de los españoles que parecía habernacido y criádose entre ellos.

Pocos días después de la prisión de esteindio prendieron otro casi de la misma edad opoco mayor y, como el primero lo conociese,dijo al gobernador: "Señor, este mozo ha vistolas mismas tierras y provincias que yo y otrasmás adelante, que las ha andado con otrosmercaderes más ricos y caudalosos que misamos."

El indio nuevamente preso confirmó lo quehabía dicho el primero y de muy buenavoluntad se ofreció a los llevar y guiar por lasprovincias que había andado, que dijo eranmuchas y grandes. Preguntado por las cosasque en ellas había visto, si tenían oro o plata opiedras preciosas, que era lo que más deseabansaber, y mostrándole joyas de oro y piezas deplata y piedras finas de sortijas, que entrealgunos capitanes y soldados principales sehallaron, para que entendiese mejor las cosas

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que le preguntaban, respondió que en unaprovincia, que era la postrera que habíaandado, llamada Cofachiqui, había muchometal como el amarillo y como el blanco y quela mayor contratación de los mercaderes susamos era comprar aquellos metales y venderlosen otras provincias. Demás de los metales dijoque había grandísima cantidad de perlas, ypara decir esto señaló una perla engastada quevio entre las sortijas que le mostraron. Conestas nuevas quedaron nuestros españoles muycontentos y regocijados, deseando verse ya enel Cofachiqui para ser señores de mucho oro yplata y perlas preciosas.

Volviendo a los hechos particulares, queentre indios y españoles acaecieron enApalache, es así que, entrado ya el mes demarzo, sucedió que salieron del real veintecaballos y cincuenta infantes y fueron unalegua del pueblo principal a otro de lajurisdicción a traer maíz, que lo había enabundancia por los poblezuelos de toda aquella

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comarca, en tanta cantidad que los españoles entodo el tiempo que estuvieron en Apalachenunca se alejaron legua y media del puebloprincipal para proveerse de zara y otrassemillas y legumbres que comían. Pues comohubiesen recogido el maíz que habían de llevarse emboscaron en el mismo pueblo con deseode prender algunos indios, si a él viniesen.Pusieron una atalaya en lo más alto de una casaque se diferenciaba mucho de las otras yparecía templo. Pasado un buen espacio, elatalaya dio aviso que en la plaza, que era muygrande, estaba un indio mirando si había algoen ella.

Un caballero, llamado Diego de Soto,sobrino del gobernador, que era uno de losmejores soldados del ejército y muy buen jinete,salió corriendo a caballo a prender el indio pormostrar su destreza y valentía más que pornecesidad que de él tuviese. El indio, como vioel caballero, corrió con grandísima ligereza unacarrera de caballo por ver si con la huida podía

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escaparse, que los naturales de este gran reinode la Florida son ligeros y grandes corredores yse precian de ello. Mas, viendo que el caballo leiba ganando tierra, se metió debajo de un árbolque halló cerca, que es guarida que los peones,a falta de picas, siempre suelen tomar paradefenderse de los caballos; y, poniendo unaflecha en el arco, que como otras veces hemosdicho de continuo andan apercibidos de estasarmas, esperó a que llegase a tiro el español. Elcual, no pudiendo entrar debajo del árbol, pasócorriendo por lado y tiró un bote al enemigo,corriendo la lanza sobre el lado izquierdo porver si podía alcanzarle. El indio, guardándosedel golpe de la lanza, tiró la flecha al caballo altiempo que emparejaba con él y acertó a darleentre la cincha y el codillo con tanta fuerza ydestreza que el caballo fue trompicando quinceo veinte pasos adelante y cayó muerto sinmenear pie ni mano. A este punto iba corriendoa media rienda otro caballero llamado DiegoVelázquez, caballerizo del gobernador, no

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menos valiente y diestro en la jineta que elpasado, el cual había salido en pos de Diego deSoto para le socorrer, si lo hubiese menester.Viendo, pues, el tiro que el indio había hechoen el compañero, dio más prisa al caballo, y, nopudiendo entrar debajo del árbol, pasó por ladotirando otra lanzada como la de Diego de Soto.El indio hizo la misma suerte que en el primero,porque al emparejar del caballo le dio otroflechazo tras el codillo, y, como al pasado, lehizo ir dando tumbos hasta caer muerto a lospies del compañero. Los dos compañerosespañoles con sus lanzas en las manos selevantaron a toda prisa, y, por vengar la muertede sus caballos, arremetieron con el indio, elcual, contento con las dos buenas suertes queen tan breve tiempo y con tan buena venturahabía hecho, se fue corriendo al montehaciendo burla y escarnio de ellos, volviendo elrostro a hacerles visajes y ademanes, y les decíayéndose al paso de ellos sin querer correr loque podía: "Peleemos todos a pie y veremos

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quién son los mejores." Con estas palabras yotras que dijo en vituperio de los castellanos, sepuso en salvo, dejándolos bien lastimados detanta pérdida como la de dos caballos, que, porsentir estos indios la ventaja que les hacían losespañoles a caballo, procuraban y holgabanmás de matar un caballo que cuatro cristianos,y así, con todo cuidado y diligencia tirabanantes al caballo que al caballero.

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CAPÍTULO XXVDe algunos trances de armas que acaecieronen Apalache, y de la fertilidad de aquella pro-vincia

Pocos días después del mal lance de Diegode Soto y Diego Velázquez sucedió otro nomejor, y fue que dos portugueses, el unollamado Simón Rodríguez, natural de la villade Marván, y el otro Roque de Yelves, naturalde Yelves, salieron en sus caballos fuera delpueblo a coger fruta verde, que la había en losmontes cerca del pueblo, y, pudiéndola cogerde encima de los caballos de las ramas bajas, noquisieron sino apearse y subir en los árboles ycoger de las ramas altas por parecerles que erala mejor. Los indios, que no perdían ocasiónque se les ofreciese para poder matar o herir alos castellanos, viendo los dos españolesportugueses subidos en los árboles, salieron aellos. Roque de Yelves, que los vio primero que

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su compañero, dando arma, se echó del árbolabajo y fue corriendo a tomar su caballo. Unindio de los que iban tras él le tiró una flechacon un arpón de pedernal y le dio por lasespaldas y le pasó a los pechos una cuarta deflecha, de que cayó en el suelo sin poderselevantar. A Simón Rodríguez no dejaron bajardel árbol sino que lo flecharon encima de élcomo si fuera alguna fiera encaramada y,atravesado con tres flechas de una parte a otra,lo derribaron muerto, y apenas hubo caídocuando le quitaron la cabeza, digo todo el cascoen redondo (que no se sabe con qué maña loquitan con grandísima facilidad), y lo llevaronpara testimonio de su hecho. A Roque deYelves dejaron caído sin quitarle el cascoporque el socorro de los españoles a caballo,por ser la distancia breve, iba tan cerca que nodio lugar a los indios a que se lo quitasen; elcual en pocas palabras contó el suceso ypidiendo confesión expiró luego. Los doscaballos de los portugueses, con el ruido y

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sobresalto de los indios, huyeron hacia el real;los españoles que iban al socorro los cobraron yhallaron que uno de ellos traía en unapospierna una gota de sangre, y lo llevaron aun albéitar que lo curase, el cual, habiendovisto que la herida no era mayor que la de unalanceta, dijo que no había allí qué curar; el díasiguiente amaneció el caballo muerto. Loscastellanos, sospechando hubiese sido heridade flecha, lo abrieron por la herida y, siguiendola señal de ella por el largo del cuerpo, hallaronuna flecha que, habiendo pasado todo el musloy las tripas y asadura, estaba metida en lohueco del pecho, que para salir al pretal no lefaltaba por pasar cuatro dedos de carne. Losespañoles quedaron admirados, pareciéndolesque una pelota de arcabuz no pudiera pasartanto. Cuéntanse estas particularidades,aunque de poca importancia, porqueacaecieron en este alojamiento, y por laferocidad de ellas, que es de notar, y, porque esya razón que concluyamos con las cosas

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acaecidas en el pueblo principal de Apalache,decimos en suma (porque contarlas todas seríacosa muy prolija), que los naturales de estaprovincia, todo el tiempo que los españolesestuvieron invernando en su tierra, semostraron muy belicosos y solícitos, y quetenían cuidado y diligencia de ofender a loscastellanos sin perder ocasión ni lance, porpequeño que fuese, donde pudiesen herir omatar a los que del real se desmandaban,aunque fuese muy poco trecho.

Alonso de Carmona, en su Peregrinación,nota particularmente la ferocidad de los indiosde la provincia de Apalache, de los cuales diceestas palabras que son sacadas a la letra: "Estosindios de Apalache son de gran estatura y muyvalientes y animosos, porque como se vieron ypelearon con los pasados de Pánfilo de Narváezy les hicieron salir de la tierra, mal que les pesó,veníansenos cada día a las barbas y cada díateníamos refriegas con ellos, y, como no podíanganar nada con nosotros a causa de ser nuestro

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gobernador muy valiente, esforzado yexperimentado en guerra de indios, acordaronde andarse por el monte en cuadrillas, y, comosalían los españoles por leña y la cortaban en elmonte, al sonido de la hacha acudían los indiosy mataban los españoles y soltaban las cadenasde los indios que llevaban para traerla a cuestasy quitaban al español la corona, que era lo queellos más preciaban, para traerla al brazo delarco con que peleaban, y, a las voces que dabany arma que decían, acudíamos luego yhallábamos hecho el mal recaudo, y así nosmataron a más de veinte soldados, y esto fue enmuchas veces. Y acuérdome que un día salierondel real siete de a caballo a ranchear, que esbuscar alguna comida y matar algún perrillopara comer, que en aquella tierra usábamostodos y nos teníamos por dichosos el día quenos cabía parte de alguno y aún no habíafaisanes que mejor nos supiesen, y andandobuscando estas cosas toparon con cinco indios,los cuales los aguardaron con sus arcos y

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flechas e hicieron una raya en la tierra y lesdijeron que no pasasen de allí porque moriríantodos. Y los españoles, como no saben deburlas, arremetieron con ellos, y los indiosdesembrazaron sus arcos y mataron doscaballos e hirieron otros dos y a un españolhirieron malamente; y los españoles mataronuno de los indios y los demás escaparon porsus pies, porque verdaderamente son muyligeros y no les estorban los aderezos de lasropas, antes les ayuda mucho el andardesnudos." Hasta aquí es de Alonso deCarmona.

Sin la vigilancia contra los desmandados, latenían también contra todo el ejército,inquietándolo con armas y rebatos que de día yde noche le daban, sin querer presentar batallade gente junta en escuadrón formado sino conasechanzas, escondiéndose en las matas ymontecillos por pequeños que fuesen y, dondemenos se pensaba que pudiesen estar, de allísalían como salteadores a hacer el daño que

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podían. Y esto baste cuanto a la valentía yferocidad de los naturales de la provincia deApalache. De cuya fertilidad también hemosdicho que es mucha, porque es abundante dezara o maíz y otras muchas semillas de frisolesy calabaza (que en lengua del Perú llamanzapallu), y otras legumbres de diversasespecies, sin las frutas que hallaron de las deEspaña, como son ciruelas de todas maneras,nueces de tres suertes, que la una de ellas estoda aceite, bellota de encina y de roble en tantacantidad que se queda caída a los pies de losárboles de un año para otro porque, como estosindios no tienen ganado manso que la coma, niellos la han menester, la dejan perder.

En conclusión, para que se vea laabundancia y fertilidad de la provincia deApalache, decimos que todo el ejército de losespañoles con los indios que llevaban deservicio, que por todos eran más de mil yquinientas personas y más de trescientoscaballos, en cinco meses, y más, que estuvieron

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invernando en este alojamiento, se sustentaroncon la comida que al principio recogieron, y,cuando la habían menester, la hallaban en lospueblos pequeños de la comarca en tantacantidad que nunca se alejaron legua y mediadel pueblo principal para la traer. Sin estafertilidad de la cosecha tiene la tierra muybuena disposición para criarse en ella todasuerte de ganados, porque tiene buenos montesy dehesas con buenas aguas, ciénagas y lagunascon mucha juncia y anea para ganado prietoque se cría muy bien con ella y comiéndola nohan menester grano. Y esto baste para larelación de lo que hay en esta provincia y desus buenas partes, que una de ellas es podersecriar en ella mucha seda por la abundancia quetiene de morales; tiene también mucho pescadoy bueno.

FIN DELLIBRO SEGUNDO

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LIBRO TERCERO

DE LA HISTORIA DE LAFLORIDA DEL INCA

Dice de la salida de losespañoles de Apalache; labuena acogida que encuatro provincias leshicieron; la hambre que enunos despoblados pasaron;la infinidad de perlas y deotras grandezas y riquezasque en un templo hallaron;las generosidades de laseñora de Cofachiqui y deotros caciques, señores devasallos; una batalla muysangrienta que debajo deamistad los indios lesdieron; un motín quetrataron ciertoscastellanos; las leyes de los

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indios contra las adúlteras;otra batalla muy brava quehubo de noche. Contienetreinta y nueve capítulos.

CAPÍTULO ISale el gobernador de Apalache y dan unabatalla de siete a siete

El gobernador y adelantado Hernando deSoto, habiendo despachado al capitán DiegoMaldonado que fuese a La Habana para lo queatrás se dijo y habiendo mandado proveer elbastimento y las demás cosas necesarias pasasalir de Apalache, que era ya tiempo, sacó suejército de aquel alojamiento a los últimos demarzo de mil y quinientos y cuarenta años ycaminó tres jornadas hacia el norte por lamisma provincia sin topar enemigos que lediesen pesadumbre, con haber sido los deaquella tierra muy enfadosos y belicosos. Elúltimo día de los tres, se alojaron los castellanos

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en un pueblo pequeño, hecho península, casitodo él rodeado de una ciénaga que era de másde cien pasos en ancho, con mucho cieno, hastamedios muslos. Tenían puentes de madera atrechos para salir por ella a todas partes. Elpueblo estaba asentado en un sitio alto dedonde se descubría mucha tierra y se veíanotros muchos pueblos pequeños que por unhermoso valle estaban derramados. En estepueblo, que era el principal de los de aquelvalle, y todos eran de la provincia de Apalache,pasó el ejército tres días. El segundo díasucedió que salieron a medio día del real cincoalabarderos de los de guarda del general yotros dos soldados, naturales de Badajoz. Eluno había nombre Francisco de Aguilera y elotro Andrés Moreno, que por otro nombre lellamaban Ángel Moreno porque, por serhombre alegre y regocijado, siempre en todo loque hablaba mezclaba sin propósito ningunoesta palabra "Ángeles, ángeles".

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Estos siete españoles salieron del puebloprincipal sin orden de los ministros del ejército,sólo por su recreación, a ver lo que en los otrospoblezuelos había. Los cinco de la guardiallevaban sus alabardas, y Andrés Moreno, suespada ceñida y una lanza en las manos, yFrancisco de Aguilera, una espada y rodela.Con estas armas salieron del pueblo sinacordarse de la mucha vigilancia y cuidado quelos indios de aquella provincia en matar losdesmandados tenían. Pasaron la ciénaga y unamanga de monte que no tenía veinte pasos detravesía; de la otra parte había tierra limpia ymuchas sementeras de maíz.

Apenas se habían alejado los sieteespañoles doscientos pasos del real, cuandodieron los indios en ellos, que, como hemosvisto, no se dormían en sus asechanzas contralos que salían de orden. A la grita y vocería queunos y otros traían peleando y dando arma ypidiendo socorro, salieron del pueblo muchosespañoles a defender los suyos y, por no perder

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tiempo buscando paso a la ciénaga, la pasabanpor donde más cerca se hallaron, con el agua yel cieno a la cinta y a los pechos. Más, por prisaque se dieron, hallaron muertos los cincoalabarderos, cada uno de ellos con diez o doceflechas atravesadas por el cuerpo, y AndrésMoreno vivo, empero con una flecha de arpónde pedernal, que, sin otras que por el cuerpotenía, le atravesaba de los pechos a las espaldas,y, luego que se la quitaron para le curar, murió.Francisco de Aguilar, que era hombre fuerte yrobusto más que los otros, y como tal se habíadefendido mejor que los demás, quedó vivo,aunque salió con dos flechazos que le pasabanambos muslos y muchos palos que en la cabezay por todo el cuerpo le dieron con los arcos,porque llegó a cerrar con los indios, y ellos,habiendo gastado las flechas y viéndole solo, ados manos le dieron con los arcos tan grandespalos que le hicieron pedazos la rodela, que nole quedó más que las manijas, y, de un golpeque le dieron a soslayo en la frente, le

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derribaron toda la carne de ella hasta las cejas yle dejaron los cascos de fuera.

De esta manera quedaron siete españoles ylos indios se pusieron en cobro antes que elsocorro llegase, porque lo habían sentido cerca.Los cristianos no pudieron ver cuántos eran losenemigos, y Francisco de Aguilar les dijo queeran más de cincuenta y que por ser tantoscontra tan pocos los habían muerto en tanbreve tiempo. Empero después, de día en día,fue descubriendo en favor de los indios cosasque pasaron en la refriega y, más de veinte díasdespués de ella, ya que estaba sano de susheridas, aunque todavía flaco y convaleciente,burlándose otros soldados con él acerca de lospalos que los indios le habían dado ydiciéndole si los había contado, si le habíandolido mucho, si pretendía vengarlos, sipensaba desafiar los enemigos con condiciónque saliesen uno a uno porque se excusase laventaja de salir tantos juntos contra uno solo, yotras cosas semejantes y graciosas que los

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soldados unos con otros en sus burlas suelendecir, respondió Francisco de Aguilar diciendo:"Yo no conté los palos, porque no me dieron eselugar, ni se daban tan a espacio que se pudierancontar. Si me dolieron mucho o poco, vosotroslo sabréis cuando os den otros tantos, que no osfaltará día para recibirlos, yo os lo prometo. Yporque hablemos de veras y veáis quién son losindios de esta provincia, os quiero contar, fuerade burla, sin quitar ni poner nada en el hecho(aunque lo que dijere sea contra mí mismo),una cortesía y valerosidad de ánimo que aqueldía usaron con nosotros."

"Sabréis que, como entonces dije, salieronmás de cincuenta indios a darnos vista, mas,luego que vieron y reconocieron que no éramosmás de siete y que no iban caballos en nuestradefensa, se apartaron del escuadrón que traíanhecho otros siete indios y los demás se retirarona lejos y no quisieron pelear. Y los siete solosnos acometieron y, como no llevásemosballestas ni arcabuces con que los pudiésemos

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arredrar, y ellos sean más sueltos y ligeros quenosotros, andábansenos delante saltando yhaciendo burla de nosotros, flechándonos atodo su placer como si fuéramos fieras atadas,sin que los pudiésemos alcanzar a herir. De estamanera mataron a mis compañeros, y,viéndome solo, porque no me fuese alabandocerraron todos siete conmigo y con los arcos ados manos me pusieron cual me hallasteis y,pues me dejaron con la vida, yo les perdono lospalos y no pienso desafiarles, porque no pidanque, para que valga el desafío, me vuelvan aponer como me dejaron. Por mi honra hecallado todo esto y no lo he dicho hasta ahora,mas ello pasó así realmente y Dios os libre desalir desmandados porque no os acaezca otratal."

Los compañeros y amigos de Francisco deAguilar quedaron admirados de haberle oído,porque nunca habían imaginado que los indiosfueran para hacer tanta gentileza, que quisieronpelear uno a uno con los castellanos

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pudiéndolos acometer con ventaja. Mas todoslos de este gran reino presumen tanto de suánimo, fuerzas y ligereza que, no viendocaballos, no quieren reconocer ventaja a losespañoles, antes presumen tenerla ellosprincipalmente si de armas defensivasanduviesen los cristianos tan mal proveídoscomo andan los indios.

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CAPÍTULO IILlegan los españoles a Altapaha y de la mane-ra que fueron hospedados

Con la desgracia y pérdida de los seisespañoles, salió el gobernador del pueblopenínsula de la provincia de Apalache y,habiendo caminado otras dos jornadas, que portodas fueron cinco las que anduvieron parasalir de esta provincia, entraron en los términosde otra llamada Altapaha. El adelantado, porver si los naturales de aquella provincia erantan ásperos y belicosos como los de Apalache,quiso ser el primero que la viese, y tambiénporque era costumbre suya muy guardada quea cualquier nuevo descubrimiento de provinciahabía de ir él mismo, porque no se satisfacía derelación ajena sino que la había de ver porpropios ojos. Para lo cual eligió cuarenta de acaballo y sesenta infantes, veinte rodeleros yveinte arcabuceros, y veinte ballesteros, que

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siempre que iban a cualquier hecho iban losinfantes sorteados de esta manera.

Con ellos caminó el gobernador dos días, y,al amanecer del día tercero, entró en el primerpueblo de la provincia de Altapaha, y halló quelos indios se habían retirado a los montes yllevado consigo sus mujeres, hijos y hacienda.Los castellanos corrieron el pueblo yprendieron seis indios. Los dos eran caballerosy capitanes en la guerra, los cuales se habíanquedado en el pueblo para echar fuera de él lagente menuda. Lleváronlos todos seis ante elgobernador para que supiese de ellos lo quehabía en la provincia.

Los indios principales, antes que eladelantado les preguntase cosa alguna, dijeron:"¿Qué es lo que vosotros queréis en nuestrascasas? ¿Queréis paz o guerra?" Esto dijeron sinmuestra alguna de pesadumbre que tuviesende verse presos en poder ajeno, antesmostraron un semblante señoril como si

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estuvieran en toda su libertad y hablaran conotros indios sus comarcanos.

El general respondió por su intérprete JuanOrtiz diciendo que con nadie quería guerra sinopaz y amistad con todos; que ellos iban endemanda de ciertas provincias que adelantehabía y que para su camino tenían necesidad debastimento, porque no se podía excusar elcomer, y que sola esta pesadumbre, y no otra,daban por los caminos; que esto era lo quequerían y no otra cosa.

Los principales dijeron: "Pues para eso nohay para qué nos prendáis, que aquí osdaremos todo buen recaudo para vuestro viajey os trataremos mejor que os trataron enApalache, que bien sabemos cómo os fue porallá." Dicho esto, mandaron a dos indios de loscuatro que con él habían preso que, con todadiligencia, fuesen a dar aviso a su curaca yseñor principal y le dijesen lo que habían vistoy oído a los castellanos y, de camino, avisasen alos indios que topasen que, pasando la palabra

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de unos a otros, acudiesen todos a servir loscristianos que en su tierra estaban, porque eranamigos y no venían a ofenderles. Elgobernador, oída la buena razón de los indios,fiándose de ellos y viendo que se negociabamejor por bien que por mal, mandó soltarlosluego y que los regalasen y tratasen comoamigos.

Los indios fueron con el recaudo y loscuatro quedaron con el general y le dijerontuviese por bien su señoría de volver atrás aotro pueblo mejor que aquel donde estaban yque lo llevarían por un camino más apacibleque el que había traído. El gobernador, porquese acercaba su ejército, holgó de hacer lo quelos indios le dijeron, y mandó a uno de ellosque llevase aviso al maese de campo que fuesederecho a aquel pueblo y no rodease por dondeél había venido. Como llegasen los castellanosal pueblo donde los indios los llevaron, fueronhospedados con muestra de mucho amor y elcacique, luego que tuvo nueva de la amistad

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hecha con los españoles, vino a besar las manosal gobernador, y entre los dos pasaron palabrasde comedimiento y afabilidad. Con el curacavinieron todos sus vasallos con las mujeres ehijos que habían retirado a los campos ypoblaron sus pueblos.

Entre tanto llegó el ejército y se alojó dentroy fuera del pueblo, y entre los españoles eindios, en todo el tiempo que estuvieron en estaprovincia, se mantuvo toda buena paz yamistad, que no la tuvieron los nuestros enpoco según la mucha guerra que los deApalache les habían hecho.

Habiendo descansado los castellanos tresdías en el pueblo de Altapaha, salieron de él ycaminaron diez jornadas por la ribera de un ríoarriba, y vieron que toda aquella tierra parecíaser tan fértil y más que la de Apalache y lagente doméstica y apacible. Con los cuales semantuvo la paz que al principio se habíaasentado, de manera que ninguna molestiarecibieron los indios, sino fue de la comida que

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les gastaron, y ésa tomaban los españoles muytasadamente por no escandalizar los naturales.En esta provincia de Altapaha se hallaronmorales grandísimos que, aunque los habían enlas otras, eran nada en comparación de éstos.

Al fin de las diez jornadas que los nuestroscaminaron norte sur el río arriba, salieron de laprovincia Altapaha, dejando al curaca y a susindios muy contentos de la amistad que conellos se había hecho y entraron en otraprovincia llamada Achalaque, la cual era pobrey estéril de comida, y había en ella pocos indiosmozos, que casi todos los moradores de ellaeran viejos y en común cortos de vista ymuchos de ellos ciegos. Y, como el haber en unpueblo y provincia muchos viejos sea indicio deque haya muchos más mozos, no los hallandoen esta tierra, se admiraron los españoles y aunsospecharon que estuviesen amotinados yescondidos en alguna parte para hacer algúnmal hecho contra los cristianos, mas por lapesquisa se entendió que no había cosa

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encubierta más de lo que parecía en público.Empero, la causa por que había tantos viejos ytan pocos mozos no la inquirieron. Por estaprovincia de Achalaque caminaron losespañoles grandes jornadas por salir presto deella, así porque era estéril de comida comoporque deseaban verse ya en la de Cofachiqui,donde por las nuevas que habían tenido que enaquella provincia había mucho oro y plata,pensaban cargarse de grandes tesoros yvolverse a España.

Con este deseo doblaban las jornadas, ypodíanlo hacer con facilidad porque la tierraera llana, sin montes, sierras ni ríos que lesestorbasen el paso largo. En cinco jornadasatravesaron la provincia de Achalaque ydejaron al curaca y naturales de ella en muchapaz y amistad con los castellanos, y, porque seacordasen de ellos, les dio el gobernador, entreotras dádivas, dos cochinos, macho y hembra,para que criasen. Y lo mismo había hecho con elcacique de Altapaha y con los demás señores

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de provincias que habían salido de paz y hechoamistad a los españoles, y, aunque hasta ahorano hemos hecho mención que el adelantadohubiese llevado este ganado a la Florida, es asíque llevó más de trescientas cabezas, machos yhembras, que multiplicaron grandemente yfueron de mucho provecho en grandesnecesidades que nuestros castellanos tuvieronen este descubrimiento. Y si los indios(aborreciendo más la memoria de los que lesllevaron este ganado que estimando elprovecho de él) no lo han consumido, es decreer que, según la comodidad que aquel granreino tiene para lo criar, hay hoy gran cantidadde él, porque, sin los que el gobernador daba alos curacas amigos, se perdieron muchos porlos caminos, aunque sobre ellos llevabanmucha guarda y cuidado, que particularmentese les señalaba, cuando caminaban, una de lascompañías de a caballo que por su rueda losguardasen.

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CAPÍTULO IIIDe la provincia Cofa y de su cacique y de unapieza de artillería que le dejaron en guarda

El adelantado tenía costumbre, siempre quehabía de salir de una provincia e ir a otra,enviar delante mensajeros que avisasen alcacique de su ida. Esto hacía, lo uno porrequerirles con la paz y asegurarlos de temorque de ver gente extraña en su tierra podíantener, y lo otro por descubrir en la respuestaque los indios le daban el ánimo bueno o maloque les quedaba y, cuando los indios, por laenemistad que entre ellos había, no osaban irlos de la una provincia a la otra, o cuando habíaalgún despoblado en medio, entonces el mismogobernador, como hemos visto atrás, hacía eldescubrimiento por la mejor orden que le eraposible. Guardando, pues, esta costumbreenvió mensajeros, antes que saliese de laprovincia Achalaque, al curaca de otra

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provincia llamada Cofa, que confinaba con ésta,haciéndole saber como iba a su tierra areconocerle por amigo y a tratarle comohermano, que así lo había hecho con todos losdemás señores de vasallos que le habíanrecibido de paz.

Sin este recaudo, mandó a los indios que lollevaban tuviesen cuidado de decir al caciqueCofa el buen tratamiento que los españoleshabían hecho a su curaca Achalaque y a todoslos naturales de aquella provincia porque loshabían recibido de paz y mantenídola siempre.

El cacique Cofa y todos sus vasallosmostraron holgar mucho con el mensaje, y asíde común consentimiento y con gran fiesta yregocijo, respondieron diciendo que su señoríay todo su ejército fuesen muy enhorabuena a sucasa y estado, donde los esperaban con muchodeseo de los ver y conocer para los servir contodas sus fuerzas. Por tanto, le suplicaban sediese prisa a caminar.

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Con la buena respuesta recibieron contentoel general y todos sus soldados, y se dieron másprisa en su camino, y al cuarto día de comohabían salido de la provincia de Achalaquellegaron al primer pueblo de la provincia Cofa,donde les esperaba el cacique con toda lademás gente que para muestra de la grandezade su corte había llamado, y con la plebeya quepara el servicio de los españoles habíamandado recoger, y, como supiese que loscastellanos iban cerca de su pueblo, salió untercio de legua fuera a recibirlos y besó lasmanos al gobernador, volviendo a referir lasmismas palabras que en su respuesta envió adecir. El gobernador le abrazó, mostrándolemucho amor, y así entraron los españoles en elpueblo, puestos en sus escuadrones los de a piey los de a caballo.

El curaca aposentó al gobernador en sucasa y alojó el ejército en el pueblo, señalandoél mismo los cuarteles y barrios para tales otales compañías, acomodándolas todas por su

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orden, como si fuera el maese de campo, de quelos ministros del ejército holgaron mucho,porque se mostraba hombre de guerra. Hechoel alojamiento, se fue el cacique con licencia delgobernador a otro pueblo que estaba como dostiros de arcabuz del primero.

Esta provincia Cofa es fértil y abundante delas comidas que hay en aquella tierra y tienetodas las demás buenas partes de montes yrasos que de las otras tierras hemos dicho paracriar y sembrar. Es poblada de mucha y muybuena gente, doméstica y afable, donde elgobernador y los suyos fueron regalados ydescansaron en el primer pueblo cinco días,porque el curaca no consintió que se fuesenantes, y el general, por vía de amistad, concedióen ello.

No hemos hecho mención hasta ahora deuna pieza de artillería que el gobernadorllevaba en su ejército, y la causa ha sido nohaberse ofrecido en toda la jornada dóndehablar de ella, hasta este lugar. Es así que,

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habiendo visto el adelantado que no servía sinode carga y pesadumbre, ocupando hombresque cuidasen de ella y acémilas que la llevasen,acordó dejársela al curaca Cofa para que se laguardase y, para que viese lo que le dejaba,mandó asestar la pieza desde la misma casa delcacique a una grande y hermosísima encina queestaba fuera del pueblo, y de dos pelotazos ladesbarató toda, de que el curaca y sus indiosquedaron admirados.

El gobernador les dijo que, en señal ymuestra de amor que les tenía y en pago de labuena amistad y hospedaje que le habíanhecho, quería dejarles aquella pieza que élestimaba en mucho para que se la guardasen ytuviesen a buen recaudo hasta que él volviesepor allí o se la enviase a pedir.

El cacique y todos los indios principalesque con él estaban tuvieron en mucho laconfianza que de ellos se hacía en dejarles enprendas cosa tan señalada y así, habiendorendido las gracias con las mejores palabras

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que supieron decir (principalmente por laconfianza y después por la pieza), la mandaronguardar a mucho recaudo y puédese creer quehoy la tengan en gran veneración y estima.

Habiendo descansado el ejército cinco días,salió de Cofa para ir a otra provincia llamadaCofaqui, la cual era de un hermano del caciqueCofa, más rico y más poderoso que él. El curacaCofa salió con indios, soldados de guerra yotros de servicio acompañando al gobernadoruna jornada, y quisiera acompañarle todas lasque por su tierra se habían de caminar, mas elgeneral no consintió sino que se volviese a sucasa y no pasase adelante. El cacique, vista lavoluntad del gobernador, le besó las manos conmucha ternura y sentimiento de apartarse de ély dijo suplicaba a su señoría se acordase delamor y voluntad que le tenía para emplearla ensu servicio, que le era muy aficionado servidor.El gobernador se lo agradeció con muy buenaspalabras y así se despidieron el uno del otro.

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El curaca tuvo advertencia de despedirsedel maese de campo y de los demás capitanes yministros de la Hacienda Imperial, a los cualestodos habló como si los hubiera conocido demucho tiempo atrás; luego que se hubodespedido de los españoles, llamó a suscapitanes y les dijo que con todos los indios deguerra y de servicio que consigo habían traídofuesen sirviendo y regalando al gobernador y atodo su ejército y que se tuviesen por dichososque los castellanos los hubiesen recibido en suamistad y servicio. Mandó asimismo a un indioprincipal que se adelantase y avisase a suhermano Cofaqui de la ida de los españoles asu tierra, que le suplicaba los recibiese de paz ysirviese como él lo había hecho, porque lomerecían. Con este recaudo del cacique Cofaenvió otro el general al curaca Cofaquiofreciéndole paz y amistad. Proveídas estascosas, se volvió el cacique a su casa y eladelantado siguió su descubrimiento, y, al finde otras seis jornadas que anduvo, salió de la

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provincia de Cofa, tierra, como hemos dicho,fértil y abundante, poblada de gente dócil yplática más que otra alguna que hasta allíhubiesen visto los españoles.

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CAPÍTULO IVTrata del curaca Cofaqui y del mucho regaloque a los españoles hizo en su tierra

Luego que el curaca Cofaqui recibió losrecaudos de su hermano y del gobernador,mandó apercibir todo lo necesario, así de gentenoble para la ostentación de la grandeza de sucasa como de bastimentos y gente de serviciopara servir y regalar a los españoles. Y, antesque el gobernador entrase en ella, le enviócuatro caballeros principales acompañados demucha gente que le diesen la buena hora y elpláceme de su venida y la obediencia que se ledebía, y le dijesen cómo lo esperaban con todapaz y amistad y deseo de le servir y regalar entodo lo que su habilidad y posibilidadalcanzase.

Con esta embajada recibió contento elgeneral y toda su gente porque no pretendíanamigos forzados sino de gracia, y así caminaron

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hasta llegar al término de Cofaqui, donde a losindios que con ellos habían ido de la provinciade Cofa les dieron licencia para que los deguerra y los de servicio se volviesen a sus casasy, en lugar de ellos, trajeron los de Cofaquiotros que llevaron las cargas.

El gobernador llegó al primer pueblo delCofaqui, donde estaba el cacique, el cual, comopor sus atalayas supiese que el general ibacerca, salió a recibirle fuera del pueblo,acompañado de muchos hombres nobleshermosamente arreados de arcos y flechas ygrandes plumas, con ricas mantas de martas yotras diversas pellejinas también aderezadascomo en lo mejor de Alemania. Entre elgobernador y el curaca pasaron muy buenaspalabras, y lo mismo hubo entre los indiosprincipales y los caballeros y capitanes delejército, dándose a entender parte por palabrasy parte por señas. Y así entraron en el pueblocon gran fiesta y regocijo de los indios. Elcacique por su persona aposentó a los

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españoles y él se fue, con licencia delgobernador, a otro pueblo que estaba cerca,donde había mudado su casa por desembarazaraquél para alojamiento de los españoles. Yluego otro día, bien de mañana vino a visitar algobernador, y, después de haber hablado largoen cosas que tocaban a la relación de aquellaprovincia, dijo el indio: "Señor, yo deseo saberla voluntad de vuestra señoría, si es dequedarse aquí donde deseamos servirle o depasar adelante, para que, conforme a ella, seprovea con tiempo lo que conviene a vuestroservicio." El gobernador dijo que iba endemanda de otras provincias que le habíandicho estaban adelante y que la una de ellas sellamaba Cofachiqui, y que no podía hacerasiento ni parar en parte alguna hasta que lashubiese visto y andado todas.

El curaca respondió que aquella provinciaconfinaba con la suya y que entre la una y laotra había un gran despoblado que se andabaen siete jornadas y que para el camino ofrecía a

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su señoría los indios de guerra y de servicionecesarios, que le sirviesen y acompañasenhasta donde su señoría quisiese llevarlos.Asimismo le ofrecía todo el bastimento quefuese menester para el viaje, que le suplicabapidiese y mandase proveer lo que fuese servidollevar como si estuviera en su propia tierra, quetoda aquélla estaba a su voluntad y muydeseosa de servirle.

El gobernador le agradeció el ofrecimientoy le dijo que, pues él como capitánexperimentado y como señor de aquella tierrasabía el camino que se había de andar y elbastimento que sería menester, lo proveyesecomo en causa propia, que los españoles notenían necesidad de otra cosa sino de comida yque en dejársela toda a su voluntad y arbitriovería la poca o ninguna molestia que deseabandarle.

Con esta confianza que el gobernador hizodel cacique le obligó a que hiciese más quehiciera si señaladamente le pidiera lo que había

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menester, y así lo dijo él. Y luego mandó quecon mucha diligencia y solicitud se juntase elbastimento y los indios de carga que lohubiesen de llevar, lo cual fue obedecido yproveído con tanta prontitud que, en cuatrodías que los españoles descansaron en elpueblo Cofaqui, se juntaron cuatro mil indiosde servicio para llevar la comida y la ropa delos cristianos, y otros cuatro mil de guerra paraacompañar y guiar el ejército.

El bastimento principal que los castellanosprocuraban dondequiera que se hallaban era elmaíz, el cual, en todas las Indias del nuevomundo, es lo que en España el trigo. Con elmaíz proveyeron los indios mucha fruta seca,de la que hemos dicho atrás que la tierraproduce de suyo sin cultivarla, como sonciruelas pasadas y pasas de uvas, nueces de doso tres suertes y bellota de encina y roble.Provisión de carne no hubo alguna, porque yahemos dicho que no la tienen de ganado

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doméstico sino la que matan cazando por losmontes.

El gobernador y los suyos, viendo tantajunta de gente, aunque se juntaban para lesservir, se recataban y velaban de noche y de díamás que lo ordinario, porque los indios debajode amistad, viéndolos descuidados, no seatreviesen a hacer alguna cosa en daño de ellos.Mas los indios estaban bien descuidados yajenos de ofender a los españoles: antes, contodas sus fuerzas y ánimo, atendían a les serviry agradar para con el favor y amparo de ellosvengarse de las injurias y daños que de susenemigos, los de Cofachiqui, habían recibido,como luego veremos.

Un día antes del día señalado para lapartida de los españoles, estando el curaca en laplaza del pueblo con el general y otroscapitanes y caballeros principales del ejército,mandó llamar a un indio que para todas lascosas de guerra que se le ofreciesen teníaelegido por capitán general y al presente lo

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estaba para ir con el gobernador. Al cual,venido que fue ante él, le dijo: "Bien sabéis laguerra y enemistad perpetua que nuestrospadres, abuelos y antepasados siempre hantenido, y nosotros al presente tenemos, con losindios de la provincia de Cofachiqui, dondeahora vais en servicio de nuestro gobernador yde estos caballeros, y también son notorios losmuchos y notables agravios, males y daños quelos naturales de aquella tierra de continuo hanhecho y hacen en los de la nuestra. Por lo cual,será razón que, pues la ventura nos ofrece paranuestra venganza una ocasión tan buena comola presente, que no la perdamos. Vos, micapitán general, como tenemos acordado,habéis de ir en compañía y servicio delgobernador y de su invencible ejército, concuyo favor y amparo haréis en satisfacción denuestras injurias y daños todo lo que contranuestros enemigos pudiereis imaginar y,porque entiendo no hay necesidad de que segasten con vos muchas palabras para

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encargaros lo que habéis de hacer, me remito avuestro ánimo y voluntad, la cual sé que seconformará con mi pretensión y con lo que eneste caso a nuestra honra conviene."

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CAPÍTULO VPatofa promete venganza a su curaca, y cuén-tase un caso extraño que acaeció en un indioguía

El indio apu, que en la lengua del Perúquiere decir capitán general, o supremo encualquier cargo, el cual en su propio nombre sellamaba Patofa y era de muy gentil persona yrostro, tal que su vista y aspecto certificaba serbien empleada en él la elección de capitángeneral y prometía todo buen hecho en paz yen guerra, levantándose en pie y soltando unamanta de pellejos de gatos, que en lugar decapa tenía, tomó un montante de palma, que uncriado suyo en lugar de insignia de capitán enpos de él traía, y con él hizo delante de sucacique y del gobernador muchas y muybuenas levadas, saltando a una parte y a otra,con tanta destreza, aire y compás que unfamoso esgrimidor o maestro de armas no

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pudiera hacer más, tanto que admirógrandemente a nuestros españoles, y, habiendojugado mucho rato, paró, y con el montante enlas manos se fue a su curaca y, haciéndole unagran reverencia a la usanza de ellos, que sediferenciaba poco de la nuestra, le dijo segúnlos intérpretes declararon: "Príncipe y señornuestro, como criado tuyo y capitán general devuestros ejércitos, empeño mi fe y palabra avuestra grandeza de hacer, en cumplimiento delo que se me manda, todo lo que mis fuerzas eindustria alcanzasen, y prometo, mediante elfavor de estos valientes españoles, vengar todaslas injurias, muertes, daños y pérdidas quenuestros mayores y nosotros hemos recibido delos naturales de Cofachiqui, y la venganza serátal que, con mucha satisfacción de tureputación y grandeza, puedas borrar de lamemoria lo que ahora, por no estar vengado, teofende en ella. Y la más cierta señal que podrástener de haber yo cumplido lo que me mandasserá que, habiéndolo hecho bastantemente,

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osaré volver a presentarme ante vuestroacatamiento y, si la suerte saliese contraria amis esperanzas, no me verán jamás tus ojos nilos del Sol, que yo mismo me daré el castigoque mi cobardía o mi poca ventura mereciese,que será la muerte, cuando los enemigos noquisiesen dármela de su mano."

El curaca Cofaqui se levantó en pie y,abrazando al general Patofa, le dijo: "Vuestraspromesas tengo por ciertas como si ya las viesecumplidas, y así las gratificaré como servicioshechos que yo tanto deseo recibir." Diciendoesto se quitó una capa de martas hermosísimasque traía puesta y, de su propia mano, cubriócon ella a Patofa en pago de los servicios aúnno hechos. Las martas de la capa eran tan finasque la apreciaban los españoles valdría enEspaña dos mil ducados. El favor de dar unseñor a un criado la capa, o el plumaje ocualquier otra presea de su persona,principalmente si para darla se la quita en supresencia del criado, era entre todos los indios

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de este gran reino de la Florida cosa de tan granhonra y estima que ningún otro premio seigualaba a él, y parece que, conforme a buenarazón, también lo debe ser en todas naciones.

Estando ya proveído todo lo necesario parael camino de los españoles, sucedió la nocheantes de la partida un caso extraño que losadmiró, y fue que, como atrás hicimos mención,prendieron los nuestros en la provincia deApalache dos indios mozos, los cuales sehabían ofrecido guiar a los castellanos. El unode ellos, a quien los cristianos sin le haberbautizado llamaban Marcos, había guiado yatodo lo que del camino sabía. El otro, queasimismo, sin le haber dado agua de bautismo,le llamaban Pedro, era el que había de guiar deallí adelante hasta la provincia de Cofachiqui,donde había dicho que hallarían mucho oro yplata y perlas preciosas. Este mozo andabaentre los españoles tan familiarmente como sihubiera nacido entre ellos. Sucedió que lanoche antes de la partida, casi a media noche,

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dio grandísimas voces pidiendo socorro,diciendo que le mataban. Todo el ejército sealborotó, entendiendo que era traición de losindios, y así tocaron arma, y, a muchadiligencia, se pusieron a punto de guerra enescuadrones formados los infantes y loscaballos; mas, como no sintiesen enemigos,salieron a reconocer de dónde había salido elarma y hallaron que el indio Pedro la habíacausado con sus gritos, el cual estabatemblando de miedo, asombrado y mediomuerto. Preguntando qué era lo que había vistoo sentido para pedir socorro con tan extrañosgritos, dijo que el demonio, con una espantablevista y con muchos criados que leacompañaban, había venido a él y díchole queno guiase a los españoles donde habíaprometido guiarles so pena que lo mataría, y,juntamente diciendo estas palabras, lo habíazaleado y arrastrado por el aposento, y dándolemuchos golpes por todo el cuerpo de queestaba molido y quebrantado, sin poderse

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menear, y que, según el demonio lo maltrataba,entendía que lo acabara de matar si noacertaran a entrar tan presto dos españoles quele socorrieron, que como el demonio grande losvio entrar por la puerta de su aposento, le habíadejado luego y huido, y tras él habían ido todossus criados. Por lo cual entendía que los diabloshabían miedo a los cristianos; por tanto, élquería ser cristiano; que por amor de Dios lessuplicaba lo bautizasen luego, porque eldemonio no volviese a le matar, que, estandobautizado como los otros cristianos, estaríaseguro que no le tocase, porque lo había vistohuir de ellos. Todo esto dijo el indio Pedro,catecúmeno, delante del gobernador y de otrosespañoles que se hallaron presentes, los cualesse admiraron de haberle oído, y vieron que noera fingido, porque los cardenales y torondonese hinchazos que en el rostro y por todo elcuerpo hallaron testificaban los golpes que lehabían dado. El general mandó llamar lossacerdotes, clérigos y frailes y les dijo que en

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aquel caso hiciesen lo que bien visto les fuese.Los cuales, habiendo oído al indio, lobautizaron luego y se estuvieron con él todaaquella noche y el día siguiente confirmándoloen la fe y esforzándole en su salud que decíaestaba molido y hecho pedazos de los golpesque le habían dado, y, por su indisposición dejóde caminar aquel día el real hasta el siguiente, ylo llevaron dos días a caballo porque no podíatenerse en pie.

Por lo que hemos dicho del indio Pedro sepodrá ver cuán fáciles sean estos indios y todoslos del nuevo mundo a la conversión de la FeCatólica, y yo, como natural y testigo de vistade los del Perú, osaré afirmar que bastaba lapredicación de este indio, sólo con lo que habíavisto, para que todos los de su provincia seconvirtieran y pidieran el bautismo, como él lohizo; mas los nuestros, que llevaban intenciónde predicar el evangelio después de haberganado y pacificado la tierra, no hicieron porentonces más de lo que se ha dicho.

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El ejército salió del pueblo Cofaqui y elcuraca lo acompañó dos leguas, y pasaraadelante, si el gobernador no le rogara que sevolviera a su casa. Al despedirse mostró, comoamigo, sentimiento de apartarse delgobernador y de los españoles, y habiéndolebesado las manos, y a los más principales deellos, encomendó de nuevo a su capitán generalPatofa el cuidado de servir al adelantado y atodo su ejército. El cual respondió que por laobra vería cuán a su cargo llevaba todo lo quele había mandado. Con esto se volvió el caciquea su casa, y los españoles siguieron su caminoen demanda de la provincia Cofachiqui, tandeseada por ellos.

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CAPÍTULO VIEl gobernador y su ejército se hallan en mu-cha confusión por verse perdidos en unos de-siertos y sin comida

El ejército de los cristianos caminaba por síaparte, en sus escuadrones formados losinfantes y los de a caballo. Y el capitán generalPatofa, que, como se ha dicho, llevaba cuatromil hombres de guerra, gente escogida,caminaba asimismo en su escuadrón aparte,con avanguardia y retaguardia, y la gente decarga y servicio iba en medio. De esta maneracaminaban estas dos naciones tan diferentes,aunque no en el gobierno militar, porque eracosa de gran contento ver la buena orden yconcierto que cada cual, en competencia de laotra, llevaba. Y los indios, en ninguna cosa quefuese guardar buena milicia, querían reconocerventaja a los españoles.

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De noche también se alojaban divididos,que, luego que los cuatro mil indios de cargaentregaban el bastimento a los nuestros, sepasaban a dormir con los suyos, y así los indioscomo los castellanos ponían sus centinelas y sevelaban y guardaban los unos de los otroscomo si fueran enemigos declarados.Particularmente hacían esto los cristianosporque de ver tanta orden y concierto en losinfieles se recataban de ellos; mas los indiosiban bien descuidados de toda malicia, antesmostraban deseo de agradar en toda cosa a losespañoles, y el poner las centinelas con suscuerpos de guardia y la demás orden queguardaban más lo hacían por mostrarsehombres de guerra que por recatarse de losespañoles. Con esta vigilancia y cuidadocaminaron todo el tiempo que les duró lacompañía y por el paraje por do fueron, queacertó a ser por lo más angosto de la provinciade Cofaqui; salieron de ella en dos jornadas, yla segunda noche durmieron al principio del

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despoblado grande que hay entre las dosprovincias de Cofaqui y Cofachiqui.

Otras seis jornadas caminaron por eldespoblado, y vieron que la tierra era todaapacible, y las sierras y montes que se hallabanno eran ásperos ni cerrados, sino que podíanandar fácilmente por ellos. En estas seisjornadas, entre otros arroyos pequeños,pasaron dos ríos grandes, furiosos y de muchaagua, mas por traerla tendida pudieronvadearlos aprovechándose de los caballos, delos cuales hicieron una pared del un cabo alotro del río para que en ella quebrase la furiadel agua, que era tan recia que a la cinta quediese a los infantes no podían tenerse, mas, conel socorro de los caballos, asiéndose a ellos,pasaron sin peligro todos los de a pie, así indioscomo españoles.

Al seteno día se hallaron en medio de lajornada en gran confusión indios y españolesporque el camino que hasta allí habían llevado,que parecía un camino real muy ancho, se le[s]

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acabó, y muchas sendas angostas, que a todaspartes por el monte había, a poco trecho quepor ellas caminaban, se les perdían y quedabansin senda, de manera que, después de hechasmuchas diligencias, se hallaron encerrados enaquel desierto sin saber por dónde pudiesensalir de él, y los montes eran diferentes que lospasados porque eran más altos y cerrados, quecon trabajo podían andar por ellos.

Los indios, así los que el gobernador traíadomésticos como los que iban con el generalPatofa, se hallaron perdidos, sin que entretodos ellos hubiese alguno que supiese elcamino ni decir a cuál banda podían echar parasalir más aína de aquellos montes y desiertos.El gobernador, llamando al capitán Patofa, ledijo que por cuál causa le había metido, debajode amistad, en aquellos desiertos donde, parasalir de ellos a parte alguna, no se hallabacamino, y cómo era posible ni creedero queentre ocho mil indios que consigo traía nohubiese alguno que supiese dónde estaban o

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por dónde pudiesen salir a la provinciaCofachiqui, aunque fuese abriendo los montesa mano, y que no era verosímil que, habiendotenido guerra perpetua los unos con los otros,no supiesen los caminos públicos y secretos quepasaban de la una provincia a la otra.

El capitán Patofa respondió que ni él niindio de los suyos jamás habían llegado dondeal presente estaban y que las guerras queaquellas dos provincias se habían hecho nuncahabían sido en batallas campales de poder apoder, entrando los unos con ejército hasta lastierras de los otros, sino solamente en laspesquerías de aquellos dos ríos y los demásarroyos que atrás habían dejado y en lasmonterías y cacerías que los unos y los otroshacían por aquellos montes y despoblados quehabían pasado, donde, encontrándose en talesmonterías y pesquerías, como enemigos semataban y cautivaban, y que, por haber sido losde Cofachiqui superiores a los suyos y haberleshecho siempre muchas ventajas en las peleas

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que así habían tenido, sus indios andabanamedrentados y como rendidos sin osaralargarse ni salir de sus términos y que, poresta causa, no sabían adónde estaban ni pordónde pudiesen salir de aquellos despobladosy que, si su señoría sospechaba que él loshubiese metido en aquellos desiertos conastucia y engaño para que pereciesen en elloscon su ejército, se desengañase, porque suseñor Cofaqui ni él, que se preciaban dehombres de verdad, habiéndolos recibido poramigos, no habían de imaginar, cuánto máshacer, cosa semejante. Y para certificarse queera verdad lo que decía, tomase los rehenes quequisiese y que, si bastaba su cabeza parasatisfacerle, que muy de su grado se laentregaba luego para que mandase cortársela,no sólo a él sino también a todos los indios quecon él venían, los cuales todos estaban a suobediencia y voluntad, así por ley de guerra,porque era su capitán general, como porparticular mandato que su curaca y señor les

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había dado diciendo que en toda cosa leobedecieron hasta la muerte.

El gobernador, oyendo las buenas palabrasde Patofa y viendo el ánimo apasionado conque las decía, porque no hiciese algunadesesperación, le dijo que le creía y estabasatisfecho de su amistad. Luego llamaron alindio Pedro, de quien dijimos le habíamaltratado el demonio en Cofaqui. El cual,desde la provincia de Apalache hasta aquel día,había guiado a los españoles con tanta noticiade la tierra que la noche antes decía todo lo queel día siguiente habían de hallar en el camino.Este mozo, también como los demás indios,perdió el tino que hasta allí había traído, y dijoque, como había cuatro o cinco años que habíadejado de andar por aquel camino, estabaolvidado de tal manera que totalmente sehallaba perdido, que ni sabía el camino niacertaría a decir a tiento por do pudiesen salir ala provincia de Cofachiqui. Muchos españoles,viéndole cerrarse y desconfiar de la noticia del

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camino, decían que de temor del demonio quele había maltratado y amenazado no queríaguiarles ni decir por cuál parte habían de salirpor aquel despoblado.

Con esta confusión, sin saber cómo salir deella, caminaron nuestros españoles lo que deldía les quedaba sin camino alguno sino pordonde hallaban más claro y abierto el monte.Yendo así perdidos, llegaron al poner del sol aun río grande, mayor que los dos que habíanpasado, que por mucha agua no se podíavadear, cuya vista les causó mayores congojasporque ni para lo pasar tenían balsas o canoas,ni bastimento que comer mientras las hiciesen,que era lo que más pena les daba, porque lacomida que de Cofaqui habían sacado habíasido tasada para siete días que habían dichoduraría atravesar el despoblado y, aunquehabían llevado cuatro mil indios de carga,habían sido las cargas tan livianas que no eranmedias de las ordinarias y un indio a todoreventar no puede llevar más de media hanega

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de zara o maíz, y éstos, por ir cargados, nohabían dejado de llevar sus armas como losdemás indios que iban por soldados, que, comotodos ellos habían salido de su tierra conintención de vengarse de los de Cofachiqui,iban apercibidos de sus armas y también lasllevaban por no volverse con las manos en elseno habiendo de pasar por tierras ajenas y deenemigos. Por estas causas, porque éstos erancasi diez mil hombres y cerca de trescientoscincuenta caballos a comer del maíz, cuandollegó el seteno día de su camino ya no llevabancosa de comer y, aunque el día antes se habíaechado bando guardasen la comida y se tasasenen ella, porque se temía si la hallarían tanpresto o no, era ya tarde, que ya no había quéguardar. De manera que nuestros españoles sehallaron sin guía, sin camino, sin bastimento,perdidos en unos desiertos, atajados pordelante de un caudaloso río y por las espaldascon el largo despoblado que habían andado ypor los lados con la confusión de no saber

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cuándo ni por dónde pudiesen salir de aquellosbreñales, y, sobre todo, la falta de la comida,que era lo que más les congojaba.

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CAPÍTULO VIIVan cuatro capitanes a descubrir la tierra, y unextraño castigo que Patofa hizo a un indio

Habiendo considerado el gobernador lasdificultades e inconvenientes en que su ejércitose hallaba, le pareció era lo más acertado, y aunforzoso, no caminar el real hasta haber halladocamino y salida de aquellos desiertos y así,luego que amaneció el día siguiente, mandóque saliesen cuatro cuadrillas, dos de caballo ydos de infantes, y que las dos fuesen el ríoarriba y las otras dos el río abajo, con orden yaviso que cada una de ellas fuese siguiendo laribera del río, sin apartarse de él, y las otras dossiguiesen el mismo viaje una legua la tierraadentro a ver si por una vía o por la otratopaban algún camino o descubrían tierrapoblada. Mandó a cada uno de los capitanesque volviesen dentro en cinco días con lo quehubiesen hallado. Estos capitanes fueron el

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contador Juan de Añasco, Andrés deVasconcelos, Juan de Guzmán y Arias Tinoco.

Con el capitán Juan de Añasco fue elgeneral Patofa, que no quiso quedar en el real,y acertaron a ser los que fueron por la orilla delrío arriba. Con ellos fue el indio Pedro, queestaba corrido de haber perdido el tino y leparecía que, yendo por aquel viaje, había desalir con su empresa y poner los españoles en laprovincia de Cofachiqui, como lo habíaprometido. Con cada compañía de losespañoles fueron mil indios de los de guerrapara que, derramados por los montes,procurasen hallar algún camino.

El gobernador se quedó en la ribera del ríoaguardando las nuevas que los suyos letrajesen, donde él y su gente pasaron extremanecesidad de comida, porque no comían sinopámpanos de parrizas que había por losmontes y arroyos. Los cuatro mil indios deservicio que quedaron con el general salían enamaneciendo a buscar de comer por los campos

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y volvían a la noche con hierbas y raíces queeran de comer, y con algunas aves y animalejosque habían muerto con los arcos. Otros traíanpeces que habían pescado, que ningunadiligencia que les fuese posible dejaban dehacer por haber comida, y todo lo que asíhallaban, sin tocar en ello ni esconder partealguna, lo traían a los españoles, en cuyascamaradas ellos iban repartidos; y era tanta lafidelidad y respeto que en esto los indios lestenían que, aunque se cayesen de hambre, notomaban cosa alguna antes de haberlapresentado a los españoles. Los cuales,vencidos con este comedimiento, daban a losindios de lo que así traían la mayor parte, mastodo era nada para tanta gente.

El gobernador, pasados tres días quehabían estado en aquel alojamiento, viendo queno se podía llevar tanta hambre, que cierto eramás que se puede encarecer, mandó quematasen algunos cochinos de los que llevabanpara criar y se diesen de socorro ocho onzas de

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carne a cada español, socorro más paraacrecentar la hambre que para la entretener; dela carne también partieron los españoles consus indios porque viesen que no queríanaventajarse en cosa alguna sino pasar igualnecesidad con ellos.

Era cosa de grandísimo contento para lossoldados ver el buen semblante que el generalmostraba a los suyos en esta aflicción poresforzarles y ayudar a pasar la hambre, aunqueél no era aventajado en cosa alguna, como sifuera el menor de todos ellos. Lo mismo hacíanlos soldados con el capitán, que por consolarlede la pena que haciendo oficio de buen padresentía de ver los suyos en tanto trabajodisimulaban la hambre que sentían y fingíanmenos necesidad de la que pasaban; mostrabanen sus rostros alegría y contento de hombresque estuviesen en toda abundancia yprosperidad.

Olvidádosenos ha de haber dicho atrás, ensu lugar, un ejemplar castigo que el capitán

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Patofa hizo en un indio de los suyos. Por sertan extraño será razón que no quede en olvidoy caerá bien dondequiera que se ponga. Es asíque, al quinto día que vinieron caminando porel despoblado, un indio de los que llevabancarga (que en lengua de la isla Española llamantameme), sin haber recibido agravio, movido decobardía o deseo de ver a su mujer e hijos oporque el diablo le hubiese dicho la hambreque habían de pasar, o por otra causa que él sesabía, acordó huirse. El español a cuyo cargoiba, echándolo menos, dio cuenta de ello algeneral Patofa, el cual mandó a cuatro indiosmozos, gentileshombres, que a toda diligenciavolviesen por aquel indio y no parasen hastahaberlo alcanzado y se lo trajesen maniatado.Los indios se dieron tan buena prisa que enbreve espacio lo alcanzaron y volvieron al realy pusieron delante de su capitán.

El cual, después de haberle en presencia desus soldados afeado de cobardía ypusilanimidad y el desacato de su príncipe y

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curaca y el poco respeto a su capitán general yla traición y alevosía que a sus compañeros y atoda su nación había hecho, le dijo: "Noquedará tu delito y maldad sin castigo, porqueotros no tomen de ti mal ejemplo." Diciendoesto, mandó que lo llevasen a un arroyopequeño, que pasaba por el alojamiento, yPatofa presente, le quitaron esa poca ropa quellevaba, que no le dejaron más de los pañetes.Luego, por mandato del capitán, trajeronmuchos renuevos de árboles de más de unabraza en largo, y dijo al indio: "Échate depechos sobre ese arroyo y bebe toda esa agua, yno ceses hasta que la agotes." Mandó a cuatrogandules que, en alzando la cabeza del agua, lediesen con las varas hasta que volviese a beber,e hizo que le enturbiasen el agua porque labebiese con mayor pena. El indio, puesto en eltormento, bebió hasta que no pudo más;empero los verdugos le daban, en parando debeber, cruelísimos varazos, que lo tomaban dela cabeza a los pies, y no cesaban de darle hasta

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que volvía a beber. Algunos parientes suyos,viendo el castigo tan riguroso y sabiendo queno había de parar hasta haberlo muerto, fueroncorriendo al gobernador y, echados a sus pies,le suplicaron hubiese piedad del pobrepariente. El general envió un recaudo al capitánPatofa diciéndole tuviese por bien cesase elcastigo tan justificado y no pasase adelante suenojo. Con esto dejaron al indio ya mediomuerto, que sin sed había bebido tanta agua.

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CAPÍTULO VIIIDe un cuento particular acerca de la hambreque los españoles pasaron, y cómo hallaroncomida

Volviendo a la hambre y necesidad que elgobernador y su ejército pasaron aquellos días,me pareció contar un caso particular que pasóentre unos soldados de los más aventajados queen el real había para que por él se considere yvea lo que se padecería en común, que decircada cosa en particular sería nunca acabar yhacer nuestra historia muy prolija. Es así queun día de los de mayor hambre cuatro soldadosde los más principales y valientes, que por sertales hacían donaire y risa (aunque falsa), deltrabajo y necesidad que pasaban, quisieron,porque eran de una camarada, saber québastimento había entre ellos, y hallaron queapenas había un puñado de zara. Para lorepartir, porque creciese algo, la cocieron, y en

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buena igualdad, sin agravio alguno, cupieron adiez y ocho granos. Los tres de ellos, que eranAntonio Carrillo y Pedro Morón y FranciscoPechudo, comieron luego sus partes. El cuarto,que era Gonzalo Silvestre, echó sus diez y ochogranos de maíz en un pañuelo y los metió en elseno. Poco después se topó con un soldadocastellano, que se decía Francisco de Troche,natural de Burgos, el cual le dijo: "¿Lleváis algoque comer?" Gonzalo Silvestre le respondió pordonaire: "Sí, que unos mazapanes muy buenos,recién hechos, me trajeron ahora de Sevilla."Francisco de Troche, en lugar de enfadarse rióel disparate. A este punto llegó otro soldado,natural de Badajoz, que se decía Pedro deTorres, el cual enderezando su pregunta a losque hablaban en los mazapanes les dijo:"¿Vosotros tenéis algo que comer?" (que no eraotro el lenguaje de aquellos días). GonzaloSilvestre respondió: "Una rosca de Utrera tengomuy buena, tierna y recién sacada del horno. Siqueréis de ella, partiré con vos largamente."

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Rieron el segundo imposible como el primero.Entonces les dijo Gonzalo Silvestre: "Puesporque veáis que no he mentido a ninguno devosotros, os daré cosa que al uno le sepa amazapanes, si los ha en gana, y al otro a roscade Utrera, si se le antoja." Diciendo esto sacó elpañuelo con los diez y ocho granos de zara ydio a cada uno de ellos seis granos, y tomó parasí otros seis, y todos tres se los comieron luegoantes que se recreciesen más compañeros ycupiesen a menos. Y, habiéndolos comido, sefueron a un arroyo que pasaba cerca y sehartaron de agua ya que no podían de vianda,y así pasaron aquel día con no más comidaporque no la había. Con estos trabajos y otrossemejantes, no comiendo mazapanes ni roscasde Utrera, se ganó el nuevo mundo, de dondetraen a España cada año doce y trece millonesde oro y plata y piedras preciosas, por lo cualme precio muy mucho de ser hijo deconquistador del Perú, de cuyas armas y

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trabajos ha redundado tanta honra y provechoa España.

Volviendo a los cuatro capitanes quefueron a descubrir caminos, decimos que, conla misma hambre y necesidad que pasaron elgobernador y los de su ejército, caminaron ellosseis días. Los tres capitanes de ellos no hallaroncosa digna de memoria, sino hambre y máshambre. Sólo el contador Juan de Añasco tuvomejor dicha que, habiendo caminado tres díassiempre el río arriba sin apartarse de él, al finde ellos halló un pueblo asentado en la ribera,por la misma parte que él iba, en la cual hallópoca gente, mas mucha comida para pueblo tanpequeño, que sólo en una casa de depósitohabía quinientas hanegas de harina hecha demaíz tostado, sin otro mucho que había engrano, con que los indios y españoles sealegraron lo que se puede imaginar, y, despuésde haber visto lo que había en las casas,subieron en las más altas y descubrieron que deallí adelante, el río arriba, estaba poblada la

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tierra de muchos pueblos grandes y pequeños,con muchas sementeras a todas partes, de quelos nuestros dieron gracias a Dios, y ellos y losindios mataron la hambre que llevaban. Y,pasada la media noche, despacharon cuatro dea caballo que a toda diligencia volviesen a daraviso al gobernador de lo que habían visto ydescubierto. Los cuatro españoles volvieroncon la buena nueva y, para ser creídos, llevaronmuchas mazorcas de zara y unos cuernos devacas, que no se pudo saber de dónde loshubiesen traído los indios, porque en todo loque estos españoles anduvieron de la Floridanunca hallaron vacas y, aunque es verdad queen algunas partes hallaron carne fresca de vaca,nunca vieron vacas ni fue posible con losindios, por caricias ni amenazas que dijesendónde las había.

El general Patofa y sus indios, la noche quedurmieron en el pueblo, lo más secretamenteque pudieron, sin que los españoles supiesencosa alguna de su hecho, lo saquearon, y

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robaron el templo, que servía solamente deentierros, donde (como adelante diremos deotros más famosos) tenían lo mejor y más ricode sus haciendas. Mataron todos los indios quedentro y fuera del pueblo pudieron haber sinperdonar sexo ni edad, y a los que así matabanles quitaban los cascos de la cabeza, de lasorejas arriba, con admirable maña y destreza.Estos cascos llevaban para que, por vistas deojos, viese su curaca y señor Cofaqui lavenganza que en sus enemigos habían hecho delas injurias recibidas, porque, según después sevio, este pueblo era de la provincia deCofachiqui, que tan deseada había sido de losespañoles y tanta hambre les había costado eldescubrirla.

El día siguiente a medio día salió Juan deAñasco del pueblo con todos sus españoles eindios, que no osaron esperar en él algobernador temiendo no se apellidasen los dela tierra y juntasen gran número de gente, que,según la mucha poblazón que por el río arriba

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había, pudieran juntarse muchos y dar en ellosy matarlos todos, que no eran poderosos pararesistirlos; por esto les pareció más segurovolver atrás a recibir al gobernador.

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CAPÍTULO IXLlega el ejército donde hay bastimento. Patofase vuelve a su casa y Juan de Añasco va a des-cubrir tierra

Los cuatro caballeros, que con la relación ybuena nueva de haber hallado comida y tierrapoblada dejamos en el camino, llegaron dondeel gobernador estaba, habiendo caminado enun día, a la vuelta, lo que habían caminado entres a la ida, que fueron más de doce leguas, yle dieron aviso de lo que habían descubierto.

El cual, luego que amaneció, mandócaminar la gente donde los cuatro caballeros laguiasen. Los soldados tenían tanta hambre ytan buena gana de ir donde hallasen comidaque caminaron a rienda suelta sin que fueseposible ponerlos en orden ni que caminasen enescuadrón, como solían, sino que iba adelanteel que más podía, tanta fue la prisa que se

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dieron a caminar que el día siguiente, antes demediodía, estaban ya todos en el pueblo.

Al gobernador le pareció parar en élalgunos días, así porque la gente se refrescase yreformase del trabajo pasado como por esperarlos tres capitanes que por las otras parteshabían ido a descubrir la tierra. Los cuales,habiendo caminado tres días en seguimientodel viaje que cada uno de ellos había tomado yhabiendo hallado casi todos tres igualmentemuchos caminos y sendas que por todas partesatravesaban la tierra, por las cuales hallaronrastro de indios, mas no pudiendo haberalguno para se informar de él ni pudiendodescubrir poblado, por no alejarse más yporque no llevaban más término, se volvieronal puesto al fin del quinto día que se habíanpartido del gobernador y, no le hallando,siguieron el rastro que el ejército dejaba hecho,y, en otros dos días, habiendo padecido lahambre y trabajos que se pueden imaginarcomo hombres que había más de ocho días que

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no habían comido sino hierbas y raíces, y aúnno hasta hartar, llegaron al pueblo donde elgobernador estaba, en cuya presencia, y en lade todos los compañeros, refiriendo los unos alos otros los trabajos y hambre que habíanpasado, se alentaron y cuidaron de reformarse.

Toda la hambre y necesidad que hemoscontado que pasaron estos españoles en losdespoblados la cuenta muy largamente Alonsode Carmona en su relación, y dice que fueroncuatro los puercos que mataron para socorrer lagente, y que eran muy grandes, con que (dice),"sacamos el vientre de mal año." Debió dedecirlo por ironía por ser cosa tan poca paratanta gente.

En este primer pueblo de la provincia deCofachiqui, donde se juntó todo el ejército, paróel gobernador siete días para que la gente serehiciese del trabajo pasado, en los cuales elcapitán Patofa y sus ocho mil indios, con elsecreto posible, hicieron todo mal y daño quepudieron en sus enemigos. Corrieron cuatro

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leguas de tierra a todas partes donde pudiesendañar. Mataron los indios e indias quepudieron haber y les quitaron los cascos parallevárselos en testimonio de sus hazañas;saquearon los pueblos y templos que pudieronalcanzar; no les quemaron, como quisieran,porque no lo viese o supiese el gobernador. Ensuma, no dejaron de hacer cosas de las que endaño de sus enemigos y venganza propiapudieron haber imaginado. Y pasara adelantela crueldad, si al quinto día de aquella estadano llegara a noticia del gobernador lo quePatofa y sus indios habían hecho y hacían. Elcual, considerando que no era justo que debajode su favor y sombra nadie hiciese daño a otroy que no sería bien que por el mal que otrohacía sin consentimiento suyo él cobraseenemigos para adelante, pues iba antesconvidando con la paz a los indios quehaciéndoles guerra, acordó despedir a Patofapara que con todos los suyos se volviese luegoa su tierra y así lo puso por obra que,

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habiéndole rendido las gracias por la amistad ybuena compañía que le había hecho yhabiéndole dado para él y para su curacapiezas de paños y sedas, lienzos, cuchillos,tijeras y espejos, y otras cosas de España queellos estiman en mucho, lo envió muy contentoy alegre de la merced y favor que se le habíahecho, empero, mucho más lo iba él por habercumplido bastantemente la palabra que a suseñor había dado de le vengar de sus enemigosy ofensores.

Después que Patofa y sus indios se fueron,quedó el gobernador en el mismo pueblodescansado otros dos días; mas, ya que vio sugente reformada, le pareció pasar adelante ycaminar por la ribera del río arriba hacia dondeiba la poblazón. Así fue el ejército tres días sintopar indio alguno vivo sino muchos muertos ysin cascos, donde vieron los castellanos lamortandad que Patofa había hecho, de cuyacausa los naturales se habían retirado la tierraadentro donde no pudiesen haberlos. En los

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pueblos hallaron comida, que era lo que habíanmenester.

Al fin de los tres días paró el ejército en unmuy hermoso sitio de tierra fresca de muchaarboleda de morales y otros árboles fructíferoscargados de fruta. El gobernador no quisopasar adelante hasta saber qué tierra fueseaquélla, y habiendo hecho alojar toda su gente,mandó llamar al contador Juan de Añasco y ledio orden que con treinta soldados infantessiguiese el mismo camino que hasta allí habíantraído (el cual, aunque angosto, pasabaadelante), y procurase haber aquella nochealgún indio para tomar lengua de lo que enaquella tierra había y saber cómo se llamaba elseñor de ella y las demás cosas que les conveníasaber, y, cuando no pudiese haber indio, trajesealguna otra buena relación para que con ella elejército pasase adelante no tan a ciegas comohasta allí había venido. Y al fin de la comisión,le dijo que, pues en todas las jornadas quehabían hecho particulares siempre había tenido

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buen suceso, de cuya causa se las encomendabaa él antes que a otro, procurase tenerlo tambiénen aquélla que tanto les importaba.

Juan de Añasco y sus treinta compañerossalieron del real a pie antes que anocheciese y,con todo el silencio posible, como gente que ibaa saltear, siguieron el camino que les fueseñalado, el cual cuanto más adelante iba tantomás se iba ensanchando y haciendo caminoreal. Habiendo, pues, caminado por él casi dosleguas, oyeron con el silencio de la noche unmurmullo como de pueblo que estaba cerca, ycaminando otro poco más para salir de unamanga de monte que por delante llevaban, queles quitaba la vista, vieron lumbres y oyeronladrar perros y llorar niños y hablar hombres ymujeres, de manera que reconocieron que erapueblo, por lo cual se apercibieron nuestrosespañoles para prender algún indio por losarrabales secretamente sin que los sintiesen,deseando cada cual de ellos ser el primero quele echase mano por gozar de la honra de haber

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sido más diligente. Yendo así todos con estecuidado, se hallaron burlados de susesperanzas, porque el río, que hasta allí habíanllevado a un lado, se les atravesaba y pasabaentre ellos y el pueblo. Los cristianos pararonun buen rato en la ribera del río en una granplaya y desembarcadero de canoas, y habiendocenado y descansado, que serían ya las doce dela noche, se volvieron al real, do llegaron pocoantes que amaneciese y dieron cuenta algobernador de lo que habían visto y oído.

El cual, luego que fue de día, salió con cieninfantes y cien caballos y fue a ver el pueblo yreconocer y saber lo que en él había de pro ycontra para su descubrimiento. Llegando aldesembarcadero de las canoas, Juan Ortiz yPedro el Indio dieron voces a los indios queestaban en la otra ribera diciéndoles queviniesen a oír y volver con una embajada queles querían dar para el señor de aquella tierra.Los indios, viendo cosa tan nueva para elloscomo españoles y caballos, a mucha prisa

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entraron en el pueblo y publicaron lo que leshabían dicho.

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CAPÍTULO XSale la señora de Cofachiqui a hablar al go-bernador y ofrece bastimento y pasaje para elejército

Poco después que los indios dieron lanueva en el pueblo, salieron seis indiosprincipales, que, a lo que se entendió, debíanser regidores. Eran de buena presencia y casi deuna edad de cuarenta a cincuenta años, loscuales entraron en una gran canoa y con ellosotros indios de servicio que la guiaban ygobernaban.

Puestos los seis indios ante el gobernador,hicieron todos juntos a una tres diversas ygrandes reverencias: la primera al Sol,volviéndose todos al oriente, y la segunda a laLuna, volviendo los rostros al occidente, y latercera al gobernador, enderezándose haciadonde él estaba. El cual estaba sentado en unasilla que llaman de descanso, que solían llevar

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siempre doquiera que iba, en que se asentase yrecibiese los curacas y embajadores con lagravedad y ornamento que a la grandeza de sucargo y oficio convenía. Los seis indiosprincipales, hecho el acatamiento, la primerapalabra que hablaron fue decir al gobernador:"Señor, ¿queréis paz o guerra?" Y, porque searegla general, es de saber que en todas lasprovincias que el gobernador descubrió,siempre, al entrar en ellas, le hacían estapregunta a las primeras palabras que lehablaban. El general respondió que quería pazy no guerra y les pedía solamente paso ybastimento para pasar adelante a ciertasprovincias en cuya demanda iba, y que, puessabían que la comida era cosa que no se podíaexcusar, le perdonasen la pesadumbre que endársela podían recibir y les rogaba leproveyesen de balsas y canoas para pasar aquelrío y le hiciesen amistad mientras caminasenpor sus tierras, que él procuraría darles lamenos molestia que pudiese.

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Los indios respondieron que aceptaban lapaz y que, en lo de la comida, ellos tenían pocaporque el año pasado en toda su provinciahabían tenido una gran pestilencia con muchamortandad de gente de la cual sólo aquelpueblo se había librado, de cuya causa losmoradores de los demás pueblos de aquelestado se habían huido a los montes y nohabían sembrado y que, con ser pasada lapeste, aún no se habían recogido todos losindios a sus casas y pueblos; y que eranvasallos de una señora, moza por casar, reciénheredada; que volverían a darle cuenta de loque su señoría pedía, y, con lo que respondiese,le avisarían luego, y entretanto esperase conbuena confianza porque entendían que suseñora, siendo como era mujer discreta y depecho señoril, haría en servicio de los cristianostodo lo que le fuese posible. Dichas estasrazones y habida licencia del gobernador, sefueron a su pueblo y dieron aviso a su señora

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de lo que el capitán de los cristianos les habíapedido para su camino.

Apenas pudieron haber dado los indios laembajada a su señora cuando vieron loscastellanos aderezar dos grandes canoas yentoldar una de ellas con grande aparato yornamento, en la cual se embarcó la señora delpueblo y ocho mujeres nobles que vinieron ensu compañía, y no se embarcó más gente enaquella canoa. En la otra se embarcaron los seisindios principales que llevaron el recaudo, ycon ellos venían muchos remeros que bogabany gobernaban la canoa, la cual traía a jorro lacanoa de la señora, donde no venían remeros nihombre alguno sino las mujeres solas. Con esteconcierto pasaron el río y llegaron donde elgobernador estaba. Auto es éste bien al propiosemejante, aunque inferior en grandeza ymajestad, al de Cleopatra cuando por el ríoCindo, en Cilicia, salió a recibir a MarcoAntonio, donde se trocaron suertes de talmanera que la que había sido acusada de

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crimen lesae maiestatis salió por juez del que lahabía de condenar, y el emperador y señor, poresclavo de su sierva, hecha ya señora suya porla fuerza del amor mediante las excelencias,hermosura y discreción de aquella famosísimagitana, como larga y galanamente lo cuentatodo el maestro del gran español Trajano, dignodiscípulo de tal maestro; del cual, pues, seasemejan tanto los pasos de las historias,pudiéramos hurtar aquí lo que bien nosestuviera, como lo han hecho otros del mismoautor, que tiene para todos, si no temiéramosque tan al descubierto se había de descubrir sugalanísimo brocado entre nuestro bajo sayal.

La india señora de la provincia deCofachiqui, puesta ante el gobernador,habiéndole hecho su acatamiento, se sentó enun asiento que los suyos le traían y ella solahabló al gobernador sin que indio ni india delas suyas hablase palabra. Volvió a referir elrecaudo que sus vasallos le habían dado y dijoque la pestilencia del año pasado le había

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quitado la posibilidad del bastimento que ellaquisiera tener para mejor servir a su señoría,mas que haría todo lo que pudiese en suservicio y, para que lo viese por la obra, luegode presente ofrecía una de las dos casas que enaquel pueblo tenía de depósito con cadaseiscientas hanegas de zara que había hechorecoger para socorrer los vasallos que de lapeste hubiesen escapado, y le suplicaba tuviesepor bien de dejarle la otra por su necesidad,que era mucha, y que, si adelante su señoríahubiese menester maíz, que en otro pueblocerca de allí tenía recogidas dos mil hanegaspara la misma necesidad, que de allí tomaría loque más quisiese y para alojamiento de suseñoría desembarazaría su propia casa y paralos capitanes y soldados más principalesmandaría desocupar la mitad del pueblo y parala demás gente se harían muy buenas ramadasen que estuviesen a placer, y que, si gustaba deello, le desembarazarían todo el pueblo y seirían los indios a otro que estaba cerca, y, para

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pasar el ejército aquel río, se proveerían conbrevedad balsas y canoas de madera, que parael día siguiente habría todo recaudo de ellas,porque su señoría viese con cuánta prontitud yvoluntad le servían.

El gobernador respondió con muchoagradecimiento a sus buenas palabras ypromesas y estimó en mucho que, en tiempoque su tierra pasaba necesidad, le ofreciese másde lo que le pedía. En correspondencia de aquelbeneficio dijo que él y su gente procuraríanpasarse con la menos comida que ser pudiesepor no darle tanta molestia y que el alojamientoy las demás provisiones estaban muy bienordenadas y trazadas, por lo cual, en nombredel emperador de los cristianos y rey deEspaña, su señor, lo recibía en servicio paragratificárselo a su tiempo y ocasiones, y departe de todo el ejército y suya, lo recibía enparticular favor y regalo para nunca olvidarlo.

Demás de esto hablaron en otras cosas deaquella provincia y de las que había por la

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comarca, y a todo lo que el gobernador lepreguntó respondió la india con muchasatisfacción de los circunstantes, de manera quelos españoles se admiraban de oír tan buenaspalabras, tan bien concertadas que mostrabanla discreción de una bárbara nacida y criadalejos de toda buena enseñanza y policía. Mas elbuen natural, doquiera que lo hay, de suyo ysin doctrina florece en discreciones y gentilezasy, al contrario, el necio cuanto más le enseñantanto más torpe se muestra.

Notaron particularmente nuestrosespañoles que los indios de esta provincia, y delas dos que atrás quedaron, fueron más blandosde condición, más afables y menos feroces quetodos los demás que en este descubrimientohallaron, porque en las demás provincias,aunque ofrecían paz, y la guardaban, siempreera sospechosa, que en sus ademanes ypalabras ásperas se les veía que la amistad eramás fingida que la verdadera. Lo cual no huboen la gente de esta provincia Cofachiqui, ni en

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la Cofaqui y Cofa, que atrás quedan, sino queparecía que toda su vida se habían criado conlos españoles, que no solamente les eranobedientes, mas en todas sus obras y palabrasprocuraban descubrir y mostrar el amorverdadero que les tenían, que cierto era deagradecerles que con gente nunca jamás hastaentonces vista usasen de tanta familiaridad.

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CAPÍTULO XIPasa el ejército el río de Cofachiqui, y alójaseen el pueblo y envían a Juan de Añasco poruna viuda

La señora de Cofachiqui, hablando con elgobernador en las cosas que hemos dicho, fuequitando poco a poco una gran sarta de perlasgruesas como avellanas que le daban tresvueltas al cuello y descendían hasta los muslos.Y, habiendo tardado en quitarlas todo el tiempoque duró la plática (con ellas en la mano), dijo aJuan Ortiz, intérprete, las tomase y de su manolas diese al capitán general. Juan Ortizrespondió que su señoría se las diese de la suyaporque las tendría en más. La india replicó queno osaba por no ir contra la honestidad que lasmujeres debían tener. El gobernador preguntó aJuan Ortiz qué era lo que aquella señora decía,y, habiéndolo sabido, le dijo: "Decidle que enmás estimaré el favor de dármelas de su propia

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mano que del valor de la joya y que, en hacerloasí, no va contra su honestidad, pues se tratande paces y amistad, cosas tan lícitas eimportantes entre gentes no conocidas." Laseñora, habiendo oído a Juan Ortiz, se levantóen pie para dar las perlas de su mano algobernador, el cual hizo lo mismo pararecibirlas y, habiéndose quitado del dedo unasortija de oro con muy hermoso rubí que traía,se la dio a la señora en señal de la paz yamistad que entre ellos se trataba. La india lorecibió con mucho comedimiento y lo puso enun dedo de sus manos. Pasado este auto,habiendo pedido licencia, se volvió a su pueblodejando a nuestros castellanos muy satisfechosy enamorados así de su buena discreción comode su mucha hermosura, que la tenía muy enextremo perfecta, y tan embelesados quedaroncon ella que entonces ni después no fueronpara saber cómo se llamaba, sino que secontentaron con llamarla señora, y tuvieronrazón, porque lo era en toda cosa. Y como ellos

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no supieron el nombre, no pude yo ponerloaquí, que muchos descuidos de éstos y otrossemejantes hubo en este descubrimiento.

El gobernador se quedó en la ribera del ríopara dar orden que con brevedad lo pasase elejército. Envió a mandar al maese de campoque con toda presteza viniese la gente donde élquedaba. Los indios entretanto hicierongrandes balsas y trajeron muchas canoas, y, conla diligencia que ellos y los castellanospusieron, pasaron el río en todo el díasiguiente, aunque con desgracia y pérdida, quepor descuido de algunos ministros queentendían en el pasaje de la gente se ahogaroncuatro caballos, que, por ser tan necesarios y detanta importancia para la gente, lo sintieronnuestros españoles más que si fueran muertesde hermanos.

Alonso de Carmona dice que fueron sietelos caballos que se ahogaron y que fue porculpa de sus dueños, que de muy agudos losecharon al río sin saber por dónde habían de

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pasar, y que, llegando a cierta parte del río, sehundían y no parecían más; debía ser algúnbravo remolino que se los sorbía y tragaba.Pasado el río, se alojó el ejército en el mediopueblo que los indios les desembarazaron y,para los que no cupieron, hicieron grandes yfrescas ramadas, que había mucha y muybuena arboleda de que las hacer. Habíaasimismo entre las ramadas muchos árbolescon diversas frutas, y grandes morales mayoresy más viciosos que los que hasta allí se habíanvisto. Damos siempre particular noticia de esteárbol por la nobleza de él y por utilidad de laseda que doquiera se debe estimar en mucho.

El día siguiente hizo diligencias elgobernador para informarse de la disposición ypartes de aquella provincia llamadaCofachiqui. Halló que era fértil para todo loque quisiesen plantar, sembrar y criar en ella.Supo, asimismo, que la madre de la señora deaquella provincia estaba doce leguas de allíretirada como viuda. Dio orden con la hija que

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enviase por ella. La cual envió doce indiosprincipales suplicándole viniese a visitar algobernador y ver una gente nunca vista, quetraían unos animales extraños.

La viuda no quiso venir con los indios,antes, cuando supo lo que la hija había hechocon los castellanos, mostró mucho sentimientoy haber recibido gran pena de la liviandad de lahija, que tan presto y con tanta facilidadhubiese querido mostrarse a los españoles,gente, como ella misma decía, nunca conocidani vista. Riñó ásperamente con los embajadorespor haberlo consentido. Sin esto dijo e hizootros grandes extremos cuales los suelen hacerlas viudas melindrosas.

Todo lo cual sabido por el gobernadormandó al contador Juan de Añasco que, puestenía buena mano en semejantes cosas, fuesecon treinta compañeros infantes el río abajo portierra a un sitio retirado de la comunidad de losotros pueblos, donde le habían dicho queestaba la señora viuda, y en toda buena paz y

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amistad la trajese, porque deseaba que toda latierra que descubriese y dejase atrás quedasequieta y pacífica y sin contradicción algunareducida a su devoción por tener menos quepacificar cuando la poblase.

Juan de Añasco, aunque era ya bienentrado el día, se partió luego a pie con sustreinta compañeros y, sin otros indios deservicio, llevó consigo un caballero indio que laseñora del pueblo de su propia mano le diopara que lo guiase y que, cuando se hallasecerca de donde su madre estaba, se adelantasey diese aviso de cómo los españoles iban arogarle se viniese en amistad con ellos y que lomismo le suplicaba ella y todos sus vasallos.

A este caballero mozo había criado en susbrazos la viuda madre de la señora deCofachiqui, por lo cual, y por serle parientecercano, y principalmente por haber salido elmozo afable y nobilísimo de condición, laquería más que si fuese su propio hijo, y poresta causa lo envió la hija con la embajada a la

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madre, porque por el amor del mensajero se lehiciese menos molesto el recaudo.

El indio mostraba bien en el aspecto de surostro y en la disposición de su persona lanobleza de su sangre y la generosidad de suánimo, que donde hay lo uno debe haber lootro, que son conjuntos como la fruta y el árbol.Era hermoso de cara y gentil hombre decuerpo, de edad de veinte a veinte y un años.Iba muy galán, como embajador de talembajada; llevaba sobre la cabeza un granplumaje matizado de diversos colores deplumas, que acrecentaban su gentileza, y unamanta de gamuzas finas en lugar de capa, quelos veranos, por el calor, no se sirven de aforrosy, si alguna vez los traen, es el pelo afuera.Llevaba un hermosísimo arco en las manos,que, demás de ser bueno y fuerte, tenía dadoun betún que estos indios de la Florida les dandel color que quieren, que parece fino esmalte ypone el arco, y cualquier otra madera, comovidriado. A las espaldas llevaba su aljaba de

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flechas. Con este ornato iba el indio, y tancontento de acompañar los españoles que bienal descubierto se le veía el deseo que tenía deles servir y agradar.

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CAPÍTULO XIIDegüéllase el indio embajador y Juan deAñasco pasa adelante en su camino

Habiendo caminado, de la manera quehemos dicho, el capitán Juan de Añasco y sustreinta caballeros casi tres leguas de camino,pararon a comer y a descansar un rato a lasombra de unos grandes árboles, porque hacíamucho calor. El caballero indio que con ellosiba por embajador, habiendo ido hasta entoncesmuy alegre y regocijado entreteniendo losespañoles por todo el camino con darles cuentade lo que se la pedían de las cosas de su tierra yde las comarcanas, empezó a entristecerse yponerse imaginativo con la mano en la mejilla.Daba unos suspiros largos y profundos que losnuestros notaron bien, aunque no lepreguntaron la causa de su tristeza por nocongojarle más de lo que de suyo lo estaba.

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El indio, sentado como estaba en medio delos españoles, tomó su aljaba y, poniéndoladelante de sí, sacó una a una muy despacio lasflechas que en ella iban, las cuales, por lapulicia y el artificio que en su hechura tenían,eran admirables. Todas eran de carrizos. Unastenían por casquillos puntas de cuernas devenado, labrados en grandísima perfección, concuatro esquinas, como punta de diamante.Otras tenían por casquillos espinas de pescadosmaravillosamente labradas al propósito de lasflechas. Otras había con casquillos de maderade palma y de otros palos fuertes y recios quehay en aquella tierra. Estos casquillos teníandos, tres arpones, tan perfectamente hechos enel palo como si fueran de hierro o acero. Ensuma, todas las flechas eran tan lindas, cadauna de por sí, que convidaban a loscircunstantes a que las tomasen en las manos ylas gozasen mirándolas de cerca. El capitánJuan de Añasco, y cada cual de suscompañeros, tomó la suya para la ver, y todos

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loaban la pulicia y curiosidad del dueño.Notaron, particularmente, que estabanemplumadas en triángulo porque saliesenmejor del arco. En fin, cada una tenía nueva ydiferente curiosidad que la hermoseaba de porsí.

Y no es encarecimiento lo que de las flechasde este caballero hemos dicho, que antesquedamos cortos en la pintura de ellas, porquetodos los indios de la Florida, principalmentelos nobles, ponen toda su felicidad en la lindezay pulicia de sus arcos y flechas, las que hacenpara su ornamento y traer cotidiano, que lashacen con todo el mayor primor que puedenesforzándose cada uno en aventajarse del otrocon nueva invención o mayor pulicia, demanera que es una contienda y emulación muygalana y honesta que de ordinario pasa entreellos. Las flechas que hacen de munición paragastar en la guerra, son comunes y baladíes,aunque a necesidad todas sirven, sin ser

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respetadas las pulidas de las no pulidas, ni lasestimadas de las despreciadas.

El indio embajador, que, como decíamos,sacaba sus flechas una a una del aljaba, casi enlas últimas sacó una que tenía una casquilla depedernal hecho como punta y cuchilla de dagade una sexma en largo, con la cual, viendo quelos castellanos estaban descuidados yembebidos con mirar sus flechas, se hirió en lagarganta de tal suerte que se degolló y cayóluego muerto.

Los españoles se admiraron de caso tanextraño y se dolieron de no haber podidosocorrerle y, deseando saber la causa de aquelladesgracia y haberse muerto con tanta tristezahabiendo estado poco antes tan alegre yregocijado, llamaron los indios de servicio queconsigo llevaban y les preguntaron si lo sabían.Ellos, con muchas lágrimas y sentimiento de lamuerte de su principal, por el amor que todosle tenían y porque sabían cuánto les había depesar a sus señoras, madre e hija, de su triste

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fallecimiento, dijeron que, según lo queentendían, no podía haber sido otra la causasino haber caído aquel caballero en la cuenta deque aquella embajada que llevaba era contra elgusto y voluntad de su señora la vieja, pues eranotorio que con los primeros embajadores quele enviaron no había querido salir a ver loscastellanos y que ahora, en guiar y llevar losmismos españoles donde ella estaba para quede grado o por fuerza la trajesen, nocorrespondía al amor que ella le tenía, ni lacrianza que como madre y señora le habíahecho. Demás de esto habría entendido que, sino hacía lo que su señora le mandaba, que eraguiar los españoles y llevar la embajada (ya quetan inconsideradamente se había encargado deella), caería en su desgracia y perdería suservicio y, que cualquiera de los dos delitos, oque fuese contra la madre o contra la hija,afirmaban los indios, le había de ser de máspena que la misma muerte. Por lo cual,viéndose metido en tal confusión y no

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pudiendo salir de ella sin ofender a alguna desus señoras, había querido mostrar a entrambasel deseo que tenía de las servir y agradar y que,por no hacer lo contrario (ya que había caído enel primer yerro, queriendo excusar el segundo),había elegido por mejor la muerte que enojar ala una o a la otra y así la había tomado por suspropias manos. Esto, y no otra cosa, decían losindios que, a su entender, hubiese causado lamuerte de aquel pobre caballero, y a losespañoles no les pareció mal la conjetura de losindios.

Juan de Añasco y sus treinta compañeros,aunque con pesadumbre de la muerte de suguía, pasaron adelante en su demanda ycaminaron aquella tarde otras tres leguas por elcamino que hasta allí habían llevado, que eracamino real. El día siguiente, para pasaradelante, preguntaron a los indios si sabíandónde y cuánto de allí estaba la señora viuda.Respondieron que de cierto no lo sabían,porque el indio muerto traía el secreto de la

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estancia de ella, mas que ellos a tiento losguiarían donde les mandasen. Con toda estaconfusión siguieron su viaje los castellanos y,habiendo caminado casi cuatro leguas, ya cercade medio día, que ardía bravísimamente el sol,viendo indios y poniéndose en emboscada,prendieron un indio y tres indias, que no eranmás los que venían, de los cuales quisieroninformarse dónde estaría la viuda. Ellosrespondieron llanamente que habían oído decirque se había retirado más lejos de dondeprimero estaba, mas que no sabían dónde yque, si querían llevarlos consigo, que ellos iríanpreguntando por ella a los indios que topasenpor el camino, que podría ser estuviese cerca ypodría ser que estuviese lejos. Es frasis delgeneral lenguaje del Perú.

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CAPÍTULO XIIIJuan de Añasco se vuelve al ejército sin laviuda, y lo que hubo acerca del oro y plata deCofachiqui

Nuestros españoles, habiendo oído losindios, quedaron confusos en lo que harían y,después de haber habido sobre ello muchos ydiversos pareceres, uno de los compañeros dijomás advertidamente: "Señores, por muchasrazones me parece que no vamos bienacertados en este viaje porque, no habiendoquerido salir esta mujer con los indiosprincipales que le llevaron la primeraembajada, antes habiendo mostradopesadumbre con ella, no sé cómo recibirá lanuestra, que ya nos consta que no gusta devenir donde el gobernador está y podría serque, sabiendo que vamos a le hacer fuerza,tuviese gente apercibida para defenderse ytambién para ofendernos, y, cualquiera de estas

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cosas que intente, no somos parte para lecontradecir ni para nos defender y volver ensalvo porque no llevamos caballos, que son losque ponen temor a los indios. Y, para laspretensiones de nuestro descubrimiento yconquista, no veo que una viuda recogida en susoledad, sea de tanta importancia que hayamosde aventurar las vidas de todos los [que] aquívamos por traerla sin haber necesidad de ella,pues tenemos a su hija, que es la señora de laprovincia, con quien se puede negociar y tratarlo que fuere menester. Demás de esto, nosabemos el camino, ni lo que hay de aquí allá,ni tenemos guía de quien podamos fiarnos, sinlo cual, la muerte tan repentina que ayer se dioel embajador que traíamos nos amonesta quenos recatemos, porque no debió de ser sinalgunas consideraciones de las que he dicho.Sin estos inconvenientes (dijo volviéndose alcapitán) os veo ir fatigado, así del peso de lasmuchas armas que lleváis como del excesivocalor del sol que hace y también de vuestra

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corpulencia, que sois hombre de muchascarnes. Las cuales razones no solamente nospersuaden, empero nos fuerzan a que nosvolvamos en paz." A todos los demás parecióbien lo que el compañero había dicho y, decomún consentimiento, se volvieron al real ydieron cuenta al gobernador de todo lo que leshabía sucedido en el camino.

Tres días después se ofreció un indio aguiar los castellanos por el río abajo y llevarlospor el agua donde estaba la madre de la señoradel pueblo, por lo cual, con parecer yconsentimiento de la hija, volvió a su porfíaJuan de Añasco, y con él fueron veinteespañoles en dos canoas. Y el primer día de sunavegación hallaron cuatro caballos de losahogados atravesados en un gran árbol caído y,llorándolos de nuevo, siguieron su viaje. Y,habiendo hecho las diligencias posibles, sevolvieron al fin de seis días con nuevas de quela buena vieja, habiendo tenido aviso de queuna vez y otra hubiesen ido los cristianos por

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ella, se había metido la tierra adentro yescondídose en unas grandes montañas dondeno podía ser habida, de cuya causa la dejó elgobernador sin hacer más caso de ella.

Entretanto que pasaban en el campo lascosas que hemos dicho del capitán Juan deAñasco, no reposaba el gobernador ni su genteen lo poblado, principalmente con lasesperanzas que de largo tiempo habían traídode que en esta provincia Cofachiqui habían dehallar mucho oro y plata y perlas preciosas.Deseando, pues, ya verse ricos y libres de estacongoja, pocos días después de llegados a laprovincia, dieron en inquirir lo que en ellahabía. Llamaron los dos indios mozos que enApalache habían dicho de las riquezas de estaprovincia Cofachiqui. Los cuales, por orden delgobernador, hablaron a la señora del pueblo yle dijeron que mandase traer de aquellosmetales que los mercaderes, cuyos criados elloshabían sido, solían comprar en su tierra para

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llevar a vender a otras partes, que eran losmismos que los castellanos buscaban.

La señora mandó traer luego los que en sutierra había de aquellos colores que losespañoles pedían, que era amarillo y blanco,porque le habían mostrado anillos de oro ypiezas de plata, y también le habían pedidoperlas y piedras como las que tenían los anillos.Los indios, habiendo oído el mandato de suseñora, trajeron con toda presteza muchacantidad de cobre de un color muy dorado yresplandeciente que excedía al azófar de poracá, de tal manera que con razón pudieron losindios criados de los mercaderes haberseengañado con la vista, entendiendo que aquelmetal y el que les habían mostrado loscastellanos era todo uno, porque no sabían ladiferencia que hay del azófar al oro.

En lugar de plata, trajeron unas grandesplanchas, gruesas como tablas, y eran de unamargajita, que, para darme a entender, no sabrépintarlas ahora de la manera que eran, más de

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que a la vista eran blancas y resplandecientescomo plata y, tomadas en las manos, aunquefuesen de una vara en largo y de otra en ancho,no pesaban cosa alguna, y manoseadas sedesmoronaban como un terrón de tierra seca.

A lo de las piedras preciosas dijo la señoraque en su tierra no había sino perlas y que, silas querían, fuesen a lo alto del pueblo, yseñalando con el dedo (que estaban aldescubierto) les mostró un templo que allíhabía del tamaño de los ordinarios que por acátenemos y dijo: "Aquella casa es entierro de loshombres nobles de este pueblo, donde hallaréisperlas grandes y chicas y mucha aljófar. Tomadlas que quisiéredes y, si todavía quisiéredesmás, una legua de aquí está un pueblo que escasa y asiento de mis antepasados y cabeza denuestro estado. Allí hay otro templo mayor queéste, el cual es entierro de mis antecesores,donde hallaréis tanto aljófar y perlas que,aunque de ellas carguéis vuestros caballos y oscarguéis vosotros mismos todos cuantos venís,

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no acabaréis de sacar las que hay en el templo.Tomadlas todas y, si fueran menester más, cadadía podremos haber más y más en laspesquerías que de ellas se hacen en mi tierra".

Con estas buenas nuevas, y con la granmagnificencia de la señora, se consolaron algúntanto nuestros españoles de haberse halladoburlados en sus esperanzas en el mucho oro yplata que pensaban hallar en esta provincia,aunque es verdad que en lo del cobre o azófarhabía muchos españoles que porfiaban en decirque tenía mezcla, y no poca, de oro. Mas, comono llevaban agua fuerte ni puntas de toque, nopudieron hacer ensayo o para quedardesengañados del todo o para cobrar nuevaesperanza más cierta.

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CAPÍTULO XIVLos españoles visitan el entierro de los noblesde Cofachiqui y el de los curacas

Para ver las perlas y aljófar que había en eltemplo aguardaron a que el contador y capitánJuan de Añasco volviese del segundo viaje quehizo, y entretanto mandó el gobernador apersonas de quien él se fiaba velasen el templo,y él mismo lo rondaba de noche porque no seatreviese alguien, con la codicia de lo que habíaoído, a desordenarse y querer llevar en secretolo mejor que en el templo o entierro hubiese.Mas, luego que el contador vino, fueron elgobernador y los demás oficiales de laHacienda Imperial, y otros treinta caballerosentre capitanes y soldados principales, a ver lasperlas y las demás cosas que con ellas había.Hallaron que a todas las cuatro paredes de lacasa había arcas arrimadas, hechas de maderaal mismo modo de las de España, que no les

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faltaba sino gonces y cerrajas. Los castellanos seadmiraron de que los indios, no teniendoinstrumentos como los oficiales de Europa, lashiciesen tan bien hechas. En estas arcas, queestaban puestas sobre bancos de media vara enlo alto, ponían los cuerpos de sus difuntos, conno más preservativos de corrupción que si losecharan en sepulturas hechas en el suelo,porque del hedor de los cuerpos, mientras seconsumían, no se les daba nada, porque estostemplos no les servían sino de osarios dondeguardaban los cuerpos muertos y no entrabanen ellos a sacrificar ni hacer oración, que, comoal principio dijimos, viven sin estas ceremonias.Y no diremos más de este entierro por norepetir en el de los señores curacas (queveremos presto donde habrá bien que decir) loque aquí hubiésemos dicho.

Sin las arcas grandes que servían desepultura, había otras menores en las cuales, yen unas cestas grandes tejidas de caña, la cuallos indios de la Florida labran con grande

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artificio y sutileza para todo lo que quierenhacer de ella, como en España de la mimbre,había mucha cantidad de perlas y aljófar ymucha ropa de hombres y mujeres de la queellos visten, que es de gamuza y otras pellejinasque en todo extremo aderezan con su pelaje,tanto que para aforros de ropas de príncipes ygrandes señores se estimaran en nuestraEspaña en mucha cantidad de dineros.

El gobernador y los suyos holgaron muchode ver tanta riqueza junta, porque, al parecerde todos ellos, había más de mil arrobas deperlas y aljófar. Los oficiales de la HaciendaReal, yendo prevenidos de una romana,pesaron en breve espacio veinte arrobas deperlas entretanto que el gobernador se apartóde ellos mirando lo que en la casa había. Elcual, volviendo a los oficiales, les dijo que nohabía para qué hiciesen tantas cargasimpertinentes y embarazosas para el ejército,que su intención no había sido sino llevar dosarrobas de perlas y aljófar, y no más, para

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enviar a La Habana para muestra de la calidady quilates de ellas, "que la cantidad", dijo,"creerla han a los que escribiéramos de ella. Portanto, vuélvanse a su lugar y no se lleven másde las dos arrobas." Los oficiales le suplicarondiciendo que, pues estaban ya pesadas y no sehabía hecho mella, según las que quedaban, laspermitiese llevar por que la muestra fuese másabundante y rica. El gobernador condescendióen ello, y él mismo, tomando de las perlas a dosmanos juntas, dio a cada uno de los capitanes ysoldados que con él habían ido una almozada,diciendo que hiciesen de ellas rosarios en querezasen. Y las perlas eran bastantes para servirde rosarios, porque eran gruesas comogarbanzos gordos.

Con no más daño del que hemos dicho,dejaron los castellanos aquella casa de entierroy quedaron con mayor deseo de ver la que laseñora les había dicho que era de sus padres yabuelos. Dos días después fueron a ella elgeneral y los oficiales y los demás capitanes y

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soldados de cuenta, que por todos fuerontrescientos españoles. Caminaron una granlegua, que toda ella parecía un jardín, dondehabía mucha arboleda, así de árboles frutalescomo de no frutales, por entre todos ellos sepodía andar a caballo sin pesadumbre alguna,porque estaban apartados unos de otros comopuestos a mano.

Toda aquella gran legua caminaron losespañoles derramados por el campo, cogiendofruta y notando la fertilidad de la tierra. Asíllegaron al pueblo, llamado Talomeco, el cualestaba asentado en un alto sobre la barranca delrío. Tenía quinientas casas, todas grandes y demejores edificios y de más estofa que lasordinarias, que bien parecía en su aparato que,como asiento y corte de señor poderoso, habíasido labrado con más pulicia y ornamento quelos otros pueblos comunes. De lejos se parecíanlas casas del señor porque estaban en lugar máseminente, y se mostraban ser suyas por la

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grandeza y por la obra sobre las otrasaventajada.

En medio del pueblo, frontero de las casasdel señor, estaba el templo o casa de entierroque los españoles iban a ver, la cual tenía cosasadmirables en grandeza, riqueza, curiosidad ymajestad, extrañamente hechas y compuestas,que estimara yo en mucho saberlas decir comomi autor deseaba que dijera. Recíbase mivoluntad, y lo que yo no acertare a decir quedepara la consideración de los discretos quesuplan con ella lo que la pluma no acierta aescribir, que cierto (particularmente en estepaso y en otros tan grandes que en la historia sehallarán), nuestra pintura queda muy lejos dela grandeza de ellos y de lo que se requeríapara los poner como ellos fueron. De dondediez y diez veces (frasis del lenguaje del Perúpor muchas veces), suplicaré encarecidamentese crea de veras que antes quedo corto ymenoscabado de lo que convenía decirse quelargo y sobrado en lo que hubiese dicho.

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CAPÍTULO XVCuenta las grandezas que se hallaron en eltemplo y entierro de los señores de Cofachi-qui

Los castellanos hallaron el puebloTalomeco sin gente alguna porque en él habíasido la pestilencia pasada más rigurosa y cruelque en otro alguno de toda la provincia, y lospocos indios que de ella escaparon aún no sehabían reducido a sus casas. Y así pararon losnuestros poco en ellas hasta llegar al templo, elcual era grande, tenía más de cien pasos delargo y cuarenta de ancho. Las paredes eranaltas, conforme al hueco de la pieza; latechumbre, muy levantada, con muchacorriente, porque, como no hallaron lainvención de la teja, érales necesario empinarmucho los techos por que no se les lloviese lacasa. La techumbre de este templo se mostrabaser de carrizo y cañas delgadas y hendidas por

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medio, de las cuales hacen estos indios unasesteras pulidas y muy bien tejidas a manera deesteras moriscas, las cuales, echadas cuatro,cinco o seis unas sobre otras, hacen unatechumbre por de fuera y dentro vistosa yprovechosa, que no las pasa el sol ni el agua.Dende esta provincia en adelante, por la mayorparte, no usan los indios de la paja para techary cubrir sus casas sino de las esteras de cañas.

Sobre la techumbre del templo había,puestas por su orden, muchas conchas grandesy chicas de diversos animales marinos, que nose supo cómo las hubiesen llevado la tierraadentro, o es que también se crían en los ríostantos y tan caudalosos como por ella corren.Las conchas estaban puestas lo de dentroafuera, por el mayor lustre que tienen, entre lascuales había, asimismo, muchos caracoles de lamar de extraña grandeza. Entre las conchas ylos caracoles había espacios de unos a otros,porque todo iba puesto por su cuenta y orden.En aquellos espacios había grandes madejas de

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sartas, unas de perlas y otras de aljófar, demedia braza en largo, que iban tendidas por latechumbre, descendiendo de grado en grado,que adonde se acababan unas sartasempezaban otras, y hacían con el resplandordel sol una hermosa vista. De todas estas cosasestaba el templo cubierto por de fuera.

Para entrar dentro, abrieron unas grandespuertas que eran en proporción del templo.Junto a la puerta estaban doce gigantesentallados de madera, contrahechos al vivo,con tanta ferocidad y braveza en la postura quelos castellanos, sin pasar adelante, se pusieron amirarlos muy de espacio, admirados de hallaren tierras tan bárbaras obras que, si se hallaranen los más famosos templos de Roma, en sumayor pujanza de fuerzas e imperio, seestimaran y tuvieran en mucho por sugrandeza y perfección. Estaban los gigantespuestos como por guardas de la puerta paradefender la entrada a los que por ella quisiesenentrar.

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Los seis estaban a la una mano de la puertay los seis a la otra, uno en pos de otro,descendiendo de grado en grado de mayores amenores, que los primeros eran de cuatro varasde alto y los segundos algo menos, y así hastalos últimos.

Tenían diversas armas en las manos,hechas conforme a la grandeza de sus cuerpos.Los dos primeros, uno de cada parte, que eranlos mayores, tenían sendas porras guarnecidasal postrer cuarto de ellas con puntas dediamantes y cintas de aquel cobre, hechas nimás ni menos que las porras que pintan aHércules, que parecía que por éstas se hubiesensacado aquéllas, o por aquéllas éstas. Tenían losgigantes las porras alzadas en alto con ambasmanos con ademán de tanta ferocidad ybraveza (como que amenazando dar al queentraba por la puerta), que ponía espanto.

Los segundos, uno de un lado y otro deotro, que éste es el orden que todos llevaban,tenían montantes hechos en madera, de la

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misma forma que lo hacen en España de hierroy acero. Los terceros tenían bastones diferentesde las porras, que eran a manera de espadillasde espadar lino, largos de braza y media,rollizos de los dos tercios primeros y el postrerose ensanchaba poco a poco hasta rematar enforma de pala. Los cuartos en orden teníanhachas de armas grandes conforme a la estaturade los gigantes; la una de ellas tenía el hierro deazófar, la cuchilla era larga y muy bien hecha, yde la otra parte tenía una punta de cuatroesquinas y de una cuarta en largo. La otrahacha tenía otro hierro, ni más ni menos, conpunta y cuchilla, sino que, para mayoradmiración y extrañeza, era de pedernal.

Los quintos en su orden tenían arcos dellargo de sus cuerpos, enarcados, con las flechaspuestas como para las tirar. Los arcos y lasflechas estaban hechas en todo el extremo decuriosidad y perfección que estos indios tienenen hacerlas. El casquillo de la una de ellas erade una punta de cuerna de venado labrada en

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cuatro esquinas; la otra flecha tenía porcasquillo una punta de pedernal de la mismaforma y tamaño de una daga ordinaria.

Los sextos y últimos tenían unas muylargas y hermosas picas con los hierros decobre. Todos ellos, así como los primeros,parecía que amenazaban herir con sus armas alos que querían entrar por la puerta: unospuestos para herir de alto abajo, como los de lasporras; otros de punta, como los de losmontantes y picas; otros de tajo, como los de lashachas; otros de revés, como los de losbastones; y los flecheros amenazaban tirar delejos. Y cada uno de ellos estaba en la posturamás brava y feroz que requería la arma que enlas manos tenía, y esto fue lo que más admiró alos españoles: ver cuán al natural y al vivoestaban contrahechos en todo.

Lo alto del templo, de las paredes arriba,estaba adornado como el techo de afuera concaracoles y conchas puestas por su orden, yentre ellas madejas de sartas de perlas y aljófar

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tendidas por la techumbre, que guardaban yseguían el pavimento del techo. Entre las sartas,caracoles y conchas, había en el techo grandesplumajes hechos de diversos colores de plumas,como las que hacen para su traer. Sin las sartasde perlas y aljófar que había tendidas por eltecho, y sin los plumajes que había hincados,había otros muchos plumajes y madejas dealjófar y perlas colgadas de unos hilos delgadosy de color amortiguado, que no se divisaba.Parecía que las madejas y plumajes estaban enel aire, unos más altos que otros, porquepareciese que caían del techo. De esta maneraestaba adornado lo alto del templo de lasparedes arriba, que era cosa agradable mirarlo.

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CAPÍTULO XVIQue prosigue las riquezas del entierro y eldepósito de armas que en él había

Bajando la vista del techo abajo, vieronnuestros capitanes y soldados que por lo másalto de las cuatro paredes del templo iban doshiladas, una sobre otra, de estatuas de figurasde hombres y mujeres de común tamaño de lagente de aquella tierra, que son crecidos comofilisteos. Estaban puestas cada una en su basa opedestal, unas cerca de otras en compás, y noservían de otra cosa sino de ornamento de lasparedes porque no estuviesen descubiertas porlo alto sin tapices. Las figuras de los hombrestenían diversas armas en las manos, todas lasque otras veces hemos nombrado. Las cualesestaban guarnecidas con anillos de perlas yaljófar ensartado, de cuatro, cinco, seis vueltas,cada anillo, y, para mayor hermosura, tenían atrechos rapacejos de hilo de colores finísimas,

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que a todo lo que estos indios quieren se lesdan en extremo finas. Las estatuas de lasmujeres no tenían cosa alguna en las manos.

Por el suelo, arrimadas a las paredes,encima de unos bancos de madera muy bienlabrada, como era toda la que en el templohabía, estaban las arcas que servían desepulturas en que tenían los cuerpos muertosde los curacas que habían sido señores deaquella provincia Cofachiqui y de sus hijos yhermanos y sobrinos hijos de hermanos, que enaquel templo no se enterraban otros.

Las arcas estaban bien cubiertas con sustapas. Una vara de medir encima de cada arca,había una estatua entallada de maderaarrimada a la pared sobre su pedestal, la cualera retrato sacado al vivo del difunto o difuntaque en el arca estaba de la edad que era cuandofalleció. Los retratos servían de recordación ymemoria de sus pasados. Las estatuas de loshombres tenían sus armas en las manos, y lasde los niños y mujeres sin cosa alguna.

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El espacio de pared que había entre losretratos de los difuntos y las estatuas queestaban en lo alto de las paredes estaba cubiertode rodelas y paveses grandes y chicos, hechosde cañas tan fuertemente tejidas que se podíaesperar con ellos una jara tirada con ballesta,que, tirada con arcabuz, pasa más que conballesta. Los paveses y rodelas estabanenredados con hilos de perlas y aljófar y por elcerco tenían rapacejos de hilos de colores quelos hermoseaban mucho.

Por el suelo del templo, a la larga, ibanpuestas encima de bancos tres hiladas de arcasde madera grandes y chicas, unas sobre otras,puestas por su orden, que las grandes eran lasprimeras y sobre éstas había otras menores ysobre aquéllas otras más chicas, y de estamanera estaban puestas cuatro y seis arcas unasencima de otras, subiendo de mayores amenores en forma de pirámide. Entre unasarcas y otras había calles que iban a la larga deltemplo y cruzaban al través del un lado al otro,

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por las cuales, sin estorbo alguno, podían andarpor todo el templo y ver lo que en él había acada parte.

Todas las arcas grandes y chicas estabanllenas de perlas y aljófar. Las perlas estabanapartadas unas de otras por sus tamaños, yconforme el tamaño estaban en las arcas, quelas mayores estaban en las primeras arcas, y lasno tan grandes en las segundas, y otras máschicas, en las terceras, y así, de grado en grado,hasta el aljófar, el cual estaba en las arquillasmás altas. En todas ellas había tanta cantidadde aljófar y perlas que por vista de ojosconfesaron los españoles que era verdad y nosoberbia ni encarecimiento lo que la señora deeste templo y entierro había dicho, que, aunquese cargasen todos ellos, que eran más denovecientos hombres, y aunque cargasen suscaballos, que eran más de trescientos, noacabarían de sacar del templo las perlas yaljófar que en él había. No debe causar muchaadmiración ver tanta cantidad de perlas, si se

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considera que no vendían aquellos indiosninguna de cuantas hallaban sino que las traíantodas a su entierro, y que lo habían hecho demuchos siglos atrás. Y, haciendo comparación,se puede afirmar (pues se ve cada año), que, siel oro y plata que del Perú se ha traído y trae aEspaña no se hubiera sacado de ella, pudieranhaber cubierto muchos templos con tejas deplata y oro.

Con la bravosidad y riqueza de perlas quehabía en el templo había asimismo muchos ymuy grandes fardos de gamuza blanca y teñidade diversas colores, y la teñida estaba apartada,la de cada color de por sí. También habíagrandes líos de mantas de muchas coloreshechas de gamuza, y otra gran muchedumbrede mantas de pellejinas aderezadas con su pelode todos los animales que en aquella tierra secrían, grandes y chicos. Había muchas mantasde pellejos de gatos de diversas especies ypinturas, y otras de martas finísimas, todas tan

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bien aderezadas que en lo mejor de Alemania oMoscovia no se pudieran mejorar.

De todas estas cosas, y de la manera yorden que se ha dicho, estaba ordenado eltemplo, así el techo como las paredes y el suelo,cada cosa puesta con tanta pulicia y ordencuanta se puede imaginar de la gente máscuriosa del mundo. Estaba todo limpio, sinpolvo ni telarañas, donde parece debía de sermucha la gente que cuidaba del ministerio yservicio del templo, de limpiar y poner cadacosa en su lugar.

Alderredor del templo había ocho salas,apartadas unas de otras y puestas por su ordeny compás, las cuales mostraban ser anejas altemplo y a su ornato y servicio. El gobernadory los demás caballeros quisieron ver lo que enellas había, y hallaron que todas estaban llenasde armas puestas por la orden que diremos. Laprimera sala que acertaron a ver estaba llena depicas, que no había otra cosa en ella, todas muylargas, muy bien labradas con hierros de azófar

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que, por ser tan encendido de color, parecíande oro. Todas estaban guarnecidas con anillosde perlas y aljófar de tres y cuatro vueltaspuestos a trechos por las picas. Muchas de ellasestaban aderezadas por medio (donde caesobre el hombro, y la punta cabe el hierro) conmangas de gamuza de colores y, a los rematesde la gamuza, en ambas partes alta y baja,tenían flecos de hilo de colores con tres ycuatro, cinco y seis vueltas de perlas o dealjófar, que las hermoseaban grandemente.

En la segunda sala había solamente porras,como las que dijimos que tenían los primerosgigantes que estaban en la puerta del templo,salvo que las de la sala, como armas queestaban en recámara de señor, estabanguarnecidas con anillos de perlas y de aljófar yde rapacejos de hilo de colores puestos atrechos, de manera que el un color mestizasecon otro, y todos con las perlas, y las otras picasde los gigantes no tenían guarnición alguna.

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En otra sala, que era la tercera, no habíasino hachas, como las que dijimos que teníanlos gigantes de la cuarta orden, con hierros decobre que de la una parte tenían cuchilla y de laotra punta de diamante de una sexma y de unacuarta en largo. Muchas de ellas tenían hierrosde pedernal asidos fuertemente a las astas conanillos de cobre. Estas hachas también teníanpor las astas sus anillos de perlas y aljófar yrapacejos de hilo de colores.

En otra sala, que era la cuarta, habíamontantes hechos de diversos palos fuertes,como eran los que tenían los gigantes de lasegunda orden, todos ellos guarnecidos conperlas y aljófar y rapacejos por las manijas ypor las cuchillas hasta el primer tercio de ellas.

En la quinta sala había solamente bastones,como los que dijimos que tenían los gigantes dela tercera orden, empero guarnecidos con susanillos de perlas y aljófar y rapacejos de colorespor toda la asta hasta donde empezaba la pala.Y porque el capítulo no salga de la proporción

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de los demás, diremos en el siguiente lo queresta.

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CAPÍTULO XVIISale de Cofachiqui el ejército dividido en dospartes

En la sala sexta no había otra cosa sinoarcos y flechas, labradas en todo el extremo deperfección y curiosidad que tienen en hacerlas.Por casquillos tenían puntas de madera, dehuesos de animales terrestres y marinos, y depedernal, como dijimos del caballero indio quese mató. Sin estas maneras de casquillos,hallaron los españoles muchas flechas concasquillos de cobre, como las que en nuestraEspaña ponen a las jaras, otras había conarpones hechos del mismo cobre, y conescoplillos y lanzuelas y cuadrillas que parecíase hubiesen hecho en Castilla. En las flechasque hallaron con puntas de pedernal notaronque también se diferenciaban los casquillosunos de otros, que unos había en forma dearpón, otros de escoplillo, otros redondos como

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punzón, otros con dos filos como punta dedaga. Todo lo cual a los españoles que lomiraban con curiosidad causaba admiraciónque en una cosa tan bronca como el pedernal selabrasen cosas semejantes, aunque, mirando loque la historia mexicana dice de los montantesy otras armas que los indios de aquella tierrahacían de pedernal, se perderá parte de lamaravilla de las nuestras. Los arcos eranhermosamente labrados y esmaltados dediversas colores, que se los dan con cierto betúnque los ponen tan lustrosos que se puedenmirar en ellos. Hablando de este templo diceJuan Coles estas palabras: "Y en un apartadohabía más de cincuenta mil arcos con suscarcajes o aljabas llenas de flechas."

Sin el lustre, que les bastaba, tenían losarcos muchas vueltas de perlas y aljófar puestasa trechos, las cuales vueltas, o anillos,empezaban dende las manijas e iban por suorden hasta las puntas de tal manera que lassortijas primeras eran de perlas gruesas y de

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siete y ocho vueltas, y las segundas eran deperlas menores y de menos vueltas, y así ibande grado hasta las últimas que estaban cerca delas puntas, que era de aljófar muy menudo. Lasflechas también tenían a trechos anillos dealjófar mas no de perlas sino de aljófarsolamente.

En la séptima sala había gran cantidad derodelas hechas de madera y de cueros de vaca,traídos de lejas tierras las unas y las otras.Todas estaban guarnecidas de perlas y aljófar yrapacejos de hilo de colores.

En la octava sala había muchedumbre depaveses, todos hechos de caña tejida una sobreotra con mucha pulicia y tan fuertes que pocasballestas se hallaban entre los españoles quecon una jara lo pasasen de claro, la cualexperiencia se hizo en otras partes fuera deCofachiqui. Los paveses también, como lasrodelas, estaban guarnecidos con redecillas dealjófar y perlas y rapacejos de colores.

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De todas estas armas ofensivas ydefensivas estaban llenas las ocho salas y encada una de ellas había tanta cantidad degénero de armas que en ella había queparticularmente admiró el gobernador y suscastellanos la multitud de ellas, demás de lapulicia y artificio con que estaban hechas ypuestas por su orden.

El general y sus capitanes, habiendo visto ynotado las grandezas, y suntuosidad deltemplo y su riqueza, y la muchedumbre de lasarmas, el ornato con que cada cosa estabapuesta y compuesta, preguntaron a los indiosqué significaba aquel aparato tan solemne.Respondieron que los señores de aquel reino,principalmente de aquella provincia y de otrasque adelante verían, tenían por la mayor de susgrandezas el ornamento y suntuosidad de susentierros, y así procuraban engrandecerlos conarmas y riquezas, todas las que podían haber,como lo habían visto en aquel templo. Y porqueéste fue el más rico y soberbio de todos los que

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nuestros españoles vieron en la Florida, mepareció escribir tan larga y particularmente lascosas que en él había, y también porque el queme daba la relación me lo mandó así por seruna de las cosas, como él decía, de mayorgrandeza y admiración de cuantas había vistoen el nuevo mundo, con haber andado lo más ymejor de México y del Perú, aunque es verdadque, cuando él pasó aquellos dos reinos, yaestaban saqueados de sus más preciadasriquezas y derribadas por el suelo sus mayoresmajestades.

Los oficiales de la Hacienda Imperialtrataron de sacar el quinto que a la hacienda deSu Majestad pertenecía de las perlas y aljófar yla demás riqueza que en el templo había yllevarlo consigo. El gobernador les dijo que noservía el llevarlo sino de embarazar el ejércitocon cargas impertinentes, que aun lasnecesarias de sus armas y municiones no laspodía llevar, que lo dejasen todo como estaba,que ahora no repartían la tierra sino que la

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descubrían, que cuando la repartiesen yestuviesen de asiento, entonces pagaría elquinto el que la hubiese en suerte. Con esto notocaron a cosa alguna de las que habían visto yse volvieron donde la señora estaba, trayendobien que contar de la majestad de su entierro.

Todo lo que se ha dicho del pueblo deCofachiqui lo refiere Alonso de Carmona en surelación, no tan largamente como nuestrahistoria. Empero particularmente dice de laprovincia y del recibimiento que hizo algobernador pasando el río, y que ella y susdamas todas traían grandes sartas de perlasgruesas echadas al cuello y atadas a lasmuñecas, y los varones solamente al cuello. Ydice que las perlas pierden mucho de suhermosura y buen lustre por sacarlas con fuegoque las para negras. Y en el pueblo Talomeco,donde estaba el entierro y templo rico, dice quehallaron cuatro casas largas llenas de cuerposmuertos de la peste que en él había habido.Hasta aquí es de Alonso de Carmona.

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Otros diez días gastó el adelantado,después de haber visto el templo, en informarsede lo que había en las demás provincias queconfinaban con aquella de Cofachiqui, y detodas tuvo relación que eran fértiles yabundantes de comida y pobladas de muchagente. Habida esta relación, mandó apercibirpara pasar adelante en su descubrimiento y,acompañado de sus capitanes, se despidió de laindia señora de Cofachiqui y de los másprincipales del pueblo, agradeciéndoles pormuchas palabras la cortesía que en su tierra lehabían hecho, y así los dejó por amigos yaficionados de los españoles.

Del pueblo salió el ejército dividido en dospartes porque no llevaban comida bastantepara ir todos juntos. Por lo cual dio orden elgeneral que Baltasar de Gallegos y Arias Tinocoy Gonzalo Silvestre, con cien caballos ydoscientos infantes, fuesen doce leguas de allí,donde la señora les había ofrecido seiscientashanegas de maíz que tenía en una casa de

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depósito y que, tomando el maíz que pudiesenllevar, saliesen al encuentro al gobernador, elcual iría por el camino real a la provincia deChalaque, que era la que por aquel viajeconfinaba con la de Cofachiqui. Con esta ordensalieron los tres capitanes con los trescientossoldados y el gobernador con el resto delejército, el cual, en ocho jornadas que anduvopor el camino real, sin habérsele ofrecido cosadigna de memoria, llegó a la provincia deChalaque.

Los tres capitanes tuvieron sucesos quecontar. Y fueron que, llegados al depósito,tomaron doscientas hanegas de zara, que nopudieron llevar más, y volvieron a enderezarsu camino al camino real por donde elgobernador iba. Y a los cinco días que habíancaminado llegaron al camino principal y, por elrastro que el ejército dejaba hecho, vieron queel general había pasado y que iba adelante, conlo cual se alborotaron los doscientos soldadosinfantes y quisieron, sin obedecer a sus

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capitanes, caminar todo lo que pudiesen hastaalcanzar al general, porque decían que llevabanpoca comida y que no sabían qué días tardaríanen alcanzar al gobernador, por lo cual era bienprevenir con tiempo y darse prisa a llegardonde él estuviese antes que se les acabase elbastimento y pereciesen de hambre. Esto decíanlos soldados con el miedo de la que pasaron enel despoblado antes de llegar a la provincia deCofachiqui.

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CAPÍTULO XVIIIDel suceso que tuvieron los tres capitanes ensu viaje y cómo llegó el ejército a Xuala

Los tres capitanes recibieron pena delmotín que los infantes intentaban porquellevaban tres caballos enfermos de un torozónque el día antes les dio y les era impedimentopara no poder caminar todo lo que los peonesquerían. Y así les dijeron que por un día más omenos de camino no era razón desamparasentres caballos, pues veían de cuánto provecho yayuda les eran contra los enemigos. Losinfantes replicaron diciendo que másimportaba la vida de trescientos castellanos quela salud de tres caballos y que no sabían siduraría el camino un día o diez o veinte ociento y que era justo prevenir lo másimportante y no las cosas de tan pocomomento. Diciendo esto ya como amotinados,dieron en caminar sin orden a toda prisa. Los

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tres capitanes se pusieron delante y uno deellos, en nombre de todos, les dijo: "Señores,mirad que vais donde está vuestro capitángeneral, el cual, como sabéis, es hombre tanpuntual en las cosas de la guerra que le pesarámucho saber vuestra inobediencia y elquebrantamiento de su mandato y orden. Ypodría ser, como yo lo creo, que hoy o mañana,y, a lo más largo, esotro día, lo alcanzásemos,que no es de creer que dejándonos atrás se alejetanto. Y, siendo esto así, habríamos caído engrande mengua y afrenta que, sin haber pasadoextrema necesidad, hubiésemos hecho flaquezaen temer tanto la hambre incierta, que, por sóloel temor de ella, hubiésemos desamparado trescaballos que son de estimar en mucho, puessabéis que son el nervio y la fuerza de nuestroejército y que por ellos nos temen los enemigosy nos hacen honra los amigos. Y, pues se sientey llora tanto cuando nos matan uno, cuántomás de llorar será que por nuestra flaqueza ycobardía, sin necesidad alguna, no más de con

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las imaginaciones de ella, hayamosdesamparado y perdido tres caballos. Y lo queen esto veo más digno de lamentar es lapérdida de vuestra reputación y de la nuestra,que el general y los demás capitanes y soldadoscon mucha razón dirán que en cuatro días queanduvimos sin ellos no supimos gobernaros nivosotros obedecernos. Mas, cuando se hayasabido cómo el hecho pasó, verán que toda laculpa fue vuestra y que nosotros no éramosobligados más que a persuadiros con buenasrazones. Por tanto, apartaos, señores, de hacercosa tan mal hecha, que más honra nos serámorir como buenos soldados por hacer el deberque vivir en infamia por haber huido unpeligro imaginado."

Con estas palabras se aplacaron los infantesy acortaron las jornadas, mas no tanto quedejasen de caminar cinco y seis leguas, que eralo más que los caballos enfermos podíancaminar.

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Otro día, después de apaciguado el motín,caminando estos soldados a medio día, selevantó repentinamente una gran tempestad derecios vientos contrarios con muchosrelámpagos y truenos y mucha piedra gruesaque cayó sobre ellos, de tal manera que, si noacertaran a hallarse cerca del camino unosnogales grandes y otros árboles gruesos, a cuyadefensa se socorrieron, perecieran, porque lapiedra o granizo fue tan grueso que los granosmayores eran como huevos de gallina y losmenores como nueces. Los rodeleros ponían lasrodelas sobre las cabezas, mas con todo eso, sila piedra les cogía al descubierto, los lastimabamalamente. Quiso Dios que la tormenta durasepoco, que si fuera más larga no bastaran lasdefensas que habían tomado para escapar de lamuerte y, con haber sido breve, quedaron tanmal parados que no pudieron caminar aqueldía ni el siguiente. El día tercero siguieron suviaje y llegaron a unos pueblos pequeños cuyosmoradores no habían osado esperar en sus

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casas al gobernador y se habían ido a losmontes. Solamente habían quedado los viejos yviejas, y casi todos ciegos. Estos pueblos sellamaban Chalaques.

A otros tres días de camino después de lospueblos Chalaques alcanzaron al gobernadoren un hermoso valle de una provincia llamadaXuala, donde había llegado dos días antes, y,por esperar los capitanes y los trescientossoldados que en pos de él iban, no habíaquerido pasar adelante.

Del pueblo de Cofachiqui, donde la señoraquedó, hasta el primer valle de la provinciaXuala, habría por el camino que estoscastellanos fueron cincuenta leguas poco más omenos, toda tierra llana y apacible, con ríospequeños que por ella corrían, con distancia detres o cuatro leguas de tierra entre unos y otros.Las sierras que vieron fueron pocas, y ésas conmucha hierba para ganados y fáciles de andarpor ellas a pie o a caballo. En común, todas lascincuenta leguas, así de lo que hallaron

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poblado y cultivado como lo que estaba incultoy por labrar, eran de buena tierra.

Todo lo que se anduvo desde la provinciade Apalache hasta la de Xuala, donde tenemosal gobernador y a su ejército, que fueron (si nolas he contado mal) cincuenta y siete jornadasde camino, fue casi el viaje al nordeste, ymuchos días al norte. Y el río caudaloso quepasaba por Cofachiqui, decían los hombresmarineros que entre estos españoles iban queera el que en la costa llamaban Santa Elena, noporque lo supiesen de cierto sino que, según suviaje, les parecía que era él. Esta duda, y otrasmuchas que nuestra historia calla, se aclararáncuando Dios Nuestro Señor sea servido queaquel reino se gane para aumento de su SantaFe Católica.

A las cincuenta y siete jornadas que estosespañoles anduvieron de Apalache a Xualaechamos a una con otra cuatro leguas y media,que unas fueron de más y otras de menos y,conforme a esta cuenta, han caminado hasta

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Xuala doscientas y sesenta leguas, pocasmenos. Y de la bahía de Espíritu Santo hastaApalache dijimos habían andado ciento ycincuenta leguas, de manera que son, por todas,cuatrocientas leguas, pocas menos.

En los pueblos de jurisdicción y vasallaje deCofachiqui por do pasaron nuestros españoleshallaron muchos indios naturales de otrasprovincias hechos esclavos, a los cuales, paratenerlos seguros y que no se huyesen, lesdeszocaban un pie, cortándoles los nervios porcima del empeine donde se junta el pie con lapierna, o se los cortaban por cima del calcañar,y con estas prisiones perpetuas e inhumanas lostenían metidos la tierra adentro alejados de sustérminos y servíanse de ellos para labrar lastierras y hacer otros oficios serviles. Estos eranlos que prendían con las asechanzas que en laspesquerías y cacerías unos a otros se hacían yno en guerra descubierta de poder a poder conejércitos formados.

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Atrás dijimos cómo el capitán y contadorJuan de Añasco fue dos veces por la madre dela señora de Cofachiqui y no dijimos la causaprincipal por que se hizo tanta instancia ydiligencia por ella. Y fue porque los españoleshabían sabido que la viuda tenía consigo seis osiete cargas de perlas gruesas por horadar yque, por no estar horadadas, eran mejores quetodas las que habían visto en los entierros, lascuales, por haber sido horadadas con agujas decobre calentadas al fuego, habían cobradoalgún tanto de humo y perdido mucha parte dela fineza y resplandor que de suyo tenían.Querían, pues, los nuestros, ver si eran tangrandes y tan buenas como los indios se lashabían encarecido.

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CAPÍTULO XIXDonde se cuentan algunas grandezas de áni-mo de la señora de Cofachiqui

En el pueblo y provincia de Xuala (la cual,aunque era provincia de por sí apartada de lade Cofachiqui, era de la misma señora)descansó el gobernador con su ejército quincedías, porque en el pueblo y su término hallaronmucha zara y todas las demás semillas ylegumbres que hemos dicho había en la Florida.Tuvieron necesidad de parar todo este largotiempo por regalar y reformar los caballos, loscuales, por la poca comida de maíz que en laprovincia de Cofachiqui habían tenido, estabanflacos y debilitados, y aun de esta causa seentendió que hubiesen desmayado los trescaballos de que atrás hicimos mención, aunqueentonces, por facilitar el mal para aplacar losamotinados, se dijo que había sido torozón.

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Este pueblo estaba asentado a la falda deuna sierra ribera de un río que, aunque no muygrande, corría con mucha furia. Hasta aquel ríollegaba el término de Cofachiqui. En el puebloXuala sirvieron y regalaron mucho algobernador y a todo su ejército, que como eradel señorío de la señora de Cofachiqui y ella lohabía enviado a mandar, hacían los indiostodas las demostraciones que podían, así porobedecer a su señora como por agradar a losespañoles.

Pasados los quince días, ya que los caballosestaban reformados, salieron de Xuala, y elprimer día caminaron por las tierras de labor ysementeras que tenía, que eran muchas ybuenas. Otros cinco días caminaron por unasierra no habitada de gente, empero tierra muyapacible. Tenía mucha cantidad de robles yalgunos morales y mucho pasto para ganado.Había quebradas y arroyos, aunque de pocaagua muy corrientes. Tenía valles muy frescos

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y deleitosos. Tenía esta sierra, por donde lapasaron, veinte leguas de travesía.

Volviendo a la señora de Cofachiqui, queaún no hemos salido de su señorío, porque esjusto que sus generosidades queden escritas,decimos que, no contenta con haber servido yregalado en su casa y corte al general y a suscapitanes y soldados, ni satisfecha con haberlesproveído el bastimento que para el caminohubieron menester, con estar su tierra tannecesitada como lo estaba, ni con darles indiosde carga que les sirviesen por todas lascincuenta leguas que hay hasta la provincia deXuala, mandó a sus vasallos que de Xuala,donde había mucha comida, llevasen sin tasaalguna toda la que los españoles pidiesen paralas veinte leguas de despoblado que habían depasar antes de Guaxule, y que les diesen indiosde servicio y todo buen recaudo como a supropia persona. Juntamente con esto proveyóque con el general fuesen cuatro indiosprincipales que llevasen cuidado de gobernar y

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dar orden a los de servicio para que losespañoles fuesen más regalados en su camino,toda la cual prevención hizo para susprovincias.

Pues ahora es de saber que tampoco sedescuidó de las ajenas con deseo que en todashubiese el mismo recaudo, para lo cual mandóa los cuatro indios principales que, habiendoentrado en la provincia de Guaxule, que poraquella vía confinaba con la suya, seadelantasen y, como embajadores suyos,encargasen al curaca de Guaxule sirviese algobernador y a todo su ejército como ella lohabía hecho, donde no, lo amenazasen conguerra a fuego y a sangre. De la cual embajadael general estaba ignorante hasta que los cuatroindios principales, habiendo pasado eldespoblado, le pidieron licencia paraadelantarse a la hacer. Lo cual, sabido por elgobernador y sus capitanes, les causóadmiración y nuevo agradecimiento de ver queaquella señora india no se hubiese contentado

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con el servicio y regalo que con tanto amor yvoluntad en su casa y tierra les había hecho,sino que también hubiese prevenido las ajenas.De donde vinieron a entender más aldescubierto el ánimo y deseo que siempre estaseñora tuvo de servir al gobernador y a suscastellanos, porque es así que, aunque hacíatodo lo que podía por agradarles, y ellos loveían, siempre decía al general le perdonase nopoder lo que deseaba poder en su servicio, deque en efecto se congojaba y entristecía de talmanera que era menester que los mismosespañoles la consolasen. Con estas grandezasde ánimo generoso, y otras que con sus vasallosusaba, según ellos las pregonaban, se mostrabamujer verdaderamente digna de los estadosque tenía y de otros mayores, e indigna de quequedase en su infidelidad. Los castellanos no leconvidaron con el bautismo porque, como ya seha dicho, llevaban determinado de predicar lafe después de haber poblado y hecho asiento enaquella tierra que, andando como andaban de

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camino de unas provincias a otras sin parar,mal se podía predicar.

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CAPÍTULO XXSucesos del ejército hasta llegar a Guaxule y aYchiaha

Ya dijimos que el gobernador y su ejércitohabían salido de Xuala y, caminando cinco díaspor el despoblado que hay hasta Guaxule, es desaber (volviendo atrás con nuestro cuento), queel mismo día que salieron del pueblo de Xuala,echaron de menos tres esclavos que se habíanhuido la noche antes. Los dos eran negros denación, criados del capitán Andrés deVasconcelos de Silva, y el otro era morisco deBerbería, esclavo de don Carlos Enríquez,caballero natural de Jerez de Badajoz, de quienatrás hicimos mención. Entendiose que aficiónde mujeres, antes que otro interés, hubiesecausado la huida de estos esclavos y quedarsecon los indios, por lo cual no los pudieronhaber, aunque se hicieron diligencias por ellos,que los indios de este gran reino generalmente

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se holgaban (como adelante veremos más aldescubierto) de que se quedasen entre elloscosas de los españoles. Los negros causaronadmiración con su mal hecho, porque erantenidos por buenos cristianos y amigos de suseñor. El berberisco no hizo novedad, antesconfirmó la opinión en que siempre le habíantenido, por ser en toda cosa malísimo.

Dos días después sucedió que, caminandoel ejército por el mismo despoblado, al mediode la jornada y del día, cuando el sol muestrasus mayores fuerzas, un soldado infantenatural de Alburquerque llamado Juan Terrón,en quien se apropiaba bien el nombre, se llegó aotro soldado de a caballo, que era su amigo, y,sacando de unas alforjas una taleguilla delienzo que llevaba más de seis libras de perlas,le dijo: "Tomaos estas perlas y lleváoslas, queyo no las quiero." El de a caballo respondió:"Mejor serán para vos que las habéis menestermás que yo y podreislas enviar a La Habanapara que os traigan tres o cuatro caballos y

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yeguas porque no andéis a pie, que elgobernador, según se dice, quiere enviar prestomensajeros a aquella tierra con nuevas de loque hemos descubierto en ésta." Juan Terrón,enfadado de que su amigo no quisiese aceptarel presente que le hacía, dijo: "Pues vos no lasqueréis, voto a tal que tampoco han de irconmigo, sino que se han de quedar aquí."Diciendo esto, y habiendo desatado lataleguilla, y tomándola por el suelo, de unabraceada, como quien siembra, derramó por elmonte y herbazal todas las perlas por nollevarlas a cuestas, con ser un hombre tanrobusto y fuerte que llevara poco menos cargaque una acémila. Lo cual hecho, volvió lataleguilla a las alforjas, como si valiera más quelas perlas, y dejó admirados a su amigo y atodos los demás que vieron el disparate. Loscuales no imaginaron que tal hiciera, porque, asospecharlo, todavía se lo estorbaran, porquelas perlas valían en España más de seis milducados porque eran todas gruesas del tamaño

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de avellanas y de garbanzos gordos y estabanpor horadar, que era lo que más se estimaba enellas, porque tenían su color perfecto y noestaban ahumadas como las que se hallaronhoradadas. Hasta treinta de ellas volvieron arecoger rebuscándolas entre las hierbas y,viéndolas tan buenas, se dolieron mucho másde la perdición hecha y levantaron un refráncomún que entre ellos se usaba, que decía: "Noson perlas para Juan Terrón." El cual nuncaquiso decir dónde las hubo y, como los de sucamarada se burlasen con él muchas vecesdespués del daño y le motejasen de la locuraque había hecho, que conformaba con larusticidad de su nombre, les dijo un día que sevio muy apretado: "Por amor de Dios, que nome lo mentéis más porque os certifico quetodas las veces que se me acuerda de lanecedad que hice me dan deseos de ahorcarmede un árbol." Tales son los que la prodigalidadincita a sus siervos, que, después de haberleshecho derramar en vanidad sus haciendas, les

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provoca desesperaciones. La liberalidad, comovirtud tan excelente, recrea con gran suavidad alos que la abrazan y usan de ella.

Sin haberles acaecido otra cosa que sea decontar, habiendo caminado cinco jornadas porla sierra, llegaron los castellanos a la provinciay pueblo de Guaxule, el cual estaba asentadoentre muchos ríos pequeños que pasaban por launa parte y por la otra del pueblo, los cualesnacían de aquellas sierras que los españolespasaron y de otras que adelante había.

El señor de la provincia, que también habíael mismo nombre Guaxule, salió media leguadel pueblo. Sacó en su compañía quinientoshombres nobles bien aderezados de ricasmantas de diversas pellejinas y grandesplumajes sobre sus cabezas, conforme al usocomún de toda aquella tierra. Con este aparatorecibió al gobernador, mostrándole señales deamor y hablándole palabras de muchocomedimiento, dichas con todo buen semblanteseñoril. Llevolo al pueblo, que era de

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trescientas casas, y lo aposentó en la suya, que,con el recaudo de los embajadores deCofachiqui, la tenía desembarazada para sualojamiento, y prevenidas otras cosas paramejor le servir. La casa estaba en un cerro alto,como de otras semejantes hemos dicho. Teníatoda ella alrededor un paseadero, que podíanpasearse por él seis hombres juntos.

En este pueblo estuvo el gobernador cuatrodías, informándose de lo que por la comarcahabía. De allí fue en seis jornadas de a cincoleguas a otro pueblo y provincia llamadaYchiaha, cuyo señor había el mismo nombre. Elcamino que llevó en estas seis jornadas fueseguir el agua abajo los muchos arroyos quepor Guaxule pasaban, los cuales todos,juntándose en poco espacio, hacían unpoderoso río, tanto que por Ychiaha, que estabatreinta leguas de Guaxule, iba ya mayor queGuadalquivir por Sevilla.

Este pueblo Ychiaha estaba asentado a lapunta de una gran isla de más de cinco leguas

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en largo que el río hacía. El cacique salió arecibir al gobernador y le hizo mucha fiesta contodas las demostraciones de regocijo y amorque pudo mostrar, y los indios que consigotrajo hicieron lo mismo con los españoles, queholgaron mucho de los ver. Y, pasándolos porel río en muchas canoas y balsas que para esteefecto tenían apercibidas, los aposentaron ensus casas, como a propios hermanos. Y en elmismo grado fue todo el demás servicio yregalo que les hicieron, deseando, segúndecían, abrirse las entrañas y ponérselasdelante a los españoles para les mostrar porvista de ojos lo mucho que se habían holgadode haberlos conocido. En Ychiaha hizo elgobernador las diligencias que en los demáspueblos y provincias hacía, informándose de loque en la tierra y su comarca había. El curaca,entre otras cosas que en respuesta de lo que lepreguntaron dijo, fue que treinta leguas de allíhabía minas del metal amarillo que buscaban yque, para certificarse de ellas, enviase su

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señoría dos españoles o más, los que quisiese,que las fuesen a ver, que él daría guías queseguramente los llevasen y trajesen. Oyendoesto, se ofrecieron dos españoles a ir con losindios. El uno se llamaba Juan de Villalobos,natural de Sevilla, y el otro, Francisco deSilvera, natural de Granada, los cuales separtieron luego y quisieron ir a pie y no acaballo, aunque los tenían, por hacer mejordiligencia y en más breve tiempo.

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CAPÍTULO XXICómo sacan las perlas de sus conchas, y larelación que trajeron los descubridores de lasminas de oro

Luego otro día que los dos españoles sefueron a ver las minas de oro que tantodeseaban hallar, vino el curaca a visitar algobernador y le hizo un presente de unahermosa sarta de perlas, que, si no fueranagujereadas con fuego, fuera una gran dádiva,porque la sarta era de dos brazas y las perlascomo avellanas y todas casi parejas de untamaño. El gobernador las recibió con muchoagradecimiento y en recompensa le dio piezasde terciopelo y paños de diversas colores yotras cosas de España que el indio tuvo enmucho. Al cual preguntó el gobernador siaquellas perlas se pescaban en su tierra. Elcacique respondió que sí, y que en el templo yentierro que en aquel mismo pueblo tenía de

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sus padres y abuelos había mucha cantidad deellas, que si las quería se las llevase todas, o laparte que quisiese. El adelantado le dijo queagradecía su buena voluntad, que, aunque lasdeseara, no hiciera agravio al entierro de susmayores, cuanto más que no las quería; que,aunque las que le había dado en la sarta lashabía recibido por ser dádiva de sus manos,que no quería saber más que cómo se sacabande las conchas donde se criaban.

El cacique dijo que otro día, a las ocho de lamañana, lo vería su señoría, que aquella tarde yla noche siguiente las pescarían los indios.Luego, al mismo punto, mandó despacharcuarenta canoas con orden que a todadiligencia pescasen las conchas y volviesen porla mañana. La cual venida, mandó el curaca(antes que las canoas llegasen) traer mucha leñay amontonarla en un llano ribera del río, y lahizo quemar y que se hiciese mucha brasa, y,luego que las canoas vinieron, mandó tenderlay echar sobre ellas las conchas que los indios

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traían, las cuales, con el calor del fuego, seabrían y daban lugar a que entre la carne deellas buscasen las perlas. Casi en las primerasconchas que se abrieron, sacaron los indios diezo doce perlas gruesas como garbanzosmedianos y las trajeron al curaca y algobernador, que estaban juntos mirando cómolas sacaban, y vieron que eran muy buenas entoda perfección, salvo que todavía el fuego consu calor y humo les ofendía su buen colornatural.

El gobernador, habiendo visto sacar lasperlas, se fue a comer a su posada, y, pocodespués que hubo comido, entró un soldadonatural de Guadalcanal, que había por nombrePedro López, el cual, descubriendo una perlaque en la mano traía, dijo: "Señor, comiendo delas ostras que hoy trajeron los indios, de lascuales llevé unas pocas a mi posada y las hicecocer, topé ésta entre los dientes, que me loshubiera quebrado. Y, por parecerme buena, latraigo a vuesa señoría para que de su mano la

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envíe a mi señora doña Isabel de Bobadilla." Eladelantado le respondió diciendo: "Yo osagradezco vuestra buena voluntad y he porrecibido el presente y la gracia que hacéis adoña Isabel para os la agradecer y satisfacer encualquiera ocasión que se ofrezca. Mas la perlaserá mejor que la guardéis y que la lleven a LaHabana para que del valor de ella os traigan unpar de caballos y dos yeguas y otra cosa quehabéis menester. Lo que yo haré por el buenánimo que nos habéis mostrado, será que de mihacienda pagaré el quinto que le pertenece a lade Su Majestad."

Los españoles que con el gobernadorestaban miraron la perla y los que de ellospresumían algo de lapidarios la apreciaron quevalía en España cuatrocientos ducados, porqueera del tamaño de una gruesa avellana con sucáscara y todo, y redonda en toda perfección, yde color claro y resplandeciente, que, como nohabía sido sacada con fuego como las otras, nohabía recibido daño en su color y hermosura.

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Damos cuenta de estas particularidades,aunque tan menudas, porque por ellas se vea lariqueza de aquella tierra.

Un día de los que los españoles estuvieronen este pueblo de Ychiaha, acaeció unadesgracia que a todos ellos lastimó mucho, yfue que un caballero natural de Badajoz,llamado Luis Bravo de Jerez, andando con unalanza en la mano paseándose por un llano cercadel río, vio pasar un perro cerca de sí. Tirole lalanza con deseo de matarle para comérselo,porque por la falta general que en toda aquellatierra había de carne, comían los castellanoscuantos perros podían haber a las manos. Deltiro no acertó al perro, y la lanza pasódeslizándose por el llano adelante hasta caerpor la barranca abajo en el río, y acertó a darpor la una sien y salir por la otra a un soldadoque con una caña estaba pescando en él, de quecayó luego muerto. Luis Bravo, descuidado dehaber hecho tiro tan cruel, fue a buscar sulanza, y la halló atravesada por las sienes de

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Juan Mateos, que así había el nombre elsoldado. Era natural de Almendral, el cual, soloentre todos los españoles que andaban en estedescubrimiento, tenía canas, por las cualestodos le llamaban padre y respetaban como silo fuera de cada uno de ellos, y asígeneralmente sintieron su desgracia, quehabiéndose ido a holgar lo hubiesen muerto tanmiserablemente. Tan cerca como cierta tenemosla muerte en todo tiempo y lugar.

Las cosas referidas sucedieron en el realentretanto que los dos compañeros fueron yvinieron de descubrir las minas, los cualesgastaron diez días en su viaje. Dijeron que lasminas eran de muy fino azófar, como el queatrás habían visto, mas que entendían, según ladisposición de la tierra, que no dejarían dehallarse minas de oro y de plata, si buscasen lasvetas y mineros. Demás de esto, dijeron que latierra que habían visto era toda muy buenapara sementeras y pastos; y que los indios, porlos pueblos que habían pasado, los habían

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recibido con mucho amor y regocijo y leshabían hecho mucha fiesta y regalo, tanto que,cada noche, después de haberles banqueteado,les enviaban dos mozas hermosas quedurmiesen con ellos y los entretuviesen lanoche, mas que ellos no osaban tocarlestemiendo no les flechasen otro día los indios,porque sospechaban que se las enviaban paratener ocasión de los matar, si llegasen a ellas.Esto temían los españoles, y quizá sushuéspedes lo hacían para regalarlosdemasiadamente viendo que eran mozos,porque, si quisieran matarlos, no teníannecesidad de buscar achaques.

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CAPÍTULO XXXIILo que hicieron los españoles después de labatalla de Mauvila, y de un motín que entreellos se trataba

Como en la batalla de Mauvila se hubiesequemado todo lo que llevaban para decir misa,de allí adelante, por orden de los sacerdotes, secomponía y adornaba un altar los domingos yfiestas de guardar, y esto cuando había lugarpara ello, y se revestía un sacerdote deornamentos que hicieron de gamuza aimitación del primer vestido que en el mundohubo, que fue de pieles de animales, y, puestoen el altar, decía la confesión y el introito de lamisa y la oración, epístola y evangelio, y todolo demás, hasta el fin de la misa, sin consagrar,y llamábanla estos castellanos misa seca, y elmismo que la decía, u otro de los sacerdotes,declaraba el evangelio y sobre él hacía suplática o sermón. Y con esta manera de

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ceremonia que hacían en lugar de la misa seconsolaban de la aflicción que sentían de nopoder adorar a Jesucristo Nuestro Señor yRedentor en las especies sacramentales, lo cualles duró casi tres años, hasta que salieron de laFlorida a tierra de cristianos.

Ocho días estuvieron nuestros españoles enlas malas chozas que hicieron dentro enMauvila y, cuando estuvieron para poder salir,se pasaron a las que los indios tenían hechaspara alojamiento de ellos, donde estuvieronmás bien acomodados. Y pasaron en ellas otrosquince días, curándose los heridos, que erancasi todos. Los que menos lo estaban salían acorrer la tierra y buscar de comer por lospueblos que en la comarca había, que eranmuchos, aunque pequeños, donde hallaronasaz comida.

Por todos los pueblos que cuatro leguas encontorno había, hallaron los españoles muchosindios heridos que habían escapado de labatalla, mas no hallaban indio ni india con ellos

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que los curasen. Entendiose que venían denoche a darles recaudo y que se volvían de díaa los montes. A estos tales indios heridos anteslos regalaban los castellanos, y partían con ellosde la comida que llevaban, que no losmaltrataban. Por los campos no parecía indioalguno, y, por la mucha diligencia que los de acaballo hicieron buscándolos, prendieronquince o veinte para tomar lengua de ellos. Y,habiéndoseles preguntado si en alguna parte sehacía junta de indios para venir contra losespañoles, respondieron que, por haberperecido en la batalla pasada los hombres másvalientes, nobles y ricos de aquella provincia,no había quedado en ella quien pudiese tomararmas. Y así pareció ser verdad, porque en todoel tiempo que los nuestros estuvieron en estealojamiento, no acudieron indios de día ni denoche siquiera a darles rebato y arma, que consólo inquietarlos les hicieran mucho daño yperjuicio, según quedaron de la batalla malparados.

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En Mauvila tuvo nuevas el gobernador delos navíos que los capitanes Gómez Arias yDiego Maldonado traían descubriendo la costay cómo andaban en ella, la cual relación tuvoantes de la batalla y, después de ella, se certificópor los indios que quedaron presos, de loscuales supo que la provincia de Achusi, encuya demanda iban los españoles, y la costa dela mar estaban pocas menos de treinta leguasde Mauvila.

Con esta nueva holgó mucho elgobernador, por acabar y dar fin a tan largaperegrinación, y principio y comienzo a lanueva población que en aquella provinciapensaba hacer, que su intento, como atráshemos dicho, era asentar un pueblo en elpuerto de Achusi para recibir y asegurar losnavíos que de todas partes a él fuesen, y fundarotro pueblo, veinte leguas la tierra más adentro,para desde allí principiar y dar orden enreducir los indios a la fe de la Santa Iglesia

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Romana y al servicio y aumento de la corona deEspaña.

En albricias de esta buena nueva, y porquefue certificado que de Mauvila hasta Achusihabía seguridad por los caminos, dio libertad elgobernador al curaca que el capitán DiegoMaldonado trajo preso del puerto de Achusi, alcual había traído consigo el adelantadohaciéndole cortesía. Y no lo había enviado antesa su tierra por la mucha distancia que había enmedio y por el peligro de que otros indios lomatasen o cautivasen por los caminos. Puescomo supiese el general que estaba su tierracerca y que había seguridad hasta llegar a ella,le dio licencia para que se fuese a su casa,encargándole mucho conservarse la amistad delos españoles, que muy presto los tendría porhuéspedes en su tierra. El cacique se fue,agradecido de la merced que el gobernador lehacía, y dijo que holgaría mucho verlo en sutierra para servir lo que a su señoría debía.

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Todos estos deseos que el adelantado teníade poblar la tierra, y la orden y las trazas quepara ello había fabricado en su imaginación, losdestruyó y anuló la discordia, como siempresuele arruinar y echar por tierra los ejércitos, lasrepúblicas, reinos e imperios donde la dejanentrar. Y la puerta que para los nuestros hallófue que, como en este ejército hubiese algunospersonajes de los que se hallaron en laconquista del Perú y en la prisión deAtahuallpa, que vieron aquella riqueza tangrande que allí hubo de oro y plata, y hubiesendado noticia de ella a los que en esta jornadaiban, y como, por el contrario, en la Florida nose hubiese visto plata ni oro, aunque lafertilidad y las demás buenas partes de la tierrafuesen tantas como se han visto, nocontentaban cosa alguna para poblar ni hacerasiento en aquel reino.

A este disgusto se añadió la fierezaincreíble de la batalla de Mauvila, queextrañamente les había asombrado y

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escandalizado, para desear dejar la tierra ysalirse de ella luego que pudiesen porquedecían que era imposible domar gente tanbelicosa ni sujetar hombres tan libres, que porlo que hasta allí habían visto les parecía que nipor fuerza ni por maña podrían hacer con ellosque entrasen debajo del yugo y dominio de losespañoles, que antes se dejarían matar todos yque no había para qué andarse gastando poco apoco en aquella tierra sino irse a otras yaganadas y ricas como el Perú y México dondepodrían enriquecer sin tanto trabajo, para locual sería bien, luego que llegasen a la costa,dejar aquella mala tierra e irse a la NuevaEspaña.

Estas cosas, y otras semejantes,murmuraban y platicaban entre sí algunospocos de los que hemos dicho. Y no pudierontratarlas tan en secreto que no las oyesenalgunos de los que con el gobernador habíanido de España y le eran leales amigos ycompañeros, los cuales le dieron cuenta de lo

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que en su ejército pasaba y cómo hablabanresolutamente de salirse de la tierra luego quellegasen donde pudiesen haber navíos, obarcos, siquiera.

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CAPÍTULO XXXIIIEl gobernador se certifica del motín y truecasus propósitos

El gobernador no quiso, en cosa tan grave,dar entero crédito a los que se la habían dichosin primero certificarse en ella de sí mismo.Con este cuidado dio en rondar solo de noche,y más a menudo que solía, y en hábitodisimulado por no ser conocido. Andando así,oyó una noche al tesorero Juan Gaytán y a otrosque con él estaban en su choza que decían que,llegando al puerto de Achusi, donde pensabanhallar los navíos, se habían de ir a la tierra deMéxico o del Perú, o volverse a España, porqueno se podía llevar vida tan trabajosa por ganary conquistar tierra tan pobre y mísera.

Lo cual sintió el gobernadorgravísimamente, porque entendió de aquellaspalabras que su ejército se deshacía y que lossuyos, en hallando por donde irse, lo

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desamparaban todos como lo hicieron alprincipio del descubrimiento y conquista delPerú con el gobernador y marqués donFrancisco Pizarro, que vino a quedar con solostrece hombres en la isla de Gorgona y que, silos que entonces tenía se le iban, no le quedabaposibilidad para hacer nuevo ejército yquedaba descompuesto de su grandeza,autoridad y reputación, gastada su hacienda envano y perdido el excesivo trabajo que hastaallí habían pasado en el descubrimiento deaquella tierra.

Las cuales cosas, consideradas por unhombre tan celoso de su honra como lo era elgobernador, causaron en él precipitados ydesesperados efectos, y, aunque por entoncesdisimuló su enojo, reservando el castigo paraotro tiempo, no quiso sufrir ni quiso ver niexperimentar el mal hecho que temía de los quetenían sus ánimos flacos y acobardados. Y así,con toda la buena industria que pudo, sin dar aentender cosa alguna de su enojo, dio orden

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cómo volverse a entrar la tierra adentro yalejarse de la costa por quitar a los malintencionados la ocasión de desvergonzársele yamotinar toda su gente.

Este fue el primer principio y la causaprincipal de perderse este caballero y todo suejército. Y, desde aquel día, como hombredescontento a quien los suyos mismos habíanfalsado las esperanzas y cortado el camino asus buenos deseos y borrado la traza que parapoblar y perpetuar la tierra tenía hecha, nuncamás acertó a hacer cosa que bien le estuviese, nise cree que la pretendiese, antes, instigado deldesdén, anduvo de allí adelante gastando eltiempo y la vida sin fruto alguno, caminandosiempre de unas partes a otras sin orden niconcierto, como hombre aburrido de la vida,deseando se le acabase, hasta que falleció segúnveremos adelante. Perdió su contento yesperanzas, y, para sus descendientes ysucesores, perdió lo que en aquella conquistahabía trabajado y la hacienda que en ella había

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empleado; causó que se perdiesen todos los quecon él habían ido a ganar aquella tierra. Perdióasimismo de haber dado principio a ungrandísimo y hermosísimo reino para la coronade España y el haberse aumentado la Santa FeCatólica, que es lo que más se debe sentir.

Por lo cual fuera muy acertado, en negociotan grave, pedir y tomar consejo de los amigosque tenía, de quien podía fiarse, para hacer conprudencia y buen acuerdo lo que al bien detodos más conviniese. Que pudiera este capitánremediar aquel motín con castigar losprincipales de él, con lo cual escarmentaran losdemás de la liga, que eran pocos, y no perdersey dañar a todos los suyos por gobernarse porsólo su parecer apasionado, que causó supropia destrucción. Que, aunque era tandiscreto como hemos visto, en causa propia, yestando apasionado, no pudo regirse ygobernarse con la claridad y juicio libre que lascosas graves requieren, por tanto, quien huyerede pedir y tomar consejo desconfíe de acertar.

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Con el temor del motín deseaba elgobernador salir presto de aquel alojamiento yvolverse a meter la tierra adentro por otrasprovincias que no hubiesen visto porque lossuyos no sospechasen su intención y atinasencon su pretensión si volviese por el camino quehasta allí había traído. Y así, con ánimo fingido,ajeno del que hasta entonces había tenido,esforzaba a sus soldados diciéndolesconvaleciesen presto para salir de aquella malatierra donde tanto daño habían recibido, ymandó echar bando para caminar tal díavenidero.

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CAPÍTULO XXIVDel bravo curaca Tascaluza, casi gigante, ycómo recibió al gobernador

En el pueblo Talise estuvo el gobernadordiez días haciendo diligencias para habernoticia de todas partes de lo que quedaba porandar de su viaje y de lo que había en lasprovincias comarcanas a un lado y a otro deeste pueblo. En el ínterin vino un hijo deTascaluza, mozo de edad de diez y ocho años,de tan buena estatura de cuerpo que del pechoarriba era más alto que ningún español ni indiode los que había en el ejército. Vinoacompañado de mucha gente noble; traía unaembajada de su padre en que ofrecía algobernador su amistad, persona y estado paraque de todo ello se sirviese como más gustase.El general lo recibió muy afablemente y le hizomucha honra, así por su calidad como por sugentileza y buena disposición. El cual, después

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de haber dado su embajada y habiendoentendido que el adelantado quería ir donde supadre Tascaluza estaba, le dijo: "Señor, para irallá, aunque no son más de doce o trece leguas,hay dos caminos. Suplico a vuestra señoríamande que dos españoles vayan por el uno yvuelvan por el otro porque vean cuál de ellos esel mejor por el cual vuestra señoría haya de ir,que yo daré guías que seguramente los lleven yvuelvan." Así se hizo, y uno de los dos quefueron a descubrir los caminos fue Juan deVillalobos, el que fue a descubrir las minas deoro y las halló de azófar, el cual era amicísimode ver primero que otro de sus compañeros loque en el descubrimiento había. Con estapasión se ofreció a andar el camino dos veces, yaun tres.

Cuando volvieron los dos compañeros conla relación de los caminos, el gobernador sedespidió del buen Coza y de los suyos, loscuales quedaron muy tristes porque loscastellanos se iban de su tierra. El general salió

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por el camino que le dijeron era másacomodado. Pasó el río de Talase en balsas ycanoas, que era tan caudaloso que no sevadeaba. Caminó dos días, y al tercero, bientemprano, llegó a dar vista al pueblo donde elcuraca Tascaluza estaba. No era el principal desu estado, sino otro de los comunes.

Tascaluza, sabiendo por sus correos que elgobernador venía cerca, salió a recibirle fueradel pueblo. Estaba en un cerrillo alto, lugareminente, de donde a todas partes se descubríamucha tierra. Tenía en su compañía no más decien hombres nobles, muy bien aderezados dericas mantas de diversos aforros, con grandesplumajes en la cabezas, conforme el traje yusanza de ellos. Todos estaban en pie, sóloTascaluza estaba sentado en una silla de las quelos señores de aquellas tierras usan, que son demadera, una tercia poco más o menos de alto,con algún cóncavo para el asiento, sin espaldarni braceras, toda de una pieza. Cabe sí tenía unalférez con un gran estandarte hecho de

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gamuza amarilla con tres barras azules que lopartían de una parte a la otra, hecho al mismotalle y forma de los estandartes que en Españatraen las compañías de caballos. Fue cosa nuevapara los españoles ver insignia militar, porquehasta entonces no habían visto estandarte,bandera ni guión.

La disposición de Tascaluza era, como desu hijo, que a todos sobrepujaba más de mediavara en alto. Parecía gigante, o lo era, y con laaltura de su cuerpo se conformaba toda lademás proporción de sus miembros y rostro.Era hermoso de cara y tenía en ella tantaseveridad que en su aspecto se mostraba bien laferocidad y grandeza de su ánimo. Tenía lasespaldas conforme a su altura, y por la cinturatenía poco más de dos tercias de pretina; losbrazos y piernas, derechas y bien sacadas,proporcionadas con el cuerpo. En suma, fue elindio más alto de cuerpo y más lindo de talleque estos castellanos vieron en todo lo queanduvieron de la Florida.

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De la manera que se ha dicho estabaesperando Tascaluza al gobernador y, aunquelos caballeros y capitanes del ejército que ibandelante llegaban donde él estaba, no hacíamovimiento a ellos ni semblante decomedimiento alguno, como si no los viera nipasaran cerca de él. Así estuvo hasta que llegóel gobernador, y cuando lo vio cerca se levantóa él y salió como quince o veinte pasos de suasiento a recibirle.

El general se apeó y lo abrazó, y los dos sequedaron en el mismo puesto hablandoentretanto que el ejército se alojaba en el puebloy fuera de él, porque no cabía toda la gentedentro. Y luego fueron los dos, mano a mano,hasta la casa del gobernador, que era cerca dela casa de Tascaluza, donde dejó al general y sefue con sus indios.

Dos días descansaron los españoles enaquel pueblo, y al tercero salieron enseguimiento de su viaje. Tascaluza, por mostrarmucha amistad al gobernador, quiso

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acompañarle, diciéndole lo hacía para quefuese mejor servido por su tierra. El gobernadormandó que le aderezasen un caballo a la bridaen que fuese, como se había hecho siempre conlos curacas señores de vasallos que con élhabían caminado, aunque se nos ha olvidadodecirlo hasta este lugar. En todos los caballosque en el ejército llevaban no se halló algunoque pudiese sufrir y llevar a Tascaluza, segúnla grandeza de su cuerpo, y no porque eragordo, que como atrás dijimos tenía menos devara de pretina, ni era pesado por vejez, queapenas tenía cuarenta años. Los castellanos,haciendo más diligencia buscando en qué fueseTascaluza, hallaron un rocín del gobernadorque, por ser tan fuerte, servía de llevar carga.Este pudo sufrir a Tascaluza, el cual era tan altoque, puesto encima del caballo, no le quedabauna cuarta de alto de sus pies al suelo.

No tuvo en poco el gobernador que sehallase caballo en que fuese Tascaluza, porqueno se desdeñase de que lo llevasen en acémila.

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Así caminaron tres jornadas de a cuatro leguas,y, al fin de ellas, llegaron al pueblo principalllamado Tascaluza, de quien la provincia y elseñor de ella tomaban el nombre. El pueblo erafuerte, estaba asentado en una península que elrío hacía, el cual era el mismo que pasaba porTalise y venía más engrosado y poderoso.

El día siguiente se ocuparon en pasarlo, y,por el mal recaudo que había de balsas,gastaron casi todo el día, y se alojaron a medialegua del río en un hermoso valle.

En este alojamiento faltaron dos españoles,y el uno de ellos fue Juan de Villalobos, dequien hemos hecho mención dos veces. No sesupo qué hubiese sido de ellos. Sospechose quelos indios, hallándolos lejos del real, loshubiesen muerto, porque el Villalobos,dondequiera que se hallaba, era muy amigo decorrer la tierra y ver lo que en ella había, cosaque cuesta la vida a todos los que en la guerratienen esta mala costumbre.

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Con el mal indicio de faltar los dosespañoles, temieron los que notaron la novedaddel hecho que la amistad de Tascaluza no eratan verdadera y leal como pretendía élmostrarla. A esta mala señal se añadió otrapeor, y fue que, preguntando a sus indios porlos dos españoles que faltaban, respondían conmucha desvergüenza si se los habían dado aguardar a ellos, o qué obligación tenían ellos dedarles cuenta de sus castellanos. El gobernadorno quiso hacer mucha instancia en pedirlosporque entendió que eran muertos y que noserviría la diligencia sino de escandalizar yahuyentar al cacique y a sus vasallos. Parecioledejar la averiguación y el castigo para mejorcoyuntura.

Al amanecer del día siguiente envió elgeneral dos escogidos soldados de los mejoresque en todo su ejército había, el uno llamadoGonzalo Cuadrado Jaramillo, hijodalgo naturalde Zafra, hombre hábil y plático en toda cosa,de quien seguramente se podía fiar cualquier

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grave negocio de paz o de guerra; el otro sedecía Diego Vázquez, natural de Villanueva deBarcarrota, hombre asimismo de todo buencrédito y confianza. Enviolos con orden quefuesen a ver lo que había en un pueblo llamadoMauvila, que estaba legua y media de aquelalojamiento, donde el curaca tenía muchagente, con voz y fama que la había hecho juntarpara mejor servir y festejar con ella algobernador y a sus españoles. Mandoles que leesperasen en el pueblo, que luego caminaba enpos de ellos.

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CAPÍTULO XXVLlega el gobernador a Mauvila y halla indi-cios de traición

Luego que los dos soldados salieron delreal, mandó el gobernador apercibir ciencaballos y cien infantes que fuesen con él y conTascaluza, que ambos quisieron ser aquel díade vanguardia. Al maese de campo dejómandado que con el demás ejército saliese conbrevedad en su seguimiento. El cual salió tardey la gente caminó derramada por los camposcazando y habiendo placer, bien descuidados,por la mucha paz que todo aquel verano hastaallí habían traído, de haber batalla.

El gobernador, que llevaba cuidado decaminar, llegó a las ocho de la mañana alpueblo de Mauvila, el cual era de pocas casas,que apenas tenía ochenta, empero todas ellasmuy grandes, que algunas eran capaces de mily quinientas personas, y otras de mil, y las

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menores de más de quinientas. Llamamos casaa lo que es un cuerpo solo como una iglesia,que los indios no labraban sus casas trabandounos cuerpos con otros, sino que cada una,conforme a su posibilidad, hacía un cuerpo decasa como una sala, y ésta tenía sus apartadoscon las oficinas necesarias, que eran hartopocas, y a estos cuerpos, así solos, llaman casas.Y como las de este pueblo habían sido hechaspara frontera y plaza fuerte y para ostentaciónde la grandeza del señor, eran muy hermosas ylas más de ellas eran del cacique, y las otras, delos hombres más principales y ricos de todo suestado.

El pueblo estaba asentado en un muyhermoso llano. Tenía una cerca de tres estadosen alto, la cual era hecha de maderos tangruesos como bueyes; estaban hincados entierra, tan juntos que estaban pegados unos conotros. Otras vigas menos gruesas y más largasiban atravesadas por la parte de afuera y deadentro, atadas con cañas quebradas y cordeles

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fuertes y embarrados por cima con muchobarro pisado con paja larga, la cual mezclahenchía todos los huecos y vacíos de madera ysus ataduras, de tal suerte que propiamenteparecía pared enlucida con plana de albañil. Acada cincuenta pasos de esta cerca había unatorre, capaz de siete u ocho hombres, quepodían pelear en ella. La cerca por lo bajo, enaltor de un estado, estaba llena de troneras paratirar las flechas a los de fuera. No tenía elpueblo más de dos puertas, una al levante yotra al poniente. En medio del pueblo habíauna gran plaza; en derredor de ella estaban lascasas mayores y más principales.

A esta plaza llegaron el gobernador y elgigante Tascaluza, el cual, luego que se apeó,llamó a Juan Ortiz, intérprete, y señalando conel dedo, le dijo: "En esta casa grande seaposentará el gobernador, y los caballeros ygentiles hombres que su señoría quisiese tenerconsigo. Y su servicio y recámara se pondrá enesotra que está cerca de ella y, para la demás

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gente, un tiro de flecha fuera del pueblo, tienenmis vasallos hechas muchas ramadas muybuenas en las cuales podrán alojarse a placer,porque el pueblo es pequeño y no cabemostodos en él." El general respondió que, venidoel maese de campo, haría en él alojamiento, y,en todo lo demás, lo que él ordenase. Con estose entró Tascaluza en una casa de las mayoresque había en la plaza, donde como después sesupo, tenía los capitanes de su consejo deguerra. El gobernador y los caballeros einfantes que con él vinieron se quedaron en laplaza y mandaron sacar los caballos fuera delpueblo hasta saber dónde se habían de alojar.

Gonzalo Cuadrado Jaramillo, que comodijimos se había adelantado a ver y reconocer elpueblo de Mauvila, luego que el gobernador seapeó, salió de él y le dijo: "Señor, yo he miradocon atención este pueblo y las cosas que en élhe visto y notado no me dan seguridad algunade la amistad de este curaca y de sus vasallos,antes me causan mala sospecha que nos tienen

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armada alguna traición, porque en esas pocascasas que vuestra señoría ve hay más de diezmil hombres de guerra, gente escogida, que entodos ellos no hay un viejo ni indio de serviciosino que todos son de guerra, nobles y mozos, ytodos están apercibidos de armas en muchacantidad y, sin las que cada uno de ellos tieneen particular para sí, muchas casas de éstasestán llenas de ellas, que son depósito comúnde armas. Demás de esto, aunque estos indiostienen consigo muchas mujeres, todas sonmozas y ninguna de ellas tiene hijos, ni en todoel pueblo hay tan sólo un muchacho, sino queestán libres y desembarazados de todoimpedimento. El campo, un tiro de arcabuzalderredor del pueblo, como vuestra señoría lohabrá visto, tienen limpio y desherbado de talmanera y con tanta curiosidad que aun hastalas raíces de las hierbas tienen arrancadas amano, lo cual me parece señal de querernos darbatalla y que no haya cosa que les estorbe. Conestos malos indicios se puede juntar la muerte

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de los dos españoles que del alojamientopasado ayer faltaron, por todo lo cual meparece que vuestra señoría debe recatarse deeste indio y no fiarse de él que, aunque nohubiera más del mal rostro y peor semblanteque él y los suyos hasta ahora nos hanmostrado, y la soberbia y desvergüenza conque nos hablan, bastara para apercibirnos a notener su amistad por buena sino por falsa yengañosa."

El general respondió que de mano enmano, entre los que allí estaban, pasase lapalabra y el aviso de unos a otros de lo que enel pueblo había para que todos,disimuladamente, estuviesen apercibidos. Yparticularmente mandó a Gonzalo Cuadradoque, luego que el maese de campo llegase, lediese la noticia de lo que en el pueblo habíavisto para que ordenase lo que a todosconviniese.

Alonso de Carmona, en su cuaderno escritode mano, hace muy larga relación del viaje que

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estos españoles, y él con ellos, hicieron desde laprovincia del Cofachiqui hasta la de Coza, ycuenta las grandezas de la provincia de Coza yde las generosidades del señor de ella, ynombra muchos pueblos de los de aquelcamino, aunque no todos los que yo henombrado. Y de la estatura de Tascaluza diceque para gigante no le faltaba casi nada y queera muy bien agestado.

Y Juan Coles, hablando de este jayán, diceestas palabras: "Llegados que fuimos a laprovincia de este señor Tascaluza, nos salió depaz. Este era un hombre grande, que desde elpie a la rodilla tenía tanta canilla como otrohombre muy grande desde el pie a la cintura;tenía los ojos como de buey. De camino iba enun caballo, y el caballo no lo podía llevar.Vistiolo el adelantado de grana y diole unamuy hermosa capa de ella misma."

Y Alonso de Carmona, habiendo dicho elvestido de grana, añade estas palabras: "Alentrar el gobernador y Tascaluza en Mauvila,

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salieron los indios a recibirlos con bailes ydanzas por más disimular su traición, y lashacían los más principales. Y acabado aquelregocijo, salió otro baile de mujereshermosísimas a maravilla, porque, como tengodicho, son muy bien agestados aquellos indiosy asimismo las mujeres, en tanto grado quedespués, cuando nos salimos de la tierra yfuimos a parar a México, sacó el gobernadorMoscoso una india de esta provincia deMauvila, que era muy hermosa y muy gentilmujer, que podía competir en hermosura con lamás gentil de España que había en todoMéxico, y así, por su gran extremo, enviabanaquellas señoras de México a suplicar algobernador se la enviase, que la querían ver. Yél lo hacía con gran facilidad porque se holgabade que se la codiciasen muchos." Todas sonpalabras de Alonso de Carmona como élmismo las dice. Y huelgo de referir éstas ytodas las que en la historia van en nombre deestos dos soldados, testigos de vista, para que

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se vea cuán claro se muestran ambas relacionesy la nuestra ser todas de un paño.

Y poco más adelante dice Alonso deCarmona el aviso que decimos que GonzaloCuadrado Jaramillo (aunque no lo nombra) dioal gobernador Hernando de Soto. Y añade quele dijo cómo aquella mañana, y otras muchasantes, habían salido los indios a ensayarse alcampo con un parlamento que cada día leshacía un capitán antes de la escaramuza yejercicio militar.

El cacique Tascaluza (como queda dicho),luego que el gobernador y él entraron en elpueblo, se entró en una casa donde estaba suconsejo de guerra esperando para concluir ydeterminar el orden que habían de tener enmatar los españoles, porque de mucho atrástenía determinado aquel curaca matarlos en elpueblo Mauvila. Y para esto había juntado lagente de guerra que allí tenía, no solamente desus vasallos y súbditos, sino también de losvecinos y comarcanos, para que todos gozasen

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del triunfo y gloria de haber muerto loscastellanos y hubiesen su parte del despojo quellevaban, que con esta condición habían venidolos no vasallos.

Pues como Tascaluza se viese entre suscapitanes y con los más principales de suejército, les dijo que con brevedaddeterminasen el cómo harían aquel hecho, sidegollarían luego a los españoles que allí alpresente estaban en el pueblo, y en pos de ellosa los demás como fuesen viniendo, o siaguardarían a que llegasen todos, que, según sehallaban poderosos y bravos, esperabandegollarlos con tanta facilidad a todos juntoscomo divididos en tres tercios de vanguarda,batalla y retaguarda que el ejército traíacaminando, que lo determinasen luego porqueél no aguardaba sino la resolución de ellos.

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CAPÍTULO XXVIResuélvense los del consejo de Tascaluza dematar los españoles; cuéntase el principio dela batalla que tuvieron

Los capitanes del consejo estuvierondivididos en lo que Tascaluza les propuso, queunos dijeron que no aguardasen a que loscastellanos se juntasen porque no se lesdificultase la empresa, sino que luego matasenlos que allí tenían, y después los demás, comofuesen llegando. Otros más bravos dijeron queparecía género de cobardía y muestra de temor,y aun olía a traición, quererlos matar divididos,sino que, pues en valentía, destreza y ligerezales hacían la misma ventaja que en número, losdejasen juntar y de un golpe los degollasen atodos, que esto era de mayor honra y másconveniente a la grandeza de Tascaluza por serhazaña mayor.

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Los primeros capitanes replicaron diciendoque no era bien arriesgar que, juntándose todoslos españoles, se pusiesen en mayor defensa ymatasen algunos indios, que, por pocos quefuesen, pesaría más la pérdida de los pocosamigos que placería la muerte de todos susenemigos; que bastaba se consiguiese el fin quepretendían, que era degollarlos todos; que elcómo, sería mejor y más acertado cuanto más asalvo lo hiciesen.

Este último consejo prevaleció, que, aunqueel otro era más conforme a la soberbia ybravosidad de Tascaluza, él tenía tanto deseode ver degollados los españoles que cualquierdilación, por breve que fuese, le parecía larga. Yasí fue acordado que para poner en obra sudeterminación se tomase cualquier ocasión quese les ofreciese y, cuando no la hubiese, lohiciesen de hecho, que con enemigos no eramenester buscar causas para los matar.

Entretanto que en el consejo de Tascaluzase trataba de la muerte de los españoles, los

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criados del gobernador, que se habíanadelantado y dado prisa a su camino y sehabían alojado en una de las casas grandes quesalían a la plaza, tenían aderezado de almorzaro de comer, que todo se hacía junto, y le dijeronque su señoría comiese que era ya hora. Elgeneral envió un recaudo a Tascaluza con JuanOrtiz diciendo que viniese a almorzar, porquesiempre había comido con el gobernador. JuanOrtiz dio el recaudo a la puerta de la casadonde el curaca estaba, porque los indios no ledejaron entrar dentro. Los cuales, habiendollevado el recaudo, respondieron que luegosaldría su señor.

Habiendo pasado un buen espacio detiempo, volvió Juan Ortiz a repetir su recaudo ala puerta. Respondiéronle lo mismo. Dende abuen rato tornó a decir tercera vez: "Digan aTascaluza que salga, que el gobernador leespera con el manjar en la mesa." Entonces salióde la casa un indio, que debía ser el capitángeneral, y con una soberbia y altivez extraña

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habló diciendo: "Que están aquí estos ladrones,vagamundos, llamando a Tascaluza, mi señor,diciendo: "Salí, salí", hablando con tan pocomiramiento como si hablaran con otro comoellos. Por el Sol y por la Luna, que ya no hayquien sufra la desvergüenza de estos demonios,y será razón que por ellas mueran hoy hechospedazos y se dé fin a su maldad y tiranía."

Apenas había dicho estas palabras elcapitán, cuando otro indio que salió en pos deél le puso en las manos un arco y flechas paraque empezase la pelea. El indio general,echando sobre los hombros las vueltas de unamuy hermosa manta de martas que al cuellotraía abrochada, tomó el arco y, poniéndole unaflecha, encaró con ella para la tirar a una ruedade españoles que en la calle estaba.

El capitán Baltasar de Gallegos, que acertóa hallarse cerca a un lado de la puerta pordonde el indio salió, viendo su traición y la desu cacique, y que todo el pueblo en aquel puntolevantaba un gran alarido, echó mano a su

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espada y le dio una cuchillada por cima delhombro izquierdo que, como el indio notuviese armas defensivas, ni aun ropa de vestir,sino la manta, le abrió todo aquel cuarto, y conlas entrañas todas de fuera cayó luego muertosin que le hubiesen dado lugar a que soltase laflecha.

Cuando este indio salió de la casa a deciraquellas malas palabras que contra loscastellanos dijo, ya dejaba dada arma a losindios para la batalla, y así salieron de todas lascasas del pueblo, principalmente de las queestaban en derredor de la plaza, seis o siete milhombres de guerra, y con tanto ímpetu ydenuedo arremetieron con los pocos españolesque descuidados estaban en la calle principal,por donde habían entrado, que de vuelo, conmucha facilidad, sin dejarles poner los pies entierra, como dicen, los llevaron hasta echarlospor la puerta afuera y más de doscientos pasosen el campo. Tan feroz y brava fue lainundación de los indios que salieron sobre los

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españoles, aunque es verdad que en todo aquelespacio no hubo español alguno que volvieselas espaldas al enemigo, antes pelearon contodo buen ánimo, valor y esfuerzodefendiéndose y retirándose para atrás, porqueno fue posible hacer pie y resistir al ímpetucruel y soberbio con que los indios salieron delas casas y del pueblo.

Entre los primeros indios que salieron de lacasa de donde salió el indio capitán, salió unmozo gentil hombre de hasta diez y ocho años.El cual, poniendo los ojos en Baltasar deGallegos, le tiró con gran furia y presteza seis osiete flechas, y, aunque le quedaban más,viendo que con aquéllas no lo había muerto oherido, porque el español estaba bien armado,tomó el arco con ambas manos y cerrando conél, que lo tenía cerca, le dio sobre la cabeza treso cuatro golpes con tanta velocidad y fuerzaque le hizo reventar la sangre debajo de lacelada y correr por la frente. Baltasar deGallegos, viéndose tan malparado, a toda prisa,

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por no darle lugar a que lo tratase peor, le diodos estocadas por los pechos de que cayómuerto el enemigo.

Entendiose por conjeturas que este indiomozo fuese hijo de aquel capitán que fue elprimero que salió a la batalla y que, con deseode vengar la muerte del padre, hubiese peleadocon Baltasar de Gallegos con tanto coraje ydeseo de matarle como el que mostró. Empero,bien mirado, todos peleaban con la mismaansia de matar o herir a los españoles.

Los soldados que eran de a caballo, que,como dijimos, tenían fuera de la cerca delpueblo atados los caballos, viendo el ímpetu yfuror con que los indios los acometían, salierondel pueblo corriendo a tomar sus caballos. Losque se dieron mejor maña y pusieron másdiligencia pudieron subir en ellos. Otros, queentendieron que no fuera tan grande la avenidade los enemigos ni les dieran tanta prisa comoles dieron, no pudiendo subir en los caballos, secontentaron con soltarlos cortando las riendas o

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cabestros para que pudiesen huir y no losflechasen los indios. Otros más desgraciados,que ni tuvieron lugar de subir en los caballos niaun de cortar los cabestros, se los dejaronatados, donde los enemigos los flecharon congrandísimo contento y regocijo. Y como eranmuchos, los medios acudieron a pelear con loscastellanos y los medios se ocuparon en matarlos caballos que hallaron atados y en recogertodo el carruaje y hacienda de los cristianos,que toda había llegado ya entonces y estabaarrimada a la cerca del pueblo y tendida poraquel llano esperando alojamiento. Toda lahubieron los enemigos en su poder, que no seles escapó cosa alguna de ella si no fue lahacienda del capitán Andrés de Vasconcelos,que aún no había llegado.

Los indios la metieron toda en sus casas ydejaron a los españoles despojados de cuantollevaban, que no les quedó sino lo que sobresus personas traían y las vidas que poseían, porlas cuales peleaban con todo el buen ánimo y

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esfuerzo que en tan gran necesidad eramenester, aunque estaban desusados de lasarmas por la mucha paz que desde Apalachehasta allí habían traído y descuidados de pelearaquel día por la amistad fingida que Tascaluzales había hecho, mas lo uno ni lo otro fue partepara que dejasen de hacer el deber.

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CAPÍTULO XXVIIDo se cuentan los sucesos de la batalla deMauvila hasta el primer tercio de ella

Los pocos caballeros que pudieron subir ensus caballos, de los que salieron del pueblo, conotros pocos que habían llegado de camino,descuidados de hallar batalla tan cruel,juntándose todos arremetieron a resistir elímpetu y furia con que los indios perseguían alos españoles que peleaban a pie, los cuales, pormucho que se esforzaban, no podían hacer quelos indios no los llevasen retirando por el llanoadelante hasta que vieron arremeter loscaballos contra ellos. Entonces se detuvieronalgún tanto y dieron lugar a que los nuestros serecogiesen, y hechos dos cuadrillas, una deinfantes y otra de caballos, arremetieron a elloscon tanto coraje y vergüenza de la afrentapasada que no pararon hasta volverlos aencerrar en el pueblo. Y, queriendo entrar

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dentro, fue tanta la flecha y piedra que de lacerca y de sus troneras llovió sobre ellos, queles convino apartarse de ella.

Los indios, viéndolos retirar, salieron con elmismo ímpetu que la primera vez. Unos por lapuerta y otros derribándose por la cerca abajo,cerraron con los nuestros temerariamente hastaasirse de las lanzas de los caballeros y, mal queles pesó, los llevaron retirando más dedoscientos pasos lejos de la cerca.

Los españoles, como se ha dicho, seretiraban sin volver las espaldas peleando contodo concierto y buena orden, porque en ellaconsistía la salud de ellos, que eran pocos, yfaltaban los más que habían quedado en laretaguardia, la cual aún no había llegado.

Luego cargaron los nuestros sobre losenemigos y los retiraron hasta el pueblo, masde la cerca les hacían grande ofensa, por lo cualvinieron a entender que les estaba mejor pelearen el llano, lejos del pueblo, que cerca de él. Yasí, de allí en adelante, cuando se retiraban, se

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retiraban de industria más tierra de la que losindios les forzaban a perder por alejarlos delpueblo para que en la retirada de ellos tuviesenlos caballeros más campo y lugar dondepoderlos alancear. De esta suerte, acometiendoy retirándose ya los unos, ya los otros, amanera de juego de cañas, aunque en batallamuy cruel y sangrienta, y otras veces a piequedo, pelearon indios y españoles tres horasde tiempo con muertes y heridas que unos aotros se daban rabiosamente.

En estas acometidas y retiradas que así sehacían andaba a caballo a las espaldas de losespañoles y a vueltas de ellos un frailedominico llamado fray Juan de Gallegos,hermano del capitán Baltasar de Gallegos, noque pelease, sino que deseaba dar el caballo alhermano, y con este deseo daba voces diciendoque saliese a subir en el caballo.

El capitán, que nunca había perdido ser delos primeros como al principio de la batalla lehabía cabido en suerte, no curó de responder al

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hermano, porque no se permitía, ni a sureputación y honra convenía, dejar el puestoque traía. En estas entradas y salidas que elbuen fraile con ansia de socorrer con el caballoal hermano hacía, a una arremetida que losindios hicieron, uno de ellos puso los ojos en ély, aunque andaba lejos, le tiró una flecha altiempo que el fraile acertaba a volver lasriendas huyendo de ellos y le dio con ella en lasespaldas y le hirió, aunque poco, porque traíapuestas sus dos capillas y toda la demás ropaque en su religión usan traer, que es mucha, yencima de toda ella traía un gran sombrero defieltro que, asido de un cordón al cuello, pendíasobre las espaldas. Por toda esta defensa no fuemortal la herida, que el indio de buena gana lehabía tirado la flecha. El fraile quedóescarmentado y se hizo a lo largo con temor nole tirasen más.

Muchas heridas y muertes hubo en estaporfiada batalla, mas la que mayor lástima ydolor causó a los españoles, así por la desdicha

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con que sucedió como por la persona en quiencayó, fue la de don Carlos Enríquez, caballeronatural de Jerez de Badajoz, casado con unasobrina del gobernador, y, por su mucha virtudy afabilidad, querido y amado de todos, dequien otra vez hemos hecho mención. Estecaballero, desde el principio de la batalla, entodas las arremetidas y retiradas había peleadocomo muy valiente caballero y, habiendosacado de la última retirada herido el caballo deuna flecha, la cual traía hincada por un lado delpecho encima del pretal, para habérsela desacar, pasó la lanza de la mano derecha a laizquierda y, asiendo de la flecha, tiró de ellatendiendo el cuerpo a la larga por el cuello delcaballo adelante y, haciendo fuerza, torció unpoco la cabeza sobre el hombro izquierdo demanera que descubrió en tan mala vez lagarganta. A este punto cayó una flechadesmandada con un arpón de pedernal y acertóa darle en lo poco de la garganta que teníadescubierta y desarmada, que todo lo demás

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del cuerpo estaba muy bien armado, y se lacortó de manera que el pobre caballero cayóluego del caballo abajo degollado, aunque nomurió hasta otro día.

Con semejantes sucesos propios de lasbatallas peleaban indios y castellanos conmucha mortandad de ambas partes, aunquepor no traer armas defensivas era mayor la delos indios. Los cuales habiendo peleado más detres horas en el llano, reconociendo que les ibamal con pelear en el campo raso por el dañoque los caballos les hacían, acordaron retirarsetodos al pueblo y cerrar las puertas y ponerseen la muralla. Así lo hicieron, habiéndoseapellidado unos a otros para recogerse de todaspartes.

El gobernador, viendo los indiosencerrados, mandó que todos los de a caballo,por ser gente más bien armada que los infantes,se apeasen, y, tomando rodelas para su defensay hachas para romper las puertas, que los másde ellos las traían consigo, acometiesen al

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pueblo y como valientes españoles hiciesen loque pudiesen por ganarlo.

Luego, en un punto, se formó un escuadrónde doscientos caballeros que arremetieron conla puerta y a golpe de hacha la rompieron yentraron por ella no con poco mal de ellos.

Otros españoles, no pudiendo entrar por lapuerta por ser angosta, por no detenerse en elcampo y perder tiempo de pelear, daban conlas hachas grandes golpes en la cerca yderribaban la mezcla de barro y paja que porcima tenía y descubrían las vigas atravesadas ylas ataduras con que estaban atadas, y por ellas,ayudándose unos a otros, subían sobre la cercay entraban en el pueblo en socorro de los suyos.

Los indios, viendo los castellanos dentro enel pueblo, que ellos tenían por inexpugnable, yque lo iban ganando, peleaban con ánimo dedesesperados así en las calles como de lasazoteas que había, de donde hacían muchodaño a los cristianos. Los cuales, pordefenderse de los que peleaban de los terrados,

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y por asegurarse de que no les ofendiesen porlas espaldas, y también porque los indios no lesvolviesen a ganar las casas que ellos ibanganando, acordaron pegarles fuego. Así lopusieron por la obra y, como ellas fuesen depaja, en un punto se levantó grandísima llamay humo que ayudó a la mucha sangre, heridasy mortandad que en un pueblo tan pequeñohabía.

Los indios, luego que se encerraron en elpueblo, acudieron muchos de ellos a la casa quese había señalado para el servicio y recámaradel gobernador, la cual no habían acometidohasta entonces por parecerles que la teníansegura. Entonces fueron con mucho denuedo agozar de los despojos de ella. Mas en la casahallaron buena defensa, porque había dentrotres ballesteros y cinco alabarderos de los de laguarda del gobernador, que solían acompañarsu recámara y servicio, y un indio de losprimeros que en aquella tierra habían preso, elcual era ya amigo y fiel criado y, como tal, traía

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su arco y flechas para cuando fuese necesariopelear contra los de su misma nación en favor yservicio de la ajena. Acertaron a hallarseasimismo en la casa dos sacerdotes, un clérigo yun fraile y dos esclavos del gobernador. Todaesta gente se puso en defensa de la casa: lossacerdotes con sus oraciones y los seglares conlas armas. Y pelearon tan animosamente que nopudieron los enemigos ganarles la puerta, loscuales acordaron entrarles por el techo, y así loabrieron por tres o cuatro partes. Mas losballesteros y el indio flechero lo hicieron tanbien que a todos los que se atrevieron a entrarpor lo destechado, en viéndolos asomar, losderribaron muertos o mal heridos. En estaanimosa defensa estaban pocos españolescuando el general y sus capitanes y soldadosllegaron peleando a la puerta de la casa yretiraron de ella los enemigos, con lo cualquedaron libres los de la casa, y se salieron yfueron al campo dando gracias a Dios que loshubiese librado de tanto peligro.

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CAPÍTULO XXVIIIQue prosigue la batalla de Mauvila hasta elsegundo tercio de ella

Cuando pasó lo que en el capítuloprecedente contamos, ya había más de cuatrohoras que sin cesar peleaban los indios ycastellanos matándose unos a otroscruelísimamente, porque los indios parecía quecuanto más daño recibían tanto más seobstinaban y desesperaban de la vida y, enlugar de rendirse, peleaban con mayor ansiapor matar los españoles, y ellos, viendopertinacia, porfía y rabia de los indios, losherían y mataban sin piedad alguna.

El gobernador, que había peleado todas lascuatro horas a pie delante de los suyos, se saliódel pueblo y, subiendo en un caballo para conél acrecentar el temor a los enemigos y el ánimoy esfuerzo a los suyos, y acompañado del buenNuño Tovar, que también venía a caballo,

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volvió a entrar en el pueblo, y amboscaballeros, apellidando el nombre de NuestraSeñora y del Apóstol Santiago, y dandograndes voces a los suyos que les hiciesenlugar, pasaron rompiendo del un cabo al otrodel escuadrón de los enemigos que en la calleprincipal y en la plaza peleaban, y revolvieronsobre ellos alanceándolos a una mano y a otracomo valientes diestros caballeros que eran.

En estas vueltas y revueltas, al tiempo queel gobernador se enastaba sobre los estribospara dar una lanzada a un indio, otro que sehalló a sus espaldas le tiró una flecha por cimadel arzón trasero y le acertó en lo poco que elgeneral descubrió desarmado entre el arzón ylas coracinas y, aunque tenía cota de malla, sela rompió la flecha y le entró una sexma de ellapor la asentadura izquierda y el buen general,así por no dar a entender que estaba heridoporque los suyos no se estorbasen por su heridacomo porque con la prisa de pelear no tuvolugar de quitarse la flecha, peleó con ella todo

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lo que la batalla después duró, que fueron casicinco horas, sin poder asentarse sobre la silla,que no fue poca prueba de la valentía de estecapitán y de la destreza que en la silla jinetatenía.

A Nuño Tovar dieron otro flechazo en lalanza que, con ser delgada, la atravesaron pormedio junto a la mano y el asta de la lanza semostró tan fina que no se hendió, antes parecióque la flecha había sido un taladro quesutilmente la había barrenado y así, despuéscortada la flecha por ambas partes, sirvió lalanza como antes. Cuéntase este tiro, aunque detan poca importancia, porque raras vecesacaecen semejantes tiros, y también porque enél se vea lo que muchas veces hemos dicho dela ferocidad y destreza que en sus arcos yflechas los indios de la Florida tienen.

Estos dos caballeros, aunque pelearon todoel día y rompieron muchas veces losescuadrones que a cada paso los indiosformaban y rehacían, y entraron en los trances

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más peligrosos de esta batalla, no sacaron másheridas de las que hemos dicho, que no fuepoca ventura.

El fuego que se puso a las casas ibacreciendo por momentos y hacía mucho dañoen los indios porque, como eran muchos y nopodían pelear todos en las calles y plaza porqueno cabían en ellas, peleaban de los terrados yazoteas y allí los cogía el fuego y los quemaba oles forzaba a que, huyendo de él, se despeñasende los terrados abajo.

No hacía menos daño en las casas quetomaba por la puerta que, como se ha dicho,eran salas grandes con no más de una puerta, y,como el fuego la ocupaba, los que estabandentro, no pudiendo salir fuera, se quemaban yahogaban con el fuego y con el humo, y de estamanera perecieron muchas mujeres queestaban encerradas en las casas.

En las calles no era menos perjudicial elfuego porque con el viento unas veces cargabala llama y el humo sobre los indios y les cegaba

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la vista y ayudaba a que los españoles losllevasen de arrancada sin poderles resistir.Otras veces volvía en favor de los indios contralos cristianos y hacía que volviesen a ganarcuanto de la calle habían perdido. Así andaba elfuego favoreciendo ya a los unos, ya a los otros,con que hacía crecer la mortandad de la batalla.

Con la crueldad y rabia que se ha visto sesustentó la pelea de ambas partes hasta lascuatro de la tarde, habiendo pasado siete horasde tiempo que peleaban sin cesar. A esta hora,viendo los indios los muchos que de los suyoshabían muerto a fuego y hierro y que, por faltarquien pelease, enflaquecían sus fuerzas ycrecían las de los castellanos, apellidaron lasmujeres y les mandaron que, tomando armasde las muchas que por las calles había caídas,hiciesen por vengar la muerte de los suyos y,cuando no los pudiesen vengar, a lo menoshiciesen como todos: muriesen antes que seresclavos de los españoles.

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Cuando les mandaron esto a las mujeres yamuchas de ellas había buen rato quevalerosamente andaban peleando entre susmaridos; mas con el nuevo mandato no quedóalguna que no saliese a la batalla tomando lasarmas que por el suelo hallaban, que asaz habíade ellas. Hubieron a las manos muchasespadas, partesanas y lanzas de las que losespañoles habían perdido y las convirtieroncontra sus dueños, hiriéndoles con sus mismasarmas. También tomaban arcos y flechas, y nolas tiraban con menos destreza y ferocidad quesus maridos, y se ponían delante de ellos apelear, y determinadamente se ofrecían a lamuerte con más temeridad que los varones, ycon toda rabia y despecho se metían por lasarmas de los enemigos, mostrando bien que ladesesperación y ánimo de las mujeres, en loque han determinado hacer, es mayor y másdesenfrenado que el de los hombres. Emperolos españoles, viendo que aquello hacían lasindias con deseo más de morir que de vencer,

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se abstenían de las herir y matar, y tambiénmiraban que eran mujeres.

Entretanto que duraba esta larga y porfiadabatalla, las trompetas, pífaros y atambores nocesaban de tocar arma con grande instanciapara que los españoles que habían quedado enla retaguardia se diesen prisa a venir al socorrode los suyos.

El maese de campo y los que con él venían,caminaban derramados por el campo cazandoy habiendo placer, descuidados de lo quepasaba en Mauvila. Pues, como sintiesen elruido de los instrumentos militares y la grita yvocería que dentro y fuera del pueblo andaba, yviesen el mucho humo que por delante se lesdescubría, sospechando lo que podía ser,dieron arma de mano en mano hasta losúltimos y todos caminaron a toda prisa yllegaron al postrer cuarto de la batalla.

Entre éstos venía el capitán Diego de Soto,sobrino del gobernador y cuñado de don CarlosEnríquez, cuya desgracia contamos atrás. El

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cual, como supiese el suceso del cuñado, aquien amaba tiernamente, sintiendo el dolor detanta pérdida, con deseo de la vengar se arrojódel caballo abajo y, tomando una rodela y laespada en la mano, entró en el pueblo y llegódonde la batalla andaba más feroz y cruel, queera en la calle principal, aunque es verdad queen todas las otras no faltaba sangre, fuego ymortandad, que todo el pueblo estaba lleno defiera pelea.

En aquel lugar, y a las cuatro de la tarde,entró Diego de Soto en la batalla más a imitaren la desdicha de su cuñado que a vengar sumuerte, que no era tiempo de propiasvenganzas sino de la ira de la fortuna militar, lacual parece que, con hastío de haberles dadotanta paz en tierra de tan crueles enemigos,había querido darles en un día toda junta laguerra que en un año podían haber tenido, yquizá no les hubiera sido tan cruel como la desólo este día, según veremos adelante que, parabatalla de indios y españoles, pocas o ninguna

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ha habido en el nuevo mundo que igualase aésta así en la obstinada porfía del pelear comoen el espacio de tiempo que duró, si no fue ladel confiado Pedro de Valdivia, quecontaremos en la historia del Perú, si Dios sesirve de darnos algunos días de vida.

Pues como decíamos, el capitán Diego deSoto llegó a lo más recio de la batalla y, apenashubo entrado en ella, cuando le dieron unflechazo por un ojo que le salió al colodrillo, deque cayó luego en tierra, y sin habla estuvoagonizando hasta otro día, que murió sin quehubiesen podido quitarle la flecha. Esta fue lavenganza que hizo a su pariente don Carlospara mayor dolor y pérdida del general y detodo el ejército, porque eran dos caballeros quedignamente merecían ser sobrinos de tal tío.

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CAPÍTULO XXIXCuenta el fin de la batalla de Mauvila y cuánmal parados quedaron los españoles

No fue menos sangrienta la batalla quehubo en el campo, para lo cual se habíalimpiado y rozado hasta arrancar las hierbas yraíces, porque los indios, habiéndose encerradoen el pueblo para defenderse en él yreconociendo que por ser muchos se estorbabanunos a otros en la pelea y que, por ser el lugarestrecho, no podían aprovecharse de suligereza, acordaron muchos de ellos salir alcampo descolgándose por las cercas abajo,donde pelearon con todo buen ánimo yesfuerzo y deseo de vencer. Mas en pocotiempo reconocieron que el consejo les salía amal, porque, si ellos les hacían ventaja con suligereza a los españoles de a pie, los de acaballo les eran superiores y los alanceaban enel campo a toda su voluntad sin que pudiesen

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defenderse, porque estos indios no usan depicas (aunque las tienen), que son la defensacontra los caballos, porque no tienensufrimiento para esperar que el enemigo lleguea golpe de pica, sino que quieren tenerloasaetado y lleno de flechas antes que llegue aellos con buen trecho, y ésta es la causaprincipal porque usan más del arco y flechasque de otra arma alguna, y así murieron muymuchos en el campo mal aconsejados de suferocidad y vana presunción. Los españoles dela retaguardia, caballeros e infantes, llegaron ytodos arremetieron a los indios que en el campoandaban peleando y, después de haberbatallado gran espacio de tiempo, con muchasmuertes y heridas que recibieron, que, aunquellegaron tarde, les cupo muy buena parte deellas, como vimos en Diego de Soto y prestoveremos en los demás, los desbarataron ymataron los más de ellos. Algunos se escaparoncon la huida.

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En este tiempo, que era ya cerca de ponerseel sol, todavía sonaba la grita y vocería de losque peleaban en el pueblo. Al socorro de lossuyos entraron muchos de a caballo; otrosquedaron fuera para lo que fuese menester.Hasta entonces, por la estrechura del sitio,ninguno de a caballo había peleado dentro en elpueblo, sino el general y Nuño Tovar.Entrando, pues, ahora muchos caballeros sedividieron por las calles, que en todas ellashabía que hacer, y, rompiendo los indios que enellas peleaban, los mataron.

Diez o doce caballeros entraron por la calleprincipal, donde la batalla era más feroz ysangrienta y donde todavía estaba unescuadrón de indios e indias que peleaban contoda desesperación, que ya no pretendían másque morir peleando. Contra éstos arremetieronlos de a caballo y, tomándolos por las espaldas,los rompieron con más facilidad y pasaron porellos con tanta furia que a vueltas de los indiosderribaron muchos españoles que pie a pie

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peleaban con los enemigos, los cuales murierontodos, que ninguno quiso rendirse ni dar lasarmas sino morir con ellas peleando comobuenos soldados.

Este fue el postrer encuentro de la batallacon que acabaron de vencer los españoles altiempo que el sol se ponía, habiéndose peleadode ambas partes nueve horas de tiempo sincesar, y fue día del bienaventurado San LucasEvangelista, año de mil y quinientos y cuarenta,y este mismo día, aunque muchos añosdespués, se escribió la relación de ella.

Al mismo punto que la batalla se acabó, unindio de los que en el pueblo habían peleado,embebecido de su pelea y coraje, no habíamirado lo que se había hecho de los suyos,hasta que volviendo en sí, los vio todosmuertos. Pues como se hallase solo, ya que nopodía vencer, quiso salvar la vida huyendo.Con este deseo arremetió a la cerca y conmucha ligereza subió por encima para irse porel campo. Empero, viendo los castellanos de a

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pie y de a caballo que en él había, y lamortandad hecha, y que no podía escapar,quiso antes matarse que no darse a prisión, yquitando con toda presteza la cuerda del arco,la echó a una rama de un árbol, que entre lospalos hincados de la cerca vivía en su ser, que,por venirles a cuenta, yendo cercando elpueblo, lo habían dejado así los indios. Y nosolamente había este árbol vivo en la cerca sinootros muchos semejantes, que de industria loshabían dejado, los cuales hermoseabangrandemente la cerca.

Atado, pues, el cabo de la cuerda a unarama del árbol y el otro a su cuello, se dejó caerde la cerca abajo con tanta presteza que,aunque algunos españoles desearon socorrerloporque no muriese, no pudieron llegar atiempo. Así quedó el indio ahorcado de supropia mano, dejando admiración de su hechoy certidumbre de su deseo, que quien ahorcó así propio mejor ahorcara a los castellanos, sipudiera. Donde se puede bien conjeturar la

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temeridad y desesperación con que todos ellospelearon, pues uno que quedó vivo se mató élmismo.

Acabada la batalla, el gobernadorHernando de Soto, aunque salió mal herido,tuvo cuidado de mandar que los españolesmuertos se recogiesen para los enterrar otro díay los heridos se curasen, y para los curar habíatanta falta de lo necesario que murieronmuchos de ellos antes de ser curados, porque sehalló por cuenta que hubo mil y setecientas ysetenta y tantas heridas de cura, y llamabanheridas de cura a las que eran peligrosas y queera forzoso que las curase el cirujano, comoeran las penetrantes a lo hueco, o cascoquebrado en la cabeza, o flechazo en el codo,rodilla o tobillo, de que se temiese que el heridohabía de quedar cojo o manco.

De estas heridas se halló el número quehemos dicho, que de las que pasaban lapantorrilla de una parte a otra, o el muslo, o lasasentaduras, o el brazo por la tabla o por el

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molledo, aunque fuese con lanza, ni de lascuchilladas o estocadas que no eran peligrosasde muerte, no hacían caso de ellas para que lascurase el cirujano, sino que los mismos heridosse curaban unos a otros, aunque fuesencapitanes ni oficiales de la Hacienda Real. Delas cuales heridas hubo casi infinito número,porque apenas quedó hombre que no salieseherido y los más sacaron a cinco y a seisheridas, y muchos salieron con diez y con doce.

Habiendo contado (aunque mal) el sucesode la sangrienta batalla de Mauvila y elvencimiento que los nuestros hubieron de ella,de la cual escaparon con tantas heridas comohemos dicho, tengo necesidad de remitirme enlo que de este capítulo resta a la consideraciónde los que lo leyesen para que, con imaginarlo,suplan lo que yo en este lugar no puedo decircumplidamente acerca de la aflicción y extremanecesidad que estos españoles tuvieron detodas las cosas necesarias para poderse curar yremediar las vidas, que, aun para gente sana y

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descansada, era mucha falta, como luegoveremos, cuánto más para hombres que sinparar habían peleado nueve horas de reloj yhabían salido con tantas y crueles heridas. Yquiero valerme de este remedio porque, demásde mi poco caudal, es imposible que cosas tangrandes se puedan escribir bastantemente nipintarlas como ellas pasaron.

Por tanto, es de considerar, cuanto a loprimero, que, si para curar tanta multitud deheridas acudían a los cirujanos, no había entodo el ejército más de uno, y ése no tan hábil ydiligente como fuera menester, antes torpe ycasi inútil. Pues, si pedían medicinas, no lashabía, porque esas pocas que llevaban con elaceite de comer, que días había lo habíanreservado para semejantes necesidades, y lasvendas e hilas que siempre traían apercibidas, ytoda la demás ropa de lino, de sábanas ycamisas de que pudieran aprovecharse parahacer vendas e hilas, con la demás ropa devestir que llevaban, toda como atrás dijimos, la

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habían metido los indios en el pueblo, y elfuego que los mismos españoles encendieron lahabía consumido. Pues si querían comer algo,no había qué, porque el fuego había quemadoel bastimento que los castellanos habían traídoy el que los indios tenían en sus casas, de lascuales no había quedado tan sola una en pie,que todas se habían abrasado.

En esta necesidad se vieron nuestrosespañoles sin médicos ni medicinas, sin vendasni hilas, sin comida ni ropa con que abrigarse,sin casas ni aun chozas en que meterse parahuir del frío y sereno de la noche, que de todosocorro los dejó despojados la desventura deaquel día. Y, aunque quisieran ir a buscaralguna cosa para su remedio, les estorbaba laoscuridad de la noche, y el no saber dóndehallarla, y el verse todos tan heridos ydesangrados que los más de ellos no podíantenerse en pie. Sólo tenían abundancia desuspiros y gemidos que el dolor de las heridas

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y el mal remedio de ellas les sacaban de lasentrañas.

En lo interior de sus corazones, y a vocesaltas, llamaban a Dios los amparase ysocorriese en aquella aflicción y, Nuestro Señor,como padre piadoso, les socorrió con darles enaquel trabajo un ánimo invencible, cual siemprelo tuvo la nación española sobre todas lasnaciones del mundo para valerse en susmayores necesidades, como éstos se valieron enla presente, según veremos en el capítulovenidero.

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CAPÍTULO XXXLas diligencias que los españoles en socorrode sí mismos hicieron y de dos casos extrañosque sucedieron en la batalla

Viéndose nuestros españoles en lanecesidad, trabajo y aflicción que hemos dicho,considerando que no tenían otro socorro que elde su propio ánimo y esfuerzo, lo cobraron talque luego con gran diligencia acudieron losmenos heridos al socorro de los más heridos,unos procurando lugar abrigado dondeponerlos, para lo cual acudieron a las ramadasy grandes chozas que los indios tenían hechosfuera del pueblo para alojamiento de losespañoles. De las ramadas hicieron algunoscobertizos arrimados a las paredes que habíanquedado en pie. Otros se ocuparon en abririndios muertos y sacar el unto para que sirviesede ungüentos y aceites para curar las heridas.

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Otros trajeron paja sobre que se echasen losenfermos.

Otros desnudaban las camisas a loscompañeros muertos y se quitaban las suyaspropias para hacer de ellas vendas e hilas, delas cuales, las que eran hechas de ropa de lino,se reservaron para curar no a todos sinosolamente a los que estaban heridos de heridasmás peligrosas, que los demás de heridas nopeligrosas se curaban con hilas y vendas no detanto regalo sino hechas del sayo o del aforrode las calzas, o de otras cosas semejantes quepudiesen haber.

Otros trabajaron en desollar los caballosmuertos y en conservar y guardar la carne deellos para darla a los más heridos en lugar depollos y gallinas, que no había otra cosa conque los regalar.

Otros, con todo el trabajo que tenían, sepusieron a hacer guarda y centinela para que, silos enemigos viniesen, no les hallasen

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desapercibidos, aunque poquísimos de ellosestaban para poder tomar las armas.

De esta manera se socorrieron aquellanoche unos a otros, esforzándose todos a pasarcon buen ánimo el trabajo en que la malafortuna les había puesto.

Tardaron cuatro días en curar las heridasque llamaron peligrosas, porque como no habíamás que un cirujano, y ése no muy liberal, no sepudo dar más recaudo a ellas. En este tiempomurieron trece españoles por no habersepodido curar. En la batalla fallecieron cuarentay siete, de los cuales fueron muertos los diez yocho de heridas de flechas por los ojos o por laboca, que los indios, sintiéndolos armados loscuerpos, les tiraban al rostro.

Sin los que murieron antes de ser curados yen la batalla, perecieron después otrosveintidós cristianos por el mal recaudo de curasy médicos. De manera que podemos decir quemurieron en esta batalla de Mauvila ochenta ydos españoles.

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A esta pérdida se añadió la de cuarenta ycinco caballos que los indios mataron en labatalla, que no fueron menos llorados yplañidos que los mismos compañeros, porqueveían que en ellos consistía la mayor fuerza desu ejército.

De todas estas pérdidas, aunque tangrandes, ninguna sintieron tanto como la dedon Carlos Enríquez, porque en los trabajos yafanes, por su mucha virtud y buena condición,era regalo y alivio del gobernador, como lo sonde sus padres los buenos hijos. Para loscapitanes y soldados era socorro en susnecesidades y amparo en sus descuidos y faltas,y paz y concordia en sus pasiones y discordiasparticulares, poniéndose entre ellos a losapaciguar y conformar. Y no solamente hacíaesto entre los capitanes y soldados, mastambién les servía de intercesor y padrino paracon el general, para alcanzarles su perdón ygracia en los delitos que hacían, y el mismogobernador, cuando en el ejército se ofrecía

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alguna pesadumbre entre personas graves, laremitía a don Carlos para que con su muchaafabilidad y buena maña la apaciguase yallanase.

En estas cosas y otras semejantes, demás dehacer cumplidamente el oficio de buen soldado,se ocupaba este de veras caballero favoreciendoy socorriendo con obras y palabras a los que lehabían menester. De los cuales hechos debenpreciarse los que se precian de apellido decaballero e hijohidalgo, porqueverdaderamente suenan mal estos nombres sinla compañía de las tales obras, porque ellas sonsu propia esencia, origen y principio, de dondela verdadera nobleza nació y con la que ella sesustenta, y no puede haber nobleza donde nohay virtud.

Entre otros casos extraños que en estabatalla acaecieron, contaremos dos que fueronmás notables. El uno fue que en la primeraarremetida que los indios hicieron contra loscastellanos, cuando con aquella furia no

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pensada y mal encarecida con que losacometieron y echaron del pueblo y losllevaron retirando por el campo, salió huyendoun español natural de una aldea de Badajoz,hombre plebeyo, muy material y rústico, cuyonombre se ha ido de la memoria. Sólo éste huyóentonces a espaldas vueltas. Yendo, pues, yafuera de peligro (aunque a su parecer no lodebía de estar), dio una gran caída de la cualentonces se levantó, mas dende a poco se cayómuerto sin herida ni señal de golpe alguno quele hubiesen dado. Todos los españoles dijeronque de asombro y de cobardía se había muerto,porque no hallaban otra causa.

El otro caso fue en contrario, que unsoldado portugués llamado Men Rodríguez,hombre noble natural de la ciudad de Yelves,de la compañía de Andrés de Vasconcelos deSilva, soldado que había sido en África en lasfronteras del reino de Portugal, peleó todo eldía a caballo como muy valiente soldado queera e hizo en la batalla cosas dignas de

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memoria y, a la noche, acabada la pelea, seapeó y quedó como si fuera una estatua depalo, y sin más hablar ni comer ni beber nidormir, pasados tres días, falleció de esta vidasin herida ni señal de golpe que le hubiesecausado la muerte. Debió ser que se desalentócon el mucho pelear. Por lo cual, en opósito delpasado, decían que este buen fidalgo habíamuerto de valiente y animoso por haberpeleado y trabajado excesivamente.

Todo lo que en común y en particularhemos dicho de esta gran batalla de Mauvilaasí del tiempo que duró, que fueron nuevehoras, como de los sucesos que en ella hubo, losrefiere en su relación Alonso de Carmona, ycuenta la herida del gobernador y el flechazode lanza de Nuño Tovar, y dice que se ladejaron hecha cruz. Cuenta la muertedesgraciada de don Carlos Enríquez y la delcapitán Diego de Soto, su cuñado, y añade queel mismo Carmona le puso una rodilla sobre lospechos y otra sobre la frente y que probó a tirar

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con ambas manos de la flecha que teníahincada por el ojo, y que no pudo arrancarla.También dice las necesidades y trabajos quetodos padecieron en común. Y Juan Coles,aunque no tan largamente como Alonso deCarmona, dice lo mismo, y particularmenterefiere el número de las heridas de cura quenosostros decimos. Y ambos dicen igualmentelos españoles y caballos que murieron en estabatalla, que como fue tan reñida les quedaronbien en la memoria los sucesos de ella.

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CAPÍTULO XXXIDel número de los indios que en la batalla deMauvila murieron

El número de los indios que en esterompimiento perecieron a hierro y a fuego seentendió que pasó de once mil personas,porque alderredor del pueblo quedarontendidos más de dos mil y quinientos hombres,y entre ellos hallaron a Tascaluza el mozo, hijodel cacique. Dentro del pueblo murieron ahierro más de tres mil indios, que las calles nose podían andar de cuerpos muertos. El fuegoconsumió en las casas más de tres mil yquinientas ánimas, porque en sola una casa sequemaron mil personas, que el fuego tomó porla puerta y los ahogó y quemó dentro sindejarlos salir fuera, que era compasión ver cuállos dejó, y los más de éstos era mujeres.

Cuatro leguas en circuito, en los montes,arroyos y quebradas, no hallaban los españoles,

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yendo a correr la tierra, sino indios muertos yheridos en número de dos mil personas, que nohabían podido llegar a sus casas, que eralástima hallarlos aullando por los montes sinremedio alguno.

De Tascaluza, cuya fue toda esta malahacienda, no se supo qué se hubiese hecho,porque unos indios decían que había escapadohuyendo y otros que se había quemado, y estofue lo que se tuvo por más cierto y lo que élmejor merecía. Porque, según después seaveriguó, desde el primer día que tuvo noticiade los castellanos y supo que habían de ir a sutierra, había determinado de los matar en ella, ycon este acuerdo había enviado al hijo a recibiral gobernador al pueblo Talise (como atrásqueda dicho), para que él y los que con élfuesen, a título de servir al gobernador y a suejército, sirviesen de espías y notasen cómo sehabían los españoles de noche y de día en sumilicia para, conforme al recato o descuido deellos, ordenar la traición que pensaba hacerles

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para los matar. También se halló que,habiéndose quejado a Tascaluza los indios delpueblo Talise, de quien dijimos que eran malobedientes a su curaca, de que su señor leshubiese mandado dar a los españoles ciertonúmero de indios e indias que el gobernadorhabía pedido y doliéndose con él de su cacique,que sin entender al bien de los suyos propios,los entregaba a los extraños y no conocidospara que se los llevasen por esclavos. Tascaluzales había dicho: "No tengáis pena de entregarlos indios e indias que vuestro cacique osmanda entregar, que muy presto os los volveréyo, no solamente los vuestros sino también losque traen los españoles presos y cautivos deotras partes. Y aun los mismos españoles osentregaré para que sean vuestros esclavos y ossirvan de cultivar y labrar vuestras tierras yheredades cavando y arando todos los días desu vida."

Asimismo las indias que de esa batalla deMauvila quedaron en poder de los castellanos,

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confirmaron este dicho de Tascaluza ydeclararon al descubierto la traición que teníaarmada a los cristianos, porque dijeron que lasmás de ellas no eran naturales de aquel puebloni de aquella provincia sino de otras diversasde la comarca, y que los indios que porllamamiento y persuasión de Tascaluza sehabían juntado para aquella batalla las habíantraído con grandes promesas que les habíanhecho. A unas, de darles capas de grana, y aotras, ropas de seda, de raso y terciopelo que ensus bailes y fiestas sacasen vestidas. A otrashabían certificado con grandes juramentosdarles caballos, y que, en señal de su victoria ytriunfo, las pasearían en ellos delante de losespañoles. Otras salieron diciendo: "Pues anosotras nos prometieron los mismos españolespor criados y esclavos nuestros." Y cada unadeclaró el número de cautivos que les habíanofrecido que habían de llevar a sus casas.

De esta manera confesaron otras muchaspromesas que les habían hecho de lienzos y

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paños y otras cosas de España. Tambiéndeclararon que muchas que eran casadashabían venido por obedecer a sus maridos, quese lo habían mandado; otras, que eran solteras,dijeron que ellas vinieron por importunidad desus parientes y hermanos, que les habíancertificado las llevaban para que viesen unasfiestas solemnes y grandes regocijos quedespués de la muerte y destrucción de loscastellanos habían de solemnizar y celebrar enhacimiento de gracias a su gran dios el Sol porla victoria que les había de dar.

Otras muchas confesaron que habíanvenido a requesta y petición de sus galanes yenamorados, los cuales, pretendiendo casar conellas, las habían rogado y persuadido fuesen aver las valentías y hazañas que en servicio y enpresencia de ellas presumían hacer contra losespañoles. Por los cuales dichos quedó bienaveriguado cuán de atrás tenía imaginado estecuraca la traición que a los nuestros hizo, de lacual él y sus vasallos y aliados quedaron bien

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castigados, aunque con tanto daño de loscastellanos como se ha visto.

La cual pérdida no solamente fue en la faltade los caballos que les mataron y en loscompañeros que perdieron sino en otras cosasque ellos estimaban en más respeto de aquellopara que las tenían dedicadas, que fue una pocade harina de trigo, en cantidad de tres hanegas,y cuatro arrobas de vino, que ya no tenían máscuando llegaron a Mauvila. La cual harina yvino de muchos días atrás lo traían muyguardado y reservado para las misas que lesdecían, y, porque anduviese a mejor recaudo ymás en cobro, lo traía el mismo gobernador consu recámara. Todo lo cual se quemó con loscálices, aras y ornamentos que para el cultodivino llevaban, y, de allí adelante, quedaronimposibilitados de poder oír misa, por no tenermateria de pan y vino para la consagración dela eucaristía. Aunque entre los sacerdotes,religiosos y seculares hubo cuestiones enteología si podrían consagrar o no el pan de

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maíz, fue de común consentimiento acordadoque lo más cierto y seguro era guardar ycumplir en todo y por todo lo que la SantaIglesia Romana, madre y señora nuestra, en sussantos concilios y sacros cánones nos manda yenseña que el pan sea de trigo y el vino de vid,y así lo hicieron estos católicos españoles, queno procuraron hacer remedios en duda por noverse en ella en la obediencia de su madre laIglesia Romana Católica. Y también lo dejaronporque, ya que tuvieran recaudo para laconsagración de la eucaristía, les faltabancálices y aras para celebrar.

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CAPÍTULO XXXIILo que hicieron los españoles después de labatalla de Mauvila, y de un motín que entreellos se trataba

Como en la batalla de Mauvila se hubiesequemado todo lo que llevaban para decir misa,de allí adelante, por orden de los sacerdotes, secomponía y adornaba un altar los domingos yfiestas de guardar, y esto cuando había lugarpara ello, y se revestía un sacerdote deornamentos que hicieron de gamuza aimitación del primer vestido que en el mundohubo, que fue de pieles de animales, y, puestoen el altar, decía la confesión y el introito de lamisa y la oración, epístola y evangelio, y todolo demás, hasta el fin de la misa, sin consagrar,y llamábanla estos castellanos misa seca, y elmismo que la decía, u otro de los sacerdotes,declaraba el evangelio y sobre él hacía suplática o sermón. Y con esta manera de

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ceremonia que hacían en lugar de la misa seconsolaban de la aflicción que sentían de nopoder adorar a Jesucristo Nuestro Señor yRedentor en las especies sacramentales, lo cualles duró casi tres años, hasta que salieron de laFlorida a tierra de cristianos.

Ocho días estuvieron nuestros españoles enlas malas chozas que hicieron dentro enMauvila y, cuando estuvieron para poder salir,se pasaron a las que los indios tenían hechaspara alojamiento de ellos, donde estuvieronmás bien acomodados. Y pasaron en ellas otrosquince días, curándose los heridos, que erancasi todos. Los que menos lo estaban salían acorrer la tierra y buscar de comer por lospueblos que en la comarca había, que eranmuchos, aunque pequeños, donde hallaronasaz comida.

Por todos los pueblos que cuatro leguas encontorno había, hallaron los españoles muchosindios heridos que habían escapado de labatalla, mas no hallaban indio ni india con ellos

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que los curasen. Entendiose que venían denoche a darles recaudo y que se volvían de díaa los montes. A estos tales indios heridos anteslos regalaban los castellanos, y partían con ellosde la comida que llevaban, que no losmaltrataban. Por los campos no parecía indioalguno, y, por la mucha diligencia que los de acaballo hicieron buscándolos, prendieronquince o veinte para tomar lengua de ellos. Y,habiéndoseles preguntado si en alguna parte sehacía junta de indios para venir contra losespañoles, respondieron que, por haberperecido en la batalla pasada los hombres másvalientes, nobles y ricos de aquella provincia,no había quedado en ella quien pudiese tomararmas. Y así pareció ser verdad, porque en todoel tiempo que los nuestros estuvieron en estealojamiento, no acudieron indios de día ni denoche siquiera a darles rebato y arma, que consólo inquietarlos les hicieran mucho daño yperjuicio, según quedaron de la batalla malparados.

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En Mauvila tuvo nuevas el gobernador delos navíos que los capitanes Gómez Arias yDiego Maldonado traían descubriendo la costay cómo andaban en ella, la cual relación tuvoantes de la batalla y, después de ella, se certificópor los indios que quedaron presos, de loscuales supo que la provincia de Achusi, encuya demanda iban los españoles, y la costa dela mar estaban pocas menos de treinta leguasde Mauvila.

Con esta nueva holgó mucho elgobernador, por acabar y dar fin a tan largaperegrinación, y principio y comienzo a lanueva población que en aquella provinciapensaba hacer, que su intento, como atráshemos dicho, era asentar un pueblo en elpuerto de Achusi para recibir y asegurar losnavíos que de todas partes a él fuesen, y fundarotro pueblo, veinte leguas la tierra más adentro,para desde allí principiar y dar orden enreducir los indios a la fe de la Santa Iglesia

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Romana y al servicio y aumento de la corona deEspaña.

En albricias de esta buena nueva, y porquefue certificado que de Mauvila hasta Achusihabía seguridad por los caminos, dio libertad elgobernador al curaca que el capitán DiegoMaldonado trajo preso del puerto de Achusi, alcual había traído consigo el adelantadohaciéndole cortesía. Y no lo había enviado antesa su tierra por la mucha distancia que había enmedio y por el peligro de que otros indios lomatasen o cautivasen por los caminos. Puescomo supiese el general que estaba su tierracerca y que había seguridad hasta llegar a ella,le dio licencia para que se fuese a su casa,encargándole mucho conservarse la amistad delos españoles, que muy presto los tendría porhuéspedes en su tierra. El cacique se fue,agradecido de la merced que el gobernador lehacía, y dijo que holgaría mucho verlo en sutierra para servir lo que a su señoría debía.

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Todos estos deseos que el adelantado teníade poblar la tierra, y la orden y las trazas quepara ello había fabricado en su imaginación, losdestruyó y anuló la discordia, como siempresuele arruinar y echar por tierra los ejércitos, lasrepúblicas, reinos e imperios donde la dejanentrar. Y la puerta que para los nuestros hallófue que, como en este ejército hubiese algunospersonajes de los que se hallaron en laconquista del Perú y en la prisión deAtahuallpa, que vieron aquella riqueza tangrande que allí hubo de oro y plata, y hubiesendado noticia de ella a los que en esta jornadaiban, y como, por el contrario, en la Florida nose hubiese visto plata ni oro, aunque lafertilidad y las demás buenas partes de la tierrafuesen tantas como se han visto, nocontentaban cosa alguna para poblar ni hacerasiento en aquel reino.

A este disgusto se añadió la fierezaincreíble de la batalla de Mauvila, queextrañamente les había asombrado y

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escandalizado, para desear dejar la tierra ysalirse de ella luego que pudiesen porquedecían que era imposible domar gente tanbelicosa ni sujetar hombres tan libres, que porlo que hasta allí habían visto les parecía que nipor fuerza ni por maña podrían hacer con ellosque entrasen debajo del yugo y dominio de losespañoles, que antes se dejarían matar todos yque no había para qué andarse gastando poco apoco en aquella tierra sino irse a otras yaganadas y ricas como el Perú y México dondepodrían enriquecer sin tanto trabajo, para locual sería bien, luego que llegasen a la costa,dejar aquella mala tierra e irse a la NuevaEspaña.

Estas cosas, y otras semejantes,murmuraban y platicaban entre sí algunospocos de los que hemos dicho. Y no pudierontratarlas tan en secreto que no las oyesenalgunos de los que con el gobernador habíanido de España y le eran leales amigos ycompañeros, los cuales le dieron cuenta de lo

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que en su ejército pasaba y cómo hablabanresolutamente de salirse de la tierra luego quellegasen donde pudiesen haber navíos, obarcos, siquiera.

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CAPÍTULO XXXIIIEl gobernador se certifica del motín y truecasus propósitos

El gobernador no quiso, en cosa tan grave,dar entero crédito a los que se la habían dichosin primero certificarse en ella de sí mismo.Con este cuidado dio en rondar solo de noche,y más a menudo que solía, y en hábitodisimulado por no ser conocido. Andando así,oyó una noche al tesorero Juan Gaytán y a otrosque con él estaban en su choza que decían que,llegando al puerto de Achusi, donde pensabanhallar los navíos, se habían de ir a la tierra deMéxico o del Perú, o volverse a España, porqueno se podía llevar vida tan trabajosa por ganary conquistar tierra tan pobre y mísera.

Lo cual sintió el gobernadorgravísimamente, porque entendió de aquellaspalabras que su ejército se deshacía y que lossuyos, en hallando por donde irse, lo

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desamparaban todos como lo hicieron alprincipio del descubrimiento y conquista delPerú con el gobernador y marqués donFrancisco Pizarro, que vino a quedar con solostrece hombres en la isla de Gorgona y que, silos que entonces tenía se le iban, no le quedabaposibilidad para hacer nuevo ejército yquedaba descompuesto de su grandeza,autoridad y reputación, gastada su hacienda envano y perdido el excesivo trabajo que hastaallí habían pasado en el descubrimiento deaquella tierra.

Las cuales cosas, consideradas por unhombre tan celoso de su honra como lo era elgobernador, causaron en él precipitados ydesesperados efectos, y, aunque por entoncesdisimuló su enojo, reservando el castigo paraotro tiempo, no quiso sufrir ni quiso ver niexperimentar el mal hecho que temía de los quetenían sus ánimos flacos y acobardados. Y así,con toda la buena industria que pudo, sin dar aentender cosa alguna de su enojo, dio orden

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cómo volverse a entrar la tierra adentro yalejarse de la costa por quitar a los malintencionados la ocasión de desvergonzársele yamotinar toda su gente.

Este fue el primer principio y la causaprincipal de perderse este caballero y todo suejército. Y, desde aquel día, como hombredescontento a quien los suyos mismos habíanfalsado las esperanzas y cortado el camino asus buenos deseos y borrado la traza que parapoblar y perpetuar la tierra tenía hecha, nuncamás acertó a hacer cosa que bien le estuviese, nise cree que la pretendiese, antes, instigado deldesdén, anduvo de allí adelante gastando eltiempo y la vida sin fruto alguno, caminandosiempre de unas partes a otras sin orden niconcierto, como hombre aburrido de la vida,deseando se le acabase, hasta que falleció segúnveremos adelante. Perdió su contento yesperanzas, y, para sus descendientes ysucesores, perdió lo que en aquella conquistahabía trabajado y la hacienda que en ella había

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empleado; causó que se perdiesen todos los quecon él habían ido a ganar aquella tierra. Perdióasimismo de haber dado principio a ungrandísimo y hermosísimo reino para la coronade España y el haberse aumentado la Santa FeCatólica, que es lo que más se debe sentir.

Por lo cual fuera muy acertado, en negociotan grave, pedir y tomar consejo de los amigosque tenía, de quien podía fiarse, para hacer conprudencia y buen acuerdo lo que al bien detodos más conviniese. Que pudiera este capitánremediar aquel motín con castigar losprincipales de él, con lo cual escarmentaran losdemás de la liga, que eran pocos, y no perdersey dañar a todos los suyos por gobernarse porsólo su parecer apasionado, que causó supropia destrucción. Que, aunque era tandiscreto como hemos visto, en causa propia, yestando apasionado, no pudo regirse ygobernarse con la claridad y juicio libre que lascosas graves requieren, por tanto, quien huyerede pedir y tomar consejo desconfíe de acertar.

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Con el temor del motín deseaba elgobernador salir presto de aquel alojamiento yvolverse a meter la tierra adentro por otrasprovincias que no hubiesen visto porque lossuyos no sospechasen su intención y atinasencon su pretensión si volviese por el camino quehasta allí había traído. Y así, con ánimo fingido,ajeno del que hasta entonces había tenido,esforzaba a sus soldados diciéndolesconvaleciesen presto para salir de aquella malatierra donde tanto daño habían recibido, ymandó echar bando para caminar tal díavenidero.

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CAPÍTULO XXXIVDos leyes que los indios de la Florida guarda-ban contra las adúlteras

Antes que salgamos de Mauvila, porqueatrás tenemos prometido contar algunascostumbres, a lo menos las más notables, quelos indios de la Florida tienen, será bien deciraquí las que en la provincia de Coza, que atrásdejamos, y en la de Tascaluza, donde alpresente quedan nuestros españoles, guardan ytienen por ley los indios en castigar las mujeresadúlteras que entre ellos se hallan. Es así que entoda la gran provincia de Coza era ley que, sopena de la vida y de incurrir en grandes delitoscontra su religión, cualquier indio que en suvecindad sintiese mujer adúltera, no por vistade malos hechos sino por sospecha de indicios(los cuales indicios señalaba la ley cuáleshabían de ser en calidad y cuántos encantidad), era obligado, después de haberse

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certificado en su sospecha, a dar noticia de ellaal señor de la provincia, y en su ausencia, a losjueces del pueblo. Los cuales hacíaninformación secreta de tres o cuatro testigos y,hallando culpada la mujer en los indicios, laprendían y el primer día de fiesta que venía delas que ellos guardaban en su gentilidadmandaban pregonar que toda la gente delpueblo saliese, después de comer, a tal lugardel campo cerca del pueblo, y de la gente quesalía se hacía una calle larga o corta, según erael número.

Al un cabo de la calle se ponían dos jueces,y al otro cabo otros dos. Los unos de ellosmandaban traer ante sí la adúltera, y llamandoal marido, le decían: "Esta mujer, conforme anuestra ley, está convencida de testigos que esmala y adúltera, por tanto haced con ella lo quela misma ley os manda." El marido ladesnudaba luego hasta dejarla como habíanacido y con un cuchillo de pedernal (que entodo el nuevo mundo no alcanzaron los indios

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la invención de las tijeras) le trasquilaba loscabellos (castigo afrentosísimo usadogeneralmente entre todas las naciones de estenuevo mundo), y así trasquilada y desnuda ladejaba el marido en poder de los jueces y se iballevándose la ropa en señal de divorcio yrepudio.

Los jueces mandaban a la mujer que luego,así como estaba, fuese por la calle que habíahecha de la gente hasta los otros jueces y lesdiese cuenta de su delito.

La mujer iba por toda la calle y, puesta antelos jueces les decía: "Yo vengo condenada porvuestros compañeros a la pena que la leymanda a las mujeres adúlteras, porque yo lo hesido. Envíanme a vosotros para que mandéis enesto lo que os parezca que conviene a vuestrarepública." Los jueces les respondían: "Volved alos que acá os enviaron y decidles de nuestraparte que es muy justo que las leyes de nuestrapatria, que nuestros antepasados ordenaronpara la honra, se guarden, cumplan y ejecuten

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en los malhechores. Por tanto, nosotros damospor aprobado lo que en cumplimiento de la leyos mandaron, y a vos os mandamos que enningún tiempo lo quebrantéis."

Con esta respuesta, se volvía la mujer a losprimeros jueces, y el ir y venir que le mandabanhacer llevando recaudos por entre la gentehecha calle no servía más que de afrentarla yavergonzarla, mandándole parecer delante detodo su pueblo con denuesto y vituperio,trasquilada, desnuda y con tal delito, porque elcastigo de la vergüenza es de hombres.

Toda la gente del pueblo, mientras la pobremujer iba y venía de unos jueces a otros, letiraban, por afrenta y menosprecio, terrones,chinas, palillos, paja, puñados de tierra, traposviejos, pellejos rotos, pedazos de estera, y cosassemejantes, según cada cual acertaba a llevarlapara se la tirar en castigo de su delito, que así lomandaba la ley, dándole a entender que demujer se había hecho asqueroso muladar.

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Los jueces la condenaban luego a perpetuodestierro del pueblo y de toda la provincia, queera pena señalada por ley, y la entregaban a susparientes amonestándolos con la misma pena,no le diesen favor ni ayuda, para que enpúblico ni en secreto entrase en todo el estado.Los parientes la recibían y, cubriéndola con unamanta, la llevaban donde nunca más parecieseen el pueblo ni en la provincia. Al maridodaban licencia los jueces para que se pudiesecasar. Esta ley y costumbre guardaban losindios en la provincia de Coza.

En la de Tascaluza se guardaba otra másrigurosa en castigar las adúlteras, y era que elindio que por malos indicios viese (como eraver entrar o salir un hombre a deshora en casaajena), sospechase mal de la mujer que eraadúltera, después de haberse certificado en susospecha con verle entrar o salir tres veces,estaba obligado por su vana religión, so penade maldito, a dar cuenta al marido de susospecha y del hecho de la mujer, y habíale de

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dar otros dos o tres testigos que hubiesen vistoparte de lo que el acusador decía, u otro indiciosemejante. El marido pesquisaba a cada uno deellos de por sí, invocando sobre él grandesmaldiciones si le mintiese y grandesbendiciones si le dijese la verdad y, habiendohallado que la mujer había caído en aquellasospecha por malos indicios que había dado, lasacaba al campo, cerca del pueblo, y la ataba aun árbol, y, si no lo había, a un palo que élhincaba, y con su arco y sus flechas la asaeteabahasta que la mataba.

Hecho esto, se iba al señor del pueblo, y ensu ausencia a su justicia, y le decía: "Señor, yodejo mi mujer muerta en tal parte porque talesvecinos míos me dijeron que era adúltera.Mandadlos llamar, y siendo verdad que me lodijeron, me dad por libre, y, no lo siendo, mecastigad con la pena que nuestras leyesmandan y ordenan."

La pena era que los parientes de la mujerflechasen al matador hasta que muriese y

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dejasen sin sepultura en el campo, como élhabía hecho a la mujer, a la cual, como ainocente, mandaba la ley que la enterrasen contoda pompa y solemnidad. Empero, hallando eljuez que los testigos eran contestes y que secomprobaban los indicios y la sospecha, dabanpor libre al marido y licencia para que pudiesecasarse, y mandaban pregonar, so pena de lavida, ninguna persona, pariente, amigo oconocido de la mujer muerta fuese osado adarle sepultura ni quitarle tan sola una flechade las que en su cuerpo tenía, sino que ladejasen comer de aves y perros para castigo yejemplo de su maleficio.

Estas dos leyes se guardaban, en particular,en las provincias de Coza y Tascaluza, y, engeneral, se castigaba en todo el reino conmucho rigor el adulterio. La pena que daban alcómplice ni al casado adúltero, aunque laprocuré saber, no supo decírmela el que medaba la relación, más de que no oyó tratar delos adúlteros sino de ellas. Debió ser porque

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siempre en todas naciones estas leyes sonrigurosas contra las mujeres y en favor de loshombres, porque, como decía una dueña deeste obispado, que yo conocí, las hacían elloscomo temerosos de la ofensa y no ellas, que, silas mujeres las hubiesen de hacer que de otramanera fueran ordenadas.

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CAPÍTULO XXXVSalen de Mauvila los españoles y entran enChicaza y hacen piraguas para pasar un ríogrande

Volviendo al hilo de nuestra historia, es desaber que pasados veintitrés o veinticuatro díasque los españoles habían estado en elalojamiento de Mauvila curándose las heridas yhabiendo cobrado algún esfuerzo para pasaradelante en su descubrimiento, salieron de laprovincia de Tascaluza y, al fin de tres jornadasque hubieron caminado por unas tierrasapacibles, aunque no pobladas, entraron enotra llamada Chicaza. El primer pueblo de estaprovincia donde los nuestros llegaron no era elprincipal de ella sino otro de los de sujurisdicción, el cual estaba asentado a la riberade un gran río hondo y de barrancas muy altas.El pueblo estaba a la parte del río por donde losespañoles iban.

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Los indios no quisieron recibir de paz algobernador, antes, muy al descubierto, semostraron enemigos, respondiendo a losmensajeros que les habían enviado que queríanguerra a fuego y a sangre. Cuando los nuestrosllegaron a dar vista al pueblo, vieron antes de élun escuadrón de más de mil y quinientoshombres de guerra, los cuales, luego queasomaron los castellanos, salieron a recibirlos yescaramuzaron con ellos, y, habiendo hechopoca defensa, se retiraron al río desamparandoel pueblo, que lo tenían desocupado de sushaciendas, mujeres e hijos porque habíandeterminado no pelear con los españoles enbatalla campal sino defenderles el paso del río,que, por ser de mucha agua y muy hondo y degrandes y altas barrancas, les parecía podríanestorbarles el camino y forzarles a que tomasenotro viaje.

Pues como los españoles arremetiesen a losindios con toda furia, ellos se arrojaron al aguay pasaron el río, de ellos en canoas, que las

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tenían muchas y muy buenas, y de ellos a nadocomo el temor dio la prisa.

De la otra parte del río, frontero del pueblotenían todo su ejército, donde había ocho milhombres de guerra, los cuales habíanprotestado defender el paso del río, por cuyaribera tendían su alojamiento dos leguas enlargo para que por todo aquel espacio nopudiesen pasar los castellanos.

Sin esta defensa que los indios hacían en elrío a los cristianos, los molestaban de noche conrebatos y armas que les daban, pasando el ríoen cuadrillas en sus canoas por diversas partes,acudiendo todos a una, con que daban muchapesadumbre a los nuestros. Los cuales, paradefenderse, usaron de un ardid muy bueno, yfue que en tres desembarcaderos que el ríotenía en aquel espacio que los indios teníanocupado, donde venían a desembarcar,hicieron de noche hoyos donde pudiesenencubrirse los ballesteros y arcabuceros, loscuales, cuando venían los indios, los dejaban

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saltar en tierra y alejarse de las canoas y luegoarremetían con ellos y con las espadas leshacían mucho daño, porque no había pordónde los enemigos pudiesen huir. De estamanera los maltrataron tres veces, con que losindios escarmentaron de sus atrevimientos y noosaron más pasar por el río. Sólo atendían adefender el paso a los nuestros con muchocuidado y diligencia. El gobernador y suscapitanes, viendo que por donde estaban les eraimposible pasar el río por la mucha defensa quelos enemigos hacían y que perdían tiempo enesperar descuido en ellos, dieron orden quecien hombres, los más diligentes, que entendíanalgo del arte, hiciesen dos barcas grandes, quepor otro nombre les llaman piraguas y son casillanas y capaces de mucha gente. Y, para quelos indios no sintiesen que las hacían, semetiesen en un monte que estaba legua y mediael río arriba y una legua apartado de la ribera.

Los cien españoles diputados para la obrase dieron tal prisa que en espacio de doce días

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acabaron las piraguas. Y para las llevar al ríohicieron dos carros, conforme a ellas, y, conacémilas y caballos que los tiraban, y con losmismos castellanos que rempujaban los carrosy en los pasos dificultosos llevaban a cuestas lasbarcas, dieron con ellas una mañana, antes queamaneciese, en el río, en un muy espaciosoembarcadero que en él había, y de la otra partehabía asimismo un buen desembarcadero.

El gobernador se halló delante al echar delas barcas en el río, porque había mandado quepara entonces le tuviesen avisado. El cualmandó que en cada barca entrasen diezcaballeros y cuarenta infantes tiradores y quediesen prisa a pasar el río antes que los indiosviniesen a defenderles el paso. Los infanteshabían de remar y los de a caballo, dentro enlas barcas, iban encima de sus caballos por nodetenerse en subir en ellos de la otra parte.

Por mucho silencio que los españolesquisieron guardar en echar las barcas al río yembarcarse en ellas, no pudieron excusar que

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no los sintiesen quinientos indios que servíande correr el río por aquella banda, los cualesacudieron al paso y, viendo las barcas y losespañoles que querían pasar, dieron ungrandísimo alarido avisando a los suyos ypidiéndoles socorro y luego se pusieron aldesembarcadero a defender el paso.

Los españoles, temiendo no acudiesen másenemigos, pusieron toda la diligencia enembarcarse, y el gobernador quiso pasar en laprimera barcada, mas los suyos se lo estorbaronpor el mucho peligro que había en aquel primerviaje hasta tener libre de enemigos eldesembarcadero. Con esta prisa dieron losnuestros a los remos y llegaron a la otra riberatodos heridos, porque los indios los flechabande la barranca a todo su placer.

La una de las barcas atinó bien aldesembarcadero y la otra decayó en él, y, porlas grandes barrancas del río, no pudo la gentesaltar en tierra, por lo cual fue menester hacer

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mucha fuerza con los remos para arribar aldesembarcadero.

Los de la primera barca saltaron en tierra, yel primero que salió fue Diego García, hijo delalcaide de Villanueva de Barcarrota, unsoldado valiente y en todo hecho de armas muydeterminado, por lo cual todos sus compañerosle llamaban Diego García de Paredes, noporque le hubiese parentesco, aunque erahombre noble, sino porque le asemejaba en elánimo, esfuerzo y valentía. El segundo de acaballo que saltó en tierra fue GonzaloSilvestre. Los cuales dos arremetieron con losindios y los retiraron del desembarcadero másde doscientos pasos y volvieron a todo correr alos suyos por el mucho peligro que traían porser dos solos y los enemigos tantos. De estamanera arremetieron con los indios y seretiraron de ellos cuatro veces sin haber tenidosocorro de sus compañeros, porque unos aotros se habían embarazado y no se dabanmaña a saltar en tierra con los caballos. A la

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quinta vez que acometieron a los enemigos,iban ya seis de a caballo, que pusieron mástemor a los indios para que no volviesen contanta furia a defender el paso. Los infantes queiban en la primera barca, luego que saltaron entierra, se metieron en un pueblo pequeño, queestaba en la misma barranca del río, y noosaron salir de él porque eran pocos y todosheridos, porque habían llevado la mayor cargade las flechas. Los de la segunda piragua, comohallaron desocupado de enemigos eldesembarcadero, saltaron en tierra con másfacilidad y sin peligro alguno, y acudieron asocorrer los compañeros que andaban peleandoen el llano.

El gobernador pasó en la segunda barcadacon otros setenta u ochenta españoles, y, comolos indios viesen que los enemigos eran muchosy que no podían resistirles, se fueron retirandoa un monte que estaba no lejos del pueblo y deallí se fueron a los suyos, que en el real estaban,los cuales, habiendo sentido la grita y alarido

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que los corredores habían dado, acudieron amucha prisa a defender el paso, mas,encontrando con los corredores y sabiendo deellos que muchos españoles habían pasado yael río, se volvieron a su ejército, donde sehicieron fuertes.

Los cristianos fueron sobre ellos con ánimode pelear, mas los indios se estuvieron quedosfortaleciéndose con palizadas de madera y conlas mismas ramadas que para su alojamientotenían hechas. Algunos que se mostraron muyatrevidos salieron a escaramuzar, mas ellospagaron su soberbia porque murieronalanceados, que la ligereza de ellos no igualabacon la de los caballos. De esta manera gastarontodo aquel día, y la noche siguiente se fueronlos indios, que no pareció más alguno.Entretanto había pasado el río todo el ejércitode los españoles.

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CAPÍTULO XXXVIAlójanse los nuestros en Chicaza. Danles losindios una cruelísima y repentina batalla noc-turna

Con el trabajo y peligro que hemos dicho,vencieron nuestros españoles la dificultad depasar el primer río de la provincia de Chicaza,y, como se viesen libres de enemigos,deshicieron las piraguas y guardaron laclavazón para hacer otras cuando fuesenmenester. Hecho esto, pasaron adelante en sudescubrimiento y, en cuatro jornadas quecaminaron por tierra llana, poblada, aunque depueblos derramados y de pocas casas, llegaronal pueblo principal llamado Chicaza, de quientoda la provincia toma el nombre. El cualestaba asentado en una loma llana, prolongadanorte sur, entre unos arroyos de poca agua,empero de mucha arboleda de nogales, robles yencinas, que tenían caída a sus pies la fruta de

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dos, tres años, la cual dejaban los indios perderporque no tenían ganados que la comiesen yellos no la gastaban porque tenían otras frutasque comer mejores y más delicadas.

El general y sus capitanes llegaron alpueblo Chicaza a los primeros de diciembre delaño mil y quinientos y cuarenta, y lo hallarondesamparado, y, como fuese ya invierno, lespareció que sería bien invernar en él. Con esteacuerdo, recogieron todo el bastimentonecesario y trajeron de los poblezueloscomarcanos mucha madera y paja de quehicieron casas, porque las del pueblo principal,aunque eran doscientas, eran pocas.

Con alguna quietud y descanso estuvieronlos nuestros en su alojamiento casi dos meses,que no entendían sino en correr cada día elcampo con los caballos, y prendían algunosindios de los cuales enviaba el gobernador losmás de ellos con dádivas y recaudos al curaca,convidándole con la paz y amistad. El cualrespondía prometiendo largas esperanzas de su

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venida, fingiendo achaques de su tardanza,duplicando los mensajes, de día en día, porentretener al gobernador, al cual, en recambiode sus dádivas, le enviaba alguna fruta,pescado y carne de venado.

Entretanto sus indios no dejaban deinquietar a nuestros españoles con rebatos yarma que les daban todas las noches dos y tresveces, mas no aguardaban a pelear, que, ensaliendo a ellos los cristianos, se acogíanhuyendo. Todo lo cual hacían de industria,como hombres de guerra, por desvelar a losespañoles con los rebatos y descuidarlos con lamuestra de la cobardía porque pensasen quesiempre había de ser así y estuviesen remisosen su milicia para cuando los acometiesen deveras.

No estuvieron los indios mucho tiempo enesta cobardía, antes parece que, avergonzadosde haberla tenido, quisieron mostrar locontrario y dar a entender que el huir pasadohabía sido artificiosamente hecho para

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descubrir mayor ánimo y esfuerzo a su tiempo,como lo hicieron, según veremos luego.

A los postreros de enero del año de mil yquinientos y cuarenta y uno, habiendoreconocido lo favorable que les era el vientonorte, que aquella noche corrió furiosamente,vinieron los indios en tres escuadrones a la unade la noche y, con todo el silencio posible,llegaron a cien pasos de las centinelasespañolas.

El curaca, que venía por capitán delescuadrón de en medio, que era el principal,envió a saber en qué paraje estaban los otrosdos colaterales y, habiendo sabido que estabanen el mismo paraje que el suyo, mandó tocararma, la cual dieron con muchos atambores,pífanos, caracoles y otros instrumentos rústicosque traían para hacer mayor estruendo, y todoslos indios, a una, dieron un gran alarido paraponer mayor terror y asombro a los españoles.Traían, para quemar el pueblo y para ver losenemigos, unos hachos de cierta hierba que en

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aquella tierra se cría, la cual, hecha maroma osoga delgada y encendida, guarda el fuegocomo una mecha de arcabuz y, ondeada por elaire, levanta llama que arde sin apagarse comouna hacha de cera. Y los indios hacían con tantacuriosidad estos hachos que parecían hachas decera de cuatro pabilos y alumbraban tantocomo ellas. En las puntas de las flechas traíansortijuelas hechas de la misma hierba paratirarlas encendidas y pegar de lejos fuego a lascasas.

Con esta orden y prevención vinieron losindios y arremetieron al pueblo, ondeando loshachos, y echaron muchas flechas encendidassobre las casas y, como ellas eran de paja, con elrecio viento que corría se encendieron en unpunto.

Los españoles, aunque sobresaltados contan repentino y fiero asalto, no dejaron de salircon toda presteza a defender sus vidas. Elgobernador, que, por hallarse apercibido parasemejantes rebatos, dormía siempre en calzas y

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jubón, salió a caballo a los enemigos primeroque otro algún caballero de los suyos, y, por laprisa que los enemigos traían, no había podidotomar otras armas defensivas sino una celada yun sayo, que llaman de armas, hecho dealgodón colchado, de tres dedos de grueso, quecontra las flechas no hallaron otra mejordefensa los nuestros. Con estas armas, y sulanza y adarga, salió el gobernador solo contratanta multitud de enemigos, porque nunca lossupo temer. Otros diez o doce caballerossalieron en pos de él, mas no luego.

Los demás españoles, así capitanes comosoldados, acudieron con el ánimoacostumbrado a resistir la ferocidad y bravezade los indios, mas no pudieron pelear con ellosporque traían por delante en su favor y defensael fuego, la llama y el humo, todo lo cual elviento recio que soplaba echaba sobre losespañoles, con que los ofendía malamente. Mascon todo eso los nuestros, como podían, salíande sus cuarteles a pelear con los enemigos,

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unos pasando a gatas por debajo de la llamaporque no los alcanzase, otros, corriendo porentre casa y casa, huyendo del fuego. Asísalieron algunos al campo; otros acudieron a laenfermería a socorrer los dolientes, porquetenían los enfermos de por sí en una casaaparte, los cuales, sintiendo el fuego y losenemigos, se acogieron los que pudieron huir, ylos que no pudieron perecieron quemadosantes que el socorro les llegase. Los de a caballosalían según les daba la prisa el fuego y la furiade los enemigos, que como el rebato fue tanrepentino, no tuvieron lugar de se armar yensillar los caballos. Unos los sacaban dediestro, huyendo con ellos porque el fuego nolos quemase; otros los desamparaban, que parael fuego no había otra resistencia sino el huir.Pocos salieron a socorrer al gobernador, el cualhabía gran espacio de tiempo que, con lospoquísimos que habían salido al principio de labatalla, peleaba con los enemigos, y fue elprimero que aquella noche mató indio, porque

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siempre se preciaba ser de los primeros en todacosa. Los indios de los dos escuadronescolaterales entraron en el pueblo, y, con elfuego que en su favor traían, hicieron muchodaño, que mataron muchos caballos yespañoles que no tuvieron tiempo de valerse.

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CAPÍTULO XXXVIIProsigue la batalla de Chicaza hasta el fin deella

Del cuartel del pueblo, que estaba hacialevante, donde el fuego y el ímpetu de losenemigos fue mayor y más furioso, salieroncuarenta o cincuenta españoles huyendo a todocorrer (cosa vergonzosa y que hasta aquelpunto, en toda esta jornada de la Florida, no sehabía visto tal). En pos de ellos salió NuñoTovar con una espada desnuda en la mano yuna cota de malla vestida, toda por abrochar,que la prisa de los enemigos no le había dadolugar a más.

Este caballero a grandes voces iba diciendoa los suyos: "Volved, soldados, volved, ¿dóndevais? Que no hay Córdoba ni Servilla que osacoja. Mirad que en la fortaleza de vuestrosánimos y en la fuerza de vuestros brazos está laseguridad de vuestras vidas, y no en huir." A

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este punto salieron al encuentro de los quehuían treinta soldados del cuartel del pueblo,hacia el sur, donde el fuego aún no habíallegado, y era alojamiento del capitán Juan deGuzmán, natural de Talavera de la Reina, y lossoldados eran de su compañía. Los cuales,afeando su malhecho a los que huían, losdetuvieron y, todos juntos, rodeando el puebloporque no podían pasar por el fuego que entreellos y los enemigos había, salieron por la partede levante al campo a pelear con ellos.

Al mismo tiempo que salieron estosinfantes, salió el capitán Andrés deVasconcelos, que estaba alojado en el propiocuartel, y sacó veinticuatro caballeros fidalgosde su compañía, todos portugueses y genteescogida, que los más de ellos habían sidojinetes en las fronteras de África. Estoscaballeros salieron de la parte del poniente ycon ellos se fue Nuño Tovar, así a pie, comoestaba. Y los unos por la una parte y los otrospor la otra, en descubriendo los enemigos,

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cerraron con ellos y les hicieron retirar alescuadrón de en medio, que era el principal,donde era lo más recio de la batalla, y donde elgobernador y los pocos que con él andabanhabía hasta entonces peleado con muchoaprieto y riesgo de las vidas por ser pocos y losenemigos muchos.

Mas, cuando vieron el socorro de los suyos,arremetieron con nuevo ánimo a ellos, y elgeneral, con deseo de matar un indio que habíaandado y andaba muy aventajado en la pelea,cerró con él y, habiéndole alcanzado a herir conla lanza, para acabarle de matar, cargó sobreella y sobre el estribo derecho y, con el peso yfuerza que hizo, llevó la silla tras sí y cayó conella en medio de los enemigos. Los españoles,viendo a su capitán general en aquel peligro,aguijaron al socorro, caballeros e infantes, contanta presteza y pelearon tan varonilmente quelo libraron de que los indios no lo matasen, y,ensillando el caballo, lo subieron en él y volvióa pelear de nuevo.

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El gobernador cayó porque sus criados, conel sobresalto del repentino y furioso asalto delos indios y con la turbación de la muerte queles andaba cerca, dieron el caballo sin haberechado la cincha a la silla, y así, los españolesque llegaron al socorro la hallaron puesta sobrela silla, doblada como se suele poner cuandodesensillan un caballo. De manera que habíapeleado el gobernador más de una hora detiempo (la silla sin cincha), cuando cayó,habiéndole valido la destreza que a la jinetatenía, que era mucha.

Los indios, reconociendo el ímpetu con quelos españoles por todas partes acudían, y quesalían muchos caballos, aflojaron de la furia conque hasta entonces habían peleado, mas nodejaron de porfiar en la batalla, unas vecesarremetiendo con grande ánimo y otrasretirándose con mucho concierto, hasta que nopudieron sufrir la fuerza de los españoles y seapellidaron unos a otros para retirarse y dejar

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la batalla, y volvieron las espaldas huyendo atodo correr.

El gobernador, con los de a caballo, siguióel alcance persiguiendo a los enemigos todo loque la lumbre del fuego que en el puebloandaba les alcanzó a alumbrar. Acabada labatalla tan repentina y furiosa como ésta fue, lacual duró más de dos horas, y habiendo elgeneral seguido el alcance, mandó tocar arecoger y volvió a ver el daño que los indioshabían hecho, y halló más del que se pensóporque hubo cuarenta españoles muertos ycincuenta caballos. Alonso de Carmona diceque fueron ochenta los caballos entre muertos yheridos, y más de los veinte de éstos murieronquemados o flechados en las mismaspesebreras donde estaban atados, porque susdueños, viéndolos muy lozanos con la muchacomida que en aquel alojamiento tenían, portenerlos más seguros les habían hecho grandescadenas de hierro por cabestros, con que lostenían atados, y, con la prisa que el fuego y los

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enemigos les dieron, no habían acertado adesatarlas, y así dejaron los caballos entregadosal fuego y a los enemigos, para que, atadoscomo estaban, los flechasen.

Demás de la pena que nuestros españolessintieron por la pérdida de los compañeros ymuerte de los caballos, que era la fuerza de suejército, hubieron lástima de un caso particularque aquella noche sucedió, y fue que entre elloshabía una sola mujer española, que habíanombre Francisca de Hinestrosa, casada con unbuen soldado que se decía Hernando Bautista,la cual estaba en días de parir. Pues como elsobresalto de los enemigos fuese tan repentino,el marido salió a pelear y, acabada la batalla,cuando volvió a ver qué era de su mujer, lahalló hecha carbón porque no pudo huir delfuego.

Lo contrario sucedió en un soldadillollamado Francisco Enríquez, que no valía nada,y, aunque tenía buen nombre, era un cuitadomás para truhán que para soldado, con quien

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se burlaban muchos españoles, el cual estabaenfermo en la enfermería, que muchos díashabía lo traían a cuestas. Pues como sintiese elfuego y el ímpetu de los enemigos, salióhuyendo de la enfermería y, a pocos pasos quedio por la calle, topó un indio que le dio unflechazo por una ingle, que casi le pasó a la otraparte, y le dejó tendido en el suelo por muerto,donde estuvo más de dos horas.

Después de amanecido le curaron, y enbreve tiempo sanó de la herida, que se tuvo pormortal, y también de la enfermedad, que habíasido muy larga y enfadosa. Por lo cual,burlándose después con él los que solíanburlarse, le decían: "Válgate la desventura,duelo, que para ti, que no vales dos blancas,hubo doblada salud y vida, y hubo muerte paratantos caballeros y tan principales soldadoscomo han muerto en estas dos últimas batallas."Enríquez lo sufría todo y les decía otras cosaspeores.

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Dicho hemos atrás cómo el gobernadorllevó ganado prieto para criar en la Florida, y lotraía con mucha guarda para lo sustentar yaumentar, y, por tenerlo en este alojamiento deChicaza más guardado de noche, le habíanhecho un corral de madera dentro en el pueblo,con muchos palos hincados en el suelo y sucobertizo de paja por cima. Pues como el fuegode aquella noche de la batalla fuese tan grande,los alcanzó también a ellos y los quemó todos,que no escaparon sino los lechones quepudieron salir por entre palo y palo del cerco.Estaban tan gordos con la mucha comida queen aquel territorio hallaron que corrió lamanteca de ellos más de doscientos pasos. Nose sintió esta pérdida menos que las demás,porque nuestros castellanos padecían muchanecesidad de carne y guardaban ésta para elregalo de los enfermos.

Juan Coles y Alonso de Carmonaconcuerdan en toda la relación de esta batalla yambos dicen el estrago que el fuego hizo en el

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ganado prieto. Y encarecen mucho la destrezaque el gobernador tenía en la silla jineta ycuentan su caída y el haber peleado más de unahora sin cincha. Y Alonso de Carmona añadeque cada indio traía ceñido al cuerpo trescordeles: uno para llevar atado un castellano, yotro para un caballo, y otro para un puerco, yque se ofendieron mucho los nuestros cuandolo supieron.

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CAPÍTULO XXXVIIIHechos notables que pasaron en la batalla deChicaza

Luego que hubieron enterrado los muertosy curado los heridos, salieron muchosespañoles al campo donde había sido la batallaa ver y notar las heridas que los indios con lasflechas habían hecho en los caballos quemataron. Los cuales abrían, como lo habían decostumbre, así para ver hasta dónde hubiesenpenetrado las flechas como por guardar lacarne para la comer. Y hallaron que casi todosellos tenían flechas atravesadas por las entrañasy pulmones, o livianos cerca del corazón, yparticularmente hallaron once o doce caballoscon el corazón atravesado por medio, que,como otras veces hemos dicho, estos indios,pudiendo tirarles al codillo, no les tiraban aotra parte.

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Hallaron asimismo cuatro caballos quecada uno tenía dos flechas atravesadas pormedio del corazón, acertadas a tirar a unmismo tiempo, una de un lado y otra de otro.Cosa maravillosa y dura de creer, aunque escierto que pasó así, y, por ser cosa notable, seconvocaron los españoles que por el campoandaban para que la viesen todos.

Otro tiro hallaron de extraña fuerza, y fueque un caballo de un trompeta llamado JuanDíaz, natural de Granada, estaba muerto deuna flecha que le había atravesado por ambastablillas de las espaldas y pasado cuatro dedosde ella de la otra parte. El cual tiro, por habersido de brazo tan fuerte y bravo, porque elcaballo era uno de los más anchos y espesosque en todo el ejército había, mandó elgobernador que quedase memoria de él porescrito y que un escribano real diese fe ytestimonio del tiro. Así se hizo, que luego vinoun escribano que se decía Baltasar Hernández(que yo conocí después en el Perú), natural de

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Badajoz e hijodalgo de mucha bondad yreligión, cual se requería y convenía que lofueran todos los que ejercitaran este oficio puesse les fía la hacienda, vida y honra de larepública. Este hidalgo en sangre y en virtudasentó por escrito y dio testimonio de lo quevio de aquella flecha, que fue lo que hemosdicho.

Tres días después de la batalla acordaronlos castellanos mudar su alojamiento a otraparte, una legua de donde estaban, porparecerles mejor sitio para los caballos. Y así lohicieron con mucha presteza y diligencia.Trajeron madera y paja de los otros puebloscomarcanos; acomodaron lo mejor quepudieron un pueblo que Alonso de Carmonallama Chicacilla, donde dice que a mucha prisahicieron sillas, lanzas y rodelas, porque diceque todo esto les quemó el fuego y queandaban como gitanos, unos sin sayos y otrossin zaragüelles. Palabras son todas suyas.

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En aquel pueblo pasaron con muchotrabajo lo que les quedaba del invierno, el cualfue rigurosísimo de fríos y hielos. Y losespañoles quedaron de la batalla pasadadesnudos de ropa con que resistir el frío,porque no escaparon del fuego sino lo queacertaron a sacar vestido.

Cuatro días después de la batalla quitó elgobernador el cargo a Luis Moscoso y lo dio aBaltasar Gallegos, porque, haciendo pesquisasecreta, supo que en la ronda y centinela delejército había habido negligencia y descuido enlos ministros del campo y que por esto habíanllegado los enemigos sin que los sintiesen yhecho el daño que hicieron, que, además de lapérdida de los caballos y muerte de loscompañeros, confesaban los españoles habersido vencidos aquella noche por los indios, sinoque la bondad de algunos particulares y lanecesidad común les había hecho volver por síy cobrar la victoria que tenían ya perdida,aunque la ganaron a mucha costa propia y poco

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daño de los indios, porque no murieron en estabatalla más de quinientos de ellos.

Todo lo que de esta nocturna y repentinabatalla de Chicaza hemos dicho lo dice muylargamente Alonso de Carmona en su relación,con grandes encarecimientos del peligro quelos españoles aquella noche corrieron por elsobresalto no pensado y tan furioso con que losenemigos acometieron. Y dice que los más delos cristianos salieron en camisa por la muchaprisa que el fuego les dio. En suma, dice quehuyeron y fueron vencidos y que la persuasiónde un fraile les hizo volver y quemilagrosamente cobraron la victoria que habíanperdido, y que sólo el gobernador peleó acaballo mucho espacio de tiempo con losenemigos hasta que le socorrieron, y quellevaba la silla sin cincha. Y Juan Colesconcuerda con él en todo lo más de esto, yparticularmente dice que el gobernador peleósolo como buen capitán.

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Demás de lo que, conforme a nuestrarelación, Alonso de Carmona cuenta de estabatalla, añade las palabras siguientes:"Estuvimos allí tres días, y, al cabo de ellos,acordaron los indios de volver sobre nosotros ymorir o vencer. Y cierto no pongo duda en elloque, si la determinación viniera en efecto, nosllevaran a todos en las uñas por la falta dearmas y sillas que teníamos. Fue Dios servidoque, estando un cuarto de legua del pueblopara dar en nosotros, vino un gran golpe deagua que Dios envió de su cielo y les mojó lascuerdas de los arcos y no pudieron hacer naday se volvieron. Y a la mañana, corriendo latierra, hallaron el rastro de ellos, y tomaron unindio que nos declaró y avisó de todo lo que losindios venían a hacer, y que habían jurado porsus dioses de morir en la demanda. Y así elgobernador, visto esto, determinó salir de allí eirse a Chicacilla, donde luego, a gran prisa,hicimos rodelas, lanzas y sillas, porque, en talestiempos, la necesidad a todos hace maestros.

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Hicimos de dos cueros de oso fuelles y con loscañones que llevábamos armamos nuestrafragua, templamos nuestras armas yapercibímonos lo mejor que pudimos." Todasson palabras de Carmona, sacadas a la letra.

Pues como los enemigos hubiesenreconocido y sabido de cierto el daño y estragoque en los castellanos habían hecho, cobrandomás ánimo y atrevimiento con la victoriapasada, dieron en inquietarlos todas las nochescon rebatos y arma, y no como quiera, sino quevenían en tres y en cuatro escuadrones, pordiversas partes, y con gran grita y alaridoacometían todos juntos a un tiempo para causarmayor temor y alboroto en los enemigos.

Los españoles, porque no les quemasen elalojamiento como lo habían hecho en Chicaza,estaban todas las noches fuera del pueblo,puestos en cuatro escuadrones a las cuatropartes de él, y con sus centinelas puestas, ytodo velando, porque no había hora segurapara poder dormir, que todas las noches venían

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dos y tres veces, y muchas hubo que vinieroncuatro veces. Y sin la inquietud perpetua quecon estas batallas daban, aunque las más deellas eran ligeras, nunca dejaban de herir omatar algún hombre o caballo, y de los indiostambién quedaban muchos muertos, mas noescarmentaban por eso.

El gobernador, por asegurarse de que losenemigos no viniesen la noche siguiente,enviaba cada mañana, por amedrentarlos,cuatro y cinco cuadrillas de a catorce y quincecaballos, que corriesen todo el campo encontorno del pueblo, los cuales no dejabanindio a vida, que fuese espía o que no lo fuese,que no lo alanceasen, y volvían a sualojamiento el sol puesto, y más tarde, conrelación verdadera que cuatro leguas encircuito del pueblo no quedaba indio vivo. Masdende a cuatro horas, o cinco o más tardar, yalos escuadrones de los indios andabanrevueltos con los de los castellanos, cosa que losadmiraba grandemente, que en tan breve

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tiempo se hubiesen juntado y venido ainquietarlos.

En estas refriegas que cada noche tenían,aunque siempre hubo muertos y heridos deambas partes, no acaecieron cosas particularesnotables que poder contar, si no fue una nocheque un escuadrón de indios fue a dar dondeestaba el capitán Juan de Guzmán y sucompañía, el cual salió a ellos a caballo conotros cinco caballeros, y también salieron losinfantes. Y porque cuando los enemigosondearon sus hachos y encendieron lumbreestaban muy cerca de los nuestros, pudieronpeones y caballos llegar juntos a embestir conellos. Juan de Guzmán, que era un caballero degran ánimo, empero delicado de cuerpo,arremetió con el alférez que traía un estandartey venía en la primera hilera, al cual tiró unalanzada. El indio, hurtando el cuerpo, le asió lalanza con la mano derecha y corrió la mano porella hasta topar con la de Juan de Guzmán;entonces soltó la lanza y le asió de los

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cabezones y, dando un gran tirón, lo arrancó dela silla y dio con él a sus pies sin soltar labandera que llevaba en la mano izquierda, ytodo fue hecho con tanta presteza que apenasse pudo juzgar cómo hubiese sido.

Los soldados, cuando vieron su capitán ental aprieto, antes que el indio le hiciese otromal, arremetieron con él y lo hicieron pedazos,y desbarataron su escuadrón y libraron depeligro a Juan de Guzmán; pero no quedaronsin daño, porque los indios dejaron muertosdos caballos y heridos otros dos, de seis que aellos habían salido. Y los españoles no sentíanmenos la pérdida de los caballos que las de loscompañeros. Y los indios gustaban más dematar un caballo que cuatro caballeros, porqueles parecía que solamente por ellos les hacíanventaja sus enemigos.

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CAPÍTULO XXXIXDe una defensa que un español inventó co-ntra el frío que padecían en Chicaza

Con estas batallas nocturnas, que por sertantas y tan continuas causaban intolerabletrabajo y molestia, estuvieron nuestroscastellanos en aquel alojamiento hasta fin demarzo, donde, sin la persecución y afán que losindios les daban, padecieron la inclemencia delfrío, que fue rigurosísimo en aquella región. Y,como pasasen todas las noches puestos enescuadrones y con tan poca ropa de vestir, queel más bien parado no tenía sino unas calzas yjubón de gamuza, y casi todos descalzos sinzapatos ni alpargates, fue cosa increíble el fríoque padecieron y milagro de Dios no perecertodos.

En esta necesidad contra el frío se valieronde la invención de un hombre harto rústico ygrosero llamado Juan Vego, natural de Segura

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de la Sierra, a quien en la isla de Cuba, alprincipio de esta jornada, le pasó con VascoPorcallo de Figueroa un cuento gracioso,aunque para él riguroso, que por ser de burla ydonaires no lo ponemos aquí más de decir queJuan Vego, aunque tosco y grosero, daba en sergracioso. Burlábase con todos, decíales donairesy gracias desatinadas, conforme el aljaba dedonde salían. Vasco Porcallo de Figueroa, quetambién era amigo de burlas, le hizo unapesada, en cuya satisfacción le dio en LaHabana, donde pasó la burla, un caballoalazano que después, en la Florida, por habersalido tan bueno, le ofrecieron muchas vecessiete y ocho mil pesos por él para la primerafundición que hubiese, porque las esperanzasque nuestros castellanos a los principios ymedios de su descubrimiento se prometíanfueron tan ricas y magníficas como esto. MasJuan Vego nunca quiso venderlo, y acertó enello, porque no hubo fundición, sino muerte ypérdida de todos ellos, como la historia lo dirá.

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Este Juan Vego dio en hacer una estera depaja (que allí la hay muy buena, larga, blanda ysuave) para socorrerse del frío de las noches.Hízola de cuatro dedos en grueso, larga yancha; echaba la mitad debajo por colchón y laotra mitad encima, en lugar de frezada; y, comose hallase bien en ella, hizo otras muchas paralos compañeros con la ayuda de ellos mismos,que a las necesidades comunes todos acudían atrabajar en ellas.

Con estas camas que llevaba a los cuerposde guarda, o plaza de armas, donde todas lasnoches estaban puestos en escuadrón,resistieron el frío de aquel invierno, que ellosmismos confesaban hubieran perecido si nofuera por el socorro de Juan Vego. Ayudótambién a llevar el mal temporal la muchacomida de maíz y fruta seca que había enaquella comarca que, aunque los españolespadecieron el rigor del frío y las molestias delos enemigos, que no les dejaban dormir de

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noche, no tuvieron hambre, antes huboabundancia de bastimentos.

FIN DEL LIBRO TERCERODE LA FLORIDA

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LIBRO CUARTO

DE LA HISTORIA DE LAFLORIDA DEL INCA

Trata del combate delfuerte de Alibamo; lamuerte de muchosespañoles por falta de sal;cómo llegan a Chisca ypasan el Río Grande;indios y españoles hacenuna solemne procesiónpara adorar la cruz,pidiendo a Dios mercedes;la cruel guerra y sacoentre Capaha y Casquin;hallan los españolesinvención para hacer sal;la fiereza de los tulas, enfiguras y armas; unregalado invierno que loscastellanos tuvieron en

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Utiangue. Contienedieciséis capítulos

CAPÍTULO ISalen los españoles del alojamiento Chicaza ycombaten el fuerte de Alibamo

El gobernador y sus capitanes, viendo queera ya pasado el mes de marzo y que era yatiempo de pasar adelante en su descubrimiento,consultaron salir de aquel alojamiento yprovincia de Chicaza, y la demás gente lodeseaba por verse fuera de aquella tierra dondetanta guerra y daño les habían hecho, y siemprede noche, que en todos los cuatro meses que allíestuvieron los españoles invernando, nofaltaron los indios cuatro noches sin darlesrebatos y arma continua. Con estadeterminación común, salieron los nuestros deaquel puesto a los primeros de abril del año mily quinientos y cuarenta y uno, y, habiendocaminado el primer día cuatro leguas de tierra

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llana, poblada de muchos pueblos pequeños dea quince y de veinte casas, pararon un cuartode legua fuera de todo lo poblado,pareciéndoles que los indios de Chicaza, quetan molestos les habían sido en su tierra,viéndolos ya fuera de sus pueblos, les dejaríande perseguir. Mas ellos tenían otrospensamientos muy diferentes y ajenos de todapaz, como luego veremos.

Como los españoles parasen para alojarseen aquel campo, enviaron por todas partescaballos que corriesen la tierra y viesen lo quehabía en circuito del alojamiento. Los cualesvolvieron con aviso que cerca de allí había unfuerte hecho de madera, con gente de guerramuy escogida, que, al parecer, serían comocuatro mil hombres. El general, eligiendocincuenta de a caballo, fue a reconocer el fuertey, habiéndolo visto, volvió a los suyos y lesdijo: "Caballeros, conviene, antes que la nochecierre, echemos del fuerte donde se hanfortalecido, nuestros enemigos, los cuales, no

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contentos con la molestia y pesadumbre quetan porfiadamente en su tierra nos han dado,quieren, aunque estamos fuera de ella,molestarnos todavía por mostrar que no temenvuestras armas, pues las vienen a buscar fuerade sus términos. Por lo cual será bien que loscastiguemos y que no queden esta noche dondeestán, porque, si allí los dejamos, saliendo porsus tercios en rueda, nos flecharán toda lanoche sin dejarnos reposar."

A todos pareció bien lo que el gobernadorhabía dicho y así, dejando la tercia parte de lagente de infantes y caballos para guarda delreal, fue toda la demás con el gobernador acombatir el fuerte llamado Alibamo, el cual eracuadrado, de cuatro lienzos iguales, hecho demaderos hincados, y cada lienzo de pared teníacuatrocientos pasos de largo. Por de dentro eneste cuadro había otros dos lienzos de maderaque atravesaban el fuerte de una pared a otra.El lienzo de la frente tenía tres puertaspequeñas y tan bajas que no podía entrar

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hombre de a caballo por ellas. La una puertaestaba en medio del lienzo y las otras dos a loslados, junto a las esquinas. En derecho de estastres puertas, había en cada lienzo otras tres,para que, si los españoles ganasen las primeras,se defendiesen en las del segundo lienzo, y enlas del tercero y cuarto. Las puertas del postrerlienzo salían a un río que pasaba por lasespaldas del fuerte. El río, aunque era angosto,era muy hondo y de barrancas muy altas, quecon dificultad las podían subir y bajar a pie yde ninguna manera a caballo. Y éste fue elintento de los indios: hacer un fuerte dondepudiesen asegurarse de que los castellanos noles ofendiesen con los caballos entrando por laspuertas o pasando el río, sino que peleasen apie como ellos, porque a los infantes, como yahemos dicho otras veces, no les habían temoralguno por parecerles que les eran iguales yaun superiores. Sobre el río tenían puenteshechas de madera, flacas y ruines, que con

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dificultad podían pasar por ellas. A los ladosdel fuerte no había puerta alguna.

El gobernador, habiendo visto yconsiderado bien el fuerte, mandó que seapeasen cien caballeros de los más bienarmados y, hechos tres escuadrones de a treshombres por hilera, acometiesen el fuerte y quelos infantes, que no iban tan bien armados dearmas defensivas como los caballeros, fuesenen pos de ellos, y todos procurasen ganar laspuertas. Así se ordenó en un punto. Al capitánJuan de Guzmán le cupo la una puerta, y alcapitán Alonso Romo de Cardeñosa, la otra, y aGonzalo Silvestre, la tercera, los cuales sepusieron en sus escuadrones en derecho de laspuertas para las acometer.

Los indios que hasta entonces habíanestado encerrados en su fuerte, viendo losespañoles apercibidos para los combatir,salieron cien hombres por cada puerta aescaramuzar con ellos. Traían grandes plumajessobre las cabezas y, para parecer más feroces,

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venían todos ellos pintados a bandas las caras ylos cuerpos, brazos y piernas, con tintas o betúnde diversas colores, y con toda la gallardía quese puede imaginar arremetieron a losespañoles. Y de las primeras flechas derribarona Diego de Castro, natural de Badajoz, y aPedro de Torres, natural de Burgos, ambosnobles y valientes, los cuales iban en la primerahilera, a los lados de Gonzalo Silvestre. ADiego de Castro hirieron encima de la rodilla,en el lagarto de la pierna derecha, con un arpónde pedernal a Pedro de Torres atravesaron unapierna por entre las dos canillas. Francisco deReinoso, caballero natural de Astorga, viendosolo a Gonzalo Silvestre, que era su caudillo, sepasó de la segunda fila, donde iba, a la primerapor no le dejar ir solo.

En el segundo escuadrón, donde iba porcapitán Juan de Guzmán, derribaron de otroflechazo con arpón de pedernal a otro caballerollamado Luis Bravo de Jerez, que iba al lado delcapitán, y le hirieron en el lagarto del muslo. Al

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capitán Alonso Romo de Cardeñosa, que iba acombatir la tercera puerta, le quitaron de sulado uno de sus dos compañeros que había pornombre Francisco de Figueroa, muy noble ensangre y en virtud, natural de Zafra, el cual fueasimismo herido por el lagarto del muslo ytambién con arpón de pedernal, que estosindios, como gente plática en la guerra, tirabana los españoles de los muslos abajo, que era loque llevaban sin armas defensivas, y tirábanlescon arpones de pedernal por poder hacermayor daño porque, si no hiriesen de punta,cortasen de filo al pasar.

Estos tres caballeros murieron pocodespués de la batalla, y todos en una hora,porque las heridas habían sido iguales.Causaron con su muerte mucha lástima, porqueeran nobles, valientes y mozos, porque ningunode ellos llegaba a los veinte y cinco años. Sin lasheridas que hemos dicho, hubo otras muchas,porque los indios peleaban valentísimamente ytiraban a las piernas a sus enemigos. Lo cual,

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visto por los nuestros, dieron a una todos unalarido diciendo que cerrasen de golpe con loscontrarios y no les diesen lugar a que gastasensus flechas, con que tanto daño les hacían, y asílos acometieron con toda furia y presteza y losllevaron retirando hasta las puertas del fuerte.

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CAPÍTULO IIProsigue la batalla del fuerte hasta el fin deella

El gobernador, que con otros veinte de acaballo se había puesto al un lado de losescuadrones, y los capitanes Andrés deVasconcelos y Juan de Añasco al otro lado, conotros treinta caballeros, arremetieron todos alos indios. Uno de ellos tiró una flecha algeneral, que iba delante de los suyos, y le diosobre la celada, encima de la frente, un golpetan recio que la flecha surtió de la celada másde una pica en alto, y el gobernador confesabadespués haberle hecho ver relámpagos. Puescomo los caballeros y los infantes arremetiesentodos a una, los indios se retiraron hasta lapared del fuerte, donde, por ser las puertas tanpequeñas y no poderse acoger dentro losindios, fue grande la mortandad de ellos. Losespañoles, con la misma furia que habían

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cerrado con los enemigos en el llano, con esamisma entraron por las puertas revueltos conellos y tan igualmente que no se pudoaveriguar cuál de los tres capitanes hubieseentrado primero.

Dentro en el fuerte fue grande la matanzade indios, que, como los españoles los viesenencerrados y se acordasen de las muchaspesadumbres que en el alojamiento pasado sincesar les habían dado, los apretaron malamentecon la ira y enojo que contra ellos tenían, y acuchilladas y a estocadas, con gran facilidad,como a gente que no llevaban armasdefensivas, mataron gran número de ellos.Muchos indios, no pudiendo salir por laspuertas al río por la prisa que les daban,confiados en su ligereza, saltaron por cima delas cercas y cayeron en poder de los caballerosque andaban en el campo, donde los alancearontodos. Otros muchos indios, que pudieron saliral río por las puertas, lo pasaron por laspuentes de madera, empero muchos de ellos,

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con la prisa que unos a otros se daban al pasar,cayeron en el río, y era gracioso ver losgolpazos que daban en el agua porque caían demucha altura. Otros, que no pudieron tomar lospuentes, ni la furia de los enemigos les dabatanto espacio, se echaron de las barrancas abajoy pasaron el río a nado. De esta maneradesembarazaron el fuerte en poco espacio, y losque pudieron pasar el río, como que estuvieranya seguros, se pusieron en escuadrón, y losnuestros quedaron destotra parte.

Un indio de los que se habían escapado,viéndose fuera de aprieto, deseando mostrar ladestreza que en su arco y flechas tenía, seapartó de los suyos y dio voces a los castellanosdándoles a entender por señas y algunaspalabras que se apartase un ballestero de ellosen desafío singular y se tirasen sendos tiros aver cuál de ellos era mejor tirador. Uno de losnuestros, que había nombre Juan de Salinas,hidalgo montañés, salió muy a prisa de entrelos españoles (los cuales, por asegurarse de las

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flechas, se habían puesto al reparo de unosárboles que tenían por delante), y fue el ríoabajo a ponerse en derecho de donde estaba elindio, y, aunque uno de sus compañeros le diovoces que esperase que quería ir con él ahacerle escudo con una rodela, no quiso,diciendo que pues su enemigo no traía ventajaspara sí no quería llevarlas contra él. Y luegopuso una jara en su ballesta y apuntó al indiopara le tirar, el cual hizo lo mismo con su arco,habiendo escogido una flecha de las de sucarcaj.

Amigos soltaron los tiros a un mismotiempo. El montañés dio al indio por medio delos pechos, de manera que fue a caer, mas antesque llegase al suelo llegaron los suyos asocorrerle y se lo llevaron en brazos másmuerto que vivo, porque llevaba toda la jarametida por los pechos. El indio acertó alespañol por el pescuezo, en derecho del oídoizquierdo, que por hacer buena puntería elenemigo y también por darle el lado del

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cuerpo, que tiene menos través que ladelantera, había estado ladeado al tirar de laballesta, y le atravesó la flecha por la cerviz,echándole tanto de una parte como de otra, yasí la trajo atravesada y volvió a los suyos muycontento del tiro que había hecho en suenemigo. Los indios (aunque pudieron) noquisieron tirar a Juan de Salinas, porque eldesafío había sido uno a uno. El adelantado,que había deseado castigar la desvergüenza yatrevimiento de aquellos indios, apellidando alos de a caballo y pasando el río por un buenvado que estaba arriba del fuerte, los llevaronalanceando por un llano adelante más de unalegua, y no cesaran hasta acabarlos todos, si lanoche no les atajara con quitarles la luz del día.Mas con todo eso murieron en este trance másde dos mil indios, y pagaron bien su osadíapara que no pudiesen quedar loándose de loscastellanos que en su tierra habían muerto ni dela mucha molestia que en todo el inviernopasado les habían dado. Habiendo seguido al

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alcance, se volvieron los españoles a sualojamiento y curaron los heridos, que fueronmuchos, por cuya necesidad pararon allí cuatrodías, que no pudieron caminar.

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CAPÍTULO IIIPor falta de sal mueren muchos españoles, ycómo llegan a Chisca

Volviendo en nuestra historia un poco atrásde donde estábamos, porque se vayancontando los sucesos en el tiempo y lugar queacaecieron, porque no volvamos de más lejos acontarlos, es de saber que, luego que nuestrosespañoles salieron de la gran provincia de Cozay entraron en la Tascaluza, tuvieron necesidadde sal, y habiendo pasado algunos días sin ella,la sintieron de manera que les hacía muchafalta y algunos, cuya complexión debía depedirla más que la de otros, murieron por faltade ella y de una muerte extrañísima. Dábalesuna calenturilla lenta, y, al tercero o cuarto día,no había quien a cincuenta pasos pudiese sufrirel hedor de sus cuerpos, que era más pestíferoque el de los perros o gatos muertos. Y asíperecían sin remedio alguno porque ni sabían

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cuál lo fuese ni qué les hiciesen, porque nollevaban médico ni tenían medicinas ni, aunquelas hubiera, se entendía que les pudieranaprovechar porque, cuando sentían lacalenturilla, ya estaban corrompidos, ya teníanel vientre y las tripas verdes como hierbasdende el pecho abajo.

De esta manera empezaron a morir algunoscon gran horror y escándalo de los compañeros,de cuyo temor muchos de ellos usaron delremedio que los indios hacían para preservarsey socorrerse en aquella necesidad, y era quequemaban cierta hierba que ellos conocían y dela ceniza hacían lejía, y en ella, como en salsa,mojaban lo que comían, y con esto sepreservaban de no morir podridos como losespañoles. Los cuales muchos de ellos, por sersoberbios y presuntuosos no querían usar deeste remedio por parecerles cosa sucia eindecente a su calidad, y decían que era bajezahacer lo que los indios hacían. Y éstos talesfueron los que murieron, y, cuando en su mal

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pedían la lejía, ya no les aprovechaba, por serpasada la coyuntura que debía de preservarque no viniese la corrupción, mas después dellegada no debía ser bastante para remediarla,como no remedió a los que la pidieron tarde.Castigo merecido de soberbios que no hallen enla necesidad lo que despreciaron en laabundancia. Así murieron más de sesentaespañoles en la temporada que les faltó la sal,que fue casi un año, y en su lugar diremoscómo hicieron sal y socorrieron la necesidad.

Asimismo es de advertir que, cuando elgobernador llegó a Chicaza, por la muchavariedad de lenguas que halló conforme a lasmuchas provincias que había pasado, que casicada una tenía su lenguaje diferente de la otra,eran menester diez y doce y catorce intérpretespara hablar a los caciques e indios de aquellasprovincias. Y pasaba la razón dende Juan Ortizhasta el postrero de los intérpretes, los cuales seponían como atenores para recibir y dar larazón al otro según se iban entendiendo unos a

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otros. Con este trabajo y cansancio, pedía yrecibía el adelantado las relaciones de las cosasque de toda aquella gran tierra le conveníainformarse. Este trabajo faltaba en los indios eindias particulares que de cualquier provincialos nuestros para su servicio prendían, porquedentro de dos meses que hubiesen comunicadocon los españoles entendían a sus amos lo queen la lengua castellana les hablaban, y ellos enla misma lengua daban a entender lo que lesera forzoso y más común, y, a seis meses quehubiesen conversado con los castellanos,servían de intérpretes para con otros nuevosindios. Toda esta habilidad mostraban en ellenguaje, y para otra cualquier cosa la teníanmuy buena todos los de este gran reino de laFlorida.

Del alojamiento de Alibamo, que fue elpostrero de la provincia de Chicaza, salió elejército pasados los cuatro días que pornecesidad de los heridos allí estuvo y, al fin deotros tres que caminó por un despoblado

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llevando siempre la vía al norte por huir de lamar, llegó a dar vista a un pueblo llamadoChisca, el cual estaba cerca de un río grandeque, por ser el mayor de todos los que nuestrosespañoles en la Florida vieron, le llamaron elRío Grande, sin otro renombre. Juan Coles, ensu relación, dice que este río se llamaba, enlengua de los indios, Chucagua, y adelanteharemos más larga mención de su grandeza,que será de admiración. Los indios de estaprovincia Chisca, por la guerra continua quecon los de Chicaza tienen y por el despobladoque entre las dos provincias hay, no sabían cosaalguna de la ida de los españoles a su tierra, yasí estaban descuidados. Los nuestros, luegoque vieron el pueblo, sin guardar orden,arremetieron a él y prendieron muchos indios eindias de todas edades, y saquearon todo loque en él hallaron, como si fuera de los de laprovincia de Chicaza donde tan mal les habíantratado.

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A un lado del pueblo estaba la casa delcuraca, puesta en un cerrillo alto hecho a mano,que servía de fortaleza. No podían subir a ellasino por dos escaleras. A esta casa se recogieronmuchos indios. Otros se acogieron a un montemuy bravo que había entre el pueblo y el RíoGrande. El señor de aquella provincia sellamaba Chisca, como ella misma. Estabaenfermo en la cama y era ya viejo. El cual,sintiendo el ruido y alboroto que en el puebloandaba, se levantó y salió de su aposento y,como viese el robo y prisión de sus vasallos,tomó una hacha de armas y a toda furia iba adescender haciendo grandes fieros que habíade matar cuantos en su tierra hubiesen entradosin su licencia. Estas bravatas hacía y no tenía eltriste persona ni fuerzas para matar un gato,porque, además de estar enfermo, era unviejecito pequeño de cuerpo, que en todoscuantos indios vieron estos españoles en laFlorida no vieron otro de tan ruin persona;empero el ánimo de las valentías y hazañas de

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su mocedad, que había sido belicoso, y elseñorío de una provincia tan grande y buenacomo la suya le daban esfuerzos a haceraquellos fieros y otros mayores.

Sus mujeres y criados se asieron de él y conlágrimas y ruegos, encareciendo la falta de susalud, le detuvieron que no bajase. Y los indiosque subían del pueblo le dijeron que los quehabían venido eran hombres nunca vistos nioídos y que eran muchos y traían animalesmuy grandes y ligeros; que, si quería pelear conellos, mirase que los suyos estaban descuidadosy no apercibidos; que para vengar su injuriaapellidase la gente que había en la comarca yaguardase mejor coyuntura y, entre tanto,fingiese toda buena apariencia de amistad y seacomodase con las ocasiones conforme ellas seofreciesen, o de paciencia y sufrimiento, o deira y venganza, y no quisiese hacerinconsideradamente alguna temeridad paramayor ofensa suya y daño de sus vasallos. Conestas razones, y semejantes, que sus mujeres,

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criados y vasallos dijeron al curaca, lodetuvieron que no bajase a pelear con loscristianos, mas él quedó tan enojado que unrecaudo que el gobernador (sabiendo queestaba en su casa) le enviaba de paz y amistadno quiso oír, diciendo que no quería escucharrecaudo de quien le había ofendido, sinohacerle guerra a fuego y sangre, y así se ladeclaraba dende luego porque no sedescuidase, que pensaba degollarlos presto atodos juntos.

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CAPÍTULO IVLos españoles vuelven el saco al curaca Chiscay huelgan de tener paz con él

El general y sus capitanes y soldados quede todo el invierno pasado venían hartos yahítos de pelear y traían muchos heridos yenfermos, así hombres como caballos, ningunainclinación tenían a la guerra sino a la paz y,con el deseo de ella, confusos de habersaqueado el pueblo y de haber enojado alcuraca, le enviaron otros muchos recaudos contodas las buenas palabras blandas y suaves quese sufrían decir, porque demás de losinconvenientes que los españoles traíanconsigo, vieron que en menos de tres horas quehubieron llegado al pueblo se habían juntadocon el cacique casi cuatro mil hombres deguerra, todos apercibidos de sus armas, ytemieron los nuestros que, pues aquéllos sehabían juntado en tan breve tiempo, vendrían

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muchos más adelante. Vieron asimismo que elsitio del lugar, así en el pueblo como fuera deél, era muy bueno y favorable para los indios ymalo y desacomodado para los castellanos,porque por los muchos arroyos y montes queen todo aquel espacio había no podíanaprovecharse de los caballos, como eramenester para ofender a los indios. Y lo que lesera de mayor consideración, y ellos lo traíanbien experimentado, era ver que con la guerra ybatallas no medraban nada, sino que antes seiban consumiendo, porque de día en día lesmataban hombres y caballos, por todo lo cualinstaban a la paz con mucho deseo de ella.

Al contrario, entre los indios (después quese juntaron a consultar los recaudos de losnuestros) había muchos que deseaban la guerraporque estaban lastimados con la prisión de susmujeres e hijos, hermanos y parientes, y con lahacienda robada y, para restituirse en todo loperdido, les parecía, según la ferocidad de losánimos, que no tenían camino más corto que el

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de las armas, y cualquier otro se les hacía largo.Y, deseando verse ya en la batalla, contradecíanla paz sin dar razón alguna más que la de supérdida. Asimismo había otros indios que sinhaber perdido cosa alguna que deseasencobrar, sino sólo por mostrar sus fuerzas yvalentía y por la natural inclinación quegeneralmente tienen a la guerra contradecían lapaz. Los cuales proponían un caso de honra,diciendo que sería bien experimentar quéhombres eran en las armas aquéllos tanextraños y no conocidos y a dónde llegaban susfuerzas y ánimos. Y, para que ellos, y otros porellos, escarmentasen (en lo por venir) de ir a sustierras, sería muy bien hecho darles a conocersu esfuerzo y valentía. Otros indios hubo máspacíficos y cuerdos que dijeron se debía aceptarla paz y amistad que los españoles ofrecíanporque con ella, más seguramente que con laguerra y enemistad, podían cobrar las mujerese hijos presos y la hacienda perdida y asegurarque la que se podía perder (como era ver

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quemar sus pueblos y talar los campos entiempo que las mieses estaban tan cerca desazonar) no se perdiese, y que no había paraqué experimentar cuán valientes fuesenaquellas gentes, pues la razón claramente lesdecía que hombres que tantas tierras deenemigos habían pasado para llegar a las suyasno podían dejar de ser valentísimos, cuya paz yconcordia les era mejor que la guerra, la cual,sin los daños propuestos, causaría la muerte demuchos de ellos, la de sus hermanos, parientesy amigos, y darían venganza de sí a susenemigos los indios comarcanos. Por tanto,sería mejor aceptasen la amistad y viesen cómoles iba con ella que, cuando no les fuese bien,con mucha facilidad y con más ventajas que lasque entonces tenían, podrían volver a tomar lasarmas y salir con lo que ahora pretendían.

Este consejo venció a los demás, y el curacase inclinó a él, y, guardando su enojo paracuando se ofreciese mejor ocasión, respondió alos mensajeros del gobernador diciendo que

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ante todas cosas le dijesen qué era lo que loscastellanos querían y, siéndole respondido queno más de que les desembarazasen el pueblopara su alojamiento y les diesen la comida quehubiesen menester, que sería poca, porque ellospasaban de camino y no podían parar muchoen su tierra, dijo que era contento deconcederles la paz y amistad que le pedían ydesocupar el pueblo y dar el bastimento, concondición que soltasen luego sus vasallos y lesrestituyesen toda la hacienda que les habíantomado sin que de ella faltase ni una sola ollade barro (palabras fueron suyas), y que nosubiesen a su casa ni le viesen, que con estascondiciones él sería amigo de los españoles,donde no, que los desafiaba luego a la batalla.

Los nuestros aceptaron las condicionesporque no habían menester la gente que habíanpreso, que ellos traían servicio bastante, y lahacienda toda era una miseria de gamuzas yalgunas mantas, pocas y pobres. Toda se lesrestituyó, que no faltó ni una olla de barro,

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como dijo el curaca. Los indios desocuparon elpueblo y dejaron la comida que en sus casastenían para los castellanos, los cuales por causade los enfermos, porque se regalasen, pararonen aquel pueblo llamado Chisca seis días. Elúltimo de ellos, con permisión del cacique, queya estaba menos enojado, le visitó elgobernador y le agradeció la amistad yhospedaje, y, otro día siguiente, se partió endemanda de su viaje y descubrimiento.

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CAPÍTULO VSalen los españoles de Chisca y hacen barcaspara pasar el Río Grande y llegan a Casquin

Habiendo salido el ejército de Chisca,anduvo cuatro jornadas pequeñas de a tresleguas, que la indisposición de los heridos yenfermos no consentía que fuesen más largas. Ytodos los cuatro días caminaron el río arriba. Alfin de ellos, llegaron a un paso por donde sepodía pasar el Río Grande, no que se vadease,sino que tenía paso abierto para llegar a él,porque en todo lo de atrás de su ribera habíamonte grandísimo y muy cerrado y tenía lasbarrancas de una parte y otra muy altas ycortadas, que no podían subir ni bajar por ellas.En este paso fue necesario que el gobernador, ysu ejército, parase veinte días porque parapasar el río era menester se hiciesen barcas, opiraguas como las que se hicieron en Chicaza,porque, luego que los nuestros llegaron al paso

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del río, se mostraron de la otra parte más deseis mil indios de guerra, bien apercibidos dearmas, y gran número de canoas paradefenderles el paso.

Otro día, después que el gobernador llegó aeste alojamiento, vinieron cuatro indiosprincipales con embajadas del señor de aquellamisma provincia donde los españoles estaban,cuyo nombre, por haberse ido de la memoria,no se pone aquí. Puestos ante el general, sinhaber hablado palabra ni hecho otro semblantealguno, volvieron los rostros al oriente ehicieron una adoración al Sol con grandísimareverencia, luego, volviéndose al poniente,hicieron otra no tan grande a la Luna, y luego,enderezándose hacia el gobernador, le hicieronotra menor, de manera que todos loscircunstantes notaron las tres maneras deveneración que habían hecho por sus grados.Luego dieron su embajada, diciendo que elcuraca señor, y todos sus caballeros y la demásgente común de su tierra les enviaban a que, en

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nombre de todos ellos, le diesen la bienvenida yle ofreciesen su amistad y concordia y elservicio que su señoría gustase recibir de ellos.El adelantado les dijo muy buenas palabras ylos envió muy contentos de su afabilidad.

Todo el tiempo que los españolesestuvieron en aquel alojamiento, que fueronveinte días, o más, sirvieron estos indios alejército con mucha paz y amistad, empero elcuraca principal nunca vino a ver algobernador, antes se anduvo excusando conachaques de falta de salud. De donde seentendió que hubiese enviado la embajada yhecho el de más servicio por temor de que no letalasen los campos, que estaban fértiles y cercade sazonar los frutos, y porque no lesquemasen los pueblos más que no por amorque tuviese a los castellanos ni deseo deservirles. Con la mucha diligencia y trabajo queen hacer las barcas los españoles pusieron (quetodos trabajaban en ellas sin diferencia algunade capitanes a soldados, antes era tenido por

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capitán el que más trabajo ponía en ellas),echaron al cabo de quince días dos barcas al río,acabadas de todo punto, y de noche y de día lasguardaban con mucho cuidado porque losenemigos no se las quemasen. Los cuales entodo el tiempo que los españoles se ocupabanen su trabajo no cesaron de molestarlos en lascanoas, que las tenían muchas y muy buenas,que, hechos sus escuadrones, unas vecesbajando el río abajo, otras subiendo el ríoarriba, al emparejar les echaban muchasflechas, y los españoles se defendían y losapartaban de sí con los arcabuces y ballestascon que les hacían mucho daño, porque de susreparos tiraban a no perder tiro y hacían hoyosen las orillas del río, donde se escondíanporque los indios llegasen cerca. Al fin de losveinte días que los castellanos entendían enhacer las barcas, tenían cuatro en el agua, en lascuales cabían ciento y cincuenta infantes ytreinta caballos y, para que los indios las viesenbien y entendiesen que no les podían ofender,

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las llevaron a vela y remo el río arriba y abajo.Los infieles, reconociendo que no podíandefender el paso, acordaron alzar su real e irsea sus pueblos.

Los españoles sin contradicción algunapasaron el río en sus piraguas y en algunascanoas que con su buena industria habíanganado a los enemigos. Y, deshechas las barcaspor guardar la clavazón, que era muynecesaria, pasaron adelante en su viaje y,habiendo caminado cuatro jornadas por tierrasdespobladas, al quinto día asomaron por unoscerros altos y descubrieron un pueblo decuatrocientas casas asentado a la ribera de unrío mayor que Guadalquivir por Córdoba. Entoda la ribera de aquel río, y su comarca, habíamuchas sementeras de maíz, o zara, y grancantidad de árboles frutales que mostraban serla tierra muy fértil. Los indios del pueblo, queya tenían noticias de la ida de los castellanos,salieron en comunidad, sin personaje señalado,a recibir al gobernador, y le ofrecieron sus

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personas, casas y tierras, y le dijeron que detodo le hacían señor. Dende a poco vinieron departe del curaca dos indios principalesacompañados de otros muchos, y de nuevo, ennombre del señor y de todo su estado,ofrecieron al general (como lo habían hecho losprimeros) su vasallaje y servicio. Y elgobernador les recibió con mucha afabilidad yles dijo muy buenas palabras, con que sevolvieron muy contentos.

Este pueblo, y toda su provincia, y elcuraca señor de ella, habían un mismo nombrey se llamaban Casquin. Por la mucha comidaque tenía para la gente, y por regalar losenfermos y también los caballos, descansaronlos españoles seis días, los cuales pasados,fueron en otros dos al pueblo donde el caciqueCasquin residía, que estaba en la misma ribera,siete leguas el río arriba, toda tierra muy fértil ypoblada, aunque los pueblos eran pequeños, dea quince, veinte, treinta y cuarenta casas. Elcacique, acompañado de mucha gente noble

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salió a recibir al gobernador y le ofreció suamistad y servicio y su propia casa en que sealojase, la cual estaba en un cerro alto hecho amano en un lado del pueblo, donde había doceo trece casas grandes en que el curaca teníatoda su familia de mujeres y criados, que eranmuchos. El gobernador dijo que aceptaba suamistad, mas no su casa, por nodesacomodarle, y holgó de aposentarse en unahuerta que el mismo cacique señaló cuando vioque no quería sus casas, donde los indios, sinuna buena casa que en ella había, hicieron conmucha presteza grandes y frescas ramadas queeran así menester por ser ya mayo y hacercalor. El ejército se alojó parte en el pueblo yparte en las huertas, donde todos estuvieronmuy a placer.

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CAPÍTULO VIHácese una solemne procesión de indios yespañoles para adorar la cruz

Tres días había que el ejército estabaalojado en el pueblo llamado Casquin conmucho contento de indios y españoles cuando,al cuarto día, el curaca, acompañado de toda lanobleza de su tierra, que la había hechoconvocar para aquella solemnidad, se puso anteel gobernador y, habiendo él y todos los suyoshecho una grandísima reverencia, le dijo:"Señor, como nos haces ventaja en el esfuerzo yen las armas, así creemos que nos la haces entener mejor Dios que nosotros. Estos que vesaquí, que son los nobles de mi tierra y losplebeyos que por la bajeza de su estado y pocomerecimiento no osaron parecer delante de ti yyo con todos ellos, te suplicamos tengas porbien de pedir a tu Dios que nos llueva, quenuestros sembrados tienen mucha necesidad de

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agua. El general respondió que, aunquepecadores todos los de su ejército y él,suplicarían a Dios Nuestro Señor les hiciesemerced, como padre de misericordias. Luego,en presencia del cacique, mandó al maestroFrancisco Ginovés, gran oficial de carpintería yde fábrica de navíos, que de un pino, el másalto y grueso que en toda la comarca se hallase,hiciese una cruz.

Tal fue el que por aviso de los mismosindios se cortó, que después de labrado, quierodecir quitada la corteza y redondeado a másganar, como dicen los carpinteros, no lo podíanlevantar del suelo cien hombres. El maestrohizo la cruz en toda perfección, en cuenta decinco y tres, sin quitar nada al árbol de su altor.Salió hermosísima por ser tan alta. Pusiéronlasobre un cerro alto hecho a mano que estabasobre la barranca del río y servía a los indios deatalaya y sobrepujaba en altura a otros cerrillosque por allí había. Acabada la obra, quegastaron en ella dos días, y puesta la cruz, se

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ordenó el día siguiente una solemne procesiónen que fue el general y los capitanes y la gentede más cuenta, y quedó a la mira un escuadrónarmado de los infantes y caballos que paraguarda y seguridad del ejército era menester.

El cacique fue al lado del gobernador, ymuchos de sus indios nobles fueronentremetidos entre los españoles. Delante delgeneral, de por sí aparte, en un coro iban lossacerdotes, clérigos y frailes cantando lasletanías, y los soldados respondían. De estamanera fueron un buen trecho más de milhombres, entre fieles e infieles, hasta quellegaron donde la cruz estaba y delante de ellahincaron todos las rodillas y, habiéndose dichodos o tres oraciones, se levantaron y de dos endos fueron primero los sacerdotes y, con loshinojos en tierra, adoraron la cruz y la besaron.En pos de los eclesiásticos fue el gobernador, yel cacique con él sin que nadie se lo dijese, ehizo todo lo que vio hacer al general y besó lacruz. Tras ellos fueron los demás españoles e

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indios, los cuales hicieron lo mismo que loscristianos hacían.

De la otra parte del río había quince oveinte mil ánimas de ambos sexos y de todaslas edades, los cuales estaban con los brazosabiertos y las manos altas mirando lo quehacían los cristianos y, de cuando en cuando,alzaban los ojos al cielo haciendo ademanes conmanos y rostro como que pedían a Dios oyese alos cristianos su demanda. Otras veceslevantaban un alarido bajo y sordo, como degente lastimada, y a los niños mandaban quellorasen y ellos hacían lo mismo. Toda estasolemnidad y ostentaciones hubo de la unaparte y otra del río al adorar de la cruz, lascuales al gobernador y a muchos de los suyosmovieron a mucha ternura, por ver que entierras tan extrañas, y por gente tan alejada dela doctrina cristiana, fuese con tantademostración de humildad y lágrimas adoradala insignia de nuestra redención. Habiendotodos adorado la cruz de la manera que se ha

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dicho, se volvieron con la misma orden deprocesión que habían llevado, y los sacerdotesiban cantando el Te Deum laudamus hasta elfin del cántico, con que se concluyó lasolemnidad de aquel día, habiéndose gastadoen ella largas cuatro horas de tiempo.

Dios Nuestro Señor por su misericordiaquiso mostrar a aquellos gentiles cómo oye alos suyos que de veras lo llaman, que luego lanoche siguiente, de media noche adelante,empezó a llover muy bien y duró el agua otrosdos días, de que los indios quedaron muyalegres y contentos. Y el curaca y todos suscaballeros, en la forma de la procesión quevieron hacer a los cristianos para adorar la cruz,fueron a rendir las gracias al gobernador portanta merced como su Dios les había hecho porsu intercesión, y en suma, con muy buenaspalabras, le dijeron que eran sus esclavos y deallí adelante se jactarían y preciarían de serlo.El gobernador les dijo que diesen las gracias a

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Dios que crió el cielo y la tierra y hacía aquellasmisericordias y otras mayores.

Hanse contado estas cosas con tantaparticularidad porque pasaron así y porque fueorden y cuidado del gobernador y de lossacerdotes que andaban con él que se adorasela cruz con toda la solemnidad que les fueseposible, porque viesen aquellos gentiles laveneración en que la tenían los cristianos. Todoeste capítulo de la adoración, cuenta muylargamente Juan Coles en su relación y dice quellovió quince días. Acabadas estas cosas,habiendo ya nueve o diez días que estaban enaquel pueblo, mandó el gobernador seapercibiese el ejército para caminar el díasiguiente en demanda de su descubrimiento.

El cacique Casquin, que era de edad decincuenta años, suplicó al gobernador le dieselicencia para ir con él y permitiese que llevasegente de guerra y de servicio, los unos para queacompañasen el ejército y los otros para quellevasen el bastimento, porque habían de ir por

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tierras despobladas, y para que limpiasen loscaminos y en los alojamientos trajesen leña yhierba para los caballos. El gobernador leagradeció su buen comedimiento y le dijo quehiciese lo que más su gusto fuese, con lo cualsalió el curaca muy contento y mandóapercibir, o ya lo estaba, gran número de gentede guerra y servicio.

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CAPÍTULO VIIIndios y españoles van contra Capaha. Des-críbese el sitio de su pueblo

Es de saber, para mayor claridad denuestra historia, que este cacique Casquin y suspadres, abuelos y antecesores, de muchos siglosatrás tenían guerra con el señor y señores deotra provincia llamada Capaha, que confinabacon la suya. Los cuales, porque eran mayoresseñores de tierra y vasallos, habían traído, ytraían siempre, a Casquin arrinconado y casirendido, que no osaba tomar las armas por noenojar a Capaha y por no irritarle a que lehiciese el daño que como más poderoso podía.Estaba quieto; sólo se contentaba con guardarsus términos sin salir de ellos ni dar ocasión aque le ofendiesen, si con los tiranos basta nodársela. Pues como ahora viese Casquin labuena coyuntura que se le ofrecía para con lafuerza y poder ajeno vengarse de todas sus

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injurias pasadas, y él fuese sagaz y astuto, pidióal gobernador la licencia que hemos dicho, conla cual, y con la intención de vengarse, sacó sinla gente de servicio cinco mil indios de guerrabien apercibidos de armas y adornados degrandes plumajes, que por ninguna cosasaldrán de sus casas sin estas dos. Llevó tresmil indios cargados de comida, los cualestambién llevaban sus arcos y flechas.

Con este aparato salió Casquin de supueblo, habiendo pedido licencia para irdelante con su gente con achaque de descubrirlos enemigos, si los hubiese, y de tenerproveídos los alojamientos de las cosasnecesarias para cuando el ejército españolllegase. Sacó su gente en escuadrón formado,dividido en tres tercios --vanguardia, batalla yretaguardia--, en toda buena orden militar. Uncuarto de legua en pos de los indios salieron losespañoles y así caminaron todo el día. La nochese alojaron los indios delante de los castellanos,pusieron sus centinelas también como los

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nuestros, y entre las unas centinelas y las otraspasaba la ronda de a caballo. Con esta ordencaminaron tres jornadas y al fin de ellasllegaron a una ciénaga muy mala de pasar, quea la entrada y a la salida tenía grandesatolladeros y el medio era de agua limpia, mastan honda que por espacio de veinte pasos sehabía de nadar. (Esta ciénaga era término de lasdos provincias enemigas de Casquin yCapaha). La gente pasó por unas malas puentesque había hechas de madera. Los caballospasaron a nado, y con mucho trabajo, por lospantanos que a las orillas de una parte y otra dela ciénaga había. Tardaron todo el cuarto día enpasarla y a media legua de ella se alojaronindios y españoles en unas hermosísimasdehesas de tierra muy apacible. Otras dosjornadas caminaron, pasada la ciénaga, y altercer día, bien temprano, llegaron a unoscerros altos de donde dieron vista al puebloprincipal de Capaha, que era frontera y defensade toda la provincia contra la de Casquin y, por

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ende, lo tenían fortificado de la manera quediremos. El pueblo tenía quinientas casasgrandes y buenas; estaba en un sitio algo másalto y eminente que los derredores; teníanlohecho casi isla con una cava o foso de diez odoce brazas de fondo y de cincuenta pasos enancho y por donde menos, de cuarenta, hecho amano, el cual estaba lleno de agua y la recibíadel Río Grande, que atrás hicimos mención, quepasaba tres leguas arriba del pueblo. Recibíalapor una canal abierta a fuerza de brazos, quedesde el foso iba hasta el Río Grande a tomar elagua; la canal era de tres estados de fondo y tanancha que dos canoas de las grandes bajaban ysubían por ella juntas, sin tocar los remos de launa con los de la otra. Este foso de agua, tanancho como hemos dicho, rodeaba las trespartes del pueblo, que aún no estaba acabada laobra; la otra cuarta parte estaba cercada de unamuy fuerte palizada, hecha pared de gruesosmaderos hincados en tierra, pegados unos aotros y otros atravesados, atados y embarrados

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con barro pisado con paja, como ya lo hemosdicho arriba. Este gran foso, y su canal, teníatanta cantidad de pescado que todos losespañoles e indios que fueron con elgobernador se hartaron de él y pareció que nole habían sacado un pece.

El cacique Capaha, cuando sus enemigoslos casquines asomaron a dar vista al pueblo,estaba dentro, mas, pareciéndole que por estarsu gente desapercibida y por no tener tantacomo fuera menester no podían resistir a suscontrarios, les dio lugar, y, antes que llegasen alpueblo, se metió en una de las canoas que en elfoso tenía y se fue por la canal hasta el RíoGrande a guarecerse en una isla fuerte que en éltenía. Los indios del pueblo que pudieronhaber canoas fueron en pos de su señor. Otrosque no las pudieron haber se huyeron a losmontes que por allí cerca había. Otros, mástardíos y desdichados, quedaron en el pueblo.Los casquines, hallándolo sin defensa, entraronen él, no de golpe sino con recato y temor no

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hubiese dentro alguna celada de enemigos, que,aunque llevaban el favor de los españoles,todavía, como gente muchas veces vencida,temían a los de Capaha, que no podíanperderles el miedo, la cual dilación dio lugar aque mucha gente del pueblo, hombres, mujeresy niños, se escapasen huyendo.

Después que los casquines se certificaronque no había en el pueblo quién loscontradijese, mostraron bien el odio y rencorque a los moradores de él tenían, porquemataron los hombres que pudieron haber a lasmanos, que fueron más de ciento y cincuenta, yles quitaron los cascos de la cabeza para se losllevar a su tierra en señal de blasón, que entretodos estos indios se usa de gran victoria yvenganza de sus injurias. Saquearon todo elpueblo, robaron particularmente las casas delseñor con más contento y aplauso que otraalguna, porque eran suyas; cautivaron muchosmuchachos, niños y mujeres, y entre ellas doshermosísimas mozas, mujeres de Capaha, de

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muchas que tenía, las cuales no habían podidoembarcarse con el cacique, su marido, por laturbación y mucha prisa que el sobresalto de lano pensada venida de los enemigos les habíacausado.

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CAPÍTULO VIIISaquean los casquines el pueblo y entierro deCapaha, y van en su busca

No se contentaron los casquines con habersaqueado la casa del curaca y robado el puebloy hecho la mortandad y prisioneros quepudieron, sino que fueron al templo, que estabaen una plaza grande que el pueblo tenía, el cualera entierro de todos los señores que habíansido de aquella provincia, padres y abuelos, yantecesores de Capaha. Aquellos templos yentierros, como ya en otras partes se ha dicho,son lo más estimado y venerado que entre estosindios de la Florida se tiene, y creo que es lomismo en todas naciones, y no sin mucharazón, porque son reliquias, no digo de santos,sino de los pasados, que nos los representan alvivo. A este templo fueron los casquines,convocándose unos a otros para que todosgozasen del triunfo. Y, como entendiesen lo

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mucho que Capaha (soberbio y altivo por nohaber sido hasta entonces ofendido de ellos)había de sentir que sus enemigos hubiesentenido atrevimiento de entrar en su templo yentierro a menospreciarlo, no solamenteentraron en él, empero hicieron todas lasignominias y afrentas que pudieron, porquesaquearon todo lo que en el templo había deriqueza y ornato y despojos y trofeos que sehabían hecho de las pérdidas de susantepasados.

Derribaron por el suelo todas las arcas demadera que servían de sepulturas y, parasatisfacción y venganza propia y afrenta de susenemigos, echaron por tierra los huesos ycuerpos muertos que en las arcas había, y no secontentaron con los derramar por el suelo, sinoque los pisaron y cocearon con todo vilipendioy menosprecio. Quitaron muchas cabezas deindios casquines que los de Capaha habíanpuesto por señal de triunfo y victoria en puntasde lanzas a las puertas del templo y, en lugar

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de ellas, pusieron otras cabezas que ellos aqueldía cortaron de los vecinos del pueblo. Ensuma, no dejaron de hacer cosa que fuesevenganza de ellos y afrenta de Capaha que nola hiciesen. Quisieron quemar el templo y lascasas del curaca y todo el pueblo, mas noosaron por no enojar al gobernador. Todasestas cosas hicieron los casquines antes que elgobernador entrase en el pueblo, el cual, luegoque supo que Capaha se había ido a la isla afortalecerse en ella, le envió recaudos de paz yamistad con indios suyos de los que habíanpreso, mas él no quiso aceptarla, antes hizollamamiento de su gente para vengarse de susenemigos.

Lo cual, sabido por el gobernador, mandóque se apercibiesen indios y españoles para ir acombatir la isla. El cacique Casquin le dijo quesu señoría esperase tres o cuatro días a queviniese una armada de sesenta canoas quemandaría traer de su tierra, que eran menesterpara pasar a la isla, la cual armada había de

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subir por el Río Grande, que también pasabapor tierras de Casquin. El cual mandó a susvasallos que a toda diligencia fuesen y viniesencon las canoas, que habían de ser venganza deellos y destrucción de los enemigos. Entretantono cesaba el gobernador de enviar recaudos depaz y amistad a Capaha; mas, viendo que noaprovechaban y sabiendo que las canoas subíanya por el río arriba, mandó salir el ejército arecibirlas e ir por agua y tierra donde losenemigos estaban. Salieron los castellanos alquinto día de como llegaron al pueblo deCapaha.

Los indios casquines, por hacer daño en lassementeras de sus enemigos, caminaron hechosuna ala de media legua en ancho, talando ydestruyendo cuanto por delante topaban.Hallaron muchos indios de los suyos queestaban cautivos y servían de caseros en losheredamientos y campos de los de Capaha. Alos esclavos, porque no se les huyesen, lesdeszocaban uno de los pies, como ya hemos

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dicho de otros, y con prisiones crueles yperpetuas los tenían como a esclavos, más porseñal de victoria que por el provecho y servicioque les podían hacer. Pusiéronlos en libertadlos casquines y los enviaron a su tierra. Elgobernador y el cacique Casquin llegaron consus ejércitos al Río Grande y hallaron queCapaha estaba fortalecido en la isla conpalenques de madera gruesa que laatravesaban de una parte a otra, y, comotuviese mucha maleza de zarzas y monte que laisla criaba, estaba mala de entrar y peor deandar por ella. Por esta aspereza y por lamucha y muy buena gente de guerra queCapaha tenía dentro, se aseguraba que no se laganasen. Con todas estas dificultades, mandó elgobernador que en veinte canoas seembarcasen doscientos castellanos infantes y enlas demás fuesen tres mil indios y todos juntosacometiesen la isla y procurasen ganarla comobuenos guerreros. Con esta orden fueron en lassesenta canoas el número de indios y españoles

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que se ha dicho. Al saltar en tierra hubo unadesgracia que lastimó generalmente a todos loscastellanos y fue que uno de ellos llamadoFrancisco Sebastián, natural de Villanueva deBarcarrota, que había sido soldado en Italia,gentil hombre de cuerpo y rostro, muy alegrede su condición, se ahogó por darse prisa asaltar en tierra con una lanza, hincando elrecatón en el suelo y no pudiendo alcanzar latierra por haber rehuido la canoa para atrás,cayó en el agua, y, por llevar una cota vestida,se fue luego a fondo, que no pareció más. Pocoantes, yendo en la canoa, había estado (comootras veces) muy regocijado con suscompañeros y dícholes mil gracias y donaires,y, entre otras, había dicho éstas: "La malaventura me trajo a estos desesperaderos, queDios en buena tierra me había echado, que eraen Italia, donde, según el uso del lenguaje, mehablaban de señoría, como si yo fuera señor devasallos, y vosotros aquí aun no os preciáis dehablarme de tú, y allá, como gente generosa y

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caritativa, me regalaban y socorrían en misnecesidades como si yo fuera hijo de ellos. Estotenía yo en la paz y en la guerra: si acertaba amatar algún enemigo turco, moro o francés, nofaltaba qué despojarle, armas, vestidos ocaballos, que siempre me valían algo; mas aquíhe de pelear con un desnudo que anda saltandodiez o doce pasos delante de mí, flechándomecomo a fiera sin que le pueda alcanzar; y ya quemi buena dicha me ayuda y le alcance y mate,no hallo qué quitarle sino un arco y un plumaje,como si me fueran de provecho. Y lo que mássiento es que el Lucero de Italia, llamado asípor famoso astrólogo judiciario, me dijo que meguardase de andar en el agua, que había demorir ahogado, y parece que me trajo ladesdicha a tierra donde nunca salimos del yYotras semejantes, había dicho FranciscoSebastián poco antes que se ahogara, quecausaron mucha lástima a sus compañeros.

Los cuales, a la primera arremetida, a pesarde los enemigos, tomaron tierra y con mucho

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ánimo y esfuerzo ganaron el primer palenque ylos llevaron retirando hasta el segundo, con quepusieron tanto temor y espanto a las mujeres yniños y gente de servicio que en la isla habíaque, a mucha prisa, dando gritos, seembarcaron en sus canoas para huir por el ríoadelante. Los indios que estaban puestos paradefensa del segundo palenque, viendo a sucacique delante y conociendo el peligro que susmujeres e hijos y todos corrían de ser esclavosde sus enemigos y que en sola aquella batalla,si no peleaban como hombres y la vencían,perdían toda la honra y gloria que sus pasadosles habían dejado, arremetieron con gran furia,como desesperados, avergonzando a los que sehabían retirado y huido de los casquines, ypelearon con gran esfuerzo e hirieron muchosespañoles y los detuvieron, que ellos ni losindios no pasaron adelante.

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CAPÍTULO IXHuyen los casquines de la batalla y Capahapide paz al gobernador

Viendo los indios de Capaha que habíandetenido el ímpetu de sus enemigos, cobrandocon el hecho victorioso mayor ánimo yesfuerzo, dijeron a los casquines: "Pasadadelante, cobardes, a prendernos y llevarnospor esclavos, pues habéis osado entrar ennuestro pueblo a ofender a nuestro príncipecomo lo habéis ofendido. Acuérdeseos bien loque hacéis y lo que habéis hecho para cuandolos extranjeros se hayan ido, que entoncesveremos qué hombres sois vosotros para laguerra."

Solas estas palabras fueron parte para quelos casquines, como gente amedrentada y otrasmuchas veces vencida, no solamente dejasen depelear, mas que totalmente perdiesen el ánimoy a espaldas vueltas huyesen a las canoas sin

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respeto alguno de su cacique ni temor de lasvoces y amenazas que los españoles y elgobernador les hacían porque no dejasendesamparados los doscientos cristianos que conellos habían ido. Y así huyendo, como si losvinieran alanceando, tomaron sus canoas yquisieron tomar las que los castellanos habíanllevado, si no que hallaron en cada una de ellasdos cristianos que habían quedado para guardade ellas, que se las defendieron a golpe deespada, que los indios quisieron llevárselastodas porque los enemigos no tuvieran con quéseguirles.

Con esta vileza y poquedad de ánimohuyeron los casquines, habiendo entendidopoco antes ganar la isla con el favor y ayuda delos españoles sin que sus contrarios osarantomar las armas. Nuestros infantes, viendo queeran pocos contra tantos enemigos y que notenían caballos, que era la mayor fuerza de ellospara resistirles, empezaron a retirarse conbuena orden adonde habían dejado las canoas.

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Los indios de la isla, viendo los cristianos solosy que se retiraban, arremetieron a ellos congran denuedo para matarlos. Mas el caciqueCapaha, que era sagaz y prudente, quisoaprovecharse de esta ocasión para con ellaganar la gracia del gobernador y el perdón dela rebeldía y pertinacia que había tenido en nohaber querido recibir la paz y amistad quesiempre le había ofrecido. Pareciole asimismoque con aquella gentileza le obligaba a que nopermitiese que los casquines le hiciesen en supueblo y sembrados más del mal que le habíanhecho, que lo había sentido en extremo.

Con este acuerdo salió a los suyos y agrandes voces les mandó que no hiciesen mal alos cristianos sino que los dejasen ir libremente.Por esta merced que Capaha les hizo escaparonde la muerte nuestros doscientos infantes, quesi no fuera por su generosidad y cortesíamurieran todos en aquel trance. El gobernadorse contentó por entonces con haber recogido lossuyos vivos por la magnanimidad de Capaha,

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la cual se estimó y engrandeció mucho entretodos los españoles. El día siguiente, bien demañana, vinieron cuatro indios principales conembajada de Capaha al gobernador, pidiéndoleperdón de lo pasado y ofreciéndole su servicioy amistad en lo por venir, y que no permitieseque sus enemigos le hiciesen más daño en sutierra del que le habían hecho y que suplicaba asu señoría se volviese al pueblo, que el díasiguiente iría personalmente a besarle lasmanos y darle la obediencia que le debía. Estocontenía en suma la embajada, mas losembajadores la dieron con muchas palabras ygran solemnidad de ceremonias y ostentaciónde respeto y veneración que al Sol y a la Lunahicieron, y ninguna al cacique Casquin queestaba presente, como si no lo estuviera, anteshicieron que no lo habían visto.

El general respondió diciendo que Capahaviniese cuando él más gustase, que siempresería bien recibido, y que holgaba de aceptar suamistad y que en su tierra no se le haría más

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daño alguno ni en una hoja de un árbol; que delque se le había hecho había sido él causa, porno haber querido recibir la paz y amistad quetantas veces se le había ofrecido; y que en lopasado, le rogaba no se hablase más cosaalguna. Con esta respuesta envió el gobernadorlos embajadores muy contentos, habiéndolesregalado y acariciado con buenas palabras. ACasquin no le plugo nada la embajada de suenemigo ni la respuesta del gobernador,porque quisiera que Capaha perseverase en supertinacia para vengarse de él y destruirle conel favor de los castellanos. El gobernador, luegoque recibió la embajada de Capaha, se volvió alpueblo y por el camino mandó echar bando queni indio ni español fuese osado tomar cosaalguna que fuese de daño a los de la provincia,y, llegando al pueblo, mandó que los indios deCasquin, así de guerra como de servicio, sefuesen luego a su tierra, quedando algunos deellos para servir a su curaca que quiso quedarsecon el gobernador. A medio día, caminando el

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ejército, vino una embajada de Capaha algeneral diciendo suplicaba a su señoría leavisase de su salud y estuviese cierto y seguroque el día siguiente vendría a besarle lasmanos. A puesta de sol, que ya habían llegadoal pueblo, vino otro embajador diciendo lasmismas palabras. Y estas dos embajadas sedieron con las propias solemnidades yceremonias que la primera de adorar al Sol y ala Luna y al gobernador. El general respondiócon mucha suavidad y mandó regalar losmensajeros porque entendiesen que les teníaamistad. El día siguiente, a las ocho de lamañana, vino Capaha acompañado de cienhombres nobles adornados de muy hermososplumajes y mantas de todas suertes depellejinas.

Antes que viese al gobernador fue a ver sutemplo y entierro. Debió de ser porque estabaen el camino para la posada del general oporque sentía aquella afrenta más que todas lasque se le habían hecho. Y como entrase dentro

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y viese el destrozo pasado, disimulando elsentimiento que tenía, levantó del suelo por susmanos los huesos y cuerpos muertos de susantepasados que los casquines habían echadopor tierra y, habiéndolos besado, los volvió alas arcas de madera que servían de sepulturas.Y habiendo acomodado aquello lo mejor que lefue posible, fue a su casa, donde estabaaposentado el gobernador, el cual salió de suaposento a recibirle y lo abrazó con muchaafabilidad y, habiendo hecho el curaca suofrecimiento de vasallaje, hablaron en muchasparticularidades que el gobernador le preguntóde su tierra y de las provincias comarcanas, alas cuales el cacique respondió con satisfaccióndel general y de los capitanes que estabandelante, en que mostró ser de buenentendimiento. Era Capaha de edad deveintiséis o veintisiete años.

El cual, viendo que el gobernador cesaba desus preguntas y que no había a quéresponderle, y, por otra parte, no pudiendo

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disimular más el enojo que contra el caciqueCasquin tenía por las ofensas que le habíahecho, del cual, aunque había salido con elgobernador a recibirle y se había halladopresente a todo lo que se había hablado, nuncahabía hecho caso, como si hubiera estadoausente, viendo, pues, el campo sosegado,volvió el rostro a él y le dijo: "Contento estarás,Casquin, de haber visto lo que nuncaimaginaste ni de tus fuerzas lo esperabas, quees la venganza de tus enojos y afrentas.Agradécelo al poder ajeno de los españoles.Ellos se irán y nosotros nos quedaremos ennuestras tierras, como antes nos estábamos.Ruega al Sol y a la Luna, nuestros dioses, quenos den buenos temporales."

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CAPÍTULO XApadrina el gobernador a Casquin dos veces yhace amigos los dos curacas

El gobernador, antes que Casquinrespondiese, preguntó a los intérpretes qué eralo que Capaha había dicho y, habiéndolosabido, le dijo que los españoles no habíanvenido a sus tierras para los dejar másencendidos en sus guerras y enemistades queantes estaban, sino para ponerlos en paz yconcordia, y que del enojo que los casquines lehabían dado tenía él mismo la culpa por nohaber esperado en su pueblo cuando loscastellanos vinieron a él, o por no le haberenviado algún mensajero al camino, que, si lohiciera, no entraran sus enemigos en su puebloni en su término y, pues el daño pasado lohabía causado su propia inadvertencia, lerogaba tuviese por bien de perder la saña yolvidar las pasiones que los dos hasta aquel día

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habían tenido, y de allí adelante fuesen amigosy buenos vecinos, y que esto les pedía yencargaba a los dos, como amigo de ambos, y siera menester, se lo mandaba so pena de tenerpor enemigo al que no le obedeciese.

Capaha respondió al gobernador que, porhabérselo mandado su señoría y por servirle,holgaba de ser amigo de Casquin, y así seabrazaron como dos hermanos, mas elsemblante de los rostros ni el mirarse el uno alotro no era de verdadera amistad. Empero, conla que pudieron fingir, hablaron los dos curacascon el general en muchas cosas, así de Españacomo de las provincias que los españoleshabían visto en la Florida. Duró la conversaciónhasta que les avisaron que era hora de comerpara que se pasasen a otro aposento donde lestenían puesta la mesa para todos tres, porque elgobernador siempre honraba a los caciques consentarlos a comer consigo. El adelantado sesentó a la cabecera de la mesa y Casquin, quedesde el primer día que con él había comido se

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sentaba a su mano derecha, tomó el mismoasiento. Capaha, que lo vio, dijo sin mostrarmal semblante: "Bien sabes, Casquin, que eselugar es mío por muchas razones, y lasprincipales son que mi calidad es más ilustre,mi señorío más antiguo y mi estado mayor queel tuyo. Por cualquiera de estas tres cosas nodebieras tomar ese asiento, pues sabes que porcada una de ellas me pertenece."

El gobernador, que andaba apadrinando aCasquin, pareciéndole novedad lo que habíapasado, quiso saber lo que Capaha le habíadicho, y, habiéndolo entendido le dijo: "Puestoque todo eso que habéis dicho sea verdad, esjusto que la antigüedad y canas de Casquinsean respetadas, y que vos, que sois mozo,honréis al viejo con darle el lugar máspreeminente, porque es obligación natural quelos mozos tienen de acatar a los viejos, y,haciéndolo así, se honran ellos mismos."Capaha respondió diciendo: "Señor, si yotuviera por huésped en mi casa a Casquin, por

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sus canas, y sin ellas, le diera yo el primer lugarde mi mesa y le hiciera toda la demás honraque pudiera, mas, comiendo en la ajena, no meparece justo perder mis preeminencias porqueson de mis antepasados, y mis vasallos,principalmente los nobles, me lo tendrían amal. Si vuestra señoría gusta que yo coma a sumesa, sea con darme el lugar de su manoderecha, porque es mío; donde no, yo me voy acomer con mis soldados, que me será máshonroso y para ellos de mayor contento que noverme con mengua de lo que soy y de lo quemis padres me dejaron." Casquin, que por unaparte deseaba aplacar el enojo pasado a Capahay por otra veía que era verdad todo lo quehabía dicho y alegado en su favor, se levantó dela silla y dijo al gobernador: "Señor, Capahatiene mucha razón y pide justicia. Suplico avuestra señoría mande darle su asiento y lugar,que es éste, y yo me sentaré al otro lado, que ala mesa de vuestra señoría en cualquier partede ella estoy muy honrado." Diciendo esto se

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pasó a la mano izquierda, y, sin algunapesadumbre, se asentó a comer, con lo cual seapaciguó Capaha y tomó su silla y con todobuen semblante comió con el gobernador.

Escríbense estas cosas tan por menudo,aunque parece que no son de importancia,porque se vea que la ambición de la honra, másque otra pasión alguna, tiene mucha fuerza entodos los hombres, por bárbaros y ajenos quesean de toda buena enseñanza y doctrina. Y asíse admiraron el gobernador y los caballeros quecon él estaban de ver lo que entre los doscuracas había pasado, porque no entendían queen los indios se hallasen cosas tan afinadas enla honra ni que ellos fuesen tan puntuosos enella.

Luego que el gobernador y los dos caciqueshubieron comido, trajeron delante de ellos lasdos mujeres de Capaha, que dijimos habíanpreso los casquines cuando entraron en elpueblo, y se las presentaron a Capaha,habiendo el día antes dado libertad a toda la

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demás gente que con ellas habían cautivado.Capaha las recibió con mucho agradecimientode la magnificencia que con él se usaba y,después de haberlas aceptado por suyas, dijo algobernador suplicaba a su señoría se sirviesede ellas, que él se las ofrecía y presentaba demuy buena voluntad. El gobernador le dijo queno las había menester, porque traía muchagente de servicio. El curaca replicó diciendoque, si no las quería para su servicio, las diésede su mano al capitán o soldado a quien deellas quisiese hacer merced porque no habíande volver a su casa ni quedar en su tierra.Entendiose que Capaha las aborreciese y echasede sí por sospecha que tuviese de que,habiendo estado presas en poder de susenemigos, sería imposible que dejasen de estarcontaminadas.

El gobernador, porque el curaca no sedesdeñase, le dijo que, por ser dádiva de sumano, las aceptaba. Ellas eran hermosas enextremo, y, aunque lo eran tanto y el cacique

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era mozo, bastó la sospecha para odiarlas yapartarlas de sí. Por este hecho se podrá vercuánto se abomine entre estos indios aqueldelito, y con el destierro y castigo de estasmujeres parece que se comprueba lo que atrásdijimos acerca de sus leyes contra el adulterio.

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CAPÍTULO XIEnvían los españoles a buscar sal y minas deoro, y pasan a Quiguate

El adelantado, viendo la mucha necesidadde sal que su gente padecía, pues morían por lafalta de ella, hizo en aquella provincia deCapaha grandes diligencias con los curacas ysus indios para saber dónde la pudiese haber.Con la pesquisa halló ocho indios en poder delos españoles, los cuales habían sido presos eldía que entraron en aquel pueblo, y no erannaturales de él sino extranjeros y mercaderesque con sus mercancías corrían muchasprovincias, y, entre otras cosas, acostumbrabantraer sal para vender. Los cuales, puestos anteel gobernador, dijeron que cuarenta leguas deallí, en unas sierras, había mucha y muy buenasal, y, a las preguntas y repreguntas que leshicieron, respondieron que de aquel metal

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amarillo que les pedían había también muchoen aquella tierra.

Con estas nuevas se regocijarongrandemente los castellanos, y, para lasverificar, se ofrecieron dos soldados a ir con losindios. Estos eran naturales de Galicia, el unollamado Hernando de Silvera y el otro PedroMoreno, hombres diligentes y que se les podíafiar cualquier cosa. Encargóseles que por dondepasasen notasen la disposición de la tierra ytrajesen relación si era fértil y bien poblada. Y,para contratar y comprar la sal y el oro,llevaron perlas y gamuzas y otras cosas delegumbres, llamadas frisoles, que Capaha lesmandó dar, e indios que los acompañasen y dosde los mercaderes para que los guiasen. Coneste acuerdo fueron los españoles y, al fin delos once días que tardaron en su viaje volvieroncon seis cargas de sal de piedra cristalina, nohecha con artificio sino criada así naturalmente.Trajeron más una carga de azófar muy fino ymuy resplandeciente, y de la calidad de las

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tierras que habían visto dijeron que no erabuena, porque era estéril y mal poblada. De laburla y engaño del oro se consolaron losespañoles con la sal, por la necesidad que deella tenían.

El gobernador, con las malas nuevas quesus dos soldados le dieron de las tierras quehabían visto, acordó volverse al pueblo deCasquin para de allí tomar otro viaje hacia elponiente a ver qué tierras había por aquelparaje, porque hasta allí, dende Mauvila,habían caminado siempre hacia el norte porhuir de la mar. Con esta determinación dejaronlos castellanos a Capaha en su pueblo y sevolvieron con Casquin al suyo, dondedescansaron cinco días. Los cuales pasados,salieron de él y caminaron cuatro jornadas porel río abajo por una tierra fértil y de muchagente, y, al fin de ellas, llegaron a una provinciallamada Quiguate, cuyo señor y moradoressalieron de paz a recibir al gobernador y lehospedaron, y otro día le dijo el cacique pasase

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adelante su señoría hasta el pueblo principal desu provincia donde tenía mejor recaudo para leservir que en aquél.

Otras cinco jornadas caminaron losespañoles, siempre por el río abajo por tierra,como dijimos de la pasada, poblada de gente yabundante de comida. Al fin del quinto díallegaron al pueblo principal llamado Quiguate,de quien toda la provincia tomaba nombre, elcual estaba dividido en tres barrios iguales. Enel uno de ellos estaba la casa del señor, puestaen un cerro alto, hecho a mano; en los dosbarrios se alojaron los españoles y en el tercerose recogieron los indios, y hubo bastantealojamiento para todos. Dos días después quellegaron, se huyeron, sin causa alguna, todoslos indios y el curaca y, pasados otros dos días,se volvieron, pidiendo perdón de su mal hecho.Disculpábase el cacique diciendo que ciertanecesidad forzosa le había hecho ir sin licenciade su señoría, pensando volver aquel mismodía, y que no le había sido posible. Debió el

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curaca, después de huido, temer que losespañoles a la partida le quemasen el pueblo ylos campos, y este miedo le hizo volverse que,según pareció, con mala intención se había ido,porque en su ausencia habían andado susindios amotinados haciendo el daño que conasechanzas habían podido, que dos o trescastellanos habían herido, y todo lo disimuló elgobernador por no romper con ellos.

Una de las noches que los españolesestuvieron en este alojamiento, acaeció que elayudante de sargento mayor, que se llamabaPablos Fernández, natural de Valverde, fue algobernador a media noche y le dijo que eltesorero Juan Gaytán, habiéndole apercibidoque rondase a caballo el cuarto de la modorra,no había querido hacerlo, excusándose con queera tesorero de Su Majestad. El gobernador seenojó grandemente, porque este caballero fueuno de los que en Mauvila habían murmuradode la conquista y tratado de salirse de la tierraluego que llegasen donde hallasen navíos y

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volverse a España o irse a México, lo cual, comoen su lugar dijimos, fue causa de atajar ydesconcertar los motivos y buenas trazas que elgobernador en su imaginación traía hechaspara conquistar y poblar la tierra.

Pues como ahora, con la inobedienciapresente le recordasen el enojo pasado, selevantó de la cama poniéndose en el patio de lacasa del curaca, que estaba en alto, dijo agrandes voces que, aunque era a medianoche,las oyeron en todo el pueblo: "¿Qué es esto,soldados y capitanes? ¿Viven todavía losmotines, que en Mauvila se trataban, devolveros a España o de iros a México, que conachaques de oficiales de la Hacienda Real noqueréis velar los cuartos que os caben? ¿A quédeseáis volver a España? ¿Dejasteis en ellaalgunos mayorazgos que ir a gozar? ¿A quéqueréis ir a México? ¿A mostrar la vileza ypoquedad de vuestros ánimos, que, pudiendoser señores de un tan gran reino donde tantas ytan hermosas provincias habéis descubierto y

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hollado, hubiésedes tenido por mejor(desamparándolas por vuestra pusilanimidad ycobardía) iros a posar a casa extraña y a comera mesa ajena, pudiéndola tener propia parahospedar y hacer bien a otros muchos? ¿Quéhonra os parece que os harán cuando tal hayansabido? Habed vergüenza de vosotros mismosy apercibíos, que oficiales de la Hacienda Real yno oficiales, todos hemos de servir a SuMajestad, y nadie presuma exentarse porpreminencias que tenga, que le cortaré lacabeza, séase quien fuere, y desengañaos, quemientras yo viviese, nadie ha de salir de estatierra, sino que la hemos de conquistar y poblaro morir todos en la demanda. Por tanto, hacedlo que debéis, dejando vanas presunciones, queya no es tiempo de ellas."

Con estas palabras, dichas con gran rabia ydolor de corazón, mostró el gobernador lacausa del descontento perpetuo que desdeMauvila había tenido y el que siempre tuvo,hasta que murió. Los que las tomaron por sí,

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hicieron de allí adelante lo que se les ordenabasin contradecir cosa alguna, porque entendíanque el gobernador no era hombre con quien sepodía burlar y más habiéndose declarado tantocomo se declaró.

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CAPÍTULO XIILlega el ejército a Colima, halla invención dehacer sal y pasa a la provincia Tula

Seis días estuvieron los españoles en elpueblo llamado Quiguate, y al seteno salieronde él y, en cinco jornadas que caminaronsiempre por la ribera del río de Casquin abajollegaron al pueblo principal de otra provincia,llamada Colima, cuyo señor salió de paz yrecibió al gobernador y a su ejército con muchafamiliaridad y muestras de amor, de que loscastellanos holgaron no poco, porque llevabannueva que los indios de aquella provinciausaban traer hierba en las flechas, de que losnuestros iban muy temerosos porque decían:"Si a la ferocidad y braveza que los indiostienen en tirar sus flechas le añaden tósigo,¿qué remedio podremos tener nosotros?" Mashallando que no la usaban, recibieron conmayor regocijo la amistad de los colimas,

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aunque les duró poco, porque dentro de dosdías se amotinaron sin ocasión alguna y sefueron al monte el curaca y sus vasallos.

Los nuestros, habiendo estado en el puebloColima un día después de la huída de losindios, recogiendo bastimento para el camino,siguieron su viaje y caminaron atravesandounos campos de sementeras fértiles y por unosmontes claros y apacibles para andar por ellos,y, al fin de cuatro días de camino, llegaron a laribera de un río donde se alojó el ejército.Ciertos soldados, después de haber hecho sualojamiento, se bajaron paseando al río y,andando por la orilla, echaron de ver en unaarena azul, que había a la lengua del agua. Unode ellos, tomando de ella, la gustó y halló queera salobre, y dio aviso a los compañeros y lesdijo que le parecía se podría hacer salitre deaquella arena para hacer pólvora para losarcabuces. Con esta intención dieron en lacoger mañosamente, procurando coger la arenaazul sin mezcla de la blanca. Habiendo cogido

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alguna cantidad, la echaron en agua y en ella laestregaron entre las manos y colaron el agua, yla pusieron a cocer, la cual, con el mucho fuegoque le dieron, se convirtió en sal algo amarillade color, mas de gusto y de efecto de salar muybuena.

Con el regocijo de la nueva invención y porla mucha necesidad que tenían de sal, pararonlos españoles ocho días en aquel alojamiento, ehicieron gran cantidad de ella. Algunos huboque, con el ansia que tenían de sal, viéndoseahora con abundancia de ella, la comían abocados sola, como si fuera azúcar, y a los quese lo reprehendían les decían: "Dejadnos hartarde sal, que harta hambre hemos traído de ella."Y de tal manera se hartaron nueve o diez deellos, que en pocos días murieron dehidropesía, porque a unos mata la hambre y aotros el hastío.

Los españoles, proveídos de sal y alegrescon la invención del hacerla cuando la hubiesenmenester, salieron de aquel alojamiento y

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provincia, que ellos llamaron de la Sal, ycaminaron dos días para salir de sus términos,y entraron en los de otra provincia llamadaTula, por la cual caminaron cuatro días portierras despobladas, y el último de ellos, amedio día, paró el ejército en un hermoso llano,donde se alojó. Y aunque las guías dijeron algobernador que el pueblo principal de aquellaprovincia estaba media legua de allí, no quisoque la gente pasase adelante porque habíancaminado seis días sin parar y quería queentrasen otro día, habiéndose refrescado, enaquel alojamiento. Empero, él quiso ver elpueblo aquella misma tarde, para lo cual eligiósesenta infantes y cien caballos que fuesen conél a reconocerlo. Estaba asentado en un llanoentre dos arroyos, cuyos moradores estabandescuidados, que no habían tenido noticia de laida de los castellanos. Mas luego que los vieron,tocaron arma y salieron a pelear con todo elbuen ánimo y esfuerzo que se puede decir.Empero lo que admiró muy mucho a los

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nuestros fue ver que entre los hombres saliesenmuchas mujeres con sus armas y que peleasencon la misma ferocidad que los varones.

Los españoles arremetieron con los indios ylos rompieron y, revueltos unos con otrospeleando, entraron en el pueblo, dondetuvieron bien que hacer los cristianos, porquehallaron enemigos temerarios que pelearon sintemor de morir y, aunque les faltasen las armasy las fuerzas, no querían darse a prisión sinoque los matasen. Lo mismo hacían las mujeres,y aun se mostraban más desesperadas. Durantela pelea entró en una casa un caballero delreino de León, llamado Francisco de ReynosoCabeza de Vaca, y subió a un aposento alto queservía de granero, donde halló cinco indiasmetidas en un rincón, y por señas les dijo queestuviesen quedas, que no quería hacerles mal.Ellas, viéndole solo, arremetieron con él todasjuntas y, como alanos a un toro, le asieron porlos brazos, piernas y cuello y una de ellas lehizo presa del viril. El Reynoso, sacudiendo con

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gran fuerza todo el cuerpo y los brazos paradesembarazarlos y defenderse a puñadas,estribó recio sobre un pie y rompió el suelo dela cámara, que era de un cañizo flaco, y se lesumió el pie y la pierna hasta lo último delmuslo, y quedó asentado en el suelo, con que leacabaron de sujetar las indias y, a bocados ypuñadas, lo tenían a mal partido para matarlo.Francisco de Reynoso, aunque se veía en talaprieto, por su honra, por ser la pendencia conmujeres, no quería dar voces a los suyospidiéndolos socorro.

A este punto acertó a entrar un soldado enlo bajo del aposento, donde ahogaban a Cabezade Vaca, y, oyendo el estruendo que encimaandaba, alzó los ojos y vio la pierna colgada y,entendiendo que fuese de algún indio porqueestaba desnuda, sin calza ni calzado, alzó laespada para cortarla de una cuchillada, mas almismo tiempo sospechó lo que podía ser por elmucho ruido que sintió arriba y llamó aprisaotros dos compañeros, y todos tres subieron al

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aposento, y, viendo cuál tenían las indias aFrancisco de Reynoso, arremetieron con ellas ylas mataron todas, porque ninguna de ellasquiso soltarle ni dejar de darle puñadas ybocados, aunque las mataban. Así libraron de lamuerte a Francisco de Reynoso, que estaba yamuy cerca de ella. Este año de noventa y unoen que estoy sacando de mano propia en limpioesta historia, supe, por el mes de febrero, quetodavía vivía este caballero en su patria.

Otra suerte, no mejor, sucedió aquel día enJuan Páez, natural de Usagre, que era capitánde ballesteros. El cual, no siendo nada sueltosobre un caballo, sino atado y torpe, quisopelear a caballo y, andando la batalla a losúltimos lances, topó un indio que, aunque seiba retirando, todavía peleaba. Juan Páezarremetió con él, y sin tiempo, maña nidestreza, que no la tenía, le tiró una lanzada. Elindio, hurtando el cuerpo, apartó de sí la lanzacon un trozo de pica de más de media brazaque por arma llevaba y, tomándolo a dos

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manos, le dio un palo en medio de la boca quele quebró cuantos dientes tenía, y, dejándoloaturdido, se acogió y puso en salvo.

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CAPÍTULO XIIIDe la extraña fiereza de ánimo de los tulas, yde los trances de armas que con ellos tuvieronlos españoles

El general, porque era ya tarde, mandótocar a recoger y, dejando muchos indiosmuertos y llevando algunos de los suyos malheridos, se volvió al real, nada contento de lajornada de aquel día, antes fue escandalizadode la obstinación y temeridad con que aquellosindios pelearon y que las indias tuviesen elmismo ánimo y fiereza.

El día siguiente entró el general con suejército en el pueblo y, hallándolodesamparado, se alojó en él. Aquella tardesalieron cuadrillas de caballos a correr portodas partes el campo a ver si había juntas deenemigos. Toparon algunos que servían deatalayas y los prendieron, mas no fue posiblellevar alguno de ellos vivo al real para tomar

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lengua de él, porque, maniatándolos parallevarlos, luego se echaban en el suelo y decían"o me mata o me deja", y no respondían palabraa cuantas preguntas les hacían y, si queríanarrastrarlos porque se levantasen, se dejabanarrastrar, por lo cual fue forzoso a loscastellanos matarlos todos.

En el pueblo (porque demos relación de susparticularidades) hallaron los nuestros muchoscueros de vaca, sobados y aderezados con supelo, que servían de mantas en las camas. Otrosmuchos cueros hallaron crudos por adobar.También hallaron carne de vaca, mas nohallaron vacas por los campos, ni pudieronsaber de dónde hubiesen traído los cueros. Losindios de esta provincia Tula son diferentes detodos los demás indios que hasta ella nuestrosespañoles hallaron, porque de los demás hemosdicho que son hermosos y gentiles hombres;éstos son, así hombres como mujeres, feos derostro y, aunque son bien dispuestos, se afeancon invenciones que hacen en sus personas.

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Tienen las cabezas increíblemente largas yahusadas para arriba, que las ponen así conartificio, atándoselas desde el punto que nacenlas criaturas hasta que son de nueve o diezaños. Lábranse las caras con puntas depedernal, particularmente los bezos por dedentro y de fuera, y los ponen con tinta negros,con que se hacen feísimos y abominables. Y almal aspecto del rostro corresponde la malacondición del ánimo, como adelante más enparticular veremos.

La cuarta noche que los españolesestuvieron en el pueblo de Tula vinieron losindios en gran número al cuarto del alba, yllegaron con tanto silencio que, cuando lascentinelas los sintieron, ya andaban revueltoscon ellas. Acometieron el real por tres partes y,aunque los españoles no dormían, los indiosque dieron en el cuartel de los ballesterosllegaron tan arrebatadamente y con tantaferocidad, ímpetu y presteza que no les dieronlugar a que pudiesen armar sus ballestas ni

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hiciesen otra alguna resistencia más que huircon ellas en las manos hacia el cuartel de Juande Guzmán, que era el más cercano al de losballesteros. Los indios saquearon eso poco quenuestros tiradores tenían, y con los soldados deJuan de Guzmán que salieron a resistirles,pelearon desesperadamente con el nuevo corajeque recibieron de que, según al parecer de ellos,les hubiesen quitado la victoria de las manos.

En las otras dos partes por donde losenemigos acometieron no andaba menos fierala pelea, porque en todas ellas había muertos yheridos y gran vocería y mucha confusión porla oscuridad de la noche que no les dejaba versi herían a amigos o a enemigos. Por lo cual seavisaron los españoles unos a otros que todosanduviesen apellidando el nombre de NuestraSeñora y del Apóstol Santiago, para que porellos se conociesen los cristianos y no sehiriesen ellos mismos. Los indios hicieron lomismo, que todos traían en la boca el nombrede su provincia Tula. Muchos de ellos, en lugar

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de arcos y flechas, con que siempre solíanpelear, trajeron aquella noche bastones detrozos de picas, de dos y tres varas en largo,cosa nueva para los españoles, y la causa fueque el indio que tres días antes quebró losdientes al capitán Juan Páez dio cuenta a lossuyos de la buena suerte que con su bastónhabía hecho. Los cuales, pareciéndoles que enel género del arma estaba la buena ventura y noen la destreza del que usó bien de ella (porquelos indios generalmente son grandes agoreros),trajeron aquella noche muchos bastones y conellos dieron hermosísimos golpes a muchossoldados, particularmente a un Juan de Baeza,que era de los alabarderos de la guardia delgeneral, el cual aquella noche había acertado ahallarse con espada y rodela. Tomándole dosindios en medio con sus bastones, el uno deellos al primer golpe le hizo pedazos la rodela yel otro le dio otro golpe sobre los hombros, tanrecio, que lo tendió a sus pies, y lo acabaran dematar si los suyos no le socorrieran. De esta

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manera sucedieron otras muchas suertes muygraciosas, que, por ser lances de palos, las reíandespués los soldados refiriéndolas unos conotros, y valioles mucho que fuesen bastonazosy no flechazos, que hacían más mal.

La gente de a caballo, que era la fuerza delos españoles y la que más temían los indios,rompieron los escuadrones de ellos y losdesbarataron de la orden que traían, mas nopor eso dejaban de pelear con gran ánimo ydeseo de matar los castellanos o de morir en lademanda. Y así pelearon más de una hora conmucha obstinación, y no bastaba que loscaballeros entrasen y saliesen muchas veces porellos ni que matasen gran número de ellos (quepor ser la tierra llana y limpia los alanceaban atoda su voluntad) para que dejasen de pelear yse fuesen, hasta que vieron el día. Entoncesacordaron retirarse tomando por guarida ydefensa contra los caballos el monte de uno delos arroyos que pasaban a los lados del pueblo.

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Los españoles holgaron no poco de que losindios se retirasen y dejasen de pelear, porquelos vieron combatir desesperadamente congrandes ansias de matar a los cristianos, que,como si fueran insensibles, se entraban por lasarmas de ellos a trueque de los matar o herir.La batalla se acabó al salir del sol y losespañoles, sin seguir el alcance, se recogieron alpueblo a curar los heridos, que fueron muchos,y no mas de cuatro muertos.

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CAPÍTULO XIVBatalla de un indio tula con tres españoles dea pie y uno de a caballo

Porque la verdad de la historia nos obliga aque digamos las hazañas, así hechas por losindios como las que hicieron los españoles, yque no hagamos agravio a los unos por losotros, dejando de decir las valentías de la unanación por contar solamente las de la otra, sinoque se digan todas como acaecieron en sutiempo y lugar, será bien digamos un hechosingular y extraño que un indio tula hizo pocodespués de la batalla que hemos referido. Ysuplicamos no se enfade el que lo oyere porquelo contamos tan particularmente, que el hechopasó así y en sus particularidades hay quénotar.

Fue el caso que algunos españoles, quepresumían de más valientes, andaban de dos endos derramados por el campo donde había sido

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la batalla, mirando, como lo habían decostumbre, los muertos y notando las grandesheridas dadas de buenos brazos. Esto hacíansiempre que había pasado alguna batallagrande y muy reñida. Un soldado, que se decíaGaspar Caro, natural de Medellín, peleóaquella noche a caballo y, como quiera que fue,o le derribaron los enemigos o él cayó delcaballo, al fin lo perdió, y el caballo se huyó dela batalla y se fue por el campo. Para cobrarlopidió Gaspar Caro a un amigo el caballo y fue abuscar el suyo, y, habiéndolo hallado, se volviócon él trayéndolo antecogido y así llegó dondeandaban cuatro soldados mirando los muertosy heridos. Uno de ellos, llamado Francisco deSalazar, natural de Castilla la Vieja, subió en elcaballo para mostrar su buena jineta, quepresumía de ella.

A este punto, uno de los tres soldados queestaban a pie, llamado Juan de Carranza,natural de Sevilla, dio voces diciendo: "¡Indios,indios!" Y la causa fue que vio levantarse un

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indio de unas matas que por allí había yvolverse a esconder. Los dos de a caballo, sinmás mirar, entendiendo que era mucha gente,fueron corriendo el uno a una mano y el otro aotra por atajar los indios que saliesen. Juan deCarranza, que había visto al indio, fuecorriendo a las matas donde estaba escondido,y el uno de sus dos compañeros fue a todaprisa en pos de él, y el otro, no habiendo vistomás de un indio, fue poco a poco tras ellos.

El bárbaro, como viese que no podíaescapar porque los caballos y peones le habíanatajado por todas partes, salió de las matascorriendo a recibir a Juan de Carranza. Traía enlas manos una hacha de armas que le habíacabido en suerte del saco y despojo que aquellamadrugada los indios hicieron a los ballesteros.Era la hacha del capitán Juan Páez, y, comojoya de capitán de ballesteros, estaba bienafilada de filos, con un asta de más de mediabraza, muy acepillada y pulida. Con ella, a dosmanos, dio el indio a Juan de Carranza un

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golpe sobre la rodela, que, derribando al suelola mitad de ella, le hirió malamente en el brazo.El español, así del dolor de la herida como de lafuerza del golpe, quedó tan atormentado queno tuvo vigor para ofender al enemigo, el cualrevolvió sobre el otro español que iba cerca delCarranza y le dio otro golpe ni más ni menosque al primero, que partió la rodela en dospartes, y le dio otra mala herida en el brazo y lodejó como a su compañero, inhabilitado parapelear. Este soldado se decía Diego de Godoy yera natural de Medellín.

Francisco de Salazar, que era el que habíasubido en el caballo de Gaspar Caro, viendo losdos españoles tan mal parados, arremetió atoda furia contra el indio, el cual, porque elcaballo no le atropellase, corrió a metersedebajo de una encina que estaba cerca.Francisco de Salazar, no pudiendo entrar con elcaballo debajo del árbol, se llegó a él, ycaballero como estaba tiraba al indio unas muytristes estocadas, que no podía alcanzarle con

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ellas. El indio, no pudiendo bracear bien con lahacha porque las ramas del árbol se loestorbaban, salió de debajo de él y se puso amano izquierda del caballero y, alzando lahacha a dos manos, dio al caballo encima detoda la espalda, junto a la cruz, y con el gavilánde la hacha se la abrió toda hasta el codillo y elcaballo quedó sin poderse menear.

A este punto llegó otro español que venía apie, que, por parecerle que para un indio solobastarían dos españoles a pie y uno a caballo,no se había dado más prisa. Este era GonzaloSilvestre, natural de Herrera de Alcántara.Como el indio lo vio cerca, salió a recibirle contoda ferocidad y braveza, habiendo cobradonuevo ánimo y esfuerzo con los tres golpes tanvictoriosos que había dado, y, tomando lahacha a dos manos, le tiró un golpe que fueracomo los dos primeros si Gonzalo Silvestre noentrara más recatado que los otros para poderlehurtar el cuerpo, como lo hizo. La hacha pasórozando la rodela, que no asió en ella, y por la

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mucha fuerza que llevaba no paró hasta elsuelo. El español le tiró entonces una cuchilladade revés, de alto abajo, y, alcanzándole por laespalda, le hirió en la frente y por todo el rostroabajo y en el pecho y en la mano izquierda, demanera que se la cortó a cercén por la muñeca.El infiel, viéndose con sola una mano y que nopodía jugar de la hacha a dos manos como élquisiera, puso la asta sobre el tocón del brazocortado y desesperadamente se arrojó de unsalto a herir al español, de encuentro, en la cara.El cual, apartando la hacha con la rodela, metióla espada por debajo de ella, y, de revés, le diocuchillada por la cintura que, por la poca oninguna resistencia de armas ni de vestidos queel indio llevaba, ni aun de hueso, que poraquella parte el cuerpo tenga, y también por elbuen brazo del español, se la cortó toda contanta velocidad y buen cortar de la espada que,después de haber ella pasado, quedó el indio enpie y dijo al español: "Quédate en paz." Y,

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dichas estas palabras, cayó muerto en dosmedios.

A este tiempo vino Gaspar Caro, cuyo erael caballo que Francisco de Salazar trajo a lapelea, el cual viendo cual estaba su caballo, lotomó sin hablar palabra, guardando su enojopara mostrarlo en otra parte, y, antecogido, lollevó al gobernador y le dijo: "Porque vea vuesaseñoría la desdicha de algunos soldados que enel ejército tiene, aunque ellos presumen devalientes, y vea juntamente la ferocidad ybraveza de los naturales de esta provincia Tula,le hago saber que uno de ellos de tres golpes dehacha inhabilitó de poder pelear a dosespañoles de a pie y a uno de a caballo, y losacabara de matar si Gonzalo Silvestre nollegara a tiempo a los socorrer, el cual, de laprimera cuchillada que dio al enemigo, le abrióla cara y el pecho y le cortó una mano y de lasegunda le partió por la cintura."

El gobernador y los que con él estaban seadmiraron de oír la valentía y destreza del

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indio y del buen brazo del español, y, porqueGaspar Caro, con el enojo de la desgracia de sucaballo, se desmandaba a notar de infelices ocobardes a los tres españoles, queriendo elgeneral volver por la honra de ellos, que ciertoeran valientes y hombres para cualquier buenhecho, le dijo que se reportase de su enojo ymirase que eran suertes de ventura, la cual enninguna cosa se mostraba más variable que enlos sucesos de la guerra, favoreciendo hoy aunos y mañana a otros; que procurase curar conbrevedad el caballo, que le parecía no moriríaporque la herida no era penetrante; y que, porla admiración que con su relación le habíacausado, quería ir a ver con sus propios ojos losucedido, porque de cosas tan hazañosas erarazón que muchos pudiesen dar testimonio deellas. Diciendo esto, fue acompañado de muchagente a ver el indio muerto y las valentías quedejaba hechas, y de los mismos españolesheridos supo las particularidades que hemos

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referido, de que el gobernador y todos los quelo oyeron se admiraron de nuevo.

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CAPÍTULO XVLos españoles salen de Tula y entran enUtiangue; alojándose en ella para invernar

Los españoles estuvieron en el pueblollamado Tula veinte días curando los muchosheridos que de la batalla pasada habíanquedado. En este tiempo hicieron muchascorrerías por toda la provincia, que era bienpoblada de gente, y prendieron muchos indiose indias de todas edades, mas no fue posiblepor halagos o amenazas que les hiciesen queninguno de ellos quisiese ir con los castellanosy, cuando querían llevarlos por fuerza, sedejaban caer en el suelo sin hablar palabra,dando a entender que los matasen o losdejasen, lo que más quisiesen. Tan emperradose indómitos, como decimos, se mostraron estosindios, de cuya causa era forzoso matar losvarones que eran para pelear. Las mujeres,

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muchachos y niños dejaban ir libres, ya que nopodían llevarlos consigo.

Sola una india de esta provincia quedó enservicio de un español natural de León,llamado Juan Serrano, la cual era tan malacondicionada, brava y soberbia que si su amo,o cualquiera de los de su camarada, le decíaalgo sobre lo que ella había de hacer, así en lacomida como en otra cosa de su servicio, letiraba a la cara la olla, o los tizones del fuego, olo que podía haber a las manos. Quería que ladejasen hacer su voluntad o que la matasen,porque, como ella decía, no había de obedecerni hacer lo que mandasen, y así la dejaban ysufrían, y con todo eso se huyó, de que el amoholgó mucho por verse libre de una mujerbrava. Por esta fiereza e inhumanidad que losindios de esta provincia tienen consigo sontemidos de todos los de su comarca que,solamente de oír el nombre de Tula, seescandalizan y con él asombran los niños parahacerles callar cuando lloran. Y para prueba de

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esto, bajándonos de la ferocidad de los viejos,contaremos un juego de niños.

Es así que de esta provincia Tula, cuandolos españoles salieron de ella, no sacaron másde un muchacho de nueve o diez años, y era deun caballero natural de Badajoz, llamadoCristóbal Mosquera, que yo después conocí enel Perú. En los pueblos que los cristianosdescubrieron adelante, donde los indios salíande paz, se juntaban los muchachos a hacer susjuegos y niñerías, que casi siempre eran darsebatalla unos a otros dividiéndose o porapellidos o por barrios, y muchas veces seencendían en su pelea de manera que salíanmuchos de ellos mal descalabrados. Loscastellanos mandaban al muchacho tula sepusiese a una parte y pelease contra la otra, elcual salía con mucho contento de que lemandasen entrar en batalla. Los de su banda lehacían luego capitán y con sus soldadosarremetía a los contrarios con gran alarido y

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grita apellidando el nombre de Tula, y esto solobastaba para que huyesen los contrarios.

Luego mandaban los españoles que elmuchacho tula se pasase a la parte vencida ypelease contra la vencedora. Él lo hacía así, ycon el mismo apellido los vencía, de maneraque siempre salía victorioso. Y los indios decíanque sus padres hacían lo mismo, porque erancruelísimos con sus enemigos y no tomabanninguno a vida. Y el deformarse las cabezas,que algunos las tenían de media vara en largo,y el pintarse las caras y las bocas por de dentro,y de fuera, decían sus vecinos que lo hacían porhacerse más feos de lo que de suyo lo son,porque igualase la fealdad de sus rostros con lamaldad de sus ánimos y con la fiereza de sucondición, que en toda cosa eraninhumanísimos.

Pasados veinte días que los castellanosestuvieron en el pueblo Tula, más pornecesidad de curar los heridos que por gustoque hubiesen tenido de parar en tierra de tan

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mala gente, salieron del pueblo y en dos días decamino salieron de su jurisdicción y entraronen otra provincia llamada Utiangue. Llevabanlos nuestros intención de invernar en ella, sihallasen comodidad, porque se les iba yaacercando el invierno.

Caminaron por ella cuatro días y notaronque la tierra era de suyo buena y fértil, emperomal poblada y de poca gente, y ésa muybelicosa, porque siempre fueron por el caminoinquietando a los españoles con armas yrebatos continuos, que a cada media legua lesdaban juntándose de ciento en ciento, y,cuando más se juntaban, no llegaban adoscientos. Hacían poco daño a los cristianos,porque, habiendo echado de lejos una rociada odos de flechas con gran alarido, se ponían enhuida y, los caballos con mucha facilidad, porser tierra llana, los alcanzaban y alanceaban atoda su voluntad. Mas los indios noescarmentaban, que, en pudiendo juntarseveinte hombres, luego volvían a hacer lo

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mismo, y, para salir más de improviso y causarmayor sobresalto, se echaban en tierra y secubrían con la hierba porque no los viesen, masellos pagaban bien su atrevimiento.

Con estos rebatos, más dañosos para losindios que para los castellanos, caminó elejército los cuatro días, y al fin de ellos llegó alpueblo principal de la provincia que había elmismo nombre Utiangue, de quien toda sutierra lo tomaba, donde se alojaron sincontradicción alguna porque sus moradores lohabían desamparado. Los indios de estaprovincia son mejor agestados que los de Tulay no se pintan las caras ni ahúsan las cabezas.Mostráronse belicosos, porque nunca quisieronaceptar la paz y la amistad que el gobernadorles envió a ofrecer muchas veces, con lospropios indios de la provincia que acertaban aprender.

El general y sus capitanes, habiendo vistoel pueblo, que era grande y de buenas casas,con mucha comida en ellas, asentado en un

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buen llano con dos arroyos a los lados, loscuales tenían mucha hierba para los caballos, yque era cercado, se determinaron de invernaren él porque era ya mediado octubre del añomil y quinientos y cuarenta y uno y no sabían sipasando adelante hallarían tan buenacomodidad como la que tenían presente.Resueltos en esta determinación, repararon lacerca del pueblo, que era de madera y estabapor algunas partes desportillada; juntaron contoda diligencia mucho maíz, aunque es verdadque en el pueblo había tanto que casi huborecaudo para todo el invierno.

Apercibiéronse de mucha leña y de muchafruta seca, como nueces, pasas, ciruelas pasadasy otras suertes de frutas y semillas incógnitasen España. Hallaron por los campos grancantidad de conejos como los de España, que,aunque los había por todo aquel gran reino, enninguna provincia había tantos como en lacomarca de este pueblo de Utiangue. Dondeasimismo había muchos venados y corzos, de

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los cuales, así los españoles como sus criados,los indios domésticos, mataban muchossaliendo a caza por fiesta y regocijo, aunqueiban apercibidos para pelear si topasenenemigos. Y muchas veces se convertía lacacería de los venados en batalla de buenosflechazos y lanzadas, mas siempre era con másdaño de los indios que de los españoles. Nevóaquel invierno bravísimamente en estaprovincia, que hubo temporada de mes ymedio que, por la mucha nieve, no pudieronsalir al campo. Empero, con los muchos regalosde leña y bastimento, tuvieron el mejorinvierno de cuantos pasaron en la Florida, queellos mismos confesaban que en casa de suspadres, en España, no pudieran pasarlo másregaladamente, ni aun tanto.

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CAPÍTULO XVIDel buen invierno que se pasó en Utiangue yde una traición contra los españoles

Por lo que en el capítulo pasado hemosdicho del contento y regalo con que losnuestros pasaban el invierno en el pueblo deUtiangue, es mucho de llorar que una tierra tanfértil y abundante de las cosas necesarias parala vida humana como estos españolesdescubrieron, la dejasen de conquistar y poblarpor no haber hallado en ella oro ni plata, noadvirtiendo que si no se halló fue porque estosindios no procuran estos metales ni los estiman,que oído he a personas fidedignas que haacaecido hallar los indios de la costa de laFlorida talegos de plata de navíos que contormenta han dado al través en ella y llevarse eltalego como cosa que les había de ser másprovecho y dejar la plata por no la preciar nisaber qué fuese. Según esto, y porque es verdad

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que generalmente los indios del nuevo mundo,aunque tenían oro y plata, no usaban de ellapara el comprar y vender, no hay por quédesconfiar que la Florida no la tenga, quebuscándolas se hallarán minas de plata y oro,como cada día en México y en el Perú sedescubren de nuevo. Y cuando no se hallasen,bastaría dar principio a un imperio de tierrastan anchas y largas, como hemos visto yveremos, y de provincias tan fértiles yabundantes, así de lo que la tierra tiene desuyo, como para las frutas, legumbres, mieses yganados que de España y México se le puedenllevar, que para plantar y criar no se puedendesear mejores tierras, y con la riqueza deperlas que tienen, y con la mucha seda queluego se puede criar, pueden contratar con todoel mundo y enriquecer de oro y plata, quetampoco la tiene España de sus minas, aunquelas tiene, sino la que le traen de fuera de lo queella ha descubierto y conquistado desde el añode mil y cuatrocientos y noventa y dos a esta

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parte. Por todo lo cual, no sería razón que sedejase de intentar esta empresa, siquiera porplantar en este gran reino la fe de la SantaMadre Iglesia Romana y quitar de poder denuestros enemigos tanto número de ánimascomo tiene ciegas con la idolatría. A la cualhazaña provea Nuestro Señor como más suservicio sea, y que los españoles se animen a loganar y sujetar. Y, volviendo a nuestra historia,decimos que los castellanos estuvieron en elpueblo de Utiangue invernando a todo suplacer y regalo, alojados en buen pueblo,bastecidos de comida para sí y para loscaballos.

El curaca principal de la provincia, viendoque los españoles estaban de asiento, pretendiócon amistad fingida y trato doble echarlos deella, para lo cual envió mensajeros algobernador con recaudos falsos, dándoleesperanzas que muy presto saldría a servirle.Estos mensajeros servían de espías y no veníansino de noche para ver cómo se habían los

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españoles en su alojamiento, si velaban, si serecataban, si dormían con descuido ynegligencia, y de qué manera y en qué lugartenían las armas y cómo estaban los caballos,para notarlo todo, y, conforme a lo quehubiesen visto, ordenar el asalto. De parte delos nuestros había descuido en lo que tocaba arecatarse de los indios mensajeros porque, endiciendo el indio al español centinela que veníacon recaudo del curaca, a cualquier hora quefuese de la noche, en lugar de decirle quevolviese de día, lo llevaba luego al gobernadory lo dejaba con él para que diese su embajada.El indio, después de haberla dado, paseabatodo el pueblo, miraba los caballos y las armas,el dormir y velar de los castellanos, y de todollevaba larga relación a su cacique.

El gobernador, teniendo noticia de estascosas por sus espías, mandaba a los mensajerosno viniesen de noche sino de día. Mas ellosporfiaban en su mala intención con venirsiempre de noche y a todas horas, de la cual

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desvergüenza se quejaba el general muchasveces a los suyos diciendo: "¿No habría unsoldado que con una buena cuchillada que auno de estos mensajeros nocturnos diese losescarmentase que no viniesen de noche, que yoles he mandado que no vengan sino de día y nome aprovecha nada?" De estas palabras seindignó un soldado llamado Bartolomé deArgote, hombre noble que se había criado encasa del marqués de Astorga, primo hermanodel otro Bartolomé de Argote, uno de los treintacaballeros que fueron de Apalache con Juan deAñasco a la bahía de Espíritu Santo, el cual,siendo centinela una noche a una de las puertasdel pueblo, mató una de las espías porquecontra su voluntad quiso pasar a dar surecaudo falso. Del cual hecho holgó mucho elgobernador y lo aprobó con loores, y elsoldado, de allí en adelante, quedó puesto entrelos valientes, que hasta entonces no lo teníanpor tal ni entendían que fuera para tanto, masél hizo lo que todos los del ejército no habían

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sido para hacer. Con la muerte del mensajerocesaron los mensajes y las tramas de los indios,porque vieron que los castellanos los habíanentendido y que estando recatados no podíanmedrar con ellos.

El general, y su gente, se ocupaba enguardar su pueblo y en correr cada día con loscaballos toda la comarca para tener siemprenoticia de lo que los indios pudiesen maquinarcontra ellos. Con este cuidado pasaban elinvierno con mucho descanso y regalo, que,aunque tenían guerra con los naturales, nuncafue de momento que les hiciese daño. Despuésque el rigor de las nieves se fue aplacando, salióun capitán con gente a hacer una correría yprender indios, que los habían menester paraservicio, el cual volvió al fin de ocho días conpocos indios presos. De cuya causa mandó elgobernador que fuese otro capitán con másgente, el cual hizo lo mismo que el pasado, quehabiendo gastado en su correría otros ocho

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días, al fin de ellos volvió y trajo pocosprisioneros.

Pues como el general viese la poca mañaque sus dos capitanes se habían dado, quiso élpor su persona hacer una entrada, y, eligiendocien caballeros y ciento cincuenta infantes,caminó con ellos veinte leguas hasta que llegó alos confines de otra provincia, llamadaNaguatex, tierra fértil y abundante, llena degente muy hermosa y bien dispuesta.

En el primer pueblo de esta provincia,donde el señor de ella residía aunque no era elprincipal de su estado, dio el gobernador unamadrugada de sobresalto y, como hallase losindios desapercibidos, prendió mucha gente,hombres y mujeres de todas edades, y con ellase volvió a su alojamiento, habiendo tardado ensu jornada catorce días, y halló los suyos quehabía cuatro o cinco días que estaban conmucha pena de su tardanza, mas con supresencia se regocijaron todos y hubieron partede sus ganancias, las cuales repartió por los

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capitanes y soldados que habían menestergente de servicio.

FIN DELCUARTO LIBRO

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PRIMERA PARTE DELLIBRO QUINTO

DE LA HISTORIA DE LAFLORIDA DEL INCA

Donde se hacemención de un español quese quedó entre los indios;las diligencias que por él sehicieron; de un largo viajede los castellanos, queatravesaron ochoprovincias; la enemistad yguerra cruel entreguacoyas y anilcos; lamuerte lamentable delgobernador Hernando deSoto y dos entierros quelos suyos le hicieron.Contiene ocho capítulos.

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CAPÍTULO IEntran los españoles en Naguatex y uno deellos se queda en ella

En todo el tiempo que los españolesestuvieron invernando en el pueblo yalojamiento de Utiangue, que fueron más decinco meses, no sucedió cosa de momento quesea de contar más de lo que se ha dicho. Puescomo entrase el mes de abril del año de mil yquinientos y cuarenta y dos, le pareció algobernador que era tiempo de pasar adelanteen su descubrimiento.

Con este acuerdo salió de Utiangue y fueencaminado al pueblo principal de la provinciaNaguatex, que tenía el mismo nombre, y por élse llamaba así toda su provincia. Y era diferentedel que hemos dicho, donde el gobernador hizola correría pasada de Utiangue a Naguatex. Pordonde los castellanos fueron, hay veinte y dos oveinte y tres leguas de tierra fértil y muy

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poblada de gente, las cuales anduvieron losnuestros en siete días sin que les acaeciese cosanotable en el camino más de que en algunospasos estrechos de arroyos o montes salían losindios a dar rebatos, empero, volviéndoles elrostro, se acogían a los pies.

Al fin de los siete días llegaron al pueblo deNaguatex y lo hallaron desamparado de susmoradores, y se alojaron en él, dondeestuvieron quince o diez y seis días. Corrían atodas partes la comarca y tomaban la comidaque habían menester, con poca o ningunaresistencia de los indios.

Pasados seis días que los españoles habíanestado en el pueblo, envió el señor de él unaembajada al gobernador diciendo suplicaba asu señoría le perdonase no haberle esperado ensu pueblo para le servir como hubiera sidorazón y que, de vergüenza del mal hechopasado, no osaba venir luego, mas que dentrode pocos días saldría a besarle las manos yreconocerle por señor y, entre tanto que él no

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salía, mandaría a sus vasallos le sirviesen entodo lo que les mandase. Esta embajada dieroncon grandes ceremonias, como hemos dicho deotras. El adelantado respondió que siempre queviniese sería bien recibido y que holgaríaconocerle y tenerle por amigo como lo eran losmás de los curacas por cuyas tierras habíapasado. El embajador volvió muy contento conlas palabras del gobernador.

Otro día siguiente, bien de mañana, vinootro mensajero y trajo consigo cuatro indiosprincipales y más de quinientos indios deservicio y dijo al general que su señor enviabaaquellos cuatro hombres, que eran sus deudosmuy cercanos, para que, entretanto que élvenía, le sirviesen e hiciesen su mandado y que,pues le enviaba los hombres más principales desu casa y estado, como en rehenes de su venida,la tuviese por cierta.

El gobernador respondió con buenaspalabras agradeciendo la venida de los indios ymandó que en las correrías no prendiesen más

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indios como hasta entonces se había hecho.Empero, el cacique nunca vino a ver algobernador, por lo cual se entendió quehubiese enviado las embajadas y los indiosprincipales y los de servicio por temor no letalasen los campos y quemasen los pueblos, ypor excusar que no le cautivasen más gente dela que habían preso. Los indios principales ytodos los demás sirvieron a los castellanos conmucho deseo de darles contento.

El gobernador, habiéndose informado de loque en aquella provincia y su comarca había,así por relación de los indios como por la de losespañoles que salían a correr la tierra, salió delpueblo Naguatex con su ejército, acompañadode los cuatro indios principales y otra muchagente de servicio que el cacique envió conbastimento que llevasen hasta poner loscastellanos en otra provincia.

Habiendo caminado los españoles dosleguas, echaron menos a un caballero naturalde Sevilla que había por nombre Diego de

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Guzmán, el cual había ido a esta conquistacomo hombre noble y rico con muchos vestidoscostosos y galanos, con buenas armas y trescaballos que metió en la Florida y se trataba entodo como caballero, sino que jugabaapasionadamente.

El gobernador, luego que lo echaronmenos, mandó que parase el ejército yprendiesen los cuatro indios principales hastasaber qué hubiese sido del español, porquetemieron que lo hubiesen muerto los indios.

Hízose gran pesquisa entre los españoles ysúpose que el día antes le habían visto en el realy que, cuatro días antes, había jugado cuantotenía hasta perder los vestidos y las armas y unmuy buen caballo morcillo que le habíaquedado y que, pasando adelante en la pasióny ceguera de su juego, había perdido una indiade su servicio, que por su desdicha le habíacabido en suerte, de las que el gobernadorprendió en la correría que dijimos había hechoen un pueblo de esta misma provincia

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Naguatex, en la cual correría también se habíahallado Diego de Guzmán.

Averiguose asimismo que muy llanamentehabía pagado todo lo que había perdido, salvola india, y que había dicho al ganador que leesperase cuatro o cinco días, que él se laenviaría a su posada, y que no se la habíaenviado, y que la india faltaba juntamente conél. Por los cuales indicios se sospechó que porno la dar, y por la vergüenza de haber jugadolas armas y el caballo, que entre soldados setiene por vilísima, se hubiese ido a los indios.

Esta sospecha se certificó luego, porque sesupo que la india era hija del curaca y señor deaquella provincia Naguatex, moza de diez yocho años y hermosa en extremo, las cualescosas pudieron haberle cegado para queinconsideradamente negase a los suyos y sefuese a los extraños. El gobernador mandó a loscuatro indios principales hiciesen traer luegoaquel español que había faltado en su tierra;donde no, que entendería que ellos lo hubiesen

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muerto a traición, en cuya venganza mandaríalos hiciesen cuartos a ellos y a todos los indiosque consigo traían.

Los principales, con temor de la muerte,enviaron mensajeros que fuesen a todadiligencia a diversas partes donde entendíanque podrían haber nuevas de Diego deGuzmán, y les encargaban que volviesen con lamisma diligencia, antes que los españoles, porsu tardanza, les hiciesen algún agravio.

Los mensajeros fueron y volvieron elmismo día con relación que Diego de Guzmánquedaba con el cacique, el cual lo teníahaciéndole toda la fiesta y regalo posible, y queel español decía que no quería volver a lossuyos.

Y, porque decimos que estos españolesjugaban, y no hemos dicho con qué, es de saberque, después que en la sangrienta batalla deMauvila les quemaron los naipes que llevabancon todo lo demás que allí perdieron, hacíannaipes de pergamino y los pintaban a las mil

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maravillas, porque en cualquier necesidad quese les ofrecía se animaban a hacer lo que habíanmenester, y salían con ello como si toda su vidahubieran sido maestros de aquel oficio. Yporque no podían o no querían hacer tantoscuantos eran menester, hicieron los quebastaban, sirviendo por horas limitadas,andando por rueda entre los jugadores, dedonde (o de otro paso semejante) podríamosdecir que hubiese nacido el refrán que entre lostahúres se usa decir jugando: "Démonos prisa,señores, que vienen por los naipes." Y como losque hacían los nuestros eran de cuero durabanpor penas.

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CAPÍTULO IIDe las diligencias que se hicieron por haber aDiego de Guzmán, y de su respuesta y la delcuraca

El gobernador, habiendo oído la nueva quelos mensajeros trajeron, dijo a los cuatro indiosprincipales que le engañaban en decirle que eravivo el español, porque él tenía por cosa muycierta que lo habían muerto. Entonces uno deellos, con semblante no de prisionero, sinograve y señoril, que parece que lo quierenmostrar estos indios cuando más oprimidosestán, dijo: "Señor, no somos hombres quehemos de mentir a vuestra señoría, y para quela verdad que los mensajeros han dicho se veamás claramente, mande vuestra señoría soltaruno de nosotros, que vaya y vuelva contestimonio que a vuestra señoría satisfaga de loque se hubiera hecho del español, que los tresque quedaremos damos nuestra fe y palabra

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que volverá con el cristiano o traerá nuevacierta de su determinación. Y para que vuestraseñoría se certifique de que no es muerto,mande escribirle una carta y pídale que sevenga o responda a ella, para que por su letra,pues nosotros no sabemos escribir, se vea cómoes vivo. Y cuando nuestro compañero novolviera con esta satisfacción, los tres quequedaremos pagaremos con las vidas lo que élde su promesa y de la nuestra no cumpliera, ybastará, y aún sobrará, sin que vuestra señoríamate nuestros indios, que tres hombres comonosotros muramos por la traición de un españolque negó a los suyos sin que le hubiésemoshecho fuerza ni sabido de su ida." Todas fueronpalabras del indio, que no le añadimos algunamás de pasarlas de su lengua a la española ocastellana.

Al general y a sus capitanes les pareció bienlo que el indio principal había dicho yprometido en nombre de todos cuatro. Ymandaron que él mismo fuese por Diego de

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Guzmán, y que Baltasar de Gallegos, que era suamigo y de su patria, le escribiese, afeándole sumal hecho, si en él perseveraba, y exhortándolese volviese e hiciese el deber como hijodalgo, yque le restituirían sus armas y caballo y ledarían otras, cuando las hubiese menester.

El indio principal fue con la carta y conrecaudo de palabra que el gobernador le diopara su cacique, rogándole tuviese por bienenviar al español y que no le detuviese; dondeno, que le prometía destruirle su tierra a fuegoy a sangre, y quemarle los pueblos y talar loscampos, y matar los indios principales y noprincipales que consigo tenía y todos los másque de sus vasallos pudiese haber.

Con estas amenazas fue el indio el segundodía de la ausencia de Diego de Guzmán, yvolvió el tercero con la misma carta que habíallevado, y en ella trajo el nombre de Diego deGuzmán escrito con carbón, que lo escribiópara que viesen que era vivo, y no respondió

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otra palabra. Y el indio dijo que aquel cristianono quería ni pensaba volver a los suyos.

El curaca respondió al gobernador diciendoque su señoría entendiese por muy cierto que élno hacía fuerza alguna a Diego de Guzmánpara que se quedase en su tierra, ni se la haríapara que se volviese, no queriendo él, como noquería volverse; antes, como a yerno que lehabía restituido una hija que él mucho amaba,le trataría con todo el regalo y honra que lefuese posible, y lo mismo haría a todos losespañoles o castellanos que gustasen quedarsecon él; y que (si por hacer en esto el deber) suseñoría quisiese destruirle su tierra y matar susparientes y vasallos, no tendría razón ni haríajusticia como la debía hacer. Y, por últimarespuesta, decía que como hombre poderosohiciese lo que hiciese, que él no había de hacermás de lo que había dicho.

El adelantado, habiendo gastado tres díasen hacer estas diligencias, viendo que elespañol no quería volver y que el cacique tenía

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razón y pedía justicia, acordó pasar adelante ensu viaje y soltó los indios principales y los deservicio, los cuales todos le sirvieron conmucho amor y voluntad hasta sacarlo de sutérmino y ponerlo en el ajeno.

Este pobre caballero hizo esta flaqueza porla ceguera del juego y afición de la mujer, que,por no la dar al que se la había ganado, tuvopor mejor entregarse a sus enemigos para quede él hiciesen lo que quisiesen que no carecerde ella. Donde, en suma, se podrá ver lo quedel juego inconsideradamente nace y dondeteníamos bien que decir de los que con propiosojos en esta pasión hemos visto, si fuera denuestra profesión decirlo, mas quédese para losque la tienen de reprehender los vicios.

Y volviendo a Diego de Guzmán, decimosque, si quedando con la reputación y créditocon que entre los indios de Naguatex quedó, leshubiese después acá predicado la Fe Católicacomo debía a cristiano y a caballero,pudiéramos no solamente disculpar su mal

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hecho, empero loarlo grandemente, porquepodíamos creer que hubiese hecho mucho frutocon su doctrina, según el crédito quegeneralmente los indios dan a los que con elloslo tienen, mas, como no supimos más de él, nopodemos decir más de lo que entonces pasó.

Lo que hemos dicho de Diego de Guzmánlo refiere Alonso de Carmona en su relación,aunque no tan largamente como nosotros, y lellama Francisco de Guzmán.

Los españoles, después de la pérdida deDiego de Guzmán, caminaron cinco jornadaspor la provincia de Naguatex, y al fin de ellasllegaron a otra llamada Guancane, cuyosnaturales eran diferentes que los pasados,porque aquéllos eran afables y amigos deespañoles, mas éstos se les mostraron enemigosque nunca quisieron su amistad, antes, en todolo que pudieron, mostraron el odio que lestenían y desearon pelear con ellos,presentándoles la batalla muchas veces.Empero los españoles la rehusaban, porque ya

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entonces traían pocos caballos, que los indiosles habían muerto más de la mitad de ellos, ydeseaban conservar los que quedaban porque,como muchas veces hemos dicho, era la mayorfuerza de ellos, que de los infantes no se lesdaba nada a los indios.

Tardaron los españoles ocho días enatravesar esta provincia de Guancane y noreposaron en ella día alguno por excusar elpelear con los indios, que tanto ellos deseaban.

En toda esta provincia había muchas crucesde palo puestas encima de las casas, que casi nose hallaba alguna que no la tuviese. La causa,según se supo, fue que estos indios tuvieronnoticia de los beneficios y maravillas que AlvarNúñez Cabeza de Vaca y Andrés Dorantes ysus compañeros, en virtud de Jesu CristoNuestro Señor, habían hecho por las provinciasque anduvieron de la Florida los años que losindios los tuvieron por esclavos como el mismoAlvar Núñez lo dejó escrito en susComentarios. Y aunque es verdad que Alvar

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Núñez y sus compañeros no llegaron a estaprovincia de Guancane, ni a otras muchas quehay entre ellas y las tierras donde ellosanduvieron, todavía pasando de mano en manoy de tierra en tierra, llegó a ella la fama de lashazañas obradas por Dios por medio deaquellos hombres, y, como estos indios lassupiesen y hubiesen oído decir que todos losbeneficios que en curar los enfermos aquelloscristianos habían hecho era con hacer la señalde la cruz sobre ellos y que la traían por divisaen sus manos, les nació devoción de ponerlasobre sus casas, entendiendo que también laslibraría de todo mal y peligro, como habíasanado los enfermos. Donde se ve la facilidadque generalmente los indios tuvieron, y éstostienen, para recibir la Fe Católica, si hubiesequien la cultivase, principalmente con buenejemplo, a que ellos miran más que a otra cosaninguna.

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CAPÍTULO IIISale el gobernador de Guancane, pasa porotras siete provincias pequeñas y llega a la deAnilco

De la provincia Guancane salió elgobernador con propósito de volver al RíoGrande que atrás había dejado, no por elmismo camino que hasta allí había traídodespués que lo pasó, sino por otro diferente,haciendo un cerco largo para volverdescubriendo otras nuevas tierras y provincias,sin las que había visto, y pensaba pasartomando noticia de ellas.

El motivo que para esto tuvo fue deseo depoblar antes que las fuerzas de su ejército seacabasen de gastar, porque, así en la gentecomo en los caballos, las veía irsedisminuyendo de día en día, porque de losunos y de los otros, con las batallas yenfermedades pasadas, se había gastado más

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que la mitad, a lo menos, de los caballos, ysentía gran dolor que, sin provecho suyo niajeno, se perdiese tanto trabajo como en aqueldescubrimiento habían pasado y pasaban, yque tierras tan grandes y fértiles quedasen sinque los españoles las poblasen, principalmentelas que tenían presentes, porque no dejaba deentender que si él se perdía o moría sin darprincipio al poblar de la tierra, que en muchosaños despues no se juntaría tanta y tan buenagente y tantos caballos y armas como él habíametido en la conquista.

Por lo cual, arrepentido del enojo pasado,que había sido causa que no poblase en laprovincia y puerto de Achusi como lo teníadeterminado, quería remediarlo ahora comomejor pudiese. Y porque estaba lejos de la mary había de perder tiempo si para poblar en lacosta la fuese a buscar, había propuesto(llegado que fuese al Río Grande) poblar unpueblo en el sitio mejor y más acomodado queen su ribera hallase y hacer luego dos

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bergantines y echarlos por el río abajo congente de confianza de los que él tenía por másamigos, que saliesen al mar del Norte y diesenaviso en México y Tierra Firme, y en las islas deCuba y la Española, y en España, de lasprovincias tan largas y anchas que en la Floridahabían descubierto, para que de todas partesacudiesen españoles o castellanos, con ganadosy semillas de las que en ellas no había, para lapoblar, cultivar y gozar de ella. Todo lo cual sepudiera hacer con mucha facilidad, comodespués veremos. Mas estos propósitos tangrandes y tan buenos atajó la muerte, como hahecho con otros mayores y mejores que en elmundo ha habido.

Decimos que el gobernador salió deGuancane hacia el Poniente en demanda delRío Grande, y es así que, aunque en este paso, yen otros de esta nuestra historia, hemos dichola derrota que el ejército tomaba cuando salíade una provincia para ir a otras, no ha sido conla demostración de los grados de cada

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provincia, ni con señalar derechamente elrumbo que los nuestros tomaban, porque, comoya en otra parte he dicho, aunque lo procurésaber, no me fue posible, porque quien me dabala relación, por no ser cosmógrafo ni marinero,no lo sabía, y el ejército no llevaba instrumentospara tomar la altura, ni habían quién loprocurase ni mirase en ello, porque, con eldisgusto que todos traían de no hallar oro niplata, nada les sabía bien. Por lo cual se meperdonará esta falta con otras muchas que estami obra lleva, que yo holgara que no hubiera dequé pedir perdón.

Habiendo salido el gobernador deGuancane, atravesó siete provincias a lasmayores jornadas que pudo, sin parar día enalguna de ellas por llegar presto al Río Grandey hacer en aquel verano lo que llevaba trazadopara empezar a poblar la tierra y hacer asientoen ella, de cuya causa no quedaron en lamemoria los nombres de las provincias, más deque las cuatro de ellas eran de tierra fértil,

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donde los nuestros hallaron mucha comida.Tenían grande arboleda, con ríos no grandes yarroyos pequeños que por ellas corrían. Y lasotras tres eran mal pobladas, de poca gente ytierra no tan fértil ni tan apacible como lasotras, aunque se sospechaba que las guías, porser de la misma tierra, los hubiesen llevado porlo peor de ella. Los naturales de estas sieteprovincias, unos salieron a recibir algobernador de paz y otros de guerra, mas conlos unos ni los otros no sucedió cosa demomento que poder contar sino que con losque se daban por amigos se procurabaconservar la paz y con los enemigos excusar laguerra y pelea, porque con todo cuidadoandaban ya los nuestros huyendo de ella. Asípasaron las siete provincias, que por lo menosdebían de tener ciento y veinte leguas detravesía.

Al fin de este apresurado camino llegaron alos términos de una gran provincia que habíanombre Anilco. Y caminaron por ella treinta

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leguas hasta el pueblo principal, que tenía elmismo nombre, el cual estaba asentado a laribera de un río mayor que nuestroGuadalquivir. Tenía cuatrocientas casasgrandes y buenas, con una hermosa plaza enmedio de ellas; las casas del curaca estaban enun cerro alto, hecho a mano, que señoreabatodo el pueblo.

El cacique, que también se llamaba Anilco,estaba puesto en arma y tenía delante delpueblo, al encuentro de los nuestros, unescuadrón de mil y quinientos hombres deguerra, toda gente escogida. Los españoles,viendo el apercibimiento de los indios, hicieronalto para esperar que llegasen los últimos yponerse todos en orden para pelear con ellos.

Entretanto que los españoles se detuvieron,pusieron en cobro los indios, las mujeres, hijosy hacienda que en sus casas tenían, unospasándola en balsas y canoas de la otra partedel río, otros metiéndola por los montes ymalezas que en la ribera del mismo río había.

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Los castellanos, habiéndose puesto enescuadrón, caminaron hacia el de los indios,mas ellos no osaron esperar, y, sin tirar flecha,se retiraron al pueblo y de allí al río, y, unos encanoas y otros en balsas y otros a nado, pasaroncasi todos de la otra parte, que la intención deellos no había sido pelear con los españolessino entretenerlos que no entrasen tan presto enel pueblo, para tener lugar de poner en cobro loque en él había.

Los nuestros, viendo huir los indios,arremetieron con ellos y al embarcarprendieron algunos, y en el pueblo hallaronmuchas mujeres de todas edades, y niños ymuchachos que no habían podido huir.

El gobernador envió luego recaudos a todaprisa al cacique Anilco ofreciéndole paz yamistad y pidiéndole la suya, y también se loshabía enviado antes de entrar en el pueblo, masel curaca estuvo tan extraño que no quisoresponder a los primeros, ni respondió a lossegundos, ni hablaba palabra a los mensajeros,

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sino que, como mudo, les hacía señas con lamano que se fuesen de su presencia.

Los españoles se alojaron en el pueblo,donde estuvieron cuatro días procurandocanoas y haciendo grandes balsas y, cuandotuvieron recaudo de ellas, pasaron el río sincontradicción de los enemigos. Y caminaroncuatro jornadas por unos despoblados degrandes montañas y, al fin de ellas, entraron enotra provincia, llamada Guachoya. Lo que enella sucedió, que fueron cosas de notar,contaremos, con el favor divino, en el capítulosiguiente.

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CAPÍTULO IVEntran los españoles en Guachoya. Cuéntasecómo los indios tienen guerra perpetua unoscon otros

Pasado el despoblado, el primer puebloque los españoles vieron de la provincia deGuachoya fue el principal de ella, que había elmismo nombre, el cual estaba a la ribera del RíoGrande, en cuya demanda iban los nuestros.Estaba asentado sobre dos cerros altos, el unocerca del otro. Tenía trescientas casas. Lasmedias de ellas estaban en el un cerro, y lasotras en el otro. Y el sitio llano que había entrelos dos cerros servía de plaza; en lo más alto deluno de ellos estaba la casa del cacique.

Estas dos provincias Guachoya y Anilcotenían entre sí gran odio y enemistad y sehacían cruel guerra, por lo cual no pudierontener aviso los guachoyas de la ida de losespañoles a su pueblo, y así los hallaron

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desapercibidos. Mas, como quiera quepudieron, se pusieron en arma el cacique y susvasallos para defender el pueblo. Mas, viendola pujanza de los contrarios y que no podíanresistirla, se acogieron al Río Grande, y en muyhermosas canoas, que, como gente enemistada,para semejantes necesidades teníanapercibidas, lo pasaron, llevando consigo susmujeres e hijos y toda la hacienda que llevarpudieron, y desampararon el pueblo.

Los castellanos entraron en él, dondehallaron mucha comida de maíz y otrassemillas y frutas que la tierra tiene enabundancia, y se alojaron a todo su placer.

Porque, como hemos visto, casi todas lasprovincias que estos españoles anduvierontenían guerra unos con otros, será razón deciraquí de qué suerte era esta guerra que se hacía,para lo cual es de saber que no era guerra depoder a poder con ejército formado ni conbatallas campales sino muy raras veces, ni porcodicia y ambición de quitarse los estados los

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unos señores a los otros. La guerra que sehacían era de asechanzas y cautelas, saltándoseen las pesquerías, cacerías, y en sus sementerasy en los caminos, dondequiera que pudiesenhallar descuidados los contrarios. Los queprendían en los tales lances eran tenidos poresclavos, unos con prisiones perpetuas como enalgunas provincias hemos visto, deszocado unpie, otros como prisioneros de rescate, paratrocar unos por otros.

La enemistad entre ellos no llegaba a másque a hacerse mal en las personas con muerteso heridas o prisiones, sin pretender quitarse losestados, y, si alguna vez se encendía la guerra,llegaba hasta quemarse los pueblos y talar loscampos, mas, luego que los vencedores habíanhecho el daño que querían, se recogían a sustierras, sin querer señorear las ajenas. De dondeparece que la guerra y enemistad que hay entreellos más es por gentileza y por mostrar lavalentía y esfuerzo de sus ánimos y por andar

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ejercitados en la milicia que por desear lahacienda y estado ajeno.

Los prisioneros que de la una parte o laotra se cautivan, con facilidad los vuelven arescatar, trocando unos por otros para quevuelvan de nuevo a sus asechanzas. Y estamanera de guerra la tienen ya hecha naturalezaentre ellos y es causa de que perpetuamente,dondequiera que se hallen, anden apercibidosde sus armas, porque en ninguna parte estánseguros de enemigos. Y de aquí nace que,siendo tan ejercitados en esta continua milicia,sean tan belicosos en sí y tan diestros en susarmas, particularmente en los arcos y flechas,que, como son armas de tiro con que de lejospueden hacer efecto, las usan más que otras,como cazadores que andan a cazar hombres yanimales.

Y esta guerra no la tiene el cacique con sólouno de sus vecinos, sino con todos los queparten términos con él, sean dos o tres o cuatro,o más, que todos la tienen unos con otros.

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Ejercicio por cierto loable en la soldadescapara que nadie se descuide y cada uno puedamostrar la gallardía de su persona. Esta es, encomún, la enemistad de los indios del granreino de la Florida. Y ella misma sería granparte para que aquella tierra se ganase confacilidad, porque "todo reino diviso, etcétera."

Al fin de tres días que los españoles habíanestado en el pueblo Guachoya, el señor de él,que había el mismo nombre, habiendo sabidolo que en la provincia de Anilco entre indios yespañoles había pasado y cómo aquel curaca nohabía querido recibir de paz al gobernador,antes había menospreciado su amistad ymensajes con no responder a ellos, quiso noperder la ocasión que en las manos tenía paravengarse de sus enemigos, los de Anilco, y,como hombre mañoso que era y lleno deastucias, envió luego una solemne embajada algobernador con cuatro indios, caballerosprincipales, y otros muchos de servicio, quevinieron cargados de mucha fruta y pescado,

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con los cuales envió a decir suplicaba a suseñoría le perdonase la inadvertencia que habíatenido en no le haber esperado y recibido en supueblo y le diese licencia para venir a besarlelas manos, que si se la daba, vendría dentro decuatro días a besárselas personalmente, y que,desde luego, le ofrecía su vasallaje y servicio.

El gobernador holgó con la embajada yrespondió a los mensajeros dijesen a su curacale agradecería su buen ánimo y estimaba enmucho su amistad, que viniese sin pesadumbrealguna, que sería bien recibido.

Los mensajeros volvieron contentos con larespuesta, y el cacique, en los tres días quetardó en venir, envió cada día siete u ochorecaudos, que todos contenían unas mismaspalabras, diciendo a su señoría le avisase de susalud y si había en qué le servir, con otrasimpertinencias de ningún momento. Los cualesrecaudos enviaba Guachoya, como hombrerecatado y astuto, para ver si con ellosdescubría alguna novedad o cómo los tomaba

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el adelantado. Mas, habiendo visto que losrecibía con buena amistad, se aseguró, y, elúltimo día de los cuatro vino antes de comer,como lo había avisado el día antes. Trajo en sucompañía cien hombres nobles, todos,conforme a la usanza de ellos, muy bienaderezados de grandes plumajes y hermosasmantas de martas y otras pellejinas de muchaestima. Todos traían sus arcos y flechas de lasmejores que ellos hacen para su mayorornamento.

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CAPÍTULO VCómo Guachoya visita al general y ambosvuelven sobre Anilco

El gobernador, que estaba alojado en lacasa de Guachoya, sabiendo que venía cerca,salió a recibirle hasta la puerta de ella. Alcacique, y a todos los suyos, hablóamorosamente, de que ellos quedaron muyfavorecidos y contentos. Luego se entraron enuna gran sala que en la casa había, y el general,mediante los muchos intérpretes puestos comoatenores, habló con el curaca informándose delo que en su tierra y en las provinciascomarcanas había en pro y contra de laconquista.

Estando en esto, el cacique Guachoya dioun gran estornudo. Los gentileshombres quecon él habían venido, que estaban arrimados alas paredes de la sala entre los españoles que enella había, todos a un tiempo, inclinando las

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cabezas y abriendo los brazos y volviéndolos acerrar y haciendo otros ademanes de granveneración y acatamiento, le saludaron condiferentes palabras enderezadas todas a un fin,diciendo: "El Sol te guarde, sea contigo, tealumbre, te engrandezca, te ampare, tefavorezca, te defienda, te prospere, te salve", yotras semejantes, cada cual como se le ofrecía lapalabra, y por buen espacio quedó el murmullode aquellas palabras entre ellos. De lo cual,admirado el gobernador, dijo a los caballeros ycapitanes que con él estaban: "¿No miráis cómotodo el mundo es uno?"

Este paso quedó bien notado entre losespañoles, de que, entre gente tan bárbara, seusasen las mismas o mayores ceremonias que alestornudar se usan entre los que se tienen pormuy políticos. De donde se puede creer queesta manera de salutación sea natural en todasgentes y no causada por una peste, comovulgarmente se suele decir, aunque no faltaquien lo rectifique.

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El cacique comió con el gobernador, y susindios estuvieron todos alrededor de la mesa,que no quisieron, aunque los españoles se lomandaron, irse a comer hasta que su señorhubiese comido, lo cual también se notó entrelos nuestros. Luego les dieron de comer en otroaposento, que para todos ellos teníanaderezada la comida.

Para aposento del curaca desocuparon unade las piezas de su propia casa, donde se quedócon pocos criados, y los indios gentileshombresse fueron a puesta de sol de la otra parte del ríoy volvieron por la mañana, y así lo hicieron losdías que los castellanos estuvieron en aquelpueblo.

Entretanto persuadió el curaca Guachoya algobernador volviese a la provincia de Anilco,que él se ofrecía a ir con su gente sirviendo a suseñoría, y, para facilitar el paso del río deAnilco, mandaría llevar ochenta canoasgrandes, sin otras pequeñas, las cuales irían porel Río Grande abajo siete leguas hasta la boca

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del río de Anilco, que entraba en el Río Grande,y que por él subirían hasta el pueblo de Anilco,que todo el camino que las canoas habían dehacer por ambos ríos sería como veinte leguasde navegación; y que, entretanto que las canoasbajaban por el Río Grande y subían por el deAnilco, irían ellos por tierra para llegar todosjuntos a un tiempo al pueblo de Anilco.

El gobernador fue fácil de persuadir a esteviaje porque deseaba saber lo que en aquellaprovincia hubiese de provecho y socorro parael intento que tenía de hacer los bergantines.Deseaba asimismo atraer de paz y amistad alcuraca Anilco a su devoción para que, sin laspesadumbres y trabajos de la guerra, pudiesepoblar y hacer su asiento entre aquellas dosprovincias que le habían parecido abundantesde comida, donde podría esperar el suceso delos dos bergantines que pensaba enviar por elrío abajo.

La intención del gobernador para volver alpueblo de Anilco era la que hemos visto; mas la

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del curaca Guachoya era muy diferente, porqueera de vengarse con fuerzas ajenas de suenemigo Anilco, el cual en las guerras ypendencias continuas que tenían, siempre lohabía traído, y traía, muy avasallado y rendido,y pretendía ahora, en esta ocasión, satisfacersede todas las injurias pasadas, para lo cual incitóal gobernador con toda la disimulación posibleque volviese al pueblo de Anilco y mandó congran solicitud y diligencia apercibir las cosasnecesarias para el viaje.

Luego que fueron aprestadas y hubierontraído las canoas, mandó el general que elcapitán Juan de Guzmán con su compañíafuese en ellas para gobernar y dar orden acuatro mil indios de guerra que en ellas iban,sin los remeros, los cuales también llevaban susarcos y flechas, y les dio de plazo para sunavegación tres días naturales, que parecíantérmino bastante para que los unos y los otrosllegasen juntos al pueblo de Anilco.

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Con esta orden salió el capitán Juan deGuzmán por el Río Grande abajo, y, a la mismahora, salieron por tierra el gobernador con susespañoles y Guachoya con dos mil hombres deguerra, sin otra gran multitud de indios quellevaban los bastimentos, y, sin que a los unosni a los otros les acaeciese cosa de momento,llegaron todos a un tiempo a dar vista al pueblode Anilco, cuyos moradores, aunque el caciqueestaba ausente, tocaron arma y se pusieron a ladefensa del paso del río con todo el ánimo yesfuerzo posible, mas, no pudiendo resistir a lafuria de los enemigos, que eran indios yespañoles, volvieron las espaldas ydesampararon el pueblo.

Los guachoyas entraron en él como enpueblo de enemigos tan odiados y como genteofendida que deseaba vengarse lo saquearon yrobaron el templo y entierro de los señores deaquel estado, donde, sin los cuerpos de susdifuntos, tenía el cacique lo mejor y más rico yestimado de su hacienda, y los despojos y

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trofeos de las mayores victorias que de losguachoyas había habido, que eran muchascabezas de los indios más señalados que habíanmuerto, puestas en puntas de lanzas a laspuertas del templo y muchas banderas y grancantidad de armas de los guachoyas de las quehabían perdido en las batallas que habíantenido con los anilcos.

Las cabezas de sus indios quitaron de laslanzas y en lugar de ellas pusieron otras de losanilcos; sus insignias militares y sus armasllevaron con gran contento y alegría de verserestituidos en ellas; los cuerpos muertos, queestaban en arcas de madera, derribaron portierra, y, con todo el menosprecio que pudieronmostrar, los hollaron y pisaron en venganza desus injurias.

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CAPÍTULO VIProsiguen las crueldades de los guachoyas ycómo el gobernador pretende pedir socorro

No contenta la saña de los guachoyas conlo que en la hacienda y difuntos de Anilcohabían hecho ni satisfechos con verserestituidos en sus banderas y armas, pasó larabia de ellos a otras cosas peores, y fue que aninguna persona de ningún sexo ni edad queen el pueblo hallaron quisieron tomar a vidasino que las mataron todas, y con las máscapaces de misericordia, como viejas ya en laextrema vejez y niños de teta, con ésas usaronde mayor crueldad, porque a las viejas,despojándolas esa poca ropa que traían vestida,las mataban a flechazos, tirándoles a laspudendas más aína que a otra parte del cuerpo.Y a los niños, cuanto más pequeños, lostomaban por una pierna y los echaban en alto,y en el aire, antes que llegasen al suelo, los

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flechaban entre cinco o seis, o más, o menos,como acertaban a hallarse.

Con estas crueldades, y más todas las quemás pudieron hacer recatándose de losespañoles, mostraron los guachoyas el odio yrencor que, como gente ofendida, tenían a losanilcos. Las cuales cosas, vistas por algunoscastellanos, que no habían podido los indiosencubrirlas tanto como quisieran, dieron luegonoticia de ellas al gobernador, el cual se enojógrandemente de que hubiesen hecho agravio alos de Anilco, que su intención no había sido dehacerles mal ni daño, sino de ganarlos poramigos.

Y porque la crueldad de los guachoyas nopasase adelante, mandó tocar a toda prisa arecoger y reprehendió al cacique de lo que susindios habían hecho, y, para prevenir que nohiciesen más daño, mandó echar bando que, sopena de la vida, nadie fuese osado pegar fuegoa las casas ni hacer mal a los indios, y, porquelos guachoyas no ignorasen el bando, mandó

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que los intérpretes lo declarasen en su lengua,y, porque temió que todavía habían de hacer eldaño que pudiesen hurtándose de losespañoles, salió a toda prisa del pueblo deAnilco y se fue al río, habiendo mandado a loscastellanos que llevasen antecogidos los indios,porque no se quedasen a quemar el pueblo y amatar la gente que en él se hubiese escondido.

Con estos apercibimientos se remedió algodel mal para que no fuese tanto como pudieraser, y el general se embarcó con toda su gente,así españoles como indios, y pasó el río paravolverse a Guachoya.

Mas no habían caminado un cuarto delegua cuando vieron humear el pueblo yencenderse muchas casas en llamas de fuego.La causa fue que los guachoyas, no pudiendosufrir no quemar el pueblo, ya que les habíasido prohibido el quemarlo al descubierto,quisieron quemarlo como pudiesen, para locual dejaron brasas de fuego metidas en las alasde las casas y, como ellas fuesen de paja y con

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el verano estuviesen hechas yesca, tuvieronpoca necesidad de viento para encendersepresto.

El gobernador quiso volver al pueblo parasocorrerle que no se quemase del todo, mas, aeste punto, vio acudir muchos indios vecinossuyos que a toda diligencia venían a matar elfuego, y con esto lo dejó y siguió su caminopara el pueblo de Guachoya, disimulando suenojo por no perder los amigos que tenía porlos que no había podido haber.

Habiendo llegado al pueblo y hecho asientoen él con su ejército, dejó todos los otroscuidados a los ministros del campo y para sítomó el cuidado de hacer los bergantines. Enellos imaginaba y fabricaba de día y de noche.Mandó cortar la madera necesaria, que la habíaen mucha abundancia en aquella provincia.Hizo juntar las sogas y cordeles que en elpueblo y su comarca se pudiesen haber parajarcia. Mandó a los indios le trajesen toda laresina y goma de pino y ciruelos, y otros

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árboles, que por los campos se hallasen.Ordenó que de nuevo se hiciese muchaclavazón y se aderezase la que en las piraguas ybarcas pasadas había servido.

En su ánimo tenía elegidos los capitanes ysoldados que por más fieles amigos tenía, dequien pudiese confiar que volverían en losbergantines cuando los enviase a pedir elsocorro que tenía pensado.

Y, para cuando hubiese enviado losbergantines, había determinado pasar de la otraparte del Río Grande, a una provincia llamadaQuigualtanqui, de la cual, por ciertoscorredores que había enviado, caballeros einfantes, tenía noticia que era abundante decomida y poblada de mucha gente; y el puebloprincipal de ella estaba cerca del pueblo deGuachoya, el río en medio, y que era dequinientas casas, cuyo señor y cacique, llamadotambién Quigualtanqui, había respondido mala los recaudos que el gobernador le habíaenviado pidiéndole paz y ofreciéndole su

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amistad, que con mucho desacato había dichomuchos denuestos y vituperios y hechograndes fieros y amenazas diciendo los habíade matar a todos en una batalla, como veríanmuy presto, y les quitaría de la mala vida quetraían, perdidos por tierras ajenas, robando ymatando como salteadores ladrones,vagamundos y otras palabras ofensivas, y habíajurado por el Sol y la Luna de no les haceramistad como se la habían hecho los demáscuracas por cuyas tierras habían pasado, sinoque los habían de matar y ponerlos por losárboles.

En este paso, dice Alonso de Carmona estaspalabras: "Poco antes que el gobernadormuriese mandó juntar todas las canoas deaquel pueblo, y las mayores juntaron de dos endos y metieron caballos en ellas, y en las otrasmetieron gente, y pasaron a la otra parte delrío, adonde hallaron muy grandes poblazones,aunque la gente alzada y huida, y así sevolvieron sin hacer efecto. Lo cual, visto por los

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principales de aquella tierra, enviaron unmensajero al gobernador avisándole que otravez no tuviese atrevimiento de enviar a sustierras españoles, porque ninguno volvería vivoy que agradeciese a su buena fama y al buentratamiento que a los indios de la provinciadonde al presente estaba hacía, que por estacausa no había salido su gente a matar todoslos españoles que a su tierra habían pasado,que, si algo pretendía de su tierra, que se viesenpersona por persona, que le daría a entender elpoco comedimiento y miramiento que habíatenido en haber enviado a correr su tierra, yque no le acaeciese otra vez, que juraba a susdioses de le matar a él y a toda su gente, omorir en la demanda." Todas son palabras deAlonso de Carmona, que, por ser casi lasmismas que de Quigualtanqui hemos dicho,quise sacarlas a la letra.

A los cuales denuestos siempre elgobernador había replicado con muchablandura y suavidad, rogándole con la paz y

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amistad, y, aunque es verdad queQuigualtanqui, por el mucho comedimiento delgeneral, había trocado sus malas palabras enotras buenas, dando muestras de paz yconcordia, siempre se le había entendido queera con falsedad y engaño por cogerdescuidados a los españoles, que por las espíassabía el gobernador que andaba maquinandotraiciones y maldades y que hacía llamamientode su gente y de las provincias comarcanascontra los cristianos para los matar a traicióndebajo de amistad. Todo lo cual sabía el generaly lo tenía guardado en su pecho para castigarloa su tiempo, que todavía tenía ciento ycincuenta caballos y quinientos españoles, conlos cuales, después de haber enviado losbergantines, pensaba pasar el Río Grande yhacer su asiento en el pueblo principal deQuigualtanqui y gastar allí el estío presente y elinvierno venidero hasta tener el socorro quepensaba pedir. El cual se le pudiera dar conmucha facilidad de toda la costa y ciudad de

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México, y de las islas de Cuba y SantoDomingo, subiendo por el Río Grande, que eracapaz de todos los navíos que por él quisiesensubir, como adelante veremos.

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CAPÍTULO VIIDo se cuenta la muerte del gobernador y elsucesor que dejó nombrado

En los cuidados y pretensiones que hemosdicho andaba engolfado de día y de noche esteheroico caballero, deseando, como buen padre,que los muchos trabajos que él y los suyos enaquel descubrimiento habían pasado y losgrandes gastos que para él habían hecho no seperdiesen sin fruto de ellos, cuando a los veintede junio del año de mil y quinientos y cuarentay dos, sintió una calenturilla que el primer díase mostró lenta y al tercero rigurosísima. Y elgobernador, viendo el excesivo crecimiento deella, entendió que su mal era de muerte, y asíluego se apercibió para ella y, como católicocristiano, ordenó casi en cifra su testamento porno haber recaudo bastante de papel, y, condolor y arrepentimiento de haber ofendido aDios, confesó sus pecados.

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Nombró por sucesor en el cargo degobernador y capitán general del reino yprovincia de la Florida a Luis de Moscoso deAlvarado, a quien en la provincia de Chicazahabía quitado el oficio de maese de campo,para el cual auto mandó llamar ante sí a loscaballeros, capitanes y soldados de más cuentay, de parte de la Majestad Imperial, les mandó,y de la suya les rogó y encargó, que atenta lacalidad, virtud y méritos de Luis de Moscoso,lo tuviesen por su gobernador y capitán generalhasta que Su Majestad enviase otra orden, y deque así lo cumplirían les tomó juramento enforma solemne.

Hecha esta diligencia, llamó de dos en dosy de tres en tres a los más nobles del ejército ydespués de ellos mandó que entrase toda lademás gente de veinte en veinte y de treinta entreinta, y de todos se despidió con gran dolorsuyo y muchas lágrimas de ellos, y les encargóla conversión a la Fe Católica de aquellosnaturales y el aumento de la corona de España,

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diciendo que el cumplimiento de estos deseosle atajaba la muerte. Pidioles muyencarecidamente tuviesen paz y amor entre sí.

En estas cosas gastó cinco días que duró lacalentura recia, la cual fue siempre encrecimiento hasta el día seteno, que lo privó deesta presente vida. Falleció como católicocristiano, pidiendo misericordia a la SantísimaTrinidad, invocando en su favor y amparo lasangre de Jesu Cristo Nuestro Señor y laintercesión de la Virgen y de toda la CorteCelestial, y la fe de la Iglesia Romana.

Con estas palabras, repitiéndolas muchasveces, dio el ánima a Dios este magnánimo ynunca vencido caballero, digno de grandesestados y señoríos e indigno de que su historiala escribiera un indio. Murió de cuarenta y dosaños.

Fue el adelantado Hernando de Soto, comoal principio dijimos, natural de Villanueva deBarcarrota, hijodalgo de todos cuatro costados,de lo cual habiéndose informado la Cesárea

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Majestad, le había enviado el hábito deSantiago, mas no gozo de esta merced, porque,cuando la cédula llegó a la isla de Cuba, ya elgobernador había entrado al descubrimiento yconquista de la Florida.

Fue más que mediano de cuerpo, de buenaire, parecía bien a pie y a caballo. Era alegre derostro, de color moreno, diestro de ambas sillas,y más de la jineta que de la brida. Fuepacientísimo en los trabajos y necesidades,tanto que el mayor alivio que sus soldados enellas tenían era ver la paciencia y sufrimientode su capitán general. Era venturoso en lasjornadas particulares que por su personaemprendía, aunque en la principal no lo fue,pues al mejor tiempo le faltó la vida.

Fue el primer español que vio y habló aAtahuallpa, rey tirano y último de los del Perú,como diremos en la propia historia deldescubrimiento y conquista de aquel imperio,si Dios Nuestro Señor se sirve de alargarnos lavida, que anda ya muy flaca y cansada. Fue

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severo en castigar los delitos de milicia; losdemás perdonaba con facilidad. Honrabamucho a los soldados, a los que eran virtuososy valientes. Fue valentísimo por su persona entanto grado que por doquiera que entrabapeleando en las batallas campales dejaba hecholugar y camino por do pudiesen pasar diez delos suyos, y así lo confesaban todos ellos, quediez lanzas del todo su ejército no valían tantocomo la suya.

Tuvo este valeroso capitán en la guerra unacosa muy notable y digna de memoria y fueque, en los rebatos que los enemigos daban ensu campo de día, siempre era el primero o elsegundo que salía al arma, y nunca fue eltercero, y, en las que le daban de noche, jamásfue el segundo, sino siempre el primero, queparecía que después de haberse apercibido parasalir al arma, la mandaba tocar él mismo. Contanta prontitud y vigilancia como ésta andabade continuo en la guerra. En suma, fue una delas mejores lanzas que al nuevo mundo han

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pasado, y pocas tan buenas, y ninguna mejor, sino fue la de Gonzalo Pizarro, a la cual, decomún consentimiento, se dio siempre la honradel primer lugar.

Gastó en este descubrimiento más de cienmil ducados que hubo en la primera conquistadel Perú, de las partes de Casamarca, de aquelrico despojo que allí hubieron los españoles.Gastó su vida y feneció en la demanda, comohemos visto.

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CAPÍTULO VIIIDos entierros que hicieron al adelantado Her-nando de Soto

La muerte del gobernador y capitángeneral Hernando de Soto, tan digna de serllorada, causó en todos los suyos gran dolor ytristeza, así por haberlo perdido y por laorfandad que les quedaba, que lo tenían porpadre, como por no poderle dar [la] sepulturaque su cuerpo merecía ni hacerle la solemnidadde obsequias que quisieran hacer a capitán yseñor tan amado.

Doblábaseles esta pena y dolor con ver queantes les era forzoso enterrarlo con silencio y ensecreto, que no en público, porque los indios nosupiesen dónde quedaba, porque temían nohiciesen en su cuerpo algunas ignominias yafrentas que en otros españoles habían hecho,que los habían desenterrado y atasajado ypuéstolos por los árboles, cada coyuntura en su

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rama. Y era verosímil que en el gobernador,como en la cabeza principal de los españoles,para mayor afrenta de ellos, las hiciesenmayores y más vituperosas. Y decían losnuestros que, pues no las había recibido envida, no sería razón que por negligencia deellos las recibiese en muerte.

Por lo cual acordaron enterrarlo de noche,con centinelas puestas, para que los indios no loviesen ni supiesen dónde quedaba. Eligieronpara sepultura una de muchas hoyas grandes yanchas que cerca del pueblo había en un llano,de donde los indios, para sus edificios, habíansacado tierra, y en una de ellas enterraron alfamoso adelantado Hernando de Soto conmuchas lágrimas de los sacerdotes y caballerosque a sus tristes obsequias se hallaron.

Y el día siguiente, para disimular el lugardonde quedaba el cuerpo y encubrir la tristezaque ellos tenían, echaron nueva por los indiosque el gobernador estaba mejor de salud, y conesta novela subieron en sus caballos e hicieron

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muestras de mucha fiesta y regocijo, corriendopor el llano y trayendo galopes por las hoyas yencima de la misma sepultura, cosas biendiferentes y contrarias de las que en suscorazones tenían, que, deseando poner en elMauseolo o en la aguja de Julio César al quetanto amaban y estimaban, los hollasen ellosmismos para mayor dolor suyo, mas hacíanlopor evitar que los indios no le hiciesen otrasmayores afrentas. Y para que la señal de lasepultura se perdiese del todo no se habíancontentado con que los caballos la hollasen,sino que, antes de las fiestas, habían mandadoechar mucha agua por el llano y por las hoyas,con achaque de que al correr no hiciesen polvolos caballos.

Todas estas diligencias hicieron losespañoles por desmentir los indios y encubrir latristeza y dolor que tenían; empero, como sepueda fingir mal el placer ni disimular el pesarque no se vea de muy lejos al que lo tiene, nopudieron los nuestros hacer tanto que los

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indios no sospechasen así la muerte delgobernador como el lugar donde lo habíanpuesto, que, pasando por el llano y por lashoyas, se iban deteniendo y con muchaatención miraban a todas partes y hablabanunos con otros y señalaban con la barba yguiñaban con los ojos hacia el puesto donde elcuerpo estaba.

Y como los españoles viesen y notasenestos ademanes, y con ellos les creciese elprimer temor y la sospecha que habían tenido,acordaron sacarlo de donde estaba y ponerlo enotra sepultura no tan cierta, donde el hallarlo, silos indios lo buscasen, les fuese más dificultoso,porque decían que, sospechando los infielesque el gobernador quedaba allí, cavarían todoaquel llano hasta el centro y no descansaríanhasta haberlo hallado, por lo cual les pareciósería bien darle por sepultura el Río Grande y,antes que lo pusiesen por obra, quisieron ver lahondura del río si era suficiente paraesconderlo en ella.

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El contador Juan de Añasco y los capitanesJuan de Guzmán y Arias Tinoco y AlonsoRomo de Cardeñosa y Diego Arias, alférezgeneral del ejército, tomaron el cargo de ver elrío y, llevando consigo un vizcaíno llamadoIoanes de Abbadía, hombre de la mar y graningeniero, lo sondaron una tarde con toda ladisimulación posible, haciendo muestras queandaban pescando y regocijándose por el ríoporque los indios no lo sintiesen, y hallaron queen medio de la canal tenía diez y nueve brazasde fondo y un cuarto de legua de ancho, lo cualvisto por los españoles, determinaron sepultaren él al gobernador, y, porque en toda aquellacomarca no había piedra que echar con elcuerpo para que lo llevase a fondo, cortaronuna muy gruesa encina y, a medida del altor deun hombre, la socavaron por un lado dondepudiesen meter el cuerpo. Y la noche siguiente,con todo el silencio posible, lo desenterraron ypusieron en el trozo de la encina, con tablasclavadas que abrazaron el cuerpo por el otro

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lado, y así quedó como en una arca, y, conmuchas lágrimas y dolor de los sacerdotes ycaballeros que se hallaron en este segundoentierro, lo pusieron en medio de la corrientedel río encomendando su ánima a Dios, y levieron irse luego a fondo.

Estas fueron las obsequias tristes ylamentables que nuestros españoles hicieron alcuerpo del adelantado Hernando de Soto, sucapitán general y gobernador de los reinos yprovincias de la Florida, indignas de un varóntan heroico, aunque, bien miradas, semejantescasi en todo a las que mil y ciento y treinta y unaños antes hicieron los godos, antecesores deestos españoles, a su rey Alarico en Italia, en laprovincia de Calabria, en el río Bisento, junto ala ciudad de Cosencia.

Dije semejantes casi en todo, porque estosespañoles son descendientes de aquellos godos,y las sepulturas ambas fueron ríos y losdifuntos las cabezas y caudillos de su gente, ymuy amados de ella, y los unos y los otros

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valentísimos hombres que, saliendo de sustierras y buscando dónde poblar y hacerasiento, hicieron grandes hazañas en reinosajenos.

Y aun la intención de los unos y de losotros fue una misma, que fue sepultar suscapitanes donde sus cuerpos no se pudiesenhallar, aunque sus enemigos los buscasen. Sólodifieren en que las obsequias de éstos nacieronde temor y piedad que a su capitán generaltuvieron no maltratasen los indios su cuerpo, ylas de aquéllos nacieron de presunción yvanagloria, que al mundo, por honra ymajestad de su rey, quisieron mostrar. Y paraque se vea mejor la semejanza, será bien referiraquí el entierro que los godos hicieron a su reyAlarico, para los que no lo saben.

Aquel famoso príncipe, habiendo hechoinnumerables hazañas por el mundo con sugente y habiendo saqueado la imperial ciudadde Roma, que fue el primer saco que padeciódespués de su imperio y monarquía, a los 1162

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años de su fundación y a los 412 del partovirginal de Nuestra Señora, quiso pasar a Siciliay, habiendo estado en Regio y tentado el pasaje,se volvió a Cosencia, forzado de la muchatempestad que en la mar había, donde fallecióen pocos días. Sus godos, que le amaban muymucho, celebraron sus obsequias con muchos yexcesivos honores y grandezas y, entre otras,inventaron una solemnísima y admirable, y fueque a muchos cautivos que llevaban mandarondivertir y sacar de madre al río Bisento, y enmedio de su canal edificaron un solemnesepulcro donde pusieron el cuerpo de su reycon infinito tesoro (palabras son del Colenucio,y sin él lo dicen todos los historiadoresantiguos y modernos, españoles y no españoles,que escriben de aquellos tiempos) y, habiendocubierto el sepulcro, mandaron volver a echarel río a su antiguo camino, y a los cautivos quehabían trabajado en la obra, porque en algúntiempo no dijesen dónde quedaba el reyAlarico, los mataron todos.

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Parecióme tocar aquí esta historia por lamucha semejanza que tiene con la nuestra y pordecir que la nobleza de estos nuestrosespañoles, y la que hoy tiene toda España sincontradicción alguna, viene de aquellos godos,porque después de ellos no ha entrado en ellaotra nación sino los alárabes de Berberíacuando la ganaron en tiempo del rey donRodrigo. Mas las pocas reliquias que de esosmismos godos quedaron, los echaron poco apoco de toda España y la poblaron como hoyestá, y aún la descendencia de los reyes deCastilla derechamente, sin haberse perdido lasangre de ellos, viene de aquestos reyes godos,en la cual antigüedad y majestad tan notoriahacen ventaja a todos los reyes del mundo.

Todo lo que del testamento, muerte yobsequias del adelantado Hernando de Sotohemos dicho, lo refieren, ni más ni menos,Alonso de Carmona y Juan Coles en susrelaciones, y ambos añaden que los indios, noviendo al gobernador, preguntaban por él, y

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que los cristianos les respondían que Dios habíaenviado a llamarle para mandarle grandescosas que había de hacer luego que volviese, yque con estas palabras, dichas por todos ellos,entretenían a los indios.

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SEGUNDA PARTE DELLIBRO QUINTO

DE LA HISTORIA DE LAFLORIDA DEL INCA

Refiere cómo losespañoles determinarondesamparar la Florida; unlargo camino que parasalir de ella hicieron; lostrabajos incomportablesque a ida y vuelta de aquelviaje pasaron hasta volveral Río Grande; sietebergantines que para salirpor él hicieron; la liga dediez caciques contra loscastellanos; el aviso secretoque de ella tuvieron; losofrecimientos del generalAnilco y sus buenaspartes; una brava creciente

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del Río Grande; ladiligencia en hacer losbergantines; un desafío delgeneral Anilco al caciqueGuachoya, y la causa porqué; el castigo que a losembajadores de la liga seles hizo. Contiene quincecapítulos.

CAPÍTULO IDeterminaron los españoles desamparar laFlorida y salirse de ella

Con la muerte del gobemador y capitángeneral Hernando de Soto no solamente nopasaron adelante las pretensiones y buenosdeseos que de poblar y hacer asiento en aquellatierra había tenido, mas antes sus capitanes ysoldados volvieron atrás y se trocaron encontra, como suele acaecer dondequiera quefalte la cabeza principal del gobierno. Que,

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como todos los capitanes y soldados del ejércitohubiesen andado descontentos por no habersehallado en la Florida las partes que pretendían,aunque tenía las demás calidades que hemosdicho, y como hubiesen deseado salirse de ellay que sólo el respeto del gobernador les hubieserefrenado (muerto él), de comúnconsentimiento de los más poderosos fueacordado que, lo más presto que les fueseposible, saliesen de aquel reino. Cosa que ellosdespués lloraron todos los días de su vida,como se suele llorar lo que sin prudencia niconsejo se determina y ejecuta. Y el contadorJuan de Añasco, que, como ministro de lahacienda de su rey y caballero y hombre noblepor sí y uno de los que más habían trabajado eneste descubrimiento, estaba obligado asustentar la opinión tan acertada de su capitángeneral y a salir con su empresa y conquista,siquiera por no perder lo trabajado, pues paratodos ellos era de tanta honra y provecho ypara la corona real de España de tanta

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grandeza, majestad y aumento, como hemosvisto, no solamente no contradijo a los demáscapitanes y caballeros, que eran de parecer quedejasen aquel reino, mas antes él mismo seofreció a los guiar y sacar con brevedad altérmino y jurisdicción de México, porque sepicaba de cosmógrafo y presumía, en suciencia, ponerlos presto en salvo, no mirandolas provincias largas y los ríos caudalosos, losmontes ásperos y estériles de comida, lasciénagas tan dificultosas que habían pasado,antes lo allanó todo. Porque ésta nuestraambición y deseo, cuando se desordena, suelefacilitar los trabajos y allanar las dificultades desus pretensiones, para después dejarnosperecer en ellas.

Dioles ánimo y osadía para esta nuevadeterminación la memoria de ciertas nuevasfalsas que el invierno pasado y el verano anteslos indios les habían dicho que, al poniente, nolejos de donde ellos andaban, habían otroscastellanos que andaban conquistando aquellas

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provincias. Estas hablillas pasadas resucitaronlos españoles en su memoria y, haciéndolasverdaderas, decían que debía ser gente quehubiese salido de México a conquistar nuevosreinos y que, según los indios decían, no debíande estar lejos los unos de los otros; que seríabien los fuesen a buscar y, habiéndolos hallado,les ayudasen a conquistar y poblar, como siellos no hubieran hallado qué conquistar nituvieran qué poblar.

Con este común consentimiento, tan malacordado, salieron nuestros españoles deGuachoya a los cuatro o cinco de julio,enderezando su viaje al poniente con intenciónde no torcer a una ni a otra parte, porque lesparecía que, siguiendo aquel rumbo, habían desalir a tierra de México, y no miraban que,según su misma cosmografía, estaban enmucha mayor altura que las tierras de la NuevaEspaña.

Con el deseo que llevaban de verse en ellas,caminaron más de cien leguas, a las mayores

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jornadas que pudieron, por diferentes tierras yprovincias que las que hasta entonces habíanvisto, empero no tan fértiles de comida ni tanpobladas de gente como las pasadas, y nopodremos decir cómo se llamaban estasprovincias, porque, como ya no teníanintención de poblar, no procuraban saber losnombres ni informarse de las calidades de lastierras, sólo pretendían pasar por ellas con todala prisa que podían, y por esto no tomaron losnombres ni pudieron dármelos a mí.

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CAPÍTULO IIDe algunas supersticiones de indios, así de laFlorida como del Perú, y cómo los españolesllegan a Auche

Volviendo en nuestro cuento algo atrás dedonde quedamos, es de saber que, cuando losespañoles salieron del pueblo Guachoya, se fuecon ellos, de su voluntad, un indio de diez yseis o diez y siete años, gentil hombre decuerpo y hermoso de rostro, como lo son encomún los naturales de aquella provincia. Y,habiendo caminado tres o cuatro jornadas,echaron de ver en él los criados del gobernadorLuis de Moscoso, a los cuales el indio se habíaallegado, y como lo extrañasen y viesen que ibade su grado, temiendo fuese espía, dieroncuenta de ello al general, el cual lo envió allamar y, con los intérpretes, y entre ellos JuanOrtiz, le preguntó dijese la causa por qué,dejando sus padres, parientes, amigos y

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conocidos, se iba con los españoles no losconociendo. El indio respondió: "Señor, yo soypobre y huérfano. Mis padres a su muerte medejaron muy niño y desamparado, y un indioprincipal de mi pueblo, pariente cercano delcuraca Guachoya, con lástima que de mí tuvo,me recogió en su casa y me crió entre sus hijos.El cual, a la partida de vuestra señoría quedabaenfermo y desahuciado de la vida. Susparientes, mujer e hijos, luego que lo vieron así,me eligieron y nombraron para que, enmuriéndose mi amo, me enterrasen con él, vivocomo estoy, porque decían que mi señor mehabía querido mucho y que por este amor erarazón que yo fuese con él a servirle en la otravida. Y, aunque es verdad que por habermecriado le tengo obligación y le quiero bien, noes ahora tanto el amor que huelgue meentierren vivo con él. Por huir esta muerte, nohallando remedio mejor, acordé venirme con lagente de vuestra señoría, que más quiero ser su

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esclavo que verme enterrar vivo. Esta es lacausa de mi venida, y no otra."

El general y los que con él estaban seadmiraron de haber oído al indio, yentendieron que la costumbre y abusión deenterrar vivos los criados y las mujeres con elhombre principal difunto, también se usaba yguardaba en aquella tierra como en las demásdel nuevo mundo hasta entonces descubiertas.

En todo el imperio de los incas quereinaron en el Perú se usaba largamenteenterrar con los reyes y grandes señores susmujeres las más queridas y los criados másfavorecidos y allegados a ellos, porque en sugentilidad tuvieron la inmortalidad del ánima ycreían que después de esta vida había otracomo ella misma, y no espiritual; empero conpena y castigo para el que hubiese sido malo ycon gloria, premio y galardón para el bueno. Yasí dicen Hanampacha, que quiere decir mundoalto, por el cielo, y Ucupacha, que significamundo bajo, por el infierno, y llaman Zupay al

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diablo, con quien dicen que van los malos. Y deesto trataremos más largo en la historia de losincas.

Y volviendo a nuestros castellanos, que losdejamos ansiosos por caminar mucho, ydespués les ha de pesar por haber caminadotanto, decimos que, habiendo pasado lasprovincias que no pudimos nombrar por nosaber los nombres de ellas por las cualescaminaron más de cien leguas, al fin de ellasllegaron a una provincia llamada Auche, y elseñor de ella les salió a recibir con muchascaricias que les hizo y les hospedó conmuestras de amor, y dijo tenía gran contento deverlos en su tierra, mas, como despuésveremos, todo era falso y fingido.

Dos días descansaron los españoles enaquel pueblo Auche, que era el principal de laprovincia, e, informándose de lo que a su viajeconvenía, supieron que a dos jornadas delpueblo había un gran despoblado que pasar, decuatro días de camino. El cacique Auche les dio

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indios cargados de maíz para seis días y unindio viejo que les guiase por el despobladohasta sacarlos a poblado y, en presencia de losespañoles, haciendo mucho del amigo, lemandó que los llevase por el mejor y más cortocamino que sabía.

Con este recaudo salieron los nuestros deAuche y en dos jornadas llegaron aldespoblado, por el cual caminaron otros tresdías por un camino ancho que parecía caminoreal, mas al fin de las dos jornadas se fueestrechando de poco en poco hasta perderse deltodo, y sin camino anduvieron otros seis díaspor donde el indio quería llevarlos, con decirlesque los llevaba por atajos, sin camino, para másaína salir a poblado.

Los españoles, al cabo de los ocho días quehabían andado por aquellos desiertos, montes ybreñales, viendo que no acababan de salir deellos, advirtieron en lo que hasta entonces nohabían mirado, y fue que el indio los habíatraído al retortero, guiándolos unas veces al

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norte, otras al poniente, otras al mediodía, otrasvolviéndolos hacia el levante, lo cual no habíannotado antes por el mucho deseo que llevabande pasar adelante, y por la confianza que en suguía habían tenido que no los engañaría.Advirtieron asimismo que había tres días quecaminaban sin comer maíz ni otra vianda, sinohierbas y raíces, y que, por horas, ibancreciendo las dificultades y menguaban lasesperanzas de salir de aquellos desiertos,porque no tenían comida ni camino.

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CAPÍTULO IIILos españoles matan a la guía. Cuéntase unhecho particular de un indio

El gobernador Luis de Moscoso mandóllamar ante sí al indio que le había guiado y porsus intérpretes le preguntó cómo no los sacabade aquel despoblado al fin de ocho días quehabía que andaban perdidos por él, pues a lasalida de su pueblo se había ofrecido pasarlo encuatro días y salir a tierra poblada. El indio norespondió a propósito, antes dijoimpertinencias que le parecía le disculpabandel cargo que le hacían, de lo cual, enojado elgobernador, y de ver su ejército en tantanecesidad por malicia del indio, mandó loatasen a un árbol y le echasen los alanos quellevaban, y uno de ellos lo zamarreómalamente.

El indio, viéndose lastimar, y con el miedoque cobró de que lo habían de matar, pidió le

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quitasen el perro, que él diría la verdad de todolo que en aquel caso pasaba y, habiéndoseloquitado, dijo: "Señores, mi curaca y señornatural me mandó a vuestra partida hiciese loque he hecho con vosotros, porque me abrió supecho diciendo que porque él no tenía fuerzapara degollaros todos en una batalla, como loquisiera, había determinado mataros conastucia y maña metiéndoos en estos montes ydesiertos bravos, donde pereciésedes dehambre, y que, para poner en obra este sudeseo, me elegía a mí como a uno de sus másfieles criados para que os descaminase pordonde nunca acertásedes a salir a poblado, yque, si yo saliese con la empresa, me haríagrandes mercedes, y donde no, me mataríacruelmente. Yo, como siervo, hice lo que miseñor me mandó, como creo que lo hicieracualquiera de vosotros si el vuestro os lomandara. Fui forzado a lo hacer por el respetoy obediencia del superior, y no por voluntad yánimo que yo haya tenido de mataros, que

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cierto no lo he deseado ni lo deseo porque nome habéis hecho por qué. Y, bien mirado,vosotros tenéis la mayor parte de esta culpaque me ponéis, porque os habéis dejado traerasí con tanto descuido de vosotros mismos, queno habéis sido para hablarme una palabraacerca del camino, que, si el primer día que seperdió me preguntárades algo de lo que ahorame pedís, os hubiera dicho todo esto y contiempo se hubiera remediado el mal presente. Yaún ahora no es tarde, que, si me queréisotorgar la vida (pues para lo pasado fuimandado y no pude hacer otra cosa), yoenmendaré el yerro que todos hemos hecho,que yo me ofrezco a sacaros de este desierto yponeros en tierra poblada antes que pasen lostres días venideros, que, caminando siemprehacia el poniente, sin torcer a otra parte,saldremos presto de este despoblado, y, sidentro de este término no os sacare de él,matadme entonces, que yo me ofrezco alcastigo."

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El general Luis de Moscoso y sus capitanesse indignaron tanto de saber la mala intencióndel curaca y el engaño que el indio les habíahecho que ni admitieron sus buenas razonespara que le disculparan de su delito niquisieron concederle sus ruegos para otorgarlela vida, ni aceptar sus promesas para fiarse enellas; antes, diciendo todos a una "quien tanmalo nos ha sido hasta aquí peor nos será deaquí adelante", mandaron soltar los perros, loscuales, con la mucha hambre que tenían, enbreve espacio lo despedazaron y se locomieron.

Esta fue la venganza que nuestroscastellanos tomaron del pobre indio que leshabía descaminado, como si ella fuera dealguna satisfacción para el trabajo pasado oremedio para el mal presente, y después dehaberla hecho, vieron que no quedabanvengados, sino peor librados que antes estaban,porque totalmente les faltó quien los guiase,por haber dado licencia para que se volviesen a

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sus tierras los demás indios que habían traídoel maíz luego que se les acabó la comida, y asíse hallaron del todo perdidos.

Puestos en esta necesidad los españoles,confusos y arrepentidos de haber muerto alindio, el cual, si lo dejaran vivo, pudiera serque, como lo había prometido, los sacara apoblado, viendo que no tenían otro remedio,tomaron el mismo que el indio les había dicho,dándole crédito después de muerto a lo que nole habían querido creer en vida, que era quecaminasen hacia el poniente sin torcer a unamano ni a otra.

Así lo hicieron y caminaron tres días congrandísima hambre y necesidad, porque en losotros tres pasados no habían comido sinohierbas y raíces. Valioles mucho en este trabajoser los montes de aquel despoblado claros, y nocerrados como los hay en otras partes de Indias,que son como un muro, que, si lo fueran,perecieran de hambre antes de salir de ellos.

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Con estas dificultades siguieron su camino,siempre al poniente, y, al fin de los tres días,desde lo alto de unos cerros por donde ibandescubrieron tierras pobladas, de querecibieron el contento que se puede imaginar,aunque llegando a ellas hallaron que los indiosse habían ido al monte y que las tierras eranflacas y estériles, con pueblos no como lospasados, sino de casas derramadas por elcampo de cuatro en cuatro y de cinco en cinco,mal hechas y peor aliñadas, que más parecíanchozas de meloneros que casas de morada, mascon todo eso mataron su hambre con muchacarne fresca de vaca, que en ellas hallaron, ypellejos de poco tiempo quitados, aunquenunca hallaron vacas en pie, ni los indiosquisieron decir jamás de dónde las traían.

El segundo día que caminaron por aquellaprovincia estéril y mal poblada, la cual losnuestros llamaron de los Vaqueros por la carney pellejos de vacas que en ella hallaron, quisoun indio mostrar su ánimo y valentía con un

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hecho extraño, que hizo de loco, y fue que,habiendo caminado los españoles la jornada deaquel día, se alojaron en un llano y, estandotodos sosegados, vieron salir de un monte, queestaba no lejos del real, un indio solo, y venirhacia ellos con un hermoso plumaje en lacabeza y su arco en la mano y el carcaj de lasflechas a las espaldas, que declinaba algúntanto sobre el hombre derecho, como todosellos lo traen siempre.

Los castellanos, que estaban por donde elindio acertó a salir del monte, viéndole venirsolo y tan pacífico, no se alborotaron, antes,entendiendo que traía algún recaudo delcacique para el gobernador, le dejaron llegar. Elcual, viéndose a menos de cincuenta pasos deuna rueda de españoles, que en pie estabanhablando, puso con toda presteza y gallardíauna flecha en el arco y, apuntando a los de larueda que le estaban mirando, la soltó congrandísima pujanza. Los cristianos, viendo queles tiraba, se apartaron aprisa a una mano y a

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otra, y algunos se dejaron caer en el suelo, y asíse libraron del tiro, mas la flecha pasó adelantey dio en cinco o seis indias que debajo de unárbol estaban aderezando de comer para susamos, y a una de ellas dio por las espaldas, y lapasó de claro, y a otra que estaba de frente diopor los pechos, y también la pasó, aunquequedó la flecha en ella, y las indias cayeronluego muertas.

Habiendo hecho este bravo tiro, volvió elindio huyendo al monte, y corría con tantavelocidad y ligereza que bien mostraba habersefiado en ella para venir a hacer lo que hizo.

Los españoles tocaron arma y dieron gritaal indio, ya que no podían seguirle. El capitánBaltasar de Gallegos, que acertó a hallarse acaballo, acudió al arma, y, viendo ir huyendo alindio y oyendo que los españoles decían"muera, muera", sospechó lo que podía haberhecho y corrió en pos de él y cerca de laguarida lo alcanzó y mató, que no gozó el triste

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de su valentía temeraria, como son todas lasmás que en la guerra se hacen.

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CAPÍTULO IVDos indios dan a entender que desafían a losespañoles a batalla singular

Tres días después de este hecho, en lamisma provincia que llamaron de los Vaqueros,acaeció otro no menos extraño, y fue que, comoel general y sus capitanes y soldados dejasen decaminar un día, por descansar del trabajopasado de las jornadas largas que hasta allíhabían hecho, vieron a las diez del día venirpor un hermoso llano dos indiosgentileshombres, compuestos de grandesplumajes, con sus arcos en las manos y lasflechas en sus aljabas en las espaldas, y, comollegasen doscientos pasos del real, se pusieron apasear cerca de un nogal que allí había, y no sepaseaban ambos juntos hombro a hombro, sinopasando el uno por el otro para que cada unode ellos guardase las espaldas al compañero.Así anduvieron casi todo el día sin hacer cuenta

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de los negros, indios e indias y muchachos, quecon agua y leña por cerca de ellos pasaban. Dedonde vinieron los castellanos a entender queno lo hacían por la gente de servicio, sino porellos, y dieron cuenta del hecho al gobernador,el cual mandó luego echar bando que no fuesesoldado alguno a ellos, sino que los dejasenpara locos.

Los indios se pasearon hasta la tarde sinhacer otra cosa, como que esperaban losespañoles que dos a dos quisiesen ir a combatircon ellos. Ya cerca de ponerse el sol, vino unacompañía de caballos que había salido demañana a correr el campo, los cuales tenían sualojamiento cerca de donde los indios andabanpaseando y, como los viesen, preguntaron quéindios eran aquéllos. Y, habiéndolo sabido y loque sobre ellos se había mandado, que losdejasen para locos, obedecieron todos salvouno que, por mostrar su valentía, quiso serinobediente. Y diciendo "pese a tal, no será bienque haya otro más loco que ellos que les

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castigue la locura", se fue corriendo a ellos. Estesoldado era natural de Segovia y se decía JuanPáez.

Los indios, viendo que los acometía uncastellano solo, salió a recibirle el que más cercade él se halló, por dar a entender que habíanpedido batalla singular. El otro indio se apartóy metió debajo del nogal, en confirmación de laintención que tenían, que era pelear uno a uno,y que su compañero, para un castellano solo,aunque a caballo, no quería socorro.

Juan Páez arremetió al indio a toda furiapor llevarlo de encuentro. El infiel, que leesperaba con una flecha puesta en el arco,viéndole llegar a tiro, se la tiró y le dio por lasangradera del brazo izquierdo sobre unamanga de malla y, rompiendo la cota porambas partes, quedó la flecha atravesada en elbrazo, de la cual herida y del golpe, que fuemuy grande, no pudo Juan Páez menear elbrazo y las riendas se cayeron de la mano, y elcaballo, que las sintió caídas, paró de golpe,

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que es muy ordinario de los caballos hacerlo asícuando las sienten caer, y también es aviso deljinete soltarlas de golpe cuando el caballo lehuye y no quiere parar.

Los compañeros de Juan Páez, que aún nose habían apeado, viéndole en tal peligro,arremetieron todos juntos a toda prisa por lesocorrer antes que el enemigo lo matase. Losindios, viendo ir tantos caballos contra ellos, sepusieron en huida a un monte que allí cercahabía, mas antes que a él llegasen losalancearon, no guardando buena ley de guerra,que, pues los indios no habían querido ser doscontra un español, fuera razón que tantosespañoles a caballo no fueran contra dos indiosa pie.

Con estos sucesos, aunque singulares, quepor no haber acaecido otros mayores loscontamos, caminaron los castellanos por laprovincia que llamaron de los Vaqueros más detreinta leguas. Al fin de ellas se acabó aquellamala poblazón y descubrieron al poniente de

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cómo iban unas grandes sierras y montes, ysupieron que eran despoblados.

El gobernador y sus capitanes,escarmentados de la hambre y trabajos quepasaron en los desiertos que atrás dejaron, noquisieron pasar adelante hasta haberdescubierto camino que los sacase a poblado yquisieron llevar prevenidos los inconvenientesque hubiese. Para lo cual mandaron quesaliesen tres compañías de a caballo de a veintey cuatro caballos y, por tres partes, fuesentodos encaminados al poniente a descubrir loque por aquel paraje hubiese. Mandáronles queentrasen la tierra adentro y se alejasen todo lomás que les fuese posible y trajesen relación nosolamente de lo que viesen, sino que también laprocurasen de lo que más adelante hubiese, ypara intérpretes les dieron indios de los másladinos que entre los españoles habíadomésticos.

Con esta orden salieron del real los setentay dos caballeros y dentro de quince días

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volvieron todos casi con una misma relación,diciendo que cada cuadrilla había entrado másde treinta leguas, y hallado tierras muy estérilesy de poca gente, y tanto peores cuanto másadelante pasaban; que esto era lo que habíanvisto y de lo de adelante traían peores nuevas,porque muchos indios que habían preso, yotros que los habían recibido de paz, les habíandicho que era verdad que adelante habíaindios, empero que no vivían en pueblospoblados, ni tenían casas en que habitasen, nisembraban sus tierras, sino que era gente sueltaque andaba en cuadrillas cogiendo las frutas,hierbas y raíces que la tierra de suyo les daba yque se mantenían de cazar y pescar, pasándosede unas partes a otras, conforme a lacomodidad que el tiempo les daba para suspesquerías y cacerías. Esta relación trajeron lastres cuadrillas, con poca o ninguna diferenciade la una a la otra.

Alonso de Carmona, demás de la relacióndicha, añade en este paso que les dijeron los

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indios que delante de aquella provincia dondeestaban (al poniente) había muy grandesdespoblados de tierra muy llana y muchosarenales donde se criaban las vacas cuyos eranlos pellejos que habían visto, y que habíamucha suma de ellas.

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CAPÍTULO VVuelven los españoles en demanda del RíoGrande y los trabajos que en el camino pasa-ron

El gobernador Luis de Moscoso y suscapitanes, habiendo oído la buena relación delcamino por donde se habían prometido salir atierra de México, y habiendo platicado sobreello y considerado las dificultades de su viaje,acordaron no pasar adelante por no perecer dehambre atajados en aquellos desiertos, que nosabían dónde iban a parar, sino que volviesenatrás en demanda del mismo Río Grande quehabían dejado, porque ya les parecía que parasalir de aquel reino de la Florida no habíacamino más cierto que echarse por el río abajo ysalir a la mar del Norte.

Con esta determinación procuraroninformarse del camino que podrían llevar a lavuelta, huyendo de las malas tierras y

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despoblados que al venir habían pasado. Ysupieron que, volviendo en arco sobre manoderecha de como habían venido, era caminomás corto para su viaje, mas que les conveníapasar otros muchos despoblados y desiertos.Empero que, si quisiesen volver sobre manoizquierda, haciendo el mismo arco, aunquealargaban más el camino, irían siempre portierras pobladas, donde hallarían comida eindios que los guiasen.

Habida esta relación, se dieron prisa a salirde aquellas malas tierras de los Vaqueros ycaminaron en cerco hacia el mediodía, llevandosiempre aviso de lo que adelante en el caminohabía por no caer en algún desierto donde nopudiesen salir, y, aunque los castellanoscaminaban con cuidado de no hacer agravio alos indios, por no los irritar a que les hiciesenguerra, y aunque hacían grandes jornadas porsalir presto de sus provincias, los naturales deellas no los dejaban pasar en paz, antes, a todaslas horas del día y de la noche los sobresaltaban

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con armas y rebatos, y, para más sobresaltarles,se metían en los montes donde los había cercadel camino, y, donde no los había, se echabanen el suelo y se cubrían con hierba y, al pasarde los nuestros, que iban descuidados noviendo gente, se levantaban a ellos y losflechaban malamente, y, en revolviendo sobreellos, echaban a huir.

Estos rebatos eran tantos y tan continuosque apenas habían echado los enemigos de lavanguardia cuando acudían otros por laretaguardia, y muchas veces a un mismotiempo por tres y cuatro partes, y siempredejaban hecho daño con muertes y heridas dehombres y caballos. Y esta provincia de losVaqueros fue donde los españoles, sin llegar alas manos con los enemigos, recibieron másdaño que en otra alguna de cuantasanduvieron, particularmente el día postreroque por ella caminaron, que acertó a ser elcamino áspero, por montes y arroyos, pasosmuy propios para salteadores como lo eran

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aquellos indios, donde, entrando y saliendo asu salvo, no cesaron en todo el día de susacometimientos, con que mataron e hirieronmuchos castellanos e indios de servicio ycaballos.

Y en el postrer asalto, que fue al pasar deun arroyo donde había mucho monte, hirierona un soldado natural de Galicia, llamadoSanjurge, de quien al principio de esta historiahicimos mención, y, por haber sido hombrenotable, será razón digamos algunas cosassuyas en particular, pues todas son de nuestrahistoria y, porque son extraordinarias remito loque sobre ellas y sobre cualquier otra cosa queaquí o en otra parte dijese a la corrección yobediencia de la Santa Madre Iglesia Romana,cuyo catolicísimo hijo soy por la misericordiade Dios, aunque indigno de tal madre.

Yendo Sanjurge por medio del arroyo, letiró un indio de entre las matas un flechazo tanrecio que le rompió unos calzones de malla y leatravesó el muslo derecho, y, pasando las

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tejuelas y bastos de la silla, llegó a herir alcaballo con dos o tres dedos de flecha, el cualsalió corriendo del arroyo a un llano, echandograndes coces y corcovos por despedir la flechay a su amo, si pudiera.

Los españoles que se hallaron cercaacudieron al socorro y, viendo que Sanjurgeestaba clavado con la silla y que el alojamientose hacía cerca de donde estaba, lo llevaronasido a él y a su caballo hasta su cuartel, donde,alzándole de la silla, por entre ella y el muslo lecortaron la flecha, y luego con gran tientoquitaron la silla y vieron que la herida delcaballo no había sido penetrante, empero seadmiraron que la flecha, siendo de las comunesque los indios hacen de munición sin casquillo,hubiese penetrado tanto, que era de carrizo y lapunta hecha de la misma caña, cortada al sesgoy tostada al fuego.

A Sanjurge dejaron tendido en el llano abeneficio de su habilidad, que, entre muchasque tenía, era una curar heridas con aceite, lana

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sucia y palabras que llamaban de ensalmo, queen este descubrimiento había hecho muchascuras de gran admiración, que parecía tenerparticular gracia de Dios para ellas. Empero,después que en la batalla de Mauvila se lesquemó el aceite y la lana sucia y lo demás quelos castellanos llevaban, había dejado de curary, aunque él mismo se había visto herido otrasdos veces, la una de una flecha que le entró porel empeine y le salió al calcañar, de que estuvomás de cuatro meses en sanar, y la otra de otraflecha que le dio en la coyuntura y juego de larodilla, donde le quedó quebrado el casquillo,que era de cuerna de venado, y para lo sacar lehabían hecho grandes martirios, con todo eso,no había querido curarse ni a sí ni a otroherido, entendiendo que no aprovechaba lacura sin aceite y lana sucia.

Ahora, pues, viendo la necesidad que teníay no queriendo llamar al cirujano por unarencilla que con él había tenido, que por laaspereza y crueldad con que le curaba la herida

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de la rodilla, enfadado de la torpeza de susmanos, por gran injuria le había dicho que siotra vez se viese herido no le llamaría, aunquesupiese morir, y el cirujano, en su satisfacciónle había respondido que, aunque supiese darlela vida, no le curaría, que no le llamase cuandolo hubiese menester.

Guardando entre ellos este enojo de tantaimportancia, ni Sanjurge quiso llamar elcirujano ni el cirujano quiso comedirse a ir a lecurar, aunque supo que estaba herido. Por locual le pareció socorrerse de lo que sabía, y, enlugar de aceite, tomó unto de puerco, y porlana sucia, las hilachas de una manta vieja deindios, que muchos días había que entre loscastellanos no había camisa ni cosa de lienzo. Yfue de tanto provecho la cura que se hizo, queen cuatro días que el ejército, por los muchosheridos que llevaba, descansó en aquelalojamiento, sanó, y al quinto día, caminandolos nuestros, Sanjurge subió en su caballo y,para que los españoles viesen que estaba sano,

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corrió por un lado y otro del ejército diciendo agrandes voces: "Dadme la muerte, cristianos,que os he sido traidor y mal compañero, que,por no haber yo querido curar entendiendo quela virtud de mis curas estaba en el aceite y lanasucia, he dejado morir más de ciento ycincuenta de los vuestros."

Con los sucesos que hemos contadosalieron los castellanos de la provincia de losVaqueros y caminaron a largas jornadas veintedías por otras tierras que no les supieron losnombres. Llevaban su viaje en arco hacia elmediodía y, por parecerles que decaían muchode la provincia de Guachoya, donde deseabanvolver, enderezaron su camino al levante, conadvertencia que siempre fuesen subiendo alnorte. Caminando de esta suerte llegaron acruzar el camino que a la ida habían llevado,mas no lo conocieron por la poca cuenta que alir habían tenido de las tierras que atrás dejaban.

Cuando llegaron a aquel paso era yamediado septiembre y, habiendo caminado casi

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tres meses después que salieron del pueblo deGuachoya, en todo aquel tiempo y largocamino, aunque no tuvieron batallas campales,nunca les faltaron rebatos y sobresaltos, que losindios a todas horas del día y de la noche lesdaban, con que nunca dejaban de hacer daño,principalmente en los que se desmandaban delreal, que, acechándolos como salteadores,viéndolos apartados de la compañía, luego losflechaban, y así mataron en veces más decuarenta españoles en sólo este viaje. De nocheentraban en el real a gatas y arrastrándose porel suelo como culebras, sin que las centinelaslos sintiesen, flechaban los caballos y a lasmismas centinelas, tomándolos por lasespaldas, en castigo de que no los hubiesenvisto ni oído. Así mataron una noche doscentinelas. Con estas pesadumbres continuastraían los indios muy fatigados a nuestroscastellanos.

Un día de los de este viaje acaeció que,como algunos españoles tuviesen falta de

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servicio, pidieron licencia al gobernador paraquedarse emboscados docena y media de ellosy prender diez o doce indios de los que a lapospartida de los españoles solían venir a sualojamiento a rebuscar lo que en él quedabacomo si dejaran cosas de provecho.

Con la licencia del general quedaron unadocena de caballos y otra de infantes metidosentre unos árboles espesos, y en el más alto deellos pusieron una atalaya que diese avisocuando hubiese indios, y, en cuatro lances, conmucha facilidad, prendieron catorce indios sinque hiciesen resistencia alguna, y queriendoirse los castellanos con la presa, habiéndolarepartido entre ellos, salió maestre FranciscoGinovés, a cuya recuesta se había pedido lalicencia, el cual, no contento con dos indios quele habían dado, dijo que había menester otro yque no fuesen hasta que lo hubiesen preso.

Los compañeros le dijeron que por aquellavez se contentase con los que tenía, que ellos leprometían acompañarle otro día que los

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quisiese prender. Maestre Francisco, obstinadoen su pretensión, dijo que, aunque se quedasesolo, no se había de ir de allí hasta haber presoun indio, que lo había menester. Y, aunquecada uno de los compañeros le ofreció el que lehabía cabido en suerte, por agradarle, porqueentendían que presto le habría menester para elhacer de los bergantines, no quiso aceptarlo,diciendo que no había de ser tan descomedidoque quitase a otro lo que le hubiesen dado porsuyo, que él quería que se prendiese un indioen su nombre. Con esta porfía rindió a suscompañeros a que se quedasen en laemboscada, contra la voluntad de todos ellos,que parece que adivinaban el mal suceso. Pocodespués dio el atalaya aviso que había un indioen el puesto.

Los castellanos, con deseo de irse, noaguardaron que viniesen más indios, y así saliócorriendo uno de a caballo, que se decía JuanPáez, natural de Segovia, de quien atráshicimos mención, que no escarmentó de lo

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pasado y arremetió con el indio, el cual, porqueno le atropellase el caballo, se metió debajo deun árbol y puso una flecha en el arco y esperóal castellano. El cual, pasando por lado, le tiróal través una impertinente lanzada. El indio, alemparejar del caballo, le tiró la flecha y le diojunto al codillo izquierdo y le hizo irtrompicando más de veinte pasos y cayómuerto. En pos de Juan Páez había salido otrode a caballo, que era de su camarada y de supropia tierra y había nombre Francisco deBolaños, el cual arremetió con el indio, y, nopudiendo entrar debajo del árbol, le tiró por ellado un golpe de lanza poniéndola sobre elbrazo izquierdo, que fue de ningún efecto.

El indio, que presumía emplear mejor susflechas que los castellanos sus lanzas, tiró unaal caballo y le dio por el mismo lugar que alprimero, de tal manera que por los mismospasos del otro fue rodando y cayó muerto a suspies. Felicísimos dos tiros si al tercero nohallara contradicción que le cortó el hilo de la

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buena dicha. Otro lance al propio contamoshaber pasado en la provincia de Apalache.

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CAPÍTULO VIDe los trabajos incomportables que los espa-ñoles pasaron hasta llegar al Río Grande

Un caballero natural de Badajoz, de una delas muy nobles familias que hay en aquellaciudad, llamado Juan de Vega (que yo en elPerú conocí y después en España), entendiendoque para un indio solo a pie bastaban doscastellanos a caballo, se había detenido en lacarrera, aunque había salido en pos de ellos.Viéndolos ahora caídos en tierra, y sus caballosmuertos, arremetió a toda furia a matar alindio. Por otra parte, los dos soldados,levantándose del suelo, fueron a él con suslanzas en las manos. El indio, que se vioacometer por dos partes, salió corriendo delárbol a recibir al caballero, haciendo máscuenta de él solo que de los que había hechoinfantes y peones, por parecerle que, si lematase el caballo como a los otros dos,

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quedaría libre de todos tres para acogerse porsus pies sin que le ofendiesen, por la comúnventaja que en el correr hacen los indios a losespañoles, y hubiérale sucedido el hecho comolo pudiera haber pensado, si Juan de Vega noviniera tan bien apercibido que traía en sucaballo un pretal de media vara en ancho detres dobleces de cuero de vaca, que losespañoles curiosos hacían semejantes pretalesde las pieles de vacas, leones, osos o venadosque podían haber para defensa de los caballos.Habiendo salido el indio del árbol con todo elbuen ánimo que un hombre puesto en talpeligro podía mostrar, tiró una flecha al caballode Juan de Vega y, acertando en el pretal, pasólos tres dobleces del cuero y le hirió con cuatrodedos de flecha por los pechos, y por tan buenderecho que, si no llevara el pretal, fuera aparar al corazón, mas no quiso darle tanto lafortuna de la guerra.

Juan de Vega lo alanceó y mató, empero,con su muerte no quitaron los nuestros el dolor

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que tenían de haber perdido en tan tristeocasión dos caballos en tiempo que tanto loshabían menester, que ya llevaban pocos. Ycuando llegaron a ver el indio se les dobló lapena y enojo, porque su disposición no eracomo la de los otros floridos, que en común sonbien dispuestos y membrudos, y aquél erapequeño, flaco y disminuido, que su talle noprometía valentía alguna, mas su buen ánimo yesfuerzo la hizo tan hazañosa que admiró ydejó que llorar a sus enemigos. Los cuales,maldiciendo su desdicha y a maestre Franciscoque la había causado, se pusieron en camino yalcanzaron al ejército, donde por todos fue denuevo llorada la pérdida de los caballos,porque en ellos tenían sus mayores fuerzas yesperanzas para cualquier trabajo que se lesofreciese.

Con las molestias tantas y tan continuasque los indios hacían a los españoles,caminaron en demanda de la provincia deGuachoya y del Río Grande hasta fin de

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octubre del año de mil y quinientos y cuarentay dos, por el cual tiempo empezó el inviernomuy riguroso, con muchas aguas, fríos yvientos recios. Y como deseaban llegar altérmino señalado, no dejaban de caminar todoslos días, por muy mal tiempo que hiciese, yllegaban llenos de agua y de lodo a losalojamientos, donde tampoco hallaban quécomer si no lo iban a buscar, y las más veces loganaban a fuerza de brazos y a trueque de susvidas y sangre.

Con estas necesidades y los malostemporales sintieron el trabajo del camino másque hasta allí lo habían sentido, y, pasando eltiempo más adelante, cargaron las aguas,cayeron muchas nieves, crecieron los ríos y ladificultad del pasarlos, que aun los arroyos nose podían vadear, por lo cual, casi a cadajornada, era menester hacer balsas para lospasar, y con algunos pasos de ríos se deteníancinco, seis, siete y ocho días por lacontradicción perpetua de los enemigos y por

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el mal recaudo que hallaban para las balsas, decuya causa se les aumentaba y alargaba eltrabajo. El cual muchas noches, sin el que sehabía pasado de día, era tan excesivo que, porno hallar el suelo para poder reposar en él porla mucha agua y cieno que tenía, dormían opasaban la noche los de a caballo encima de suscaballos, que no se apeaban de ellos, y los de apie quede a imaginación de los que leyeren estepaso cómo lo pasarían, pues traían el agua a lasrodillas, y a medias piernas donde menoshabía.

Por otra parte, como la ropa que traíanvestida fuese de gamuza y otras pielessemejantes, y, siendo sola una ropilla ceñida,sirviese de camisa, jubón, sayo y capa, y con lasmuchas aguas y nieves y con el pasar de losmuchos ríos siempre la trajesen mojada, quepor maravilla se les enjugaba, y ellosanduviesen en piernas, sin medias calzas,zapatos ni alpargates, y como a estasnecesidades propias e inclemencias del cielo se

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añadiese el mal comer y no dormir y el muchocansancio del camino tan largo y trabajoso,enfermaron muchos españoles e indios de losdomésticos que llevaban de servicio.

Y, no contenta la enfermedad con la gente,pasó a los caballos, y, creciendo más y más entodos, empezaron a morir hombres y bestias engran número, que cada día fallecían dos o tresespañoles, y día hubo de siete, y al mismo pasoiban los caballos y los indios de servicio, loscuales, por falta que a sus amos hacían, que lesservían como hijos, eran llorados no menos quelos mismos compañeros. Y de estos indios casino escapó alguno, que español hubo quellevaba cuatro y se le murieron todos, y, con laprisa que llevaban de pasar adelante, apenastenían lugar de enterrar los difuntos, quemuchos quedaron sin sepultura, y los queenterraban quedaban a medio cubrir porque nopodían más, que los más fallecían caminando eiban a pie por no haber en qué los llevar, quelos caballos también iban enfermos y los sanos

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reservaban de llevar enfermos porque en ellossalían a resistir los enemigos que llegaban a darlos rebatos y armas continuas.

Con todas estas miserias y aflicciones quelos nuestros llevaban, no se descuidaban develar de noche y de día poniendo sus centinelasy cuerpos de guardia como gente de guerra,porque los enemigos no los hallasendesapercibidos, para lo cual había tan pocasalud y tantos males como se ha dicho.

Aquí en este paso, habiendo contadolargamente las miserias y trabajos de este viaje,dice Alonso de Carmona que hallaron unapuerca que a la ida se les había quedadoperdida, y que estaba parida con trece lechonesya grandes, y que todos estaban señalados enlas orejas y cada uno con diferente señal. Debióser que los hubiesen repartido los indios entresí y señalándolos con las propias señales, dedonde se puede sacar que hayan conservadoaquellos indios este ganado.

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Con las inclemencias del cielo ypersecuciones del aire, agua y tierra, y trabajosde hambre, enfermedad y muertes de hombresy caballos, y con el cuidado y diligencia,aunque flaca, de recatarse y guardarse de susenemigos, y con la continua molestia de armas,rebatos y guerra que ellos les hacían,caminaron nuestros castellanos todo el mes deseptiembre y octubre hasta los últimos denoviembre, que llegaron al Río Grande, que tandeseado y amado había sido de ellos, pues quecon tantas adversidades y ansias de corazónhabían venido a buscarle, y, al contrario, pocoantes tan odiado y aborrecido que con ellasmismas le habían huido y alejádose de él. Conla vista del río se pidieron albricias unos aotros, pareciéndoles que con llegar a él seacababan sus miserias y trabajos.

En este último viaje que después de lamuerte del gobernador Hernando de Soto losnuestros hicieron, caminaron a ida y vuelta, conlo que anduvieron los corredores más de

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trescientas y cincuenta leguas, donde murierona manos de los enemigos y de enfermedad cienespañoles y ochenta caballos. Esta gananciasacaron de su mal consejo, y, aunque llegaronal Río Grande, no cesó el morir, que otroscincuenta cristianos murieron en el alojamiento,como veremos luego.

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CAPÍTULO VIILos indios desamparan dos pueblos donde sealojan los españoles para invernar

Con grandísimo contento y alegría de suscorazones miraron los nuestros al Río Grandepor parecerles que en él se daba fin a todos lostrabajos de su camino. Por el paraje queacertaron a llevar hallaron en la ribera del ríodos pueblos, uno cerca de otro, con cadadoscientas casas y un foso de agua, sacada delmismo río, que los cercaba ambos y los hacíaisla.

Al gobernador Luis de Moscoso y a suscapitanes les pareció alojarse en ellos aquelinvierno, si les fuese posible ganar los pueblospor paz o por guerra, que, aunque no eraaquella provincia la de Guachoya, en cuyademanda habían venido, les pareció quebastaba haber llegado al Río Grande, pues para

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lo que pretendían, que era salir por él de aquelreino, era lo más esencial.

Con esta determinación, aunque no veníanpara pelear, se pusieron en escuadrón, quetodavía eran más de trescientos y veinteinfantes y setenta caballos, y acometieron unode los pueblos, cuyos moradores, sin haceralguna defensa, lo desampararon. Los nuestros,habiendo dejado gente en él, acometieron elotro pueblo y con la misma facilidad loganaron.

La causa de no haberse defendido estosindios se entendió que hubiese sido pensar quelos españoles venían tan bravos como las otrasdos veces que por las riberas de aquel ríohabían andado, y, aunque no habían llegado aesta provincia, debía de haber llegado la famade ellos con las nuevas de las cosas que en lasprovincias de Capaha y Guachoya habíanhecho, la cual relación los debía de teneramedrentados para que no defendiesen ahorasus pueblos.

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Entrando los castellanos en ellos hallarontanta cantidad de zara y otras semillas ylegumbres y fruta seca, como nueces, pasas,ciruelas pasadas, bellotas y otras frutasincógnitas en España, que verdaderamente,aunque los nuestros, con propósito de invernaren aquellos pueblos, se hubieran ocupado todoel estío pasado en recoger bastimento, nohubieran juntado tanto.

Alonso de Carmona dice que midieron elmaíz que se halló en estos dos pueblos y quehubo por cuenta diez y ocho mil hanegas, deque se admiraron mucho por ver que en tanpoca poblazón hubiese tanta comida de maíz,sin las demás semillas. Todo lo cual, y el haberlos indios desamparado sus pueblos con tantafacilidad, atribuyeron estos cristianos aparticular misericordia, que Dios hubiesequerido hacerles en aquella necesidad, porquees verdad que, si no hallaran aquellos pueblostan buenos y tan bastecidos, ciertamente, segúnvenían maltratados, flacos y enfermos,

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perecieran todos en pocos días. Y así loconfesaban ellos mismos, que ya estaban talesque no podían hacer cosa alguna en beneficiode sus vidas y salud. Y aun con hallar lacomodidad y regalo que hemos dicho,murieron después de haber llegado a lospueblos más de cincuenta castellanos y otrostantos indios de los domésticos, porque veníanya tan gastados que no pudieron volver en sí.Entre los cuales murió el capitán Andrés deVasconcelos de Silva, natural de Yelves, de lanobilísima sangre que de estos dos apellidoshay en el reino de Portugal. Falleció asimismoNuño Tovar, natural de Jerez de Badajoz,caballero no menos valiente que noble, aunqueinfeliz por haberle cabido en suerte un superiortan severo que, por el yerro del amor que leforzó a casarse sin su licencia, lo había traídosiempre desfavorecido y desdeñado, muycontra de lo que él merecía. Murió también elfiel Juan Ortiz, intérprete, natural de Sevilla, elcual en todo aquel descubrimiento no había

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servido menos con sus fuerzas y esfuerzo quecon su lengua, porque fue muy buen soldado yde mucho provecho, en todas ocasiones. Ensuma, murieron muchos caballeros muygenerosos, muchos soldados nobles de granvalor y ánimo, que pasaron ciento y cincuentapersonas las que fallecieron en este últimoviaje, que causaron gran lástima y dolor quepor la imprudencia y mal gobierno de loscapitanes hubiese perecido tanta y tan buenagente sin provecho alguno.

Los españoles, habiendo ganado lospueblos, acordaron, para más comodidad yseguridad de ellos, juntar el un pueblo con elotro, por no estar divididos, para lo que se lesofreciese. Así lo pusieron luego por obra yderribaron el uno de los pueblos y pasaron todala comida, madera y paja que en él había alotro, con que lo agrandaron y fortificaron lomejor que les fue posible, y se alojaron en él. Enestas cosas gastaron los nuestros veinte días,porque estaban flacos y debilitados y no podían

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trabajar todo lo que quisieran y les eranecesario.

Con el abrigo de las buenas casas y elregalo de la mucha comida empezaron aconvalecer los enfermos, que eran casi todos. Ylos naturales de aquella provincia fueron tanbuenos que, aunque no tenían amistad con losespañoles, no les dieron pesadumbre nihicieron contradicción alguna ni pretendieronacecharlos por los campos ni darles armas yrebatos de noche. Todo lo cual atribuían aparticular providencia de Dios.

Llamábase aquel pueblo, y su provincia,Aminoya. Estaba diez y seis leguas el río arribadel pueblo Guachoya, en cuya demanda habíanvenido los nuestros, los cuales, habiendocobrado alguna salud y fuerzas, viendo que eraya llegada la menguante de enero del año mil yquinientos y cuarenta y tres, dieron orden encortar madera de que hacer los bergantines enque pensaban salir por el río abajo a la mar delNorte, de la cual madera había mucha

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abundancia por toda aquella comarca.Procuraron con toda diligencia haber las demásque eran menester, como jarcia, estopa, resinade árboles para brea, mantas para velas, remosy clavazón. A todo lo cual acudieron todos congran prontitud y ánimo.

Alonso de Carmona dice en su relaciónque, al entrar en este pueblo Aminoya, iban él yel capitán Espíndola, que era capitán de laguarda del gobernador, y que hallaron unavieja que no había podido huir con la demásgente que huyó, la cual les preguntó a quévenían a aquel pueblo, y, respondiéndole que ainvernar en él, les dijo que dónde pensabanestar ellos y poner sus caballos, porque decatorce en catorce años salía de madre aquelRío Grande y bañaba toda aquella tierra, y quelos naturales de ella se guarecían en los altos delas casas, y que era aquel año el catorceno, de locual se rieron ellos y lo echaron por alto. Todasson palabras del mismo Alonso de Carmona,como él escribió en esta su Peregrinación, que

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este nombre le da a eso poco que escribió nopara imprimir.

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CAPÍTULO VIIIDos curacas vienen de paz. Los españoles tra-tan de hacer siete bergantines

Ya por este tiempo, y antes, se habíapublicado por toda aquella comarca cómo loscastellanos se habían vuelto de su viaje yestaban alojados en la provincia y puebloAminoya. Lo cual, sabido por el curaca y señorde la provincia Anilco, de quien atrás hicimosmención, temiendo no hiciesen los españoles ensu tierra el daño que las otras veces habíanhecho y porque sus enemigos los de Guachoya,favoreciéndose de ellos, no fuesen a vengarsede él e hiciesen las abominaciones que en lajornada pasada hicieron, quiso enmendar elyerro que entonces hizo con su rebeldía ypertinacia, que tan dañosa le fue.

Empero, no osando fiar de los españoles supersona, mandó llamar a un indio, deudo suyomuy cercano, que de muchos años atrás había

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sido y era su capitán general y gobernador entodo su estado, y le dijo: "Iréis en mi nombre algeneral de los españoles y le diréis cómo osenvío en lugar de mi propia persona, que porfaltarme salud no voy personalmente aservirles; que les suplico cuan encarecidamentepuedo me reciban en su amistad y servicio, queyo les prometo y doy mi fe de les ser leal yobediente servidor en todo lo que de mi casa yestado quisieren servirse. Estas palabras diréisde mi parte, y de la vuestra, y de los demásindios que con vos fuesen. Haréis toda la buenaostentación de obras que os fuese posible en loque os mandasen para que los castellanos creanel ánimo que me queda y el que vosotros lleváisde agradarles en todo lo que fuese de suservicio."

Con esta embajada salió de su tierra elcapitán general Anilco, que, por no saber supropio nombre, le damos el de su curaca, y,acompañado de viente y cuatro hombresnobles, muy bien arreados de plumajes y

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mantas de aforros, y otros tantos indios quevenían cargados de frutas y pescados y carnede venado, y doscientos indios para quesirviesen a todo el ejército, llegó ante elgobernador Luis de Moscoso y con todorespeto y buen semblante dio su embajadarepitiendo las mismas palabras que su caciquele había dicho, y, en pos de ellas ofreció supersona, significando el buen ánimo y voluntadque todos ellos tenían de le servir, y al fin desus ofrecimientos dijo: "Señor, no quiero quevuestra señoría dé crédito a mis palabras sino alas obras que nos viese hacer en su servicio."

El gobernador le recibió con muchaafabilidad y le hizo la honra que pudiera hacera su mismo cacique. Dijo que le agradecíamucho sus buenas palabras, ánimo y voluntad,y para el curaca dio muchas encomiendas,diciendo que estimaba y tenía en mucho suamistad. Y a los demás indios nobles hizomuchas caricias, de que todos ellos quedaronmuy contentos. Anilco envió el recaudo del

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gobernador a su señor y él se quedó a servir alos españoles.

Dos días después vino el cacique Guachoyaa besar las manos al gobernador y a confirmarel amistad pasada. Trajo un gran presente delas frutas, pescados y caza que en su tierrahabía. Al cual asimismo recibió el general conmucha afabilidad y caricias. Mas a Guachoyano le dio gusto ver al capitán de Anilco con losespañoles, y menos de que le hiciesen la honraque todos le hacían, porque, como atrás se havisto, eran enemigos capitales, empero, comomejor pudo disimuló su pesar para mostrarlo asu tiempo.

Estos dos caciques Guachoya y Anilcoasistieron al servicio de los castellanos todo eltiempo que ellos estuvieron en aquellaprovincia llamada Aminoya, y cada ocho díasse iban a sus casas y volvían con nuevospresentes y regalos. Y, aunque ellos se iban,quedaban sus indios sirviendo a los españoles.Los cuales, como para salir de aquel reino

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tuviesen puesta su esperanza en los bergantinesque habían de hacer, entendían con todadiligencia en prevenir las cosas necesarias paraellos y, para los poner en efecto, dieron el cargoprincipal de la obra al maestro FranciscoGinovés, gran oficial de fábrica de navíos. Elcual, habiendo tanteado el tamaño que losbergantines habían de tener conforme a lagente que en ellos se había de embarcar, hallóque eran menester siete. Y para este número debergantines previnieron lo necesario, y, porqueel invierno con sus aguas no les estorbase eltrabajar, hicieron cuatro galpones muy grandesque servían de atarazanas, donde todos ellos,sin diferencia alguna, trabajaban igualmente ycada cual, sin que se lo mandasen, acudía alministerio que mejor se amañaba, unos aaserrar la madera para tablas, otros a labrarlacon azuela, otros a hacer carbón, otros a labrarlos remos, otros a torcer la jarcia, y el soldado ocapitán que más trabajaba en estas cosas setenía por más honrado.

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En estos ejercicios se ocuparon los nuestrostodo el mes de febrero, marzo y abril, sin quelos indios de aquella provincia los inquietasenni estorbasen de su obra, que no fue pocamerced que les hicieron.

El general Anilco se mostró en todo estetiempo, y después, amicísimo de los españolesporque con mucha prontitud acudía a proveerlas cosas que le pedían necesarias para losbergantines. Trajo muchas mantas nuevas yviejas, que era la falta que los españoles temíanque no se había de cumplir por haber pocas entodo aquel reino. Mas la amistad de este buenindio, y su buena diligencia, facilitaba lo quelos nuestros tenían por más dificultoso.

Las mantas nuevas guardaron para velas yde las viejas hicieron hilas que sirviesen deestopa para calafatear los navíos. Estas mantashacen los indios de la Florida de cierta hierbacomo malvas que tiene hebra como lino, y deella misma hacen hilo y le dan las colores quequieren finísimamente.

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Trajo asimismo Anilco mucha cantidad desogas gruesas y delgadas para jarcia, escotas ygúmenas. En todas estas cosas, y otras, que estebuen indio proveía, lo que más le era deestimar y agradecer era la buena voluntad ylargueza con que las daba, porque siempreacudía con más de lo que le pedían, y venía contanta puntualidad en los plazos que paraproveer esto o aquello tomaba que nunca losdejaba pasar. Y entre los españoles andabacomo uno de ellos, ayudándoles a trabajar ydiciéndoles pidiesen lo que hubiesen menester,que deseaba servirles y mostrar el amor que lestenía. Por las cuales cosas el general y suscapitanes y soldados le hacían la misma honraque pudieran hacer al gobernador Hernando deSoto, si fuera vivo, y Anilco la merecía así porsu virtud como por el buen aspecto de su rostroy su persona, que en extremo era gentilhombre.

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CAPÍTULO IXHacen liga diez curacas contra los españoles yel apu Anilco avisa de ella

El curaca Guachoya, aunque servía yproveía las cosas que eran menester para losnavíos, era con mucha tardanza y tanta escasezque de lejos se le veía cuán contrario era suánimo al de Anilco. Juntamente con esto se lenotaba el pesar y enojo que consigo traía de verla estima y honra que los españoles hacían alcapitán Anilco, siendo pobre y vasallo de otro,que era mucha más que la que a él le hacían,siendo rico y señor de vasallos, que le parecíahabía de ser al contrario y dar la honra a cadauno conforme a su hacienda y no conforme a suvirtud, de la cual le nació tan gran envidia quelo traía muy fatigado sin dejarle reposar, hastaque un día, no pudiendo sufrir su pasión, lamostró muy al descubierto, como veremosadelante.

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Será razón digamos aquí lo que intentaronlos indios de la comarca entre tanto que loscastellanos hacían sus carabelas, para lo cual esde saber que, frontero del pueblo Guachoya, dela otra parte del Río Grande, como atrásdijimos, había una grandísima provinciallamada Quigualtanqui, abundante de comiday poblada de mucha gente, cuyo señor eramozo y belicoso, amado y obedecido en todo suestado, y temido en los ajenos por su granpoder.

Este cacique, viendo que los españoleshacían navíos para irse por el río abajo yconsiderando que pues habían visto tantas ytan buenas provincias como en aquel reinohabían descubierto y que, llevando noticia delas riquezas y buenas calidades de la tierra(como gente codiciosa que buscaba dondepoblar), volverían en mayor número a laconquistar y ganar para sí, quitándola a susseñores naturales, lo cual le pareció que seríabien prevenirse con dar orden que los

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españoles no saliesen de aquella tierra, sino quemuriesen todos en ella, porque en parte algunano diesen aviso de lo que en aquel reino habíanvisto. Con este mal propósito mandó llamar losnobles y principales de su tierra y les declaró suintención y les pidió su parecer.

Los indios concluyeron ser muy acertado loque su curaca y señor contra los castellanosquería hacer, y que el parecer y consejo de ellosera que con toda brevedad se pusiese por obrala intención del cacique y que ellos le serviríanhastar morir.

Con esta común determinación de lossuyos, Quigualtanqui, por asegurar más suhecho, envió embajadores a los demás caciquesy señores de la comarca avisándoles de ladeterminada voluntad que contra los españolestenía, y que, pues el peligro que temía ydeseaba remediar corría por todos, les rogaba yexhortaba, dejadas las enemistades y antiguaspasiones que siempre entre ellos había,acudiesen conformes y unánimes a estorbar y

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atajar el mal que les podría venir si gentesextrañas fuesen a quitarles sus tierras, mujerese hijos, haciéndolos esclavos y tributarios.

Los curacas y señores de la comarcarecibieron cada uno de por sí con muchoaplauso y regocijo a los embajadores deQuigualtanqui, y con la misma solemnidadaprobaron su parecer y consejo y loaron muchosu discreción y prudencia, así por parecerlesque tenía razón en lo que decía como por no ledesdeñar y enojar si lo contradijesen, que todosle temían por ser más poderoso que ellos.

De esta manera se aliaron diez curacas deuna parte y otra del río, y entre todos ellos fueacordado que cada uno en su tierra, con gransecreto y diligencia, apercibiese la gente quepudiese y juntase las canoas y los demásaparatos necesarios para la guerra que en tierray agua pretendían hacer a los españoles; y quecon ellos fingiesen paz y amistad paradescuidarlos y tomarlos desapercibidos; y quecada uno de por sí enviase sus embajadores, y

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no fuesen todos juntos, porque los españoles nosospechasen algo de la liga y se recatasen deellos.

Concluida la conjuración entre los curacas,Quigualtanqui, como principal autor de ella,envió luego sus mensajeros al gobernador Luisde Moscoso ofreciéndole su amistad y elservicio que de él quisiese recibir. Lo mismohicieron los demás caciques, a los cualesrespondió el general agradeciendo su buenofrecimiento y que los españoles holgabanmucho tener paz y amistad con ellos. Y, enefecto, holgaron con la embajada, noentendiendo la traición que debajo de ellahabía, y el contento fue porque había muchosdías que andaban ahítos de pelear.

En esta liga, aunque fue convidado, noquiso entrar el cacique Anilco, ni su capitángeneral, a quien también llamamos Anilco;antes les pesó saber que los demás curacastratasen de matar los castellanos porque losamaban y querían bien. Con este amor, y por

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cumplir la fe y palabra que de su leal amistadles habían dado, el apu Anilco, de parte de sucacique y suya, dio cuenta al gobernador de loque los indios de la comarca trataban contra ély, habiendo dado el aviso, dijo que de nuevoofrecía a su señoría el servicio y amistad de sucacique y la suya y que le servirían con elmismo amor y lealtad que hasta entonces, yprometía de avisar adelante lo que entre losconjurados se tratase.

El gobernador, con muy buenas palabras,agradeció al general Anilco lo que le dijo, y lasmismas envió a decir a su curaca, estimandomucho su amistad y lealtad.

Es de notar que el cacique Anilco, aunquehacía a los españoles la amistad y servicio quehemos dicho, nunca quiso venir a ver al generaly siempre se excusó con decir que tenía falta desalud. Mas la verdad es que él mismoconfesaba a los suyos estar corrido yavergonzado de no haber aceptado la paz yamistad que los castellanos, cuando la primera

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vez vinieron a su tierra, le habían ofrecido, ydecía que este empacho no le daba lugar a quepareciese ante ellos.

Del curaca Guachoya, que también semostraba ser amigo de los nuestros, no se pudosaber de cierto si entraba en la liga o no, massospechose que, pues no daba noticia de ella, laconsentía, y que a su tiempo entraría en ella. Aesta sospecha y mal indicio ayudaba otro peor,que era el odio y rencor que mostraba tener alcacique Anilco, y lo mucho que le pesaba deque el gobernador y los españoles le honrasen ypreciasen tanto como le estimaban. Lo cualellos hacían en agradecimiento de lo muchoque les ayudaba para hacer los bergantines ypor lo que nuevamente con su lealtad les habíaobligado en avisarles del levantamiento de latierra. Empero Guachoya, no atendiendo a lasobligaciones de los españoles, antes instigadode la enemistad antigua y de la envidiapresente, andaba siempre con el gobernadordescomponiendo y desacreditando a Anilco,

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diciendo de él en secreto todo el mal que podía.Lo cual atribuían el general y sus capitanes quelo hacía con industria y maña para que nocreyesen a Anilco si de la liga les hubiese dichoo dijese algo, porque Guachoya, por no haberquerido Anilco entrar en ella, lo tenía porsospechoso y contrario de todos y temía quehabía de descubrir la traición que los demáscuracas tenían ordenada, y así andabadisimuladamente previniendo lo que parecíaconvenirle.

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CAPÍTULO XGuachoya habla mal de Anilco ante el gober-nador y Anilco le responde y desafía a singu-lar batalla

Con sus pasiones viejas y nuevas anduvoGuachoya contrastando algunos días por nomostrarlas en público. Mas no pudiendocontenerse de ellas, perdida la paciencia y todobuen comedimiento, dijo al gobernadorpúblicamente, en presencia de muchoscapitanes y soldados que con él estaban, ydelante del mismo Anilco, muchas palabrasque, según las lenguas declararon, decían así:

"Señor, días ha que traigo muchapesadumbre de ver la demasiada honra quevuestra señoría y estos caballeros, capitanes ysoldados hacen a este hombre, porque el honorme parece que se deba dar a cada unoconforme a su estado y según su calidad ycantidad, y de lo uno y de lo otro hay en él

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poco o nada, porque es pobre, hijo y nieto depadres y abuelos pobres, y de su linaje es lomismo, que no tiene más calidad que ser criadoy vasallo de otro señor como yo, y yo tambiéntengo criados y vasallos que le igualan y hacenventaja en calidad y hacienda. He dicho esto avuestra señoría para que vea en quién empleasu favor y crédito, para que de hoy más no détanta fe a sus palabras, que venga a redundaren perjuicio ajeno, que, siendo él pobre y noteniendo linaje a que respetar, engañará avuestra señoría fácilmente si no se recela de él."Esto fue, en suma, lo que el cacique Guachoyadijo; empero el semblante y otras muchaspalabras superfluas e injuriosas que hablómostraron bien el odio y la envidia que alcapitán Anilco tenía.

El cual, entre tanto que Guachoya hablaba,no hizo semblante alguno de interrumpirle, quefue notado por los españoles; antes, sin hablarpalabra ni hacer meneo, le dejó decir todo loque quiso y, cuando vio que había acabado, se

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levantó en pie y dijo al gobernador suplicaba asu señoría le hiciese merced de permitir que,pues Guachoya en presencia de su señoría y detantos capitanes y soldados, sin respeto deellos, le había maltratado en su honra, le fueselícito, delante de ellos mismos, volver por ellacon verdad y justicia, y lo que así no fuese,holgaría que Guachoya le contradijese, paraque se averiguase y sacase en limpio la verdadde lo que en aquel caso había, para que se viesela poca o ninguna razón que Guachoya tenía dehaberle maltratado, y que, pues su señoría enpaz y en guerra era gobernador, capitángeneral y juez supremo de todos ellos, no lenegase la petición, pues era justa y en cosa desu honra, que él tanto estimaba.

Luis de Moscoso le dijo que hablase lo quebien le estuviese, mas que fuese sin desacatar nimaltratar a Guachoya, porque no se loconsentiría. Y a los intérpretes mandó quedeclarasen lo que Anilco dijese sin quitarle

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nada, para ver si decía algún descomedimientoa Guachoya.

Anilco, habiendo hecho una solemnísimaveneración al gobernador, dijo que hablaríaverdades sin desacatar a nadie, y suplicaba a suseñoría le perdonase, que había de ser prolijo.Y, diciendo esto, se volvió a sentar y,enderezando el rostro a Guachoya, le habló elrazonamiento siguiente a pedazos, porque losintérpretes lo fuesen declarando como lo ibadiciendo:

"Guachoya, sin razón alguna me habéisquerido menospreciar y maltratar delante delgobernador y de sus caballeros, debiéndomehonrar por lo que vos sabéis y yo delante diréqué he hecho por vos y por vuestro estado. Yotengo licencia del gobernador para responderosvolviendo por mi honra, no me contradigáis loque con verdad dijese, porque con vuestrospropios vasallos y criados lo probaré paramayor vergüenza y confusión vuestra.

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"Lo que no fuese verdad, o lo que yo convanidad o soberbia dijese encarecidamente másde lo justo, holgaré que lo contradigáis, porquedeseo que el gobernador y todo su ejército sepala verdad o falsedad de lo que habéis dicho yvea la sinrazón que para decirlo habéis tenido,por tanto, no me atajéis hasta que hayaacabado.

"Decís que soy pobre, y que lo fueron mispadres y abuelos. Decís verdad, que no fueronricos, mas no tan pobres como vos los hacéis,que siempre tuvieron hacienda propia de quese sustentaron, y yo, con el favor de mi buenaventura, de vuestros despojos y de otros tangrandes señores como vos, he ganado en laguerra muy largamente lo que para sustentarmi casa y familia he menester conforme a lacalidad de mi persona, de manera que yapuedo entrar en el número de los ricos que vostanto estimáis.

"A lo que decís que soy de vil y bajo linaje,bien sabéis que no dijistes verdad, que, aunque

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mi padre y abuelo no fueron señores devasallos, lo fue mi bisabuelo, y todos susantepasados, cuya nobleza hasta mi persona seha conservado sin haberse estragado en cosaalguna, de suerte que, en cuanto a la calidad ylinaje, soy tan bueno como vos y como todoscuantos señores de vasallos sois en toda lacomarca.

"Decís que soy vasallo de otro. Decísverdad, que no todos pueden ser señores,porque de los hijos de un señor el mayor selleva el estado y los demás hermanos quedanpor súbditos. Mas también es verdad que miseñor Anilco, ni su padre ni abuelo, ni a mí ni alos míos no nos han tratado como a vasallossino como a deudos cercanos descendientes dehijo segundo de su casa, de su propia carne ysangre. Y nosotros, como tales, nunca le hemosservido en oficios bajos y serviles, sino en losmás preeminentes de su casa. Y en miparticular, sabéis que apenas pasaba yo de losveinte años cuando me eligió por su capitán

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general, y poco después me nombró por sulugarteniente y gobernador en todo su estado yseñorío. De manera que ha veinte años que enla paz y en la guerra soy la segunda persona deAnilco, mi señor. Y, después que soy su capitángeneral, sabéis que he vencido todas las batallasque contra sus enemigos he dado.

"Particularmente vencí en una batalla avuestro padre, y después a todos sus capitanesque en veces envió contra mí. Y ahoraúltimamente, después que heredasteis vuestroestado habrá seis años, juntasteis todo vuestropoder y me fuisteis a buscar sólo por vengarosde mí, y yo salí al encuentro, y di la batalla, y osvencí y prendí en ella a vos y a dos hermanosvuestros y a todos los nobles y ricos de vuestratierra.

"Entonces, si yo quisiera, pudiera quitarosel estado y tomarlo para mí, pues en todo él nohabía quien me lo contradijera y la gentecomún de vuestros vasallos quizá holgaran deello antes que pesarles; mas no solamente no lo

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pretendí, ni aun lo imaginé, antes en la prisiónos regalé y serví como si fuérades mi señor y nomi prisionero. Y lo mismo hice con vuestroshermanos y vasallos y criados, hasta el menorde ellos. Y en las capitulaciones de vuestralibertad y de los vuestros os fui muy buentercero, que por mi causa salisteis todos de laprisión, porque, sin hacer mucho caudal de laspalabras y promesas que entonces hicisteis, fuivuestro fiador y abonador de ellas porque,cuando las quebrantásedes, como este veranopasado las quebrantasteis, tenía ánimo devolveros a la prisión, como lo haré cuando sehayan ido los españoles, con cuyo favor, noentendiendo ellos vuestro mal pecho, fuisteis aultrajar el templo y entierro de mi señor Anilcoy de sus pasados, y quemarle sus casas ypueblo principal, lo cual os será biendemandado, yo os lo prometo.

"Decís también que la honra y estima quese debe al señor de vasallos no es bien que sedé al que no lo es. Tenéis razón, cuando él

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merece ser señor. Mas juntamente con estosabéis vos que muchos súbditos merecen serseñores y muchos señores, aun para servasallos y criados de otros, no son buenos. Y, siel estado, que tanto os ensoberbece, no lohubiérades heredado, no hubiérades sidohombre para ganarlo, y yo, que nací sin él, sihubiera querido, lo he sido para habérosloquitado. Y porque no es de hombres sino demujeres reñir de palabra vengamos a las armas,y véase por experiencia cuál de los dos merecepor su virtud y esfuerzo ser señor de vasallos.

"Vos y yo entremos solos en una canoa. Poreste Río Grande abajo van a vuestra tierra, ypor otro, que siete leguas de aquí entra en él,van a la mía. El que más pudiese en el camino,lleve la canoa a su casa. Si me matáredes,habréis vengado como hombre vuestrosagravios, pues para vos lo han sido los favoresque mi buena ventura me ha dado y la honra ymerced que estos caballeros me han hecho yhacen, y también habréis satisfecho a la envidia

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y malquerencia que contra mí os traen fuera derazón. Y si yo os matare, os enviarédesengañado, que el merecimiento de loshombres no está en ser muy ricos ni en tenermuchos vasallos sino en merecerlo por supropia virtud y valentía.

"Esto respondo a las palabras que tan sinrazón contra mi honra y linaje dijisteis sinhaberos yo ofendido en cosa alguna, si ya notomáis por ofensa el haber yo servido a miseñor Anilco lealmente y con buena dicha.Mirad si tenéis algo que contradecirme, que yome ofrezco a la prueba para que estosespañoles vean que es verdad lo que he dicho.Y si sois hombre para aceptar el desafío quepara en la canoa os hago, decid lo que se osantojare, que en ella me satisfaré de todo lo quemal hubiéredeis hablado."

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CAPÍTULO XIHieren los españoles un indio espía y la quejaque sobre ello tuvieron los curacas

El cacique Guachoya no respondió cosaalguna a todo lo que el capitán general Anilcole dijo, antes en el semblante del rostro mostróquedar corrido y avergonzado de habermovido la plática (que muchas veces sueleacaecer quedar afrentado el que pretendeafrentar a otro), por lo cual el gobernador y losque con él estaban infirieron que era verdad loque Anilco había dicho y allí adelante lotuvieron en más.

El general Luis de Moscoso, habiendoconsiderado que la enemistad de los caciques,si la dejase pasar adelante, redundaría en dañoy perjuicio suyo, porque haciéndose ellosguerra no acudirían con la provisión de lascosas necesarias para hacer los bergantines, lesdijo que, pues igualmente ambos eran sus

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amigos, no sería razón que entre sí fuesenenemigos, porque no sabrían los castellanos acuál de ellos acudir a hacer amistad. Por tantoles rogaba que, olvidada toda enemistad queentre ellos hubiese habido, fuesen amigos.

Los curacas respondieron que holgabanobedecer a su señoría y le prometían no hablarmás en aquel caso; empero el gobernador, nofiando en las promesas que Guachoya habíahecho de su amistad, temió no tuviese algunacelada en el camino para cuando Anilco sefuese a su casa y se vengase de él. Por lo cual,cuatro días después de lo que hemos dicho, queAnilco se quiso ir, mandó le acompañasentreinta caballeros hasta ponerlo en seguro.Aunque Anilco lo rehusaba, y mostraba tenertan poco temor a su contrario que decía nohaber menester los caballos, y aunque entonceslos llevó por obedecer al gobernador, otrasmuchas veces fue y vino a su casa con no másde diez o doce indios de compañía, por dar a

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entender a los españoles que temía poco o nadaa sus contrarios.

Entretanto que estas cosas pasaban en elreal de los castellanos, el curaca Quigualtanquiy sus conjurados no cesaban en su malaintención, antes con ella de día y de noche conpresentes y recaudos fingidos enviaban muchosmensajeros, los cuales, después de haberlosdado, andaban por todo el alojamiento de losespañoles en son de amigos, mirando conatención cómo se velaban los cristianos denoche, y de qué manera tenían las armas, y aqué recaudo estaban los caballos, paraaprovecharse en su traición de cualquierdescuido que los nuestros pudiesen tener. Y noaprovechaba cosa alguna que el gobernador leshubiese mandado muchas veces que noviniesen de noche, antes lo hacían peor, porqueles parecía que, siendo amigos, como se fingían,tenían libertad para todo aquello.

De lo cual desdeñado Gonzalo Silvestre, dequien otras veces hemos hecho mención, el cual

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como los demás españoles había estadoenfermo y llegado muchas veces a lo último dela vida, viéndose ya convaleciente y siendo unanoche centinela y guarda de una de las puertasdel pueblo, velando el cuarto de la modorra, apunto de la media noche, con una luna claraque hacía, vio venir dos indios con grandesplumajes en las cabezas y sus arcos y flechas enlas manos. Los cuales, habiendo pasado el fosode agua por un árbol caído que servía depuente, se fueron derechos a la puerta. GonzaloSilvestre dijo al compañero que con él velaba,llamado Juan Garrido, natural de Tierra deBurgos: "Aquí vienen dos indios, y al primeroque entrase por la puerta pienso dar unacuchillada por la cara porque no sedesvergüencen tanto a venir de noche habiendoel gobernador prohibídolo."

El castellano respondió diciendo:"Dejádmela dar a mí, que estoy algo más recio,porque vos estáis muy flaco y debilitado."Gonzalo Silvestre dijo: "Para asombrarles, como

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quiera que se la dé bastará." Y, diciendo esto, seapercibió para recibir los indios que llegabancerca, los cuales, viendo la puerta abierta, queera un postigo pequeño, sin pedir licencia nihablar palabra se entraron por ella como sientraran por su propia casa. Viendo el españolla desvergüenza y poco temor que traían, se ledobló el enojo y al primero que entró le dio unacuchillada en la frente, de la cual cayó en elsuelo y, apenas hubo caído, cuando se levantóy cobrando su arco y flechas volvió las espaldashuyendo a más no poder. Gonzalo Silvestre,aunque pudo, no quiso matarle por parecerleque para escarmentar los indios bastaba lohecho. El indio compañero del herido,sintiendo el golpe, sin aguardar a ver qué habíasido del compañero, echó a huir y, atinando alárbol que estaba en el foso, pasó por él y llegódonde había dejado la canoa en el Río Grandey, sin esperar al amigo, se metió en ella y pasóel río tocando arma a los suyos.

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El indio herido, con la sangre que le caíasobre los ojos o por el miedo que podía llevarno fuesen tras él para acabarlo de matar, searrojó al agua del foso y lo pasó a nado, e ibadando voces al compañero que estaba ya en susalvo. Los indios que había de la otra parte delrío, oyendo las voces del herido, salieron alsocorro y lo cobraron y llevaron consigo.

El día siguiente, al salir del sol vinieroncuatro indios principales al gobernador aquejarse en nombre de Quigualtanqui y detodos los caciques sus vecinos y comarcanos deque con tanto agravio y general menospreciode todos ellos se hubiese violado la paz yamistad que entre ellos tenían hecha, porquedecían que el indio herido era de los másprincipales y más emparentados que entre elloshabía, por tanto suplicaba a su señoría, parasatisfacción de todos, mandase luego matarpúblicamente al soldado o capitán que lohubiese hecho, porque el indio quedaba heridode muerte. A mediodía vinieron otros cuatro

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indios principales con la misma demanda ydijeron que el indio quedaba muriéndose. Apuesta de sol volvieron otros cuatro con lamisma queja, diciendo que ya el indio eramuerto y que pedían satisfacción de su muertecon la del español que tan injustamente se lahabía dado.

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CAPÍTULO XIIDiligencia de los españoles en hacer los ber-gantines, y de una bravísima creciente del RíoGrande

El general Luis de Moscoso respondiótodas tres veces que él no había mandado loque con el indio herido se había hecho porquedeseaba conservar la paz y amistad que conQuigualtanqui y los demás curacas tenía hecha;que un soldado que presumía mucho de lasoldadesca y de guardar las reglas militares lohabía hecho de oficio, al cual, si por complacera los caciques él quisiese castigar, no se loconsentirían los demás soldados y capitanesporque, en rigor de justicia o de milicia, elsoldado no había tenido culpa en haber hechobien su oficio; que el indio herido, o muerto,que sin hablar a las centinelas había entrado, ylos caciques que lo habían enviado a aquellashoras habiendo sido avisados no enviasen

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recaudos de noche tenían la culpa, y que, puesen lo pasado ya no había remedio, en elporvenir hiciesen los caciques lo que se leshabía encomendado para que no hubiesenachaques de quebrantar la paz y perder laamistad que con ellos había.

Con esta respuesta se fueron muy enojadoslos embajadores y la dieron a los caciques,incitándoles a mayor ira y enojo con elatrevimiento y desdén de los españoles. Por locual todos ellos acordaron que, disimulando laofensa recibida para vengarla a su tiempo, sediesen más prisa a poner en ejecución lo quecontra ellos tenían maquinado.

Entre los nuestros tampoco faltó capitánque aprobase la queja de los indios diciendoque era mal hecho que no se castigase la muertede un indio principal, que era dar ocasión a loscaciques amigos a que se rebelasen contra ellos.Sobre la cual plática hubiera habido entre losespañoles rnuy buenas pendencias, si los másdiscretos y menos apasionados no las

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excusaran porque ella había nacido de ciertapasión secreta que entre algunos de ellos había.

Que sucedió lo que hemos dicho, eran ya alos principios de marzo, y los castellanos, condeseo de salir de aquella tierra, que los días seles hacían años, no cesaban un solo punto de laobra de los carabelones, y los más de los quetrabajaban en las herrerías y carpinterías erancaballeros nobilísimos que nunca imaginaronhacer tales oficios, y éstos eran los que en ellosmejor se amañaban, porque el mejor ingenioque naturalmente tienen y la necesidad quetenían de otros mejores oficiales les hacía sermaestros de lo que nunca habían aprendido.

A esta obra de navíos llamamos unas vecesbergantines y otras carabelones conforme alcomún lenguaje de estos españoles, que losllamaban así y, en efecto, ni eran lo uno ni lootro, sino unas grandes barcas hechas según lapoca, flaca y afligida posibilidad que para lashacer los nuestros tenían.

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El capitán general Anilco era el todo de estaobra por la magnífica provisión que hacía detodo lo que para los bergantines le pedían, queera con tanta abundancia en las cosas y contanta brevedad en el tiempo que los mismoscristianos confesaban que, si no fuera por elfavor y ayuda de este buen indio, era imposibleque salieran de aquella tierra.

Otros españoles que no tenían habilidadpara labrar hierro ni madera la tenían paraotras cosas tan necesarias como aquéllas, queera el buscar de comer para todos. Estosparticularmente procuraban matar pescado delRío Grande, porque era cuaresma y lo habíamenester. Para la pesquería hicieron anzuelosgrandes y chicos, que hubo quien se atreviese ahacerlos tan diestra y sutilmente que parecíahaberlos hecho toda su vida, los cuales echabanen el río a prima noche, cebados y engastadosen largos volantines, y los requerían por lamañana, y hallaban grandísimos peces asidos aellos.

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Pez hubo de éstos, muerto así con anzuelo,que la cabeza sola pesó cuarenta libras de adiez y seis onzas. Con la buena diligencia de lospescadores, que los más días sobraba pescado,y con el mucho maíz, legumbres y fruta secaque los españoles hallaron en los dos pueblosllamados Aminoya, tuvieron bastantemente decomer toda la temporada que en aquellaprovincia estuvieron y aun les sobró para llevardespués en los bergantines.

Quigualtanqui y los demás curacas de lacomarca, mientras andaba la obra de loscarabelones, no estaban ociosos, que cada unode ellos por sí levantaba en su tierra toda lamás gente de guerra que podía para juntarentre todos treinta o cuarenta mil hombres depelea y dar de sobresalto en los españoles ymatarlos todos, o, a lo menos, quemarles todala máquina y aparato que para los navíostenían hecho, de manera que por entonces nopudiesen salir de su tierra, porque después, conla guerra continua que les pensaban hacer, les

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parecía los irían gastando con facilidad porqueya les veían pocos caballos, que era la fuerzaprincipal de ellos, y los hombres eran ya tanpocos que, según se habían informado, faltabanlas dos tercias partes de los que en la Floridahabían entrado, y sabían que su capitán generalHernando de Soto, que valía por todos ellos,era ya fallecido. Por las cuales nuevas les crecíael deseo de poner en efecto su mala intención yno esperaban más de ver llegado el día quepara su traición tenían señalado.

El día debía de estar ya cerca, porque unosindios de los que de ordinario traían lospresentes y recaudos falsos de los curacas,encontrándose a solas con unas indias criadasde los capitanes Arias Tinoco y Alonso Romode Cardeñosa, les dijeron: "Tened paciencia,hermanas, y alegraos con las nuevas que osdamos, que muy presto os sacaremos delcautiverio en que estos ladrones vagamundosos tienen, porque sabed que tenemosconcertado de los degollar y poner sus cabezas

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en sendas lanzas para honra de nuestrostemplos y entierros y sus cuerpos han de seratasajados y puestos por los árboles, que nomerecen más que esto." Las indias dieron luegocuenta a sus amos de lo que los indios leshabían dicho.

Sin este indicio, las noches que hacíaserenas, se oía el ruido que en diversos lugaresde la otra parte del río los indios hacían, y seveían muchos fuegos apartados unos de otros,y se entendía claramente que fuesen tercios degente de guerra que se andaba juntando paraejecutar su traición. La cual, por entonces, DiosNuestro Señor estorbó con una poderosísimacreciente del Río Grande que en aquellosmismos días, que eran los ocho o diez demarzo, empezó a venir con grandísima pujanzade agua, la cual a los principios fue hinchiendounas grandes playas que había entre el río y susbarrancas, después fue poco a poco subiendopor ellas hasta llenarlas todas. Luego empezó aderramarse por aquellos campos con

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grandísima bravosidad y abundancia y, comola tierra fuese llana, sin cerros, no hallabaestorbo alguno que le impidiese la inundaciónde ella.

A los diez y ocho de marzo de mil yquinientos y cuarenta y tres, que aquel año fueDomingo de Ramos según parece por loscomputistas, antes de la reformación de los diezdías del año, andando los españoles en laprocesión que con todos sus trabajos hacíancelebrando la entrada de Nuestro Redentor enHierusalen, conforme a las ceremonias de laSanta Iglesia Romana, Madre y Señora nuestra,entró el río con la ferocidad y braveza de sucreciente por las puertas del pueblo Aminoya ydos días después no se podían andar las callessino en canoas.

Tardó esta creciente cuarenta días en subira su mayor pujanza, que fue a los veinte deabril. Y era cosa hermosísima ver hecho mar loque antes era montes y campos, porque a cadabanda de su ribera se extendió el río más de

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veinte leguas de tierra, y todo este espacio senavegaba en canoas, y no se veía otra cosa sinolas aljubas y copas de los árboles más altos. Eneste paso, contando la creciente del río, diceAlonso de Carmona: "Y nos acordamos de labuena vieja que nos dio el pronóstico de estacreciente." Son éstas sus propias palabras.

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CAPÍTULO XIIIEnvían un caudillo español al curaca Anilcopor socorro para acabar los bergantines

Por las semejantes inundaciones que esteRío Grande y otros que en la historia se hannombrado hacen con sus crecientes, procuranlos indios poblar en alto donde hay cerros y,donde no los hay, los hacen a mano,principalmente para las casas de los señores, asípor la grandeza de ellos como porque no seaneguen. Y las casas particulares las hacen tresy cuatro estados altas del suelo, armadas sobregruesas vigas que sirven de pilares, y de unas aotras atraviesan otras vigas y hacen suelo, yencima de este suelo de madera levantan eltecho con sus corredores por todas cuatropartes, donde echan la comida y las demásalhajas, y en ella se socorren de las crecientesgrandes. Las cuales no eran cada año sinosegún que en las regiones y nacimientos de los

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ríos hubiese nevado el invierno antes y llovieseel verano siguiente, y así fue la creciente deaquel año mil y quinientos y cuarenta y tresgrandísima por las muchas nieves que vimoshaber caído el invierno pasado, si ya no fuese loque dijo la vieja que creciese de catorce encatorce años, lo cual se podrá experimentar si latierra se conquista, como yo lo espero.

Durante la creciente del río fue necesarioenviar una escuadra de veinte soldados quefuesen en cuatro canoas atadas de dos en dos,porque, yendo sencillas, no se trastornasen losárboles que debajo del agua topasen. Lossoldados habían de ir al pueblo de Anilco, queestaba veinte leguas de Aminoya, a pedirmantas viejas de que hacer estopa paracalafatear los bergantines y sogas para jarcias yresina de árboles para brea, que, aunque detodas estas cosas tenían hecha provisión, lesfaltó para acabar la obra.

Por caudillo de los veinte soldadoseligieron a Gonzalo Silvestre, que fuese con

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ellos, así porque era muy buen soldado ycapitán como porque pocos días antes habíahecho un gran servicio y regalo al curacaAnilco. Y fue que en la jornada que el añoantes, como atrás dejamos dicho, el gobernadorHernando de Soto hizo al pueblo de Anilco,donde los guachoyas hicieron aquellascrueldades y quemaron el pueblo, GonzaloSilvestre había preso un muchacho de doce otrece años que acertó a ser hijo del mismocacique Anilco, el cual había traído consigo entodo el camino pasado que los españolesanduvieron hasta la tierra que llamamos de losVaqueros y lo había vuelto a la provincia deAminoya, donde entonces estaban, y estemuchacho solo le había quedado y escapado dela enfermedad pasada de cinco indios deservicio que en aquella jornada había llevadoconsigo, y, cuando los españoles se volvieron alRío Grande, el curaca Anilco había hechopesquisa de su hijo y, sabiendo que era vivo,como él fuese amigo de los españoles, lo había

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pedido, y Gonzalo Silvestre, por los muchosbeneficios que el cacique les hacía, se lo habíadado de muy buena voluntad, aunque elmuchacho, como muchacho, al entregársele alos suyos, había rehusado ir con ellos porqueestaba ya hecho con los españoles. Por esteservicio que Gonzalo Silvestre había hecho alcuraca Anilco lo eligió el gobernador porparecerle que, teniéndole obligado con larestitución del hijo, alcanzaría más gracia con élque otro alguno de su ejército.

El Silvestre fue con los veinte de sucuadrilla y para guías y remeros llevó indios delos mismos de Anilco. Llegando al pueblo hallóque estaba hecho isla y que la creciente del ríopasaba otras cinco o seis leguas adelante, demanera que por aquella parte había salido el ríode su madre veinte y cinco leguas.

Luego que el cacique Anilco supo quehabía castellanos en su pueblo y quién era elcaudillo y lo que venían a pedir, mandó llamara su capitán general Anilco y le dijo: "Capitán,

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mostraréis el ánimo y voluntad que al serviciode los españoles tenemos con mandar que losregalen y festejen más que a mi propia personay con darles recaudo que para sus bergantinespiden tan cumplidamente como si fuera paranosotros mismos, por el amor que a todos lestenemos y por la particular obligación en queeste capitán nos ha puesto con la restitución demi hijo. Y mirad que fío esto de vuestra personamás que de la mía porque sé que a todo daréismejor recaudo que yo, como hacéis siempre loque se os encomienda."

Dada esta orden, mandó llamar a GonzaloSilvestre y que no fuese ninguno de los suyoscon él, porque dijo que de no haberlos recibidocon amistad la vez primera que a su tierrahabían llegado estaba tan corrido yavergonzado que toda su vida sentiría pena ydolor de aquella mengua y afrenta que a sípropio se había hecho y que por este delito noosaba parecer delante de los españoles.

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A Gonzalo Silvestre salió a recibir fuera desu casa, y lo abrazó con mucho amor, y lo llevóhasta su aposento, y no quiso que saliese de éltodo el tiempo que los castellanos estuvieron ensu pueblo. Gustaba mucho de hablar con él ysaber las cosas que a los españoles habíansucedido en aquel reino, y cuáles provincias ycuántas habían atravesado, y qué batallashabían tenido y otras muchas particularidadesque habían pasado en aquel descubrimiento.Con estas cosas se entretuvieron los días queallí estuvo Gonzalo Silvestre, y les servía deintérprete el hijo del cacique que le habíarestituido.

Entre estas pláticas y otras que siempretenían, dijo el cacique un día de los últimos queGonzalo Silvestre estuvo con él: "Basta, capitán,que Guachoya, no habiendo él ni cosa suyatenido jamás ánimo ni osadía de poner los piesen todo el término de mi estado y señorío, seatrevió, con el favor de los castellanos, a venir ami pueblo y entrar en mi propia casa y

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saquearla con mucha desvergüenza y ningúnrespeto del que debía tenerme e hizo otrasinsolencias y crueldades con los niños y viejosen venganza nunca esperada de sus injurias y,no contento con lo que hizo en los vivos, pasó ainjuriar los muertos con sacar los cuerpos demis padres y abuelos de sus sepulcros yecharlos por tierra y arrastrar, hollar y acocearlos huesos que yo tanto estimo, y, últimamente,se atrevió a poner fuego a mi pueblo y casacontra la voluntad del gobernador y de todossus españoles, que bien informado estoy detodo lo que entonces hubo, a lo cual no tengomás que decir sino que vosotros os iréis de estatierra y nosotros nos quedaremos en ella, yquizá algún día me desquitaré del juegoperdido."

Las mismas palabras son que el caciquedijo a Gonzalo Silvestre, y las habló con todo elsentimiento de afrenta y enojo que se puedeencarecer. Por lo cual se entendió que estecuraca hubiese hecho e hiciese tanta amistad a

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los castellanos, lo uno, porque no se inclinasena favorecer a Guachoya contra él, y lo otro,porque para vengar su afrenta desease que losespañoles se fuesen presto de aquella tierra ypor esto les hubiese dado y diese con tantaliberalidad los recaudos que para losbergantines le pedían, y así, ahora últimamente,para lo que le pidieron, hizo todo el esfuerzo ydiligencia posible y con brevedad les diorecaudo de las mantas, sogas y resina que lespedían en más cantidad que había sido lademanda ni la esperanza de ella, porque losespañoles habían ido temerosos, que, por faltade lo que pedían, no había de poder el caciquedarles recaudo. El cual, juntamente con lasmuniciones, les dio veinte canoas e indios deguerra y de servicio y un capitán que lessirviese y llevase a recaudo. Y a la despedidaabrazó a Gonzalo Silvestre y le dijo que ledisculpase con el gobernador de no haber idopersonalmente a besarle las manos, y que, en loque tocaba a la liga de Quigualtanqui y sus

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confederados, le avisaría con tiempo de lo quecontra los castellanos maquinasen. Con esterecaudo volvió Gonzalo Silvestre al gobernadory le dio cuenta de lo que en aquel viaje le habíasucedido.

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CAPÍTULO XIVSucesos que durante el crecer y menguar delRío Grande pasaron, y el aviso que de la ligadio Anilco

Todo el tiempo que duró el crecer del RíoGrande, que fueron cuarenta días, no cesaronlos españoles de trabajar en la obra de losbergantines, aunque el agua les hacía estorbo;empero, subíanse a las casas grandes quedijimos habían hecho altas del suelo, quellamaban atarazanas, y allá trabajaban con tanbuena maña e industria en todos oficios queaun hasta el carbón para las herrerías hacíandentro en aquellas casas encima de lossobrados de madera, y lo hacían de las ramasque cortaban de los árboles que salían fuera delagua, que entonces no había otra madera nileña, que todo estaba cubierto de agua. En estasobras los que más notablemente ayudaban atrabajar, no solamente como ayudantes sino

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como maestros que hubieran sido de herrería ycarpintería y calafates, eran dos caballeroshermanos, llamados Francisco Osorio y GarcíaOsorio, deudos muy cercanos de la casa deAstorga, y el Francisco Osorio era en Españaseñor de vasallos. Los cuales, aunque tannobles, acudían con tanta prontitud, maña ydestreza a todo lo que era menester trabajar,como siempre habían acudido a todo lo que fuemenester pelear, y con el buen ejemplo de ellosse animaban todos los demás españoles noblesy no nobles a hacer lo mismo, porque el obrartiene más fuerza que el mandar para serimitado.

Con la creciente del Río Grande, como lainundación fuese tan excesiva, se deshizo todala gente de guerra que los caciques de la ligacontra los castellanos habían levantado, porquea todos ellos les fue necesario y forzoso acudir asus pueblos y casas a reparar y poner en cobrolo que en ellas tenían, con lo cual estorbóNuestro Señor que por entonces no ejecutasen

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estos indios el mal propósito que tenían dematar los españoles o quemarles los navíos. Y,aunque la gente se deshizo, los curacas no seapartaron de su mala intención, y, para laencubrir, enviaban siempre recaudos de suamistad fingida, a los cuales respondía elgobernador con la disimulación posible,dándoles a entender que estaba ignorante de latraición de ellos, mas no por eso dejaba derecatarse y guardarse en todo lo que conveníapara que sus enemigos no le dañasen.

A los últimos de abril empezó a menguar elrío tan a espacio como había crecido, que aún alos veinte de mayo no podían andar loscastellanos por el pueblo sino descalzos y enpiernas por las aguas y lodos que había por lascalles.

Esto de andar descalzos fue uno de lostrabajos que nuestros españoles más sintieronde cuantos en este descubrimiento pasaron,porque, después de la batalla de Mauvila,donde se les quemó cuanto vestido y calzado

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traían, les fue forzoso andar descalzos, y,aunque es verdad que hacían zapatos, eran decueros por curtir y de gamuzas, y las suelaseran de lo mismo, y de pieles de venados que,luego que se mojaban, se hacían una tripa. Y,aunque pudieran, usando de su habilidad, puesla tenían para cosas mayores y más dificultosas,hacer alpargates, como lo hicieron los españolesen México y en Perú y en otras partes, en estajornada de la Florida no les fue posible hacerlosporque no hallaron cáñamo ni otra cosa de quelos hacer. Y lo mismo les acaeció en el vestir,que, como no hallasen mantas de lana ni dealgodón, se vestían de gamuza, y sola unaropilla servía de camisa, jubón y sayo, yhabiendo de caminar y pasar ríos o trabajar conagua que les caía del cielo, no teniendo ropa delana con que defenderse de ella, les era forzosoandar casi siempre mojados y muchas veces,como lo hemos visto, muertos de hambre,comiendo hierbas y raíces por no haber otracosa. Y de esto poco que en nuestra historia

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hemos dicho y diremos hasta el fin de ellapodrá cualquier discreto sacar los innumerablesy nunca jamás bien ni aun medianamenteencarecidos trabajos que los españoles en eldescubrimiento, conquista y población delnuevo mundo han padecido tan sin provechode ellos ni de sus hijos, que por ser yo uno deellos, podré testificar bien esto.

Fin de mayo volvió el río a su madrehabiendo recogido sus aguas que tanlargamente había derramado y extendido poraquellos campos. Y, luego que la tierra se pudohollar, volvieron los caciques a sacar encampaña la gente de guerra que habíanapercibido y salieron determinados de dar conbrevedad ejecución a su empresa y malpropósito. Lo cual, sabido por el buen capitángeneral Anilco, fue, como solía, a visitar algobernador y en secreto, de parte de su caciquey suya, le dio muy particular cuenta de todo loque Quigualtanqui y sus aliados teníanordenado en daño de los españoles, y dijo cómo

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tal día venidero cada curaca, de por sí aparte, leenviaría sus embajadores, y que lo hacíanporque no sospechase la liga y traición de ellossi viniesen todos juntos. Y, para mayor pruebade que le decía verdad y que sabía el secreto delos caciques, relató lo que cada embajadorhabía de decir en su embajada y la dádiva ypresente que en señal de su amistad había detraer, y que unos vendrían por la mañana yotros a medio día y otros a la tarde, y que estasembajadas habían de durar cuatro días, que erael plazo que los caciques confederados habíanpuesto y señalado para acabar de juntar lagente y acometer los españoles. Y la intenciónque traían era matarlos a todos y, cuando nopudiesen salir con esta empresa, a lo menosquemarles los navíos porque no se fuesen de sutierra, que después pensaban acabarlos a lalarga con guerra continua que les darían.

Habiendo dicho el general Anilco lo quepertenecía al aviso de la traición de los curacas,dijo: "Señor, mi cacique y señor Anilco ofrece a

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vuestra señoría ocho mil hombres de guerra,gente escogida y temida de todos los de sucomarca, con que vuestra señoría resista yofenda a sus enemigos. Y yo ofrezco mipersona para venir con ellos y morir en vuestroservicio. También dice mi señor que si vuestraseñoría quisiese retirarse a su tierra, que desdeluego se la ofrece para todo lo que a vuestroservicio convenga, y muy encarecidamentesuplica a vuestra señoría acepte su ánimo y suestado y señorío, y de todo use como de cosasuya propia. Y podrá vuestra señoría creermeque, si va al estado de mi señor Anilco, estaráseguro que no osen sus enemigos ofenderle y,entretanto, podrá vuestra señoría ordenar loque mejor le estuviese."

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CAPÍTULO XVEl castigo que a los embajadores de la liga seles dio y las diligencias que los españoles leshicieron hasta que se embarcaron

El gobernador, habiendo oído al capitángeneral Anilco el aviso de la traición de loscaciques y los ofrecimientos que de parte de sucacique y suya le hacía, agradeció mucho louno y lo otro, y con palabras muy amorosas ledijo que, porque adelante en lo por venir noquedase su curaca Anilco malquisto yenemistado con los demás curacas e indios dela comarca, por haber favorecido tan aldescubierto a los castellanos, no aceptaba elsocorro de la gente de guerra, y tambiénporque, habiendo de salirse por el río abajo tanen breve como pensaba salir, no era menesterhacer guerra a los contrarios, y que, por lasmismas causas, tampoco aceptaba la buenacompañía de su persona para capitán general,

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aunque conocía el mucho valor de ella y decuánto momento fuera su favor y ayuda paralos españoles si hubieran de conquistar porguerra a los enemigos; que, habiéndose de ir,no quería dejarlo odioso y enemistado con susvecinos, ni quería que supiesen cosa alguna delaviso que les había dado de la liga, y por lamisma razón rehusaba el retirarse a su tierraporque por entonces no le convenía hacerasiento en aquel reino. Mas ya que no podíaadmitir los efectos de los ofrecimientos que sucacique y él le hacían, a lo menos recibía losbuenos deseos de ambos para acordarse deellos y de la obligación en que sus palabras yobras a él, y a toda la nación española, habíanpuesto. Y procurarían pagársela, si en algúntiempo se ofreciesen ocasiones, y que la mismacuenta y memoria tendría el rey de Castilla, suseñor, emperador y cabeza que era de todos losreyes y señores y príncipes cristianos, el cualsabría lo que por los castellanos, sus vasallos ycriados, habían hecho, y lo mandarían poner

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escrito en memoria para la gratificar SuMajestad o los reyes sus descendientes, y queesta prenda y promesa les dejaba a ellos y a sushijos y sucesores en pago del beneficio que leshabía hecho. Con estas palabras despidió elgobernador al capitán Anilco y quedóapercibido para el suceso venidero habiéndoloconsultado con sus capitanes y soldados másprincipales.

Cuatro días después del aviso, que fue a losprimeros de junio del año mil y quinientos ycuarenta y tres, vinieron los embajadores de loscaciques de la liga por la misma orden ymanera que Anilco había dicho, unos por lamañana, otros a mediodía y otros a la tarde, ytrajeron los mismos recaudos de palabra y laspropias dádivas que Anilco había dado porseña de la traición de ellos.

Lo cual, visto por el gobernador, mandóque los prendiesen y pusiesen cada uno de porsí aparte para examinarlos en su liga yconjuración, y, llegando al hecho, los indios no

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la negaron, antes muy llanamente confesarontodo lo que para matar los españoles y quemarlos navíos tenían ordenado.

El general, porque el castigo que se habíade hacer en los indios embajadores no fuese entantos como sería si aguardasen a que viniesentodos, mandó que con brevedad lo ejecutasenen los que aquel día habían prendido, porqueaquéllos diesen nuevas a los demás de cómo latraición de ellos era entendida y no enviasenmás embajadores.

Acabado de tomarles la confesión, elmismo día que vinieron, ejecutaron en ellos elcastigo de la maldad de sus caciques y la pagade su embajada. Fue cortar a treinta de ellos lasmanos derechas.

Los cuales acudían con tanta paciencia arecibir la pena que se les daba que apenas habíaquitado uno la mano cortada del tajón cuandootro la tenía puesta para que se la cortasen. Locual causaba lástima y compasión a los que lomiraban.

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Con el castigo de los embajadores sedeshizo la liga de sus curacas, porque dijeronque, pues los castellanos tenían noticia de sumal deseo, se recatarían y apercibirían para noser ofendidos. Y así cada cacique se volvió a sutierra desdeñado de no haber ejecutado su malaintención, la cual guardaron todos en suspechos para la mostrar en lo que adelante seofreciese. Y, porque entendieron ser máspoderosos en el agua que en tierra, ordenaronentre todos que cada uno apercibiese la másgente y canoas que pudiese para perseguir losespañoles cuando se fuesen por el río abajo,donde pensaban matarlos todos.

El gobernador y sus capitanes, habiendovisto ser cierta la gran liga y conjuración quelos curacas tenían hecha contra ellos, lespareció sería bien salir con brevedad de sustierras antes que los enemigos ordenasen otrapeor. Con este acuerdo, se dieron mucha másprisa que hasta entonces se habían dado para

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poner en perfección los bergantines, aunquehasta allí no habían andado ociosos.

Fueron siete los carabelones que nuestrosespañoles hicieron, y, porque no teníanbastante recaudo de clavazón para echarlescubierta entera, les cubrieron un pedazo a popay otro a proa en que pudiesen echar elmatalotaje; en medio llevaban unas tablassueltas que hacían suelo y, quitando una deellas, podían desaguar el agua que hubiesenhecho.

Con la misma diligencia que traían enhacer los navíos, recogieron el bastimento queles pareció ser menester y pidieron a loscaciques amigos Anilco y Guachoya socorro dezara y las demás semillas y fruta seca que ensus tierras hubiese.

Atocinaron los puercos que hasta entonces,con todos los trabajos pasados, habíansustentado para criar, y todavía reservarondocena y media de ellos porque no teníanperdida la esperanza de poblar cerca de la mar

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si hallasen buena disposición. A cada uno delos caciques amigos dieron dos hembras y unmacho para que criasen. La carne de los quemataron echaron en sal para el camino y con lamanteca, en lugar de aceite, templaron laaspereza de la resina de los árboles con quebreaban los bergantines, para que se hiciesesuave y líquida, que pudiese correr.

Proveyeron de canoas para llevar loscaballos que les habían quedado, que eranpocos más de treinta, las cuales canoas ibanatadas de dos en dos para que los caballosllevasen las manos puestas en la una y los piesen la otra. Sin las canoas de los caballos, llevabacada bergantín una por popa, que le sirviese debatel.

En este paso, dice Alonso de Carmona que,de cincuenta caballos que les habían quedado,mataron los veinte que por manqueras estabanmás inútiles, y que, para los matar, los ataronuna noche a sendos palos y los sangraron ydejaron desangrar hasta que murieron, y que

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esto se hizo con mucho dolor de sus dueños ylástima de todos por el buen servicio que leshabían hecho; y que la carne la sancocharon ypusieron al sol para que se conservase, y así laguardaron para matalotaje de su navegación.

Habiendo concluido las cosas que hemosdicho, echaron los bergantines al agua día delgran precursor San Juan Bautista, y los cincodías que hay hasta la víspera de los príncipesde la Iglesia San Pedro y San Pablo se ocuparonen embarcar el matalotaje y los caballos y enempavesar los bergantines y las canoas contablas y pieles de animales para defenderse delas flechas. Y, dos días antes que se embarcasen,despidieron al cacique Guachoya y al capitángeneral Anilco para que se fuesen a sus tierras,y les rogaron que fuesen amigos verdaderos, yellos prometieron que lo serían. Y luego, elmismo día de los Apóstoles se embarcaron,habiendo ordenado que fuesen por capitanesde los siete bergantines los que nombraremosen el libro y capítulo siguiente.

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LIBRO SEXTO

DE LA HISTORIA DE LAFLORIDA DEL INCA

Contiene la elecciónde los capitanes para lanavegación; la multitud delas canoas contra losespañoles; el orden y lamanera de su pelear, queduró once días sin cesar; lamuerte de cuarenta y ochocastellanos por el desatinode uno de ellos; la vueltade los indios a sus casas; lallegada de los españoles ala mar; un reencuentroque tuvieron con los de lacosta; los sucesos decincuenta y cinco días desu navegación hasta llegara Pánuco; las muchas

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pendencias que allí entrelos mismos tuvieron y lacausa por qué; la buenaacogida que la imperialciudad de México les hizoy cómo se derramaron pordiversas partes del mundo.Contiene veinte y uncapítulos.

CAPÍTULO IEligen capitanes para las carabelas y embár-canse los españoles para su navegación

Luis de Moscoso de Alvarado se embarcóen la carabela capitana por gobernador ycapitán general de todos, como lo era en tierra;Juan de Alvarado y Cristóbal Mosquera,hermanos del gobernador, por capitanes de laalmiranta. A estos dos bergantines o carabelasllamaron por estos nombres: Capitana yAlmiranta; a las demás llanamente las

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nombraron tercera, cuarta, quinta, sexta yséptima. El contador Juan de Añasco y el fatorViedma, por capitanes de la tercera carabela. Elcapitán Juan de Guzmán y el tesorero JuanGaytán, por capitanes del cuarto bergantín. Loscapitanes Arias Tinoco y Alonso Romo deCardeñosa, del quinto. Pedro Calderón yFrancisco Osorio fueron capitanes del sextobergantín; Juan de Vega, natural de Badajoz,otras veces ya nombrado, y García Osorio seembarcaron en la séptima y última carabela porcapitanes de ella. Todos estos caballeros erannobles por sangre y famosos por sus hazañas, ycomo tales habían aprobado en los sucesos deesta jornada y descubrimiento. Nombráronsedos capitanes para cada bergantín porquecuando el uno saliese a hacer algún hecho entierra quedase el otro en la carabela para elgobierno de ella.

Debajo del mando y gobierno de loscapitanes ya nombrados se embarcaron conellos trescientos y cincuenta españoles, antes

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menos que más, habiendo entrado en la tierramuy cerca de mil. Embarcaron consigo hastaveinte y cinco o treinta indios e indias que delejas tierras habían traído en su servicio, y éstossolos habían escapado de la enfermedad ymuerte que el invierno pasado habían tenido,que, siendo más de ochocientos, habían muertolos demás. Y estos treinta embarcaron yllevaron consigo los españoles porque noquisieron quedar con Guachoya ni Anilco porel amor que a sus amos tenían, y decían quequerían más morir con ellos que vivir en tierrasajenas. Y los españoles no les hicieron fuerzapara que se quedasen por parecerles muchaingratitud no corresponder al amor que losindios les mostraban y gran crueldaddesampararlos fuera de sus tierras.

El día propio de los Apóstoles, día tansolemne y regocijado para toda la cristiandad,aunque para estos castellanos triste ylamentable por lo que particularmente en élhicieron, que desampararon y dejaron perdido

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el fruto de tantos trabajos como en aquellatierra habían pasado y el premio y galardón detan grandes hazañas como habían hecho, sehicieron a la vela al poner del sol y, sin que losindios enemigos les diesen pesadumbre alguna,navegaron a vela y remo toda aquella noche yel día y noche siguiente.

Cada bergantín llevaba siete remos porbanda, en los cuales se remudaban para remarpor sus horas todos los que iban dentro sineceptar nadie, sino eran los capitanes. Ladistancia del río que las dos noches y el díanavegaron nuestros españoles se entendió quefuese del distrito y término de la provincia deGuachoya, que, como atrás tocamos, era el ríoabajo y que, por haberse mostrado Guachoyaamigo de los castellanos, no hubiesen queridolos indios ofenderlos mientras iban por elparaje de su tierra, o que fuese algunasuperstición y observancia de la creciente omenguante de la Luna, que iba cerca de laconjunción como la tenían los alemanes según

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lo escribe Julio César en sus Comentarios. Nose sabe la causa cierta por qué no los hubiesenperseguido aquellas dos primeras noches y undía. Mas al segundo día amaneció sobre ellosuna hermosísima flota de más de mil canoasque los curacas de la liga juntaron contra losespañoles y, porque las de este Río Grandefueron las mayores y mejores que los nuestrosen toda la Florida vieron, será bien dar aquíparticular cuenta de ellas, porque ya de aquíadelante no tenemos batallas que contar quehubiesen pasado en tierra, sino en el agua.

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CAPÍTULO IIManeras [de] balsas que los indios hacían pa-ra pasar los ríos

Canoa, en lengua de los indios de la islaEspañola y de toda su comarca, es lo mismoque barco o carabelón sin cubierta, que a todaslas nombran de una misma manera, si no es enel Río Grande de Cartagena que, por ser lasmayores, llaman piraguas. Los indios de todaslas regiones del nuevo mundo, principalmenteen las islas y tierras marítimas, las hacen segúntienen la comodidad para ellas grandes ochicas. Buscan los árboles más gruesos quepueden hallar, danles la forma de una artesa yhácenlas de una pieza, porque no hallaron lainvención tan prolija de hacer barco de tablasclavadas en sus costillas unas con otras, nituvieron hierro, ni supieron hacer clavos ymenos tener fraguas, ni hacer oficio decalafates, ni buscar brea, ni estopa, velas,

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jarcias, gúmenas, áncoras y las demás cosas,tantas como son menester para la fábrica de losnavíos. Solamente se aprovechan de lo que lanaturaleza (en lo que ellos no alcanzaron con suingenio) les mostraba con el dedo. Y así, parapasar los ríos y navegar por la mar, eso pocoque por ella navegaban, donde no alcanzabanmadera tan gruesa como la piden las canoas(esto es en todo el Perú y su costa), hacíanbalsas con maderos livianos, como higuera, quelos indios decían la había en las provinciascercanas a Quito, y de allí la llevaban por ordende los incas a todos los ríos caudalosos delPerú, y, de cinco vigas atadas unas con otras,hacían las balsas. La viga de en medio era máslarga que todas, luego las primeras colateraleseran menos largas, y las segundas menosporque así pudiesen romper el agua mejor quecon la frente toda pareja. Yo pasé en algunas deellas que todavía vivían del tiempo de los incas.

También las hacen de un haz rollizo deanea, del grueso del cuerpo de un caballo, el

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cual haz atan muy fuertemente y lo ponen muyahusado, levantado por delante hacia arriba,como proa de barco, para que corte el agua, yancho de los dos tercios atrás. En lo alto del hazhacen un poco de llano o mesa donde echan lacarga o el hombre que han de pasar de unaparte a otra del río, al cual mandan congrandísimo encarecimiento que en ningunamanera se menee de como lo ponen sobre labalsa, asido a las ataduras de ella, ni alce lacabeza como la lleva boca abajo, echada sobrela balsa, ni abra los ojos a mirar cosa alguna.

Pasando yo de esta manera un ríocaudaloso y de mucha corriente (que en lostales es donde los indios lo mandan, que en losmansos y de poca agua no se les da nada) por eldemasiado encarecimiento que el indiobarquero me hacía para que no abriese los ojos,que por ser yo muchacho me ponía unosmiedos como que se hundiría la tierra o secaerían los cielos, me dio codicia de mirar porver si veía algunas cosas de encantamiento o de

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la otra vida, y así, cuando sentí que íbamos enmedio del río, alcé un poco la cabeza y miré elagua arriba, y verdaderamente me pareció quecaíamos del cielo abajo, y esto fue pordesvanecerse la cabeza por la grandísimacorriente del río y por la furia con que la balsaiba cortando el agua, yendo al amor de ella, yme forzó a cerrar los ojos y a confesar que losindios tenían razón en mandar que no losabriesen. En estas balsas de anea no va más deun indio en cada una de ellas, el cual paranavegar se pone caballero en lo último de lapopa y, echándose de pechos sobre la balsa, varemando con pies y manos y encamina la balsaal amor del agua hasta ponerla de la otra partedel río.

En otras partes hacen balsas de calabazasenredadas y atadas unas con otras hasta haceruna tabla de ellas de vara y media en cuadro yde más y de menos. Échanle por delante unpretal como a silla de caballo, donde el indiobarquero mete la cabeza y se echa a nado. Y

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sobre sí lleva nadando la balsa y la carga hastapasar el río o la bahía, estero o brazo de mar y,si es necesario, lleva detrás uno o dos indiosayudantes que van nadando y empujando labalsa.

En otras partes donde los ríos, por sumucha corriente y ferocidad, no consienten queanden sobre ellos, y donde por los muchosriscos y peñas y ninguna playa no hayembarcaderos ni desembarcaderos, echan unamaroma gruesa de una parte a otra del río y laatan a gruesos árboles o fuertes peñascos. Enesta maroma anda corriente una canasta grandecon una asa de madera como el brazo, quecorre por la maroma. Es capaz de tres y cuatropersonas, trae dos sogas, una a un lado y otra aotro, por las cuales tiran de la canasta parapasarla de la una ribera a la otra, y como lamaroma sea larga, hace mucha vaga y caída enmedio y es menester ir soltando la canasta pocoa poco hasta el medio de la maroma que vabajando, y después, por la otra media que va

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hacia arriba, la tiran de aquella banda a fuerzade brazos, y para esto hay indios que tienencargo de pasar los caminantes, y los mismosque van dentro de la canasta, asiéndose a lamaroma, se van ayudando a bajar y a subir porella. Yo me acuerdo haber pasado por ellas doso tres veces, siendo muchacho de menos dediez años, y por los caminos me llevaban losindios a cuestas. Pasan los indios por estamanera de pasaje su ganado, con muchotrabajo, porque lo maniatan y echan dentro enla canasta, y lo mismo hacen del ganado menorde España, como son ovejas, cabras y puercos;empero, los animales mayores, como caballos,mulas y asnos y vacas, por la fortaleza y pesode ellos, no los pasan en las canastas sino quelos llevan por otros pasos, como puentes ovados, porque esta manera de pasaje por lamaroma en la canasta solamente es para gentede a pie y no la hay en caminos reales sino enlos particulares que los indios tienen de unospueblos a otros.

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Estas son las maneras de pasar los ríos quelos indios tuvieron en el Perú, sin las puentesque hacían de mimbre y de anea o juncos, comodiremos en su propio lugar, si Dios se sirve dedarnos vida.

Mas en toda la tierra de la Florida que estosnuestros españoles anduvieron, por la muchacomodidad que en ella hay de árboles grandesapropiados para canoas, no usaron los indiosde otros instrumentos para pasar los ríos sinode ellas, aunque los españoles, como hemosvisto, en algunas partes hicieron balsas.

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CAPÍTULO IIILos españoles matan a la guía. Cuéntase unhecho particular de un indio

El gobernador Luis de Moscoso mandóllamar ante sí al indio que le había guiado y porsus intérpretes le preguntó cómo no los sacabade aquel despoblado al fin de ocho días quehabía que andaban perdidos por él, pues a lasalida de su pueblo se había ofrecido pasarlo encuatro días y salir a tierra poblada. El indio norespondió a propósito, antes dijoimpertinencias que le parecía le disculpabandel cargo que le hacían, de lo cual, enojado elgobernador, y de ver su ejército en tantanecesidad por malicia del indio, mandó loatasen a un árbol y le echasen los alanos quellevaban, y uno de ellos lo zamarreómalamente.

El indio, viéndose lastimar, y con el miedoque cobró de que lo habían de matar, pidió le

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quitasen el perro, que él diría la verdad de todolo que en aquel caso pasaba y, habiéndoseloquitado, dijo: "Señores, mi curaca y señornatural me mandó a vuestra partida hiciese loque he hecho con vosotros, porque me abrió supecho diciendo que porque él no tenía fuerzapara degollaros todos en una batalla, como loquisiera, había determinado mataros conastucia y maña metiéndoos en estos montes ydesiertos bravos, donde pereciésedes dehambre, y que, para poner en obra este sudeseo, me elegía a mí como a uno de sus másfieles criados para que os descaminase pordonde nunca acertásedes a salir a poblado, yque, si yo saliese con la empresa, me haríagrandes mercedes, y donde no, me mataríacruelmente. Yo, como siervo, hice lo que miseñor me mandó, como creo que lo hicieracualquiera de vosotros si el vuestro os lomandara. Fui forzado a lo hacer por el respetoy obediencia del superior, y no por voluntad yánimo que yo haya tenido de mataros, que

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cierto no lo he deseado ni lo deseo porque nome habéis hecho por qué. Y, bien mirado,vosotros tenéis la mayor parte de esta culpaque me ponéis, porque os habéis dejado traerasí con tanto descuido de vosotros mismos, queno habéis sido para hablarme una palabraacerca del camino, que, si el primer día que seperdió me preguntárades algo de lo que ahorame pedís, os hubiera dicho todo esto y contiempo se hubiera remediado el mal presente. Yaún ahora no es tarde, que, si me queréisotorgar la vida (pues para lo pasado fuimandado y no pude hacer otra cosa), yoenmendaré el yerro que todos hemos hecho,que yo me ofrezco a sacaros de este desierto yponeros en tierra poblada antes que pasen lostres días venideros, que, caminando siemprehacia el poniente, sin torcer a otra parte,saldremos presto de este despoblado, y, sidentro de este término no os sacare de él,matadme entonces, que yo me ofrezco alcastigo."

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El general Luis de Moscoso y sus capitanesse indignaron tanto de saber la mala intencióndel curaca y el engaño que el indio les habíahecho que ni admitieron sus buenas razonespara que le disculparan de su delito niquisieron concederle sus ruegos para otorgarlela vida, ni aceptar sus promesas para fiarse enellas; antes, diciendo todos a una "quien tanmalo nos ha sido hasta aquí peor nos será deaquí adelante", mandaron soltar los perros, loscuales, con la mucha hambre que tenían, enbreve espacio lo despedazaron y se locomieron.

Esta fue la venganza que nuestroscastellanos tomaron del pobre indio que leshabía descaminado, como si ella fuera dealguna satisfacción para el trabajo pasado oremedio para el mal presente, y después dehaberla hecho, vieron que no quedabanvengados, sino peor librados que antes estaban,porque totalmente les faltó quien los guiase,por haber dado licencia para que se volviesen a

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sus tierras los demás indios que habían traídoel maíz luego que se les acabó la comida, y asíse hallaron del todo perdidos.

Puestos en esta necesidad los españoles,confusos y arrepentidos de haber muerto alindio, el cual, si lo dejaran vivo, pudiera serque, como lo había prometido, los sacara apoblado, viendo que no tenían otro remedio,tomaron el mismo que el indio les había dicho,dándole crédito después de muerto a lo que nole habían querido creer en vida, que era quecaminasen hacia el poniente sin torcer a unamano ni a otra.

Así lo hicieron y caminaron tres días congrandísima hambre y necesidad, porque en losotros tres pasados no habían comido sinohierbas y raíces. Valioles mucho en este trabajoser los montes de aquel despoblado claros, y nocerrados como los hay en otras partes de Indias,que son como un muro, que, si lo fueran,perecieran de hambre antes de salir de ellos.

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Con estas dificultades siguieron su camino,siempre al poniente, y, al fin de los tres días,desde lo alto de unos cerros por donde ibandescubrieron tierras pobladas, de querecibieron el contento que se puede imaginar,aunque llegando a ellas hallaron que los indiosse habían ido al monte y que las tierras eranflacas y estériles, con pueblos no como lospasados, sino de casas derramadas por elcampo de cuatro en cuatro y de cinco en cinco,mal hechas y peor aliñadas, que más parecíanchozas de meloneros que casas de morada, mascon todo eso mataron su hambre con muchacarne fresca de vaca, que en ellas hallaron, ypellejos de poco tiempo quitados, aunquenunca hallaron vacas en pie, ni los indiosquisieron decir jamás de dónde las traían.

El segundo día que caminaron por aquellaprovincia estéril y mal poblada, la cual losnuestros llamaron de los Vaqueros por la carney pellejos de vacas que en ella hallaron, quisoun indio mostrar su ánimo y valentía con un

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hecho extraño, que hizo de loco, y fue que,habiendo caminado los españoles la jornada deaquel día, se alojaron en un llano y, estandotodos sosegados, vieron salir de un monte, queestaba no lejos del real, un indio solo, y venirhacia ellos con un hermoso plumaje en lacabeza y su arco en la mano y el carcaj de lasflechas a las espaldas, que declinaba algúntanto sobre el hombre derecho, como todosellos lo traen siempre.

Los castellanos, que estaban por donde elindio acertó a salir del monte, viéndole venirsolo y tan pacífico, no se alborotaron, antes,entendiendo que traía algún recaudo delcacique para el gobernador, le dejaron llegar. Elcual, viéndose a menos de cincuenta pasos deuna rueda de españoles, que en pie estabanhablando, puso con toda presteza y gallardíauna flecha en el arco y, apuntando a los de larueda que le estaban mirando, la soltó congrandísima pujanza. Los cristianos, viendo queles tiraba, se apartaron aprisa a una mano y a

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otra, y algunos se dejaron caer en el suelo, y asíse libraron del tiro, mas la flecha pasó adelantey dio en cinco o seis indias que debajo de unárbol estaban aderezando de comer para susamos, y a una de ellas dio por las espaldas, y lapasó de claro, y a otra que estaba de frente diopor los pechos, y también la pasó, aunquequedó la flecha en ella, y las indias cayeronluego muertas.

Habiendo hecho este bravo tiro, volvió elindio huyendo al monte, y corría con tantavelocidad y ligereza que bien mostraba habersefiado en ella para venir a hacer lo que hizo.

Los españoles tocaron arma y dieron gritaal indio, ya que no podían seguirle. El capitánBaltasar de Gallegos, que acertó a hallarse acaballo, acudió al arma, y, viendo ir huyendo alindio y oyendo que los españoles decían"muera, muera", sospechó lo que podía haberhecho y corrió en pos de él y cerca de laguarida lo alcanzó y mató, que no gozó el triste

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de su valentía temeraria, como son todas lasmás que en la guerra se hacen.

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CAPÍTULO IVDos indios dan a entender que desafían a losespañoles a batalla singular

Tres días después de este hecho, en lamisma provincia que llamaron de los Vaqueros,acaeció otro no menos extraño, y fue que, comoel general y sus capitanes y soldados dejasen decaminar un día, por descansar del trabajopasado de las jornadas largas que hasta allíhabían hecho, vieron a las diez del día venirpor un hermoso llano dos indiosgentileshombres, compuestos de grandesplumajes, con sus arcos en las manos y lasflechas en sus aljabas en las espaldas, y, comollegasen doscientos pasos del real, se pusieron apasear cerca de un nogal que allí había, y no sepaseaban ambos juntos hombro a hombro, sinopasando el uno por el otro para que cada unode ellos guardase las espaldas al compañero.Así anduvieron casi todo el día sin hacer cuenta

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de los negros, indios e indias y muchachos, quecon agua y leña por cerca de ellos pasaban. Dedonde vinieron los castellanos a entender queno lo hacían por la gente de servicio, sino porellos, y dieron cuenta del hecho al gobernador,el cual mandó luego echar bando que no fuesesoldado alguno a ellos, sino que los dejasenpara locos.

Los indios se pasearon hasta la tarde sinhacer otra cosa, como que esperaban losespañoles que dos a dos quisiesen ir a combatircon ellos. Ya cerca de ponerse el sol, vino unacompañía de caballos que había salido demañana a correr el campo, los cuales tenían sualojamiento cerca de donde los indios andabanpaseando y, como los viesen, preguntaron quéindios eran aquéllos. Y, habiéndolo sabido y loque sobre ellos se había mandado, que losdejasen para locos, obedecieron todos salvouno que, por mostrar su valentía, quiso serinobediente. Y diciendo "pese a tal, no será bienque haya otro más loco que ellos que les

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castigue la locura", se fue corriendo a ellos. Estesoldado era natural de Segovia y se decía JuanPáez.

Los indios, viendo que los acometía uncastellano solo, salió a recibirle el que más cercade él se halló, por dar a entender que habíanpedido batalla singular. El otro indio se apartóy metió debajo del nogal, en confirmación de laintención que tenían, que era pelear uno a uno,y que su compañero, para un castellano solo,aunque a caballo, no quería socorro.

Juan Páez arremetió al indio a toda furiapor llevarlo de encuentro. El infiel, que leesperaba con una flecha puesta en el arco,viéndole llegar a tiro, se la tiró y le dio por lasangradera del brazo izquierdo sobre unamanga de malla y, rompiendo la cota porambas partes, quedó la flecha atravesada en elbrazo, de la cual herida y del golpe, que fuemuy grande, no pudo Juan Páez menear elbrazo y las riendas se cayeron de la mano, y elcaballo, que las sintió caídas, paró de golpe,

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que es muy ordinario de los caballos hacerlo asícuando las sienten caer, y también es aviso deljinete soltarlas de golpe cuando el caballo lehuye y no quiere parar.

Los compañeros de Juan Páez, que aún nose habían apeado, viéndole en tal peligro,arremetieron todos juntos a toda prisa por lesocorrer antes que el enemigo lo matase. Losindios, viendo ir tantos caballos contra ellos, sepusieron en huida a un monte que allí cercahabía, mas antes que a él llegasen losalancearon, no guardando buena ley de guerra,que, pues los indios no habían querido ser doscontra un español, fuera razón que tantosespañoles a caballo no fueran contra dos indiosa pie.

Con estos sucesos, aunque singulares, quepor no haber acaecido otros mayores loscontamos, caminaron los castellanos por laprovincia que llamaron de los Vaqueros más detreinta leguas. Al fin de ellas se acabó aquellamala poblazón y descubrieron al poniente de

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cómo iban unas grandes sierras y montes, ysupieron que eran despoblados.

El gobernador y sus capitanes,escarmentados de la hambre y trabajos quepasaron en los desiertos que atrás dejaron, noquisieron pasar adelante hasta haberdescubierto camino que los sacase a poblado yquisieron llevar prevenidos los inconvenientesque hubiese. Para lo cual mandaron quesaliesen tres compañías de a caballo de a veintey cuatro caballos y, por tres partes, fuesentodos encaminados al poniente a descubrir loque por aquel paraje hubiese. Mandáronles queentrasen la tierra adentro y se alejasen todo lomás que les fuese posible y trajesen relación nosolamente de lo que viesen, sino que también laprocurasen de lo que más adelante hubiese, ypara intérpretes les dieron indios de los másladinos que entre los españoles habíadomésticos.

Con esta orden salieron del real los setentay dos caballeros y dentro de quince días

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volvieron todos casi con una misma relación,diciendo que cada cuadrilla había entrado másde treinta leguas, y hallado tierras muy estérilesy de poca gente, y tanto peores cuanto másadelante pasaban; que esto era lo que habíanvisto y de lo de adelante traían peores nuevas,porque muchos indios que habían preso, yotros que los habían recibido de paz, les habíandicho que era verdad que adelante habíaindios, empero que no vivían en pueblospoblados, ni tenían casas en que habitasen, nisembraban sus tierras, sino que era gente sueltaque andaba en cuadrillas cogiendo las frutas,hierbas y raíces que la tierra de suyo les daba yque se mantenían de cazar y pescar, pasándosede unas partes a otras, conforme a lacomodidad que el tiempo les daba para suspesquerías y cacerías. Esta relación trajeron lastres cuadrillas, con poca o ninguna diferenciade la una a la otra.

Alonso de Carmona, demás de la relacióndicha, añade en este paso que les dijeron los

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indios que delante de aquella provincia dondeestaban (al poniente) había muy grandesdespoblados de tierra muy llana y muchosarenales donde se criaban las vacas cuyos eranlos pellejos que habían visto, y que habíamucha suma de ellas.

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CAPÍTULO VLo que sucedió el onceno día de la navegaciónde los españoles

Pasados los diez días de la continua guerray pelea que los indios tuvieron con losespañoles, cesaron de ella y retiraron suscanoas de los bergantines poco más de medialegua. Los nuestros pasaron adelante siguiendosu viaje y vieron cerca de la ribera un pueblopequeño de hasta ochenta casas y,pareciéndoles que ya los indios los habíandejado y que debían de estar ya cerca de la mar,porque entendían haber caminado aquellosdías más de doscientas leguas, porque siempre(aunque contrastando con los enemigos) habíannavegado a vela y remo y el río no hacíavueltas en que pudiesen haberse detenido, porlo cual quisieron prevenirse de comida para lamar y echaron bando por los bergantines que

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todos los que quisiesen ir por maíz fuesen alpueblo con el caudillo que estaba elegido.

Saltaron en tierra cien soldados y sacaronlos ocho caballos que habían quedado para quese refrescasen y para pelear en ellos si fuesemenester.

Los indios del pueblo, viendo que losespañoles iban a él, lo desampararon y, tocandoarma y pidiendo socorro con mucha grita yalarido, huyeron por los campos. Los nuestros,habiendo caminado a toda diligencia, llegarona las casas, que estaban como dos tiros dearcabuz del río, y hallaron en ellas mucho maízy copia de fruta seca de diversas maneras, ygran cantidad de gamuza blanca y teñida detodas colores, y muchas mantas de diversaspieles muy bien aderezadas, entre las cualeshallaron un listón de martas finísimas de ochovaras en largo y cuatro tercias en ancho, y porlo ancho estaba doblado y hacía dos haces yvenía a tener el ancho de la seda. Todo él estabaa trechos guarnecido con sartas de perlas y de

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aljófar, cada cosa de por sí hechas manojitoscomo borlas y puestas por mucha orden.Entendiose que servía de estandarte o de otrainsignia para sus fiestas, regocijos y bailesporque para ornamento de una persona no loera, ni para aderezo de cama ni aposento. Estapieza hubo Gonzalo Silvestre, que fue elcaudillo de los que salieron a tierra, y con ella,y con todo el maíz, fruta y gamuza quepudieron llevar a cuestas, se volvieron a prisa alos bergantines, de donde los llamaban lastrompetas con gran instancia, porque losindios, así los de las canoas como los que habíapor los campos, con la grita que los del pueblolevantaron, se habían apellidado y veníancorriendo al socorro y, porque los de tierra eranpocos, habían salido muchos de las canoas parajuntarse con ellos y reforzar el número y elánimo para la batalla.

De esta manera acudieron por agua y tierralos enemigos con gran ímpetu y ferocidad adefender el pueblo y ofender los españoles, los

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cuales, con la misma prisa que habían llevadopor tierra, se embarcaron en sus canoas y, conella misma, fueron hasta llegar a losbergantines. Fueles forzoso desamparar loscaballos, porque por la prisa y furia de losindios no les fue posible embarcarlos, so penaque los atajaran y perecieran todos. Y aun asícorrieron tanto riesgo que, si los indios del río ode la tierra se hubieran adelantado cien pasosmás, era imposible embarcarse alguno de ellosen los bergantines, mas Dios les socorrió y libróde la muerte de aquel día.

Los enemigos, viendo que los españoles sehabían puesto en salvo, convirtieron su furiacontra los caballos que en tierra dejaron, y,quitándoles las jáquimas y cabestros porque noles estorbasen al correr, y las sillas porque noles defendiesen las flechas, los dejaron ir por elcampo y luego, como si fueran venados, losflecharon con grandísima fiesta y regocijo, yecharon a cada caballo cuantas más flechaspudieron hasta que los vieron caídos.

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Así acabaron de perecer este día loscaballos que para este descubrimiento yconquista de la Florida habían entrado en ella,que fueron trescientos y cincuenta, que enninguna jornada de las que hasta hoy se hanhecho en el nuevo mundo se han visto tantoscaballos juntos y tan buenos.

Los castellanos, de ver flechar sus caballosy de no poderlos socorrer, sintieron grandísimodolor, y como si fueran hijos los lloraron, masviéndose libres de otro tanto, dieron gracias aDios y siguieron su viaje. Sucedió esto eldoceno día de la navegación de los nuestros.

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CAPÍTULO VILlegan los indios casi a rendir una carabela, yel desatino de un español desvanecido

Habiendo experimentado los indios quepor mucho perseguir a los españoles noconseguían lo que deseaban, que era matarlostodos, antes les hacían navegar con más ordeny concierto sin apartarse unos de otros, usaronde un ardid de guerra. Y fue que se alejaron delos bergantines o carabelas con esperanza que,descuidándolos, podría ser que sedesmandasen unas de otras y diesen ocasión aque las desbaratasen hallándolas divididascada una de por sí. Con esta astucia sequedaron el río arriba, dando a entender quedejaban libres las carabelas, las cualesnavegaban con próspero viento. Yendo, pues,así en su viaje, se apartó una de ellas, sinpropósito alguno, y salió de la orden que todasllevaban y se quedó atrás menos de cien pasos.

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Los indios, viendo que no les había salidovano el ardid y engaño, no quisieron perder laocasión que se les ofrecía, y así, a toda furia,arremetieron de todas partes con la carabela yabordaron con ella para la rendir y tomar amanos.

Las otras seis que iban delante,reconociendo el descuido de la compañera,amainaron las velas, y a toda diligenciavolvieron con los remos a socorrerla, y aunqueera poca la distancia, en ser contra la corrientedel río, arribaron con mucha dificultad ytrabajo, y, cuando llegaron al bergantínhallaron los castellanos que iban dentro tanapretados por la inundación de los indios quesobre ellos habían cargado que se defendían agolpe de espada y no podían acudir a tantaspartes como era menester, por donde losenemigos entraban en la carabela, de los cualeshabía algunos ya dentro y otros muchosestaban asidos de ella. Mas con la llegada de losnuestros se retiraron afuera, llevándose consigo

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la canoa que la carabela traía por popa concinco cochinas de las que habían reservadopara criar [si] poblasen en alguna parte. Estefue el suceso del día decimotercio de lanavegación de los españoles, los cuales,atribuyendo a la misericordia de Dios el nohabérseles perdido la carabela, se apercibierony encomendaron de nuevo unos a otros que,para no verse en afrenta y peligro semejante,tuviesen todos cuidado de no desmandarse nisalir de orden. Con ella navegaron otros dosdías, y los indios iban siempre en pos de ellos,menos de un cuarto de legua, aguardando aque hubiese en los nuestros algún desconciertopara gozar de él.

Bien recatados y con gran vigilancianavegaban nuestros españoles, viendo cuán a lamira venían los indios para no perder ocasiónen que les pudiesen ofender, mas por muchadiligencia que pusieron no les bastó para que eldecimosexto día de su navegación no lessucediese una desgracia y pérdida de mucha

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lástima y dolor, y tanto más de llorar cuando lacausa fue más desatinada y disparada y menosocasionada de peligro que los forzase onecesitase a poner en riesgo de perder lasvidas, como las perdieron cuarenta y ochohombres de los mejores y más valientes que enel armada iban. Mas al desatino de untemerario no hay gobierno que baste a resistir,porque destruye más un loco que edifican ciencuerdos. Y porque se entienda mejor el malsuceso de los nuestros, se me permita contarlo ala larga cómo pasó y quién fue la causa de tantomal y daño.

Entre los españoles de esa armada veníauno natural de Villanueva de Barcarrota,llamado Esteban Añez, hombre rústico, el cualmetió en la Florida un caballo que, aunquevillano de talle, era fuerte y recio, que por serlotanto, o porque alguna flecha no le alcanzó porbuen lugar, que es lo más cierto, había servidohasta el fin de la jornada y fue uno de los pocosque los castellanos embarcaron en los

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bergantines para esta navegación que vamoscontando.

Pues como Esteban Añez hubiese andadosiempre a caballo y se hubiese hallado enmuchos de los trances pasados, aunque en ellosno había hecho cosa notable, había cobradoopinión de valiente y estaba en esta reputación,con la cual, ayudado de su naturaleza rústica yvillana, andaba desvanecido y loco. Paraconfirmación de su locura salió de su carabela yentró en la canoa que llevaba por popa,diciendo ir a hablar al gobernador que ibadelante. Salieron con él otros cinco españolesque había engañado diciéndoles que todos seishabían de hacer una hazaña, la más notable yfamosa de cuantas se hubiesen hecho en todoaquel descubrimiento, y fueron fáciles depersuadir porque todos eran mozos. Y entreellos fue un caballero de edad de veinte años,hijo natural de don Carlos Enríquez, quefalleció en la batalla de Mauvila. Tenía elmismo nombre del padre y era gentil hombre

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de persona y hermoso de rostro cuanto lo podíaser hombre humano, y que en tan tierna edad,así en el esfuerzo de las armas como en lavirtud de su vida y costumbres había mostradode ser hijo de tal padre. Este caballero y otroscuatro, por la codicia de ganar la honra queEsteban Añez les prometía, entraron con él enla canoa y, con el achaque de hablar algobernador, se apartaron de la carabela.Viéndose alejados de ella, arremetieron a losindios diciendo a grandes voces: "A ellos, quehuyen."

El gobernador y los demás capitanes,viendo el desatino de aquellos seis españoles,mandaron a los trompetas tocasen a toda prisaa recoger y con señas y voces les decíanmirasen el peligro en que iban y se volviesen asu carabela. Mas Esteban Añez mostró tantamayor obstinación en su locura y desatinocuanto mayores voces le daban los suyos y noquiso volver, antes hacía señas a las carabelasque le siguiesen todas.

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El gobernador, vista la inobediencia deaquel desatinado, mandó que en las canoas quelos bergantines llevaban por popa, fuesentreinta o cuarenta españoles por aquel hombre,con determinación de mandarlo ahorcar luegoque lo trajesen. Empero mejor fuera remitir elcastigo a los indios, que ellos curaran su locura,como se la curaron, y no enviar a perder otrosmuchos que se perdieron por un perdido.

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CAPÍTULO VIIMatan los indios cuarenta y ocho españolespor el desconcierto de uno de ellos

En oyendo el mandato del gobernador,saltaron aprisa en tres canoas cuarenta y seisespañoles para volver a Esteban Añez, y uno deellos fue el capitán Juan de Guzmán, que eraamicísimo de andar en una canoa y regirla porsu mano. Y, aunque todos los soldados de sucarabela le rogaron que se quedase, no lopudieron acabar con él, antes, enfadado de susimportunidades, particularmente de las deGonzalo Silvestre que, como más su amigo, erael que más le resistía que no fuese y le ofrecíaque él iría en su lugar, le respondió con enojodiciendo: "Siempre me habéis contradicho ycontradecís el gusto que tengo de andar encanoas pronosticándome por ello algún malsuceso. Pues por sólo eso he de ir y vos oshabéis de quedar, que no quiero que váis

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conmigo." Con estas palabras se arrojó en lacanoa, y en pos de él otro caballero gran amigosuyo llamado Juan de Vega, natural de Badajoz,primo hermano de Juan de Vega, el capitán deuna de las carabelas.

Los indios, que siempre habían seguido lascarabelas en escuadrón formado con suscanoas, las cuales eran tantas que cubrían el ríode una ribera a otra y en un cuarto de leguaatrás no se parecía el agua, viendo la primeracanoa de Esteban Añez que iba a ellos y en posde ella las tres que le seguían, no pasaron dedonde iban, antes, con mucho concierto ymansedumbre ciaron todas hacia atrás porapartar las canoas españolas de susbergantines, los cuales, habiendo amainado lasvelas, forcejeaban con los remos, aunque conmucho trabajo por ser contra corriente, porarribar a sus canoas para las socorrer.

Esteban Añez, ciego en su desatino, viendociar los indios, en lugar de recatarse cobrómayor ánimo en su temeridad y dio más prisa a

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su canoa por llegar a las contrarias, dandomayores voces que antes, diciendo: "Quehuyen, que huyen, a ellos, que huyen." Con locual obligó a las otras tres canoas que iban enpos de él a que se diesen más prisa por ledetener o socorrer, si pudiesen.

Los enemigos, viendo cerca de sí loscastellanos, abrieron su escuadrón por medioen forma de luna nueva, ciando siempre haciaatrás por dar ánimo y lugar a que los cristianosentrasen y se metiesen en medio de ellos. Y,cuando vieron que estaban ya tan adentro, queno podían volver a salir aunque quisieran,arremetieron las canoas del cuerno derecho ydieron en las cuatro de los cristianos con tantoímpetu y furor que, tomándolas atravesadas,las volcaron y derribaron al agua todos cuantosiban dentro, y, como tanta multitud de canoaspasase por cima de ellos, ahogaron todos losespañoles, y, si alguno acertó a descubrirsenadando, lo mataron a flechazos y a golpes queles dieron con los remos en las cabezas.

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De esta manera, sin poder hacer defensaalguna, perecieron miserablemente aquel díacuarenta y ocho españoles de los que habíanido en las cuatro canoas que, de cincuenta y dosque fueron, no escaparon más de cuatro. El unofue Pedro Morón, mestizo, natural de la isla deCuba, de quien atrás hicimos mención que eragrandísimo nadador y muy diestro en traer ygobernar una canoa, como nacido y criado enellas, el cual con su destreza y esfuerzo, aunquehabía caído en el agua, pudo cobrar su canoa ylibrarse en ella, sacando consigo otros tres, yentre ellos un valentísimo soldado llamadoÁlvaro Nieto (de quien al principio de estajornada dijimos hubiera muerto por desgracia aJuan Ortiz, intérprete, habiendo ido por él alpueblo de Mucozo con el capitán Baltasar deGallegos), el cual, viéndose en la necesidadpresente, como tan buen soldado que era, peleósolo en su canoa, si se puede decir, contra todala armada de los indios; a imitación del famosoHoracio en la puente y del valiente centurión

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Sceva en Dirachio, y detuvo los enemigos entretanto que Pedro Morón gobernaba la canoapara sacarla a salvamento. Mas no les valieranada el esfuerzo y valentía de uno ni ladiligencia y destreza del otro, si no hallarancerca de sí la carabela del animoso capitán Juande Guzmán, la cual, como su capitán hubieseido a la refriega, con el amor que sus soldadosle tenían, había hecho con los remos mayorfuerza que las otras para le socorrer, sipudieran, y así iba delante de todas y pudorecoger y librar de muerte los dos valientescompañeros Pedro Morón y Álvaro Nieto, quevenían con muchas heridas, aunque nomortales, y con ellos los otros dos españoles.

Asimismo recogió aquella carabela al pobreJuan Terrón, de quien atrás se dijo elmenosprecio que había hecho de las buenasperlas que traían, el cual pudo, nadando, llegara la carabela. Mas antes que entrase dentro,sobre el mismo bordo de ella, expiró en brazosde los que le habían dado las manos para

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subirlo encima. Traía hincadas en la cabeza,rostro, pescuezo, hombros y espaldas más decincuenta flechas.

Juan Coles dice que se halló en estedesatinado trance y que murieron en él casisesenta hombres con el capitán Juan deGuzmán, y que él iba en una de las tres canoas,la cual dice que era de cuarenta y tantos pies delargo y más de cuatro de hueco, y que escapócon dos heridas de dos flechas que le pasaron lacota que llevaba. Todas son palabras suyas.

Este fin tan triste y costoso para él y parasus compañeros tuvo la vana arrogancia ypresunción que Esteban Añez se habíaatribuido de valiente, que causó la muerte taninútil y desgraciada de otros cuarenta y ochoespañoles mejores que él, que los más de elloseran nobles y, en efecto, más valientes que él ycomo tales se habían ofrecido al socorro de untemerario.

El gobernador, lo mejor que pudo, recogiósus carabelas y poniéndolas en orden volvió a

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su viaje bien lastimado de la pérdida de lossuyos.

Todos los trances más notables que hemosdicho de la navegación de estos sietebergantines los refiere Alonso de Carmona ensu Peregrinación. Particularmente dice elpeligro que dijimos en que el bergantín se viode perderse, y añade que lo tuvieron los indiosganado hasta la cubierta de popa y que, alecharlos del bergantín con el socorro, mataron acuchilladas treinta de ellos, y que los demás seecharon al agua y los recogieron las canoas.Cuenta cómo desampararon los caballos por laprisa que les dieron al embarcarse. Dice lamuerte del capitán Juan de Guzmán y la deJuan Terrón, y que fue al borde de la carabela,aunque no lo nombra. Y al fin dice que lossiguieron hasta dejarlos en la mar.

Huelgo de presentar estos dos testigos devista siempre que se me ofrecen en susrelaciones porque se hallaron en la mismajornada y cada uno dice en ellas poco más de lo

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que yo he dicho y diré de ellos, porqueescribieron muy poco, no más de las cosas másnotables que por ellos pasaron de que pudierontener memoria, y así en todo lo que no hagomención de ellos, con ser tanto, no hablanpalabra.

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CAPÍTULO VIIILos indios se vuelven a sus casas y los españo-les navegan hasta reconocer la mar

Los indios, después del buen lance que ensu favor hicieron, que fue a los diez y seis díade navegación de los españoles, los siguierontodo aquel día y noche siguiente dándolessiempre grita y algazara como triunfando deellos con su hazaña victoriosa. Y al salir del soldel día diez y siete, habiéndole adorado yhecho una solemne salva con grandísimoestruendo de voces y alaridos, y con música detrompetas, y tambores, pífanos y caracoles yotros instrumentos de ruido, y habiéndole dadogracias como a su dios por el vencimiento queen sus enemigos habían hecho, se retiraron yvolvieron a sus tierras por parecerles que sehabían alejado mucho de ellas, porque, a lo quese entendió, habían seguido y perseguido anuestros españoles cuatrocientas leguas del río

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con la pelea y rebatos continuos que les dabande día y de noche, nombrando siempre en suscantares, y fuera de ellos, en sus gritas yalaridos, a su capitán general Quigualtanqui yno a otro cacique alguno, como que decían quesólo aquel gran príncipe era el que les hacíatoda aquella guerra. Por lo cual, cuando estosespañoles llegaron después a México e hicieronrelación a don Antonio de Mendoza, visorreyque era entonces de aquel reino, y a donFrancisco de Mendoza, su hijo, que fue despuésgeneralísimo de las galeras de España, y lesdieron cuenta de los sucesos de este infelizdescubrimiento, y particularmente cuandocontaban los trances que habían pasado en esteRío Grande y brava persecución que con elnombre de aquel famoso indio los suyos leshabían hecho, don Francisco de Mendoza,siempre en las tales pláticas y fuera de ellas, ydondequiera que se topaba con algún capitán osoldado de cuenta, por vía de donaire, aunquesentencioso, les decía: "Verdaderamente,

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señores, que debía de ser hombre de bienQuigualtanqui." Y con este dicho refrescaba denuevo las grandezas del indio, [y] eternizaba sunombre.

Nuestros españoles, cuando vieron que losindios les habían dejado, entendieron queestaban ya cerca del mar y que por eso sehubiesen retirado y vuéltose a sus casas. Y elrío iba ya por aquel paraje tan ancho que de enmedio de él no se descubría tierra a una manoni a otra; solamente se veían a las riberas unosjuncales muy altos, que parecían montes degrandes árboles, o lo eran propiamente.

Tendría en aquel puesto el río, a lo que lavista podía juzgar, más de quince leguas deancho, y con todo esto no osaban los nuestrosacercarse a sus riberas ni apartarse de en mediode la corriente por no dar en algunas ciénagas obajíos donde se perdiesen, y no sabían siestaban ya en la mar o si todavía navegabanpor el río.

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Con esta duda navegaron tres días a vela yremo con buen viento que les hacía, que fueronel diecisiete, y dieciocho, y diecinueve de sunavegación. Y, al amanecer día veinte,reconocieron enteramente la mar en quehallaron a mano izquierda de como ibangrandísima cantidad de madera de la que el ríocon sus crecientes llevaba a la mar, la cualestaba amontonada una sobre otra de talmanera que parecía una gran isla.

Media legua adelante de donde estaba lamadera estaba una isla despoblada quejuzgaron los nuestros debía ser la queordinariamente los ríos grandes hacen cuandoentran en la mar, y con esto se certificaron queestaban ya en ella. Y como no supiesen en quéparaje ni la distancia que había de allí a tierrade cristianos, acordaron requerir susbergantines o carabelones antes de entrar en lamar, y así los descargaron con muchadiligencia, y pusieron lo que traían sobre la islade madera para les dar carena, si la hubiesen

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menester, o requerir las junturas, si en ellashubiese algo que remendar. Atocinaron nueveo diez cochinas que todavía traían vivas. Enestas cosas gastaron tres días, aunque es verdadque más los gastaron en descansar del trabajopasado y tomar vigor y fuerzas para elvenidero que en aderezar los carabelones,porque en ellos hubo muy poco que hacer y lamayor necesidad que nuestros castellanostenían era de dormir, porque, con la continuavigilia que de día y de noche los indios leshabían hecho pasar, venían muy fatigados desueño, y así durmieron aquellos tres días comocuerpos muertos.

Cuántas fuesen las leguas que nuestrosespañoles navegaron por el río abajo, que endiez y nueve días naturales y más una nocheque les duró la navegación hasta la mar, dondeal presente quedaban, no se pudo saberprecisamente, porque con la pelea continua quecon los indios tenían no les quedaba lugar paratantear las leguas que navegaban. Empero,

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viéndose libres de enemigos, lo platicaronentonces entre ellos, y después en México enpresencia de personas que tenían experienciade la navegación de mar y ríos, y hubo muchasopiniones y porfías, porque unos decían quecaminaron entre día y noche a veinte leguas,otros a treinta, otros a cuarenta, y otros a más yotros a menos. Mas en lo que todos los másconvinieron fue que se diese a cada noche ydía, uno con otro, veinte y cinco leguas, porquesiempre navegaron a vela y remo y nunca lesfaltó viento ni el río tenía vueltas en quepudiesen haberse detenido.

Conforme a esta cuenta, hallaban habernavegado nuestros españoles, desde donde seembarcaron hasta la mar, pocas menos dequinientas leguas. En este tanteo podrá cadauno, conforme a su parecer, dar las leguas quequisiere, con advertencia y presupuesto que,sin lo que el viento les ayudaba, hacían losnuestros lo que podían con los remos por pasar

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adelante y salir de tierra de enemigos que tantaansia tenían por matarlos.

Juan Coles dice que fueron setecientasleguas, y debió poner la opinión de los quedaban a cada veinte y cuatro horas de tiempotreinta y cinco leguas de navegación.

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CAPÍTULO IXNúmero de las leguas que los españoles entra-ron la tierra adentro

Algunos habrá que se admiren de ver quenuestros españoles hubiesen entrado la tierratan adentro como se ha dicho, y quizá pondránduda en ello, a los cuales decimos que no seadmiren, que mucho más adentro estuvieron,porque llegaron a las primeras fuentes delnacimiento de este Río Grande. Y despuésdonde se embarcaron en la provincia deAminoya, cerca de la de Guachoya, tenía diez ynueve brazas de hondo y un cuarto de legua deancho, como se dijo cuando lo sondaron paraechar en él el cuerpo del gobernador yadelantado Hernando de Soto. Y los quepresumían entender algo de cosmografíadecían que de donde se embarcaron hasta elnacimiento del río había trescientas leguas, yotros decían muchas más, que yo pongo la

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opinión más limitada, de manera que le dabanochocientas leguas de corriente hasta la mar, ytodas éstas entraron estos españoles la tierraadentro.

Cuando Dios fuese servido que se ganeaquella tierra, verán por este río lo que losnuestros se alejaron de la mar, que por ahora yono puedo verificar más esta relación de como laescribo. Y aún ha sido mucho haber sacado enlimpio esto poco, al cabo de tantos años que haque pasó y por gente que su fin no era de andardemarcando la tierra, aunque la andabandescubriendo, sino buscar oro y plata. Por locual se me podrá admitir en este lugar eldescargo que en otras he dado de las faltas queesta historia lleva en lo que toca a lacosmografía, que yo quisiera haberla escritomuy cumplidamente para dar mayor y mejornoticia de aquella tierra, porque mi principalintento en este mi trabajo, que no me ha sidopequeño, no ha sido otro sino dar relación alrey mi señor y a la república de España de lo

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que tan cerca de ella los mismos españolestienen descubierto, para que no dejen perder loque sus antecesores trabajaron, sino que seesfuercen y animen a ganar y poblar un reinotan grande y tan fértil: lo principal, por elaumento de la Fe Católica, pues hay donde tanlargamente se puede sembrar y en gente que,por los pocos abusos y ceremonias que tienenque dejar en su gentilidad, está dispuesta parala recibir con facilidad. A la cual predicaciónestán obligados los españoles más que las otrasnaciones católicas, pues Dios, por sumisericordia, los eligió para que predicasen suevangelio en el nuevo mundo y son ya señoresde él, y les sería gran afrenta y vituperio queotras gentes les ganasen por la mano, aunquefuese para el mismo oficio de predicar. Cuantomás que, estando, como están, casi todas lasnaciones nuestras comarcanas inficionadas conlas abominables herejías de estos infelicestiempos, es mucho de temer no la siembren enaquella gente tan sencilla procurando hacer

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asiento entre ellos como ya lo han intentado. Locual sería a cuenta y cargo de la naciónespañola, que, habiéndoles dado Jesu CristoNuestro Señor y la Iglesia Romana, esposasuya, madre y señora nuestra, la semilla de laverdad y la facultad y poder de la sembrar,como lo han hecho y hacen de ciento y diezaños a esta parte en todo lo más y mejor delnuevo orbe, que ahora, por su descuido y porhaberse echado a dormir, sembrarse el enemigocizaña en este gran reino de la Florida, partetan principal del nuevo mundo, que es suyo.

Demás de lo que a la religión conviene,deben los españoles de hoy más, por su propiahonra y provecho, esforzarse a la conquista deeste imperio donde hay tierras tan largas yanchas, tan fértiles y tan acomodadas para lavida humana como las hemos visto. Y las minasde oro y plata que tanto se desean, no esposible sino que buscándolas de asiento sehallen, que, pues en ninguna provincia de lasdel nuevo mundo han faltado, tampoco faltaran

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en ésta. Y, entre tanto que ellas se descubren, sepuede gozar de la riqueza de las perlas tantas,tan gruesas y hermosas como las hemosreferido, y del criar de la seda, para cuyobeneficio hemos visto tanta cantidad demorales, y para sembrar y curar toda suerte deganados no se puede desear más abundanciade pastos y fertilidad de tierra que la que éstatiene.

Por todo lo cual supliquemos al Señorponga ánimos a los españoles para que por estaparte no se descuiden ni aflojen en sus buenasandanzas, pues por todas las demás partes delnuevo mundo cada día descubren y conquistannuevos reinos y provincias más dificultosas deganar que las de la Florida, para cuya entrada yconquista tienen desde España la navegaciónfácil, que un mismo navío puede hacer al añodos viajes, y para caballos tienen toda la tierrade México, donde los hay muchos y muybuenos, y para el socorro, si lo hubiesenmenester, se les podía dar de las islas de Cuba

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y Santo Domingo y sus comarcanas, y de laNueva España y de Tierra Firme, que, habiendola comodidad de aquel Río Grande, tan capazde cualquier armada, con facilidad podránsubir por él siempre que quisiesen. De mí sédecir que si, conforme el ánimo y deseo,hubiera dado el Señor la posibilidad, holgaragastarla juntamente con la vida en esta heroicaempresa. Mas ella se debe de guardar paraalgún bien afortunado, que tal será el que lahiciese, y entonces se verificarían las faltas demi historia, de que he pedido perdón muchasveces. Y con esto volvamos a ella, que, por elafecto y deseo de verla acabada, ni huyo altrabajo que me es insoportable, ni perdono a laflaca salud, que anda ya muy gastada, ni ladeseo ya para otra cosa, porque España, aquien debo tanto, no quede sin esta relación, siyo faltase antes de sacarla a luz.

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CAPÍTULO XDe una batalla que los españoles tuvieron conlos indios de la costa

Tres días estuvieron los españoles enrequerir, como dijimos, sus carabelas y enrecrear sus cuerpos, que la mayor necesidadque tenían era de satisfacer al sueño que loshabía traído muy fatigados. Al último de ellos,después de medio día, vieron salir de unosjuncales siete canoas que fueron hacia ellos. Enla primera venía un indio grande como unfilisteo y negro como un etíope, bien diferenteen color y aspecto de los que la tierra adentrohabían dejado.

La causa de ser los indios tan negros en lacosta es el agua salada en que andan siemprepescando, que, por la esterilidad de la tierra, sevalen de la pesquería para mantenerse.También ayuda para ponerlos prietos el calordel sol, que en la costa es más intenso que la

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tierra adentro. El indio, puesto en la proa de sucanoa, con una voz gruesa y soberbia dijo a loscastellanos: "Ladrones, vagamundos,holgazanes sin honra ni vergüenza, que andáispor esta ribera inquietando los naturales deella, luego al punto os partid de este lugar poruna de aquellas bocas de este río si no queréisque os mate a todos y queme vuestros navíos. Ymirad que no os halle aquí esta noche, que noescapará hombre de vosotros a vida."

Pudieron entender lo que el indio dijo porlos ademanes que con los brazos y cuerpo hizo,señalando las dos bocas del Río Grande quehacían la isla que hemos dicho que estaba pordelante, y por muchas palabras que los indioscriados de los españoles declararon. Y con estoque dijo, sin aguardar respuesta, se volvió a losjuncales.

En este paso añade Juan Coles estaspalabras, que, sin las dichas, dijo más el indio:"Si nosotros tuviéramos canoas grandes comovosotros (quiso decir navíos) os siguiéramos

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hasta vuestra tierra y la ganáramos, quetambién somos hombres como vosotros."

Los españoles, habiendo considerado laspalabras del indio y la soberbia que en ellas yen su aspecto había mostrado y viendo que decuando en cuando asomaban canoas por entrelos juncos, como que acechaban, y se volvían ameter en ellos, acordaron sería bien darles aentender que no les temían porque no tomasenánimo y viniesen a flecharlos y a echar fuegosobre las carabelas, lo cual pudieran hacermejor de noche que de día, como gente quepara acometer y huir a su salvo sabía bien lamar y la tierra y los castellanos la ignoraban.

Con este acuerdo entraron cien hombres encinco canoas que les habían quedado paraservicio de los bergantines y, llevando porcaudillos a Gonzalo Silvestre y Álvaro Nieto,fueron a buscarlos y los hallaron tras un juncalen gran número apercibidos con más de sesentacanoas pequeñas que habían juntado contra losnuestros. Los cuales, aunque vieron tanto

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número de indios y canoas, no desmayaron,antes, con todo buen ánimo y esfuerzo,embistieron con ellos y, de su buena dicha, delprimer encuentro volcaron tres canoas ehirieron muchos indios y mataron diez o doce,porque llevaban veinte y dos ballesteros y tresflecheros, el uno de ellos era español que desdeniño, hasta edad de veinte años, se había criadoen Inglaterra y el otro era natural inglés, loscuales, como ejercitados en las armas de aquelreino y diestros en el arco y flechas, no habíanquerido usar en todo este descubrimiento deotras armas sino de ellas, y así las llevabanentonces. El otro flechero era un indio, criadoque había sido del capitán Juan de Guzmán,que, luego que entró en la Florida, lo habíapreso, el cual se había aficionado tanto a suamo y a los españoles, que como uno de elloshabía peleado siempre con su arco y flechascontra los suyos mismos.

Con la maña y destreza de los tiradores ycon el esfuerzo de toda la cuadrilla

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desbarataron las canoas de los enemigos y loshicieron huir. Mas los nuestros no salieron de labatalla tan libres que no quedasen heridos losmás y entre ellos los dos capitanes. Un españolsalió herido de una arma que los castellanosllaman en Indias tiradera, que máspropiamente la llamaremos bohordo porque setira con amiento de palo o de cuerda, la cualarma no habían visto nuestros españoles entodo lo que por la Florida, hasta aquel día,habían andado. En el Perú la usan mucho losindios. Es una arma de una braza en largo, deun junco macizo, aunque fofo por de dentro, deque también hacen flechas. Échanles porcasquillos puntas de cuernas de venado,labradas en toda perfección, de cuatro esquinas,o arpones de madera de palma, o de otrospalos, que les hay fuertes y pesados comohierro, y para que el junco de la flecha, obohordo, al dar el golpe no hienda con elarpón, le echan un trancahilo por donde recibeel casquillo o arpón, y otro por el otro cabo, que

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los ballesteros en los virotes llaman batalla,donde reciben la cuerda del arco, o el amientocon que lo tiran. El amiento es de palo, de dostercias en largo, con el cual tiran el bohordo congrandísima pujanza, que se ha visto pasar unhombre armado con una cota. Esta arma fue enel Perú la más temida de los españoles que otracualquiera que los indios tuviesen, porque lasflechas no fueron tan bravas como las de laFlorida.

El bohordo o tiradera con que hirieron anuestro español, de quien íbamos hablando,tenía tres arpones en lugar de uno, como lostres dedos más largos de la mano. El arpón deen medio era una cuarta más largo que los delos lados, y así pasó en el muslo de una banda aotra; y los colaterales quedaron clavados enmedio de él y para sacarlos forzosamente fuemenester hacer gran carnicería en el muslo delpobre español, porque eran arpones y nopuntas lisas. Y de tal manera fue la carnicería,que antes que le curasen expiró, no sabiendo el

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triste de quién más se quejar, si del enemigoque le había herido o de los amigos que lehabían apresurado la muerte.

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CAPÍTULO XIHacen a la vela los españoles, y el suceso delos primeros veinte y tres días de su navega-ción

Pues aún no hemos salido del Río Grande,de cuyas canoas hemos dicho largo en loscapítulos pasados, será bien decir aquí ladestreza y maña que los naturales de toda latierra de la Florida tienen para volver a poneren su punto una canoa cuando en las batallasnavales, o en sus pesquerías, o como quiera quesea, se les trastorna lo de abajo arriba, que senos olvidó de decirlo en su lugar. Y así que,como ellos sean grandísimos nadadores, latoman entre doce o trece indios, más o menos,según el grandor de la canoa, y la vuelven aenderezar bocayuso, y así sale llena de agua.Todos los indios a una dan un vaivén a la canoay, como el agua al ir de la canoa se recoge aaquella banda, en continente la hurtan con el

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vaivén a la contraria, y cae el agua fuera, demanera que a dos vaivenes de éstos no le quedagota de agua a la canoa y los indios se vuelvena entrar dentro. Todo lo cual hacen con tantapresteza y facilidad que apenas les hazozobrado la canoa cuando la tienen vuelta aponer en su punto, de que los nuestros seadmiraban grandemente porque por muchoque ellos lo procuraron nunca se amañaron ahacerlo.

Entretanto que los cien españoles fueron enlas canoas a pelear con los indios, los quequedaron embarcaron en las carabelas lo quede ellas habían sacado, y pudiéronlo hacer sinayuda de las canoas porque los bergantinesestaban arrimados a la madera, que dijimosestaba hecha isla, la cual no hacía otromovimiento más que alzarse con la creciente dela mar y bajarse con la menguante de ella.

Los españoles que habían ido a la refriegase volvieron a los suyos habiendo vencido yechado los enemigos de los juncales, mas, con

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recelo que tuvieron no volviesen de noche y lesechasen fuego o hiciesen otro daño alguno, seembarcaron todos en los carabelones y sefueron a la isla despoblada que estaba a la bocadel Río Grande, y surgieron en ella y saltaronen tierra y la pasearon toda, mas no hallaroncosa digna de ser contada.

Aquella noche durmieron en las carabelassobre los ferros, y, luego que amaneció,acordaron hacerse a la vela y encaminar suviaje al poniente para ir en demanda de la costade México, llevando siempre a mano derecha latierra de la Florida sin alejarse de ella. Allevantar de las anclas se les quebró unagúmena que, como era hecha de remiendos, fuemenester poco para que se quebrase. El anclaquedó perdida, porque no le habían echadoboya, y, como les era necesaria, no quisieronirse sin ella. Echáronse al agua los mejoresnadadores que había, mas por mucho quetrabajaron para la hallar no les valió sudiligencia hasta las tres de la tarde, y la

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hallaron al cabo de nueve o diez horas quehabían andado hechos buzos.

A aquella hora se hicieron a la vela sin osarengolfarse, porque no sabían dónde estaban nihacia qué parte podían encaminar paraatravesar a las islas de Santo Domingo o Cuba,porque no tenían carta de marear ni aguja niastrolabio para tomar el altura del sol niballestilla para la del norte. Sólo entendían que,siguiendo siempre la costa hacia el poniente,aunque fuese a la larga, habían de llegar a lacosta y tierra de México. Con estadeterminación navegaron toda aquella tarde yla noche siguiente y el día segundo hasta cercade puesto el sol. Y en toda aquella distanciahallaron agua dulce del Río Grande y seadmiraron los nuestros que tan adentro en lamar la hallasen dulce.

En este paso dice Alonso de Carmona estaspalabras que son sacadas a la letra: "Y asífuimos navegando la costa en la mano a pocomás o menos, porque los aderezos de la

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navegación nos los quemaron los indios o senos quemaron cuando pusimos fuego a Mabila.Y el capitán Juan de Añasco era un hombremuy curioso y tomó el astrolabio y guardolo,que como era de metal no se hizo mucho daño,y de un pergamino de cuero de venado hizouna carta de marear y de una regla hizo unaballestilla, y por ella nos íbamos rigiendo. Yvisto los marineros y otros con ellos que no erahombre de la mar ni en su vida se embarcó sinopara esta jornada, mofaban de él; y sabidocómo mofaban de él, los echó a la mar, exceptoel astrolabio. Y de otro bergantín que veníaatrás los tomaron porque la carta y la ballestillaiba atado todo. Y así caminamos, o navegamos,por mejor decir, siete y ocho días, y contemporal nos recogimos a una caleta." Hastaaquí es de Alonso Carmona.

Otros quince días continuos navegaronnuestros castellanos con buen tiempo que leshizo para su viaje, sin ofrecérseles cosa que seade contar, salvo que en estos quince días

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saltaron en tierra a tomar agua cinco veces, que,como no tenían vasijas grandes en que la llevarsino ollas y cántaros pequeños, gastábaselespresto, y ésta fue una de las principales causas,con las de la falta de instrumentos de navegar,para que no osasen atravesar a las islas nialejarse de la tierra firme, porque de tres a tresdías habían menester tomar agua. Cuando nohallaban río o fuente de donde la tomar,cavaban la tierra diez o doce pasos de la mar ya menos de una vara en hondo hallaban aguamuy dulce y en mucha cantidad, y de estamanera nunca les faltó agua en todo su viaje.

Al fin de los quince días de navegaciónllegaron adonde había cuatro o cinco isletas nolejos de tierra firme. Hallaron innumerablespájaros marinos que en ellas criaban y teníansus nidos en el suelo, y eran tantos y tan juntosque no hallaban los nuestros dónde poner lospies. Cuando volvieron a los bergantinesfueron cargados de huevos y de pájarosnuevos, y estaban tan gordos que no se podían

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comer, y así ellos como los huevos sabíanmucho a marisco.

Otro día siguiente llegaron a surgir paratomar agua en una playa muy graciosa de tierralimpia, sin juncales. Solamente había en ellaarboleda de muchos y muy grandes árbolesapartados unos de otros, que hacían un monteclaro y hermoso a la vista sin matas ni malezade monte bajo.

Algunos españoles saltaron en tierra amariscar por la ribera y hallaron en ella unasplanchas de betún negro, casi como pez, que lamar, entre sus horruras, echaba de sí. Deben deser de alguna fuente de aquel licor que entre enla mar o que nazca en ella. Las planchas eran dea ocho libras, y de a diez, y de a doce y catorce,y hallábanse en cantidad.

Viendo los castellanos el socorro que labuena dicha les ofrecía a su necesidad, porquelos carabelones iban ya haciendo agua y temíanno la hiciesen adelante en más cantidad demanera que se perdiesen, y como no sabían lo

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que les quedaba por navegar ni tenían otraesperanza para llegar a tierra de cristianos sinoel socorro de los bergantines, acordaronrepararlos, pues tenían con qué y buena playadonde los sacar a tierra.

Con esta determinación pasaron ocho díasen aquel puesto, y cada un día descargaban unbergantín y lo sacaban a tierra a fuerza debrazos, y lo breaban, y a la tarde lo volvían aechar a la mar. Y para que el betún corriese, queera sequeroso, le echaron la grosura del pocotocino que para comer llevaban, teniendo pormejor emplearlo en los navíos que en su propiasustancia, porque entendían estaba en ellos elremedio de sus vidas.

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CAPÍTULO XIIProsigue la navegación hasta los cincuenta ytres días de ella, y de una tormenta que les dio

En los ocho días que los nuestros seocuparon en dar carena a sus navíos vinierontres veces ocho indios a ellos y, llegando muypacíficamente, les dieron mazorcas de maíz ozara que traían en cantidad. Y los españoles lesdieron asimismo de las gamuzas que traían, y,con haber toda esta afabilidad entre ellos, no lespreguntaron qué tierra fuese aquélla ni cómo sellamase aquella provincia, porque no llevabanotro deseo sino de llegar a tierra de México, decuya causa no nos fue posible saber qué regiónfuese aquélla. Los indios vinieron todas tresveces con sus arcos y flechas y se mostraronmuy afables, y siempre fueron los mismos.

Pasados los ocho días que tardaron enbrear los carabelones, salieron nuestroscastellanos de aquella fresca ribera y playa

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apacible y siguieron su viaje llevando siemprecuidado de ir tierra a tierra porque algún vientonorte, que los hay en aquella costa muyfuriosos, no los engolfase en alta mar, ytambién lo hacían porque, como hemos visto,tenían necesidad de tomar agua cada tres días.

Donde hallaban buena disposición seponían a pescar porque, después queaderezaron los carabelones y gastaron el tocino,no llevaban sino maíz, sin otra cosa alguna quecomer, y la necesidad les forzaba a que unospescasen en el agua con sus anzuelos y otrossaltasen en tierra a buscar marisco, y siempretraían algo de provecho. También les obligaba adescansar pescando el mucho trabajo quellevaban en remar, porque siempre que la marsufría los remos, se remudaban en ellos todoslos que iban en los carabelones, salvo loscapitanes. Doce o trece días gastaron en vecesen las pesquerías, porque donde les iba bien depescado se detenían dos y tres días.

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Así navegaron estos españoles muchasleguas (mas no podemos decir cuántas), congrandísimo deseo de tomar el río de Palmas,que, según lo que habían navegado, les parecíaque no estaban lejos de él. Y esta esperanza ladaban y certificaban los que se jactaban decosmógrafos y grandes marineros, mas enhecho de verdad, el que de ellos más sabía nosabía en qué mar ni por cuál región navegaban,salvo que les parecía, y era así lo cierto, que,siguiendo siempre aquel viaje, al cabo, si la marno se los tragase, llegarían a tierra de México, yesta certidumbre era la que los esforzaba parasufrir y pasar el excesivo trabajo que llevaban.

Cincuenta y tres días eran pasados quenuestros españoles habían salido del RíoGrande a la mar y navegado por ella los treintade ellos y ocupádose los veinte y tres en repararlos bergantines y en descansar en las pesqueríasque hacían, cuando, al fin de ellos, se levantódespués de medio día el viento norte con laferocidad y pujanza que en aquella costa más

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que en otra parte suele correr, el cual los echabala mar adentro, que era lo que siempre habíantemido.

Las cinco carabelas, y entre ellas la delgobernador, que iban juntas, habiendoreconocido la tormenta antes que llegase, searrimaron a tierra y así, tocando en ella con losremos, navegaron buscando algún abrigodonde guarecerse del mal temporal. Las otrasdos, que eran la del tesorero Juan Gaytán, quepor muerte del buen Juan de Guzmán habíaquedado solo capitán de ella, y la de loscapitanes Juan de Alvarado y CristóbalMosquera, que no habían conocido el tiempotan bien como las otras cinco, iban algo alejadasde tierra, por el cual descuido pasaron todaaquella noche bravísima tormenta, que porhoras les crecía el viento y su braveza demanera que iban con el Credo en la boca. Y lacarabela del tesorero tuvo mayor peligro que laotra porque el árbol mayor, con un golpe deviento, se les desencajó y salió fuera de un

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mortero de palo en que iba encajado en laquilla, y con mucho trabajo y dificultad lovolvieron a él. Así anduvieron las dos carabelascontrastando toda la noche y forcejeando contrael temporal por no alejarse de tierra. Y cuandoamaneció (que entendían los nuestros seaplacara el viento con el día), se les mostróentonces más furioso y bravo, y, sin aflojar cosaalguna de su furia, los trajo ahogando hastamedio día. A esta hora vieron las dos carabelascómo las otras cinco subían por un estero o ríoarriba y que iban ya metidas en salvo y libresde aquella tormenta en que ellas quedaban, conlo cual se esforzaron a porfiar de nuevo contrael viento, por ver si pudiesen arribar donde lasotras iban, mas, por mucho que lo trabajaron,no fue posible porque el viento era proa yrecísimo, de manera que ninguna diligencia lesaprovechó para tomar el río, antes con la porfíase metían en mayor peligro, que muchas vecesse vieron zozobradas las carabelas, y todavía,con todo este peligro, porfiaron contra la

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tormenta hasta las tres de la tarde, mas, viendoque no solamente perdían el trabajo sino queaumentaban el peligro, acordaron sería menosmalo dejarse correr la costa adelante, dondepodría ser que hallasen algún remedio. Coneste acuerdo volvieron las proas al poniente ycorrieron a la bolina sin querérseles aplacar elviento cosa alguna.

Nuestros españoles andaban desnudos encueros, no más de con los pañetes, porque elagua de las olas que caían en las carabelas eratanta que las traía medio anegadas. Unosacudían a marear las velas, otros a echar elagua fuera, que, como los bergantines no teníancubierta, se quedaba dentro toda la que las olasechaban, y andaban en ella los nuestros amedios muslos.

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CAPÍTULO XIIIDe una brava tormenta que corrieron dos ca-rabelas y cómo dieron al través en tierra

Veinte y cinco o veinte y seis horas habíaque las dos carabelas corrían la tormenta quehemos dicho sin que ella se aplacase cosaalguna, antes a los que la pasaban les parecíaque crecía por horas. Y todo este tiempoanduvieron nuestros españoles resistiendo lasolas y el viento, sin dormir ni comer tan sólo unbocado porque el temor de la muerte quellevaban tan eminente les ahuyentaba lahambre y el sueño, cuando, cerca de ponerse elsol, vieron tierra por delante, la cual sedescubría de dos maneras. La que se descubríapor delante y volvía a mano derecha de comolos nuestros iban era costa blanca y parecía serde arena, porque con el viento recio que hacíaveían mudarse muchos cerros de ella de unaparte a otra con facilidad y presteza. La costa

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que volvía a mano izquierda de los nuestros semostraba negra como la pez. Entonces un mozoque se decía Francisco, de edad de veinte años,que iba en la carabela de los capitanes Juan deAlvarado y Francisco Mosquera, les dijo:"Señores, yo conozco esta costa, que henavegado por ella dos veces sirviendo de paje aun navío, aunque no conozco la tierra ni sécuya es. Aquella costa negra que parece anuestra mano izquierda es tierra de pedernal ycosta brava, y corre muy larga hasta llegar a laVeracruz. En toda ella no hay puerto ni abrigoque nos pueda socorrer, sino peña tajada ynavajas de pedernal donde, si damos al través,moriremos todos hechos pedazos entre lasondas y las peñas. La otra tierra que parece pordelante y vuelve a nuestra mano derecha escosta de arena y por eso parece blanca. Todaella es limpia y mansa, por lo cual conviene queantes que el día nos falte y la noche cierre,procuremos dar en la costa blanca, porque, si elviento nos aparta de ella y nos echa sobre la

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negra, no nos queda esperanza de escapar conlas vidas."

Los capitanes Juan de Alvarado y FranciscoMosquera mandaron que luego se diese aviso ala carabela del capitán Juan Gaytán de larelación del mozo Francisco para quepreviniesen al peligro venidero, mas las olasandaban tan altas que no consentían que los delas carabelas se hablasen ni aun se viesen.Empero, como quiera que les fue posible,pudieron entenderse por señas y por vocesdadas a trechos, una ahora y otra después,como las carabelas acertaban a descubrirsesobre las ondas para que se pudiesen ver yhablar de la una a la otra, y, de comúnconsentimiento de ambas, acordaron zabordaren la costa blanca. Sólo el tesorero Juan Gaytán,haciendo oficio de tesorero más que no decapitán, lo contradijo diciendo que no era bienperder la carabela que valía dineros. A lascuales palabras saltaron los soldados y todos auna dijeron: "¿Qué más tenéis vos en ella que

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cualquiera de nosotros? Antes tenéis menos, onada, porque, presumiendo de tesorero deemperador, no quisisteis cortar la madera, nilabrarla, ni hacer carbón para las herrerías, niayudar en ellas a batir el hierro para laclavazón, ni hacer oficio de calafate, ni otra cosaalguna de momento, que todo el trabajo quenosotros pasábamos os excusabais con el oficioreal. Pues siendo esto así, ¿qué perdéis vos enque se pierda la carabela? ¿Será mejor que sepierdan cincuenta hombres que vamos en ella?"Y no faltó quien dijese: "Mal haya quien te dioesa cuchillada por el pescuezo porque no locortó a cercén."

Habiéndose dicho estas palabras conmucha libertad, porque no se replicasen otrasni el capitán presumiese mandar en aquel caso,arremetieron los más principales soldados amarear las velas, y un portugués llamadoDomingos de Acosta echó mano del gobernalleo timón, y todos enderezaron la proa del navíoa tierra y se apercibieron de sus espadas y

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rodelas para lo que en ella se les ofreciese,y,dando bordos a una mano y a otra por nodecaer sobre la costa negra, con mucho peligroy trabajo dieron en la costa blanca poco antesque el sol se pusiese.

Porque hicimos mención de la cuchilladadel tesorero Juan Gaytán será bien, aunque noes de nuestra historia, contar aquí el sucesocomo fue. Para lo cual es de saber que nuestroJuan Gaytán era sobrino del capitán JuanGaytán, aquel que por las maravillosas hazañasque con su espada y capa en todas partes hizomereció que por excelencia le dijesen enproverbio: "Espada y capa de Juan Gaytán."Este su sobrino se halló en la guerra de Túnezcuando el emperador nuestro señor, año de mily quinientos y treinta y cinco, se la quitó alturco Barbarroja y se la dio al moro MuleyHacen que era amigo. Sobre la partija de lapresa que en aquel saco hubo, Juan Gaytán seacuchilló con otro soldado español, cuyaespada no debía ser menos buena que la de su

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tío, el cual le dio una gran cuchillada en elpescuezo, de que estuvo para morir, quedespués de sano le quedó dos dedos de hondoen señal de ella. Uno de los que se hallaron ameter paz en la pendencia reprehendió al quele había herido diciendo que lo había hecho malen haber maltratado así al sobrino del capitánJuan Gaytán, que fuera razón haberle respetadopor el nombre de su tío. A lo cual el soldado, noarrepentido de su hecho, respondió diciendo:"Ende mal, porque no era sobrino del rey deFrancia, que tanto más me holgara yo dehaberlo herido o muerto, porque tanto máshonra y fama fuera para mí." Esto contaba elmismo tesorero Juan Gaytán por dicho graciosodel que le había herido.

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CAPÍTULO XIVLo que ordenaron los capitanes y soldados delas dos carabelas

Volviendo a nuestro cuento, es así que elcapitán Juan Gaytán, sintiendo que la carabelahabía tocado en tierra, o por el enojo que teníade la contradicción que los soldados le habíanhecho, o por presumir de tener experiencia, queen semejantes peligros era menos peligrososaltar a la mar por la popa que por otra partealguna del navío, se arrojó por ella al agua y, alsalir arriba, tocó con las espaldas en el timón, y,como iba desnudo, se hirió y lastimó en ellasmalamente. Todos los demás soldadosquedaron en la carabela, la cual del primergolpe que dio en tierra, como las olas fuesentan grandes, cuando la resaca volvió a la marquedó más de diez pasos fuera del agua, mas,volviendo las olas a la combatir, la trastornarona una banda.

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Los que iban dentro saltaron luego al agua,que para andar en ella no les estorbaba la ropa.Unos acudieron por un lado y otros por otro aenderezar la carabela y tenerla derecha, porquecon los golpes de las olas no se anegase. Otrosentendieron en descargar el maíz y echar fuerala carga que traía. Otros la llevaron a tierra.Con esta diligencia en brevísimo tiempo ladescargaron toda y, como quedase liviana, ycon la ayuda de los golpes que las olas en elladaban, fácilmente la pusieron en secollevándola casi en peso y la apuntalaron para lavolver al agua si adelante fuese menester.

Lo mismo que pasó en la carabela deltesorero Juan Gaytán pasó en la de loscapitanes Juan de Alvarado y CristóbalMosquera, la cual dio en la costa apartada de laotra como dos tiros de arcabuz, y con la mismadiligencia y presteza que a la compañera, ladescargaron y sacaron a tierra. Y los capitanes ysoldados de los dos bergantines, viéndoselibres de la tormenta y peligros del mar, se

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enviaron luego a visitar los unos a los otros y asaber cómo les hubiese sucedido en elnaufragio. El mensajero de la una salió almismo punto que el de la otra, como sihubieran hecho señas, y se toparon en mediodel camino y, trocando los recaudos de lademanda y respuesta, se volvió cada cual a lossuyos con la buena relación de todos, de quelos unos y los otros hubieron mucho regocijo ydieron gracias a Dios que los hubiese librado detanto trabajo y peligro. Mas el no saber quéhubiese sido del gobernador y de los demáscompañeros les daba nueva congoja y cuidado,por ser cosecha propia de la naturaleza humanaque apenas hayamos salido de una miseriacuando nos hallemos en otra.

Para tratar lo que les conviniese hacer enaquella necesidad se juntaron luego los trescapitanes y los soldados más principales deambas carabelas, y entre todos acordaron seríabien que luego aquella noche fuese algúnsoldado diligente a saber del gobernador y de

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las carabelas que habían visto subir por elestero o río, y a darle cuenta del suceso de losdos bergantines. Mas, considerando el muchotrabajo que con la tormenta de la mar habíanpasado y que en más de veinte y ocho horasque había que la tormenta se levantó no habíancomido ni dormido y que, después que salieronde la mar, aún no habían descansado siquieramedia hora, no osaban nombrar alguno quefuese, porque les parecía gran crueldad elegirlopara nuevo trabajo y no menor temeridadenviarlo a que tan manifiestamente perecieseen el viaje, porque había de caminar aquellamisma noche trece o catorce leguas que alparecer de ellos había desde allí hasta dondehabían visto subir las carabelas, y había de irpor tierra que no conocía ni sabía si por elcamino había otros ríos o esteros, o si estabasegura de enemigos, porque, como se ha dicho,no sabían en qué región estaban.

A la confusión de nuestros capitanes ysoldados, y a las dificultades de los trabajos y

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peligros propuestos, venció el generoso yesforzado ánimo de Gonzalo CuadradoJaramillo, de quien hicimos particular menciónel día de la gran batalla de Mauvila, el cual,poniéndose delante de sus compañeros, dijo:"No embargante los trabajos pasados ni los quede presente con el eminente riesgo de la vida seofrecen, me ofrezco a hacer este viaje por elamor que al general tengo, porque soy de supatria, y por sacaros de la perplejidad en queestáis, y protesto caminar toda esta noche y noparar hasta amanecer mañana con elgobernador o morir en la demanda. Si hay otroque quiera ir conmigo y, no lo habiendo, digoque iré solo."

Los capitanes y soldados holgaron muchode ver este buen ánimo, al cual quiso semejar elde otro valiente castellano llamado FranciscoMuñoz, natural de Burgos, el cual, saliendo deentre los suyos y poniéndose al lado deGonzalo Cuadrado Jaramillo, dijo que a vivir oa morir quería acompañarle en aquel viaje.

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Luego al mismo punto, sin dilación alguna, lesdieron unas alforjuelas con un poco de maíz ytocino, lo uno y lo otro mal cocido, porque aúnno habían tenido tiempo para cocerlo bien. Coneste buen regalo y apercibidos con sus espadasy rodelas y descalzos, como hemos dicho queandaban todos, salieron a una hora de la nocheestos dos animosos soldados y caminaron todaella llevando por guía la orilla de la mar porqueno sabían otro camino, donde los dejaremospor decir lo que entre tanto hicieron suscompañeros.

Los cuales, luego que los despacharon sevolvieron a sus carabelas y en ellas durmieroncon centinelas puestas, porque no sabían siestaban en tierra de enemigos o de amigos. Y,luego que amaneció, volviéndose a juntar,eligieron tres cabos de escuadra que con cadaveinte hombres fuesen por diversas partes adescubrir y saber qué tierra fuese aquélla.Llamámoslos cabos de escuadra y no capitanespor la poca gente que llevaban. El uno de ellos

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se llamaba Antonio de Porras, el cual fue por lacosta adelante al mediodía; y el otro, que habíanombre Alonso Calvete, fue por la misma costahacia el norte, y Gonzalo Silvestre fue la tierraadentro al poniente. Todos fueron con ordenque no se alejasen mucho porque los quequedaban pudiesen socorrerles si lo hubiesenmenester. Cada uno de ellos fue con muchodeseo de traer buenas nuevas por su parte.

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CAPÍTULO XVLo que sucedió a los tres capitanes explorado-res

Los caudillos que fueron a una mano y aotra de la costa, habiendo cada cual de elloscaminado por ella más de una legua, sevolvieron a los suyos, y los unos trajeron unmedio plato de barro blanco de lo muy fino quese labra en Talavera, y los otros una escudillaquebrada del barro dorado y pintado que selabra en Malasa, y dijeron que no habíanhallado otra cosa y que eran muy buenasseñales y muestras de estar en tierra deespañoles, porque aquel barro, el uno y el otro,era de España, y que era prueba de lo quedecían. Con lo cual se regocijaron mucho todoslos nuestros e hicieron gran fiesta teniendo lasseñales por ciertas y dichosas conforme aldeseo de ellos.

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A Gonzalo Silvestre y a su cuadrilla que fuela tierra adentro les sucedió mejor, que,habiéndose alejado de la mar poco más de uncuarto de legua y habiendo traspuesto uncerrillo, vieron una laguna de agua dulce quebajaba más de una legua. Andaban en ellacuatro o cinco canoas de indios pescando yporque los indios no los viesen y tocasen armase encubrieron con unos árboles y caminaronpor ellos un cuarto de legua por par de lalaguna hechos ala como que buscasen liebres.Yendo así mirando con mucho cuidado yatención a una parte y a otra, vieron dos indiospor delante (espacio de dos tiros de arcabuz dedonde iban), que estaban cogiendo fruta debajode un árbol grande llamado guayabo en lenguade la isla Española y savintu en la mía del Perú.

Como los españoles los viesen, pasando lapalabra de unos a otros, se echaron en el suelopor no ser descubiertos y dieron orden que,yendo en cerco unos por una parte y otros porotra, fuesen como lagartos arrastrándose por el

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suelo y cercasen los indios de manera que no seles fuesen y que los que quedasen atrás no selevantasen de tierra hasta que los delanteroshubiesen rodeado los indios.

Con este aviso fueron todos pecho portierra y los delanteros caminaron a gatas casitres tiros de arcabuz por tomar la delantera alos indios. Y cada uno de los españoles llevabapuesta su honra en que no se fuese la caza porsu parte. Cuando los tuvieron cercados selevantaron todos a un tiempo y arremetieroncon ellos, y por mucha diligencia que hicieronse les fue uno, que se echó al agua y escapónadando.

El indio que quedó preso daba grandesvoces repitiendo muchas veces esta palabrabrezos. Los españoles, por darse prisa a volvera los suyos antes que acudiesen indios aquitarles el preso, no atendían a lo que el indiodecía, sino a salir presto de aquel lugar, y contoda prisa tomaron dos cestillas de guayabasque los indios habían cogido y un poco de zara

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que hallaron en una choza y un pavo de los detierra de México, que en el Perú no los había, yun gallo y dos gallinas de las de España y unpoco de conserva hecha de unas pencas de unárbol llamado maguey, que son como pencasde cardo, del cual árbol hacen los indios de laNueva España muchas cosas, como vino,vinagre, miel y arrope, de un cierto licor dulceque las hojas, quitado el tronco, echan a ciertotiempo del año, y las pencas tiernas, cocidas ypuestas al sol, son sabrosas de comer yasemejan en la vista al calabazate, aunque notienen que ver con él en bondad. De las mismaspencas, que son como las del cardo, sazonadasen su árbol, hacen los indios cáñamo, y es muyrecio y bueno, y del palo del maguey, que encada pie no nace más de uno, a semejanza delas cañahejas de España, que así es la maderafofa aunque la corteza es dura, se sirven paraenmaderar sus casas donde hay falta de otramejor madera.

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Todo lo que hemos dicho que hallaron loscastellanos en la choza llevaron consigo, y elindio preso bien asido porque no se les huyese.Al cual, por señas y por palabras españolas,preguntaban diciendo: "¿Qué tierra es ésta ycómo se llama?" El indio por los ademanes quele hacían como a un mudo entendía qué lepreguntaban, mas por las palabras no entendíaqué era lo que le preguntaban y, no sabiendoqué responder, repetía la palabra brezos, ymuchas veces, pronunciando mal, decía bredos.

Los españoles, como no respondía apropósito, le decían: "Válgate el diablo, perro,¿para qué queremos bledos?" El indio queríadecir que era vasallo de un español llamadoCristóbal de Brezos y como con la turbación noacertase a decir Cristóbal y dijese unas vecesbrezos y otras bredos no podían entenderle loscastellanos, y así se lo llevaron dándole prisaantes que se lo quitasen, para despuéspreguntarle despacio lo que querían saber deél.

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A propósito del preguntar de los españolesy del mal responder del indio (porque no seentendían los unos a los otros), habíamospuesto en este lugar la deducción del nombrePerú, que, no lo teniendo aquellos indios en sulenguaje, se causó de otro paso semejantísimo aéste, y por haberse detenido la impresión deeste libro más de lo que yo imaginé, lo quité deeste lugar y lo pasé al suyo propio, donde sehallará muy a la larga con otros muchosnombres puestos a caso, porque ya en aquellahistoria, con el favor divino, este año deseiscientos y dos, estamos en el postrer cuartode ella y esperamos saldrá presto.

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CAPÍTULO XVISaben los españoles que están en tierra deMéxico

Gonzalo Silvestre y los veinte compañerosde su cuadrilla, con el indio que habían preso,caminaron aprisa haciéndole preguntas malentendidas por el indio y sus respuestas peorinterpretadas por los españoles. Y asíanduvieron hasta que llegaron a la costa dondelos demás compañeros estaban haciendo granfiesta y regocijo con los pedazos de plato yescudilla que los otros exploradores habíantraído. Mas como luego viesen el pavo y lasgallinas y la fruta y el demás recaudo queGonzalo Silvestre y los suyos llevaban no sepudieron contener a no hacer extremos dealegría dando saltos y brincos como locos. Ypara mayor contento de todos sucedió que elcirujano que les había curado había estado enMéxico y sabía algo de la leguna mexicana, y en

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ella habló al indio diciendo: "¿Qué son éstas?",y eran unas tijeras que tenía en la mano.

El indio, que habiendo reconocido que eranespañoles estaba ya más en sí, respondió enespañol "tiselas." Con esta palabra, aunque malpronunciada, acabaron de certificarse losnuestros que estaban en tierra de México, y conel regocijo de entenderlo así a porfía abrazabany daban paz en el rostro a Gonzalo Silvestre y alos de su cuadrilla, y en brazos los levantabanen alto hasta ponerlos sobre sus hombros ytraerlos paseando, diciéndoles grandezas yloores sin tiento ni cuenta, como si a cada unode ellos le hubieran traído el señorío de Méxicoy de todo su imperio.

Pasada la fiesta solemne y solemnísima desu regocijo, preguntaron con más quietud ymás de propósito al indio qué tierra fueseaquélla y qué río o estero por el que habíaentrado el gobernador con las cinco carabelas.

El indio dijo: "Esta tierra es de la ciudad dePánuco y vuestro capitán general entró en el río

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de Pánuco, que entra en la mar doce leguas deaquí, y otras doce el río arriba está la ciudad, ypor tierra hay de aquí a ella diez leguas. Y yosoy vasallo de un vecino de Pánuco llamadoCristóbal de Brezos. Una legua de aquí, pocomás, está un indio señor de vasallos que sabeleer y escribir, que desde su niñez se crió con elclérigo que nos enseña la doctrina cristiana. Siqueréis que vaya a llamarle, yo iré por él, quesé que vendrá luego, el cual os informará detodo lo que más quisiereis saber."

Los españoles holgaron de haber oído labuena razón del indio y le regalaron y dierondádivas de lo que traían, y luego lodespacharon para el cacique y le avisaron lestrajese o enviase recado de papel y tinta paraescribir.

El indio se dio tanta prisa e hizo tan buenadiligencia en su viaje, que en menos de cuatrohoras volvió con el curaca, el cual, comosupiese que navíos de españoles habían dado altravés en su tierra, quiso visitarlos

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personalmente y llevarles algún regalo, y asítrajo ocho indios cargados con gallinas de lasde España, y con pan de maíz, y con fruta ypescado, y con tinta y papel, porque él sepreciaba de saber leer y escribir y lo estimabaen mucho.

Todo lo que traía presentó a los españoles ycon mucho amor les ofreció su persona y casa.Los nuestros le agradecieron su visita y regalosy en recompensa le dieron de las gamuzas quetraían, y luego despacharon al gobernador unindio con una carta en que le daban cuenta detodo lo por ellos hasta entonces sucedido, y lepedían orden para adelante.

El cacique se estuvo todo el día con losespañoles haciéndoles preguntas de los casos yaventuras acaecidas en su descubrimiento,holgando mucho de los oír, admirado de losver tan negros, secos y rotos, que en suspersonas y hábito mostraban bien los trabajosque habían pasado. Ya cerca de la noche sevolvió a su casa y, en seis días que los

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españoles estuvieron en aquella playa, losvisitó cada día trayéndoles siempre regalos delo que en su tierra había.

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CAPÍTULO XVIIJúntanse los españoles en Pánuco. Nacencrueles pendencias entre ellos y la causa porqué

Gonzalo Cuadrado Jaramillo y sucompañero Francisco Muñoz, que dejamoscaminando por la costa, no pararon en toda lanoche y al amanecer llegaron a la boca del ríode Pánuco, donde supieron que el gobernadory sus cinco carabelas habían entrado asalvamento y subían por el río arriba.Alentados con esta buena nueva, no quisieronparar a descansar, antes, con haber caminadoaquella noche doce leguas sin descansar, sedieron más prisa en su viaje y caminaron otrastres leguas y llegaron a las ocho de la mañanadonde el gobernador y los suyos estaban conmucha pena y tristeza del temor que tenían nose hubiesen anegado las dos carabelas quehabían quedado en la gran tormenta de la mar,

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la cual no había cesado aún, ni se aplacó enotros cinco días después.

Mas con la presencia y relación de los dosbuenos compañeros trocaron la pena y congojaen contento y alegría, dando gracias a Dios quelos hubiese librado de muerte. Y el díasiguiente recibieron la carta que el indio lesllevó, a la cual respondió el gobernador que,habiendo descansado lo que bien les estuviese,se fuesen a la ciudad de Pánuco, donde losesperaba para que entre todos se diese orden ensus vidas.

Pasados ocho días después del naufragio sejuntaron todos nuestros españoles con sugobernador en Pánuco, y eran casi trescientos.Los cuales fueron muy bien recibidos de losvecinos y moradores de aquella ciudad que,aunque pobres, les hicieron toda la cortesía ybuen hospedaje que les fue posible, porqueentre ellos había caballeros muy nobles que sedolieron de verlos tan desfigurados, negros,flacos y secos, descalzos y desnudos, que no

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llevaban otros vestidos sino de gamuza ycueros de vaca, de pieles de osos y leones y deotras salvajinas, que más parecían fieras ybrutos animales que hombres humanos.

El corregidor dio luego aviso al visorreydon Antonio de Mendoza, que residía enMéxico, sesenta leguas de Pánuco, de cómohabían salido de la Florida casi trescientosespañoles de mil que en ella habían entrado conel adelantado Hernando de Soto. El visorreyenvió a mandar al corregidor que los regalase ytratase como a su propia persona y, cuandoestuviesen para caminar, les diese todo buenaviamiento y se los enviase a México.

En pos de este recaudo envió camisas yalpargatas y cuatro acémilas cargadas deconservas y otros regalos y medicinas deenfermos para nuestros españoles, entendiendoque iban dolientes, mas ellos llevaban sobra desalud y falta de todo lo demás necesario a lavida humana.

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En este lugar dice la relación de Juan Coles,y la de Alonso de Carmona, que la Cofradía dela Caridad de México envió estos regalos pororden del visorrey.

Es de saber ahora que como el general Luisde Moscoso de Alvarado y sus capitanes ysoldados se hallasen juntos y hubiesendescansado de diez o doce días en aquellaciudad, y los más discretos y advertidoshubiesen considerado con atención la viviendade los moradores de ella, que entonces eraharto miserable porque no tenían minas de oroni plata ni otras riquezas que lo valiesen, sinoun comer tasado de lo que la tierra daba y uncriar algunos pocos caballos para los vender alos que de otras partes fuesen a comprarlos, yque los más de ellos vestían mantas de algodón,que pocos traían ropa de Castilla, y que losvecinos más ricos y principales señores devasallos no tenían más caudal del que hemosdicho, con algunos principios de criar ganadoen muy poca cantidad, y que se ocupaban en

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plantar morales para criar seda y en ponerotros árboles frutales de España para gozar desus frutos el tiempo adelante, y que conforme alo dicho era el demás menaje y aparato de casa,y que las casas en que vivían todas eran pobresy humildes y las más de ellas de paja; en sumanotaron que todo cuanto en el pueblo habíanvisto no era más que un principio de poblar ycultivar miserablemente una tierra que conmuchos quilates no era tan buena como la queellos habían dejado y desamparado y que, enlugar de las mantas de algodón que los vecinosde Pánuco vestían, podían ellos vestir de muyfinas gamuzas de muchas y diversas colorescomo al presente las traían, y podían traercapas de martas y de otras muy lindas ygalanas pellejinas que, como hemos dicho, lashabía hermosísimas en la Florida, y que notenían necesidad de plantar morales para criarseda pues los habían hallado en tanta cantidad,como se ha visto, con la demás arboleda denogales de tres maneras, ciruelos, encinas y

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roble, y la abundancia de uvas que hallabanpor los campos.

A este comparar de unas cosas a otras seacrecentaba la memoria de las muchas y buenasprovincias que habían descubierto, quesolamente en las que se han nombrado soncuarenta, sin las olvidadas y otras cuyosnombres no habían procurado saber.Acordábaseles la fertilidad y abundancia detodas ellas, la buena disposición que teníanpara producir las mieses, semillas y legumbresque de España les llevasen y la comodidad depastos, dehesas, montes y ríos que tenían paracriar y multiplicar los ganados que quisiesenecharles.

Últimamente traían a la memoria la muchariqueza de perlas y aljófar que habíandespreciado y las grandezas en que se habíanvisto, porque cada uno de ellos habíapresumido ser señor de una gran provincia.Cotejando, pues, ahora aquellas abundancias yseñoríos con las miserias y poquedades

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presentes, hablaban unos con otros susimaginaciones y tristes pensamientos y, congran dolor de corazón y lástima que de sípropios tenían, decían: "¿No pudiéramosnosotros vivir en la Florida como viven estosespañoles en Pánuco? ¿No eran mejores lastierras que dejamos que éstas en que estamos?¿Donde, si quisiéramos parar y poblar,estuviéramos más ricos que estos nuestroshuéspedes? ¿Por ventura tienen ellos másminas de oro y plata que nosotros hallamos nilas riquezas que despreciamos? ¿Es bien quehayamos venido a recibir limosna y hospedajede otros más pobres que nosotros pudiendonosotros hospedar a todos los de España? ¿Esjusto ni decente a nuestra honra que de señoresde vasallos que pudiéramos ser hayamosvenido a mendigar? ¿No fue mejor habermuerto allí que vivir aquí?"

Con estas palabras y otras semejantes,nacidas del dolor del bien que habían perdido,se encendieron unos contra otros en tanto furor

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y saña que, desesperados del pesar de haberdesamparado la Florida, donde tantas riquezaspudieran tener, dieron en acuchillarse unos conotros con rabia y deseo de matarse. Y la mayorira y rencor que cobraron fue contra losoficiales de la Hacienda Real y contra loscapitanes y soldados nobles y no noblesnaturales de Sevilla, porque éstos habían sidolos que, después de la muerte de Hernando deSoto, más habían instado en que dejasen laFlorida y saliesen de ella, y los que más habíanporfiado y forzado a Luis de Moscoso a haceraquel largo viaje que hicieron hasta la provinciade los Vaqueros, en el cual camino, comoentonces se vio, padecieron tantasincomodidades y trabajos que murieron latercia parte de ellos y de los caballos, la cualfalta causó la última perdición de todos ellosporque los necesitó y forzó a que con brevedadse saliesen de la tierra y no pudiesen esperar nipedir el socorro que el adelantado Hernando deSoto pensaba pedir enviando los dos

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bergantines que había propuesto enviar por elRío Grande abajo a dar noticia a México y a lasislas de Cuba y Santo Domingo y Tierra Firmede lo que había descubierto en la Florida paraque le enviaran socorro para poblar la tierra. Elcual socorro, por la capacidad que el RíoGrande tiene para entrar y salir por él cualquiernavío y armada, se les pudiera haber dado conmucha facilidad.

Todo lo cual, bien mirado y consideradopor los que habían sido de parecer contrario,que llevando adelante los propósitos delgobernador Hernando de Soto asentasen ypoblasen en la Florida, viendo ahora porexperiencia la razón que entonces tuvieron dequedarse y la que al presente tenían deindignarse contra los oficiales y contra los de suvalía, se encendieron en tanto furor que,habiéndoles perdido el respeto, andaban acuchilladas tras ellos de tal manera que hubomuertos y heridos, y los capitanes y oficialesreales no osaban salir de sus posadas, y los

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soldados andaban tan sañudos unos contraotros, que todos los de la ciudad no podíanapaciguarlos. Estos y otros efectos se causan delas determinaciones hechas sin prudencia niconsejo.

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CAPÍTULO XVIIICómo los españoles fueron a México y de labuena acogida que aquella insigne ciudad leshizo

El corregidor de Pánuco, viendo tantadiscordia entre nuestros españoles y que de díaen día iba creciendo sin poderla remediar, diocuenta de ello al visorrey don Antonio deMendoza, el cual mandó que con brevedad losenviase a México en cuadrillas de diez en diez yde veinte en veinte, advirtiendo que los quefuesen en una cuadrilla fuesen todos de unbando, y no contrarios, porque no se matasenpor el camino.

Con esta orden y mandato salieron dePánuco al fin de los veinte y cinco días quehabían entrado en ella. Por los caminos salían averlos así castellanos como indios engrandísimo concurso y se admiraban de verespañoles a pie, vestidos de pieles de animales

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y descalzos en piernas, porque los mejorlibrados de ellos habían medrado poco más quelos alpargates que les dieron en limosna.Espantábanse de verlos tan negros ydesfigurados, y decían que bien mostraban ensu aspecto los trabajos, hambre, miserias ypersecuciones que habían padecido. Las cualescosas ya la fama, haciendo su oficio, congrandes voces las había pregonado por todo elreino, por lo cual indios y españoles, conmucho amor y grandes caricias, loshospedaban, servían y regalaban por el caminohasta que en sus cuadrillas, como iban,entraron en la famosísima ciudad de México, laque por sus grandezas y excelencias tiene hoyel nombre y monarquía de ser la mejor de todaslas del mundo. En ella fueron recibidos yhospedados así del visorrey como de los demásvecinos, caballeros y hombres ricos de laciudad, con tanto aplauso que los llevaban decinco en cinco y de seis en seis a sus casas, a

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porfía unos de otros, y los regalaban como sifueran sus propios hijos.

Juan Coles dice en este paso que uncaballero principal vecino de México llamadoJaramillo llevó a su casa diez y ocho hombres,todos de Extremadura, y que los vistió de pañoveinticuatreno de Segovia, y que a cada uno lesdio cama de colchones, sábanas y frazadas yalmohadas, peine y escobilla, y todo lo demásnecesario para un soldado; y que toda la ciudadse doliese mucho de verlos venir vestidos degamuzas y cueros de vaca, y que les hicieronesta honra y caridad por los muchos trabajosque supieron habían pasado en la Florida, y,por el contrario, no quisieron hacer mercedalguna a los que habían ido con el capitán JuanVázquez Coronado, vecino de México, adescubrir las siete ciudades, porque sinnecesidad alguna se habían vuelto a México sinquerer poblar, los cuales habían salido pocoantes que los nuestros. Todas estas palabras sonde la relación de Juan Coles, natural de Zafra, y

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con ella confirma en todo la de Alonso deCarmona, y añade que entre los que llevóJaramillo a su casa llevó un deudo suyo. Debióde ser nuestro Gonzalo Cuadrado Jaramillo.

Y porque se vea cuán conformes van estostestigos de vista en muchos pasos de susrelaciones, me pareció poner aquí las palabrasde Alonso de Carmona, como he puesto las deJuan Coles, que son éstas: "Ya tengo dicho quesalimos de Pánuco en camaradas de a quince yde a veinte soldados, y así entramos en la granciudad de México. Y no entramos en un díasino en cuatro, porque entraba cada camaradade por sí. Y fue tanta la caridad que en aquellaciudad nos hicieron, que no lo sabré aquíexplicar, porque, en entrando que entraba lacamarada de los soldados, salían luego aquellosvecinos a la plaza, y el que más aína llegaba lotenía a gran dicha, porque todos querían hacerel uno más que el otro, y así los llevaban a sucasa y les daban a cada uno su cama y luegomandaban traer el paño que les bastase para

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vestirlos de veinticuatreno negro de Segovia, ylos vestían, y les daban todo lo demásnecesario, que eran camisas dobladas, jubones,gorras, sombreros, cuchillos, tijeras, paños detocar y bonetes, hasta peines con que sepeinasen. Y después de haberles vestido, lossacaban consigo un domingo a misa y, despuésde haber comido con ellos, les decían:"Hermanos, la tierra es larga, donde podréisaprovecharos. Cada uno busque su remedio."Estaba allí un vecino extremeño que se llamabaJaramillo. Este salió a la plaza y halló unacamarada de veinte soldados, y en ellos veníaun deudo suyo, y lo hizo con todos muy bien,que ninguno le hizo ventaja. Todos los de micamarada determinamos de ir a besar lasmanos al visorrey don Antonio de Mendoza y,aunque otros vecinos nos llevaban a sus casas,no quisimos ir con ellos. El cual, después dehaberle besado las manos, mandó que nosdiesen de comer, y nos aposentaron en una salagrande, y a cada uno dieron su cama de

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colchones, sábanas, almohadas y frazadas, ytodo esto nuevo. Y mandó que no saliésemosde allí hasta que nos vistiesen y, después devestidos, le besamos las manos y salimos de sucasa agradeciéndole la merced y caridad quenos había hecho. Y nos fuimos todos al Perú, notanto por sus riquezas como por alteracionesque en él había, cuando Gonzalo Pizarroempezó a hacerse gobernador y señor de latierra." Con esto acabó Alonso de Carmona larelación de su peregrinación, y todas éstas sonpalabras suyas sacadas a la letra.

El visorrey, como tan buen príncipe, atodos los nuestros que iban a comer a su mesalos asentaba con mucho amor sin hacerdiferencia alguna del capitán al soldado, ni delcaballero al que no lo era, porque decía que,pues todos habían sido iguales en las hazañas ytrabajos, también lo debían ser en la poca honraque él les hacía. Y no solamente los honró en sumesa y en su casa, mas por toda la ciudadmandó apregonar que ninguna otra justicia,

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sino él, conociese de los casos que entre losnuestros acaeciesen. Y esto hizo, además dequererlos honrar y favorecer, porque supo queun alcalde ordinario había preso y puesto en lacárcel pública a dos soldados de la Florida quese habían acuchillado por las pendencias queentre todos ellos en Pánuco nacieron. Las cualesse volvieron a encender en México con mayoreshumos y fuegos de ira y rencor por la muchaestima que vieron hacer a los caballeros yhombres principales y ricos de aquella ciudadde las cosas que de la Florida sacaron, comoeran las gamuzas finas de todas colores, porquees verdad que, luego que las vieron, hicieron deellas calzas y jubones muy galanos.

Asimismo estimaron en mucho las pocasperlas y algunas sartas de aljófar que habíantraído, porque eran de mucho precio y valor.Mas cuando vieron las mantas de martas y delas otras pellejinas que los nuestros llevaron, lasestimaron sobre todo, y, aunque por haberservido de colchones y frazadas, a falta de otra

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ropa, estaban resinosas y llenas de la brea delos navíos y sucias del polvo y lodo que habíanrecibido de que las habían hollado y arrastradopor el suelo, las hicieron lavar y limpiar porqueeran en extremos buenas, y con ellas aforrabanel mejor vestido que tenían y las sacaban aplaza por gala y presea muy rica. Y el que nopodía alcanzar aforro entero de capa o sayo secontentaba con un collar de martas o de otrapellejina, la cual traía descubierta con lalechuguilla de la camisa por cosa de muchovalor y estima. Todo lo cual era para losnuestros causa de mayor desesperación, dolor yrabia, viendo que hombres tan principales yricos hiciesen tanto caudal de lo que elloshabían menospreciado. Acordábaseles que sinconsideración alguna hubiesen desamparadotierras que tanto trabajo les había costado eldescubrirlas y donde en tanta abundancia habíaaquellas cosas y otras tan buenas. Traían a lamemoria las palabras que el gobernadorHernando de Soto les dijo en Quiguate acerca

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del motín que en Mauvila se había tratado deirse a México desamparando la Florida, que,entre otras, les dijo: "¿A qué queréis ir aMéxico? ¿A mostrar la poquedad y vileza devuestros ánimos que, pudiendo ser señores deun reino tan grande, donde tantas y tanhermosas provincias habéis descubierto yhollado, hubiésedes tenido por mejor(desamparándolas por vuestra pusilanimidad ycobardía) iros a posar a casa extraña y comer amesa ajena pudiéndola tener propia parahospedar y hacer bien a otros muchos?" Lascuales palabras parece fueron pronóstico muycierto de la pena y dolor que al presente lesatormentaba, por lo cual se mataban acuchilladas sin respeto ni memoria de lacompañía y hermandad que unos con otroshabían tenido. Y en estas pendencias hubo enMéxico también, como en Pánuco, algunosmuertos y muchos heridos.

El visorrey los aplacaba con toda suavidady blandura viendo que tenían sobra de razón, y

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para les consolar les prometía y daba supalabra de hacer la misma conquista si ellosquisiesen volver a ella. Y es verdad que,habiendo oído las buenas calidades del reino dela Florida, deseó hacer aquella jornada, y así amuchos capitanes y soldados de los nuestrosdio renta de dineros y ayudas de costa y oficiosy cargos en que se entretuviesen u ocupasenentre tanto que se apercibiese la jornada.Muchos lo recibieron y muchos no quisieronpor no obligarse a volver a tierra que habíanaborrecido, y también porque tenían puestoslos ojos en el Perú, como parece por el cuentosiguiente que pasó en aquellos mismos días yfue así. Un soldado llamado Diego de Tapia,que yo después conocí en el Perú, donde en lasguerras contra Gonzalo Pizarro, don Sebastiánde Castilla y Francisco Hernández Girón sirviómuy bien a Su Majestad, mientras le hacían devestir andaba por la ciudad de México vestidotodo de pellejos como había salido de laFlorida, y como un ciudadano rico le viese en

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aquel hábito y él fuese pequeño de cuerpo,pareciéndole que debía ser de los muydesechados, le dijo: "Hermano, yo tengo unaestancia de ganado cerca de la ciudad, donde siqueréis servirme podréis pasar la vida conquietud y reposo, y daros he salariocompetente." Diego de Tapia, con un semblantede león, o de oso, cuya piel por ventura traeríavestida, respondió diciendo: "Yo voy ahora alPerú, donde pienso tener más de veinteestancias. Si queréis iros conmigo sirviéndome,yo os acomodaré en una de ellas de manera quevolváis rico en muy breve tiempo." Elciudadano de México se retiró sin hablar máspalabra, por parecerle que a pocas más nolibraría bien de su demanda.

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CAPÍTULO XIXDan cuenta al visorrey de los casos más nota-bles que en la Florida sucedieron

Entre los vecinos y caballeros principalesde México que llevaron a los nuestros ahospedar a sus casas acertó el fator Gonzalo deSalazar, de quien al principio de esta historiahicimos mención, a llevar a Gonzalo Silvestre, yhablando con él de muchas cosas acaecidas eneste descubrimiento, vinieron a tratar delprincipio de su navegación y lo que les acaecióla primera noche de ella cuando salieron de SanLúcar: de cómo se vieron los dos generales enpeligro de ser hundidos. En este discurso vino asaber el fator que era Gonzalo Silvestre el quehabía mandado tirar los dos cañonazos que asu nao tiraron por haberse adelantado de laarmada y puéstose a barlovento de la capitana,como largamente lo tratamos en el primer librode esta historia, por lo cual de allí adelante le

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hizo más honra diciendo que lo había hechocomo buen soldado, aunque también dijo queholgara ver al gobernador Hernando de Sotopara le hablar sobre lo que aquella noche habíapasado.

Después supo el fator de otros soldados labuena suerte que Gonzalo Silvestre había hechoen la provincia de Tula, del indio que partiópor la cintura de una cuchillada y, viendo laespada, que era antigua, de las que ahorallamamos viejas, se la pidió para ponerla en surecámara por joya de mucha estima. Y, cuandosupo que el listón o pendón de martas finasguarnecido de perlas y aljófar que dijimoshabía ganado en el pueblo donde tomaroncomida viniendo por el Río Grande abajo,donde desampararon los caballos por la prisaque los indios les dieron, lo había dado enPánuco a su huésped en recompensa delhospedaje que le había hecho, le pesó diciendoque, por sólo tener en su recámara una cosa tancuriosa como era el pendón, le diera mil y

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quinientos pesos por él, porque en efecto era elfator curiosísimo de cosas semejantes.

Por otra parte, toda la ciudad de México encomún, y el visorrey y su hijo don Francisco deMendoza en particular, holgaban mucho de oírlos sucesos del descubrimiento, y así pedían selos contasen sucesivamente. Admiráronsecuando oyeron contar los tormentos tantos ytan crueles que a Juan Ortiz había dado su amoHirrihigua y de la generosidad y excelencias deánimo del buen Mucozo, de la terrible soberbiay braveza de Vitachuco, de la constancia yfortaleza de sus cuatro capitanes y de los tresmozos hijos de señores de vasallos que sacaroncasi ahogados de la laguna. Notaron la fiereza ylo indomables que se mostraron los indios de laprovincia de Apalache, la huida de su caciquetullido y los casos extraños que en trances dearmas en aquella provincia acaecieron, con lamuy trabajosa jornada que al ir y volver a ellalos treinta caballeros hicieron.

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Maravilláronse de la gran riqueza deltemplo de Cofachiqui, de sus grandezas ysuntuosidad y abundancia de diversas armas,con la multitud de perlas y aljófar que en élhallaron y la hambre que antes de llegar a élpasaron en los desiertos. Holgáronse de oír lacortesía, discreción y hermosura de la señora deaquella provincia Cofachiqui, y de loscomedimientos y grandezas, y el ofrecer suestado el curaca Coza para asiento de losespañoles. Espantáronse de la disposición degigante que el cacique Tascaluza tenía y de lade su hijo, semejante a la de su padre, y de lasangrienta y porfiada batalla de Mauvila y de larepentina de Chicaza, y de la mortandad dehombres y caballos que estas dos batallas hubo,y de la del fuerte de Alibamo. Gustaron de lasleyes contra las adúlteras. Dioles pena lanecesidad de la sal que los nuestros pasaron yla horrible muerte que la falta de ella lescausaba, y la muy larga e inútil peregrinaciónque hicieron por la discordia secreta que entre

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los españoles se levantó, de cuya causa dejaronde poblar. Estimaron en mucho la adoraciónque a la cruz se le hizo en la provincia deCasquin y el apacible y regalado invierno quetuvieron en Utiangue. Abominaron lamonstruosa fealdad que los de Tulaartificiosamente en sus cabezas y rostros hacen,y la fiereza de sus ánimos y condiciónsemejante a la de sus figuras.

Dioles mucho dolor la muerte delgobernador Hernando de Soto. Hubieronlástima de los dos entierros que le hicieron, y,en contrario, holgaban mucho de oír sushazañas, su ánimo invencible, su prontitudpara las armas y rebatos, su paciencia en lostrabajos, su esfuerzo y valentía en pelear, sudiscreción, consejo y prudencia en la paz y en laguerra. Y, cuando dijeron al visorrey laintención que la muerte le atajó de enviar dosbergantines por el Río Grande abajo a pedirsocorro a su excelencia y cómo (por lo que ellosvieron navegando hasta la mar) se le pudiera

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haber dado con mucha facilidad, lo sintiógrandemente y culpó mucho al general ycapitanes que habían quedado que no hubiesenproseguido y llevado adelante los propósitosdel gobernador Hernando de Soto, pues eranen tanto provecho y honra de todos ellos, yafirmaba con grandes juramentos que él mismofuera el socorro hasta la boca del Río Grande,porque fuera más en breve y mejor aviado, ytodos los caballeros y gente principal de laciudad de México decían lo mismo.

También holgaba el visorrey de oír lahermosura y buena disposición que en comúnlos naturales de la Florida tienen, el esfuerzo yvalentía de los indios, la ferocidad y destrezaque en tirar sus arcos y flechas muestran, lostiros tan extraños y admirables que con ellashicieron, la temeridad de ánimo que muchos deellos en singular mostraron y la que todos encomún tienen, la guerra perpetua que unos aotros se hacen, el punto de honra que enmuchos de los caciques hallaron, la fidelidad

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del capitán general Anilco, el desafío que hizoel cacique de Guachoya, la liga deQuigualtanqui con los diez caciques con élconjurados, el castigo que a sus embajadores seles dio, el trabajo que los nuestros pasaron enhacer los siete bergantines, la brava crecientedel Río Grande, el embarcarse los españoles, lamultitud y hermosura de canoas que sobreellos amanecieron, la cruel persecución que leshicieron hasta echarlos fuera de todos susconfines.

Quiso asimismo el visorrey saberparticularmente las calidades de la tierra de laFlorida. Holgó mucho oír que hubiese en ellatanta abundancia de árboles frutales de los deEspaña, como ciruelos de muchas maneras,nogales de tres suertes --y la una suerte de ellascon nueces tan aceitosas que, apretada lamedula entre los dedos, corría aceite por ellos--,tanta cantidad de bellotas de encina y roble, lahermosura y muchedumbre de los morales, lafertilidad de las parrizas con las muchas y muy

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buenas uvas que llevan. Finalmente holgabamucho de oír el visorrey la grandeza de aquelreino, la comodidad que tiene para criar todasuerte de ganado y la fertilidad de la tierra paralas mieses, semillas, frutas y legumbres, paralas cuales cosas crecía el deseo del visorrey dehacer la conquista, mas, por mucho que lotrabajó, no pudo acabar con la gente que habíasalido de la Florida que se quedase en Méxicopara volver a ella, antes, dentro de pocos díasque en ella habían entrado, se derramaron pormuchas partes, como luego veremos.

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CAPÍTULO XXNuestros españoles se derramaron por diver-sas partes del mundo, y lo que Gómez Arias yDiego Maldonado trabajaron por saber nue-vas de Hernando de Soto

El contador Juan de Añasco y el tesoreroJuan Gaytán y los capitanes Baltasar deGallegos y Alonso Romo de Cardeñosa y AriasTinoco y Pedro Calderón y otros de menoscuenta se volvieron a España, eligiendo pormejor venir pobres a ella que no quedar en lasIndias, por el odio que les habían cobrado, asípor el trabajo que en ellas habían pasado comopor lo que de sus haciendas habían perdido,habiendo sido los más de ellos causa que lo unoy lo otro se perdiese sin provecho alguno.Gómez Suárez de Figueroa se volvió a la casa yhacienda de Vasco Porcallo de Figueroa y de laCerda, su padre.

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Otros que fueron más discretos se metieronen religión con el buen ejemplo que GonzaloCuadrado Jaramillo les dio, que fue el primeroque entró en ella. El cual quiso ilustrar sunobleza y sus hazañas pasadas con hacerseverdadero soldado y caballero de Jesu CristoNuestro Señor, asentándose debajo de labandera y estandarte de un maese de campo ygeneral como el seráfico padre San Francisco,en cuya orden y profesión acabó, habiendomostrado por la obra que en las religiones seadquiere la verdadera nobleza y la sumavalentía que Dios estima y gratifica. Por el cualhecho, que por haber sido de GonzaloCuadrado, fue mucho más mirado y notadoque si fuera de otro alguno, hicieron lo mismootros muchos españoles de los nuestros,entrando en diversas religiones por honrar todala vida pasada con buen fin.

Otros, y fueron los menos, se quedaron enla Nueva España, y uno de ellos fue Luis de

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Moscoso de Alvarado, que se casó en Méxicocon una mujer principal y rica deuda suya.

Los más se fueron al Perú, donde, en todolo que se ofreció en las guerras contra GonzaloPizarro y don Sebastián de Castilla y FranciscoHernández Girón, aprobaron en servicio de lacorona de España como hombres que habíanpasado por los trabajos que hemos dicho, y esasí verdad que, en respecto de los que en efectopasaron, no hemos contado la décima parte deellos.

En el Perú conocí muchos de estoscaballeros y soldados, que fueron muyestimados y ganaron mucha hacienda, mas nosé que alguno de ellos hubiese alcanzado atener indios de repartimiento como lospudieran tener en la Florida.

Y porque para acabar nuestra historia, quemediante el favor del Hacedor del Cielo nosvemos ya al fin de ella, no nos queda por decirmás de lo que los capitanes Diego Maldonado yGómez Arias hicieron después que el

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gobernador Hernando de Soto los envió a LaHabana con orden de lo que aquel verano y elotoño siguiente habían de hacer, como en sulugar se dijo. Será bien decir aquí lo que estosdos buenos caballeros, en cumplimiento de loque se les mandó y de propia obligación,trabajaron, por que la generosidad de susánimos y la lealtad que a su capitán generaltuvieron no quede en olvido, sino que se pongaen memoria para que a ellos les sea honra y alos venideros ejemplo.

El capitán Diego Maldonado, como atrásdejamos dicho, fue con los dos bergantines quetraía a su cargo a La Habana a visitar a doñaIsabel de Bobadilla, mujer del gobernadorHernando de Soto, y había de volver conGómez Arias, que poco antes había hecho lamisma jornada. Y entre los dos capitaneshabían de llevar los dos bergantines y lacarabela y los demás navíos que en La Habanapudiesen comprar y cargar de bastimentos,armas y municiones, y llevarles para el otoño

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venidero, que era del año mil y quinientos ycuarenta, al puerto de Achusi, que el mismoDiego Maldonado había descubierto, donde elgobernador Hernando de Soto había de salir,habiendo dado un gran cerco descubriendo latierra adentro. Lo cual no tuvo lugar por ladiscordia y motín secreto que el gobernadoralcanzó a saber que los suyos tramaban, decuya causa huyó de la mar y se metió la tierraadentro, por donde vinieron todos a perderse.

Pues ahora es de saber que, habiéndosejuntado Gómez Arias y Diego Maldonado enLa Habana y cumplido con la visita de doñaIsabel de Bobadilla y enviado por todasaquellas islas relación de lo que en la Floridahabían descubierto y de lo que el gobernadorpedía para empezar a poblar la tierra,compraron tres navíos y los cargaron decomida, armas y municiones, y de becerros,cabras, potros y yeguas y ovejas, trigo y cebaday legumbres, para principio de poder criar yplantar. También cargaron la carabela y los dos

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bergantines y, si tuvieran otros dos navíos más,hubiera carguío para todos, porque losmoradores de las islas de Cuba y SantoDomingo y Jamaica, por la buena relación quede la Florida habían oído y por el amor que algobernador tenían y por su propio interés, sehabían esforzado a socorrerle con lo más quehabían podido. Con las cuales cosas fueronDiego Maldonado y Gómez Arias al puerto deAchusi al plazo señalado y, no hallando en él algobernador, salieron los dos capitanes en losbergantines, cada uno por su cabo, y costearonla costa a una mano y a otra, a ver si salían poralguna parte al oriente o al poniente, y,dondequiera que llegaban, dejaban señales enlos árboles y cartas escritas metidas en huecosde ellos con la relación de lo que habían hechoy pensaban hacer el verano siguiente. Y cuandoya el rigor del invierno no les permitió navegarse volvieron a La Habana con nuevas tristes deno las haber habido del gobernador. Mas nopor eso dejaron el verano del año mil y

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quinientos y cuarenta y uno de volver a la costade la Florida y correrla toda hasta llegar a tierrade México y al Nombre de Dios y, por la bandadel oriente, hasta la tierra de Bacallaos, a ver sipor alguna vía o manera pudiesen habernuevas del gobernador Hernando de Soto, y nolas pudiendo haber se volvieron el invierno aLa Habana.

Luego, el verano siguiente del año cuarentay dos, salieron en la misma demanda y,habiendo gastado casi siete meses en hacer laspropias diligencias y forzados del tiempo, sevolvieron a invernar a La Habana. De donde,luego que asomó la primavera del año cuarentay tres, aunque los tres años pasados no habíantenido nueva alguna, volvieron a salir,porfiando en su empresa y demanda condeterminación de no desistir de ella hasta moriro saber nuevas del gobernador, porque nopodían creer que la tierra los hubieseconsumido todos, sino que algunos habían desalir por alguna parte. En la cual porfía

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anduvieron todo aquel verano y los pasados,sufriendo los trabajos e incomodidades que sepueden imaginar, que por excusar prolijidad nolas contamos en particular.

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CAPÍTULO XXIProsigue la peregrinación de Gómez Arias yDiego Maldonado

Andando, pues, con esta congoja ycuidado, llegaron a la Veracruz mediadooctubre del mismo año cuarenta y tres, dondesupieron que sus compañeros habían salido dela Florida y que eran menos de trescientos losque habían escapado, y que el gobernadorHernando de Soto había fallecido en ella contodos los demás que faltaban para cerca de milque habían entrado en aquel reino. Supieron enparticular todo el mal suceso que la jornadahabía tenido. Con estas nuevas tristes ylamentables volvieron a La Habana aquellosdos buenos y leales caballeros y se las dieron adoña Isabel de Bobadilla, la cual, como a lapena y congoja que tres años continuos habíatenido de no haber sabido de su marido se leacrecentase nuevo dolor de su muerte y del mal

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suceso de la conquista, de la destrucción ypérdida de su hacienda, de la caída de suestado y ruina de su casa, falleció poco despuésque lo supo.

Esta tragedia, digna de ser llorada por lapérdida de tantos y tan excesivos trabajos de lanación española sin provecho y aumento de supatria, fue el proceso y fin del descubrimientode la Florida que el adelantado Hernando deSoto hizo con tanto gasto de su hacienda, contanto número de caballeros nobles y soldadosvalientes, que, como otras veces hemos dicho,para ninguna otra conquista de cuantas hastahoy en el nuevo mundo se han hecho se hajuntado tan hermosa y lucida banda de gente,ni tan bien armada y arreada, ni tantos caballoscomo para ésta se juntaron. Todo lo cual seconsumió y perdió sin fruto alguno por doscausas: la primera, por la discordia que entreellos nació, por la cual no poblaron al principio,y la segunda, por la temprana muerte delgobernador, que, si viviera dos años más,

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remediara el daño pasado con el socorro quepidiera y se le pudiera dar por el Río Grande,como él lo tenía trazado.

Con lo cual pudiera ser que hubiera dadoprincipio a un imperio que fuera posiblecompetir hoy con la Nueva España y con elPerú, porque en la grandeza de la tierra yfertilidad de ella, y en la disposición que tienepara plantar y criar, no es inferior a ninguna delas otras, antes se cree que les hace ventaja,pues en riqueza ya vimos la cantidad increíblede perlas y aljófar que en sola una provincia oen un templo se hallaron, con las martas y otrosricos aforros que pertenecen solamente parareyes y grandes príncipes, sin las demásgrandezas que largamente hemos referido.

Las minas de oro y plata pudiera ser, y nolo dudo, que buscándolas de espacio sehubieran hallado, porque ni México ni el Perú,cuando se ganaron, tenían las que hoy tienen,que las del cerro de Potosí se descubrieroncatorce años después que los gobernadores don

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Francisco Pizarro y don Diego de Almagroempezaron su empresan de la conquista delPerú. Y así se pudiera haber hecho en laFlorida, y entre tanto pudieran gozar de lasdemás riquezas que, como hemos visto, tiene,pues no en todas partes hay oro ni plata y entodas viven las gentes.

Por lo cual muchas y muchas vecessuplicaré al rey nuestro señor y a la naciónespañola no permitan que tierra tan buena yhollada por los suyos y tomada posesión de ellaesté fuera de su imperio y señorío, sino que seesfuercen a la conquistar y poblar para plantaren ella la Fe Católica que profesan, como lo hanhecho los de su misma nación en los demásreinos y provincias del nuevo mundo que hanconquistado y poblado, y para que España gocede este reino como los demás, y para que él noquede sin la luz de la doctrina evangélica, quees lo principal que debemos desear, y sin losdemás beneficios que se le pueden hacer, así enmejorarle su vida moral como en perfeccionarle

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con las artes y ciencias que hoy en Españaflorecen, para las cuales los naturales de aquellatierra tienen mucha capacidad, pues sindoctrina alguna más de con el dictamennatural, han hecho y dicho cosas tan buenascomo las hemos visto y oído, que muchas vecesme pesó hallarlas en el discurso de la historiatan políticas, tan magníficas y excelentes,porque no se sospechase que eran ficcionesmías y no cosecha de la tierra, de lo cual me estestigo Dios Nuestro Señor, que no solamenteno he añadido cosa alguna a la relación que seme dio, antes confieso con vergüenza yconfusión mía no haber llegado a significar lashazañas como me las recitaron que pasaron enefecto, de que pido perdón a todo aquel reino ya los que leyesen este libro.

Y esto baste para que se dé el crédito que sedebe a quien, sin pretensión de interés niesperanza de gratificación de reyes ni grandesseñores ni de otra persona alguna más que el dehaber dicho la verdad, tomó el trabajo de

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escribir esta historia vagando de tierra en tierracon falta de salud y sobra de incomodidades,sólo por dar con ella relación de lo que haydescubierto en aquel gran reino, para que seaumente y extienda nuestra Santa Fe Católica yla corona de España, que son mi primera ysegunda intención, que, como lleven estas dos,tendrán seguro el favor divino los que fueren ala conquista, la cual Nuestro Señor encaminepara la gloria y honra de su nombre, para quela multitud de ánimas que en aquel reino vivensin la verdad de su doctrina se reduzcan a ellay no perezcan, y a mí me dé su favor y amparopara que de hoy más emplee lo que de la vidame queda en escribir la historia de los incas,reyes que fueron del Perú, el origen y principiode ellos, su idolatría y sacrificios, leyes ycostumbres, en suma, toda su república comoella fue antes que los españoles ganaran aquelimperio. De todo lo cual está ya la mayor partepuesta en el telar. Diré de los incas y, de todo lopropuesto, lo que a mi madre y a sus tías y

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parientes ancianos y a toda la demás gentecomún de la patria les oí y lo que yo deaquellas antigüedades alcancé a ver, que aúnno eran consumidas todas en mis niñeces, quetodavía vivían algunas sombras de ellas.Asimismo diré del descubrimiento y conquistadel Perú lo que a mi padre y a suscontemporáneos que lo ganaron les oí, y de estamisma relación diré el levantamiento generalde los indios contra los españoles y las guerrasciviles que sobre la partija hubo entre Pizarrosy Almagros, que así se nombraron aquellosbandos que para destrucción de todos ellos, yen castigo de sí propios, levantaron contra símismos.

Y de las rebeliones que después en el Perúpasaron diré brevemente lo que oí a los que enellas de la una parte y de la otra se hallaron, ylo que yo vi, que, aunque muchacho, conocí aGonzalo Pizarro y a su maese de campoFrancisco de Carvajal y a todos sus capitanes, ya don Sebastián de Castilla y a Francisco

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Hernández Girón, y tengo noticia de las cosasmás notables que los visorreyes, después acá,han hecho en el gobierno de aquel imperio.

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CAPÍTULO XXIIDel número de los cristianos seglares y reli-giosos que en la Florida han muerto hasta elaño de mil y quinientos y sesenta y ocho

Habiendo hecho larga mención de lamuerte del gobernador Hernando de Soto y deotros caballeros principales, como son el grancaballero y capitán Andrés de Vasconcelos,español portugués, y del buen Nuño Tovar,extremeño, y de otros muchos soldados noblesy valientes que en esta jornada murieron, comolargamente se podrá haber notado por lahistoria, me pareció que sería cosa indigna nohacer memoria de los sacerdotes, clérigos yreligiosos que con ellos fallecieron, de los queentonces fueron a la Florida y de los quedespués acá han ido a predicar la fe de la SantaMadre Iglesia Romana, que es razón que noqueden en olvido, pues así los capitanes ysoldados como los sacerdotes y religiosos

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murieron en servicio de Cristo Nuestro Señor,pues los unos y los otros fueron con un mismocelo de predicar su santo evangelio, loscaballeros para compeler con sus armas a losinfieles a que se sujetasen y entrasen a oír yobedecer la doctrina cristiana, y los sacerdotesy religiosos para les obligar y forzar con subuena vida y ejemplo a que les creyesen eimitasen en su cristiandad y religión.

Y, hablando primero los seglares, decimosque el primer cristiano que murió en estademanda fue Juan Ponce de León, primerdescubridor de la Florida, caballero natural deLeón, que en sus niñeces fue paje de PedroNúñez de Guzmán, señor de Toral. Murieronasimismo todos los que con él fueron, que,según salieron heridos de mano de los indios,no escapó ninguno. No se pudo averiguar elnúmero de ellos más de que pasaron deochenta hombres. Luego fue Lucas Vázquez deAyllón, que también murió a manos de losfloridos con más de doscientos y veinte

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cristianos que llevó consigo. Después de LucasVázquez de Ayllón fue Pánfilo de Narváez concuatrocientos españoles, de los cuales noescaparon más de cuatro. Los demás murieron,de ellos a manos de los enemigos y de ellosahogados en la mar, y los que escaparon de lamar murieron de pura hambre. Diez añosdespués de Pánfilo de Narváez fue a la Floridael adelantado Hernando de Soto y llevó milespañoles de todas las provincias de España;fallecieron más de los setecientos de ellos. Demanera que pasan de mil y cuatrocientoscristianos los que hasta aquel año han muertoen aquella tierra con sus caudillos.

Ahora resta decir de los sacerdotes yreligiosos que han muerto en ella, y de los quese tiene noticia son de los que fueron conHernando de Soto y de los que después acá hanido, porque de los que fueron con Juan Poncede León ni de los que fueron con LucasVázquez de Ayllón ni con Pánfilo de Narváezno hay memoria en sus historias como si no

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fueran. Con Hernando de Soto fueron docesacerdotes, como dijimos al principio de estahistoria, capítulo sexto. Los ocho eran clérigos ylos cuatro frailes. Los cuatro clérigos de losocho murieron el primer año que entraron en laFlorida, y por esto no retuvo la memoria losnombres de ellos. Dionisio de París, francésnatural de la gran ciudad de París, y Diego deBañuelos, natural de la ciudad de Córdoba,ambos clérigos, y fray Francisco de la Rocha,fraile de la advocación de la SantísimaTrinidad, natural de Badajoz, murieron deenfermedad en vida del gobernador Hernandode Soto, que, como no tenían médico ni botica,si la naturaleza no curaba al que caía enfermo,no tenía remedio por arte humana. Los otroscinco, que son Rodrigo de Gallegos, natural deSevilla, y Francisco del Pozo, natural deCórdoba, clérigos sacerdotes, y fray Juan deTorres, natural de Sevilla, de la orden delseráfico padre San Francisco, y fray JuanGallegos, natural de Sevilla, y Fray Luis de

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Soto, natural de Villanueva de Barcarrota,ambos de la orden del divino Santo Domingo, ytodos ellos de buena vida y ejemplo, murierondespués del fallecimiento del adelantadoHernando de Soto en aquellos grandes trabajosque a ida y vuelta de aquel largo y malacertado camino que para salir a tierra deMéxico hicieron y en los que padecieron hastaque se embarcaron, que, aunque por sersacerdotes los regalaban todo lo que podían(donde había tanta falta de regalos cuantosobra de trabajo), no pudieron escapar con lavida y así quedaron todos en aquel reino. Loscuales, demás de su santidad y sacerdocio, erantodos hombres nobles, y mientras vivieronhicieron su oficio muy como religiososconfesando y animando a bien morir a los quefallecían, y doctrinando y bautizando a losindios que permanecían en el servicio de losespañoles.

Después, el año de mil y quinientos ycuarenta y nueve, fueron a la Florida cinco

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frailes de la religión de Santo Domingo. Hízolesla costa el emperador Carlos Quinto, rey deEspaña, porque se ofrecieron a ir a predicar aaquellos gentiles el evangelio sin llevar gentede guerra, sino ellos solos, por no escandalizaraquellos bárbaros. Mas ellos, que lo estaban yade las jornadas pasadas, no quisieron oír ladoctrina de los religiosos, antes, luego que lostres de ellos saltaron en tierra, los mataron conrabia y crueldad. Entre los cuales murió el buenpadre fray Luis Cancer de Barbastro, que ibapor caudillo de los suyos y había pedido congran instancia al emperador aquella jornadacon deseo del aumento de la Fe Católica, y asímurió por ella como verdadero hijo de la ordende los predicadores. No supe de qué patria erani los nombres de los compañeros, que holgaraponer aquí lo uno y lo otro. El año mil yquinientos y sesenta y seis pasaron a la Floridacon el mismo celo que los ya dichos, tresreligiosos de la santa Compañía de Jesús. Elque iba por superior era el maestro Pedro

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Martínez, natural del famoso reino de Aragón,famoso en todo el mundo que, siendo tanpequeño en términos, haya sido tan grande envalor y esfuerzo de sus hijos, que hayan hechotan grandes hazañas como las que cuentan sushistorias y las ajenas, fue natural de una aldeade Teruel. Luego que salió en tierra le mataronlos indios. Dos compañeros que llevaba, el unosacerdote, llamado Juan Rogel, y el otrohermano, llamado Francisco Villa Real, seretiraron a La Habana bien lastimados de nopoder cumplir los deseos que llevaban depredicar y enseñar la doctrina cristiana aaquellos gentiles.

El año de quinientos y sesenta y ochofueron a la Florida ocho religiosos de la mismaCompañía, dos sacerdotes y seis hermanos. Elque iba por superior se llamaba Bautista deSegura, natural de Toledo, y el otro sacerdote sedecía Luis de Quirós, natural de Jerez de laFrontera. La patria de los seis hermanos nosupe, cuyos nombres son los que se siguen:

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Juan Bautista Méndez, Gabriel de Solís,Antonio Zavallos, Cristóbal Redondo, GabrielGómez, Pedro de Linares, los cuales llevaron ensu compañía un indio señor de vasallos naturalde la Florida. De cómo vino a España será bienque demos cuenta. Es así que el adelantadoPedro Meléndez fue a la Florida tres vecesdesde el año de quinientos y sesenta y treshasta el año de sesenta y ocho, a echar deaquella costa ciertos corsarios franceses quepretendían asentar y poblar en ella. Delsegundo viaje de aquéllos trajo siete indiosfloridos que vinieron de buena amistad. Veníanen el mismo traje que hemos dicho que andanen su tierra; traían sus arcos y flechas de lo muyprimo, que ellos hacen para su mayor ornato ygala. Pasando los indios por una de las aldeasde Córdoba, que los llevaban a Madrid paraque los viera la majestad del rey don FelipeSegundo, el autor que me dio la relación de estahistoria, que vivía en ella, sabiendo quepasaban indios de la Florida, salió al campo a

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verlos y les preguntó de qué provincia eran y,para que viesen que había estado en aquelreino, les dijo si eran de Vitachuco o deApalache o de Mauvila o de Chicaza, o de otrasdonde tuvieron grandes batallas. Los indios,viendo que aquel español era de los que fueroncon el gobernador Hernando de Soto le miraroncon malos ojos y le dijeron: "¿Dejando vosotrosesas provincias tan mal paradas como lasdejasteis queréis que os demos nuevas deellas?" Y no quisieron responderle más. Yhablando unos con otros dijeron (según dijo elintérprete que con ellos iba): "De mejor gana lediéramos sendos flechazos que las nuevas quenos pide". Diciendo esto (por dar a entender eldeseo que tenían de tirárselas y la destreza conque se las tiraran), dos de ellos tiraron al airepor alto sendas flechas con tanta pujanza quelas perdieron de vista. Contándome esto miautor me decía que se espantaba de que no selas hubiesen tirado a él, según son locos yatrevidos aquellos indios, principalmente en

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cosa de armas y valentía. Aquellos siete indiosse bautizaron acá y los seis murieron en brevetiempo. El que quedó era señor de vasallos;pidió licencia para volverse a su tierra; hizograndes promesas que haría como buencristiano en la conversión de sus vasallos a la FeCatólica y de los demás indios de todo aquelreino. Por esto lo admitieron los religiosos ensu compañía, entendiendo que les había deayudar como lo había prometido. Así fueronhasta la Florida y entraron la tierra adentromuchas leguas; pasaron grandes ciénagas ypantanos; no quisieron llevar soldados por noescandalizar los indios con las armas. Cuandoel cacique los tuvo en su tierra, donde lepareció que bastaba matarlos a su salvo, les dijoque le esperasen allí, que él iba cuatro o cincoleguas adelante a disponer los indios de aquellaprovincia para que con gusto y amistad oyesenla doctrina cristiana, que él volvería dentro deocho días. Los religiosos le esperaron quincedías y cuando vieron que no volvía le enviaron

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al padre Luis de Quirós y a uno de loshermanos al pueblo donde había dicho que iba.El don Luis con otros muchos de los suyos,viéndolos delante de sí, como traidor apóstata,sin hablarles palabra, los mató con gran rabia ycrueldad y, antes que los otros religiosossupiesen la muerte de sus compañeros y sefuesen a alguna otra provincia de lascomarcanas a valerse, dieron el día siguientesobre ellos con gran ímpetu y furor, como sifuera un escuadrón de soldados armados. Loscuales, sintiendo el ruido de los indios y viendolas armas que traían en las manos, se pusieronde rodillas para recibir la muerte que les diesenpor predicar la fe de Cristo Nuestro Señor. Losinfieles se la dieron cruelísimamente. Asíacabaron la vida presente, como buenosreligiosos, para gozar de la eterna. Los indios,habiéndolos muerto, abrieron una arca quellevaban con libros de la Santa Scriptura y conbreviarios y misales y ornamentos para decirmisa. Cada uno tomó de los ornamentos lo que

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le pareció y se lo puso como se le antojó,haciendo burla y menosprecio de aquellamajestad y riqueza, teniéndola por pobreza yvileza. Tres de los indios, mientras los otrosandaban saltando y bailando con losornamentos puestos, sacaron un crucifijo queen el arca iba y, estándolo mirando, se cayeronmuertos súbitamente. Los demás, echando portierra los ornamentos que se habían vestido,huyeron todos. Lo cual también lo escribe elpadre maestro Pedro de Ribadeneyra.

De manera que estos diez y ochosacerdotes, los diez de las cuatro religiones quehemos nombrado, y los ocho clérigos, y los seishermanos de la Santa Compañía, que por todosson veinte y cuatro, son los que hasta el año demil y quinientos y sesenta y ocho han muertoen la Florida por predicar el santo evangelio,sin los mil y cuatrocientos seglares españolesque en cuatro jornadas fueron a aquella tierra,cuya sangre, espero en Dios, que está clamandoy pidiendo no venganza como la de Abel, sino

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misericordia como la de Cristo Nuestro Señor,para que aquellos gentiles vengan enconocimiento de su eterna majestad, debajo dela obediencia de nuestra madre la Santa IglesiaRomana. Y así es de creer y esperar que tierraque tantas veces ha sido regada con tantasangre de cristianos haya de fructificarconforme al riego de la sangre católica que enella se ha derramado. La gloria y honra se dé aDios Nuestro Señor, Padre, Hijo y SpírituSanto, tres personas y un solo Dios verdadero.Amén.