1995 Cuadernos (07) Ok

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Confesin de un intelectual[ Trabajo de la fe, cap. I ] Principio del formularioFinal del formulario1951. Diez aos despus de dejar la Universidad y de comenzar a trabajar como campesino, Lgaut recibe la invitacin para dar una conferencia en Rennes, donde haba sido profesor de matemticas en la Universidad. Lgaut aprovech la ocasin para hacer un primer balance y reflexin de su retour la terre.Resulta extrao volver, tras largos aos de ausencia, a una ciudad en la que se ha vivido tiempo. Al contacto con lugares reencontrados, los recuerdos y el pasado adquieren nuevo vigor. Sin embargo, el corazn que los recibe no es el mismo. Por eso, muchos parecen en parte inexplicables y en vano intentamos redescubrir su valor.Cuando era profesor en la Facultad de Ciencias de esta ciudad, yo viva en Pars y, cada vez que llegaba a Rennes para dar mis clases, apreciaba el frescor y la calma de esta apacible campia. Ahora que soy campesino en las laderas de una pobre montaa del Alto Diois, en los Pre-Alpes, en el lmite del Delfinado y de la Provenza, descubro en Rennes a una gran ciudad, si no tumultuosa, s, al menos, muy poblada. Incluso la tranquilidad de sus tardes contrasta con el silencio de mi tierra desierta.Pero no slo las impresiones exteriores me indican que algo ha cambiado en m de forma radical e irreversible. Sera capaz, hoy por hoy, de reemprender mi vida de profesor, con el mismo inters que tena antes por las matemticas y por la enseanza? No lo creo. Paradjicamente, me sentira exiliado en una existencia que me fue familiar y que, en muchos aspectos, todava me sera agradable. Tendra la impresin de estar condenado a vivir de forma irreal. Si los acontecimientos me obligasen a una vuelta atrs, no lo hara con la alegra del viajero que despus de una larga ausencia y de difciles peripecias regresa a su pas, sino como el vencido que retorna a su pasado porque no ha conseguido encontrar en s mismo las fuerzas necesarias para continuar viviendo all donde haba sido conducido.Cmo ha podido darse en m esta evolucin tan profunda, tan irreversible y de sentido tan contrario al de los itinerarios habituales? Me han pedido que os lo diga y quisiera hacerlo con sinceridad y simplicidad; sin ignorar, persuadido como estoy de que slo merecen pronunciarse y escucharse las palabras verdaderas, fruto de lo que se ha vivido sin componendas, que, sin embargo, es difcil hablar de lo que nos incumbe sin ser exagerado en la emocin y en la locuacidad.Si se me hubiese pedido hacer esta confesin aqu hace unos aos, lo habra rechazado. Muchas razones me habran impuesto esa negativa. En primer lugar, volver me hubiera causado cierto temor pues no soy insensible al atractivo de una buena posicin y de su prestigio. Hay en m como una debilidad por la estima que generalmente se tiene hacia los profesores de Universidad. Y, aunque sin duda he perdido el gusto por la investigacin matemtica, todava disfrutara -y apasionadamente- con la enseanza. S; hubiera tenido miedo de dejarme volver a coger por mi antigua vida y mi antiguo oficio. Todos los hbitos arraigados en m desde la juventud, todos los recuerdos de un pasado feliz an insuficientemente mortificados por el tiempo, aunque ya contrapesados por los intereses de mi nueva existencia, hubieran ejercido sobre m excesivo poder y hubiera temido afrontar tan fuertes tentaciones...Pero, adems, otras razones de ms peso hubieran podido influir en mi negativa. En primer lugar es difcil resolver adecuadamente la incompatibilidad que existe, casi por definicin, entre, por una parte, confesar lo que se ha tenido que hacer por fidelidad a uno mismo y, por otra, hacer pblico, como en un reportaje, lo que proviene de lo ms ntimo. En segundo lugar, en tanto que la perseverancia y el tiempo no dan, a los mediocres resultados obtenidos, la grandeza de lo que ya no puede no ser, es asunto delicado limitarse a decir nicamente lo que se ha realizado. Cmo no amplificar los xitos y minimizar los fracasos cuando son tan necesarias las autodefensas y las ilusiones no slo al comienzo de un camino sino tambin ms adelante y aun hasta el final? Por otra parte, es prudente no adelantarse a anunciar lo que uno se propone realizar porque raramente ser lo que realmente haga. Cuando uno se apresta y se levanta para partir, siempre ignora adnde va. Sin embargo, ustedes ya saben qu poco frecuente es que se observen estas verdades elementales y qu diluvio de vanidad y de discursos estriles se ocasiona con ello.No obstante, si he aceptado hablar es porque ya han transcurrido diez aos desde que part de Rennes y hace ya ocho que abandon mi ctedra en la Facultad. Vengo para hacer una pausa muy breve entre ustedes. Pronto regresar a mi regin y a mi nueva vida. As es como me hago viejo. Uno envejece deprisa haciendo un trabajo a contracorriente de su poca; un trabajo fatalmente solitario, difcil, pesado en demasa y para el que no ha sido directamente preparado por su pasado. La vejez es el tiempo de filosofar, de comprender la vida de uno, de explicrsela -no de justificarla- y de percibirla en su lgica interna, en su unidad profunda, en su realidad individual. La vida de uno, no contiene, acaso, una verdad de orden universal tanto ms vasta y eterna cuanto ms se ha vivido con fuerza y sondeado con lucidez?Mi objetivo no es que nos divirtamos mientras les cuento una historia pintoresca. Ms bien es que, con ocasin de ella, nos alcemos por un tiempo hasta la conciencia -siempre efmera- de lo serio de la vida humana, de la seriedad que existe en toda historia digna de ser vivida.El punto de partida visible de mi evolucin actual data de la guerra del 39-40. Yo era entonces oficial en un grupo de defensa antiarea. Movilizado como teniente en septiembre de 1939, promovido a capitn pocos das despus, me encontr al cabo de pocas semanas, por el azar de las circunstancias, al mando de un grupo de artillera. Pobre profesor de matemticas, tmido soltero, sin haber vivido ms que con mis libros y en mi crculo social de intelectuales y estudiantes, me encontraba, sin apenas transicin, como responsable de un destacamento importante de hombres a los que tena que mandar.El mundo universitario, a pesar de lo que a menudo se cree, est muy cerrado en s mismo. El hombre de la calle es ms desconocido para el universitario que los prehistricos para el paleontlogo. Por tanto, ese contacto brutal con lo real humano me revel mis deficiencias de carcter mucho mejor que el examen de conciencia ms atento. Crea ser un adulto y no era ms que un nio tmido, dcil y criado en un invernadero. Para m, mandar significaba aconsejar; hacerse obedecer, rogar educadamente y, llegado el caso, hacer uno mismo el trabajo. Hablar a los hombres era, para m, dar una conferencia, en lugar de ser un esfuerzo por salirles al encuentro all donde estuviesen. Mi incapacidad para ser un verdadero jefe slo se parangonaba con mi absoluta impreparacin para las crueldades de la guerra.Hay un pacifismo que es una de las formas sociales de la caridad. Pertenece a la esencia del cristianismo. La cruz de Jesucristo lo ratifica. No hay que separar a Cristo de su cruz. Mediante ese signo, es imposible confundir al verdadero pacifismo con otro que no es ms que el fruto inconfesado del miedo y del feroz deseo de vivir, sntomas del envejecimiento de una raza condenada a un maana de esclavitud. Mi incapacidad, desgraciadamente, era de ese orden. Crea ser un hombre y no era ms que un ser cerebral, producto de una civilizacin en vas de decrepitud. No era el nico, ciertamente. A mi alrededor, a lo largo de toda la escala jerrquica, esa misma carencia de carcter -o su equivalente- se manifestaba con una evidencia alarmante y cruel. Ello haca que mi falta de temple humano fuese an mucho ms difcil de constatar y de curar.Tena la pretensin de ensear pero, fuera de mi despacho y de mi medio -tan angosto-, yo no era ms que un ser sin carcter. Esta carencia, no pesa tambin, oscura y abrumadoramente, sobre el conjunto de los estudiantes? La Universidad les aporta -admitmoslo para abreviar- las luces de la ciencia y de la sabidura. Pero, no lo hace en un clima ajeno a la vida y, a veces, incluso hostil a ella?Desde entonces determin buscar algn remedio para ese estado de inferioridad pues me pareca que pona en tela de juicio el valor de mi enseanza y de mi vida. Era el tiempo del armisticio. El desastre nacional no haba hecho sino acentuar los juicios pesimistas que, durante la "drle de guerre", haba tenido que hacer sobre m y sobre los otros. El infortunio de la Patria rompa todos los marcos de nuestras vidas, lo mismo que todo lo que las limitaba y las aprisionaba en la inercia de la costumbre y del conformismo social. Todo era posible porque ya no haba nada seguro y slido en s mismo. ramos libres con esa libertad que da generosamente la pobreza con tal de que no se convierta en miseria porque, entonces, llega a aplastar. Lo que no hubiera osado decidir ni hacer en tiempos ms felices era entonces relativamente posible. Yo quera volver a ser profesor de Facultad pero rechazaba serlo como antes de la guerra. Quera tener un trabajo manual que sirviese de contrapeso al carcter demasiado abstracto de mi enseanza y de mi vida. Ya no quera ser para mis alumnos un profesor de universidad segn el patrn clsico. Yo quera que, fuera de las horas de clase y de trabajo personal, mis alumnos viniesen a trabajar conmigo manualmente, en equipo, de suerte que la unin equilibrada de esas dos formas de actividad nos abriese a un tipo de vida humana completo y armonioso que nos protegiese de la atrofia de los cerebros especializados, librescos y desconectados de lo real. Ms en concreto, deseaba que, al principio de sus estudios superiores, durante la preparacin de sus primeros certificados de matemticas, mis estudiantes compartiesen conmigo una vida en la que el trabajo manual mereciese y fecundase el trabajo del espritu, de manera que ms tarde, si seguan estando vivos y seguan alimentando algo de inquietud, les quedase al menos su nostalgia.Fui al ministerio. Encontr al director de la Enseanza Superior paternalmente instalado en una aula de la Escuela primaria de Vichy y le expuse mis proyectos. Como, en esos momentos, la Administracin, en su derrota, haba encontrado una nueva juventud, todo era concebible y mereca probarse. Despus de considerar diversas posibilidades _en particular la de un permiso a mitad de sueldo que me habra permitido un ao de aprendizaje como obrero agrcola_ se decidi que ira a la Zona libre, destinado a la Facultad de Ciencias de Lyon, a fin de que pudiese establecerme en la montaa, en una zona no demasiado alejada de la Universidad. Compr un casero abandonado desde haca unos veinte aos, a mil metros de altura, y me instal all con mi mujer a principios del invierno de 1940. De ese modo comenz mi vida de profesor y campesino. Cada semana iba a Lyon a dar mis clases en la Facultad. A mi vuelta, mi vecino ms prximo -a ms de un kilmetro de casa- me ayudaba fraternalmente en todo. Me enseaba a arar y a preparar la tierra, a sembrar y a cosechar y tambin a llevar un rebao de ovejas. En las vacaciones, ayudado por algunos de mis alumnos, reconstru dos de los edificios del casero.Ciertamente no fue un principio exento de alegra y de entusiasmo. Lo que unos aos antes me hubiera parecido increble e incluso impensable se realizaba. La va estaba abierta y yo me lanzaba por ella. No obstante, pronto el camino se mostr ms duro y ms largo de lo previsto. No deba llevarme al objetivo que, sin embargo, pareca tan cercano. Las dificultades abundaron y sobreabundaron hasta tal extremo que la realizacin de mi proyecto inicial se alejaba a medida que yo avanzaba. Tanto la fatiga fsica como la tensin nerviosa -sta ltima necesaria para afrontar sin tregua y de continuo trabajos y situaciones nuevas para m, las cuales por mi falta de oficio resultaban an ms difciles- no favorecan en absoluto que se diese el clima que yo soaba para mi actividad intelectual y la de mis alumnos. En tales condiciones, no me era fcil ni siquiera cubrir de forma suficiente mis dos tareas, la de profesor y la de campesino. Un estudiante no hubiera podido evitar, viviendo conmigo, el sacrificio de los estudios en aras de un trabajo siempre urgente e ineludible. En ese estadio de la realizacin de mi proyecto, la simbiosis entre la actividad manual y la intelectual perteneca de forma manifiesta al orden de lo utpico.Las dificultades, sin duda, provenan en primer lugar de mi total impreparacin al trabajo de la tierra; pero se acrecentaban por otra razn ms grave y duradera. Haba querido instalarme en la montaa porque estimaba necesario, para la tonicidad de mi vida intelectual y de la de mis estudiantes, el marco espiritual de las extensiones vrgenes. En ello no me equivocaba, pero s que subestimaba ingenuamente las dificultades que constituan el tributo de tal privilegio. Volver a poner en cultivo tierras abandonadas y dormidas desde haca aos, selvticas y de difcil acceso, era una empresa que ningn labrador sensato y avisado acometera. Hicieron falta mi fe y mi candor para ello. Y les puedo asegurar que as como mi fe permanece hasta hoy, mi candor est en franco retroceso, al menos en este asunto.Sea lo que fuere, cada ao yo procuraba llamar la atencin del Ministerio, a travs de un informe, lo ms explcito posible, de mi intento. No cabe duda de que la menor seal de inters, el menor aliento, la menor ayuda material me habran reconfortado poderosamente en mis esfuerzos por triunfar sobre unos obstculos que, con mis propios medios, no poda superar. Pero la Administracin haba vuelto a afianzarse. Haba reemprendido sus serenas y apacibles costumbres y tradiciones burocrticas. Estaba mucho ms preocupada por formar comisiones encargadas de reformar peridicamente los programas de estudios que interesada en intentar remediar un mal que, adems, desconoca porque ella misma era y es una de sus vctimas predilectas. Nadie me segua la pista y yo estaba demasiado avanzado en esa accin reformadora a la que consideraba -ingenuamente?- ms urgente y eficaz que la de cambiar los regmenes y programas para los certificados y las licencias.Profesor y campesino sin compaeros, no lograba realizar lo que quera. Razonablemente, ni siquiera poda alimentar la esperanza de alcanzarlo pronto y, sin embargo, conservaba firmemente esa fe y ese deseo. Pero era muy claro que primero tena que merecer, a fuerza de tenacidad y de constancia en la soledad, lo que -estoy convencido- llegar a ser, convenientemente transformado y adaptado, una nueva va de enseanza en la que ser preciso, cueste lo que cueste, comprometerse un da para escapar a la cultura mortfera que nos amenaza.Esos aos me aportaron algunas luces de capital importancia. Mis primeras intuiciones, seguidas con fidelidad y fuerza, me llevaron a una visin mucho ms completa y exacta de lo que se tendra que vivir para poder descubrir -ms all de las costumbres y de los prejuicios de nuestra poca- las condiciones ms favorables a una existencia intelectual y humanamente vigorosa.Cuando se comienzan a dejar los caminos trillados, uno se imagina que no tiene que apartarse de ellos ms que un poquito. Pero, aunque los primeros pasos, es cierto, no se hacen sin esfuerzo, los siguientes, en cambio, son mucho ms livianos: se suceden por s solos. Entonces, uno se interna cada vez ms en lo desconocido. Algunos juzgarn que se va a la deriva; otros -con ms justicia, creo- vern en ese alejamiento la senda fiel a la propia estrella. Quisiera hablarles, ahora, de las etapas ulteriores de mi vida y de mi pensamiento.* * * Cuando me instal en Lesches-en-Diois, no pensaba en abandonar ni mi oficio ni mi ambiente. Al contrario, entonces me guiaban preocupaciones principalmente educativas. Limitndome a dar ese primer paso, hubiera podido ser como el seor en su castillo que consagra algunas horas del da a una distraccin manual, inteligente y til. Las circunstancias exigieron mucho ms de m. Tuve que incorporarme de veras -tanto como le era posible a un principiante venido de fuera- al grupo de los que trabajan y se fatigan por ganar modestamente el pan de su familia. Qu descubrimiento para un hijo de funcionario y funcionario l mismo, educado en los moldes ms clsicos de la enseanza, protegido desde siempre de las preocupaciones materiales tanto por la solicitud de su familia como por la organizacin de la sociedad! Qu descubrimiento, para un hombre al que jams haba faltado nada, el de las precariedades de un presupuesto campesino, con las privaciones que comporta! Qu descubrimiento, para un ciudadano del siglo de la abundancia y de las diversiones, el del inmenso e inimitable trabajo de los antiguos de mi nuevo pas -milagro de tenacidad y de aguante- para conquistar sus difciles campos al bosque y a la carrasca!Cmo iba a poder alcanzar las cualidades de esa raza montaesa -tan viril y en mltiples aspectos tan humana- sin abrazar sus condiciones de vida, entonces no muy diferentes de las de las generaciones pasadas? Ciertamente, trabajar la tierra completaba y correga cumplidamente los excesos de la abstraccin y los amaneramientos de una vida confinada entre libros y en un medio social privilegiado y cerrado. Para permitir a mi trabajo que tuviese una eficacia plena, no era absolutamente necesario vivirlo en un clima en el que el riesgo, bajo todas sus formas -econmicas u otras-, constituyese la nota dominante?Yo ya saba que ser un intelectual especializado representa una pesada hipoteca para quien quiere alcanzar la talla de hombre completo. Pero ahora comprenda que ser funcionario es una condicin poco apropiada para fortalecer y engrandecer el carcter. La seguridad material del funcionario, semejante a la del pequeo o gran rentista de antao, colabora prfida e insensiblemente, en una sociedad materializada, al aprendizaje de la servidumbre. Encontrar con regularidad un sueldo a fin de mes por cheque postal, sin que haya ninguna relacin visible entre el trabajo realizado y la remuneracin, suprime el aguijn que protege la capacidad de iniciativa, de vigor y de tenacidad, tanto en el trabajo como en el resto de la vida. Cuando el aguijn de la necesidad no acude para empujarlos ms all de s mismos, la mayor parte de los hombres se abandonan espontneamente a la rutina de las ocupaciones cotidianas.Ante unas evidencias tan ntidas como imperiosas, habida cuenta de mi fracaso pedaggico, y a pesar de mis aprensiones, ped una excedencia o, mejor dicho, tuve la debilidad de tomar esa precaucin. Dej mi plaza en la Universidad de Lyon y me volv campesino como ellos, o, ms exactamente, me puse a trabajar y a vivir como el conjunto de los campesinos de nuestras montaas.Cambiar de pas y vivir en el extranjero pero no como emigrado es difcil. No es ms fcil cambiar de clase social y no ser un desarraigado. Ni tampoco es cuestin de un da llegar a ser intelectual y campesino. Desde que me esfuerzo en ello, puedo decir que lo he logrado? Mentira si les dijese que veo cercano el da en que ser plena y armoniosamente as para m.Qu difcil es ser pobre cuando se es rico, sobre todo cuando antes hay que descubrir que se vive como un rico! Qu difcil es trabajar con las propias manos sin hacer trampas cuando uno puede ahorrrselo por algo equivalente y menos oneroso! Qu difcil es implicar en la propia vida a la mujer y a los hijos, prohibindose sacrificarlos pero sin que ello se traduzca en encontrar una ocasin -legtima sin duda pero en realidad sorda y cobardemente esperada- de renunciar! Qu difcil es para un intelectual no hablar cuando hay algo que decir pero no ha llegado todava su hora porque an le queda mucho por descubrir en el espesor de su vida, tan dura de llevar!... No presento la suma de estas dificultades, que frisan con lo imposible, para decirles que las he vencido, sino para asegurarles que estoy embarrancado en ellas. Mi fidelidad est completamente desfigurada. No logro arrancar de mi vida todos los compromisos debidos a mi propia impotencia ante tan infranqueables obstculos.Sobre todo, no se vayan a creer ustedes que este intelectual va a ser de entrada un buen campesino gracias a sus conocimientos de matemticas; ni tampoco que vaya a ser, a partir de sus primeros ensayos, un promotor de escuelas de agricultura. Ser un campesino mediocre, que trabaja un poco menos que sus camaradas, que se fatiga mucho ms que ellos y que, a fin de cuentas, gana mucho peor su vida. Este tmido ex-funcionario, que no sabe ni vender ni comprar porque es incapaz de regatear por temor de hacer dao y de vejar al otro, no es sino un pobre chaln. Los comerciantes de ganado, seores de nuestras comarcas montaesas, se alegran al verle y se aprovechan de l. No obstante, no se vayan a creer que estos resultados, tan decepcionantes y de tantos aos, sean seal de un fracaso insuperable y definitivo. No. Ms bien caracterizan del modo ms idneo la humildad y abajamiento que convienen a un hombre, cultivado segn el uso y las normas actuales, para que, gracias a su fidelidad, alcance, junto a ese pueblo montas como junto a cualquier otro pueblo nacido directamente de la base humana, la savia que renovar su vida intelectual y espiritual.Nuestro intelectual no es ni un tcnico que quiere aportar sus conocimientos ni un ser superior que va hacia el pueblo. Es, simple y llanamente, con toda humildad, un buscador. Busca su camino porque sufre de carencias que intuye capitales. Quiere entrar en la escuela de esos hombres, de los mejores, an intactos como las montaas de su regin. Adivina en ellos un tesoro escondido; tan bien sellado que ellos mismos lo ignoran o no lo reconocen en su valor. Ni abrazando sus aspiraciones o solidarizndose con sus reivindicaciones, ni dedicndose a la sobrepuja de promesas polticas o sociales ser como este intelectual, en vas de conversin, entre en la profundidad de sus vidas. Si cediese a esa tentacin tan actual, por la que tantos hombres generosos de las clases dirigentes creen entrar en comunin con las clases trabajadoras, se quedara en la superficie de esas existencias, en la zona en la que son menos ellas mismas y ms como las otras. En cambio, debe hacerse adoptar como un aprendiz; como alguien que hace lo que puede por ganarse la vida, semejante en eso a todos los de su nuevo pas, aunque sospechen que l no est obligado a ello y no comprendan en absoluto su singular decisin.No ser ya ni un "Don" ni un "Seor"; ser un verdadero campesino y, sin embargo, no serlo como los otros. Estar en medio del pueblo y seguir siendo uno mismo. Negarse a todo papel social importante, cuyo ejercicio no slo asla sino que, adems, cuando uno se encierra en l, empobrece. Recibir de la comunin humana, vasta y annima; recibir de la vieja fraternidad nacida de las condiciones comunes, bajo las especies cotidianas del trabajo, las fatigas, los riesgos, los fracasos y las prdidas padecidas juntos... En una palabra, recibir de esa comunin, bajo el peso del mismo destino, el vigor de la raz original y la inteligencia renovada de la vida.Este intelectual haba venido a Lesches en Diois para encontrar en la regin, en contacto con sus habitantes y montaas, remedio a sus carencias. Buscaba recibir. A diferencia de los que parten para una misin, de ningn modo tena la pretensin de aportar un mensaje. Pero, cmo no reflexionar, sobre la condicin de esos hombres, durante el curso de su investigacin hacia el conocimiento de s? Lo que le diferencia de ellos, a pesar de todos sus esfuerzos en parte eficaces por adaptarse a su gnero de vida, es slo consecuencia de sus deficiencias? No hay en l porque lo ha recibido de otros mientras que nadie se lo ha dado a ellos algo que precisamente es lo que les falta a ellos para ser un pueblo completamente logrado? Ellos pueden adoptarle, contarle entre los suyos, abrirle su casa, hacerle participar de sus alegras hogareas y de sus duelos familiares; l puede, delante suyo, sentirse libre y ser l mismo por encima de la mera educacin y cordialidad; pero no es menos cierto que sus ms profundas convicciones y sus sentimientos ms poderosos se les escapan, al igual que l tampoco alcanza aquella zona de sus vidas en la que su palabra y su pensamiento seran autnticamente apelantes y vivificantes. Es verdad que l lo desea con todas sus fuerzas. Pero ellos, por su parte, cmo podran llegar a imaginar y a desear esa comunicacin con lo suyo mejor? l tiene -si se compara- ms de una ventaja, pero su xito est todava tan en duda... Entre los del pueblo y l, dos herencias, dos civilizaciones, dos sociedades colindan y se observan sin realmente comunicarse. Las zanjas que se cavaron y ensancharon con los siglos, slo el tiempo, si se emplease bien, podra cubrirlas. Al menos, cabe esperarlo. Lo que la ignorancia y las ofensas contra lo humano deshicieron, slo la fe puede repararlo; pero, qu fe tan fuera de lo comn hara falta!Durante las largas horas que paso guardando mi rebao en la montaa, cuntas veces he pensado en el misterio de nuestra impotencia para abrir a otro hacia lo que nos es esencial y de lo que l participa tan poco! Pero, se pueden descubrir de verdad las carencias de los otros cuando no se est suficientemente cerca suyo para abrirse tambin a su riqueza?, se puede dar de verdad con el remedio de sus insuficiencias cuando no se sufre por las propias? No cabe duda, cuando los hombres no son lo bastante conscientes de su humanidad como para alcanzarse en el plano de lo universal, la comunidad de destino, que incluye lo ms material y cotidiano, es necesaria tanto para dar como para recibir; comunidad que es preciso asumir en la fe y en el honor de una eleccin libre y no bajo el peso de una necesidad, colectiva o personalmente padecida.Extraa existencia la de un intelectual que se pasa a manual! Ni llega a ser como sus nuevos compaeros de trabajo ni es ya como los que ha dejado. Intelectual marginal, no slo se encuentra escindido entre dos vidas que tiran de l porque no llegan a compaginarse en una simbiosis suficientemente armnica sino que, al mismo tiempo y paradjicamente, cuanto ms y mejor va entrando a formar parte de esas dos sociedades, ajenas entre s, tanto ms solo y forastero se va encontrando. Sus relaciones con una y otra son naturales y de igualdad, al tiempo que no encuentra, en ninguna de ellas, su morada. Aunque en su interior colaboran, en el exterior se disputan sin tregua su tiempo y sus fuerzas.Si la fatiga fsica le abruma a menudo profundamente, no es sa, sin embargo, la nica fatiga que le pesa. Su vida intelectual no es tampoco de completo reposo. Cuntas preguntas nuevas le acucian! Su inteligencia, a cuntas exigencias nuevas ha de satisfacer! El marco en que antes se desenvolva su reflexin ha estallado y no lo sostienen ya las antiguas evidencias, que ya no lo son ni para l ni para los que le rodean.Intelectual a cuerpo descubierto, cmo podra contentarse con las ideas ya hechas, siempre enseadas y sin cesar repetidas, que flotan en el ambiente como en las tierras bajas las neblinas, cuya consistencia slo se debe a su falta de contacto con el aliento de lo real? Cmo podra conformarse con el fcil juego malabar de las afirmaciones genricas y profesorales en las que se contrabalancean irrisoriamente, pero con la cadencia de un metrnomo, proposiciones contradictorias?Si se mide el xito de una vida por el triunfo en una carrera y la adquisicin de un slido sistema intelectual, qu fracaso! No es un verdadero trabajador manual, aunque sus manos estn callosas, ni tampoco es un hombre de ciencia ya que ha olvidado demasiadas cosas. Pero, en su caso particular, no cabra pensar que estos resultados, tan humanamente decepcionantes, son la condicin necesaria de la fecundidad? Ciertamente, este intelectual no sera lo que es si no hubiese sido llevado por su fidelidad a tales fracasos; si no hubiese tenido que afrontarlos cada da con la lucidez que slo la fe permite. Precisamente la mediocridad de su situacin social es su refugio. Ella le protege de los compromisos y pactos con cualquier forma de mundanidad y le asegura la independencia de su bsqueda.[Traduccin: Domingo Melero] [Este artculo es el cap 1 de Trabajo de la fe y se ha publicado en Cuadernos de la dispora n 4