Poema a Jose de San Martin

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POEMA A JOSE DE SAN MARTIN ¡OH!, ilustre San Martín Con tu genio y tu espada Lograste por fin A la dominación Del león Ibérico En su suelo americano. Gloria a ti, San Martin ¡oh! Genio americano, Loor a ti paladín De los pueblos del sur Para ti será eterna Nuestra excelsa gratitud. Los Granaderos. Belisario Roldán ¡Rompe en los desfiladeros el estruendo de un ciclón … Son ellos, los granaderos dantescos del escuadrón de la muerte; los primeros que escalando los peñones en un fantástico vuelo de Pegasos redomones, empenacharon de cielo el casco de sus morriones! ¡Son ellos! Bajo la lumbre del firmamento inmediato revuelan de cumbre en cumbre y ve absorto el Tupungato, una alada muchedumbre que trepa por la ladera purpurada de arrebol, lo mismo que si quisiera robarse el disco al sol para usarlo en la bandera! ¡Son ellos! Descenderán del lado del Occidente; y las águilas verán que al retomar el naciente,

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POEMA A JOSE DE SAN MARTIN 

¡OH!, ilustre San MartínCon tu genio y tu espadaLograste por finA la dominaciónDel león IbéricoEn su suelo americano.

Gloria a ti, San Martin¡oh! Genio americano,Loor a ti paladínDe los pueblos del surPara ti será eternaNuestra excelsa gratitud.

Los Granaderos. Belisario Roldán

¡Rompe en los desfiladeros el estruendo de un ciclón … Son ellos, los granaderos dantescos del escuadrón de la muerte; los primeros que escalando los peñones en un fantástico vuelo de Pegasos redomones, empenacharon de cielo el casco de sus morriones!

¡Son ellos! Bajo la lumbre del firmamento inmediato revuelan de cumbre en cumbre y ve absorto el Tupungato, una alada muchedumbre que trepa por la ladera purpurada de arrebol, lo mismo que si quisiera robarse el disco al sol para usarlo en la bandera!

¡Son ellos! Descenderán del lado del Occidente; y las águilas verán que al retomar el naciente, por botín de guerra van conduciendo los atletas, 

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redención en las pupilas, luz de las almas inquietas libertad en las mochilas y el cielo en las bayonetas!.

Belisario Roldán Fuente: Instituto Sanmartiniano

 

Al ejército de los Andes. Adán Quiroga

Su plan de cóndor, de tan vasto aliento, El Misionero silencioso fragua, No son valla los Andes a su intento, Ni la rugiente inmensidad del agua. La cordillera en cada invierno espesa Sus aluviones de perpetuos hielos. Y en cada tempestad el mar ensancha Su no sujeto límite iracundo: Que aquélla escala cielos y mas cielos. Y el agua precipita su avalancha. Sobre la curva tropical del mundo Y el Misionero silencioso calla. Y en la andina ciudad retiene el día De su primera y su triunfal batalla Que no es hora propicia para el golpe De un pálido sol de mediodía A laborar aprisa, y sin sosiego. En el callado invierno sin alarmas Juro hierro someter al fuego Y convertirlo en vengadoras armas A no dar tregua en la ciudad patricia. Ni en el parque y taller del Plumerillo, A la fragua, el batán, al yunque. al molde, A la aguja, a la lezna y al martillo Y a maniobrar de sol a sol. Mendoza; Con pie seguro en sus movibles valles, Es un gran campamento; vivaquean Cambujos y libertos en sus calles; Los cholos de rebeldes alardean; Cantan contra su rey, y de las viñas En odres beben los cuadrienios jugos, 

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Y en las dulces miradas de las niñas Uncen de nuevo los odiados yugos. ¡Ah! ¡Todo el mundo a caballo, y en campaña!- Truena un clamor de la argentina tierra, Y todo el mundo se alza contra España Con el dilema: -¡Independencia o guerra! El bravo montañés, el heredero De los dolores de la extinta raza, En atizar los odios contra el godo, En franca rebelión, es el primero. Su varonil espíritu rechaza Dominaciones, servidumbres…, ¡todo O nada! -quiere en el natal refugio De sus bohíos, que el rencor le abruma… ¡Y a borrar el baldón de Vilcapugio, Y a vengar la vergüenza de Ayohuma! De valle en valle la noticia cunde Que el Salvador apareció en Mendoza, Y por llanos y sierras se difunde: Y entre el continuo circular del mate Junto al fogón de la ignorada choza, Las mentas hablan de un triunfal combate. ¡Y adiós Castilla con sus bravos godos, Alféreces, justicias, regidores, Impuestos, alcabalas y tributos Y forzados servicios y rigores, Monopolios de oficios y de frutos, Y cuanto grana y cuanto espiga el suelo Para fomento de las arcas reales! ¡Y adiós fueros de doctos y de usías, Fernandinos escudos y blasones, Prebendas señoriales, regalías, Tapadas, y tenorios y balcones! ¡Y adiós, oh linajudo castellano, Que seda y raso y damasquinos gastas! ¡Y el poncho valga, el barragán indiano, La patria urdimbre y el hechizo lienzo, Que ya proclama la igualdad de castas El criollo sableador de San Lorenzo! En ciudades, y villas y campañas, Con un ir y venir de gratas nuevas, Mozos, viejos, paquetes y paisanos, Se empiezan a alistar para las levas, Jurando no amainar en la batida 

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De obligado desquite a los hispanos. Con voz tonante, en el villorrio, el cura, A la sombra del tala centenario, A la patria proclama, la lectura, Reuniendo en asamblea, al vecindario: Y al estallar la aclamación, un mozo, Que en las filas patrióticas milita Y en arengar al pueblo se ejercita, Arrebatando aquel papel, se lleva El viril documento en que palpita El alma joven de una raza nueva, Y entrando a la cercana pulpería Vuélvense. el pueblo una hermandad de amigos Una constante vidalita, el día, La noche, un largo retrucar de obligos, Desde Jujuy notábase y las Punas Un indemne, insumiso movimiento, Que a la región andina sacudía El vórtice de un grande pensamiento Con los nuevos ideales y fortunas. Los de Salta y Jujuy bajan del Norte Montados en los briosos redomones Del gaucho Güemes, con airoso porte, A un quejumbroso yaravé El metro de las bélicas canciones. A la mitad de su camino alcanzan Al tucumano, que con firme empeño Abandona su obraje en los laureles Y sus surcos de caña; al santiagueño, Que no lleva otro avío que sus ojos, Atisbadores de la huyente abeja, Que labra en troncos de simbol sus mieles. Tras ellos van los criollos del Ambato, Gastando el lujo de sus ponchos rojos, Y encomendando, al clarear el día, El multiplico semestral del hato, La suerte de sus hijos a María; Y luego sigue el perspicaz riojano, Que el trance salva las llanuras secas, Al desamparo de su cielo glauco, Silbando gatos, tarareando cuecas De las vendimias de su dulce Arauco: Y el cordobés audaz, que en su tonada, Alardeadora de sus doctas luces, 

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Se pinta con sus mañas de paisano, Viaja a la par del corredor puntano, Insigne en las batidas de avestruces. Y aquella romería se encamina A la ubertosa tierra de alamedas, Do medra el enviciado carolina, Do el olivo y la vid se dan abrazos, Y la morera mueve con sus brazos La rueca de oro del telar de sedas. ¡Salve, oh raza de heroicos montañeses! ¡Mohinos y aguerridos luchadores, Ya azoten vuestra carne los reveses, O la lid os aclame vencedores! ¡Por vosotros culmina la existencia De esta gran patria de las patrias todas; Mira aumentar su ejército, a medida Que su fe en la victoria se acrecienta, Y el día llega de lanzar su gente A la grande, invencible, arremetida, Precipitando sobre el otro lado De espadas y de sables un torrente, ¡Paso al invicto Capitán y ¡plaza! A los bisoños tercios que le siguen, Y que fusil al hombro y sable en mano El gran ideal de libertad persiguen Para todas las patrias oprimidas A lo largo del suelo americano! La disciplina ingénita transforma Al montañés intonso en veterano, A la mesnada rústica en milicia; Al toque de tambor en línea forma La zafia y grande división patricia, Que al rumor de ardorosas clarinadas Camina y anda, evoluciona y muere Su mar de bayonetas afiladas. ¡Cómo al patriota espíritu conmueve E inspira aquel ejército formado De un día al otro, con genial empeño, En la historia del mundo destinado A realizar la idealidad de un sueño! !Vadear los ríos, ascender montañas, Salvar desfiladeros, repitiendo Del Africano y Corso las hazañas; Convulsionar las oprimidas tierras; 

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Dominar horizontes y confines, Caminando por rutas de victoria El puñado de heroicos paladines Que llegan a codearse con la gloria; Izar el blanco y el celeste trapo En la torre del gótico castillo, Entregando a las plebes, hecho harapo, El glorioso y simbólico estandarte Del honor, de la fe, de la ventura, Pasa el invierno frígido y brumoso, Y ostenta la aterida Cordillera Su espléndida canicie de coloso. La mira el Misionero silencioso Circunscribir el límpido horizonte, Y anonadado al verse tan pequeño Midiendo su estatura y la del monte Murmura sin cesar: ” Esa montaña No me ha dejado conciliar el sueño” Ya se siente en el patrio campamento Del Plumerillo, en el risueño valle, Un grande y obstinado movimiento, Hervir de gentes y chocar de espadas, Y, galopando en su piafante potro, Anda anunciando el oficial Lavalle Que comienzan las clásicas jornadas. La histórica ciudad del Misionero, Como garrida almea se engalana, Y al aire lanza su canglor guerrero, Que al despuntar de una feliz mañana, Abriendo calles el clarin resuena, Y la tupida multitud renuente Las avenidas y los parques llena, Con desgaire triunfal de independiente. En aquel grande, inolvidable día Cayó la bendición a nuestro suelo, Y proclamó la muchedumbre loca Su fe en el triunfo y en el Dios del cielo, Con el fecundo grito de su boca. Respondieron tambores y clarines Por seis mil silenciosos corazones, Y el nombre de la patria fue llevado Por el viento a los últimos confines Palpitando en las sacras oraciones. Mas las campanas de las torres callan, 

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Y no como en los días de victoria Con jubiloso repicar estallan, Cantando triunfos y gritando gloria: Y es que corren, con ruido estrepitoso, Detrás del escuadrón de pica y lanza, Fundidas en cureñas y cañones Por fray Luis el artífice ardidoso, Arquimedes del parque y la maestranza. Ha llegado Condarco, el ingenioso Fabricante de pólvora y batanes, Que rema con el fuego y con el agua Enero en la afilada bayoneta ardía Y en las espadas de bruñido acero. Y era un largo silencio emocionante De mar dormido en crepitante calma, De esas que suelen preceder al trueno Y a la proterva tempestad del alma. Cuando rompió la tregua de la vida El ronco acento del cañón andino, Que daba la señal de la partida Al inmortal ejército argentino. ¿Quién es aquel a quien la turba aclama Con explosión de vítores triunfales ?.. ¡Escrito está su nombre en los anales De medio mundo! – ¡San Martin se llama! ¡El héroe de las druidicas Misiones, Alto; y fornido, como atleta griego, Cuya frente enigmática y serena Se insuflaba en su mundo de visiones Sobre una inmensa tempestad de fuego; El ronco Capitán de tez morena, De aguileña nariz y negros ojos, Los que, a la sombra fiel de sus pestañas, Abarcaban las patrias lejanias, Miraban a través de las montañas! En su mula, enjaezada a la chilena, De pie firme y de criollas energías, Al tranco marcha. Cubre su melena El típico falucho; gran capote Azul turquí, botonadura gualda, Ribeteado con vivos encarnados, Su pecho envuelve y musculosa espalda; Su diestra empuña el coruscante sable, 

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Que apunta a los altisimos nevados; Calza su pie la granadera bota Que a la rodilla da; ciñe en su taco La nazarena de estrellado bronce Con que pica a su potro en la derrota Del enemigo, cuando le abren claros Las recias cargas del Octavo y Once. Al lado del gigante Misionero Va, conduciendo el militar tesoro, Zenteno, el ascendido tabernero. Del Estado Mayor gloria y decoro, O’Higgins marcha, en el momento aciago Para su Chile, que Marcó avasalla, A despertar el alma de Santiago Con la diana triunfal de la batalla. Las Heras va también, el gran Las Heras Empuje de los choques resonantes, Que rompe cuadros, desbarata hileras Con su aguerrido pelotón de infantes; A la vanguardia de sus tropas, sigue Soler, el iniciado del Cerrito, El primero en trepar con osadía Las empinadas cuestas de granito. Lleva a la grupa de las mulas, Plaza, Para hacerse escuchar, la artillería, Temistocles de trueno y la amenaza. Crámer y Conde, con marcial talante, Guían al siete, iniciador de acciones; Portus y Freyre, a la Legión volante De audaces coraceros y dragones; Mandan a los hercúleos granaderos, A cuyo galopar tiembla y chispea La tierra, en polvorosos entreveros, Escalada, Zapiola, Necochea, Y Melián, Olazábal y Lavalle, El que al frente de rápidas patrullas Corre a probar el temple de su corvo En los agrios ribazos de Achupallas. Y aquella armada multitud guerrera Andando, andando, poco a poco sube A la patria del águila altanera, A la tierra del cóndor y la nube, Cual si su intento gigantesco fuera Dominar la amplitud del Continente 

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Desde la última roca de granito, Interrogar al cielo frente a frente, Y sondear la intención del infinito… ¡La Libertad en vuestra acción conga, Anónimos soldados argentinos, Preclaros héroes de la patria mia! Desde el Estrecho al Ecuador lejano, Con la fe de su gloria y sus destinos, Que el misterioso porvenir escuda, Una mitad del mundo americano Al puñado de Apóstoles saluda!

Adán Quiroga (1863-1904)Fuente: Instituto Sanmartiniano

 

El nido de cóndores. Olegario Víctor Andrade

En la negra tiniebla se destaca, como un brazo extendido hacia el vacío para imponer silencio a sus rumores, un peñasco sombrío. Blanca venda de nieve lo circunda, de nieve que gotea, como la negra sangre de una herida abierta en la pelea. Todo es silencio en torno! Hasta las nubes van pasando calladas, como tropas de espectros que dispersan las ráfagas heladas. ¡Todo es silencio en torno! Pero hay algo en el peñasco mismo que se mueve y palpita, cual si fuera el corazón enfermo del abismo. Es un nido de cóndores colgado de su cuello gigante, que el viento de las cumbres balancea como un pendón flotante. Es un nido de cóndores andinos, en cuyo negro seno parece que fermentan las borrascas y que dormita el trueno. Aquella negra masa se estremece con inquietud extraña: es que sueña con algo que lo agita 

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el viejo morador de la montaña. Una mañana -¡inolvidable día!- ya iba a soltar el vuelo soberano para surcar la inmensidad sombría, y descender al llano, a defender con ansia convulsiva su sangriento festín de sangre viva, cuando sintió un rumor nunca escuchado en las hondas gargantas de occidente:el rumor del torrente desatado, la cólera rugiente del volcán que en horrible paroxismo, se revuelca en el fondo del abismo. Choques de armas y cánticos de guerra resonaron después; relincho agudo lanzó el corcel de la argentina tierra desde el peñasco mudo; y vibraron los bélicos clarines, del Ande gigantesco en los confines. Crecida muchedumbre se agolpaba cual las ondas del mar en sus linderos; infantes y jinetes avanzaban desnudos los aceros, y atónita al sentirlos, la montaña bajó la frente y desgarró su entraña. ¿Dónde van? ¿dónde van? ¡Dios los empuja! Amor de patria y libertad los guía. Donde más fuerte la tormenta ruja, donde la onda bravía más ruda azote el piélago profundo, ¡van a morir o libertar un mundo!

Olegario Víctor Andrade Fuente: El libro y su lectura (para 6º grado). Amadeo Ronco. Ed. Kapelusz. 1957

 

La espada encendida. Enrique Gamarra

Y fue cuando la patria era un sueño tendido en las llanuras. Lo supieron los sauces, en la orilla de un río casi niño todavía. 

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Lo repitieron los caraguataes como un secreto oscuro de la tierra y lejos, bajo un cielo de gaviotas, se hizo mensaje de agua entre las olas. Fue cuando el aire andaba con su infancia de abiertas golondrinas imaginando coplas y banderas. presintiendo tacuaras y alaridos, reverberos de azules clarinadas. Y fue cuando febrero teñía el mundo con su euforia roja. En Yapeyú, campana de la patria. Aquel niño abrevaba en el rocío. Los luceros le dieron su vocación de luz y advenimiento. En las palomas descubrió un destino de horizontes sin limites de sombras y del árbol extrajo su resina de bosque y madrugada. Después España lo miró distante. Como un sobreviviente de la floresta sudamericana hurgaba en su nostalgia de membrana silvestre cerca de un mar extraño y tumultuoso, donde se hundían fechas de muertos calendarios. Allí miraba el cielo y recordaba. (En sus ojos había una estrella perdida) Acaso recordaba el eco de un galope o una guitarra que quedó olvidada en el rincón más viejo del silencio. Alboreaba en sus ojos un lejano retorno. Allí se hizo relámpago, corteza, huracán, torbellino y embestida, cuando en su sangre despertó el llamado como una imposición de la memoria. Allí nació su sed interminable: el agua lo esperaba en Sudamérica. En San Lorenzo supo que empezaba a arder el fuego de la profecía: no estaban solas las barrancas, algo en las arenas de la madrugada se levantaba de repente, algo que discurría unánime en la sombra delataba 

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su pulso de bandera. En la última torre del convento conspiraban a solas las campanas. Y de repente el tiempo se hizo nube, crepitación de espadas y galopes, mientras se derrumbaban los mástiles del cielo con un sonido bíblico de muerte. El tinte granadero de la altura cubrió por un instante todo el mundo. En Plumerillo fue como una chispa, como el roce de un pétalo en la bruma. Algo escapó de un sueño Y se desparramó por los caminos, por las estribaciones. las quebradas, hasta alcanzar los predios del poniente detrás del estupor cordillerano. El vigilaba insomne las raíces sonoras de aquel sueño y sus ojos hurgaban el crepúsculo consumiendo morados calendarios. ¡Cómo observó la ruta de los pájaros hacia el oeste siempre de la espera! ¡Cómo soñó banderas clavadas en el polvo de la opresión y el miedo y multitudes que lo saludaban! Todo aquel tiempo de martillo y canto brilló un vivac de estrellas en las noches. Y el alma de la piedra tuvo su día de agua. Por El Planchón, Coquimbo y Olivares se repartió en columnas incesantes. Con él marchaban cuatro mil soldados, cuatro mil juramentos de uniforme con cuatro mil banderas en lo alto. Qué pudo la unidad de la tormenta -su mínimo aluvión de roca y nieve- contra ese fragor americano, esa pluralidad alucinada por un azul más denso que el silencio y el último envión del Chimborazo? Por El Planchón, Coquimbo y Olivares, Los Patos y Uspallata, un resplandor celeste crecía en los abismos. ¿Qué sonido subía de las profundidades? 

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El capitán del viento, el general del trigo y las estrellas avizoraba cóndores metálicos, gigantes pétreos, huecos sulfurosos Sabía que la calma tiene su arista de fragor y trueno, que la lluvia es la antípoda del fuego, pero que en ella duermen los relámpagos como el reverso de la mansedumbre. Y de repente valles y gargantas, desfiladeros, grutas, rompieron su mutismo milenario sobre el volcán abierto de los hombres. Cataratas de sangre barrían la ladera. La piedra oía, arengaba el viento. Batallaba el paisaje y era en vano que se partieran músculos y vértebras. Nadie pudo morir aquella tarde. Y desde la humareda y la vorágine del alarido subía una palabra, un nombre transparente como el agua, sin herencia de pólvora ni truenos. Argentina… Argentina… Cuando calló el paisaje El mangrullo del cielo estaba en llamas y el sol era una roja clarinada. Aquella noche el general de agua, de puro viento y nube tumultuosa, durmió como si fuera en el confín del mundo con un sueño cruzado de guitarras. Acaso fue preciso apurar esa copa de penumbra, Arañar el perfume, violar la clara desnudez del agua para encontrar el sol, esa campanería de los ojos que ahora sí encontraba su proyección de alas sin brújulas de fuego. Pero el sueño final estaba en Maipo. Allí vientos de España y vientos de los Andes soltaron sus columnas encendidas y estremecieron todo el continente. El era lo más alto del estruendo. América en su espada fulguraba y a su luz acudían los pueblos de la tierra como a la redención 

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o a la esperanza. En Maipo tuvo su razón celeste tanta sangre cuajada en las estrellas, tanto jirón de luz amurallada, tanto pétalo herido en la embestida. Era la puerta última y secreta que mostraría al mundo el nacimiento de la primavera. II La tierra era silencio y él nos dio las campanas. Era la patria piélago cerrado: él nos dio las riberas. Fue su herencia más firme que el acero: nos dejó la humildad de las espigas. Quiso que el sol. la libertad, el canto fueran la sed y el agua al mismo tiempo. Lo invocamos aquí, desde otro sueño, desde otros calendarios de ternura, pero desde aquel mismo espacio navegante donde aún se desvelan los ancestros del fuego, como la referencia mas obcecada y alta de la luz. ¿Qué dimensión tendrá en esta edad de ráfaga y paloma su mutismo de trébol insurgente? Hacia dónde discurren sus manos sin orillas y aquel destello sudamericano que calcinó sus vértebras celestes. ¿Y qué chispa lo sigue, qué hoguera lo evidencia en la profunda gesta de las sombras?

Enrique Gamarra (1933-?) Premio poesía instituido por el Fondo Nacional de las Artes en homenaje del General San Martín.

Canto Sanmartiniano – Ministerio de Cultura y Educación – págs. 143-147 Ediciones Culturales Argentina -Buenos Aires 1978.

La imagen de la espada es de: coleccion.educ.ar

PD: * Los que buscan poemas cortos, de escuela primaria, lean José de San Martín. Poemas y canciones y Poesías para el día del Libertador. Saludos!

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AN MARTIN

Me enseñaron de un hombrecon historia emocionanteque su vida fue una aventuraque su fuerte, la libertad.Me contaron que luchócontra el frío y el calorque con valentía, los Andes cruzó;y con perseverancia peleó,por la astucia que tenía,los honores y triunfos se ganó.También tuvo una hija;Merceditas, la llamó,a ella le enseñótodo lo que él aprendió,que el respeto es lo primeroy que la amistad...se basa en la honestidad.Yo sé que me olvidaréde lo excelente que fuepero lo que sí recordarées que para obtener la felicidadhay qA San Martín

Suena el clarín,mira, allá vanlos soldaditoscon su general.

Tiene valory mucha fe,aman el sueloque los vio nacer.

Cruzan los Andesy van por el mar,le dan a Américasu libertad.

Es San Martínsu capitán,un argentinoque supo luchar.

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Graciela Arrán

Abuelito San Martín

Abuelito San Martín;cuéntanos un lindo cuentocuéntanos como mandabastu cuerpo de granaderos

Abuelito San Martíntú que fuiste Generalenséñanos a ser buenosy a querer la libertad.

Amalia de Labra Sanz

SAN MARTÍN

Nuestra patria te proclamasu más grande paladín:y por eso te venero,don José de San Martín.

Desfile 

Plan, plan, plan, rataplán!Desfilan los soldadoscon paso military quedan asombradoslos niños del lugar.Morriones encarnados,casacas de coraly sables encerradosen vainas de metal.Y sueñan los pequeñoscon sables de verdad,sin ver que aquellos sueñosrevisten gravedad.

La estatua de San Martín. de Belisario Roldán

Allí está,Como estuvo allá en los Andes

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San Martínel más grande entre los grandes.Allí está,señalando el horizontemásmás alláde las sierras y del monte.Allí está,sobre el bronce perpetuadosu mirary su gesto de soldado.Allí está,para ejemplo de la tierra,vencedoren las lides de la guerray en la pazdespojado de ambicionesel que diolibertad a tres naciones.

Suena el clarín, mira, allá vanlos soldaditos con su general.

Tiene valory mucha fe, aman el sueloque los vio nacer.

Cruzan los Andesy van por el mar, le dan a Américasu libertad.

Es San Martínsu capitán, un argentinoque supo luchar.

Los Granaderos. Belisario Roldán

¡Rompe en los desfiladeros 

el estruendo de un ciclón … 

Son ellos, los granaderos 

dantescos del escuadrón 

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de la muerte; los primeros 

que escalando los peñones 

en un fantástico vuelo 

de Pegasos redomones, 

empenacharon de cielo 

el casco de sus morriones!

¡Son ellos! Bajo la lumbre 

del firmamento inmediato 

revuelan de cumbre en cumbre 

y ve absorto el Tupungato, 

una alada muchedumbre 

que trepa por la ladera 

purpurada de arrebol, 

lo mismo que si quisiera 

robarse el disco al sol 

para usarlo en la bandera!

¡Son ellos! Descenderán 

del lado del Occidente; 

y las águilas verán 

que al retomar el naciente, 

por botín de guerra van 

conduciendo los atletas, 

redención en las pupilas, 

luz de las almas inquietas 

libertad en las mochilas 

y el cielo en las bayonetas!.

Belisario Roldán 

Fuente: Instituto Sanmartiniano

 

Al ejército de los Andes. Adán Quiroga

Su plan de cóndor, de tan vasto aliento, 

El Misionero silencioso fragua, 

No son valla los Andes a su intento, 

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Ni la rugiente inmensidad del agua. 

La cordillera en cada invierno espesa 

Sus aluviones de perpetuos hielos. 

Y en cada tempestad el mar ensancha 

Su no sujeto límite iracundo: 

Que aquélla escala cielos y mas cielos. 

Y el agua precipita su avalancha. 

Sobre la curva tropical del mundo 

Y el Misionero silencioso calla. 

Y en la andina ciudad retiene el día 

De su primera y su triunfal batalla 

Que no es hora propicia para el golpe 

De un pálido sol de mediodía 

A laborar aprisa, y sin sosiego. 

En el callado invierno sin alarmas 

Juro hierro someter al fuego 

Y convertirlo en vengadoras armas 

A no dar tregua en la ciudad patricia. 

Ni en el parque y taller del Plumerillo, 

A la fragua, el batán, al yunque. al molde, 

A la aguja, a la lezna y al martillo 

Y a maniobrar de sol a sol. 

Mendoza; 

Con pie seguro en sus movibles valles, 

Es un gran campamento; vivaquean 

Cambujos y libertos en sus calles; 

Los cholos de rebeldes alardean; 

Cantan contra su rey, y de las viñas 

En odres beben los cuadrienios jugos, 

Y en las dulces miradas de las niñas 

Uncen de nuevo los odiados yugos. 

¡Ah! ¡Todo el mundo a caballo, y en campaña!- 

Truena un clamor de la argentina tierra, 

Y todo el mundo se alza contra España 

Con el dilema: -¡Independencia o guerra! 

El bravo montañés, el heredero 

De los dolores de la extinta raza, 

En atizar los odios contra el godo, 

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En franca rebelión, es el primero. 

Su varonil espíritu rechaza 

Dominaciones, servidumbres…, ¡todo 

O nada! -quiere en el natal refugio 

De sus bohíos, que el rencor le abruma… 

¡Y a borrar el baldón de Vilcapugio, 

Y a vengar la vergüenza de Ayohuma! 

De valle en valle la noticia cunde 

Que el Salvador apareció en Mendoza, 

Y por llanos y sierras se difunde: 

Y entre el continuo circular del mate 

Junto al fogón de la ignorada choza, 

Las mentas hablan de un triunfal combate. 

¡Y adiós Castilla con sus bravos godos, 

Alféreces, justicias, regidores, 

Impuestos, alcabalas y tributos 

Y forzados servicios y rigores, 

Monopolios de oficios y de frutos, 

Y cuanto grana y cuanto espiga el suelo 

Para fomento de las arcas reales! 

¡Y adiós fueros de doctos y de usías, 

Fernandinos escudos y blasones, 

Prebendas señoriales, regalías, 

Tapadas, y tenorios y balcones! 

¡Y adiós, oh linajudo castellano, 

Que seda y raso y damasquinos gastas! 

¡Y el poncho valga, el barragán indiano, 

La patria urdimbre y el hechizo lienzo, 

Que ya proclama la igualdad de castas 

El criollo sableador de San Lorenzo! 

En ciudades, y villas y campañas, 

Con un ir y venir de gratas nuevas, 

Mozos, viejos, paquetes y paisanos, 

Se empiezan a alistar para las levas, 

Jurando no amainar en la batida 

De obligado desquite a los hispanos. 

Con voz tonante, en el villorrio, el cura, 

A la sombra del tala centenario, 

Page 21: Poema a Jose de San Martin

A la patria proclama, la lectura, 

Reuniendo en asamblea, al vecindario: 

Y al estallar la aclamación, un mozo, 

Que en las filas patrióticas milita 

Y en arengar al pueblo se ejercita, 

Arrebatando aquel papel, se lleva 

El viril documento en que palpita 

El alma joven de una raza nueva, 

Y entrando a la cercana pulpería 

Vuélvense. el pueblo una hermandad de amigos 

Una constante vidalita, el día, 

La noche, un largo retrucar de obligos, 

Desde Jujuy notábase y las Punas 

Un indemne, insumiso movimiento, 

Que a la región andina sacudía 

El vórtice de un grande pensamiento 

Con los nuevos ideales y fortunas. 

Los de Salta y Jujuy bajan del Norte 

Montados en los briosos redomones 

Del gaucho Güemes, con airoso porte, 

A un quejumbroso yaravé 

El metro de las bélicas canciones. 

A la mitad de su camino alcanzan 

Al tucumano, que con firme empeño 

Abandona su obraje en los laureles 

Y sus surcos de caña; al santiagueño, 

Que no lleva otro avío que sus ojos, 

Atisbadores de la huyente abeja, 

Que labra en troncos de simbol sus mieles. 

Tras ellos van los criollos del Ambato, 

Gastando el lujo de sus ponchos rojos, 

Y encomendando, al clarear el día, 

El multiplico semestral del hato, 

La suerte de sus hijos a María; 

Y luego sigue el perspicaz riojano, 

Que el trance salva las llanuras secas, 

Al desamparo de su cielo glauco, 

Silbando gatos, tarareando cuecas 

Page 22: Poema a Jose de San Martin

De las vendimias de su dulce Arauco: 

Y el cordobés audaz, que en su tonada, 

Alardeadora de sus doctas luces, 

Se pinta con sus mañas de paisano, 

Viaja a la par del corredor puntano, 

Insigne en las batidas de avestruces. 

Y aquella romería se encamina 

A la ubertosa tierra de alamedas, 

Do medra el enviciado carolina, 

Do el olivo y la vid se dan abrazos, 

Y la morera mueve con sus brazos 

La rueca de oro del telar de sedas. 

¡Salve, oh raza de heroicos montañeses! 

¡Mohinos y aguerridos luchadores, 

Ya azoten vuestra carne los reveses, 

O la lid os aclame vencedores! 

¡Por vosotros culmina la existencia 

De esta gran patria de las patrias todas; 

Mira aumentar su ejército, a medida 

Que su fe en la victoria se acrecienta, 

Y el día llega de lanzar su gente 

A la grande, invencible, arremetida, 

Precipitando sobre el otro lado 

De espadas y de sables un torrente, 

¡Paso al invicto Capitán y ¡plaza! 

A los bisoños tercios que le siguen, 

Y que fusil al hombro y sable en mano 

El gran ideal de libertad persiguen 

Para todas las patrias oprimidas 

A lo largo del suelo americano! 

La disciplina ingénita transforma 

Al montañés intonso en veterano, 

A la mesnada rústica en milicia; 

Al toque de tambor en línea forma 

La zafia y grande división patricia, 

Que al rumor de ardorosas clarinadas 

Camina y anda, evoluciona y muere 

Su mar de bayonetas afiladas. 

Page 23: Poema a Jose de San Martin

¡Cómo al patriota espíritu conmueve 

E inspira aquel ejército formado 

De un día al otro, con genial empeño, 

En la historia del mundo destinado 

A realizar la idealidad de un sueño! 

!Vadear los ríos, ascender montañas, 

Salvar desfiladeros, repitiendo 

Del Africano y Corso las hazañas; 

Convulsionar las oprimidas tierras; 

Dominar horizontes y confines, 

Caminando por rutas de victoria 

El puñado de heroicos paladines 

Que llegan a codearse con la gloria; 

Izar el blanco y el celeste trapo 

En la torre del gótico castillo, 

Entregando a las plebes, hecho harapo, 

El glorioso y simbólico estandarte 

Del honor, de la fe, de la ventura, 

Pasa el invierno frígido y brumoso, 

Y ostenta la aterida Cordillera 

Su espléndida canicie de coloso. 

La mira el Misionero silencioso 

Circunscribir el límpido horizonte, 

Y anonadado al verse tan pequeño 

Midiendo su estatura y la del monte 

Murmura sin cesar: ” Esa montaña 

No me ha dejado conciliar el sueño” 

Ya se siente en el patrio campamento 

Del Plumerillo, en el risueño valle, 

Un grande y obstinado movimiento, 

Hervir de gentes y chocar de espadas, 

Y, galopando en su piafante potro, 

Anda anunciando el oficial Lavalle 

Que comienzan las clásicas jornadas. 

La histórica ciudad del Misionero, 

Como garrida almea se engalana, 

Y al aire lanza su canglor guerrero, 

Que al despuntar de una feliz mañana, 

Page 24: Poema a Jose de San Martin

Abriendo calles el clarin resuena, 

Y la tupida multitud renuente 

Las avenidas y los parques llena, 

Con desgaire triunfal de independiente. 

En aquel grande, inolvidable día 

Cayó la bendición a nuestro suelo, 

Y proclamó la muchedumbre loca 

Su fe en el triunfo y en el Dios del cielo, 

Con el fecundo grito de su boca. 

Respondieron tambores y clarines 

Por seis mil silenciosos corazones, 

Y el nombre de la patria fue llevado 

Por el viento a los últimos confines 

Palpitando en las sacras oraciones. 

Mas las campanas de las torres callan, 

Y no como en los días de victoria 

Con jubiloso repicar estallan, 

Cantando triunfos y gritando gloria: 

Y es que corren, con ruido estrepitoso, 

Detrás del escuadrón de pica y lanza, 

Fundidas en cureñas y cañones 

Por fray Luis el artífice ardidoso, 

Arquimedes del parque y la maestranza. 

Ha llegado Condarco, el ingenioso 

Fabricante de pólvora y batanes, 

Que rema con el fuego y con el agua 

Enero en la afilada bayoneta ardía 

Y en las espadas de bruñido acero. 

Y era un largo silencio emocionante 

De mar dormido en crepitante calma, 

De esas que suelen preceder al trueno 

Y a la proterva tempestad del alma. 

Cuando rompió la tregua de la vida 

El ronco acento del cañón andino, 

Que daba la señal de la partida 

Al inmortal ejército argentino. 

¿Quién es aquel a quien la turba aclama 

Con explosión de vítores triunfales ?.. 

Page 25: Poema a Jose de San Martin

¡Escrito está su nombre en los anales 

De medio mundo! – ¡San Martin se llama! 

¡El héroe de las druidicas Misiones, 

Alto; y fornido, como atleta griego, 

Cuya frente enigmática y serena 

Se insuflaba en su mundo de visiones 

Sobre una inmensa tempestad de fuego; 

El ronco Capitán de tez morena, 

De aguileña nariz y negros ojos, 

Los que, a la sombra fiel de sus pestañas, 

Abarcaban las patrias lejanias, 

Miraban a través de las montañas! 

En su mula, enjaezada a la chilena, 

De pie firme y de criollas energías, 

Al tranco marcha. 

Cubre su melena 

El típico falucho; gran capote 

Azul turquí, botonadura gualda, 

Ribeteado con vivos encarnados, 

Su pecho envuelve y musculosa espalda; 

Su diestra empuña el coruscante sable, 

Que apunta a los altisimos nevados; 

Calza su pie la granadera bota 

Que a la rodilla da; ciñe en su taco 

La nazarena de estrellado bronce 

Con que pica a su potro en la derrota 

Del enemigo, cuando le abren claros 

Las recias cargas del Octavo y Once. 

Al lado del gigante Misionero 

Va, conduciendo el militar tesoro, 

Zenteno, el ascendido tabernero. 

Del Estado Mayor gloria y decoro, 

O’Higgins marcha, en el momento aciago 

Para su Chile, que Marcó avasalla, 

A despertar el alma de Santiago 

Con la diana triunfal de la batalla. 

Las Heras va también, el gran Las Heras 

Empuje de los choques resonantes, 

Page 26: Poema a Jose de San Martin

Que rompe cuadros, desbarata hileras 

Con su aguerrido pelotón de infantes; 

A la vanguardia de sus tropas, sigue 

Soler, el iniciado del Cerrito, 

El primero en trepar con osadía 

Las empinadas cuestas de granito. 

Lleva a la grupa de las mulas, Plaza, 

Para hacerse escuchar, la artillería, 

Temistocles de trueno y la amenaza. 

Crámer y Conde, con marcial talante, 

Guían al siete, iniciador de acciones; 

Portus y Freyre, a la Legión volante 

De audaces coraceros y dragones; 

Mandan a los hercúleos granaderos, 

A cuyo galopar tiembla y chispea 

La tierra, en polvorosos entreveros, 

Escalada, Zapiola, Necochea, 

Y Melián, Olazábal y Lavalle, 

El que al frente de rápidas patrullas 

Corre a probar el temple de su corvo 

En los agrios ribazos de Achupallas. 

Y aquella armada multitud guerrera 

Andando, andando, poco a poco sube 

A la patria del águila altanera, 

A la tierra del cóndor y la nube, 

Cual si su intento gigantesco fuera 

Dominar la amplitud del Continente 

Desde la última roca de granito, 

Interrogar al cielo frente a frente, 

Y sondear la intención del infinito… 

¡La Libertad en vuestra acción conga, 

Anónimos soldados argentinos, 

Preclaros héroes de la patria mia! 

Desde el Estrecho al Ecuador lejano, 

Con la fe de su gloria y sus destinos, 

Que el misterioso porvenir escuda, 

Una mitad del mundo americano 

Al puñado de Apóstoles saluda!

Page 27: Poema a Jose de San Martin

Adán Quiroga (1863-1904)

Fuente: Instituto Sanmartiniano

 

El nido de cóndores. Olegario Víctor Andrade

En la negra tiniebla se destaca, 

como un brazo extendido hacia el vacío 

para imponer silencio a sus rumores, 

un peñasco sombrío. 

Blanca venda de nieve lo circunda, 

de nieve que gotea, como la negra sangre 

de una herida abierta en la pelea. 

Todo es silencio en torno! 

Hasta las nubes van pasando calladas, 

como tropas de espectros 

que dispersan las ráfagas heladas. 

¡Todo es silencio en torno! 

Pero hay algo en el peñasco mismo 

que se mueve y palpita, cual si fuera 

el corazón enfermo del abismo. 

Es un nido de cóndores 

colgado de su cuello gigante, 

que el viento de las cumbres balancea 

como un pendón flotante. 

Es un nido de cóndores andinos, 

en cuyo negro seno parece que fermentan 

las borrascas y que dormita el trueno. 

Aquella negra masa se estremece 

con inquietud extraña: es que sueña 

con algo que lo agita 

el viejo morador de la montaña. 

Una mañana -¡inolvidable día!- 

ya iba a soltar el vuelo soberano 

para surcar la inmensidad sombría, 

y descender al llano, 

a defender con ansia convulsiva 

su sangriento festín de sangre viva, 

Page 28: Poema a Jose de San Martin

cuando sintió un rumor nunca escuchado 

en las hondas gargantas de occidente:

el rumor del torrente desatado, 

la cólera rugiente del volcán 

que en horrible paroxismo, se revuelca 

en el fondo del abismo. 

Choques de armas y cánticos de guerra 

resonaron después; 

relincho agudo lanzó el corcel 

de la argentina tierra 

desde el peñasco mudo; 

y vibraron los bélicos clarines, 

del Ande gigantesco en los confines. 

Crecida muchedumbre se agolpaba 

cual las ondas del mar en sus linderos; 

infantes y jinetes avanzaban 

desnudos los aceros, y atónita al sentirlos, 

la montaña bajó la frente 

y desgarró su entraña. ¿Dónde van? 

¿dónde van? ¡Dios los empuja! 

Amor de patria y libertad los guía. 

Donde más fuerte la tormenta ruja, 

donde la onda bravía más ruda 

azote el piélago profundo, 

¡van a morir o libertar un mundo!

Olegario Víctor Andrade 

Fuente: El libro y su lectura (para 6º grado). Amadeo Ronco. Ed. Kapelusz. 1957

 

La espada encendida. Enrique Gamarra

Y fue cuando la patria era 

un sueño tendido en las llanuras. 

Lo supieron los sauces, en la orilla 

de un río casi niño todavía. 

Lo repitieron los caraguataes 

como un secreto oscuro de la tierra 

Page 29: Poema a Jose de San Martin

y lejos, bajo un cielo de gaviotas, 

se hizo mensaje de agua entre las olas. 

Fue cuando el aire andaba 

con su infancia de abiertas golondrinas 

imaginando coplas y banderas. 

presintiendo tacuaras y alaridos, 

reverberos de azules clarinadas. 

Y fue cuando febrero teñía el mundo 

con su euforia roja. 

En Yapeyú, campana de la patria. 

Aquel niño abrevaba en el rocío. 

Los luceros le dieron 

su vocación de luz y advenimiento. 

En las palomas descubrió un destino 

de horizontes sin limites de sombras 

y del árbol extrajo su resina 

de bosque y madrugada. 

Después España lo miró distante. 

Como un sobreviviente 

de la floresta sudamericana hurgaba 

en su nostalgia de membrana silvestre 

cerca de un mar extraño y tumultuoso, 

donde se hundían fechas de muertos calendarios. 

Allí miraba el cielo y recordaba. 

(En sus ojos había una estrella perdida) 

Acaso recordaba el eco de un galope 

o una guitarra que quedó olvidada 

en el rincón más viejo del silencio. 

Alboreaba en sus ojos un lejano retorno. 

Allí se hizo relámpago, corteza, 

huracán, torbellino y embestida, 

cuando en su sangre despertó el llamado 

como una imposición de la memoria. 

Allí nació su sed interminable: el agua 

lo esperaba en Sudamérica. 

En San Lorenzo supo que empezaba 

a arder el fuego de la profecía: 

no estaban solas las barrancas, 

Page 30: Poema a Jose de San Martin

algo en las arenas de la madrugada 

se levantaba de repente, 

algo que discurría unánime 

en la sombra delataba 

su pulso de bandera. 

En la última torre del convento 

conspiraban a solas las campanas. 

Y de repente el tiempo se hizo nube, 

crepitación de espadas y galopes, 

mientras se derrumbaban 

los mástiles del cielo 

con un sonido bíblico de muerte. 

El tinte granadero de la altura 

cubrió por un instante todo el mundo. 

En Plumerillo fue como una chispa, 

como el roce de un pétalo en la bruma. 

Algo escapó de un sueño 

Y se desparramó por los caminos, 

por las estribaciones. las quebradas, 

hasta alcanzar los predios del poniente 

detrás del estupor cordillerano. 

El vigilaba insomne 

las raíces sonoras de aquel sueño 

y sus ojos hurgaban el crepúsculo 

consumiendo morados calendarios. 

¡Cómo observó la ruta de los pájaros 

hacia el oeste siempre de la espera! 

¡Cómo soñó banderas clavadas 

en el polvo de la opresión y el miedo 

y multitudes que lo saludaban! 

Todo aquel tiempo de martillo y canto 

brilló un vivac de estrellas en las noches. 

Y el alma de la piedra tuvo su día de agua. 

Por El Planchón, Coquimbo y Olivares 

se repartió en columnas incesantes. 

Con él marchaban cuatro mil soldados, 

cuatro mil juramentos de uniforme 

con cuatro mil banderas en lo alto. 

Page 31: Poema a Jose de San Martin

Qué pudo la unidad de la tormenta 

-su mínimo aluvión de roca y nieve- 

contra ese fragor americano, 

esa pluralidad alucinada 

por un azul más denso que el silencio 

y el último envión del Chimborazo? 

Por El Planchón, Coquimbo y Olivares, 

Los Patos y Uspallata, 

un resplandor celeste crecía en los abismos. 

¿Qué sonido subía de las profundidades? 

El capitán del viento, el general 

del trigo y las estrellas avizoraba 

cóndores metálicos, gigantes pétreos, 

huecos sulfurosos 

Sabía que la calma tiene 

su arista de fragor y trueno, 

que la lluvia es la antípoda del fuego, 

pero que en ella duermen los relámpagos 

como el reverso de la mansedumbre. 

Y de repente valles y gargantas, 

desfiladeros, grutas, rompieron 

su mutismo milenario sobre 

el volcán abierto de los hombres. 

Cataratas de sangre barrían la ladera. 

La piedra oía, arengaba el viento. 

Batallaba el paisaje y era en vano 

que se partieran músculos y vértebras. 

Nadie pudo morir aquella tarde. 

Y desde la humareda y la vorágine 

del alarido subía una palabra, 

un nombre transparente como el agua, 

sin herencia de pólvora ni truenos. 

Argentina… Argentina… 

Cuando calló el paisaje 

El mangrullo del cielo estaba en llamas 

y el sol era una roja clarinada. 

Aquella noche el general de agua, 

de puro viento y nube tumultuosa, 

Page 32: Poema a Jose de San Martin

durmió como si fuera en el confín del mundo 

con un sueño cruzado de guitarras. 

Acaso fue preciso apurar esa copa de penumbra, 

Arañar el perfume, violar la clara 

desnudez del agua para encontrar el sol, 

esa campanería de los ojos 

que ahora sí encontraba 

su proyección de alas sin brújulas de fuego. 

Pero el sueño final estaba en Maipo. 

Allí vientos de España y vientos de los Andes 

soltaron sus columnas encendidas 

y estremecieron todo el continente. 

El era lo más alto del estruendo. 

América en su espada fulguraba 

y a su luz acudían los pueblos 

de la tierra como a la redención 

o a la esperanza. 

En Maipo tuvo su razón celeste 

tanta sangre cuajada en las estrellas, 

tanto jirón de luz amurallada, 

tanto pétalo herido en la embestida. 

Era la puerta última y secreta 

que mostraría al mundo 

el nacimiento de la primavera. 

II 

La tierra era silencio 

y él nos dio las campanas. 

Era la patria piélago cerrado: 

él nos dio las riberas. 

Fue su herencia más firme 

que el acero: nos dejó 

la humildad de las espigas. 

Quiso que el sol. la libertad, el canto 

fueran la sed y el agua al mismo tiempo. 

Lo invocamos aquí, desde otro sueño, 

desde otros calendarios de ternura, 

pero desde aquel mismo espacio navegante 

donde aún se desvelan los ancestros del fuego, 

Page 33: Poema a Jose de San Martin

como la referencia mas obcecada y alta de la luz. 

¿Qué dimensión tendrá en esta edad de ráfaga y paloma 

su mutismo de trébol insurgente? 

Hacia dónde discurren sus manos sin orillas 

y aquel destello sudamericano que calcinó 

sus vértebras celestes. 

¿Y qué chispa lo sigue, qué hoguera lo evidencia 

en la profunda gesta de las sombras?

Enrique Gamarra (1933-?) Premio poesía instituido por el Fondo Nacional de las

Artes en homenaje del General San Martín.

Canto Sanmartiniano – Ministerio de Cultura y Educación – págs. 143-147 Ediciones

Culturales Argentina -Buenos Aires 1978.

La imagen de la espada es de: coleccion.educ.ar

PD: * Los que buscan poemas cortos, de escuela primaria, lean José de San Martín. Poemas y canciones y Poesías para el día del Libertador. Saludos!

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