La Filosofía de la Educación de Ortega y Gasset. Una ...
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TESIS DOCTORAL
Valencia, 2011
La Filosofía de la Educación de
Ortega y Gasset. Una mirada actual
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
DPTO. TEORIA DE LA EDUCACIÓN DIRECTOR: Dr. D. VICENT GOZÁLVEZ PÉREZ
CODIRECTOR: Dr. D. JUAN ESCÁMEZ SÁNCHEZ DOCTORANDA: RAQUEL HIDALGO ESTEBAN
Para Héctor, el mejor regalo que me ha ofrecido la vida.
AGRADECIMIENTOS
La realización de una tesis doctoral no es una hazaña que se pueda acometer en
solitario. Antes de tomar la decisión de emprender un proyecto que, sin duda, se
demorará en el tiempo conviene tener presente todas y cada una de las circunstancias en
que dicho proyecto se enmarcará. Quizá no medité sobre ello al iniciar este trabajo pero,
ahora, volviendo la mirada al pasado soy consciente de que son varias las personas que
han contribuido a que pudiera llevarlo a cabo. Sin ellas, no hubiera sido posible alcanzar
los conocimientos adquiridos durante la realización de esta investigación.
Quiero agradecer, en primer lugar, al Dr. Juan Escámez Sánchez que haya
ejercido la pedagogía de la contaminación y haya sabido inyectarme la ilusión por la
figura de D. José Ortega y Gasset. Desde el inicio, D. Juan confiaba en que este trabajo
vería la luz y se ha encargado de dirigir mis pasos para que ello fuera posible. Fue él
quien me alentaba para que no desistiera en mi empeño, quien me expresaba desde el
primer momento su infranqueable confianza en mis capacidades y quien, sintiendo
próxima su jubilación, buscó una persona que, junto a él, me acompañara en el camino
de esta investigación. Hizo así su aparición el Dr. Vicent Gozálvez Pérez a quien debo
expresar mi gratitud por la minuciosidad y paciencia con la que ha corregido los
borradores previos a este trabajo. Creo tener el honor de ser la primera doctoranda a la
que ha dirigido y debo admitir que sus palabras han sido un gran aliento para seguir
adelante cuando las fuerzas flaqueaban. Reconocía los pequeños avances con grandes
vítores para que no cejara en mi empeño.
Las palabras aquí expresadas no hacen justicia a todo el agradecimiento que
querría expresar a estos dos profesores. Únicamente puedo afirmar que ha sido para mí
una gran suerte y todo un privilegio que esta tesis haya sido dirigida por ambos.
Sin duda, entre las principales circunstancias que han acompañado la realización
del presente trabajo se encuentra mi familia. Quiero agradecer a mis padres su apoyo
incondicional. A mi hijo, Héctor, la alegría con la que ha enfrentado la realización de
este proyecto. Es asombroso como, pese a su corta edad, sabía vislumbrar la parte
positiva de renunciar durante horas a los cuidados y compañía de su madre: disfrutar del
ocio compartido en exclusiva con su padre. Por último, agradecer a mi marido, Rafa, su
paciencia por las renuncias compartidas, su cálida tolerancia y el permanente amor
demostrado.
1
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN 3
CAPÍTULO 1: EL HOMBRE Y SUS CIRCUNSTANCIAS
1.1 Circunstancia familiares 21
1.2 Circunstancias escolares 22
1.3 Circunstancias socio-históricas 24
CAPÍTULO 2: EL OBJETIVISMO Y LA PEDAGOGÍA
IDEALISTA (1902-1914)
2.1 Datos biográficos de esta etapa 29
2.2 Influencias
2.2.1 El regeneracionismo 30
2.2.2 Influencias alemanas: el neokantismo
y la pedagogía social alemana
2.2.2.1 El Neokantismo 32
2.2.2.2 La Pedagogía Social Alemana 34
2.2.3 El momento político de Ortega o
El socialismo orteguiano 37
2.2.4 El Institucionismo: el Krausismo español
y la Institución Libre de Enseñanza 39
2.3 El problema de España: alcanzar la altura
de Europa a través de la cultura 45
2.4 La pedagogía social como programa político 51
2.5 A modo de resumen 60
CAPÍTULO 3: EL PERSPECTIVISMO Y
LA PEDAGOGÍA VITALISTA (1914-1923)
3.1 Contexto Sociohistórico 61
3.2 Datos biográficos 62
2
3.3 Teoría de las circunstancias 64
3.4 Biología y Pedagogía: una mirada vitalista 70
3.5 A modo de resumen 88
CAPITULO 4: EL RACIOVITALISMO Y
LA PEDAGOGÍA DE MADUREZ (1924-1955)
4.1 Datos biográficos y contexto sociohistórico 91
4.2 La aurora de la razón vital 93
4.3 Misión de la Universidad 100
4.4 A modo de resumen 120
CAPITULO 5: ACTUALIDAD PEDAGÓGICA
DE LAS IDEAS MATRICES DE LA FILOSOFÍA
DE LA EDUCACIÓN DE ORTEGA
5.1 La necesidad de la educación para el desarrollo
de la ciudadanía 123
5.2 El cultivo de las emociones en la educación 147
5.3 La reforma de la Universidad 169
CONCLUSIONES 199
BIBLIOGRAFÍA 211
3
INTRODUCCIÓN
La vida no nos es dada hecha sino que tenemos que ir llenándola nosotros
mismos con aquello que realmente aporta razón de ser a nuestra existencia. La vida es
quehacer pero un quehacer que ha de tener un sentido personal y social. Sin ser
consciente de ello, he procurado seguir estas máximas orteguianas, intentando encontrar
sentido a aquello que hacía. Así, tras compatibilizar los estudios universitarios de
Pedagogía con la profesión de funcionaria de prisiones durante siete años, sentí la
necesidad de cambiar de oficio, de profesión y, respondiendo a esa llamada interior que
es la vocación, conseguí una plaza como profesora de Educación Secundaria en la
especialidad de Psicopedagogía (actualmente Orientación Educativa). La conciliación
de la vida familiar y laboral no es una tarea fácil y, aún se convierte en una proeza
mayor, conciliar todo ello con la realización de un trabajo de investigación. Debe
realmente encandilarte aquello por lo que vas a sacrificar momentos irrecuperables de tu
vida personal. Por ello, a la hora de decidir el leitmotiv de la que iba a ser mi tesis
doctoral decidí buscar orientación en una de las figuras que más admiración, respeto y
confianza me había causado durante la realización de mis estudios universitarios: el
profesor D. Juan Escámez.
De este modo, este trabajo no surge de una forma natural y espontánea por un
conocimiento y sensibilidad propia hacia la figura de Ortega y Gasset. Admito que es
producto de una decisión personal pero, previa a ella, fueron las circunstancias las que
me pusieron delante de la misma. Este trabajo se gestó en el Departamento de Teoría de
la Educación, tras un encuentro con el profesor mencionado, mi maestro D. Juan
Escámez, quien tras una extensa y prolífica experiencia profesional y, sintiendo cercano
el momento de su jubilación, se lamentaba de que, tras haber dirigido más de treinta
tesis doctorales, ninguna de ellas se hubiera interesado por el pensamiento pedagógico
de Ortega y Gasset. En este sentido, era evidente su devoción por la figura y el
pensamiento de uno de los autores españoles más emblemáticos del siglo XX y su
desilusión porque ningún estudiante de Pedagogía se hubiera contagiado de ella.
Las lamentaciones de mi profesor estaban más que fundamentadas. Tras revisar
los trabajos de investigación realizados sobre Ortega y Gasset, pude comprobar que su
número era realmente escaso, en concreto, veinte. De ellos, sólo una tesina de
licenciatura, realizada por Dª Inmaculada C. Gómez Villalón y dirigida por Dª. Isabel
Gutiérrez Zuluaga, trata sobre las Ideas pedagógicas de Ortega y Gasset. Fue publicada
4
por la Universidad Literaria de Valencia, Facultad de Filosofía y Letras en 1972. Tal y
como sostiene su autora, en líneas generales puede verse en ese trabajo un esquema
pedagógico semejante al de llamado “puente” de Herbart. Hay un paso desde los
supuestos filosóficos primordiales, los psicológicos y los biológicos, a unas
consideraciones finales de carácter ético. El trabajo se realiza desde una perspectiva
filosófica más que pedagógica. Comienza analizando el concepto que Ortega tiene de la
Pedagogía misma, siguiendo inmediatamente con una síntesis de los supuestos
filosóficos que informan toda su obra, para después exponer los de carácter puramente
psicológico y biológico. Continúa con sus ideas sobre la educación, entendida siempre
como proceso dinámico positivo. Sus dos grandes facetas: la educación de la vitalidad
(escuela elemental) y educación cultural (escuela superior) van seguidas de sus
concepciones sobre la pedagogía social y, por último, de unas consideraciones acerca de
los fines o ideales educativos. El trabajo concluye afirmando que la educación en Ortega
enlaza con la actividad y ésta con la felicidad del hombre. El fin del hombre es la
felicidad y la vida es actividad en busca de la misma.
No satisfecha con el tratamiento pedagógico de la tesina de 1972 y sorprendida
ante la escasez de estudios que trataban la perspectiva pedagógica del pensamiento
orteguiano, comencé a plantearme que quizá mi tesis doctoral pudiera servir de modesto
homenaje a uno de los mayores pensadores que ha tenido nuestro país y al que, desde el
punto de vista pedagógico al menos, no se le han hecho los honores debidos.
¿Por qué Ortega? Por dos motivos fundamentalmente. El primero sería la deuda
que el mundo de la educación tiene contraída con él por la labor pedagógica ejercida
como educador de la nueva España. La extraordinaria sensibilidad de Ortega le hizo
visionar la educación como el instrumento de transformación intelectual y moral de la
sociedad española, como el remedio infalible para afrontar la mermada situación
cultural que padecía. Se entregó a una excepcional labor pedagógica sobre el pueblo
español, entrega reflejada en su prolífica producción escrita y en las empresas culturales
que emprendió como, por ejemplo, la creación de la Revista de Occidente. Ortega
representa la figura del educador, del intelectual comprometido con la mejora del
mundo que habita. Su profunda vocación pedagógica combinada con su afán por
comunicar e influir en la sociedad española le convirtieron en maestro de maestros,
ilustrador de varias generaciones españolas y, sin duda, en una de las mayores figuras de
la historia intelectual española del siglo XX. Pocas personas relacionadas con el mundo
de la educación conocen la contribución que nuestro autor realizó a los actuales estudios
5
superiores de Pedagogía al ocupar la cátedra de Lógica, Psicología y Ética en la Escuela
Superior de Magisterio de Madrid. De ella salieron grandes figuras de la pedagogía
española que eran sus discípulos pedagógicos, figuras como la de María Zambrano,
María de Maeztu, Joaquín Xirau, Lorenzo Luzuriaga o Juan Zaragüeta.
La segunda razón que ha motivado la elección de este trabajo es la escasa
atención prestada al análisis del pensamiento educativo de nuestro autor. Existen
numerosos estudios en las revistas especializadas de filosofía y en otros medios escritos
sobre la obra y el pensamiento orteguiano. Abundan, sobre todo, los producidos en los
años siguientes a su desaparición en 1955 o los que coinciden con la conmemoración de
fechas significativas como el centenario de su nacimiento en 1983. Sin embargo,
escasean los trabajos consagrados a la profundización en los escritos orteguianos que
tratan temas educativos. Es cierto que éstos no ocupan un lugar central en su obra y que
Ortega no se considera entre las figuras principales reconocidas por la historia de la
educación española. No obstante, la escasez cuantitativa de los escritos pedagógicos se
traduce en abundancia cualitativa. En los pocos ensayos dedicados a la educación
ejerció una reflexión rigurosa y, a mi juicio, tan acertada sobre los mismos que, incluso
hoy, son válidas muchas de las propuestas que realizaba sobre los problemas
pedagógicos de su tiempo. En este sentido, la falta de sistematicidad de sus escritos
educativos, siempre unidos a las circunstancias que los originan, no constituye un
obstáculo para la validez de sus planteamientos.
Por todo ello, sentí la necesidad de realizar un estudio sistemático de los escritos
en que Ortega expuso su filosofía de la educación, analizando todas y cada una de las
propuestas realizadas en respuesta a los problemas pedagógicos de su tiempo. No me
contentaré con recibir sus ideas sino que intentaré repensarlas y recrearlas en las
circunstancias actuales. Hoy más que nunca el pensamiento pedagógico de Ortega debe
difundirse pues es un referente indiscutible en la Historia de la Educación española que
no ha de caer en el olvido.
El presente trabajo responde, en concreto, a tres objetivos. El primero consiste
en analizar la evolución del pensamiento educativo de Ortega. Para ello recurriremos a
la cronología y a los escritos más significativos sobre educación, pero sin olvidar otros
escritos que posibilitan una interpretación más ajustada del planteamiento educativo
orteguiano. Una de las mayores críticas que se le realizan a Ortega es la aparente falta
de sistematicidad de sus escritos, siempre pegados a la circunstancia. Nuestro autor
escribe sobre lo que le preocupa en educación con ocasión de las circunstancias.
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Comprobaremos cómo cada escrito se origina en una fecha concreta y ante unos
desencadenantes concretos, contemplando motivaciones tanto históricas como
intelectuales. El segundo objetivo consiste en analizar las aportaciones que realiza
Ortega al mundo de la educación en cada una de las etapas que componen su trayectoria
intelectual. Nuestra hipótesis es que las ideas educativas de Ortega se circunscriben a
etapas diferenciadas de su trayectoria intelectual, abarcando ámbitos diferentes en
función de las mismas. Así, en la primera etapa se hará cargo de la relación existente
entre sociedad y educación. En la segunda, profundizará en las raíces biológicas del
proceso educativo y en la tercera, analizará el sentido de la educación en la institución
universitaria. El tercer y último objetivo es el de demostrar la vigencia de la filosofía
educativa orteguiana en las concepciones educativas actuales. Precisamente, la razón de
ser de este trabajo es evidenciar que en los escritos educativos orteguianos existen
principios pedagógicos válidos y necesarios en la actualidad. A nuestro entender, era
necesario realizar una interpretación de Ortega que, por un lado, partiera de la necesaria
perspectiva de su tiempo pero que, a la vez, demostrara la actualidad y valía de sus ideas
educativas en el nuestro. Pensamos que una nueva lectura de los escritos educativos
orteguianos, en diálogo con algunos de los autores y preocupaciones de la realidad
educativa actual, podría servir para confirmar caminos ya emprendidos o para imaginar
nuevos senderos por los que debiera discurrir la educación del siglo XXI.
Desde el punto de vista práctico, la metodología seguida ha sido la búsqueda
bibliográfica, la lectura, la reflexión y la redacción de un texto idiosincrásico. La
búsqueda bibliográfica se ha realizado a través del uso de los catálogos de las
bibliotecas de la Universidad de Valencia, en concreto, a través del catálogo Trobes. Así
mismo, ha sido un instrumento de gran ayuda el servicio ofrecido por la biblioteca de la
Universidad de la Rioja Dialnet (Difusión de Alertas en la Red). Ésta es una plataforma
de recursos y servicios documentales, cuyo objetivo fundamental se centra en mejorar la
visibilidad y el acceso a la literatura científica hispana a través de Internet. Hoy en día
es, probablemente, la mayor base de datos de su género accesible de modo gratuito. Al
ser una hemeroteca virtual hispana de carácter interdisciplinar, aunque con un
predominio de las revistas de Ciencias sociales y de Humanidades, y una base de datos
de contenidos científicos hispanos muy exhaustiva y actualizada, ha constituido una
herramienta cómoda, práctica y eficaz para acceder a buena parte de la bibliografía
utilizada en este trabajo.
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La lectura de los textos seleccionados se ha realizado en diferentes momentos de
la investigación y con diferentes acercamientos, según los objetivos de cada momento.
De cada uno de los textos se han realizado anotaciones personales y se han ido
reuniendo materiales de trabajo que incluían las ideas del autor, la contextualización de
las mismas y comentarios personales. En cuanto a la contextualización de los escritos,
tratándose del autor de la circunstancia, se hacía todavía más preciso intentar tener
presentes todas y cada una de las circunstancias que influyeron en la producción de los
escritos. La mayor parte de los textos nos remitían a otros que los complementaban y a
otros que los analizaban y comentaban, tejiéndose de este modo un hilo conductor que
ha ido entrelazando la estructura definitiva del presente trabajo.
Desde el punto de vista técnico, la metodología utilizada viene dada por la
propia adscripción de la materia de estudio. La filosofía de la educación pertenece al
ámbito de las filosofías aplicadas. Éstas “intentan hacer efectivos los puntos de vista
éticos en la realidad fáctica, en las condiciones de la vida moderna y contemporánea”
(Conill, 2003, 122). Para resolver los problemas que tratan siguen un marco
metodológico de carácter crítico-hermenéutico. Éste es, precisamente, el que hemos
seguido para comprender el pensamiento educativo de Ortega y Gasset. Nuestro objeto
de estudio requería, pues, un profundo y completo análisis teórico que utilizara la
descripción, interpretación y exploración de las ideas educativas de nuestro autor.
La metodología hermenéutico-crítica empleada consiste en el arte de
comprender e interpretar un texto con la intención de entrar en diálogo con el mismo. Se
trataría de comentar, argumentar, refutar o cuestionar un discurso que se considera no
unívoco. En ese proceso de interpretación comprensiva existen tres momentos
diferenciados: la mirada autoreflexiva, la escucha del otro y el diálogo.
La mirada autoreflexiva es el primer momento del proceso crítico-hermenéutico.
Es necesaria ya que permite averiguar el conocimiento previo del sujeto que interpreta,
sus propios intereses y preconcepciones. Ninguna mirada es neutra, ningún
acercamiento a la visión de otro es totalmente objetivo. Por ello, hacerse cargo de esa
subjetividad interpretativa es condición previa para que pueda realizarse una
interpretación responsable y honesta. La mirada autoreflexiva permite conocer el punto
de partida de la intérprete, desde dónde lee, qué principios y puntos de vista previos
tiene, para entrar en conversación con el objeto de estudio elegido y dar sentido al
discurso.
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La interpretación crítico-hermenéutica requiere ser consciente de la propia
estructura previa: “La estructura previa significa, pues, que la existencia humana se
caracteriza por su peculiar manera de estar interpretada, que es anterior a cualquier
enunciado. Es un estar interpretado cuyo carácter fundamental de preocupación encierra
el peligro de ocultar la tendencia allanadora del juicio proposicional” (Grondin, 1999,
140). Esta estructura estaría conformada por el conjunto de conocimientos y asunciones
previas y creencias anticipadas acerca del objeto de estudio. Sin ella, no hay
comprensión posible. Cuando un texto no despierta en nosotros significación alguna, no
nos dice nada, decimos que no lo entendemos. Para hacerlo, necesitamos de una
estructura previa que nos permita otorgarle significado.
En definitiva, la mirada autoreflexiva nos permite comprender el texto
situándonos en el propio lugar desde el que se entiende, no desde quien lo ha escrito. De
esta manera, evitaremos deformar el texto y estaremos en mejores condiciones para no
proyectar en él nuestro propio trasfondo de creencias. Esto es lo que Grondin,
refiriéndose a Gadamer, quiere señalar: “Para Gadamer el entender quiere decir aplicar
un sentido a nuestra situación y a nuestra interrogación. No existe en primer lugar una
comprensión pura y objetiva del sentido que luego pudiera adquirir una significación
especial al ser aplicada a nuestras preguntas. Al contrario, en todo intento de entender
nos incluimos ya a nosotros mismos de tal manera que, para Gadamer, entender y
aplicar coinciden” (Grondin, 1999, 168).
La escucha del otro constituye el segundo momento en el proceso crítico-
hermenéutico. Nos permite colocarnos en el contexto del texto y, desde ahí, entenderlo
El propio Ortega y Gasset expone cómo para entender las ideas de alguien, esas ideas no
deben ser interpretadas por sí mismas sino que van adscritas a un texto y a un contexto y
reflejan el peculiar modo de reaccionar y habérselas con la circunstancia de ese alguien,
en ese preciso momento1.
Se trata, pues, de percibir el texto del otro desde la construcción que vamos
haciendo de su propio horizonte. Partimos de la convicción de que para entender las
respuestas del texto, hay que comprender las preguntas y el contexto epistemológico en
el que se construyen. Porque lo que pasa con la expresión acontece en grado aún mayor
1 “Todo texto se nos presenta por sí mismo como fragmento de un contexto. Pero texto y contexto, a su vez, suponen y hacen referencia a una situación en vista de la cual todo aquel decir surgió. La situación real desde la que se habla o escribe es el contexto general de toda expresión. El lenguaje actúa siempre referido a ella, la implica y reclama”. ORTEGA Y GASSET, J. (1941). Historia como sistema y del Imperio Romano. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo VI, p.147.
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con la idea misma. Ninguna idea es sólo lo que ella por su exclusiva apariencia es. Toda
idea se singulariza sobre el fondo de otras ideas y contiene dentro de sí la referencia a
éstas. Pero además ella y la textura o complejo de ideas a que pertenece, no son sólo
ideas, esto es, no son puro “sentido” abstracto y exento que se sostenga a sí mismo y
represente algo completo, sino que una idea es siempre reacción de un hombre a una
determinada situación de su vida. Es decir, que sólo poseemos la realidad de una idea, lo
que ella íntegramente es, si se la toma como reacción a una situación concreta. De ahí
que no podamos coger los textos que tratan temas educativos en la extensa obra de
Ortega e interpretarlos sobre la nada, sino que para una auténtica aprehensión de sus
ideas es particularmente necesario, para el autor de la circunstancia, el contemplar todas
y cada una de éstas.
El método crítico-hermenéutico se adapta perfectamente a la esencia de la
filosofía orteguiana. El propio autor refleja la mirada autoreflexiva y la escucha del otro,
los dos momentos señalados del citado método, al exponer: “Pensar es dialogar con la
circunstancia; nosotros tenemos siempre, queramos o no, presente y patente nuestra
circunstancia; por eso nos entendemos. Mas para entender el pensamiento de otro
tenemos que hacernos presente su circunstancia. Sin esto, fuera como si de un diálogo
poseyésemos sólo lo que dice uno de los interlocutores”2.
Es preciso, pues, escuchar al otro para entender de verdad sus ideas. Y ello
comporta que debamos reconstruir previamente la concreta situación y averiguar el
papel que en función de la misma situación representa. Sólo así entenderemos de verdad
la idea. En cambio, tomada en el abstracto sentido que siempre, en principio, nos ofrece,
la idea será una idea muerta.
El tercer momento en el proceso crítico-hermenéutico es el diálogo, que
acontece cuando nos abrimos a la experiencia de lo ajeno. Debemos partir del supuesto
de que el otro es, necesariamente, distinto a mí y, por tanto, trataremos de no
equipararle con la propia perspectiva. De esta forma, a través del contraste de horizontes
diversos entre sí, se abre un diálogo que no postula axiomas o reglas de la lógica
proposicional, sino que plantea preguntas y respuestas. En eso consiste, precisamente, la
hermenéutica como arte de comprender correctamente el discurso del otro, sobre todo el
escrito. Se trata de participar en la búsqueda dialógica del saber. Para entender un texto
2 Ibídem, p.147
10
hay que entrar en diálogo con él y captar así el fondo de lo que las palabras dicen
inmediatamente.
Además del método hermenéutico-crítico, para adentrarnos en el pensamiento
pedagógico de Ortega, lo haremos siguiendo el método narrativo y, en concreto, el
método biográfico que es el que mejor se adapta a la naturaleza de la filosofía
orteguiana3. A través de este método y siguiendo las etapas descritas por Ferrater Mora
(1973) intentaremos obtener una comprensión previa de la realidad a la que se aplica.
Con lo cual nos hallamos dentro de uno de esos inquietantes círculos pues si es cierto
que para entender un sistema de pensamiento debemos describir las fases por las cuales
ha pasado, no es menos cierto que para entender a derechas cualquiera de estas fases
debemos poseer de antemano una cierta idea, por vaga que sea, de todo el sistema. Pero
no nos descorazonemos: el método en cuestión – o el círculo vicioso en cuestión- es el
mismo que usamos comúnmente con el fin de comprender el significado de cualquier
vida humana. Las primeras fases en el desarrollo de la vida de una persona nos ayudan
grandemente a entender las últimas, y a la vez las últimas nos proporcionan una base
sólida para la interpretación de las primeras.
Con la finalidad de descubrir la pedagogía orteguiana, comienza este trabajo
presentando al hombre y sus circunstancias familiares, escolares, sociales, históricas; en
definitiva, todas y cada una de sus circunstancias vitales. Así, en el capítulo primero
reconstruimos la biografía de Ortega realizando un detallado análisis de todas aquellas
circunstancias que contribuyeron a que nuestro autor llegara a ser el que fue, pugnando
con el mundo que le tocó vivir para ejercer su vocación. Descubriremos al niño Ortega
naciendo literalmente bajo una rotativa y hallándose en un núcleo familiar liberal e
ilustrado. Veremos cómo, desde sus orígenes, su vida estuvo muy vinculada a la
actividad periodística y ello podría explicar su inagotable afán de claridad sobre las
cosas y su ímpetu de participación e implicación en la vida pública y política de su país.
Nos detendremos en la educación recibida por nuestro autor. Hasta los quince años,
Ortega se educará con los jesuitas y después de cursar los estudios universitarios,
siguiendo la tradición de la época, viajará a Alemania para completar su formación. A
3 “Ortega ha dicho, en efecto, que el mejor método – quizás el único método- capaz de apresar la realidad humana es el método narrativo (…) En el sentido que Ortega ha dado al vocablo, “biografía” es casi una expresión técnica, por medio de la cual se designa la peculiar estructura “sistemática” de la vida humana y de las actividades humanas” FERRATER MORA, J. (1973) Etapas de una filosofía, pp.17-18, Barcelona, Seix Barral.
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su vuelta, se dedicará a la docencia universitaria y emprenderá diversas actividades
culturales.
Puesto que todo el pensamiento orteguiano es circunstancial, para realizar una
aproximación seria y responsable al mismo, en nuestro caso desde la perspectiva
educativa, debemos por fuerza analizar también el momento histórico en el que vive.
Para obtener un conocimiento amplio de España, de sus circunstancias históricas, de sus
proyectos realizados o frustrados, nos remontaremos al turbulento siglo XIX por ser el
que le toca vivir a Ortega. Pero, además, como la historia es un devenir y la
comprensión de un siglo implica la del anterior, pasearemos por la historia española
desde el Despotismo Ilustrado hasta la muerte de nuestro autor, señalando algunos de
los acontecimientos más significativos que ocurrieron antes y durante la vida de Ortega.
Los siguientes tres capítulos se corresponden con cada uno de los estadios que
Ferrater Mora (1973) establece en el desenvolvimiento intelectual de Ortega. El primero
abarca de 1902 a 1914, es el objetivismo, al que nosotros hemos hecho coincidir con la
Pedagogía Idealista; el segundo, de 1914 a 1923, es el perspectivismo, corresponde a la
Pedagogía vitalista; el tercero, de 1924 hasta 1955, el raciovitalismo, es la Pedagogía de
la madurez. Los tres capítulos siguen la misma estructura. En primer lugar se hace un
recorrido por los datos biográficos y el contexto sociohistórico de esa etapa en concreto.
A continuación se realiza una aproximación al marco filosófico desde el que Ortega se
cuestiona la realidad y, por último, cerramos el capítulo con un análisis detallado de la
obra educativa orteguiana adscrita cronológicamente a esa etapa.
De este modo, el capítulo segundo se centra en la etapa comprendida entre 1902
y 1914, realizando la exposición del objetivismo y el análisis de la pedagogía idealista.
Encontramos a un joven Ortega que, habiendo completado su formación
alemana, comienza su vida académica. En este momento inicial de su trayectoria, la
visión pedagógica orteguiana es una visión social. Ortega concibe la educación como el
medio para lograr la transformación de la mermada realidad sociocultural española.
Encontramos influencias procedentes del regeneracionismo, del neokantismo y
la pedagogía social alemana, del socialismo que defendía nuestro autor en ese momento
y del institucionismo heredado de la Institución Libre de Enseñanza.
Así, aunque Ortega pertenezca a la generación del 14, es justo reconocer que, de
los autores regeneracionistas, hereda el dolor por España, convirtiéndola en su tema, su
drama, su fuente de lamento e inspiración. Pero, no se queda en ese pasado doloroso
sino que nuestro autor vislumbra el futuro, el cambio, a través de la europeización.
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Del neokantismo tomará la necesidad de racionalización, el ejercicio de la razón
nos vincula con el ámbito de lo objetivo, de lo universal, de la ciencia.
Por tanto, europeización y racionalismo son las banderas que enarbola Ortega en
este momento.
España ha de sentirse Europa, ha de adueñarse de las corrientes ideológicas más
relevantes, ha de tornarse científica pero, sobre todo, España ha de ser comunidad o no
será. Absorbiendo los principios de la Pedagogía Social del profesor Natorp, nuestro
autor defenderá una concepción social del hombre, negando la posibilidad de serlo al
margen de la sociedad. El hombre como ser individual no existe sino que para existir
como tal debe formar parte del tejido social.
Pero, de esa pertenencia se derivan exigencias, como la de contribuir a la mejora
de la sociedad. Ahora bien, dicha mejora no es un acto individual, solitario, heroico,
sino que es una obra común de los hombres inmersos en la sociedad. Por ello, debemos
recurrir al mejor instrumento para concienciar a los individuos de su deber de trabajar
por y para la comunidad, debemos asirnos a la educación.
La relación entre educación y comunidad es directa, recíproca y bidireccional.
La educación es el medio para la consecución de esa sociedad humana y justa. Sociedad
que, por otra parte, debe liberarse de los dogmas impuestos por tradiciones históricas y
religiosas, reivindicando como auténtica religión la pura humanidad, la comunidad
humana presidida por la autonomía personal y la libertad moral.
Nuestro autor verá en el socialismo el reflejo político de sus ideas y en el
institucionismo el reflejo educativo. Defenderá la necesidad de renovar la cultura
española y equipararla al nivel de la cultura europea, reivindicará la cultura racionalista
y abierta al progreso y el laicismo en educación, principios que ya formaban parte del
ideario de la Institución Libre de Enseñanza.
Sin embargo, a pesar de las influencias alemanas mencionadas y el ansia de
europeización, nuestro autor se sentía, ante todo, español. Por ello, dedicaremos en este
capítulo un apartado específico al problema de España ya que sería imposible estudiar
cualquier aspecto de la obra orteguiana sin referirse al mismo. Partiremos del
diagnóstico que el propio autor hace de su país, visionándolo como una España
invertebrada donde todo lo ha hecho el pueblo y lo que no ha hecho éste, se ha quedado
sin hacer.
Pero, referirse a la cuestión española conlleva necesariamente la mención
específica de Europa ya que, si España es el problema, Europa representa la solución.
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Ortega ve su país como posibilidad europea y realiza un análisis detallado de dicha
posibilidad. Para ello, va definiendo con precisión qué es Europa y por qué representa
una salida al problema español. Para Ortega, Europa es ciencia, ésta es la clave de su
progreso. Propone nuestro autor dotar de ciencia al pueblo español y, para ello, se ha de
recurrir, sin duda, a la pedagogía.
El problema español es un problema pedagógico. Ésta es la tesis defendida en La
Pedagogía Social como programa político, obra que recoge la conferencia leída en
Bilbao en 1910 y que contiene el plan de acción orteguiano para enmendar la realidad
nacional.
El punto de partida para la defensa de su pedagogía social lo sitúa en la
deficiente realidad cultural española que encuentra a su vuelta de Alemania. En su
Conferencia de 1910 describe España como un dolor enorme y afirma que no existe
como nación.
Se hace preciso, pues, movilizarse en un patriotismo activo que reconstruya y
transforme la realidad social del País. El instrumento para producir esa transformación
es la política. Ésta no es sólo la gestión de lo público, el debate y la discusión de los
partidos políticos en la lucha por el poder, no es la actividad electoral y parlamentaria ni
siquiera es tan sólo el arte de gobernar. La política es el instrumento para lograr la
transformación de la sociedad civil, el medio para situar al país a la altura de los
tiempos.
Pero, también a la acción de transformar la realidad dada en el sentido de un
ideal se le da el nombre de educación. Por tanto, como la política y la educación
comparten el mismo objetivo, Ortega concibe la política como pedagogía y el problema
español como problema educativo. Asume de este modo una concepción educativa de la
política, amplía el concepto clásico de la misma y la convierte en el poderoso
instrumento que habrá de educar a la sociedad española.
Es innegable la importancia que Ortega atribuye a la Pedagogía, situando en ella
la clave resolutiva al gran problema español. No se puede, en este sentido, ser más
pedagogo ni confiar con más fuerza en la Ciencia de la Educación.
El tercer capítulo se abre con una descripción del contexto sociohistórico
comprendido entre 1914 y 1923. Se analizan las consecuencias que la Primera Guerra
Mundial origina en nuestro país. Pese a que España no se posiciona activamente en el
conflicto, la opinión pública se divide ideológicamente en aliadófilos y germanófilos.
Este lamentable hecho histórico servirá para despertar la conciencia nacional y
14
producirá consecuencias económicas, sociales y culturales. Coincidiendo con la fecha
que cierra este período, el año 1923, se proclama la Dictadura del general Primo de
Rivera contra la que nuestro autor emprenderá un enfrentamiento doctrinal.
En esta etapa, Ortega escribe algunas de sus obras más trascendentes como las
Meditaciones del Quijote, España Invertebrada o El tema de nuestro tiempo.
Su preocupación por España sigue estando presente pero ahora se da cuenta que,
para salvarla, se hace preciso cambiar de estrategia. El enfoque social de la etapa
anterior se torna en un enfoque vitalista donde lo importante es reconocer la realidad
radical que es la vida.
Bajo innegables influencias nietzscheanas, formula nuestro autor su teoría de las
circunstancias que conlleva la idea de perspectiva como condición de lo real. La
circunstancia y la perspectiva son dos dimensiones de una realidad superior, la vida
humana. El sentido de ésta ya no es la producción de cultura sino la necesidad de ser
uno mismo, de vivir la vida con autenticidad, luchando por la realización del propio
proyecto personal.
La pedagogía que defenderá Ortega en su etapa perspectivista no podía llevar
otro adjetivo que el de vitalista. Analizaremos en profundidad el escrito más meditado y
mejor construido que dedicó nuestro autor a las cuestiones pedagógicas, Biología y
Pedagogía.
Pero, antes de adentrarnos en el análisis pormenorizado de la mencionada obra,
intentaremos describir las circunstancias que hicieron posible la misma. Y es que sin el
Real Decreto del 7 de marzo de 1920, por el que se imponía la lectura de El Quijote en
todas las escuelas nacionales establecidas en territorio español y sin el artículo que
Antonio Zozaya publicó en La libertad cinco días después, criticando la lectura
quijotesca y reclamando la función escolar de educar para la vida, Ortega no habría
sentido la necesidad de plasmar sus ideas pedagógicas en Biología y Pedagogía.
Defiende en esta obra que la finalidad educativa es educar para la vida y, por
ello, fundamenta su propuesta pedagógica en los descubrimientos más recientes de la
biología.
A lo largo del ensayo responde a dos cuestiones, a la cuestión acerca de los
contenidos (qué debemos educar) y a la cuestión metodológica (cómo debemos hacerlo).
Tras recurrir a determinados ejemplos y paralelismos entre la vida física y la psíquica,
responde Ortega que debemos educar la natura naturans, la vida creadora y no la
natura naturata, la vida ya hecha. Y esa vida creadora se encuentra en la espontaneidad,
15
en la vitalidad primigenia del hombre interior, del que siente, piensa y quiere, no en el
hombre exterior. Educar la vida creadora tiene, entre otras, la ventaja de la no caducidad
de lo aprendido. La vida evoluciona, sí, va siempre en un sentido de progresiva
especialización pero la vida primaria, la vida creadora, permanece bajo ese especialismo.
Por ello se hace preciso analizar bien los componentes de esa vitalidad
primigenia, hallando medios para aumentarla, equilibrarla y corregir sus deformaciones.
Precisamente ese será el objetivo que Ortega persigue en su ensayo, el de inducir a la
pedagogía para que someta toda la primera etapa de la educación al imperativo de la
vitalidad. Y, para fomentarla, propondrá dos principios metodológicos: partir del medio
vital del niño y proporcionarle instrumentos que susciten en él sentimientos
estimuladores, magnánimos, que favorezcan un pulso vital ascendente.
El capítulo cuarto se ocupa del pensamiento pedagógico de Ortega en su
madurez. El período histórico comprendido en esta tercera etapa proporcionará al autor
de la circunstancia, situaciones críticas de las que, en ocasiones, saldrá fortalecido
(como la proclamación de la Segunda República que le inducirá a la creación de la
“Agrupación al Servicio dela República” y a ser diputado en las Cortes de León) y, en
otras, supondrá una merma de sus energías (como es el caso de la Guerra Civil española
que le supuso el exilio).
A nivel filosófico, veremos cómo el circunstancialismo y el perspectivismo de la
etapa anterior derivan en la formulación de un consciente raciovitalismo. La razón pura
debe ceder su imperio a la razón vital, a la razón ligada y enraizada a la vida. Atrás
queda el joven Ortega que abogaba por la cultura como única tabla de salvación de la
circunstancia española. Atrás queda también el Ortega vital que se aferraba a la vida
esencial, primigenia, como fontana inagotable de energía y garante de la especialización
y adquisición del saber posterior.
Encontramos ahora a un Ortega maduro, consciente de que la primera y principal
condición para pensar es existir, ser consciente de la vida, necesitar actividad constante
de la razón para no sumergirnos en el océano vital. En el momento que cesamos de
luchar con las circunstancias, en el momento que dejamos de sentir esa permanente
conciencia de naufragio, dejamos de vivir.
Vida es actividad, es quehacer, es pugna con las circunstancias, es, en definitiva,
tratar de mantenerse a flote. Esta concepción filosófica de la vida conlleva,
inevitablemente, unas implicaciones éticas y antropológicas que analizaremos en el
apartado titulado “La aurora de la razón vital”.
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A continuación, nos adentraremos en la obra que refleja la madurez de la
filosofía personal orteguiana, Misión de la Universidad. En ella, realiza nuestro autor un
detallado análisis sobre el sentido de la institución universitaria, elaborando, a lo largo
de la obra, un sólido plan universitario que, como veremos en el capítulo quinto,
continúa siendo extrañamente aplicable en la actualidad.
Parte de los orígenes de la Universidad, que se sitúan en Europa, y de lo que fue
en su momento de esplendor para plantearse los motivos de la crisis que en ese
momento, 1930, atravesaba la institución universitaria. A partir de ahí, dedica todo el
ensayo a definir las funciones que debiera asumir la Universidad, realizando una
priorización racional y argumentada de las mismas.
Para Ortega, la Universidad tiene como misión principal la transmisión de la
cultura, haciendo del hombre medio un hombre culto capaz de situarse a la altura de los
tiempos. En segundo lugar, debe hacer del hombre medio un buen profesional. Y,
además de realizar estas dos funciones, la Universidad ha de ser ciencia.
Ortega, haciendo gala de claridad, valentía y sensatez, afirma lo que muchos
piensan y nadie se atreve a plantear: la necesidad de separar en el mundo universitario la
formación de futuros profesionales y la de futuros científicos. La Universidad ha de
separar la enseñanza profesional de la investigación científica.
Pero nuestro autor será aún más inexorable en sus exigencias a la Universidad.
Ésta, para ser aún más auténtica, debe exigir partir del estudiante, centrarse de nuevo en
él, cederle todo el protagonismo y exigirle sólo lo que éste puede aprender. Para ello, es
ineludible la revisión y selección de los saberes en base a dos criterios: los que sean
estrictamente necesarios para la vida efectiva del discente y, de éstos, los que pueda el
estudiante medio aprender.
El quinto capítulo contiene la tesis fundamental de este trabajo, centrándose en
la actualidad de las ideas pedagógicas de Ortega. Tras analizar en los capítulos
anteriores cada una de las obras pedagógicas con mayor trascendencia de nuestro autor,
nos proponemos realizar una lectura detallada de su pensamiento pedagógico e intentar
demostrar la actualidad y valía del mismo. Tres son los aspectos educativos de
relevancia que asociamos a cada una de las etapas educativas orteguianas y que, en este
capítulo, abordamos en profundidad.
La primera etapa, la Pedagogía Social, guarda, a nuestro modo de ver, una
relación directa con la Educación para la ciudadanía democrática. Partiendo de una
concepción social del hombre, incuestionable en la actualidad, considerará que para
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educar al niño debemos tener presente no sólo al niño en sí, sino al conjunto de
microsistemas sociales que lo envuelven: la escuela pero también la familia, el barrio, la
ciudad…Cada uno de esos microsistemas, podrá y deberá realizar su particular
aportación para conseguir una adecuada socialización y educación del futuro ciudadano.
Ortega en su Pedagogía Social reconocía en la educación, al igual que hacemos hoy en
día, el principal medio en el que depositar las esperanzas para conseguir un mundo más
humano. A través de la educación se pueden favorecer los mecanismos para garantizar
el ejercicio de la ciudadanía democrática, responsable, libre y comprometida con la
mejora de la sociedad. Si la educación es el factor promotor de una ciudadanía
responsable, todos deben acceder en condiciones de igualdad a ella, puesto que todos
formamos parte del tejido social. De ahí, que nuestro autor, en 1910, ya propusiera para
la gran transformación de nuestro país, la necesidad de generar un sistema público de
educación que posibilite una escuela única, gratuita y laica, sistema consolidado en la
actualidad.
Las reivindicaciones orteguianas se encuentran recogidas en las disposiciones
normativas sobre educación desde el artículo 26 de la Declaración de los Derechos
Humanos de 1948, la Declaración de los Derechos del Niño de 1959, el artículo 27 de la
Constitución Española de 1978 que reconoce el derecho de todos a la educación, la
Convención Internacional sobre los Derechos del Niño de 1986, la ya derogada Ley
Orgánica 1/1990, de 3 de octubre, de Ordenación General del Sistema Educativo hasta
la vigente Ley 2/2006, de 3 de mayo, de Educación. Encontramos también reflejadas
las convicciones de nuestro autor sobre la función social que ejerce la educación y la
necesidad de educar a los futuros ciudadanos en el Informe a la UNESCO de la
Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI realizado en 1996 bajo el
título La Educación encierra un tesoro.
Nuestro sistema escolar actual intenta dar respuesta a las demandas realizadas
desde la normativa y los documentos oficiales, arbitrando medidas para que la
competencia social necesaria para ejercer una ciudadanía responsable sea un aspecto
incluido en el currículum escolar y desarrollado en las vivencias escolares cotidianas.
La Educación para la ciudadanía vinculada a la acción era la que propugnaba Ortega y
la que, a nuestro particular modo de ver, sigue siendo necesario reclamar y vivir desde
las escuelas.
La segunda etapa orteguiana, la pedagogía vitalista, se corresponde con la
necesidad actual de cultivar las emociones en la educación. Ortega buscaba en la
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biología el tratamiento científico de la pedagogía. Hoy en día, investigaciones como la
de Joseph Le Doux4 o Antonio Damasio5 , siguen buscando en la biología y,
concretamente, en la rama neurológica, la explicación científica de nuestras respuestas
emocionales. Precisamente, basándose en las investigaciones de Le Doux, Daniel
Goleman6 defendía en los años 90 del pasado siglo la existencia de una inteligencia
emocional, paralela e interconectada a la inteligencia cognitiva.
Averiguar la tectónica y funcionamiento de la mente humana, como hacía
Ortega en su Biología y Pedagogía y como se sigue haciendo en la actualidad, es
relevante por las implicaciones educativas que conlleva. Así, por ejemplo, la existencia
de una vitalidad, un alma y un espíritu, apuntada por Ortega o la existencia de la
amígdala como memoria emocional, apuntada por Le Doux, han de ser tenidas en
cuenta para regular los procesos de aprendizaje. El ideal educativo consistirá en
conseguir niños con una vitalidad rebosante, favorecedora de una vida ascendente en el
sentido nietzscheano, en fomentar la educación emocional desde las escuelas, de modo
que la amígdala, esa memoria de recuerdos emocionales, conserve vivencias positivas
que permitan al niño ser receptivo ante el aprendizaje.
Para Ortega es imprescindible rodear al niño de un ambiente magnánimo,
favorecedor de una vitalidad ascendente, que el alumno se sienta querido y motivado;
para ello, debemos proporcionarle aquello que, por su etapa vital, despierta su interés.
Sometiendo la educación al imperativo de la vitalidad, al imperativo del cultivo
emocional positivo, aseguraremos el bienestar interior del educando, requisito previo y
necesario para el adecuado desarrollo cognitivo y cultural posterior.
De este modo, reclama Ortega en 1923 la premisa que seguimos reclamando en
la actualidad, que los sentimientos han de tener un lugar propio en la educación. La
infancia constituye la etapa vital en la que debemos garantizar la creación y el fomento
de los hábitos emocionales que gobernarán el resto de nuestras vidas.
Señala nuestro autor unas premisas metodológicas favorecedoras de esa
pedagogía vital, de secreciones internas, presentes en la actualidad. La primera es el
paidocentrismo o la necesidad de situar al educando en el epicentro del proceso
educativo, reconociendo sus características y dándoles respuesta. De este
4 LE DOUX, J. (1999) El cerebro emocional. Barcelona, Ariel-Planeta. 5 DAMASIO, A. (1996) El error de Descartes. Barcelona, Crítica.
— (2005) En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos. Barcelona, Crítica. 6 GOLEMAN, D. (1996) Inteligencia emocional. Barcelona, Kairós.
— (1999) La práctica de la inteligencia emocional. Barcelona, Kairós.
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paidocentrismo se deriva la segunda premisa metodológica, consistente en adaptar el
medio al infante y no a la inversa. Visionar el mundo como lo hace un niño implica
utilizar la imaginación, la fantasía y el juego, elementos inherentes a la infancia. Por
ello, serán imprescindibles en la educación elemental los mitos y las leyendas,
instrumentos favorecedores y enriquecedores de la subjetividad infantil.
Ahora bien, tanto el paidocentrismo como la adaptación del medio al niño
conlleva también una redefinición del rol docente. Despertar el interés del niño, excitar
su pensamiento, contagiarle el deseo de aprender y descubrir cuanto le rodea son tareas
derivadas de la pedagogía vital y vitalista, cultivadora de sentimientos magnánimos en
el infante. Pero, sobre todo, son tareas que se realizan si, y solo si, existe una condición
primaria: la de amar al educando y, por ello, tratar de conducirle a su plenitud.
La pedagogía vitalista orteguiana se traduce en el cultivo de las emociones en la
educación y, sobre todo, en la necesaria relación amorosa que debe existir entre maestro
y alumno para que el acto educativo tenga lugar y los dos actores del mismo queden
transformados y enriquecidos.
La última parte del capítulo quinto se centrará en demostrar la actualidad del
plan universitario propuesto por Ortega en la Misión de la Universidad. El movimiento
de convergencia europea que iría homogeneizando a todas las Universidades europeas
y que ya Ortega señalaba en 19307, se ha hecho realidad a lo largo de la primera década
del siglo XXI. El plan universitario orteguiano sustenta algunos de los fines y medios
que subyacen bajo el Plan Bolonia, cuyo objetivo es la construcción del Espacio
Europeo de Educación Superior.
Ortega aboga por una organización clara y funcional de la Universidad. Para él,
la Universidad es la institución en que se enseña al estudiante medio a ser un hombre
culto y un buen profesional. Debiera ser una institución que pretenda del estudiante sólo
lo que pueda exigírsele, sin tolerar en sus usos farsa alguna. Se evitaría, entonces, que el
estudiante perdiera el tiempo fingiendo que va a ser un científico, por lo que se
eliminaría del mínimum de estructura universitaria la investigación científica como tal.
¿Por qué acuden nuestros universitarios a la Universidad?, ¿quieren investigar, en su
mayoría, o, por el contrario, acuden a la búsqueda de una formación profesional?
7 “Las enormes diferencias existentes entre las Universidades de los distintos países no son tanto diferencias universitarias como de los países, y segundo, que el hecho más saliente de los últimos cincuenta años es el movimiento de convergencia en todas las Universidades europeas, que las va haciendo homogéneas” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p.535.
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Señalaba Ortega en la etapa anterior que debemos partir del alumnado, conocer
sus características y darles respuesta a sus necesidades. Ello implica, trasladado al
ámbito universitario, conceder el protagonismo al estudiante y redefinir las funciones de
la universidad, ser conscientes de sus usos y abusos.
Precisamente, entre los abusos o malos usos se encuentra la sobrecarga de
contenidos curriculares que pretendemos que asimilen los universitarios en la era de la
información. Ortega propone que las disciplinas culturales y los estudios profesionales
sean ofrecidos en forma pedagógicamente racionalizada, sintética, sistemática y
completa.
Otro de los malos usos de las universidades se relaciona con la forma de
selección del personal docente universitario. Si convenimos que la Universidad debe
formar, ante todo, personas cultas y buenos profesionales pero no vemos razones densas
para que el hombre medio necesite ni deba ser un hombre científico, obtenemos dos
consecuencias escandalosas. La primera es que la ciencia en su sentido propio, esto es,
la investigación científica, no pertenece de una manera inmediata y constitutiva a las
funciones primarias de la Universidad. La segunda es que, en la elección de un profesor,
no debiera decidir el rango que tenga como investigador, sino su talento sintético y sus
dotes de profesor.
Además de estas dos consecuencias resultantes del estado crítico de la
Universidad, Ortega aborda otras difíciles cuestiones de actualidad, como la barbarie del
especialismo, la necesidad de recuperar la cultura como eje central del mundo
universitario, la necesidad de afrontar el reto de la ética de las profesiones, la urgente
redefinición del rol docente universitario o la función de la institución universitaria en el
espacio público.
En definitiva, en el último apartado de este capítulo quinto, demostraremos que
el plan universitario de Ortega, sus ideas sobre la misión de la Universidad que, según el
propio autor, van en la forma esquemática8 constituyen un programa claro y consistente
que debiéramos tener presente ante el reto del Espacio Europeo de Educación Superior.
8 “Doy a continuación las notas que sobre este grave asunto llevaba yo al púlpito del Paraninfo. Van en la forma esquemática, a veces de abreviatura o cifra, que para aquel uso era bastante. Sólo agrego ahora los desarrollos que son estrictamente necesarios para hacer inteligibles aquellos lemas” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p.531.
21
CAPÍTULO 1: EL HOMBRE Y SUS CIRCUNSTANCIAS
1.1 CIRCUNSTANCIAS FAMILIARES
El propio Ortega puso de manifiesto la dificultad que entraña la reconstrucción
de una biografía: “Lo individual es inasible, no puede ser conocido. Podremos
presentirlo, suponerlo, adivinarlo, pero nunca conocerlo estrictamente. La
reconstrucción de un carácter personal no sufrirá jamás garantías de exactitud: por eso
una biografía es siempre, al cabo, una labor estética en que el acierto permanece
eternamente dudoso”9. Ejerceremos, pues, nuestra pequeña labor estética en torno a la
figura de Ortega, teniendo presente que nuestro objetivo no es elaborar una rigurosa
biografía del autor sino analizar aquellas circunstancias que contribuyeron a que Ortega
tuviera una vocación e intentara llevarla a cabo.
De acuerdo con nuestro autor: “Para los efectos prácticos de una biografía lo
decisivo es, por tanto, el mundo social en que nacemos o en que vivimos”10. Nos
ocuparemos, pues, de ese mundo social al que alude analizando, en primer lugar, la
principal agencia de socialización que encuentra el niño Ortega al emerger al mundo: su
familia.
Nace en Madrid el 9 de mayo de 1883 bajo dos significativas circunstancias: 1ª)
ser la suya una familia acomodada perteneciente a la alta burguesía liberal e ilustrada de
la época (finales del siglo XIX); 2ª) nacer literalmente sobre una rotativa (ya que el piso
estaba situado sobre la imprenta del periódico familiar El Imparcial), lo que significa
que su vida estuvo desde el inicio ligada a la actividad periodística.
Conviene detenerse en los antecedentes periodísticos de nuestro autor. José
Ortega y Gasset fue el segundo de cuatro hermanos (Eduardo, José, Rafaela y Manuel)
nacidos del matrimonio entre José Ortega Munilla y Dolores Gasset y Chinchilla;
ambos vinculados a la actividad periodística, cultural y política de la Restauración.
Su abuelo materno, Eduardo Gasset y Artime, fue fundador de un prestigioso
periódico de la época: El Imparcial en 1867, diario matutino de ideología liberal que
desaparecería en 1933. Además, militó primero en la Unión Liberal de O’Donell y, más
9 ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.185. 10 ORTEGA Y GASSET, J. (1940) Juan Vives y su mundo. Obras Completas, Madrid, Alianza, Tomo IX, 1983, p.513.
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tarde, en las filas democráticas llegando a ser nombrado ministro de Ultramar en el
reinado de Amadeo I.
Su tío materno, Rafael Gasset y Chinchilla, hermano de su madre Dolores,
heredó el periódico y se posicionó fervientemente a favor del programa de Joaquín
Costa, llegando a ser nombrado hasta en diez ocasiones ministro de Agricultura,
Industria, Comercio y Obras Públicas.
Su abuelo paterno, Ortega Zapata, fue redactor de diversos periódicos: El León
Español, El puente de Alcolea, El Eco del Progreso.
Su padre, José Ortega Munilla, fue escritor (de hecho fue autor de varias novelas,
cuentos y otras narraciones), periodista, colaborador primero y director después (a partir
de 1879) del suplemento literario “Los Lunes” de El Imparcial; poco después, en 1910,
pasó a dirigir el mencionado periódico y desde 1902 miembro de la Real Academia
Española.
La vocación de Ortega por el afán de claridad sobre las cosas y su sensibilidad
para participar en la vida pública y política de su país fue incentivada desde sus
primeros años de vida en su medio familiar más inmediato.
1.2 CIRCUNSTANCIAS ESCOLARES
Una obra que tiene como objetivo analizar la relación entre Ortega y la
educación, no puede pasar por alto la educación recibida por el propio Ortega. En este
momento, nos circunscribiremos a la educación reglada, a la que Ortega recibiría en las
instituciones cuyo objetivo era la instrucción del alumnado.
Hasta los ocho años recibe la Educación Primaria en Madrid. A los ocho años,
en 1891, ingresa como alumno interno en el colegio de los jesuitas de Miraflores del
Palo (Málaga) para cursar los estudios de Bachillerato. A los catorce años, en 1897,
inicia sus estudios universitarios de “Derecho y Filosofía” en la Universidad de Deusto
(Bilbao), regida también por los jesuitas. A los quince años, en 1898, ingresa en la
Universidad central de Madrid. A los diecinueve años, en 1902, obtiene la Licenciatura
de Filosofía. Dos años después, a los veintiuno, en 1904, obtiene su Doctorado con la
tesis “Los terrores del año mil: crítica de una leyenda”.
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Ortega critica duramente la educación que ha recibido. Lo hace rememorando
sus tiempos escolares ante la valoración que hace, a su vez, Pérez de Ayala en su novela
A.M.D.G. (auténtico panfleto contra los jesuitas)11.
Así, de los jesuitas dirá que “han educado a los hijos de las familias españolas
que viven en mayor holgura. De ellos tenían que haber salido los hombres constructores
de la cultura nacional, productores de un ambiente público más fecundo. Pero no han
salido: los jesuitas, mordiendo las porciones más enérgicas de sus almas, los han
inutilizado ad maiorem Dei gloriam” 12.
Paradojas del destino, el propio Ortega, habiendo recibido la educación que él
tilda de negativa e incapacitante para producir cultura, se erige como una de las grandes
figuras de nuestro Modernismo.
En 1905, con veintidós años, siguiendo la tradición de la época por la que
muchos jóvenes ampliaban y completaban su formación filosófica en Alemania, marcha
a las universidades alemanas: primero a Leipzig, después a Nuremberg, luego a Berlín
seis meses y, por último, a Marburgo. Ésta última dejará una hondísima huella en
Ortega. Allí tendrá como maestros a dos representantes del neokantismo: Hermann
Cohen y Paul Natorp. Convendrá, posteriormente, profundizar en la influencia de este
último.
En 1908, a la edad de veinticinco años, vuelve de Alemania y es nombrado
profesor de Lógica, Psicología y Ética en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid.
Dos años después, en 1910, con veintisiete años, obtiene por oposición la cátedra
de Metafísica en la Universidad Central de Madrid, sucediendo en dicho puesto a
Nicolás Salmerón. En esta fecha se casa con Dª. Rosa Spottorno y comienza su vida
pública: se dedicará, entre otras cosas, a la docencia universitaria y a diversas
actividades políticas y culturales extra-académicas.
11 “Al leer el libro de Ayala, esa niñez perdida ha venido correteando hasta mí con peligrosa celeridad, y ahora ya no sé distinguir entre lo que las páginas de esta novela dicen y lo que me recuerdan. Sólo hallo una divergencia: Ayala envuelve las escenas de su muchachez en un paisaje del Norte, que conviene muy bien a la melancolía y al dolor de la vida que describe, al paso que la armadura de una infancia sometida a la pedagogía jesuítica me llega a mí bajo los recamos de un mediodía magnífico. Mas yo pongo la mano a modo de visera para resguardarme las pupilas de esa refulgencia excesiva en que flotó mi infancia, y entonces descubro la misma niñez triste y sedienta que formó el corazón tembloroso de Bertuco, el pequeño héroe de Ayala” ORTEGA Y GASSET, J. (1916) Al margen del libro A.M.D.G. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.112. 12 ORTEGA Y GASSET, J. (1916) Al margen del libro A.M.D.G. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.114.
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1.3 CIRCUNSTANCIAS SOCIO-HISTÓRICAS
Vivir es luchar porque nuestro proyecto vital sea compatible y realizable en el
contexto socio-histórico en el que nos encontramos. En eso consiste la vida humana, en
la realización de la personal vocación de cada uno en medio del mundo, según la época
en que nos toque vivir. En función de las corrientes morales, intelectuales y políticas de
nuestro mundo histórico podremos construir con mayor o menor dificultad nuestra
personal historia vital: “La vida de un hombre es, pues, una precisa ecuación entre su
vocación y el mundo en derredor”13.
Efectivamente, si el mundo histórico en que emergió Ortega hubiera sido otro,
toda su vida también hubiera sido otra. Su “drama” particular no sería el que fue.
Aproximarnos al autor, desde la perspectiva que sea (vital, educativa, filosófica,…)
exige un conocimiento profundo y detallado del mundo con el que tuvo que habérselas.
Es, por tanto, inevitable, “tenemos que salir nadando vitalmente en un lugar
determinado del planeta y en un contorno social formado por los otros hombres, el cual
es distinto en cada fecha. Y como el estado intelectual, técnico, moral y político de la
sociedad en que nacemos y pervivimos reobra sobre el mundo físico, resulta que
también nuestro paisaje geográfico tiene siempre una fecha”14.
Hemos, por fuerza, de adentrarnos pues en un paisaje y en una fecha
determinados: España, 1883. Como afirma Julián Marías15, discípulo, estudioso y amigo
de Ortega, todo el pensamiento orteguiano es estrictamente circunstancial, y no es
inteligible sin un conocimiento cercano y amplio de España, de lo que es y ha sido, de
su historia y sus proyectos, realizados o frustrados, de sus condiciones sociales, de la
manera de ser de sus habitantes, del sabor de la vida.
El paisaje al que debemos remontarnos, por ser el que le toca vivir a Ortega, es
el turbulento Siglo XIX y es que, durante el mismo, apenas hay un momento en la vida
española que pueda parecerse a la estabilidad política y social.
La historia es siempre devenir, la comprensión de una época exige el
conocimiento de la anterior. De ahí que sea necesario remontarnos prácticamente al
siglo anterior del nacimiento de Ortega, ya que los sucesivos eventos históricos son
claves interpretativas imprescindibles para comprender el siglo de Ortega, su realidad
13 ORTEGA Y GASSET, J. (1940) Juan Vives y su mundo. Obras Completas, Madrid, Alianza, 1983, Tomo IX, p.509 14 Ibídem, p.512 15 MARÍAS, J. (1983) Ortega. Madrid, Alianza, p.17.
25
histórica, su desencanto y, a la vez, su compromiso por regenerar España. Señalemos,
tan solo, algunos de los hechos históricos que acontecieron antes y durante la trayectoria
vital de Ortega16.
En el período comprendido entre 1759 y 1788 Carlos III implanta el despotismo
ilustrado. Se rodea de ministros (Floridablanca, Aranda) que elaboran importantes
reformas económicas. En 1767 tiene lugar la expulsión de los jesuitas.
En 1788 sube al trono Carlos IV, monarca débil y con pocas dotes para la
política económica. Su gobierno estuvo en manos de su esposa MªLuisa de Parma y de
su favorito Godoy. En 1793, a la muerte de Luis XVI, España declara la guerra a la
Francia revolucionaria. En 1796, España firma una alianza ofensivo-defensiva con el
Directorio francés contra Inglaterra (Tratado de San Ildefonso). Bajo la inspiración de
Napoleón se declara a Portugal la “guerra de las Naranjas”; a su término España recibe
Olivenza. En 1804, proclamado emperador Napoleón, se renuevan las hostilidades
contra Inglaterra que terminan con el desastre de Trafalgar.
Entre 1808 y 1813 tiene lugar el reinado de José Bonaparte, cuyo origen se
encuentra en el Motín de Aranjuez, levantamiento popular contra los reyes. En dicho
motín, Godoy es hecho preso y Carlos IV abdica en su hijo Fernando. Éste, presionado
por Napoleón, devuelve la corona a su padre sin saber que Carlos IV había cedido sus
derechos sobre la corona a Napoleón, quien finalmente nombra a su hermano José
Bonaparte rey de España. En 1812, tras la derrota de Arapiles, el rey José huye de
Madrid. Los representantes del país reúnen Cortes y redactan la Constitución de Cádiz,
de carácter liberal. En 1813, tras sucesivas victorias, el ejército anglo-español expulsa al
invasor.
En 1814, Fernando VII vuelve a España, declara nula la Constitución y reina
como monarca absoluto hasta 1820, año en que los liberales logran hacer triunfar el
levantamiento a las órdenes de Riego y restablecen la Constitución de 1812. Sólo dura
tres años. En 1823 Fernando VII pide ayuda a Europa, que manda al ejército de los Cien
Mil Hijos de San Luis y restaura el absolutismo hasta 1833.
Entre 1833 y 1843 tiene lugar la Regencia de María Cristina. Al morir Fernando
VII su hermano Don Carlos disputa el trono a Isabel, hija del anterior y de María
Cristina, que contaba con menos de tres años. Los carlistas son tradicionalistas, por ello
16 Dos han sido las principales fuentes que han servido a la información histórica que se muestra en este apartado: 1. ABELLÁN, J.L. (1991) Historia crítica del pensamiento español 5/III. Madrid, Espasa-Calpe. 2. TUÑÓN DE LARA, M. (1974) La España del siglo XX. Barcelona, Laia.
26
Isabel busca apoyo en los liberales, que después de seis años de lucha, ganan la 1ª
guerra carlista que finaliza con el Convenio de Vergara. En 1840 una junta
revolucionaria provoca el exilio de la regente Mª Cristina que es sustituida por el
general Espartero. En 1843 el Pronunciamiento de Narváez obliga a huir a Espartero. Se
proclama la Constitución moderada de 1845. La 2ª guerra carlista (1847-1849) termina
con la victoria de Isabel II pero su reinado es una sucesión de pronunciamientos e
insurrecciones de progresistas y moderados. La revolución de 1868 dirigida por Prim
pone término al reinado. Isabel II marcha a Francia y el general Serrano es designado
Jefe del Gobierno provisional. En 1869, las Cortes votan una Constitución avanzada
pero que prevé un rey. Se elige a Amadeo de Saboya. Prosigue la 3ª guerra carlista
(1872-1876). El rey, ante la imposibilidad de poner orden, abdica. La Asamblea
Nacional proclama la 1ª República. En 1874, con el pronunciamiento de Martínez
Campos se produce la restauración borbónica en España. Cánovas del Castillo proclama
rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II; es la Restauración, un período de paz. Durante este
breve remanso, en 1883, tiene lugar el nacimiento de nuestro autor.
En 1885, muere Alfonso XII a la edad de veintiocho años. Su viuda María
Cristina, que espera un hijo, es regente.
En 1898 se produce el desastre de Cuba y Filipinas. Los Estados Unidos, que
apoyan a las colonias rebeldes, ocupan Puerto Rico y Filipinas y España pierde sus
últimas colonias.
En 1902, Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII, sube al trono con dieciséis
años. Entre 1914 y 1919 se produce la Primera Guerra Mundial; el gobierno español
permanece neutral. En el interior estalla una huelga general en 1917 duramente
reprimida. En 1923, con la aprobación real, el general Miguel Primo de Rivera da un
golpe de Estado y proclama la Dictadura. Se establece el orden y el país se desarrolla
pero la oposición se acentúa. En 1930, ante la oposición popular, Primo de Rivera debe
partir. La Dictadura continúa con el nombramiento del general Berenguer. En 1931, en
las elecciones de abril, los republicanos triunfan en Cataluña, Vizcaya, Huesca y La
Rioja. El rey abandona España y se proclama la 2ª República. En junio de 1931, se
reúnen las Cortes constituyentes de mayoría republicano-socialista. En diciembre se
promulga la Constitución y Niceto Alcalá Zamora se convierte en presidente de la
República. La oposición de derecha va formando un frente.
En 1933, José Antonio Primo de Rivera, hijo del general, funda la Falange. Su
doctrina es hostil a los separatismos. Los militares fomentan varios complots.
27
En octubre de 1934, Cataluña proclama su autonomía y Asturias se
insurrecciona contra un gobierno derechista. La represión es muy dura.
En febrero de 1936, el triunfo del Frente Popular en las elecciones precipita los
acontecimientos, acaecen numerosos desórdenes y la réplica de la derecha no se hace
esperar. Entre 1936 y 1939 asistimos a uno de los episodios históricos más dramáticos
de nuestro país, la guerra civil española. El levantamiento se inicia en Melilla. A través
del estrecho de Gibraltar las tropas llamadas nacionales pasan de Marruecos a
Extremadura y Toledo. En Burgos, Franco es nombrado Generalísimo de los ejércitos y
Jefe del Estado. De este modo, entre 1939 y 1949, Franco asume la Jefatura del Estado.
El Estado Español se designa como Monarquía. Durante la Segunda Guerra Mundial,
España permanecerá neutral.
Cabe señalar como acontecimiento histórico que en 1952 España ingresa en la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO). Tres años después, en 1955, muere Ortega y Gasset.
De todas las fechas señaladas anteriormente, existe una fatídicamente
significativa para la historia de España en particular y el sentir de las generaciones
posteriores a la misma, en general. Se trata del año 1898, fecha que se convertirá en el
símbolo de la degeneración y el fracaso del país17.
Las crisis son cíclicas y, al igual que en los albores de este siglo XXI, cuando el
siglo XX amanecía la vida en España también se sintetizaba en la palabra crisis. Como
puso de manifiesto M. Tuñón de Lara (1974) esta crisis era múltiple o polifacética.
Crisis del sistema porque ya no había imperio; crisis económica, porque se habían
perdido esas fuentes de pingües negocios, esos mercados, amén de la inflación y de la
quiebra específica del Tesoro, producida por los gastos y deudas de la guerra colonial;
crisis política, porque los partidos que se turnaban en el ejercicio del poder, el
conservador y el liberal, asentados en el aparato caciquil, salían maltrechos y
desprestigiados de la derrota; crisis social, porque el desarrollo de la industria en
algunas zonas acrecentaba el peso de la clase obrera que, en proceso de toma de
conciencia, se enfrentaba con unos patronos intransigentes.
17 Aparecerá, así el regeneracionismo como “expresión de una conciencia de crisis y de fracaso que se va gestando a lo largo del siglo XIX y que se acentúa en su última década aunque sus raíces y la literatura sobre los males de la nación española pueden, desde luego, si se desea retrotraerse hasta el propio siglo XVII” SANTOLARIA SIERRA, F. (1997) Regeneracionismo y tutela pedagógica. En torno a Ortega y su pedagogía social como programa político (1910), Revista de Educación, extra, p.65.
28
Ortega, durante toda su vida, en general, y en su etapa objetivista, en particular,
intenta poner a España a la altura de los tiempos, pretende actualizarla y modernizarla.
En ello coincide con el impulso regeneracionista de una generación anterior a la suya, la
del “98”, impulso en el que nos detendremos llegado el momento.
Hasta aquí, hemos presentado algunas de las circunstancias sociales que
configuraron la fecha y el paisaje de Ortega. No obstante, más adelante, al abordar con
detalle cada una de las etapas del autor, retomaremos en profundidad cada una de las
influencias sociohistóricas bajo las que el autor escribió sus obras pedagógicas.
29
CAPÍTULO 2: EL OBJETIVISMO Y LA PEDAGOGÍA IDEALISTA
(1902-1914).
2.1. DATOS BIOGRÁFICOS DE ESTA ETAPA.
Al inicio de este período Ortega está acabando de completar su formación. En
1902 finaliza su licenciatura en Filosofía y Letras y dos años después obtiene su
Doctorado. En la Universidad de Madrid recibe una formación Krausista, en la que más
tarde nos detendremos.
En 1905, parte hacia Alemania con el principal objetivo de completar su
formación. Allí “beberá” a nivel filosófico del neokantismo alemán y a nivel
pedagógico de la Pedagogía Social del profesor Natorp. Su aventura alemana comienza
en la Universidad de Leipzig en 1905, donde estará un semestre. A continuación, en
marzo de 1906, se irá a Nuremberg y de ahí a Berlín18.
El periplo formativo alemán de Ortega concluyó en Marburgo, donde pasó un
año entero y tuvo a dos de los maestros que más le influyeron en esta etapa: Hermann
Cohen y Paul Natorp.
A su regreso, comienza su carrera como docente universitario de Lógica,
Psicología y Ética en la Escuela Superior de Magisterio en Madrid. Dos años después
ocupa la Cátedra de Metafísica en la Universidad Central de Madrid.
Durante esta etapa no publica ningún libro aunque sí numerosos artículos y
ensayos de variada temática, y los difunde a través de revistas literarias (Vida Nueva, La
Lectura, Europa) y del diario El Imparcial.
Tres escritos pedagógicos pertenecen a esta 1ª etapa:
“La Pedagogía del Paisaje” (1906)
“La Universidad española y la universidad alemana” (1906)
“La Pedagogía Social como programa político” (1910)
Aludiendo a todos ellos, pero deteniéndonos en profundidad en el más
representativo de los tres (La Pedagogía Social como programa político), intentaremos
conocer la visión pedagógica que en esta etapa tenía el autor. Y como las ideas no son
18 Como afirma Julián Marías (1983) Ortega fue a Alemania, en gran parte, a leer nueve o diez horas diarias, a absorber millares de libros que en España no se podían encontrar. Cuando se habla de sus experiencias de la Universidad germánica, no se piense tanto en unos cursos como en unas bibliotecas y seminarios. Sobre todo en el caso de Berlín.
30
por sí mismas, sino que para entenderlas se deben circunscribir no sólo al texto sino al
contexto, pasamos a analizar ya las influencias del contexto que hicieron en esta etapa
que Ortega tuviera esa visión pedagógica y no otra. En concreto, nos detendremos en: el
regeneracionismo, en las influencias alemanas (el neokantismo y la pedagogía social
alemana), en la visión política de Ortega (fuertemente unido al Socialismo en esta época)
y en la influencia del institucionismo heredado de la Institución Libre de Enseñanza.
2.2 INFLUENCIAS
2.2.1 EL REGENERACIONISMO
El regeneracionismo como conciencia de crisis se va gestando durante todo el
siglo XIX. Se trata de una conciencia marcada amargamente por la crítica a casi todo lo
existente: desde el sistema político y las instituciones nacionales al propio pueblo o
“fondo social”, desde la “España oficial” a la “otra España”, en la que latía
especialmente el desencanto de numerosos liberales y republicanos por el retraso de la
modernización de España. En ese clima social de reflexiones y lamentos llegaría el año
1898, símbolo de la degeneración y del fracaso del país: frustración de la revolución
burguesa, impotencia del liberalismo español, derrota militar, hundimiento colonial,
desastre en nuestras relaciones internacionales, estancamiento de la industrialización,
progresiva polarización social y un largo etcétera. Todo un repertorio de males y
enfermedades nacionales de las que era preciso sanar y ante las cuales se presentaba el
“regeneracionismo” como un amplio y heterogéneo movimiento de intelectuales y
hombres de clases medias que, aunque con distintos bagajes ideológicos, coincidían en
el núcleo común de sus preocupaciones: el llamado “problema de España” (Santolaria,
1997).
En efecto, en 1898, el sistema tradicional español crujió hasta sus cimientos.
Cuando el Tratado de París puso fin al estado de guerra entre Estados Unidos y España,
ésta había perdido los últimos florones de su vasto imperio colonial (Cuba, Puerto Rico,
Filipinas y Guam). En los momentos en que otras grandes potencias dominaban ya el
mundo entero tras vertiginosa carrera colonial, España desaparecía de la escena como
potencia ultramarina19.
19 “El desastre de 1898 llevaba a la conciencia de muchos españoles lo que ya era una realidad durante todo el siglo XIX pese a las colonias transoceánicas, que España era un país de segundo orden en el
31
Condicionada a esta triste fecha aparece una generación, la del 98. Es al
despertar el siglo XX cuando entran en escena un grupo de jóvenes escritores, cuyo
denominador común es el replanteamiento del tema de España, un amplio espíritu
crítico y la ruptura de todo conformismo. Este grupo es la llamada Generación del 98 y
algunas de las figuras que encontramos en ella son Azorín (a quien se le atribuye la
“creación” de la generación), Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Ramón del Valle Inclán,
Antonio Machado o Ramiro de Maeztu. La importancia de estos hombres radica en que
constituyen la principal referencia de Ortega, son los modelos que él habría de tomar.
Los autores del 98 hacen de España su tema, su drama, su fuente de lamento y de
inspiración. Se recrean en la España que les ha tocado vivir, una España a un tiempo
dolorosa y apasionante. Es justo reconocerle a esta generación la inauguración del
sendero por el que discurrirán otros autores. En este sentido, de acuerdo con Julián
Marías (1983), la innovación que Ortega realiza en tantos aspectos, aunque sea la mayor
que se ha operado en España en mucho tiempo, no comienza por la época, sino que se
encuentra ya instalada en una que han iniciado otros algo más viejos. Ortega participa
de ciertas vigencias, pretensiones, esperanzas que encuentra ya al abrir los ojos al
mundo histórico.
Hubo, incluso, un momento físico de encuentro intergeneracional entre la
Generación del 98 y la de Ortega: la fiesta de Aranjuez en honor de Azorín. El
significado de este evento reside en su poder simbólico, “fue la antorcha que trasmitió la
generación del 98 a la del 14, y en esa antorcha va prendido el amor y la inquietud por
el problema de España” (Abellán, 1990,49). El acto tuvo lugar el 23 de noviembre de
1913 en los jardines de Aranjuez durante un homenaje ofrecido por Ortega a Azorín
(éste había sido desdeñado por la Real Academia Española) que se ha descrito como el
encuentro simbólico entre las dos generaciones de la España moderna. El discurso
inaugural que pronuncia Azorín (Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1915)
refleja esa conexión espiritual entre las dos generaciones, el punto de unión entre ambas,
son ideas, sentimientos y anhelos que todos llevan en su espíritu y por los que todos
suspiran. España es el tema común, el interés supremo, angustioso y trágico. A la base
del gran problema nacional encontramos la injusticia social imperante en aquellos
momentos, injusticia contra la que se rebelan ambas generaciones buscando una
mundo capitalista, un país atrasado por su estructura agraria y su sistema de propiedad y cultivos, un campo propicio para las inversiones de oligopolios y para manejos políticos y estratégicos de las grandes potencias” TUÑÓN DE LARA, M. (1973) La España del Siglo XX. Barcelona, Laia, p.335.
32
perspectiva de solución. Y, precisamente, en la solución aportada es donde radica la
diferencia entre ambas generaciones: mientras que los autores del 98 vislumbran la
solución en España, los de la generación posterior la vislumbran en Europa. Para los del
98 europeizarse es zambullirse en el pueblo; el pueblo, el hondo pueblo, el que vive
bajo la historia, es la masa común a todas las castas, es su materia protoplasmática.
La de Ortega es, por tanto, una generación diferente de la del 98; él pertenece a
la generación del 14, término utilizado la primera vez por Lorenzo Luzuriaga en 194720.
Esta generación fue la primera generación de intelectuales con conciencia de tales y
cuatro serían los rasgos que la caracterizarían: europeísmo, racionalismo, cientificismo
y republicanismo. Aun perteneciendo a una generación posterior, hemos visto que
Ortega tiene un nexo crucial, vital con los autores del 98: el dolor por el problema de
España. Ahora bien, se diferencia de ellos en que, mientras los del 98 analizan el pasado
para buscar las causas de la decadencia y reclaman la vuelta a la esencia española,
Ortega mira al futuro, tal como se vislumbra en Europa: “La preocupación por España
es en él deseo de europeización, el interés por el hombre se transforma en culto de la
élite”21.
Estos planteamientos regeneracionistas estarán presentes en toda la producción
orteguiana de esta primera etapa.
2.2.2 INFLUENCIAS ALEMANAS: EL NEOKANTISMO Y LA
PEDAGOGÍA SOCIAL ALEMANA
2.2.2.1 EL NEOKANTISMO
Del neokantismo, más que el contenido doctrinal, Ortega asimiló el espíritu de
su filosofía, que consideró muy fecundo para sus intereses vitales pero también para el
futuro de España. En esta época, y de acuerdo con el espíritu de la filosofía neokantiana,
considerará que lo principal no es lo subjetivo y lo individual sino el ejercicio de la
razón, ejercicio que nos vincula con el ámbito de lo objetivo, lo universal y de la ciencia
(incluida la filosofía). De ahí que, en su diagnóstico de España, relacione todos sus
males con el pernicioso influjo del catolicismo, el subjetivismo y el personalismo que
20 LUZURIAGA, L. (1947) Ortega y Gasset y sus obras completas, Realidad, núm. enero-febrero, 132-133. 21TUÑÓN DE LARA, M. (1973) La España del Siglo XX. Barcelona, Laia, p.408.
33
cree encontrar en su patria. Estos males son una consecuencia del hecho de que España,
a diferencia del resto de Europa, no ha entrado en la modernidad. Es preciso mirar a
Europa, principalmente a Alemania, pero no para copiar formas particulares de su vida
nacional sino para instalar en nuestra tierra la raíz cultural y filosófica que tan buenos
frutos ha dado en el resto del continente. Como señala el profesor Escámez22, la estancia
de Ortega en Marburgo, Alemania, le pondrá en contacto con el neokantismo, que es
una filosofía de la cultura y del orden objetivo. El neokantismo es un racionalismo
crítico-trascendental, analiza los productos de la cultura moderna, la política, la ciencia,
el arte, el derecho con el objetivo de descubrir los principios que los fundamentan y sus
criterios de validez. Además, representaba una energía pedagógica capaz de transformar
al hombre según el ideal kantiano de una humanidad cosmopolita. El hombre, como
realidad cultural que es, ha de ajustar su comportamiento a las normas, a lo que debe ser
hecho. No se trata de normas particulares sino que éstas se constituyen en principios
morales universales. La libertad se alcanza por y mediante la educación que es la que
nos permite la asimilación activa de los valores universales.
Y, ¿cómo se refleja esta influencia neokantiana en nuestro autor?
Ortega contrasta el desfase de la vida intelectual y científica española con
respecto a la europea. Su análisis le conduce a ver el atraso de España en la ausencia de
método, de sistema, de rigor científico en su pensamiento. El español, sumido en el
individualismo y la subjetividad, pierde la noción del mundo, de lo real, y se refugia en
sus ensoñaciones fantásticas y literarias. La ciencia, el rigor y el método se le escapan.
De ahí que sea necesaria la exigencia de objetividad. Ortega no concibe que puedan
interesar más los hombres que las ideas, las personas que las cosas. Para nuestro autor,
lo objetivo es lo verdadero y ha de interesarnos más que nada23.
En su defensa del objetivismo, Ortega llega a ser tan explícito y visceral que
genera desconfianza en otros autores como, por ejemplo, Maeztu quien afirma incluso
que, según las opiniones de Ortega, habría que creer que andan solas las ideas.
El significado del objetivismo en nuestro autor supone, pues, la valoración
extrema de la ciencia, que es lo que diferencia a los europeos de los españoles. La
22 ESCÁMEZ, J. (1993) José Ortega y Gasset, Perspectivas: revista trimestral de Educación Comparada, XXIII, 3-4, 811. 23“Por higiene espiritual debiéramos los españoles relegar al último plano de nuestras preocupaciones cuanto atañe a los individuos, a las personalidades; salvémonos en las cosas, sometámonos durante un siglo, cuando menos, a la severa e inequívoca disciplina de las cosas” ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.185.
34
consecuencia es el enfrentamiento directo contra cualquier forma de subjetivismo, sea
cual sea el ámbito de la actividad humana en la que se manifieste. El rechazo expreso
del subjetivismo tradicional en la cultura española, así como del personalismo
subsiguiente, llega a adquirir tintes de antihumanismo24.
La trascendencia de todo este idealismo es decisiva para la educación, puesto
que Ortega sobredimensiona la cultura. Deberemos impregnar a las nuevas generaciones
de ésta si queremos transformar la realidad española y ponerla a la altura de Europa.
Pero, ¿qué debemos primar en esa cultura: los personajes o las corrientes ideológicas?
La respuesta que demos a esta cuestión no es asunto trivial sino que conlleva enfoques
educativos radicalmente distintos. ¿Interesan más los hombres o las ideas, las personas
o las cosas, las cosas o los sentimientos? La respuesta orteguiana a la cuestión planteada
es obvia: han de primar las ideas, las corrientes ideológicas por encima de cualquier
personalismo. La historia humana no es producto de individualidades prodigiosas, de
héroes que realizan sus hazañas sino que el motor de la historia está constituido por una
serie de corrientes ideales en las cuales las individualidades quedan diluidas. Y, desde
luego, de una concepción a otra varían también las consecuencias que se obtienen en
todos los órdenes, desde el orden socio-político al educativo25.
2.2.3 LA PEDAGOGÍA SOCIAL ALEMANA
Durante su formación en Alemania, Ortega absorbe también los principios de la
Pedagogía Social de Natorp que defiende la influencia directa de la comunidad en todos
y cada uno de los individuos que la conforman26.
24“No concibo que puedan interesar más los hombres que las ideas, las personas que las cosas. Un teorema algebraico o una piedra enorme y vieja del Guadarrama suelen tener mayor valor significativo que todos los empleados del ministerio” y a continuación sentencia: “lo objetivo es lo verdadero y ha de interesarnos antes que nada; los hombres que hayan logrado henchir más su espíritu de cosas habrán de ser puestos en los lugares excelsos de la jerarquía humana” ORTEGA Y GASSET, J. (1916) Renán. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.31. 25“De que creamos lo uno o lo otro dependerá que eduquemos de una o de otra manera a nuestros hijos, y nosotros mismos orientaremos nuestros instintos hacia Oriente o hacia Occidente, hacia el bien o hacia el placer” ORTEGA Y GASSET, J. (1916) ¿Hombres o ideas? Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.27. 26 “El hombre no crece aislado ni tampoco tan sólo uno al lado del otro bajo condiciones próximamente iguales, sino cada uno bajo el múltiple influjo de los otros y en reacción constante sobre tal influjo. El hombre particular es propiamente sólo una abstracción, como el átomo del físico. El hombre, por lo que respecta a todo lo que hace de él un hombre, no se presenta al principio como individuo particular para entrar después con otros en una comunidad, sino que, sin esta comunidad, no es de ningún modo hombre” NATORP, P. (1913) Pedagogía Social. Teoría de la educación de la voluntad sobre la base de la comunidad. Madrid, La Lectura, p.97.
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Cuatro son las premisas contenidas en la Pedagogía Social de Natorp: La visión
social del hombre, la transformación de la sociedad por la actuación conjunta de sus
integrantes, la relación recíproca entre comunidad y educación y la visión próxima a la
religión natural o al deísmo.
La visión social del hombre niega al mismo como realidad aislada, el hombre
como ser individual no existe sino que, para ser, debe estar inmerso en la sociedad, ser
parte del tejido social. Es ese tejido social el que conforma la idea de comunidad y es en
la comunidad donde está el lugar del hombre, ser social por naturaleza. La comunidad
consiste, pues, en la unidad y coincidencia de los individuos. El hombre trasciende su
individualidad biológica y adquiere su ser social, su personalidad espiritual y moral en y
a través de la comunidad. Se impone así la necesidad de superar su individualidad
biológica para entrar en la cultura de la comunidad. Coincidimos con García Morente27
en que el tránsito de lo biológico a lo humano es la entrada en la comunidad y que, para
ello, el hombre ha de salir de sí mismo y de la mera contemplación del acaecer de su
conciencia, asir en ésta unas determinadas representaciones y con preferencia a todas las
demás declararlas verdaderas, fijar determinadas voliciones y declararlas buenas,
atender a determinados sentimientos y calificarlos de bellos. Con esto declara, al mismo
tiempo, que la verdad, la belleza, la bondad de esas representaciones es algo que no
depende de su propia peculiar conciencia. En esta declaración consiste precisamente la
superación de su individualidad biológica. Y con esa superación significa que acata un
conjunto de realidades, obra exclusiva del hombre, y que conduce su conciencia
particular a la comunión de la cultura.
Pero, además el hombre no es un contemplador pasivo de la cultura y de la
sociedad en la que se halla inmerso, sino que como hombre tiene la obligación de
contribuir a su mejora. Ahora bien, no debe hacerlo en solitario sino que la
transformación de la sociedad es una obra común de los hombres inmersos en ella. Sólo
aunando los esfuerzos de cada uno de los miembros que componen la sociedad se
conseguirá el bien común. ¿Cómo aunar esfuerzos?, ¿cómo formar la conciencia de los
individuos para que crean en su deber de trabajar por y para la sociedad? A través de la
educación. La relación entre comunidad y educación es recíproca, directa y
bidireccional. La comunidad debe garantizar su existencia y mejora a través de las
herramientas de las que dispone, apareciendo la educación como una de las principales.
27 GARCÍA MORENTE, M. (1996) Obras Completas, I, 1906-1936, Vol. 2. Barcelona, Anthropos; Madrid, Fundación Caja Madrid, p.609.
36
En efecto, la educación es la herramienta para la consecución de esa sociedad utópica en
la que todos tienen cabida y a la que todos aportan algo, se educa por y para la
comunidad. Se desarrolla la idea natorpiana de que el hombre se hace hombre solamente
en la comunidad humana y bajo su influjo duradero, al mismo tiempo que se destaca
cómo el crecimiento y perfección moral de la comunidad dependen de la educación de
los individuos. Sin la educación no hay posibilidad de progreso, ella es el motor de la
mejora social.
La educación tiene como función básica la de contribuir a la mejora del
individuo, de posibilitar el desarrollo máximo de sus capacidades, para garantizar, al
tiempo, la mejora de la sociedad. A través de la educación, se produce el desarrollo de
la sociedad y de la humanidad. García Morente (1996) explicita este salto que Natorp da
del concepto de comunidad al de Humanidad como comunidad universal. La educación
eleva al individuo hasta el máximum posible de humanidad en todas las direcciones,
haciéndolo sujeto de la cultura toda, cargándolo con la masa de objetividades
acumuladas y armándolo para la conquista de nuevas y más perfectas formas. Con esto
queda inmediatamente dicho que el ideal que flota ante los ojos del educador rebasa
infinitamente los límites de la individualidad, penetrando con sus más profundas raíces
en la comunidad humana. La humanidad como ideal del hombre: tal es el sentido de la
educación. Lo que hay que formar en el individuo, lo que en él hay que cultivar
amorosamente son precisamente las universales cualidades humanas28. El concepto de
hombre, en su plena significación, es decir, cuando supera la individualidad biológica,
significa precisamente comunidad cultural. El sujeto puro de la ciencia, de la moralidad
y el arte, no realizado empíricamente, el hombre ideal, dista tanto de ser individuo, que
es más bien nada menos que la unidad total de los hombres en la totalidad de la historia,
es decir, en la eternidad; es la idea incondicionada de la humanidad, de la comunidad
28 Precisamente uno de los más actuales y permanentes debates en la educación es la relación entre el individuo y la comunidad, si debemos educar al individuo como ser biológico o al hombre como integrante de la comunidad humana. Hay numerosos autores que defienden que no es posible el desarrollo humano sin referencia a la comunidad de pertenencia: “Defendemos que el desarrollo o autorrealización personal, el crecimiento de la capacidades individuales, no se produce sin la referencia a la comunidad familiar, a la comunidad política y a la comunidad humana” ESCÁMEZ, J., GARCÍA, R. y PÉREZ, C. (2009) Individuo y comunidad. Un problema no resuelto. En IBÁÑEZ MARTÍN, J. (2009) Educación, conocimiento y cultura. Madrid, Dykinson, p.81. Un buen panorama del debate actual sobre la necesidad de educar la ciudadanía mundial lo encontramos en NUSSBAUM, M.C. (1999) Los límites del patriotismo. Identidad, pertenencia y “ciudadanía mundial”. Barcelona, Paidós.
37
absoluta; es la idea del Estado29. Ya Platón quería definir la justicia en el Estado antes
que en el individuo, porque en aquél está escrito en letras grandes lo que en éste está
escrito en letras chicas. El concepto de la educación nos conduce, pues, de suyo, al de
comunidad. La educación es educación para la comunidad, la actividad educadora se
realiza sobre la base de ésta.
En definitiva, la superación de la individualidad biológica conlleva la entrada en
la comunidad, y la vida en comunidad conlleva la necesidad de educación para la
consecución de la Humanidad.
Por último, nos queda señalar la concepción religiosa propuesta por Natorp, que
es uno de los puntos nucleares de su Pedagogía Social. Propone la superación del
dogmatismo religioso mediante el establecimiento de la religión de la pura humanidad,
es decir, de la comunidad humana, del hombre con el hombre, presidida por el
idealismo de la libertad moral. En definitiva, pretendía sustituir el dogmatismo y el
autoritarismo religioso imperante por una instrucción religiosa «no dogmática»,
interconfesional y popular, natural y racional, profundamente moral, que aceptase la
autonomía de la persona, la democracia social y que, al promover la idea de comunidad,
favoreciera la unidad de todos los hombres. De este modo, circunscribe la religión al
ámbito de la moral y, más concretamente, de la Humanidad. Así, frente a la idea de
Religión Trascendente encontramos la idea de Humanidad como origen fecundo de la
auténtica religiosidad del hombre, lejos de todo dogmatismo revelado. La religión es,
pues, un producto más de la Humanidad, producto que queda relegado al ámbito de lo
subjetivo o íntimo que entronca con la comunidad.
2.2.3 EL MOMENTO POLÍTICO DE ORTEGA O EL SOCIALISMO
ORTEGUIANO
A partir de 1868, la Restauración no tenía fuerzas para impedir el desarrollo de
las ideas de la burguesía liberal, ideas que van ganando terreno hasta que, a finales de
esta primera etapa (1914), la Restauración está definitivamente en crisis. Ésta se refleja
29 La idea de Estado a la que nos referimos es la visión hegeliana, el concepto racional de Estado que defendía este autor: el Estado como la síntesis perfecta entre lo privado y lo público, como la armonización del individuo con la sociedad. Hegel, respondiendo a las circunstancias socio-históricas en que le tocó vivir, concibió la necesidad de un Estado moderno y racional en el que el espíritu del pueblo da plenitud al espíritu del individuo. Pero, el individuo debe, a la vez, ser consciente de su propia individualidad y de su libertad. Se trata del Estado de ciudadanos libres que aúna la vida en comunidad con el principio de subjetividad.
38
en la incapacidad de los partidos políticos; ni liberales ni conservadores se muestran a la
altura de las circunstancias.
Ante este panorama, Ortega sigue creyendo en la política, sigue viendo en ella el
instrumento para la salvación de España, la concibe como órgano de socialización y se
propone la creación de una minoría que oriente al pueblo, de una minoría encargada de
la educación política de las masas.
Así, en otoño de 1913 Ortega funda la “Liga de Educación Política”. El 23 de
marzo de 1914 en Madrid, Ortega pronuncia su Conferencia “Vieja y nueva Política”
que supone el acto público de lanzamiento de la mencionada Liga. En ella Ortega incita
a romper definitivamente con el pasado (La Restauración) y alienta a un porvenir más
dinámico y esperanzado. Define la Liga como un grupo nacional y todavía
extraparlamentario, formado por gentes de oficio conocido y libres de apresuramiento
que no se “afilian” a ningún partido en concreto sino que se aproximarán a aquellos
partidos que circunstancialmente coincidan con sus opiniones o menos las contradigan.
Se mueve, no obstante, entre el liberalismo y el socialismo. Reivindica un cambio de la
“vieja” política por otra “nueva” y propone la creación de un Partido Liberal Socialista,
que se haga cargo de ese impulso moral de cambio y renovación.
En los años previos a la constitución de la Liga (de 1907 a 1909), Ortega había
establecido un vínculo con el socialismo puesto que ve en éste la fuerza europeizadora
de España con su función central de carácter educativo: socialismo y educación. El
Ortega de esta primera etapa está fuertemente influido por sus maestros de Marburgo;
Hermann Cohen y Paul Natorp30. Para nuestro autor socialismo es cultura y, a su vez,
cultura es cultivo, construcción. Y cultivo, construcción son paz. Concebirá, por tanto,
el socialismo como el constructor de la gran paz sobre la tierra. La cultura será el poder
espiritual moderno y tanto el socialismo como la educación tendrán la función de
imponer la cultura, de concienciar a los hombres de su deber de participar en ella31.
30 “De Marburgo viene la simpatía hacia el socialismo que Ortega muestra en estos primeros años, y que corresponde a la orientación política de sus maestros. (…). Lo que Ortega entiende por socialismo en 1910 es primariamente comunidad como cooperación, frente al egoísmo individualista o el partidismo” MARÍAS, J. (1983) Ortega, Madrid, Alianza, p.220. 31 “Aparte de su misión general humana e internacional tiene el socialismo en España esta ilustrísima tarea que cumplir: imponer la cultura, es decir, la seriedad científica, la justicia social. El partido socialista tiene que ser el partido europeizador de España” ORTEGA Y GASSET, J. (1909) La ciencia y la religión como problemas políticos. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2007, Tomo VII, p.136.
39
Socialismo y educación van unidos. Sin embargo, a partir de 1913 las relaciones
del autor con el socialismo irán distanciándose y la Liga será la alternativa a la que se
aferrará Ortega.
2.2.4 EL INSTITUCIONISMO: El Krausismo español y la Institución Libre
de Enseñanza.
En los últimos decenios del siglo XIX se desarrolló en España un complejo
movimiento intelectual, religioso y político, conocido con el nombre de Krausismo, que
agrupó a la izquierda burguesa liberal y propugnó la racionalización de la cultura
española. Krause construyó un sistema filosófico conocido con el nombre de
panenteísmo o racionalismo armónico, según el cual el mundo está diversificado en la
Naturaleza y el Espíritu que, confluyendo en la Humanidad, tienden a una armonía
perfecta en el seno de Dios, mediante la racionalización progresiva de las instituciones
humanas. Las doctrinas krausistas fueron introducidas en España en 1843 por Julián
Sanz del Río representando más que una filosofía, un estilo de vida que sustituyó los
supuestos tradicionales de la religiosidad española por una moral austera, el cultivo de
la ciencia y una religión semisecularizada.
En efecto, el racionalismo, el anticlericalismo y la idea de difundir la cultura
para que ésta no sea un privilegio minoritario que caracteriza la ideología Krausista,
verán en la Institución Libre de Enseñanza su reflejo pedagógico. Ésta intentará crear el
hombre nuevo perfilado idealmente en el proyecto de la filosofía krausista, capaz de
enfrentarse con la situación moral del país, profundamente degradada; y lo que es más
importante, de superarla y potenciar un nuevo modelo individual y colectivo, más
racional, más ético y más humano.
Su fundador, Don Francisco Giner de los Ríos, nació en Ronda en 1839. La
relevancia de esta figura y de su obra deriva del valor de defender sus ideas
republicanas y liberales frente a un Estado monárquico y conservador, y materializar
esas ideas en la práctica creando una institución cuyo valor es incuestionable para el
progreso de la ciencia pedagógica32.
32 “La Institución respondía históricamente a la necesidad de una clase (la burguesía y pequeña burguesía avanzada) de preparar hombres aptos para llevar a cabo una nueva organización de formas de vida, que requería acumulación y extensión del poder, innecesarias para la vieja sociedad tan bien expresada por las instituciones oficiales de la época. Respondía igualmente a la necesidad de quebrantar ideológicamente los dogmas de la sociedad nobiliaria-agraria, de preparar hombres e ideas para que una burguesía
40
Francisco Giner de los Ríos no creó en solitario este centro de enseñanza sino
que lo hizo junto a sus amigos Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón. En el
origen33 de la Institución Libre de Enseñanza encontramos las denominadas Cuestiones
Universitarias.
En enero de 1868 se produce la llamada Primera Cuestión Universitaria cuando,
tras una larga serie de incidentes34, el ministro de Fomento, marqués de Orovio, separa
de sus cátedras a Julián Sanz del Río, Fernando de Castro y Nicolás Salmerón, por no
firmar un manifiesto que ellos consideraban atentatorio contra la libertad de enseñanza.
La protesta de Giner de los Ríos, que acababa de tomar posesión de la Cátedra de
Filosofía del Derecho y Derecho Internacional de la Universidad de Madrid, origina
también la apertura de expediente y su suspensión provisional.
Unos meses después, la Revolución de 1868 decreta la absoluta libertad de
enseñanza y la vuelta a sus cátedras de los profesores expedientados. Comienza para
ellos una etapa de actividad efervescente: además del Decanato de la Facultad de
Filosofía y el Rectorado de la Universidad de Madrid, otras tareas como la Asociación
para la Enseñanza de la Mujer o el Boletín – Revista de la Universidad de Madrid
ocupan el tiempo y las ilusiones de los profesores krausistas.
La Primera Cuestión Universitaria se cierra definitivamente cuando se
promulga el Decreto del Ministro de Fomento, Ruiz Zorrilla, de 14 de Octubre de 1868
que deroga expresamente la Ley de 2 de Junio de 1868, una ley promovida por el
marqués de Orovio, que suponía la máxima intervención de las autoridades eclesiásticas
“ilustrada” ocupase el poder en un futuro próximo. Y hay que reconocer que dicha función preparatoria fue cumplida con creces por la Institución. La Institución fue eso y más: fue un estilo de vida y una manera de pensar que informaron a varias generaciones de los mejores espíritus del liberalismo” TUÑÓN DE LARA, M. (1974) La España del siglo XX, Barcelona, Laia, p. 331. 33 Toda la información histórica relacionada con los orígenes de la ILE ha sido obtenida de CACHO VIU, V. (1962) La Institución Libre de Enseñanza. I. Orígenes y etapa universitaria (1860-1881). Madrid, Rialp. 34 El 22 de Enero de 1867 se promulga un decreto de reforma del profesorado en cuyo artículo 43 se ordena la apertura de expediente de separación contra aquellos Catedráticos de Universidad, que ya en explicaciones de cátedra, ya en libros, folletos y otras publicaciones vertiesen doctrinas erróneas o perniciosas en el orden religioso, moral o político. Durante los primeros meses de 1867, se producen de forma incesante las críticas al Trono y al moderantismo histórico. El Gobierno pone en marcha una campaña de adhesión a la Monarquía, que encomienda a las autoridades civiles. El Rector de la Universidad de Madrid envía un escrito a todos los catedráticos solicitando su incorporación espontánea a este homenaje. La abstención de cincuenta y siete catedráticos origina el conflicto. Se da comienzo a la apertura de expedientes y la cuestión llega al Parlamento. El Consejo de Instrucción Pública solicita una postura firme para los catedráticos reincidentes. El resultado final es la separación de la cátedra de Salmerón, Sanz del Río y Fernando de Castro.
41
en la instrucción primaria; y otro Decreto, de fecha 21 de Octubre de 1868, reconoce
expresamente el derecho a la libertad de cátedra.
Sin embargo, las circunstancias demostrarán que la sociedad española no estaba
todavía madura para las intenciones reformadoras de los krausistas. La Revolución
pronto se revela como algo más complejo que la aplicación a la realidad de unas normas
establecidas en discursos teóricos; los esquemas racionalistas no tienen cabida en esa
realidad. La renuncia de Salmerón como presidente de la República en 1874 por no
firmar unas sentencias de muerte, señala el punto crítico de la ruptura entre la filosofía y
la realidad, y describe el desconcierto moral del grupo.
La antesala de la creación de la ILE es la Segunda Cuestión Universitaria. En
ella intervendrán prácticamente los mismos personajes que en la primera: el marqués de
Orovio, en el Ministerio de Fomento, y Nicolás Salmerón, Francisco Giner de los Ríos y
Gumersindo de Azcárate, de nuevo ocupando el rol de los catedráticos depurados (Sanz
del Río y Castro han fallecido). La causa es, de nuevo, la libertad de enseñanza35. Esta
vez, además de la separación de sus cátedras, son encarcelados en distintas prisiones
(Lugo, Cádiz y Cáceres) como delincuentes políticos. El procedimiento resulta tan
arbitrario que suscita una oleada de protestas prácticamente generalizadas entre el
profesorado. Pero, en la correspondencia mutua que mantienen los desterrados36 ,
comienza a perfilarse el propósito de crear una institución en la que puedan ejercer su
labor de enseñantes, sin interrupciones ni temores, dando origen así a la Institución
Libre de Enseñanza.
De esta manera, Giner, considerado como la máxima personalidad del
movimiento liberal del profesorado, diez años después de haber ganado su Cátedra, el
29 de octubre de 1876, funda en Madrid la Institución Libre de Enseñanza37. Como
buen krausista, Giner estaba convencido que no bastaban las leyes, ni la política, había
35 La Segunda Cuestión Universitaria se origina cuando Cánovas, el primer Jefe de Gobierno de la Restauración, toma la inoportuna decisión de entregar la cartera de Fomento a Manuel de Orovio, el autor de los decretos que habían dado lugar a la Primera Cuestión Universitaria. Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno consiste en promulgar el Real-Decreto, de 26 de Febrero de 1875, por el cual quedaban derogados los artículos 16 y 17 del Decreto de 21 de Octubre de 1868, restableciéndose, en consecuencia, la vigencia de la Ley Moyano. En ese mismo día se publica en la Gaceta de Madrid una circular del Ministro en la que encarecía el riguroso cumplimiento de la nueva norma. Tanto el decreto como la circular suponen la negación de la libertad de cátedra. 36 AZCÁRATE, P. (1967) La cuestión universitaria. Epistolario de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Nicolás Salmerón. Madrid, Tecnos. 37 “La Institución Libre de Enseñanza fue fundada en 1876 por varios catedráticos y auxiliares de Universidad o Instituto, separados de sus clases a consecuencia de sus protestas contra los decretos de Instrucción Pública de 1875, atentatorios contra la libertad de Cátedra” BARTOLOMÉ COSSÍO, M. (1926) En el cincuentenario de la ILE. Madrid, Tipografía de archivos, p. 17.
42
que llegar al hombre y el hombre se forja por medio de la educación. Ésta supone la
captación plena del hombre por el ideal y posibilita el desarrollo de la sociedad. Sin
embargo, el marco legal en el que debe inscribirse la ILE es limitado. La enseñanza era
oficialmente católica, tal y como establecía el artículo 11 de la Constitución de 1876. La
libertad de enseñanza quedaba relegada, en el artículo 12 de la misma, a la posibilidad
de establecer centros privados, que no podían ostentar el título de Instituto ni el de
Universidad – de ahí la denominación de Institución – y debían pasar, además, grados y
exámenes en centros oficiales. De cualquier modo, los creadores de la ILE, en aras de
garantizar la libertad de enseñanza defendida a ultranza, nunca pidieron ni aceptaron
subvención oficial alguna ni homologación o convalidación de los estudios realizados
en la Institución38. En su origen fue considerada una Universidad privada pero sus
fundadores pronto se dieron cuenta de la insuficiencia de recursos, tanto materiales
como personales, para constituirla como centro universitario por pequeño que fuese, y
que sería difícil evitar el fatal obstáculo de instruir al alumnado para los exámenes de la
Universidad estatal39. Por tanto, la Institución se transformó en una escuela Preparatoria
y Secundaria pero, pronto, la experiencia puso de manifiesto que una reforma educativa
profunda solo podía cimentarse en la escuela Primaria y en 1878 se constituyó como tal.
La ILE, desde sus orígenes, tuvo un carácter marcadamente independiente. De
hecho, en el proyecto de creación se argumentaba la necesidad de sustraer a la esfera de
acción del Estado fines de la vida y órdenes de la actividad que pedían una organización
independiente; que la historia contemporánea mostraba la dificultad de armonizar la
libertad que reclamaban la investigación científica y la función del profesor con la tutela
ejercida por el Estado40.
Los principios pedagógicos que fundamentaron la ILE son principios
pedagógicos de actualidad pero conviene detenerse en los mismos, partiendo del
contexto en que surgieron, para concienciarnos del impulso pedagógico que supuso la
aparición y funcionamiento de la Institución. Así, además de la autonomía institucional
38 “Creóse, y se mantiene, sin subvención alguna oficial, con el sólo concurso de la iniciativa particular, mediante acciones y donativos voluntarios, a más de los ingresos de su matrícula y demás servicios” BARTOLOMÉ COSSÍO, M. (1926) En el cincuentenario de la ILE. Madrid, Tipografía de archivos, p. 17. 39 CASTILLEJO, J. (1976) Guerra de ideas en España, Madrid, Revista de Occidente, pp.79-80. 40 “La Institución Libre de Enseñanza es completamente ajena a todo espíritu e interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido político; proclamando tan sólo el principio de la libertad e inviolabilidad de su indagación y exposición respecto de cualquiera otra autoridad que la de la propia conciencia del profesor, único responsable de sus doctrinas” BARTOLOMÉ COSSÍO, M. (1926) En el cincuentenario de la ILE. Madrid, Tipografía de archivos, p. 20.
43
y la libertad de enseñanza, la ILE abogó por una educación integral y neutra que
respetara al máximo la naturaleza del educando41.
La educación institucionista persigue, pues, un doble objetivo: a) amplia
formación en cultura general, múltiplemente orientada, y b) autonomía personal y moral
que permita a los hombres concebir un ideal y gobernar con sustantividad su vida.
Para ello se propone el cultivo del cuerpo y del alma. Se ocupará de forjar el
pensamiento como órgano de la investigación racional y de la ciencia, de la salud y la
higiene, cuidando el decoro de hábitos y maneras, fomentará el juego corporal al aire
libre, el contacto continuo con la naturaleza y el arte y, en definitiva, todas aquellas
actividades que promuevan la formación completa del hombre a nivel intelectual, físico,
social, estético y moral.
La consecución de los objetivos planteados se hará extensiva a hombres y
mujeres, quienes compartirán currículo y espacios. En efecto, el principio de la
coeducación, generalizada e incuestionable en la actualidad, tiene su origen en la ILE.
Coeducación a nivel organizativo y funcional, las mujeres se educarán no sólo con el
hombre sino como el hombre. La institución estimaba que no había fundamento para
prohibir en la escuela la comunidad en que uno y otro sexo vivían en la familia y en la
sociedad.
A nivel metodológico la ILE también realizó innovaciones ya que era
impensable la consecución de los objetivos planteados a través de los medios
tradicionales. La Institución se planteaba hacer extensiva a todos los grados la
metodología que se utilizaba en la educación de la primera infancia. Defendía, pues, que
la intuición, el trabajo personal y creador, el procedimiento socrático y el método
heurístico se generalizaran en todos los niveles, dentro y fuera de clase. Desestimaba los
libros de texto y las lecciones de memoria al considerar que petrificaban el espíritu y
mecanizaban el trabajo de clase. Abrían las clases al medio natural, fomentando, en este
sentido, las excursiones escolares ya que ofrecían los medios más propicios para que el
41 “La institución se propone, ante todo, educar a sus alumnos. Para lograrlo, comienza por asentar, como base primordial, ineludible, el principio de la reverencia máxima que al niño se debe. Por ello precisamente no es la Institución, ni puede ser de ningún modo, una escuela de propaganda. Ajena a todo particularismo religioso, filosófico y político, abstiénese en absoluto de perturbar la niñez y la adolescencia, anticipando en ellas, la hora de las divisiones humanas. Tiempo queda para que venga este reino, y hasta para que sea desolado. Quiere, por el contrario sembrar en la juventud, con la más absoluta libertad, la más austera reserva en la elaboración de sus normas de vida y el respeto más religioso para cuantas sinceras convicciones consagra la historia” BARTOLOMÉ COSSÍO, M. (1926) En el cincuentenario de la ILE. Madrid, Tipografía de archivos, p. 71.
44
alumno pudiera educarse en todas las esferas de su vida. Y, por supuesto, también el rol
del docente experimentaba en la Institución una metamorfosis. La función del maestro
consistía en despertar y mantener vivo el interés del niño, excitar su pensamiento,
sugerirle cuestiones y nuevos puntos de vista, enseñarle a razonar con rigor y a resumir
con claridad y precisión los resultados pero, jamás, en suprimir el esfuerzo personal del
discente ni en convertirle en agente pasivo de su aprendizaje impartiéndole y
preguntándole las lecciones.
Desde la perspectiva actual, resulta cuanto menos loable y asombroso
contemplar cómo la Institución que data de 1876 consideraba ya entonces indispensable
para la eficacia de su obra la activa cooperación con las familias42.
La Institución no fue, pues, un mero centro educativo sino la materialización de
una auténtica corriente de pensamiento cuyos rasgos generales son la preocupación por
renovar la cultura española y equipararla al nivel de la época en Europa. Con ella se
daba paso a la cultura racionalista y abierta al progreso, al laicismo en educación, a la
introducción del juego y las actividades deportivas en la enseñanza, al fomento de las
excursiones y las colonias escolares; en definitiva, a la educación activa e integral que
en la actualidad es incuestionable.
Ortega estaba convencido, al igual que los institucionistas, de que era necesario
incrementar el nivel cultural del pueblo, sólo así España podría estar a la altura de los
tiempos. La mirada filosófica que Ortega echaba al mundo con afán de comprenderlo
llevaba en sí un ineluctable proyecto de reforma política del mismo, que se movía en
dos niveles: uno esencial, muy en el talante de sus amigos de la Institución Libre de
Enseñanza y de la Residencia de Estudiantes, la reforma del hombre, y otro secundario
pero de mayor inmediatez, la transformación de la realidad política.
Durante sus años como profesor colaboró con la Institución Libre de Enseñanza,
aún sin formar parte de ella. Formaba parte del Patronato, como vocal, en su nacimiento;
y su primer libro Meditaciones del "Quijote" fue una de las publicaciones iniciales de la
Residencia de Estudiantes. Ortega veía esta colaboración con un timbre de orgullo43.
42 “Nada tan nocivo para la educación del niño como el manifiesto o latente desacuerdo entre su familia y su escuela. Nada, por el contrario, tan favorable como el natural y recíproco influjo de una en otra” BARTOLOMÉ COSSÍO, M. (1926) En el cincuentenario de la ILE. Madrid, Tipografía de archivos, p. 77. 43 «Los que propugnábamos una reforma y proponíamos que se desecharan métodos anticuados, éramos violentamente atacados como "enemigos de la Universidad". Por defender nuevas instituciones como la Residencia de Estudiantes, creada precisamente para conseguir la mejora de la Universidad estimulando la fermentación del pensamiento, se nos acusaba de enemigos oficiales de la Universidad. Inútil es añadir que hoy los que más duramente nos injuriaban son precisamente los que más se apresuran a imitar a la
45
Ortega compartía el proyecto ilustrado institucionista y confiaba en que la
extensión del conocimiento permitiría la humanización del hombre.
2.3 EL PROBLEMA DE ESPAÑA: ALCANZAR LA ALTURA DE
EUROPA A TRAVÉS DE LA CULTURA.
Pese a las grandes influencias alemanas recibidas y pese a tener depositada su
mirada en Europa como la solución a los males españoles, Ortega se reconocía y se
sentía, ante todo, español. Por ello, es imposible referirnos a él, estudiar cualquier
aspecto de su obra, sin hacer mención específica a la nube viajera desde la que divisaba
su particular paisaje vital: España.
En efecto, España fue, como hemos visto, la preocupación fundamental y
primera que Ortega heredó de la Generación del 9844.
Ahora bien, ¿cómo entendía Ortega la circunstancia española? El diagnóstico lo
realiza en 1921 (fecha posterior a la etapa que estamos estudiando). Sin embargo,
recoge la visión que el autor tenía de España desde el inicio de su trayectoria; una visión
pesimista y nada esperanzadora, aunque el propio autor se defiende ante la atribución de
ese pesimismo45.
En España Invertebrada Ortega realiza un análisis exhaustivo de la situación
española, llegando a sostener que en España no ha habido decadencia porque tampoco
hubo nunca un momento de verdadera grandeza. Así, describe una sociedad española
caracterizada por una debilidad constitutiva. Las causas que han conducido a dicha
debilidad, las deficiencias originarias, han sido una germanización y un feudalismo muy
débiles, lo que conlleva a una falta de vitalidad de las minorías rectoras del país. Como
suele ocurrir, cuando el todo está constituido por dos partes y una de ellas no está a la
altura, la otra tiende a contrarrestar la situación. Eso es lo que, según Ortega, ocurría en
Residencia de Estudiantes». Palabras de Ortega, cit. en, JIMÉNEZ, A. (1971) Historia de la Universidad Española, Madrid, Alianza, p.450. 44 “España es la circunstancia primera y principal que condiciona la obra toda de Ortega, y si así no lo entendemos habremos desvirtuado su sentido” ABELLÁN, J. L. (1991) Historia crítica del pensamiento español. Madrid, Espasa-Calpe, p.213. 45 “Alguien ha tachado de pesimistas mis pensamientos y esto me parece injusto. Son compatibles dentro de un mismo corazón el optimismo europeo y cierto pesimismo provincial limitado a las cosas de nuestra patria” ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.187.
46
España: la debilidad de las minorías rectoras originó un pueblo vigoroso, un pueblo que
lo ha hecho todo y aquello que no ha alcanzado, se ha quedado sin hacer.
Pero, además, este pueblo no es un pueblo dócil, que se deje dominar. En España
sigue siendo difícil subordinar a la población, impera la indocilidad de las masas,
provocada a su vez por la ausencia de minorías egregias, por la falta de ejemplaridad de
los pocos que deben conducir el país. Todo ello provoca el triunfo de los
particularismos enfrentados, de los compartimentos estancos, de los separatismos
desintegradores y de la acción directa incontrolada. En definitiva, la sociedad española
padece un profundo estado patológico de invertebración.
Nuestro autor retrata una España inconsciente donde todo es pueblo; un pueblo
inculto al que le falta una minoría culta que sepa regir el país46.
La falta de cultura conlleva, pues, la necesidad de una minoría intelectual,
formada por los mejores, que sea capaz de reconducir el país. El socialismo aristocrático
de Ortega se refleja en el trasfondo de este diagnóstico de la sociedad española e,
incluso, en el diagnóstico europeo que realizará años después. Ortega había nacido en
un entorno ilustrado que cuestionaba el poder político imperante y la manera en que las
clases sociales dirigentes se beneficiaban de la estructura política y social del país;
formó parte de una burguesía moderna, que quería renovar el país y ponerlo al ritmo de
Europa. Su firme defensa de la necesidad de una minoría rectora del país, que guiara a
las masas y acabara con su indocilidad, estaba motivada por el proyecto humanizador
que pretendía conseguir. Reivindicaba la presencia de una minoría para ilustrar a la
mayoría habiendo, por tanto, una intención de democratización del saber y de la cultura.
Referirse a la cuestión española conlleva paralelamente la necesidad de referirse
a la cuestión europea, puesto que, para Ortega, España era el problema y Europa, la
solución. En ambos casos visiona el autor la necesidad de una minoría selecta que
gobierne a las masas. De hecho, en el libro que dedica a la cuestión europea, La
46 “España es la inconsciencia; es decir, en España no hay más que pueblo. Ésta es probablemente nuestra desdicha. Falta la levadura para la fermentación histórica, los pocos que espiritualicen y den un sentido de la vida a los muchos. (…) Las únicas facetas de sensibilidad que quedan a España son la literatura periodística y la política de café. Pero este hecho es el síntoma más claro de que no existe en España otra cosa sino pueblo, de que nos falta esa minoría cultural que en otros países es lo bastante numerosa y enérgica para formar como un pueblo dentro de otro pueblo e influir sobre el más amplio. La literatura diaria y la política de café son las formas que adquieren los temas de la cultura para hacerse populares, (…). Nadie, pues, las toque. Lo malo, lo deplorable es que no haya en realidad más que eso” ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.188.
47
Rebelión de las masas (1930) hablará del hombre-masa. Éste es un rebelde ante la
autoridad de las minorías excelsas.
La visión orteguiana de Europa no se reduce al espacio físico que la geografía
denomina con ese nombre. Ortega va más allá y considera que Europa es un espacio
social y cultural común y que ese espacio común es una realidad histórica que se
produce por la convivencia de los pueblos y de las gentes47. La sociedad europea la
forman los individuos de cada uno de los pueblos que integran Europa, los europeos que,
además de ser europeos, son ingleses, franceses, alemanes o españoles. Los hombres
europeos han vivido siempre, a la vez, en dos espacios históricos, en dos sociedades,
una menos densa, pero más amplia, Europa; otra más densa, pero territorialmente más
reducida, el área de cada nación48.
Ortega, como hombre europeo, vive en los dos espacios históricos mencionados,
el de Europa y el de su propio país. Es consciente que el problema de España conlleva la
necesidad de europeización: no hay palabra que el autor considere más respetable y
fecunda que ésta, ni la hay, en su opinión, más acertada para formular el problema
español49. De sus antepasados (entre otros, los autores de la Generación del 98) Ortega
hereda no sólo el problema español sino también la visión de Europa como horizonte
resolutivo del problema español. Cabrían, no obstante, diversas matizaciones; sin duda,
la más importante, la de diferenciar que los hombres de la Generación anterior
(Unamuno a la cabeza) vislumbran la necesidad de europeización pero reclamando
primero la vuelta a los orígenes. Eran más castizos; para ellos, la solución estaba en
mirar hacia las raíces del pueblo, analizando su pasado, su historia, para encontrar
explicaciones racionales de la situación de desolación en que se encuentran. Ortega, sin
embargo, dirige su mirada al futuro, busca la interpretación europea de España, visiona
47 “Ortega se planteó la cuestión en mayo de 1937 en el Prólogo para franceses con motivo de la traducción de su célebre obra La rebelión de las masas y vuelve a insistir en el Epílogo para ingleses, en diciembre de ese año refiriéndose a obra tan celebrada. Posteriormente, en septiembre de 1949, dio Ortega en Berlín, una conferencia con el título De Europa meditatio quedam y otra en 1953, en Munich, que tituló ¿Hay una conciencia de la cultura europea?, publicada en 1954 con el título Cultura europea y pueblos europeos, en la que se vuelve a las ideas expresadas en la conferencia de Berlín. La misma cuestión es el centro de las reflexiones de Ortega en el prólogo al libro de Johannes Haller, Las épocas de la historia alemana (Buenos Aires, Espasa Calpe, 1941)” ESCÁMEZ, J., ORTEGA, P. y MARTÍNEZ, M. (2005) Los valores de la educación en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior, en ESTEBAN CHAPAPRÍA, V. (ed.) El Espacio Europeo de Educación Superior. Valencia, Editorial UPV, p. 170. 48 ESCÁMEZ, J., ORTEGA, P. y MARTÍNEZ, M. (2005) Los valores de la educación en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior, en ESTEBAN CHAPAPRÍA, V. (ed.) El Espacio Europeo de Educación Superior. Valencia, Editorial UPV, p. 172. 49 ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.183.
48
España como posibilidad: posibilidad para inmigración de sensibilidades europeas,
posibilidad para urdir la materia que haga posible estar a la altura de las circunstancias;
la materia es la cultura y la altura, Europa. Sólo desde la cultura se hace posible
elevarnos al nivel europeo, sólo con la cultura será posible esa interpretación española
del mundo50.
La necesidad de europeización es, pues, para Ortega una verdad adquirida.
Ahora bien, el autor halla un gran defecto en los programas de europeísmo predicados
hasta el momento: en todos ellos se ha olvidado definir qué es Europa. Este olvido lo
achaca a la falta de precisión y de método heredado de sus antepasados. No entiende
cómo se puede obtener la interpretación europea española sin ni siquiera primero
cuestionarse qué sea aquello tan valioso como para servir de modelo, de materia prima51.
A la hora de acordar qué sea Europa el primer requisito es ser cautelosos, no
dejarse llevar por las apariencias, no fijarse sólo en los resultados, sino ser más
exhaustivos y exigentes. No conviene cometer un gran error de perspectiva: fijarnos
sólo en los productos y no en el proceso que conlleva alcanzar los mismos. En ese error
es donde radica el problema para Ortega52.
Si Europa es ciencia, para alcanzar el nivel europeo deberemos “beber” de ese
cientifismo. Éste no ha estado presente en España, de ahí la desoladora situación ante la
que nos encontramos. La solución, por tanto, radica en dotar de ciencia al pueblo
español y, para ello, sin duda, se ha de recurrir a la pedagogía.
50 “No solicitemos más que esto: clávese sobre España el punto de vista europeo. La sórdida realidad ibérica se ensanchará hasta el infinito; nuestras realidades sin valor, cobrarán un sentido denso de símbolos humanos. Y las palabras europeas que durante tres siglos hemos callado, surgirán de una vez, cristalizando en un canto. Europa, cansada en Francia, agotada en Alemania, débil en Inglaterra, tendrá una nueva juventud bajo el sol poderoso de nuestra tierra. España es una posibilidad europea. Sólo mirada desde Europa es posible España” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) España como posibilidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.337. 51 “¿Cómo es posible si no que en un programa de europeización se olvide definir Europa? ¿Es que, por ventura, no cabe vacilación respecto a lo que es Europa? ¿No es esta vacilación secular, este no saber un siglo y otro qué cosa sea exactamente Europa, lo que ha mantenido a España en perenne decadencia y ha anulado tantos esfuerzos honrados, aunque miopes?” ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.183. 52 “Todas las imágenes que se toman de Europa están erradas porque toman lo que se ve en un viaje rápido, lo que salta a los ojos y, sobre todo, la apariencia externa de la Europa de hoy, por la Europa verdadera y perenne. No nos ocurre preguntarnos cómo ha llegado a poseer semejantes bienaventuranzas, olvidamos que para tener ferrocarriles, policía, hoteles, comercio, industria, todo eso, en fin, que podemos llamar civilización, mejoramiento físico de la vida, ha sido preciso inventarlos antes. (…) Europa, pues, no es la civilización, no es el ferrocarril y el policía, no es la industria y el comercio. (…) Europa = ciencia; todo lo demás le es común con el resto del planeta” ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, pp.184-186.
49
No cabe, por tanto, europeización sin educación. Se habrá de formar primero a
unos pocos hombres de ciencia que constituyan la élite intelectual cuya principal misión
será guiar al país hacia la cultura, hacia Europa. Ortega reconoce la ardua labor que ha
de ejercer la pedagogía en la reconstrucción española. El problema español es un
problema pedagógico pero las dimensiones del problema son tan grandes que se ha de
graduar la solución, formando primero a unos pocos hombres de ciencia que vayan
arando el camino de tal reconstrucción53.
Sin embargo, y aunque parezca evidente que la solución debería venir de la
educación, para Ortega los españoles no creen en la educación, padecen una cerrazón
mental para comprender el problema educativo y su solución científica. Esa esquivez
del ánimo para creer en ella, no son nuevas posiciones del alma española, sino antes
bien, viejas y añejas, entrañadas hace siglos en nuestro pueblo54.
Y sin creer en la educación no llegaremos a ser culturalmente solventes ya que
para Ortega el eje de la ciencia, del glubus intellectualis, pasa por todas las naciones
donde la ciencia existe y sólo por ellas y en España no hay sombra de ciencia55.
Clamamos por ella, sí, pero al preguntarnos ¿qué es cultura?, ¿qué es europeización?,
nos fijamos sólo en lo que la ciencia produce, no en la misma ciencia. Cometiendo el
error de perspectiva, afirmamos que cultura y europeización son Escuelas de Artes e
Industrias, ingenieros industriales, centros técnicos, manufactura a ultranza, economía.
En definitiva, equiparamos practicismo a cultura, a Europa. Todo ello también parece
cosa acertada, pero para nuestro autor eso ni es cultura ni es Europa, sino un trozo de la
cultura y un repecho de Europa56.
España, por tanto, no ha sabido definir hasta el momento qué sea Europa y la
situación se agrava todavía más debido a la tendencia española a la imitación. Ha
53 “Se ha hablado, y por fortuna se habla cada vez más, de educación: sólo a la insolencia irresponsable de alguno que quiera oficiar de necio representativo es lícita la duda sobre si puede correr un día más sin que iniciemos una magna acción pedagógica que restaure los últimos tejidos espirituales de nuestra raza. Pero esto no basta: el problema educativo persiste en todas las naciones con meras diferencias de intensidad. El problema español es, ciertamente, un problema pedagógico; pero lo genuino, lo característico de nuestro problema pedagógico, es que necesitamos primero educar unos pocos hombres de ciencia, suscitar siquiera una sombra de preocupaciones científicas y que sin esta previa obra el resto de la acción pedagógica será vano, imposible, sin sentido” ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.186. 54 ORTEGA Y GASSET, J. (1906) La universidad española y la universidad alemana. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.63. 55 ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.187. 56 ORTEGA Y GASSET, J. (1906) La universidad española y la universidad alemana. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.67.
50
copiado el modelo europeo sin previamente cuestionárselo. Es más, ni siquiera lo ha
rehecho para adaptarlo a la situación propia, para hacerlo típicamente hispano. Y en esa
falta de reelaboración hallamos otro de los errores cometidos57.
Ante este panorama, Ortega se empeñará en defender la nacionalización de la
vida pública, en superar los particularismos sectoriales para defender el interés colectivo.
En La Pedagogía Social como programa político propondrá todo un plan de acción para
enmendar la realidad española descrita. Más allá de esta conferencia, prácticamente
durante toda su vida, emprenderá múltiples iniciativas destinadas al mismo fin. Así, en
1914, creará la Liga de Educación Política; en 1931 formará parte de la Agrupación al
Servicio de la República e intentará que sus ideales tomen forma en la actividad
parlamentaria que desempeñará y que acabará abandonando presa del desencanto.
Situado biográficamente el autor y estudiadas las influencias del contexto
espacio-temporal, pasemos al análisis de la principal obra pedagógica de esta etapa La
Pedagogía Social como programa político (1910). Antes de ésta hubieron otras dos en
1906 La universidad española y la universidad alemana y La pedagogía del paisaje.
De esta última conviene hacer una puntualización. Se trata de un artículo
publicado en El Imparcial en 1906: “La Pedagogía del Paisaje”. En él recuerda Ortega
un episodio vivido junto a Rubín de Cendoya, “místico español” y refiere lo que, en
aquel momento, escuchó del mismo. Las ideas relatadas se han interpretado en
numerosas ocasiones como si hubieran salido de los labios del propio Ortega; pero, es
Rubín de Cendoya quien en dicho escrito se propone componer frente a la admirable
“Pedagogía Social” del profesor Natorp otra más modesta, pero más jugosa, “Pedagogía
del Paisaje”. Es Rubín de Cendoya quien describe una visión pedagógica centrada en la
naturaleza; quien visiona a ésta como la más hábil pedagoga58. Es cierto que al publicar
el autor el transcurso de todo el encuentro, se puede intuir una total comunión con las
ideas expuestas en el mismo; pero siendo Ortega el autor de la circunstancia conviene
tener presente todas y cada una de las suyas. Es importante la matización realizada
57 “Un pueblo no debe jamás imitar a otro: debe tomar, adquirir en otras sociedades lo que le hace falta, y luego digerirlo a su manera, en su estómago y con sus propios jugos. Sólo españolizando lo europeo, quilificándolo según la fórmula étnica nuestra, se nos tornará en sangre corredora y viviente” ORTEGA Y GASSET, J. (1906) La universidad española y la universidad alemana. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.69. 58 “Creo que las dos grandes virtudes que ha de formar en el hombre la pedagogía son la sinceridad y la serenidad. Pues bien, ambas las enseña la naturaleza mejor que todos los maestros del mundo. Cuanto no es el hombre es más sincero que el hombre” ORTEGA Y GASSET, J. (1906) La pedagogía del paisaje. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.102.
51
porque podría pensarse en la enorme paradoja que supone que Ortega, defendiendo en
La pedagogía del Paisaje una pedagogía de la naturaleza, derivara tan solo cuatro años
más tarde en una acérrima pedagogía social.
Es precisamente de esa Pedagogía Social de la que pasamos a ocuparnos ya, sin
más dilación.
2.4 LA PEDAGOGÍA SOCIAL COMO PROGRAMA POLÍTICO
Se trata de una conferencia leída en Bilbao en 1910 en la Sociedad El Sitio.
Comienza el autor justificando su presencia en dicha Sociedad y lo hace, ya de entrada,
lamentándose porque dicha presencia significa la escasez de figuras intelectuales
maduras capaces de proponer soluciones para hacer frente a la menguada realidad
cultural española. De ahí, la necesidad que ha sentido la renombrada Sociedad de
recurrir al joven Ortega que, en ese momento, representa a las jóvenes promesas que
habrán de aportar soluciones eficaces. De este modo, se recurre al porvenir, a los
jóvenes proyectos, tratando de hacerlos prematuros59.
El llamamiento que hace la Sociedad El Sitio al joven Ortega pone en evidencia
el padecimiento de hambres ideales que no han dejado satisfechas las generaciones más
entradas por la vida. Esta escasez de mentes cultas, esta ausencia de ideales, genera una
sensación de amargura en el joven Ortega.
Amargura es el punto de encuentro de las Generaciones anteriores y las actuales,
amargura es el sentimiento que despierta la contemplación de España y que ha de mover
a la acción a los españoles. La amargura será el punto de partida que elijan los españoles
para su labor común. Ortega ha heredado el dolor por España pero, lejos de estancarse
en él, hace del dolor el motor de arranque para cambiar la realidad60.
59 “No puedo explicarme mi presencia aquí y ahora, sino pensando que el número de hombres dotados de plena madurez espiritual es en nuestra raza tan escaso, que se agota fácilmente y ha sido menester recurrir al taller del alma nacional, a lo que aún no está bien labrado, a lo que, cuando más, es todavía una preparación, un proyecto, una posibilidad, una esperanza” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.86. 60 “España es un dolor enorme, profundo, difuso: España no existe como nación. Construyamos España, que nuestras voluntades haciéndose rectas, sólidas, clarividentes, golpeen como cinceles el bloque de amargura y labren la estatua, la futura España magnífica en virtudes, la alegría española” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.87.
52
Recurre el autor a la oda a la alegría de Beethoven para mostrarnos el camino, el
itinerario moral, para llegar a la alegría por el dolor. Pero, en primer lugar, cabe
reconocer éste, sin reconocer el punto de partida no se puede alcanzar la meta.
Reconocer el dolor por España, admitirla como problema, supone comenzar a
idear el cambio. El dolor nos une y nos hace implicarnos en la reconstrucción de nuestra
Patria. Ahora bien, ante la misma realidad española, pueden surgir diferentes tipos de
patriotismo: uno contemplativo, inactivo, y otro, dinámico, pura acción. En el
patriotismo inactivo, el alma se dedica al goce del presente, la Patria es fruto del pasado
y, por tanto se acepta la misma, tal cual es, en el momento presente. En el segundo, el
que Ortega denomina “patriotismo pura acción sin descanso”61, la Patria no es pasado y
presente sino que aún no existe, hemos de construirla. Este patriotismo dinámico es el
verdadero, es un patriotismo de futuro, de acuerdo con la idea de Nietzsche62, que
supone criticar la tierra de los padres para poder emprender la construcción de la tierra
de los hijos. En otros países como es el caso de Francia, Alemania o Inglaterra, al tener
un ambiente social constituido, los individuos pueden permitirse abstraerse de los
problemas nacionales. No es ese el caso de España. Los españoles debemos ser patriotas
dinámicos, no podemos abstraernos, en actitud huidiza, de nuestra obligación como
tales. Si lo hacemos, no habrá futuro63.
El objetivo será, pues, transformar la realidad social circundante. El medio al
que recurriremos para ello es la política, ésta es el instrumento que puede producir el
cambio que necesitamos. Ahora bien, política, como muchos otros, es un término
polisémico y por política podemos entender el arte de gobernar o bien el arte de
conseguir el gobierno y conservarlo. Conservar el poder sin otro afán que el propio
poder es un acto inmoral, del mismo modo que es un acto inmoral querer gobernar,
convertirse en conquistador del poder, sin crearse previamente un ideal gubernativo.
61 ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.89. 62 NIETZSCHE, F. W. (1972) Así habló Zaratustra. Madrid, Alianza. Nietzsche alude al “país de los hijos” o kinderland en la segunda parte, Del país de la cultura, y en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas, de la obra referenciada. En La pedagogía social como programa político Ortega se refiere a esta idea nietzscheana de patria: “Hay, empero, otra noción de patria. No la tierra de los padres, decía Nietzsche, sino la tierra de los hijos. Patria no es el pasado y el presente, no es nada que una mano providencial nos alargue para que gocemos de ello: es, por el contrario, algo que todavía no existe” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.88. 63 “El español que pretenda huir de las preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día y acabará por comprender que para un hombre nacido entre el Bidasoa y Gibraltar es España el problema primero, plenario y perentorio” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.89.
53
Política es acción pero una acción dirigida hacia la consecución de unos objetivos, de
unos ideales. Éstos marcan el camino, nos guían y reorientan nuestras acciones; no debe
separarse, pues, la política de acción y la política ideal.
Pero, además de la política, hay otra serie de actos humanos que tienden a
transformar la realidad dada en el sentido de un ideal. Entre éstos, encontramos la
educación. Establece el autor de esta forma el vínculo, la identificación, la analogía
entre pedagogía y política. Ambos términos comportan la idea de transformación y para
ello deben primero fijarse un ideal a conseguir y después, determinar los medios para la
consecución del fin, del ideal.
Tras ocuparse en su Conferencia de los dos tipos de patriotismo y presentar la
realidad de España como problema político, llega Ortega al apartado dedicado a la
educación. Comienza nuestro autor definiendo qué sea dicho concepto: “la acción de
sacar una cosa de otra, de convertir una cosa menos buena en otra mejor”64. Esta
definición seguiría siendo válida en la actualidad, puesto que contempla tanto el
significado de educere como de educare.
Ya en La universidad española y la universidad alemana había hecho mención a
lo que el término de educación significa, enfatizando, precisamente, esa idea de cambio,
de transformación, que subyace en todo proceso educativo65.
Ahora bien, al hablar de educación se piensa normalmente en la pedagogía
individual, en la educación del individuo. Más tarde concluirá, tras una elaborada
argumentación, que este tipo de pedagogía individual es una falacia. Veamos cómo
justifica el autor la necesidad de transformar la pedagogía individual en social.
La pedagogía se enfrenta a dos problemas, uno teleológico y otro tecnológico: el
primero es el que denomina Ortega el problema del ideal educativo, que no es otro que
determinar el tipo de hombre que se desea formar66. La ciencia pedagógica tiene que
comenzar por ser la determinación científica del ideal pedagógico, de los fines
64 ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.90. 65 “La idea de educación es una idea de devenir, es la concepción de que las cosas, y entre las cosas están los sentimientos y las facultades morales, no nacen de repente ni fenecen en un punto; por el contrario, son siempre desviación de algo anterior, preparación de algo que sobreviene, y que es ello mismo transformado. Las cosas no son, devienen” ORTEGA Y GASSET, J. (1906) La Universidad española y la Universidad alemana. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.63. 66 “Determinar aquella forma futura, aquel tipo normal de hombre en cuyo sentido ha de intentarse variar al educando” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.90.
54
educativos67. El segundo problema es el de determinar los medios, los instrumentos para
la consecución del ideal. Respondería a la cuestión metodológica del cómo68.
La determinación del ideal educativo está condicionada por la antropología:
según el concepto de hombre del que partamos, la pedagogía intentará mejorarlo en un
sentido o en otro. Dicho de otro modo, el concepto de hombre condiciona la teleología
educativa ya que la pedagogía anticipa lo que el hombre debe ser, y después busca los
instrumentos para hacer que el hombre llegue a ser lo que debe69.
“Lo que el hombre debe ser” remite a una cuestión ética pero, para llegar a
formarnos un ideal del hombre, debemos partir de lo que es y en esto no hay
unanimidad70.
Vemos, pues, que no es tarea sencilla ni innecesaria sino que el problema
humano merece un respeto ilimitado. De la respuesta que demos a esa compleja
cuestión, dependerá el enfoque educativo que adoptemos. De ahí que, como señala
Barrena Sánchez71, Ortega se sienta preocupado por el humanismo de los profesores,
pues si cualquier artista plasma en la materia que trabaja la idea preconcebida, retocada
y mimada por tanto tiempo, el educador, animador de lo humano, vigilará sobre todos
su idea sobre el hombre72.
67 HERBART, J. (1983): Pedagogía General derivada del fin de la educación. Madrid, Humanitas. Con esta obra Herbart se convirtió en el primer sistematizador de los problemas pedagógicos: “Se trata del primer gran ensayo que ha hecho el pensamiento para reducir la actividad educativa espontánea a un régimen científico” ORTEGA Y GASSET (1914) Prólogo a pedagogía general derivada del fin de la educación, de J. F. Herbart. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.681. Tal y como señala Ortega, para Herbart “la pedagogía es ciencia en cuanto da cita para la solución de sus problemas a dos ciencias filosóficas: la ética, que determina el fin de la educación, y la psicología, que regula sus medios” ORTEGA Y GASSET (1914) Prólogo a pedagogía general derivada del fin de la educación, de J. F. Herbart. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.682. 68 Se trata de “hallar los medios intelectuales, morales y estéticos por los cuales se logre polarizar al educando en dirección a aquel ideal” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.91. 69 BARRENA SÁNCHEZ, J. (1971) Los fines de la educación en José Ortega y Gasset, Revista Española de Pedagogía, 116, 393-414. 70 “¿Es cosa tan clara lo que entendemos por hombre? Bien sabe el lector que las disputas sobre lo que es el hombre han sido el motor de todas las grandes guerras y revoluciones; bien sabe que no nos hemos puesto de acuerdo. Según el Antonio de Le mariage de Figaro, beber sin sed y hacer el amor en todo tiempo es lo único que distingue al hombre de los animales. Según Leibniz, es el hombre, más bien, un petit Dieu. Entre una y otra fórmula cabe un sinnúmero de ellas” ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.184. 71 BARRENA SÁNCHEZ, J. (1971) Los fines de la educación en José Ortega y Gasset, Revista Española de Pedagogía, 116, 394. 72 “Ved ahí a vuestros hijos que los entregáis a un educador: ponéis vuestro oro en las manos de un orífice cuyo arte desconocéis. ¿Qué idea del hombre tendrá el hombre que va humanizar vuestros hijos? Cualquiera que sea, la impronta que deje en ellos será indeleble” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.93.
55
Planteada, pues, la cuestión antropológica, trata Ortega de dar una respuesta y lo
hace con una frase negativa, resaltando así, en primer lugar, lo que no es el hombre. No
es el individuo biológico, no es un puro organismo73.
Ahí está la clave, el hombre constructor, el hombre creador de productos, de
hechos; el hombre productor de cultura.
En efecto, el hombre no es sólo una realidad física, exterior, sino que existe
también un hombre interior que piensa, siente y quiere. Un hombre que participa en la
ciencia, en el arte y en la moral siendo a la vez estos tres hechos específicamente
humanos. Es esta obra productora, creadora la que distingue al hombre de la naturaleza
(salvaje, irreductible a regla) y al hombre de la cultura, que participa en la ciencia, en
el deber y en la belleza; y como estas tres cuestiones no son individuales (no pertenecen
a un solo hombre) sino que son comunes a todos los hombres ya que todos buscamos
participar en ellas, puede afirmarse que el hombre no es un individuo aislado sino un ser
social por naturaleza74. En efecto, toda la visión orteguiana en este momento se va a
centrar en el aspecto social del hombre.
El hombre como ser social comienza a formarse en la familia para adentrarse
después en el barrio, más tarde en la ciudad y en el Estado. Pero, además, “nuestro
pueblo de hoy es un momento de la historia de nuestro pueblo”75 , por lo que,
prácticamente, se funde con la humanidad entera. En este punto, recurre el autor a frases
impregnadas de la concepción social del hombre que, en su día, absorbió de su maestro
Natorp en Alemania. En este sentido, Ortega advierte que el individuo humano,
73 “No es sólo un caso de la biología, puesto que es la biología misma. No es sólo un grado en la escala zoológica, puesto que es él quien construye la escala entera” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.93. 74 De acuerdo con la perspectiva aristotélica. Aristóteles, respecto al origen y constitución de la sociedad mantendrá, al igual que Platón, la teoría de la "sociabilidad natural" del hombre. El hombre es un animal social (zóon politikon), es decir, un ser que necesita de los otros de su especie para sobrevivir; no es posible pensar que el individuo sea anterior a la sociedad, que la sociedad sea el resultado de una convención establecida entre individuos que vivían independientemente unos de otros en estado natural: "Según esto es, pues, evidente, que la ciudad-estado es una cosa natural y que el hombre es por naturaleza un animal político o social; [....] Y la razón por la que el hombre es un animal político (zôon politikón) en mayor grado que cualquier abeja o cualquier animal gragario es evidente. La naturaleza, en efecto, según decimos, no hace nada sin un fin determinado; y el hombre es el único entre los animales que posee el don del lenguaje. La simple voz, es verdad, puede indicar pena y placer y, por tanto, la poseen también los demás animales -ya que su naturaleza se ha desarrollado hasta el punto de tener sensaciones de lo que es penoso o agradable y de poder significar esto los unos a los otros-; pero el lenguaje tiene el fin de indicar lo provechoso y lo nocivo y, por consiguiente, también lo justo y lo injusto, ya que es particular propiedad del hombre, que lo distingue de los demás animales, el ser el único que tiene la percepción del bien y del mal, de lo justo y lo injusto y de las demás cualidades morales, y es la comunidad y participación en estas cosas lo que hace una familia y una ciudad-estado" ARISTÓTELES (1988) Política, Libro I, 1253a, Gredos, Madrid. (Traducción de García Valdés, M.). 75 ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.95.
56
separado de la sociedad no existe, es una abstracción. La realidad concreta humana es el
individuo socializado, es decir, en comunidad con otros individuos. Sólo existe real y
concretamente la comunidad, la muchedumbre de individuos influyéndose
mutuamente76.
Si esto es así, el pedagogo no educa a un individuo aislado, sino que se halla
frente a un tejido social y socialmente urdido. Por tanto, toda intervención individual,
por muy planificada y sistematizada que sea, se convertirá en un acto estéril77.
Se hace preciso reconocer en la pedagogía social orteguiana la influencia de dos
antecedentes pedagógicos de altura, como son Platón y Pestalozzi. El reflejo de la
filosofía educativa platónica en Ortega se evidencia en la función educadora que ha de
cumplir el estado con todos sus ciudadanos, no ya en el tipo de organización social
basado en castas y derivado de la adecuación social de los mismos. Platón afirmaba que
había que educar la ciudad para educar al individuo, que sólo mediante la educación
puede formarse una sociedad justa, moralmente buena78. Para él una sociedad se halla
establemente organizada cuando cada individuo desempeña aquello para lo que tiene
aptitud por naturaleza. La función de la educación platónica consistirá, pues, en
descubrir esas aptitudes y desarrollarlas progresivamente para la función social79. Pero,
la educación no sólo es la formal, la escolar, sino que procede en último término de los
modelos proporcionados por las instituciones, las costumbres y las leyes80. Sólo en un
76 ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.95. 77 “El niño es un detalle de la familia: en su menudo corazón se hallan condensadas las esencias de las domésticas tradiciones; (…); su totalidad espiritual es un producto del sistema de ideas, aspiraciones y sentimientos, que reina en el hogar paterno. Mas aquella familia, a su vez, vive en un barrio, en una ciudad: por las rendijas de las ventanas, con el aire de la calle, entra asimismo el alma municipal: el alma de la familia flota en el ambiente de la urbe y es penetrado por él: cada hogar es sólo un gesto de la grande alma ciudadana” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.95. 78 PLATÓN (1949) La República. Buenos Aires, Espasa-Calpe. 79 “La historia de la paideia, considerada como la morfología genética de las relaciones entre los hombres y la polis, es el fondo filosófico indispensable sobre el que debe proyectarse la comprensión de la obra platónica (…). Toda la obra escrita de Platón culmina en los dos grandes sistemas educativos que son La República y Las Leyes, y su pensamiento gira constantemente en torno al problema de las premisas filosóficas de toda educación y tiene conciencia de sí mismo como la suprema fuerza educadora de hombres” JAEGER, W. (1957) Paideia: los ideales de la cultura griega. México, Fondo de Cultura Económica, p. 465. 80 Platón, en este sentido, alude en La República a la importancia de las fábulas sobre héroes, de la literatura popular heroica, por su valor pedagógico. Lo importante no es que representen una naturaleza sobrehumana, sino estrictamente humana, aunque sobresaliente en ciertas virtudes que los héroes encarnan. Los héroes no se circunscriben a las hazañas militares, sino que “representan todo cuanto es bello, noble grande en la naturaleza humana” GÓMEZ ROBLEDO, A. (1982) Platón. Los seis grandes temas de su filosofía. México, FCE, p.520. Estas directrices pedagógicas se completan, al hablar del potencial educativo de la sociedad, con lo propuesto en Las Leyes (659 d): “La educación consiste en arrastrar y conducir a los niños a la recta razón pronunciada en la ley”.
57
Estado justo serán todas ellas adecuadas para dar la educación debida y, a la vez, sólo
los espíritus bien cultivados son capaces de reconocer el fin de las cosas, de aprender los
modelos de la existencia verdadera. Esos espíritus son los filósofos o amantes de la
sabiduría. La educación realiza, pues, un ajuste social óptimo, una criba de individuos,
descubriendo para qué sirven y proporcionando la posibilidad de asignar a cada uno el
trabajo en la vida al que se adapta su naturaleza.
El segundo referente pedagógico que se refleja en Ortega es Pestalozzi para
quien la escuela es sólo un momento de la educación, la casa y la plaza pública son los
verdaderos establecimientos pedagógicos81 . Pestalozzi, defensor de una educación
naturalista por la influencia rousseauniana, defendió el papel decisivo y fundamental de
la familia en la educación del niño, sobre todo el papel de la relación afectiva madre-
hijo. La escuela vendría a posteriori y debería garantizar la inclusión social de los
alumnos, constituyéndose más como talleres que como escuelas propiamente dichas.
Los dos autores mencionados reconocen la necesidad de la intervención del
Estado para garantizar la educación de todos los individuos que lo conforman. Los dos
reconocen que la responsabilidad educativa no recae sólo en las instituciones educativas
sino que implica al resto de agencias y agentes sociales.
Ortega hace suya la pedagogía social de Platón y la de Pestalozzi y reconoce que
si en educación queremos tener éxito deberemos plantearnos un ideal educativo efectivo
y eficaz, deberemos educar la ciudad para educar al individuo. Lejos de circunscribir el
acto educativo al marco institucional de la escuela, supera los límites de ésta y convierte
en educativos otros espacios sociales, como los son el hogar o la plaza pública. La
escuela deja de ser, pues, el único recinto pedagógico.
Resulta imposible encontrarse con un individuo libre de influjos ambientales; de
alguna manera todos somos frutos de nosotros mismos y de factores externos; pero, en
este momento, para nuestro autor, son determinantes los segundos, el peso de los
factores sociales.
Junto a la visión social del hombre, nos da una visión histórica del mismo82.
81 PESTALOZZI, J.E. (1982) Cartas sobre Educación Infantil (Introducción y traducción de J.M. Quintana). Barcelona, Humanitas. 82 “Nuestro pueblo de hoy es un momento de la historia de nuestro pueblo. La solidaridad entre los que viven se prolonga bajo tierra y va a buscar en sus sepulcros a las generaciones muertas. En el presente se condensa el pasado íntegro: nada de lo que fue se ha perdido; si las venas de los que murieron están vacías, es porque su sangre ha venido a fluir por el cauce joven de nuestras venas” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.96.
58
Todo lo que le ha sucedido al hombre se va concretando en las generaciones
posteriores, no en la humanidad genérica. Esta idea posteriormente se transformará en el
ser concreto que se va haciendo a sí mismo en su biografía, será una de las líneas de su
posterior pensamiento antropológico.
Así pues, ya que el autor reconoce como punto de partida la naturaleza social de
hombre, la pedagogía individual no tiene cabida, será un error y un proyecto estéril.
Ortega ha ido hilvanando su ensayo para, en este punto de su exposición, afirmar
con rotundidad la tesis que preside su Pedagogía Social: “Si educación es
transformación de una realidad en el sentido de cierta idea mejor que poseemos y la
educación no ha de ser sino social, tendremos que la pedagogía es la ciencia de
transformar las sociedades. Antes llamamos a esto política: he aquí, pues, que la política
se ha hecho para nosotros pedagogía social y el problema español un problema
pedagógico” 83.
A partir de este momento, el autor se dedicará a establecer las condiciones que
debe reunir una sociedad con el objetivo último y principal de toda su conferencia:
contribuir, dar ideas para la mejora de la sociedad española, para contribuir a la
regeneración de España. Para ello, recurrirá a las premisas de la pedagogía social de
Natorp, las instrumentalizará y utilizará como medio para apuntar las claves que
solucionen el problema de España.
¿Cuáles son esas ideas que sustentan la Pedagogía Social de Natorp y que Ortega
hace suyas? ¿Cuáles son los medios para alcanzar el ideal del hombre productor de
cultura?
En primer lugar, debemos partir de la idea de que lo social es la combinación de
esfuerzos individuales para realizar una obra común; la sociedad existe porque es
necesario que los hombres se aúnen para obtener ciertos productos que sólo
comunalmente pueden lograrse. En segundo lugar, ese trabajo ha de tener sentido para
quienes lo realizan. Por tanto, la sociedad es una comunidad de trabajo que requiere la
cooperación de todos y para obtenerla nada mejor que dotar a los trabajadores del
sentido, de la conciencia de su trabajo. Por tanto, al producto del trabajo humano lo
denominamos cultura (por ésta entendemos la labor, la producción de cosas humanas
tales como la ciencia, el arte y la moral) y para que ésta alcance su plenitud, debemos
dotar a los miembros de la sociedad de conciencia cultural. He aquí donde reside la
83 Ibídem, p.97
59
tarea de la educación: socializar en la cultura, haciendo del hombre un trabajador en la
magnífica tarea humana de la cultura donde cultura abarca todo, desde cavar la tierra
hasta componer versos84. Pero, sobre todo, dotando al hombre de conciencia cultural de
modo que tenga conciencia viva del sentido de su labor.
Llegamos al punto clave del ensayo orteguiano desde la perspectiva que nos
ocupa: ¿Cómo ha de ser la escuela, según Ortega, para alcanzar el objetivo de socializar
a todos los individuos, educarles para que contribuyan a la regeneración de su país?
El autor va a defender la necesidad de una escuela única, pública y laica. Lo
contrario sería romper la unidad humana y no hay mayor signo de inmoralidad que el
rompimiento de dicha unidad85.
La escuela única es el emblema de la Pedagogía Social, de la educación por y
para la sociedad, sobre todo si queremos que ésta sea una sociedad justa. Generar
diferentes tipos de escuela con diferentes proyectos educativos contradice la unidad
propuesta para el proyecto educativo social86.
Es impensable, pues, que existan diferentes organizaciones en el sistema público
de educación. Una escuela de ricos y una escuela de pobres generaría no sólo
desigualdad económica sino, lo que es peor, desigualdad cultural. Igualmente, una
escuela confesional y una escuela laica generarían hombres con distinta moral, derivada
o no de una religión particularista. Es evidente en este punto la influencia institucionista
en Ortega, quien se encuentra defendiendo los principios sostenidos por la ILE (escuela
laica, pública, progresista). Se muestra radical, retirando incluso a la familia la potestad
del derecho a educar a los hijos. La sociedad es la única educadora y el fin último de la
educación es la sociedad.
La conclusión del ensayo es rotunda: “La España futura, señores, ha de ser esto:
comunidad o no será” 87. Ésa es precisamente la tradición europea: ser comunidad, no
un conjunto de particularismos enfrentados. Por tanto, “Regeneración es el deseo;
84 ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.99. 85 “La existencia de cultos e incultos, la división de la escuela, es mucho más inmoral porque escinde más a sabiendas la unidad humana” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.100. 86 “Para un Estado idealmente socializado lo privado no existe, todo es público, popular, laico” ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.100. 87 ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.102.
60
Europeización es el medio de satisfacerlo. Verdaderamente se vio claro desde un
principio que España era el problema y Europa la solución” 88.
2.5 A MODO DE RESUMEN
La pedagogía orteguiana de la primera etapa analizada, la etapa objetivista, la
hemos calificado de pedagogía idealista ya que el objetivo de la misma es la
conformación del hombre a los ideales. Éstos se derivan de las influencias alemanas que
recibe nuestro autor y que le conducen a la defensa de la visión social del hombre y a
profundizar en las relaciones que se producen entre individuo y comunidad. Ortega,
entre 1902 y 1914, fuertemente influenciado por el ideal regeneracionista de situar a
España a la altura de los tiempos, reconoce el dolor y la amargura en que se encuentra
su país tras el desastre del 98 y se propone conducirla al esplendor. Sus inquietudes
socialistas se plasman en la intención de culturizar a su país, emprendiendo diferentes
proyectos dirigidos a tal fin como es la constitución de la Liga de Educación Política.
Su Pedagogía Social es compatible con la búsqueda de la excelencia, de los mejores,
para que éstos puedan servir de guía al pueblo. Bajo la fundamentación social
orteguiana de la educación subyace una concepción democrática de la misma: la
educación debe llegar a todos para que cada uno llegue al máximo de sus posibilidades.
De este modo, Ortega defenderá una escuela única, laica y pública que permita la
materialización de los ideales demócratas y la defensa del derecho de todos a la
educación. La Educación Política orteguiana parte de la convicción y el reconocimiento
del valor de la educación para cambiar la realidad de la sociedad española. Parte de la
premisa de que es posible modificar nuestro mundo y, para ello, se hace preciso
desarrollar las capacidades de todos y cada uno de los españoles con la finalidad de
hacerles partícipes e implicarles en la reforma social. La educación política orteguiana
es educación para la democracia, entendiendo por ésta lo que él entiende por comunidad,
una coexistencia que implica coparticipación, colaboración. La pedagogía social
orteguiana, como veremos en el capítulo 5, se traduce en la necesidad actual de
desarrollar en nuestros jóvenes la competencia social y ciudadana a través de la
educación para la ciudadanía y los derechos humanos.
88 ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.102.
61
CAPÍTULO 3: EL PERSPECTIVISMO Y LA PEDAGOGÍA VITALI STA
(1914-1923)
3.1 CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO
La fecha de inicio de esta etapa coincide con la de una de las mayores tragedias
a las que ha debido hacer frente la historia de la Humanidad. En 1914 se produce una
acontecimiento que conmocionará el mundo: estalla la Primera Guerra Mundial y
aunque España no se posicione en el conflicto activamente, sí se produce en ella un
conflicto ideológico, dividiéndose la opinión pública en dos bandos: aliadófilos y
germanófilos. La mayoría de los intelectuales se posicionan a favor de la causa aliada.
Pero, además, la guerra tendrá consecuencias en todos los ámbitos de la vida
española, pese a la aparente neutralidad de nuestro país. La primera de ellas fue servir
de detonante para despertar la conciencia nacional, que estaba aletargada tras el desastre
de 1898. El conflicto supuso una conmoción en todos los órdenes. Desde el punto de
vista económico, fue una coyuntura muy favorable. España se convirtió en la
retaguardia material de los beligerantes; las exportaciones crecieron y los negocios
aumentaron, produciendo un momento de plenitud en la burguesía industrial y mercantil.
Desde el punto de vista social, el desarrollo de las clases privilegiadas provocó una
división social cada vez más honda, a través de la cual se creó un estado de miseria y
desesperación en los menos favorecidos que ayudó a fortalecer y extender la conciencia
de clase del proletariado; la vieja oligarquía se vio cercada y asediada, aumentando en la
clase obrera un sentimiento revolucionario, que recibió en 1917 el respaldo de la
revolución soviética. Los elementos económicos y sociales señalados no podrán por
menos de afectar a la política, provocando los graves acontecimientos que tuvieron
lugar ese mismo año: focos de rebeldía, agitación obrera y suspensión de las garantías
constitucionales. La creación de las Juntas Militares de Defensa, la Asamblea de
Parlamentarios en Barcelona y la huelga general de agosto, son tres elementos
suficientemente significativos al respecto. En general, la guerra produce un hondo
trastorno moral en el país y una crisis profundísima en la vida nacional, desorganizando
el tejido de la Restauración que se vería abocada a los pocos años en un proceso
imparable hacia la dictadura militar89.
89 ABELLÁN, J. L. (1991) Historia crítica del pensamiento español. Madrid, Espasa-Calpe.
62
La gran Guerra repercutirá inevitablemente en el ámbito de la cultura española.
Además en el período comprendido entre 1917- 1923 se producirá lo que el profesor y
crítico Guillermo Díaz-Paja denomina ángulo de inflexión90.
Este ángulo de inflexión, esta quiebra de la sensibilidad generacional del 14,
supone la crisis de los parámetros culturales utilizados hasta el momento. Desde el
punto de vista intelectual, hacen crisis el modernismo y el novecentismo,
introduciéndose nuevos parámetros en el análisis de la situación. La guerra había
acreditado el concepto de vanguardia en el ámbito literario como nueva forma expresiva.
También en el plano filosófico se presentan opciones inéditas hasta entonces:
existencialismo, marxismo-leninismo, neopositivismo. El sentimiento de crisis, de
cambio acelerado, las preocupaciones sociales, la conciencia de una vertiginosa
transformación, se apoderan de las masas hasta precipitarse en el “crack” del 29, en la
guerra civil española y, enseguida, en la segunda guerra mundial.
3.2 DATOS BIOGRÁFICOS
¿Y qué es de nuestro autor en ese contexto socio-histórico? En esta etapa la
preocupación orteguiana por España sigue estando presente. De 1914 a 1921 publica un
solo libro: Meditaciones del Quijote. No obstante, durante estos años, Ortega y Gasset
emprenderá diferentes proyectos de reforma socio-política del país, aunque orientados
en distintos niveles y ámbitos de la realidad social:
- En 1914 funda la Liga de Educación Política Española. En marzo de ese mismo
año pronuncia la conferencia “Vieja y Nueva Política”, que es la plataforma mediante la
que da a conocer la recién creada Liga y que se convierte, además, en el primer acto
plenamente público en el que se presenta como portavoz de su generación. También es
éste el año en el que publica Meditaciones del Quijote. Se trata de su primer libro y
lleva en su seno una nueva filosofía y toda una nueva teoría de la realidad que pone la
“vida humana” en el centro de las preocupaciones orteguianas.
- En 1915 funda la revista- semanario “España”, revista representativa de la
generación del 14.
90 “Esta nomenclatura abarcaría aproximadamente el período que se abre en 1917, con la crisis sociopolítica obrerista, y se cierra con la aparición de la Dictadura, que impone silencio a la polémica política y constriñe la vida intelectual a los términos culturalistas y estéticos” DÍAZ-PAJA, G. (1975) Estructura y sentido del novecentismo español, Madrid, Espasa-Calpe, p.22.
63
- En 1916 se convierte en cofundador del diario “El Sol”. Ese mismo año publica
“El Espectador”, revista unipersonal que se compondrá de ocho volúmenes. En esta
etapa verán la luz los dos primeros: el tomo I en 1916 y el tomo II en 1917.
- También en 1916 publicará el volumen Personas, obras y cosas que es una
mera recopilación de artículos y ensayos de años anteriores.
- En 1923, el mismo año en que comienza la dictadura del general Primo de
Rivera, funda y dirige la “Revista de Occidente”, que fue la expresión culminante del
lema de la “europeización”. Emprenderá un enfrentamiento doctrinal contra dicha
dictadura que le llevará, años más tarde, a abandonar su cátedra.
A esta etapa pertenecen otras obras fundamentales para entender la filosofía
orteguiana como: España invertebrada (1921), a la que hemos aludido en la etapa
anterior o El tema de nuestro tiempo (1923) que representa la culminación de este
período por tratar el tema de la vida.
Así mismo serán importantes para la interpretación de su pensamiento
pedagógico el Prólogo a la Pedagogía General derivada del fin de la educación (1914),
La Pedagogía de la contaminación (1917), Pedagogía y Anacronismo (1923), Vitalidad,
alma y espíritu (1924) y, por supuesto, el ensayo que analizaremos detalladamente
Biología y pedagogía (1920).
Ortega en este período protagonizará vaivenes y contradicciones que no tienen
mayor trascendencia, como, por ejemplo, el hecho de que dos años después de la
fundación de la Liga de la Educación Política se retire al reducto apolítico de “El
Espectador” 91.
No obstante, su impulso pedagógico seguirá estando presente, seguirá en su
empeño de contribuir a la reforma social y educativa del país y recurrirá para ello a
todos los medios de que disponga. Ahora bien, el enfoque social de la educación
analizado en la etapa anterior evolucionará hacia un concepto más vital y personal92.
91 “El hombre que había puesto en marcha la Liga de Educación Política en 1914 como programa de acción pública y que había encontrado su órgano de expresión en “España” a partir del año siguiente, se separa de toda actividad propiamente política convirtiéndose en mero “Espectador”, según el título de la famosa revista unipersonal que empieza a publicar en 1916” ABELLÁN, J. L. (1991) Historia crítica del pensamiento español. Madrid, Espasa-Calpe, p.115. 92 “El enfoque social y político de la educación va siendo sustituido por otro menos beligerante, más científico. En vez de la política, su musa empieza a ser la vida; pero no la vida social, que también le servirá luego para hablar de mil cosas diversas, sino la vida en cuanto realidad entitativa de índole creadora, renovadora, casi mítica” MAILLO, A. (1955) Las ideas pedagógicas de Ortega y Gasset, Revista de Educación, p.73.
64
Esa visión vitalista de la educación cristaliza en su ensayo Biología y Pedagogía
pero ahora es preciso detenernos, aunque sea someramente, en la teoría de las
circunstancias y la idea de perspectiva.
3.3 TEORÍA DE LAS CIRCUNSTANCIAS
Ortega sigue reflexionando sobre la realidad española y, en dicha reflexión, se
da cuenta de que la postura adoptada hasta el momento no se adecua a la realidad
concreta que es España. Hasta el momento había considerado que la solución pasaba por
culturizar la nación al modo europeo (Europa es la altura y la materia, la cultura) y, de
repente, reacciona: se da cuenta que nada que no sea sentido y vivido como propio
generará el cambio. Para salvar a España se debe contar con las energías que en ella
existen, pues, la realidad radical es la vida y no la cultura. Ésta no es más que una
manifestación de la primera, la cultura cobra sentido cuando está al servicio de la vida y
no a la inversa. Mantener la cultura al margen del flujo vital de los sujetos que la
producen no tiene sentido. Si la cultura se aleja de la vida, si pierde la transfusión vital
de la realidad que la creó y para la cual se originó, la cultura no tarda en hieratizarse. Se
opone, pues, radicalmente al idealismo cultural, a la cultura desligada de la vida.
El cambio filosófico en Ortega aparece ya en 1910 en su obra Adán en el
Paraíso y culmina por primera vez en 1914 en las Meditaciones del Quijote. En este
libro aparece la teoría de la circunstancia en Ortega, teoría que conlleva, a su vez, una
teoría de la perspectiva y de la cultura.
En 1913 Ortega entra en contacto con la fenomenología de Husserl, la valora
pero es consciente de su limitación y va más allá, superando la tradicional dicotomía
existente en filosofía entre el idealismo y el realismo y situándose en un plano de mayor
complejidad. De hecho, el propio Ortega en el prólogo de Personas, obras y cosas
realiza el siguiente balance de lo que ha sido hasta ese momento (1916) su trayectoria
intelectual:
En todo lo esencial puedo hacerme actualmente solidario de los pensamientos que este
volumen transporta. Sólo hallo una excepción grave, a que responden dos o tres
advertencias por mí deslizadas al pie de otras tantas páginas; me refiero al valor de lo
individual y subjetivo. Hoy más que nunca tengo la convicción de haber sido el
subjetivismo la enfermedad del siglo XIX, y en grado superlativo, la enfermedad de España.
Pero el ardor polémico me ha hecho cometer frecuentemente un error de táctica, que es a la
65
vez un error sustancial. Para mover guerra al subjetivismo negaba al sujeto, a lo personal, a
lo individual todos sus derechos. Hoy me parecería más ajustado a la verdad y aun a la
táctica reconocérselos en toda su amplitud y dotar a lo subjetivo de un puesto y una tarea en
la colmena universal93.
De la anterior afirmación parece que Ortega va a verse abocado de nuevo al
realismo u objetivismo. Sin embargo, para el autor la realidad no es el primado de las
cosas, según el cual el hombre accede directamente al conocimiento del mundo exterior
(realismo) ni tampoco es realidad el mero contenido de la actividad cognoscente.
Entonces, ¿qué entiende Ortega por realidad? Para él la realidad tiene un carácter
ejecutivo por sí misma, no es sólo representación o imagen. Las cosas no están ahí por
sí mismas, no se dan aisladas, sino que son cosas con significado para un “yo” y ese
“yo” a la vez cobra sentido por ser un “yo” entre las cosas. Ni prioridad de las cosas
(realismo) ni prioridad del yo (idealismo) sino coimplicación de las cosas y del yo; eso
es lo que constituye la circunstancia94.
Mediante las circunstancias el hombre se pone en comunicación con el universo.
El ser humano puede intentar zafarse de las mismas, pero jamás lo conseguirá. Las
circunstancias no están constituidas sólo por los graves problemas y realidades del
mundo en que vivimos, sino también, y a veces sobre todo, por los problemas y
realidades en apariencia humildes con que a cada momento nos topamos.
En un texto de 1911, Vejamen del orador, Ortega responde directamente a la
cuestión, afirmando que las circunstancias no son el contexto más inmediato sino que
éste, a su vez, se encuentra integrado en otro más amplio y así sucesivamente. De
manera que, en realidad, nos rodea todo y todo ha de ser contemplado95.
93 ORTEGA Y GASSET (1916) Personas, obras y cosas. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.9. 94 Ese es el sentido filosófico de la declaración realizada por Ortega en Meditaciones del Quijote: “La reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre. Mi salida natural hacia el universo se abre por los puertos del Guadarrama o el campo de Ontígola. Este sector de realidad circunstante forma la otra mitad de mi persona: sólo al través de él puedo integrarme y ser plenamente yo mismo. La ciencia biológica más reciente estudia el organismo vivo como una unidad compuesta del cuerpo y su medio particular: de modo que el proceso vital no consiste sólo en una adaptación del cuerpo a su medio, sino también en la adaptación del medio a su cuerpo. Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” ORTEGA Y GASSET (1914) Meditaciones del Quijote. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p. 756. 95 “¿Qué son las circunstancias? ¿Son sólo estas cien personas, estos cincuenta minutos, esta menuda cuestión? Toda circunstancia está encajada en otra más amplia; ¿por qué pensar que me rodean sólo diez metros de espacio? ¿Y los que circundan estos diez metros? ¡Grave olvido, mísera torpeza, no hacerse cargo sino de unas pocas circunstancias, cuando en verdad nos rodea todo!
66
Nos rodea todo; todo lo que no soy yo se me presenta como circunstancia y lo
que el hombre tiene que hacer frente a ella es hacerse cargo. Por tanto, son las
circunstancias el punto de partida en nuestro itinerario vital.
Pero, para entender bien la idea de circunstancia debemos articularla en torno a
la idea de perspectiva. Ya que la idea de circunstancia impone, en alguna medida, la
evidencia de la perspectiva.
Hemos visto que, en función de la realidad española y de las circunstancias que
ésta estaba atravesando, Ortega se da cuenta de que el objetivismo que propugnaba
hasta el momento (de 1902 a 1914) no se adecuaba a las necesidades ni a las
condiciones de la cultura española. Siente la necesidad de superar los planteamientos
del idealismo neokantiano, de volver la mirada al hombre real y concreto que vive una
situación real y concreta. Es entonces cuando adopta una “perspectiva” distinta.
El perspectivismo y el vitalismo orteguianos son fruto de la influencia
nietzscheana. El origen del perspectivismo lo encontramos en Sobre verdad y mentira
en sentido extramoral96. En esta obra, Nietzsche presenta el intelecto humano como el
gran maestro de la ficción cuya principal misión es crear las condiciones que permitan
la conservación de la especie. Lo que hace el hombre es crear su mundo, inventarlo e
interiorizarlo. Si cuanto nos rodea es para nosotros inaccesible e indefinible, creamos las
condiciones que nos permitan hacerlo pero, según nuestros propios cánones que no son
los de la naturaleza. He ahí el compromiso que la sociedad establece para existir, se
hace necesario fijar los términos y los conceptos. Esta fijación ha de ser estable y
compartida incluso por los miembros más díscolos. Si funciona, la sociedad se beneficia;
de lo contrario sale perjudicada. En todo ello, que la fijación de los términos se haga en
base a la verdad o no, no importa. El intelecto es quien fija los términos, y para ello lo
que busca es efectividad, no verdad. Lo que prima es el sentido práctico, no el sentido
de la verdad. A continuación, esos términos, esa interpretación humana de la realidad,
se va transmitiendo de generación en generación, llegando el momento en que, aquello
que una vez fue creado por el hombre para interpretar y dar sentido a su existencia,
aparece como realidad externa a él, realidad que requiere ser analizada e interpretada de
nuevo. He ahí nuestro error: olvidar que hemos hecho aparecer lo irreal como real
recurriendo a las construcciones sociales, entre ellas, a las metáforas que nos ayudan a
Yo no simpatizo con el loco y el místico: alcanza todo mi entusiasmo el hombre que se hace cargo de las circunstancias con tal de que no se olvide de ninguna” ORTEGA Y GASSET (1916) Vejamen del orador. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 141. 96 NIETZSCHE, F. (1998) Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid, Tecnos.
67
concebir cuanto nos rodea. Creemos saber algo de las cosas mismas cuando nos
referimos a ellas (sean, por ejemplo, árboles, colores o flores) pero, en realidad, no
poseemos más que metáforas de las cosas, que no corresponden en absoluto a las
esencias primitivas. Recurrimos, pues, para interpretar el mundo a las convenciones
sociales siendo, en este sentido, la más ilustrativa la formación de conceptos. En éstos
igualamos lo que no es igual para confeccionar categorías a través de las cuales designar
elementos de la realidad tal y como nosotros los percibimos, no como son realmente.
Esa omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el concepto del mismo modo
que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni
conceptos sino solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible97.
El ser humano, pues, es el sujeto artísticamente creador del mundo que le rodea,
lo interpreta y lo asume; pero, en aras de la calma y seguridad que dicha interpretación
le genera, comete el error de olvidarse a sí mismo como creador y de olvidar el mundo
primitivo de metáforas que él mismo ha creado, otorgándole la cualidad de real.
Ortega, haciéndose eco de este perspectivismo y vitalismo tan nietzscheanos,
afirmará en 1910 en su obra Adán en el paraíso que no existe esa supuesta realidad
inmutable y única con quien poder comparar los contenidos de las obras artísticas, que
hay tantas realidades como puntos de vista. En definitiva, es el punto de vista el que
crea el panorama98. Pero, admitir esta convicción conlleva, a la vez, la negación de otras
sostenidas hasta el momento como, por ejemplo, que el ser definitivo del mundo no es
materia ni alma, no es cosa alguna determinada sino una perspectiva99.
Se nos muestra, pues, la perspectiva como condición de lo real y como
posibilidad de acceso a su verdad. Toda visión de esa realidad es una perspectiva, por
tanto, no hay una realidad única ya que no hay un único punto de vista particular. Con el
perspectivismo Ortega acepta como un hecho que la perspectiva individual es el único
modo de apresar la realidad y, en consecuencia, el único modo de formular verdades
universales. La realidad es vista desde múltiples perspectivas pero, a la vez, solo existe
como tal perspectivamente. Se trata pues de un realismo pluralista, en el que dos puntos
de vista sobre la misma realidad no pueden coincidir pero sí pueden complementarse.
97 NIETZSCHE, F. (1998) Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Madrid, Tecnos, pp.23-24. 98 ORTEGA Y GASSET (1910) Adán en el paraíso. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 60. 99 “¿Cuándo nos abriremos a la convicción de que el ser definitivo del mundo no es materia ni alma, no es cosa alguna determinada, sino una perspectiva?” ORTEGA Y GASSET (1914) Meditaciones del Quijote. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p. 756.
68
Por tanto, lo que debe hacer cada individuo es reproducir fielmente su propio punto de
vista.
Ahora bien, circunstancia y perspectiva son dos dimensiones de una realidad
superior: la vida humana. Son los instrumentos de los que se sirve Ortega para llegar a
la aprehensión de la realidad, no de la realidad de los idealistas ni de los objetivistas,
sino de la realidad radical orteguiana que es la vida humana individual, la de cada uno100.
El sentido de esta vida individual es la reabsorción de la circunstancia, de la otra
mitad circunstante de mi yo.
Esa vida radical, concreta de cada uno está, además, relacionada con la cultura.
Ésta nos proporciona información y conocimiento, experiencias e historias previas, en
definitiva, objetos ya purificados, que alguna vez fueron vida espontánea e inmediata.
Este pasado acumulado, gracias a la labor reflexiva, parece libre del espacio y del
tiempo, de la corrupción y del capricho. Forma como una zona de vida ideal y abstracta,
flotando sobre nuestras existencias personales siempre azarosas y problemáticas101.
Tanto la vida individual como la cultura tienen como factor común la vida. Pero
mientras que de la primera todavía no se ha extraído el jugo, el espíritu que encierra, la
segunda es ya el almacén purificado de lo vivido. Ahora bien, la cultura no es algo
hermético, acabado y que puede ser transmitido, no. La cultura, precisamente por el
hecho de serlo, va ligada a la vida y ha de evolucionar con ésta. No es algo que se recibe
de fuera, algo que se logra de una vez para siempre, sino que la conservación de la
cultura exige esfuerzo. Lo que sucede es que debemos tener la sensación de peligro para
100 “Esta realidad radical en cuya estricta contemplación tenemos que fundar y asegurar últimamente todo nuestro conocimiento de algo, es nuestra vida, la vida humana. Vida humana como realidad radical es sólo la de cada cual, es sólo mi vida. Para comodidades del lenguaje la llamaré a veces “nuestra vida”, pero ha de entenderse siempre que con esta expresión me refiero a la vida de cada cual y no a la de otros ni a una supuesta vida plural y común. Lo que llamamos “vida de los otros”, la del amigo, la de la amada, es ya algo que aparece en el escenario que es mi vida. Al llamarla “realidad radical” no significo que sea la única ni siquiera que sea la más elevada, respetable o sublime o suprema, sino simplemente que es la raíz – de aquí, radical – de todas las demás en el sentido de que éstas, sean las que fueren, tienen, para sernos realidad, que hacerse de algún modo presentes o, al menos, anunciarse en los ámbitos estremecidos de nuestra propia vida. Es, pues, esta realidad radical – mi vida – tan poco egoísta, tan nada “solipsista” que es por encima del área o escenario ofrecido y abierto para que toda otra realidad en ella se manifieste. De aquí que ningún conocimiento de algo es suficiente – esto es - , suficientemente profundo, radical, si no comienza por descubrir y precisar el lugar y modo, dentro del orbe que es nuestra vida, donde ese algo hace su aparición, asoma, brota y surge, en suma, existe” ORTEGA Y GASSET (1934) El hombre y la gente. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2009, Tomo IX, p. 166. 101 ORTEGA Y GASSET (1914) Meditaciones del Quijote. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p. 755.
69
movilizarnos y eso es lo que nos pasa con la cultura, no la valoramos hasta que tenemos
la sensación de que está amenazada102.
La cultura ha de estar al servicio de la vida. Consistirá, precisamente, en vivir la
vida en su plenitud.
En este sentido, el destino del hombre ya no es la producción y transmisión de
cultura, sino la producción de vida, de su propia vida, de su propio proyecto personal. Y,
para ello, tiene que habérselas con la circunstancia para, teniendo presente su vocación,
luchar por la realización de la misma. De ahí que diga el autor que nuestras experiencias
personales son siempre azarosas y problemáticas. Ese es el sentido de la reabsorción de
la circunstancia: incorporarla al proyecto de humanización de cada uno, cada uno se
hace a sí mismo imponiendo a lo real, a lo que tiene en torno suyo, su destino concreto
y circunstancial. Y esta tarea es problemática siempre porque, a su vez, la realidad no se
deja dominar fácilmente. Mientras el hombre trata de humanizar la circunstancia, la
realidad va, a su vez, cosificando al hombre, va despojándole de su carácter
propiamente humano, el de invención y aspiración. Y en esta tarea, en el ser del hombre,
consiste el vivir103.
Bajo la especie de heroicidad, introducirá Ortega su idea de autenticidad: el
héroe es el hombre auténtico. Ese ser auténtico consiste en querer llevar a cabo su
vocación, su destino. El hombre tiene un proyecto a realizar (su vocación) y, a la vez
tiene libertad para decidir quererlo o no. Para Ortega es auténtico el que quiere su
destino, el que llega a ser el que es.
Esta va a ser la filosofía de la educación que encontraremos en la Pedagogía
expuesta por Ortega en esta etapa y que no podía llevar otro adjetivo que el de vitalista.
102 “El hombre verdaderamente culto, ante un fenómeno como la guerra u otra grave emergencia en que se patentiza algún cruel defecto e insuficiencia de la vida, siente potenciarse su fe en la cultura, ve con mayor lucidez que nunca el sentido de ésta, su radiante necesidad. Porque darse cuenta de un problema nuevo o del recrudecerse un problema añejo es, a la vez, darse cuenta de una nueva tarea para el espíritu, de una nueva solución a buscar. No es inculta la piedra porque no acierte con las soluciones sino porque no tiene la sensación de los problemas” ORTEGA Y GASSET (1917) La pedagogía de la contaminación. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2007, Tomo VII, p. 689. 103 “Ser héroe consiste en ser uno, uno mismo. Si nos resistimos a que la herencia, a que lo circunstante nos impongan unas acciones determinadas, es que buscamos asentar en nosotros, y sólo en nosotros, el origen de nuestros actos. Cuando el héroe quiere, no son los antepasados en él o los usos del presente quienes quieren, sino él mismo. Y este querer él ser él mismo es la heroicidad” ORTEGA Y GASSET (1914) Meditaciones del Quijote. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p. 816.
70
3.4 BIOLOGÍA Y PEDAGOGÍA: UNA MIRADA VITALISTA
Es en el diario “El Sol” en 1920 cuando ve la luz el artículo orteguiano cuyo
título es, ya de por sí, significativo: Biología y Pedagogía.
Compartimos la idea de que éste es, sin duda, el escrito más meditado y mejor
construido que dedicó a las cuestiones pedagógicas, desde un punto de vista teórico104.
Pero, antes de adentrarnos en el análisis pormenorizado del que se ha dicho ser
el más jugoso de los ensayos con carácter educativo de Ortega, intentaremos enmarcar
las circunstancias concretas bajo las cuales lo escribe.
¿Por qué escribe el autor este ensayo? El primer detonante tiene lugar el 7 de
marzo de 1920, fecha en que se publica, en el Número 67 de la Gaceta de Madrid, el
Real Decreto que imponía la lectura de El Quijote en todas las escuelas nacionales
establecidas en territorio español. Éste consta de dos partes:
- La primera consiste en argumentar la valía de la obra de Miguel de Cervantes
Saavedra y la necesidad de hacerla llegar a todos los españoles. Comienza afirmando
que es doloroso reconocer que aún no se ha saboreado la lectura de El Quijote por la
mayor parte de los españoles y que, por tanto, constituye una sagrada obligación
procurar su difusión para que cuantos habiten en territorio español se familiaricen con
él105.
- La segunda parte del Real Decreto se compone de cuatro artículos cuya
finalidad es imponer la lectura de la obra en las escuelas, articulando modo y medios106.
104 MAILLO, A. (1955) Las ideas pedagógicas de Ortega y Gasset, Revista de Educación, p. 73. 105 “Para remediar este mal no hay mejor recurso que establecer como obligatoria en las Escuelas nacionales la lectura diaria de un trozo del “Quijote”, a fin de que los niños, practicándola repetidamente, sientan un estímulo, sin duda poderoso, por la virtualidad misma de las galas y donaires cervantinos, que les aficione a repasar una y cien veces durante el resto de su vida las páginas del libro más educativo y agradable que ha producido el ingenio humano. Al dar cima a esta indispensable empresa pedagógica, quedará también cumplida una obra de justicia, ya que no puede menos de serlo el dedicar todos los días en las Escuelas primarias, templos donde se recibe el bautismo cultural, un tributo de respeto y gratitud al varón preclaro que más alto ha puesto el nombre de su patria, labrando un monumento literario que es pasmo de todo el mundo y que en todos los tiempos, cualquiera que sean las contingencias del porvenir, irá unido al glorioso nombre de España” R.O. de seis de marzo de 1920, en Gaceta de Madrid de 7 de marzo de 1920, p. 874. 106 Transcribimos los tres primeros que son por sí mismos ilustrativos: “Artículo primero. Se declara obligatoria la lectura de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, de Miguel de Cervantes Saavedra, en todas las Escuelas nacionales establecidas en territorio español. Artículo segundo. A dicha lectura se dedicará cada día laborable, el primer cuarto de hora de clase, terminado el cual, el Maestro explicará a los alumnos, con brevedad y en términos apropiados para su inteligencia, la significación e importancia del pasaje o pasajes leídos. Artículo tercero. A fin de dotar a las Escuelas nacionales del material necesario para dar cumplimiento a lo antedicho, se publicará una numerosa edición abreviada del “Quijote”, cuya preparación estará a cargo, conjuntamente del Director de la Biblioteca Nacional, un Académico que de su seno designe la Real
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La reacción a esta Real Orden no se hizo esperar y el viernes 12 de marzo de
1920 se publicó en primera plana en “La Libertad” un artículo de Antonio Zozaya
titulado Aprendamos a vivir en el que se criticaba la lectura quijotesca y se reclamaba
para las escuelas la función de educar para la vida.
En este artículo comienza Zozaya cuestionando la metodología dispuesta para
hacer llegar a los niños El Quijote y se pregunta si es útil la lectura de libros, por el
maestro y en alta voz, ante un grupo de niños. Se responde que puede serlo en muy
pocos casos y bajo unas condiciones muy precisas como que sean los niños los que
pidan la lectura y que sea el profesor un lector emérito. De lo contrario, el niño se cansa,
se aburre, padece tormento y abomina de una recitación monótona que le hace odiosa la
permanencia en un local cerrado, casi siempre incómodo y antihigiénico.
A continuación, emite directamente su parecer respecto a la Real Orden y afirma
que “el ministro de Instrucción pública ha tenido un noble y patriótico rasgo pero la
Real Orden quedará incumplida, y si tal no sucede, los niños no comprenderán El
Quijote, que no es lectura para párvulos ni para adolescentes, y se lamentarán de una
disciplina flamante, que viene a sumarse a todas aquellas que anulan en la escuela su
personalidad” 107.
Zozaya, que se autodefine como “el más devoto admirador del manco inmortal”,
nos asegura:
Se puede vivir sin saber lo que le ocurrió al “Ingenioso Hidalgo” en casa del Caballero del
Verde Gabán; pero es imposible valerse por sí mismo sin saber al dedillo la Aritmética, el
Derecho usual, la Higiene, los deberes de urbanidad y lo que dicen los periódicos. Leer uno
de éstos, elegido cada día por un discípulo (sin tal condición la lectura sería
contraproducente), interesaría a los alumnos, que harían luego mil preguntas, que se
contestarían los unos a los otros, y darían por resultado una cultura superficial, pero general
y orientadora. Seguramente, después de algunos años de tal ejercicio, buscarían los niños el
“Quijote” y lo leerían, lo que es posible que no ocurra después de escuchar al maestro
recitar, a diario, lo que no consiguieron entender.
Hay que tener el valor de decirlo, ocurra lo que ocurra y júzguese a quien lo dice como se le
juzgue: en la escuela primaria, y tal vez en la superior, sobran todos los libros y faltan
periódicos, que son los nuevos libros de caballería108 .
Academia Española y el Catedrático de Lengua y Literatura española de la Universidad Central” R.O. de seis de marzo de 1920, en Gaceta de Madrid de 7 de marzo de 1920, p. 874. 107 ZOZAYA, A. (1920) Aprendamos a vivir, La libertad, p.1. 108 Ibídem.
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Al final del artículo expone sin trabas que el ministro se ha equivocado y que en
la escuela no hacen falta Don Quijote, ni Hamlet, ni Fausto, ni Segismundo, ni Don
Gaiteros. En la escuela, para Zozaya, quien debe estar es Nuestro Señor Todo el Mundo,
representado por el diario. Concluye afirmando que la novela más interesante es la vida
y hay que capacitarse para ella. Por grandes cosas que enseñe El Quijote al niño lo
prepara mejor para la vida la lectura de la Prensa periódica.
Hasta aquí, los dos hechos que sirvieron de motivación a Ortega para atreverse,
no ya a tener, sino a plasmar sus ideas pedagógicas en Biología y Pedagogía.
Refiriéndose a la opinión de Zozaya de que en la escuela no hace falta Don Quijote ni
Hamlet, afirma Ortega: “Desde que apareció la Real Orden mencionada esperaba yo que
alguien se resolviese a decir esto el primero, con el fin de apresurarme a repetirlo yo el
segundo (…) Es seguro que la Real Orden quijotesca parecerá excelente a casi todo el
mundo. Como a mí me parece en muchos sentidos un desatino, me complace cargar la
responsabilidad de esta opinión sobre los hombros respetables de Antonio Zozaya” 109.
Ortega y Zozaya comparten, pues, el principio pedagógico de que la escuela
debe educar para la vida. Ahora bien, el desencuentro sobreviene en el concepto que
cada uno tiene de lo que sea la vida.
Para argumentar qué entiende por vida, Ortega recurre a los descubrimientos de
la biología más reciente. De ahí, el significativo título del ensayo: Biología y Pedagogía.
Al equiparar ambas, Ortega señala la actualidad de la primera y lo anacrónico de
la segunda. Así, en la dedicatoria a Domingo Barnés, advierte nuestro autor que, puesto
que sus ideas pedagógicas se basan en la ciencia más reciente sufrirán la incomprensión
de los pedagogos. Es más, critica directamente a los pedagogos ya que, siendo los
encargados de preparar la vida futura, no suelen enterarse de las cosas sino cuando son
ya pasadas.
La escuela debe educar para la vida y el dilema se presenta ante la cuestión:
¿Para qué tipo de vida?
Zozaya (1920) apuesta por la vida social, para él la preparación para la vida
equivale al aprendizaje de ciertas técnicas particulares que permiten ejercer con alguna
perfección determinadas funciones vitales: lo importante es que el niño averigüe pronto
qué es un ferrocarril, una fábrica, una letra de cambio. La vida se compone del uso de
esas cosas, y cuanto mejor se conozca su estructura y manejo más fácil será el triunfo en
109 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 401.
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la lucha por la existencia. El periódico se presenta, en este contexto, como el mejor
medio para hacer llegar a los niños esa vida social.
Ortega discrepa profundamente del enfoque vital de Zozaya. Para él la vida no
es la vida social, no es la vida como adaptación sino la vida como creación. En cuanto al
instrumento propuesto por Zozaya, el periódico, también le parece inadecuado110.
A todo ello, añade el principio de la economía en la enseñanza: Si todo pudiera
enseñarse, viene a decir Ortega, también a los niños se les podría enseñar esa faz social
de la vida. Pero, “la cuestión está en que la capacidad receptiva del niño y la docente del
maestro son muy limitadas en volumen, en calidad y en tiempo. El problema de la
educación es siempre un problema de eliminación, y el problema de la educación
elemental es el problema de la educación esencial” 111.
Y a ese problema, al de la educación esencial, es al que intenta dar respuesta
Ortega112.
Realiza, pues, nuestro autor una propuesta pedagógica fundamentada
biológicamente: ya que la finalidad es educar para la vida, se basa en los
descubrimientos más recientes sobre lo que sea ésta.
A lo largo del ensayo da respuesta a dos cuestiones. La primera versa sobre el
objetivo de la educación, sobre qué debemos educar. La segunda hace referencia a la
metodología, al cómo debemos hacerlo. Atenderemos cada una de ellas.
Ortega se plantea la primera cuestión poniendo especial cuidado en la necesidad
de afinar la determinación de las funciones de la vida psíquica. Según cómo entendamos
la psique del alumnado, su estructura y funcionamiento, variará la forma en que
organicemos la respuesta educativa113.
De ahí que, para discernir la cuestión apuntada, Ortega extienda a la psique los
criterios biológicos y comienza señalando que existe una jerarquía entre las funciones
vitales: “No todas las funciones vitales, corporales o psíquicas son de un mismo rango
110 “El periódico no es expresión de la vida, sino sólo de la faz que hoy tiene la vida. El periódico es actualidad y superficie. La vida íntima, personal y profunda se halla casi por entero excluida de él” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 402. 111 Ibídem. 112 “El sentido de este ensayo no es otro que inducir a la pedagogía para que someta toda la primera etapa de la educación al imperativo de la vitalidad. La enseñanza elemental debe ir gobernada por el propósito último de producir el mayor número de hombres vitalmente perfectos. Lo demás, la bondad moral, la destreza técnica, el sabio y el “buen ciudadano”, serán atendidos después” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 417. 113 “Todo dependerá del acierto con que determinemos cuáles son las funciones esenciales de la vida en el orden psíquico, que es el más discutido, problemático y relevante en pedagogía” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 402.
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biológico. (…) Hay funciones vitales que lo son en un sentido más plenario y radical
que otras” 114.
Ilustra su afirmación estableciendo un paralelismo entre algunas actividades
corporales del orden físico y algunas actividades espirituales del orden psíquico.
La primera actividad escogida en el orden físico es la de montar en bicicleta.
Ésta es una función vital corporal que requiere de un lado la actividad motriz de
nuestras piernas y manos; de otro, un aparato mecánico que es creado por el intelecto, la
bicicleta. Este aparato nos ahorra energía y esfuerzo pero, como otras máquinas, está
hecho para un servicio muy determinado y ha de funcionar bajo rigurosas condiciones.
Su utilidad es, pues, ventajosa pero limitada: bajo determinados condicionantes físicos,
espaciales y temporales el provecho es superlativo pero, si desaparecen estas
condiciones, desaparece su utilidad. En el orden psíquico, la actividad espiritual
correspondiente sería la Civilización. Ésta es el uso de mecanismos o técnicas políticas,
industriales, etc. La palabra clave sería la técnica.
La segunda actividad que describe el autor es andar a pie. Se trata de otra
función vital corporal que requiere por un lado, la energía muscular y nerviosa que
empleamos y, por otro, el esqueleto. En este caso, el esqueleto de las piernas con sus
pies es similar a una máquina pero tiene una mayor utilidad vital si se suman y restan
sus mayores servicios y sus menores perjuicios. Es ésta una actividad corporal más
básica que la anterior y, por tanto, sería bastante absurdo que enseñásemos a los niños el
uso de la bicicleta y no les enseñásemos a andar115. En el orden psíquico, se
correspondería esta actividad física con las funciones culturales del pensar científico, de
la moralidad, de la creación artística que, siendo íntimas al hombre, son ya
especificaciones de la vitalidad psíquica dentro de cauces normativos e infranqueables.
Equivaldría a la ciencia.
Por último, tras hablar de la bicicleta y el pie, se centra nuestro autor en la
ameba. Ésta es un pseudópodo, el ser más elemental116. Representa, pues, la ameba la
vitalidad primigenia, inmecanizada e inespecializada. En el orden psíquico, se
correspondería con los ímpetus originarios de la psique, como son el coraje, la
114 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 402. 115 Ibídem, p.404. 116 “Es un órgano que sólo existe en tanto y mientras es útil, que es útil para la traslación sin las limitaciones y condicionamientos a que está sometido el pie humano, y más que el pie humano, la bicicleta industrial” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 404.
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curiosidad, el amor y el odio, la agilidad intelectual, el afán de gozar y triunfar, la
confianza en sí y en el mundo, la imaginación, la memoria. Estas funciones espontáneas
de la psique, previas a toda cristalización, en aparatos y operaciones específicas, son la
raíz de la existencia personal. Englobaría, entre otras, la curiosidad, la agilidad mental y
la constancia en el esfuerzo.
El paralelismo descrito entre el orden corporal y el psíquico pone de manifiesto
que, “así como en el orden individual los órganos son más adecuados que los utensilios
y las funciones creadoras más importantes que los órganos, de modo análogo la
espontaneidad del alma es más fecunda que la cultura o sistema de ideas y convicciones,
y ésta preferible a la serie de artilugios y usos, maneras y reglas técnico-prácticas en que
consiste la civilización” 117. En efecto, los ejemplos expuestos ilustran claramente la
definición de vida, de funciones esenciales, buscada por Ortega ya que se llega a
definiciones de la vida radicalmente distintas, según se tome como tipo de las funciones
vitales una u otra de las tres bosquejadas. Evidentemente, la vida está en todas, pero la
vida esencial, que es la que queremos atender, es la vida primitiva, espontánea
representada por la ameba en el orden físico y por los ímpetus originarios en el
psíquico118.
Se trataría, pues, de apuntalar bien los pilares, educar bien la base, para sostener
el edificio y poco a poco ir in crescendo hasta la torre: “Atender, pues, educativamente a
ese hontanar de espontaneidades creadoras de donde manan las linfas que fecundan
luego todos los territorios del alma y son origen de la cultura y de la civilización” 119.
Evidentemente las funciones vitales han de atenderse todas, pero como Ortega es
consciente del principio de economía de la enseñanza (todo no puede ser enseñado), la
escuela como institución social deberá atender en sus primeras etapas la vida esencial y
en etapas posteriores, atender a la especialización120.
117 MAILLO, A. (1955) Las ideas pedagógicas de Ortega y Gasset, Revista de Educación, p. 73. 118 “Previa a la civilización transitoria de nuestros días, previa a la cultura de los últimos milenios, hay una forma eterna y radical de la vida psíquica, que es supuesto de aquéllas. Ella es, en última instancia, la vida esencial. Lo demás, incluso la cultura, es ya decantación de nuestras potencias y apetitos primigenios, es más bien que vida, precipitado de vitalidad, vida mecanizada, anquilosada” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 406. 119 Ibídem, p. 405. 120 “Los grados superiores de la enseñanza podrán atender a la educación cultural y de civilización, especializando el alma del adulto y del hombre. Pero la enseñanza elemental tiene que asegurar y fomentar esa vida primaria y espontánea del espíritu, que es idéntica hoy y hace diez mil años, que es preciso defender contra la ineludible mecanización que ella misma, al crear órganos y funciones específicas acarrea” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 406.
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De ahí que le aterre sustituir El Quijote en la escuela por el periódico de Zozaya,
siendo ambas especificaciones, creaciones de esa función cultural que es secundaria y
no primigenia en la jerarquía vital de Ortega.
En definitiva, a la pregunta qué educar responde el autor educar la natura
naturans, la vida viviente, la vida creadora y no la natura naturata, la vida ya hecha, la
vida creada y mecánica, la cultura y la civilización. Barrena sitúa el objeto principal de
esta pedagogía vitalista en el hombre interior constituido por la espontaneidad, el primer
borbotón de vida y el sustrato primigenio del hombre, esa trastierra espiritual, esa fauna
psíquica inadaptada121. El propio Ortega en su Pedagogía Social como programa
político formulaba ya explícitamente el objetivo principal de la pedagogía al afirmar que
“el problema de la pedagogía no es educar al hombre exterior, al antropos, sino al
hombre interior, al que piensa, siente y quiere” 122.
Si esto fuera así, la escuela primaria podría ser una institución perenne,
invariable, ya que no dependería de la evolución de la cultura ni de los nuevos hallazgos
realizados por la ciencia y los avances técnicos123.
Frente a una pedagogía caduca, sujeta a la circunstancia temporal y
constitucionalmente anacrónica, postula Ortega una pedagogía perenne que,
cronológicamente, corresponde a la educación primaria124. Esa pedagogía perenne, ese
educar la vida creadora tiene, entre otras, la ventaja de la no caducidad de lo aprendido.
La vida evoluciona, sí, marcha siempre en un sentido de progresiva especialización.
Pero, la vida primaria e indiferenciada perdura bajo este especialismo. Del mismo modo,
y recurriendo de nuevo al paralelismo, el hombre salvaje perdura en el hombre culto125.
Son estadios que atraviesa la sociedad en su proceso de progresiva
especialización; pero ese progreso no es abrasivo, no fulmina cuanto había a su paso,
sino que viene a ser acumulativo. Ortega combate abiertamente la creencia de que en la
evolución de la cultura cada nuevo estadio suprime al anterior y todos ellos suponen la
121 BARRENA SÁNCHEZ, J. (1971) Los fines de la educación en José Ortega y Gasset, Revista Española de Pedagogía, 160, p. 396. 122 ORTEGA Y GASSET (1910) La Pedagogía Social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p.94. 123 “La escuela ideal sería un instituto que hubiese podido permanecer idéntico desde los tiempos más salvajes del pasado y perdurar invariable en los tiempos más avanzados del futuro. Porque lo que ella ha de educar es inmutable en calidad y contenido; sólo es perfeccionable en intensidad” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 406. 124 ESCOLANO, A. (1968) Los temas educativos en la obra de J. Ortega y Gasset, Revista Española de Pedagogía, 113, p. 218. 125 “La cultura y la civilización que tanto nos envanecen, son una creación del hombre salvaje y no del hombre culto y civilizado” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 407.
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muerte previa del salvajismo. Para él, el salvajismo perdura, es, en el fondo, el sustrato
de la civilización126.
En esta defensa a ultranza de la vida espontánea y primigenea podría
interpretarse la necesidad de no intervenir para no contaminar con artificios el proceso
de desarrollo vital. Cabría preguntarse si es la intención de nuestro autor una
reivindicación por la vuelta al naturalismo de Rousseau. El propio Ortega se ocupa de
resolver esta cuestión127.
Ortega pide, pues, educar la espontaneidad y para ello debemos intervenir con
un artificio (la educación) y aclara que se trata de un artificio programado, planificado y
tendente a la consecución de un fin: educar la espontaneidad, la vida primigenia en el
niño. Nada que ver, pues, con el concepto de educación negativa rousseauniana: “no
hacer nada, no impedir hacer nada”. Él por el contrario, parte de una educación positiva,
es preciso intervenir en la vida espontánea o primitiva y no abandonar la naturaleza del
niño a su libérrimo desarrollo, sino intensificarla.
Establece la necesidad de equiparar la pedagogía a la ciencia más moderna en
ese momento, la biología y, para ello, debe seguir la misma metodología que ésta: “Una
pedagogía que quiera hacerse digna de la hora presente y ponerse a la altura de la nueva
biología tiene que intentar la sistematización de esta vitalidad espontánea, analizándola
en sus componentes, hallando métodos para aumentarla, equilibrarla y corregir sus
deformaciones” 128.
Antes de emprender la metodología mediante la que se puede educar la
espontaneidad, la vida creadora psíquica, la natura naturans, se hace necesario, pues,
analizar en sus componentes la vitalidad espontánea del orden psíquico.
126 “La vida no organizada crea la organización, y todo progreso de ésta, su mantenimiento, su impulsión constante, son siempre obra de aquélla” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 407. 127 “Sería, no obstante, tergiversar por completo mi pensamiento emparentarlo con el de Rousseau. Yo pido que se atienda y fomente la vida espontánea, primitiva del espíritu, precisamente a fin de asegurar y enriquecer la cultura y la civilización. Rousseau, por el contrario, odia éstas, las califica de desvarío y enfermedad, proponiendo la vuelta a la existencia primitiva. A mí, esto me parece una salvajada. El valor de la vida primitiva es ser fontana inagotable de la organización cultural y civil. Tomarla a ella misma como tipo ideal de organización es, claro está, una perversión como tantas otras en que abunda la obra de Rousseau. Situar, según él hace, al hombre primitivo en el bosque de Fontainebleau, más que un imposible retorno al salvaje, se me ha antojado siempre gana de hacer el Robinsón” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 408. 128 Ibídem, p.409. Ortega reclama educar en lo biológico, en lo primigenio, en lo ajeno a la educación (cultura), es decir, en lo que el ser humano lleva en sí mismo previamente a todo proceso educativo, lo cual supone cierta contradicción, que resuelve afirmando que la pedagogía debe sistematizar la vida espontánea hallando métodos para aumentarla, equilibrarla y corregir sus deformaciones.
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Para nuestro autor la persona tiene una estructura unitaria y, disponiendo de un
doble hontanar, biológico y psíquico, alimenta desde allí los distintos estratos vivos del
hombre129. Pasando del orden físico al psíquico, también la vitalidad psíquica debe
contemplarse como unidad y no como suma ya que “también ella ha padecido los
mismos errores y manías que la biología corporal de la pasada centuria” 130. Para
facilitarnos la visión y comprensión de esta idea, retoma la metodología anterior y nos
lleva paralelamente a la vida física como unidad según la nueva biología de la
regulación, superadora de la anterior biología de la adaptación. Veamos esto
detenidamente.
Entre 1850 y 1900, vía Darwin o Lamarck, la biología contemplaba la vida
esencial como adaptación al medio. Por tanto, se atendían sobre todo las funciones
orgánicas que operaban directamente sobre el medio, adaptándose a éste o
transformándolo. Esa biología de adaptación se centraba en las funciones externas de
los órganos que revertían en el medio exterior. La vida era, pues, la suma de los órganos
que cumplían dichas funciones.
A partir de 1900, los avances en biología (en concreto Ortega alude al estudio de
Gregorio Marañón131) hacen que se evolucione hacia un nuevo concepto de biología, la
biología de la regulación132.
Es esta concepción la que más convence a nuestro autor puesto que: “Frente a
las funciones de adaptación y funcionamiento de los órganos, representan las funciones
de regulación un orden más profundo de la vitalidad, y están mucho más cerca que
aquéllas de lo que he llamado vitalidad primaria” 133.
Ortega, dos años después, en mayo de 1925, escribe su ensayo Vitalidad, Alma y
Espíritu134 en el que realiza un pormenorizado estudio en este sentido. Comienza en éste
criticando la psicología de Freud porque tiende a hacer de la vida psíquica un proceso
mecánico, aunque se trate de un mecanismo mental y no físico.
129 BARRENA SÁNCHEZ, J. (1971) Los fines de la educación en José Ortega y Gasset, Revista Española de Pedagogía, 160, p. 395. 130 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 413. 131 MARAÑÓN, G. (1915) La doctrina de las secreciones internas. Madrid, Biblioteca Corona. 132 “Para obtener el desarrollo de un órgano o la exactitud de su funcionamiento, no se atiende a él, no se actúa sobre él; antes bien, olvidándolo por completo, se acude a tratar en un plano más hondo de la fisiología ésta o aquella secreción interna” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 412. 133 Ibídem. 134 ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, pp.566-592.
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Encontramos, de nuevo al autor, fundamentando su concepción de la vitalidad
psíquica en la biología más moderna de su época:
Yo creo superada en principio por la ciencia actual esa propensión mecanicista, y me parece
más fecunda una teoría psicológica que no atomiza la conciencia explicándola como mero
resultado de asociaciones y disociaciones entre elementos sueltos. Vamos, en psicología
como en biología en general, a intentar un ensayo opuesto: partir del todo psíquico para
explicar sus partes. (…). Si queremos describir puramente –antes de aventurarnos a explicar
–los fenómenos psíquicos, necesitamos primero dibujar la gran topografía de nuestra
intimidad135.
Tras exponer su planteamiento inicial, se centra Ortega en el “intracuerpo” y se
plantea la tarea de formarnos una idea más total y compleja de la intimidad humana. Por
“intracuerpo” se refiere al paisaje interno, a la imagen, que cada uno tiene del interior de
su cuerpo136. Reparar en él ya hace que la atención sobre nuestro cuerpo revierta hacia
adentro y no, como viene siendo normal, hacia el cuerpo exterior y la realidad
circundante.
A partir del intracuerpo Ortega analiza la tectónica de la persona, la estructura de
la intimidad humana y nos muestra una topografía de las grandes zonas o regiones de la
intimidad. En Vitalidad, alma y espíritu distingue tres: la vitalidad, el alma y el espíritu.
1. La vitalidad. También la denomina alma corporal. Sin aportar una definición
exacta, Ortega se refiere a la vitalidad como esa porción de nuestra psique que vive
infusa en el cuerpo y en la que se funden radicalmente lo somático y lo psíquico, lo
corporal y lo espiritual, y no sólo se funden, sino que de ella emanan y de ella se nutren.
Su función es esencial, la vitalidad impregna a cada ser humano hasta el extremo de que
cada uno de nosotros es, ante todo, una fuerza vital: mayor o menor, rebosante o
deficiente, sana o enferma. Tiene, pues, un papel fundamental ya que el resto de nuestro
carácter dependerá de lo que sea nuestra vitalidad137.
135 ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.567. 136 “Nuestra vida psíquica y nuestro mundo exterior se hallan ambos montados sobre esa imagen interna de nuestro cuerpo que arrastramos siempre con nosotros y viene a ser como el marco dentro del cual todo nos aparece” ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, pp.571). 137 “Apenas sabemos lo que es; pero cada cual advierte que todos sus actos, mentales o materiales, manan, como de un hontanar, de un oculto tesoro de energía viviente, que es el fondo de su ser. Y advierte, además que ese tesoro tiene una cuantía determinada y que a veces parece menguar y otras henchirse
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No todos los hombres tienen la misma vitalidad. De ahí, que nuestro autor llegue
a diferenciar dos clases de seres: unos, dotados de vitalidad rebosante, que se mantienen
siempre en “superávit”; otros, de vitalidad insuficiente, siempre en “déficit”. Pero,
además, ya que las personas se relacionan, la vitalidad se puede contagiar en un sentido
u otro. El exceso de personas con una vitalidad rebosante nos contamina favorablemente,
nos corrobora y nutre; el defecto de éstos nos deprime y mengua. Esta misma idea había
sido expuesta en Biología y Pedagogía al tratar el autor la vitalidad ascendente y la
decadente138.
Lo distintivo de esa vitalidad es que se contagia. De hecho, la vida es, para
nuestro autor, la realidad única, entre todas las del cosmos, que se contagia. Hasta el
punto que cabría, por uno de sus haces, definir la vida como aquello que es capaz de
contaminar y contaminarse. Para Ortega, toda vida es contagiosa: la corporal y la
espiritual; la buena, que llamamos salud, y la mala, que llamamos enfermedad.
Avanzaba esta idea de “vida contaminante” de nuevo en Biología y Pedagogía139.
La creencia orteguiana en la existencia de dos tipos de vitalidad humana -la vida
ascendente y la decadente-, dos tonos vitales distintos y con diferente valor vital,
biológico es, una influencia directa de Nietzsche140.
como una vena fluvial hasta cierto nivel máximo. Y no sólo percibe éste su básico tesoro de energía, sino lo que es más sorprendente, al entrar en contacto con otro hombre, nota al punto la cantidad y calidad de la vitalidad ajena” ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.573. 138 “Alguna claridad obtendremos si decimos que ese pulso psíquico o, llamándolo impropiamente, ese sentimiento de vitalidad, es en unos hombres de tonalidad ascendente; en otros, de tonalidad descendente. Hay quien siente brotar su actuación espiritual de un torrente pleno de energía, que no percibe su propia limitación, que parece saturado de sí mismo. Todo esto nace en almas de este tipo con la plenitud magnánima de un lujo, como un rebosamiento de la interna abundancia. En este clima vital no se dan, por lo menos con carácter normal, las envidias, los pequeños rencores y sentimientos. Hay, por el contrario, en otros hombres un pulso vital descendente, una constante impresión de debilidad constitutiva, de insuficiencia de desconfianza en sí mismos” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 416. 139 “A poco que tratemos a un individuo, percibimos inequívocamente a qué tipo de pulsación vital pertenece. Si es de tonalidad ascendente, nos sentimos, al apartarnos de él, como contagiados de su plenitud y mejorados por una inefable corroboración vital. Si es de tonalidad descendente, notamos que, sin saber por qué, se nos han cegado de pronto fuentes de interna actividad, que trozos de nuestra alma han caído en parálisis, que su periferia experimenta una rara contracción y encogimiento; en fin, que en nuestra atmósfera íntima soplan insólitas ráfagas de acritud” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 417. 140 Como afirma el profesor Santolaria: “En Der Wille zur Macht, Nietzsche hace la distinción entre la vida ascendente y decadente, como dos tipos base de humanidad y los valora vitalmente. De forma que, la resuelta afirmación de la vida lleva consigo la doctrina del valor, la moral de la vida ascendente y el supremo deber vital de cada hombre” SANTOLARIA, F.F. (1983) Tres ensayos pedagógicos de Ortega, Perspectivas pedagógicas, 51, p.507.
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La vitalidad será un objetivo pedagógico de primer orden ya que no será posible,
en ningún sentido, una personalidad vigorosa, de cualquier orden que sea -moral,
científico, político, artístico, erótico-, sin un abundante tesoro de esa energía vital.
De ahí que, como hemos señalado más arriba, el objetivo de Ortega en Biología
y Pedagogía sea: “Inducir a la pedagogía para que someta toda la primera etapa de la
educación al imperativo de la vitalidad” 141.
2. El espíritu o la mente. Tras haberse ocupado de la vitalidad como la raíz del
mundo interior de la persona, Ortega pasa a ocuparse del estrato superior, de la cima de
ella, de lo más personal pero no lo más individual. Se refiere, en este caso, al espíritu,
intelecto o mente y lo define como el “conjunto de los actos íntimos de que cada cual se
siente verdadero autor y protagonista” 142. Los ejemplos a los que recurre el autor y que
pertenecen a la mente son la voluntad (hecho interno que expresamos con la frase “yo
quiero”) y el pensamiento: dos actos propios, de cada cual y que no se demoran en el
tiempo, son instantáneos: se quiere o no se quiere; se piensa algo en un acto instantáneo
e inmediato. En este ámbito se situarían, por tanto, todas aquellas operaciones
racionales que responden a normas y necesidades objetivas en las que se apoya y de las
que recibe su peculiar textura. Para Ortega, el espíritu es lo que nos permite razonar y
esa razón no es propia sólo de un individuo sino que es lo que nos distingue como
especie143.
Para nuestro autor, el espíritu elimina la singularidad, nos identifica con los
demás ya que pensar es ser objetivo, salir de uno mismo y participar del orden universal.
Sólo se puede razonar aquello que se puede demostrar mediante leyes empíricas
universales o, recurriendo al ejemplo de la voluntad, sólo se puede querer lo que todos
pueden querer por tener un valor en sí mismo144. Descansa, pues, el espíritu en la región
141 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 417. 142 ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.575. 143 “Entendimiento y voluntad son operaciones racionales o, lo que es lo mismo, funcionan ajustándose a normas y necesidades objetivas. Pienso en la medida en que dejo cumplirse en mí las leyes lógicas y en que amoldo mi actividad de inteligencia al ser de las cosas. Por eso, el pensamiento puro es en principio idéntico en todos los individuos” ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.580. 144 “Nuestro espíritu, pues, no nos diferencia a unos de otros, hasta el punto de que algunos filósofos han sospechado si no habrá un solo espíritu universal, del que el nuestro particular es sólo un momento o pulsación” ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.580.
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de lo público, vive desde la lógica o desde el deber, fundamentándose en la Verdad o la
Norma.
3. El alma. Entre la vitalidad, que se sitúa a la base de nuestro mundo interior y
el espíritu que se ocupa de los actos de pensar y querer, encontramos una zona
intermedia, menos difusa que la vitalidad y menos iluminada que el espíritu, pero, con
un carácter atmosférico que parece envolverlo todo. Se trata del alma: “Es la región de
los sentimientos y emociones, de los deseos, de los impulsos y apetitos” 145. Al llegar a
esta zona, se encarga el autor de aclarar que los sentimientos surgen en cada uno de
nosotros y lo invaden todo, perteneciendo, pues, al ámbito de lo privado. En efecto,
sentir, conmovernos, desear, son actos, en pleno sentido, individuales, privados. No los
produce el espíritu, la mente, ni, por la misma razón, puede acabar con ellos;
únicamente puede actuar de contención, para que no se derramen por el resto del ser146.
De este modo, señala el autor que cabría cierto dominio racional de los sentimientos.
Pero, además, Ortega señala diferentes formas de ser y estar en el mundo, según
el alma sea más o menos receptiva a cuanto le rodea. Así, hay personas más sensibles
que otras, según su alma esté más o menos abierta a cuanto sucede en el exterior. De
igual modo, hay personas más sentimentales y otras menos, según se muestren más o
menos receptivas a los propios sentimientos. Es más, se atreve el autor a afirmar que las
personas inteligentes acostumbran a ser exquisitamente sensibles, receptivas a cuanto
les llega del exterior, pero, de alma seca, hermética o poco receptiva respecto a los
propios147.
La distinción en la intimidad humana de estas tres zonas (vitalidad, alma y
espíritu), nos proporciona un buen instrumento para reconocer diferencias elementales
en los caracteres y modos de ser148. Para Ortega cada uno de nosotros representa una
145 Ibídem, p.576. 146 “El espíritu o yo no puede, por ejemplo, crear un sentimiento, ni directamente aniquilarlo. En cambio, puede, una vez que ha surgido un deseo o una emoción en cierto punto del alma, cerrar el resto de ella e impedir que se derrame hasta ocupar todo su volumen” ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.577. 147 “Y, aunque no es muy frecuente, cabe ser muy sensible para recibir impresiones del mundo a la par que muy seco de propias reacciones sentimentales. Así el hombre muy inteligente suele ser, al propio tiempo, muy fino receptor, exquisitamente sensible, y, sin embargo, de intimidad sumamente seca. Es muy difícil ser, a la vez, sensible y sentimental” ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.577. 148 No sólo en los caracteres y modos de ser sino que Ortega, incluso, reconoce diferencias de rango vital en función del sexo. Así, en El hombre y la gente afirma que la mujer es el sexo débil y que en ese carácter patente de debilidad se funda su inferior rango vital. La intimidad psíquica femenina difiere también de la del varón. Toda la vida psíquica de la mujer está más fundida con su cuerpo que en el
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ecuación diversa en la combinación de los tres ingredientes descritos: hay personas más
vitales que otras, gente con mucha alma y poco espíritu. Pero, más que de medidas y de
cantidad, afirma el autor que lo importante es saber el orden de esas potencias psíquicas:
“Así es evidente que el niño vive principalmente de su cuerpo, muy poco de su alma y
casi nada de su espíritu. O buscando la fórmula inversa: que el niño no posee apenas
espíritu, tiene un breve volumen de alma y una gran periferia de vitalidad” 149. En efecto
en la etapa vital de la infancia predomina el alma corporal o vitalidad. Su espíritu no ha
despertado aún, su alma apenas ha comenzado a formarse y sus acciones rebosan
vitalidad, están dominadas casi exclusivamente por el alma corporal. De ahí, que Ortega
proponga una pedagogía que se ocupe de fomentar la vitalidad ya que es la parte que
predomina en la psicología infantil. La educación deberá ocuparse, fundamentalmente,
de fomentar los instintos, las sensaciones orgánicas, la sensibilidad y deberá hacerlo a
conciencia ya que sobre esa base de vitalidad, cimentará el resto de la persona.
En definitiva, la educación deberá ocuparse de las funciones internas de la vida
psíquica. Ésta tiene funciones externas e internas. Así, dentro de las primeras hallamos
la percepción, la memoria y la conciencia moral mientras que algunas de las funciones
internas son la volición, el pensamiento, los sentimientos, deseos, impulsos y apetitos.
Las funciones externas se realizan sobre el medio que nos rodea, vierten hacia fuera: la
percepción, por ejemplo, proporciona una aprehensión adecuada del medio y la
memoria conserva dicha aprehensión. Las internas, en cambio, conforman una especie
de trastierra espiritual que nos infunde energía y cultivan nuestra vitalidad.
A partir de esta diferenciación de funciones internas y externas de la psique,
señala Ortega diferentes pedagogías, según nos centremos en unas u otras. Para
ocuparse de las funciones externas, propondrá una pedagogía de la adaptación mientras
que para las segundas propondrá una pedagogía de las secreciones internas. Es lógico
que nuestro autor, entusiasmado por equiparar la pedagogía con los avances de la
biología más moderna, abogue por una pedagogía reguladora de lo interno y no por una
hombre; es decir, que su alma es más corporal, pero, viceversa, su cuerpo convive más constante y estrechamente con su espíritu. Y en ese grado de penetración entre el cuerpo y el espíritu de la persona femenina está la causa, según Ortega, de la inmortal propensión de la mujer al adorno y ornato de su cuerpo. Véase ORTEGA Y GASSET (1934) El hombre y la gente. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2009, Tomo IX, pp. 166-174. La conceptualización de la mujer que en esta obra realiza Ortega despertaron las críticas de la teoría feminista. Consúltese en este sentido PÉREZ CAVANA, M. L. (1993) La polaridad sexual de los valores: Simmel y Ortega y Gasset, en PULEO GARCÍA, A. H. (coord.) La filosofía contemporánea desde una perspectiva no androcéntrica. Madrid, Ministerio de Educación, 99-114. 149 ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p.586.
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pedagogía adaptativa. De este modo, propone una “Pedagogía de secreciones internas”,
en la que lo importante sea el fomento de los sentimientos y emociones, de los deseos,
de los impulsos y apetitos; en definitiva de todos aquellos fenómenos ubicados en la
zona a la que ha llamado alma, educación emocional150.
Ortega se propone formar personalidades vigorosas en todos los órdenes pero,
ello no es posible si no garantizamos el almacenamiento en copiosas cantidades de
energía vital. En este sentido, encontramos, de nuevo, la influencia nietzscheana en
nuestro autor. Para Nietzsche, la máxima abundancia de estas energías impulsivas es la
primera condición del superhombre151. Éste se caracteriza, precisamente, por estar
equipado con la mayor cantidad de impulsos y apetitos. Ahora bien, estos impulsos y
apetitos deben ser poderosos, no débiles; deben ser potentes y conllevar un enorme
poder de autocontrol y autoafirmación para permitir a su dueño alcanzar la plenitud en
su capacidad humana. Poseerlos y, además, ejercitarse en su dominio creativo, es lo que
hace del hombre ser más hombre, ser un superhombre. Por el contrario, un hombre
pobre de impulsos no experimenta la máxima tensión humana, no pudiendo ser, por
tanto, un gran individuo.
Bajo esa influencia nietzscheana, propugna Ortega su “Pedagogía de secreciones
internas” y es en ella donde encontramos el nudo del ensayo152.
Se hace preciso, pues, fomentar sentimientos positivos que produzcan bienestar.
Éstos, a su vez, manan de lo que hemos llamado vitalidad y, para ello, se ha de
modificar la forma de actuar. Así, en lugar de adaptar el niño al medio, deberá operarse
en sentido contrario153.
150 “Una pedagogía de adaptación tenderá, movida por su miope utilitarismo, a podar en el niño y el adolescente toda la fronda del deseo, dejando sólo aquellos apetitos que el maestro juzga practicables. Con ello vendrá a hacerse cada vez más angosto el círculo de la voluntad y menos briosos los ímpetus de ensayo. Una pedagogía de secreciones internas cuidará, por el contrario, de fomentar los apetitos, formando un abundante stock de ellos en el alma juvenil” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 415. 151 NIETZSCHE, F. W. (1972) Así habló Zaratustra. Madrid, Alianza. 152 Como afirma Maillo: “Ortega cree que los impulsos, las tendencias, los apetitos, en suma, que integran lo que podríamos llamar el subsuelo psíquico, proporcionan brío al querer, riqueza a la decisión, energía a la voluntad” MAILLO, A. (1955) Las ideas pedagógicas de Ortega y Gasset, Revista de Educación, p.74. 153 “La pedagogía al uso se ocupa en adaptar nuestra vitalidad al medio; es decir, no se ocupa de nuestra vitalidad. Para cultivar ésta tendría que cambiar por completo de principios y de hábitos, resolverse a lo que aún hoy se escuchará como una paradoja, a saber: la educación, sobre todo en su primera etapa, en vez de adaptar el hombre al medio, tiene que adaptar el medio al hombre; en lugar de apresurarse a convertirnos en instrumentos eficaces para tales o cuales formas transitorias de la civilización, debe fomentar con desinterés y sin prejuicios el tono vital primigenio de nuestra personalidad” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 418.
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Hasta ahora nos hemos centrado en el objetivo que Ortega atribuye a la
educación primaria (el fomento de la vitalidad primigenia, del pulso vital de nuestra
personalidad). Pero, la consecución de ese objetivo conlleva un cambio metodológico.
Dos claves son las que apunta el autor en esta segunda parte del ensayo que nos ocupa:
1. Partir del medio vital del niño.
2. Proporcionar al niño instrumentos (mitos y leyendas) que susciten en él
sentimientos magnánimos favorecedores, estimuladores, que actúen de secreciones
internas productoras de un pulso vital ascendente.
Para ocuparse de la primera cuestión, el medio vital, recurre Ortega de nuevo a
la biología de la época en general y a la de von Uexküll154 y Driesch155 en particular.
Este biólogo estudia la vida como una adaptación del medio al organismo y no a la
inversa, siendo, en este sentido, un revolucionario. Hasta el momento, para la biología
del pasado siglo, el medio era el mundo físicoquímico, un escenario único al que los
individuos y las especies tenían que adaptarse con la mayor humildad posible. Si el
medio no toleraba un órgano o una función, acababan desapareciendo o modificándose.
En definitiva, se trataba de adaptarse al medio o desaparecer.
Frente a esta concepción, Uexküll156 y, basándose en él, Ortega defienden que el
medio no puede entenderse sin el organismo157.
En este sentido, nuestro autor profundiza y va más allá afirmando que, además
de los diferentes medios existentes para cada especie, existen incluso dentro de la
misma especie, diferentes medios vitales. Es el caso de la especie humana en la que,
según la etapa vital en la que se encuentre el individuo, su medio varía enormemente.
Así, por ejemplo, existe un medio para los niños y otro para los adultos. Unificar ambos
es producto de una falta de perspectiva y de la incomprensión de la vida infantil158.
154 UEXKÜLL, V. (1922) Ideas para una concepción biológica del mundo, Madrid, Calpe. 155 DRIESCH, H. (1908) Philosophie des Organischen. Leipzig, 2 Bde. 156 UEXKÜLL, V. (1894) Die Schwimmbewegungen von Rhizostoma pulmo. Comunicaciones de la Estación Zoológica de Nápoles, Vol. 14. Ortega, en nota a pie de página, recomienda consultar el admirable libro del mismo autor Unwelt und Innenwelt der Tiere (1911), Berlín. 157 “Medio biológico es sólo aquello que existe “vitalmente” para el organismo. La vida, antes de adaptarse al medio, antes de poder reaccionar frente a él, necesita de alguna manera recibirlo, sentirlo. Y, como cada especie goza de aparatos receptores distintos, de una sensibilidad diferente, no podrá hablarse de un medio único e idéntico, al cual hayan de adaptarse todas. (…) Hay un mundo para el hombre y otro para el águila, y otro para la araña. No sólo el organismo se adapta al medio, sino que el medio se adapta al organismo, hasta el punto de que es una abstracción, cuando se habla de un ser vivo, atender sólo a su cuerpo. El cuerpo es sólo la mitad del ser viviente: su otra mitad son los objetos que para él existen, que le incitan a moverse, a vivir” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 422. 158 “Juzgamos los actos de los niños suponiendo a éstos sumergidos en el mismo medio que nosotros. Partimos de nuestro mundo como de algo definitivo; y, en vista de que el niño se mueve torpemente por
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He ahí la primera clave metodológica propuesta por Ortega: no partir de nuestro
mundo, del adulto, como algo único y definitivo sino partir del mundo infantil, del
medio vital de los niños. Lo que no debe hacer la pedagogía es actuar contra la niñez del
niño ni reducir cuanto pueda su puerilidad, introduciendo en él la mayor cantidad
posible de hombre sino, todo lo contrario: partir de esa puerilidad, reconocerla y tratarla
como tal159. He ahí el equívoco al que se ha visto abocada la pedagogía al pensar que el
procedimiento mejor para obtener hombres perfectos consiste en adaptar desde luego el
niño al ideal que tengamos del hombre maduro. En realidad, se trata del método inverso,
de centrarnos en el presente y dar respuesta a lo que necesita en la actualidad, para
garantizar, de este modo, la plenitud del mañana160.
Tratar el presente conforme a lo que necesita es garantizar la plenitud del futuro
ya que el niño que fuimos perdurará en el hombre que somos. Puesto que la madurez no
trae consigo la supresión sino la integración de la infancia, contemplemos y tengamos
muy presente en cada etapa cuál es el paisaje natural de sus protagonistas ya que todo
intento de querer suplantar el paisaje natural del niño por el medio adulto desembocará
en una vulneración de la infancia y en la producción de hombres que llevan dentro una
puerilidad gangrenada161.
este paisaje nuestro, consideramos la infancia como una etapa enfermiza, defectuosa, que la vida humana atraviesa para llegar a la madurez” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 423. 159 “Ni el niño es un homúnculo, un hombre en pequeño, ni la niñez una mera etapa de transición hacia la madurez. Así, tampoco la enseñanza puede concebirse como una “caza” al niño, o como un “atajo” hacia la madurez. No se trata de adaptar al niño a nuestro ideal de hombre maduro, sino a la inversa: pensar en la infancia como tal, como una etapa sui generis que tiene sentido en sí misma” CASADO, A. (2001) Ortega y la educación: Perfiles de una trayectoria, Revista Española de Pedagogía, 220, p. 396. 160 “Hagamos niños perfectos, abstrayendo en la medida posible de que van a ser hombres; eduquemos la infancia como tal, rigiéndola, no por un ideal de hombre ejemplar, sino por un standard de puerilidad. El hombre mejor no es nunca el que fue menos niño, sino al revés: el que al frisar los treinta años encuentra acumulado en su corazón el más espléndido tesoro de infancia” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 424. 161 Para ilustrar esta idea el autor recurre a una hermosa imagen literaria, la del cascabel: “Así, es la madurez no una supresión, sino una integración de la infancia. Todo el que tenga fino oído psicológico habrá notado que su personalidad adulta forma una sólida coraza hecha de buen sentido, de previsión y cálculo, de energía y voluntad, dentro de la cual se agita, incansable y prisionero, un niño audaz. Este díscolo personaje es el que nos hace tal vez reír en medio de un duelo, o decir una impertinencia a un grave magistrado, o seguir tomando el sol cuando el deber nos obliga a ausentarnos. Somos todos, en varia medida, como el cascabel, criaturas dobles, con una coraza externa, que aprisiona un núcleo íntimo, siempre agitado y vivaz. Y es el caso que, como el cascabel, lo mejor de nosotros está en el son que hace el niño interior al dar un brinco para libertarse y chocar con las paredes inexorables de su prisión. El trino alegre que hacia fuera envía el cascabel está hecho por dentro con las quejas doloridas de su cordial pedrezuela. Así, el canto del poeta y la palabra del sabio, la ambición del político y el gesto del guerrero son siempre ecos adultos de un incorregible niño prisionero” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 425.
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El medio vital depende, dice Ortega, además de nuestra estructura corporal, de
nuestra estructura psicológica. Al dibujar la topografía de la mente señalaba Ortega que
en la del niño predominaba la vitalidad, habiendo un breve volumen de alma, de la
región de las emociones. Pues bien, ese breve volumen gravita, en el niño, hacia lo
deseable no hacia lo real. Su imaginación le conduce a contemplar un mundo diferente
del real, ve en los objetos cualidades que, en apariencia, no tienen. No obstante, hay
ocasiones en que lo deseable coincide con lo real162.
Ortega se pregunta por el origen de esos objetos deseables que tanto interesan al
niño, que constituyen su medio vital. Para dar respuesta a esta cuestión, expone que ante
un hecho, ante un objeto intruso, se ponen en marcha la mente (espíritu o razón) y el
deseo (la fantasía). Por el camino de la razón nuestra mente fabrica historia y por el del
deseo, fabrica leyendas. Como en los niños apenas existe espíritu (razón) y el alma se
orienta hacia los deseos, su medio vital queda configurado por éstos y, además, es el
propio niño el autor de los mismos163.
Es ahí precisamente donde radica la magia de la psicología pueril: el niño a
través de su alma, de su varita de virtudes, convierte el universo en un paisaje habitado
por cosas deseadas (no siempre reales).
Por ello, para tener éxito en la Educación Infantil, debe favorecerse la presencia
de esas cosas deseadas en las aulas escolares. Puesto que el medio vital y el alma del
niño se orientan hacia lo deseable deben fomentarse los mitos y las leyendas como
herramientas básicas para la educación de los niños. Estos relatos provocan reacciones
sentimentales favorecedoras de esa periferia de vitalidad presente en la estructura
psicológica del infante. El cambio de pedagogía propuesto por Ortega tiene su
fundamento en la estructura y el funcionamiento psicológico infantil. Un pedagogo
practicista despreciaría los mitos y las leyendas y, en lugar de tales imágenes fantásticas,
procuraría desde el primer día implantar en el alma del niño la realidad, ideas exactas de
las cosas. Para nuestro autor, en cambio, los hechos deben ser el final de la educación:
162 “Los objetos que para el niño vitalmente existen, que le ocupan y preocupan, que fijan su atención, que disparan sus afanes, sus pasiones y sus movimientos, no son los objetos reales sino los deseables. Podrá ocurrir que a veces un objeto deseable sea además real; sin embargo, al niño le interesará porque es deseable, no porque sea real” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 427. 163 De ahí que Ortega sea rotundo al afirmar: “El niño es un heroico creador de leyendas. Cuanto toca su alma queda transfigurado, y su paisaje se compone casi exclusivamente de desiderata. Todo lo que ve en torno suyo es como debía ser, y lo que no es así no lo ve” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 430.
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primero, mitos; sobre todo, mitos. Los hechos no provocan sentimientos. Ésa es la
función del mito, ser la hormona psíquica generadora de sentimientos:
El mito, la noble imagen fantástica, es una función interna sin la cual la vida psíquica se
detendría paralítica. Ciertamente no nos proporciona una adaptación intelectual a la
realidad. El mito no encuentra en el mundo externo su objeto adecuado. Pero, en cambio,
suscita en nosotros las corrientes inducidas de los sentimientos que nutren el pulso vital,
mantienen a flote nuestro afán de vivir y aumentan la tensión de los más profundos resortes
biológicos. El mito es la hormona psíquica164.
La utilización de mitos y leyendas en la Educación Primaria se hace necesaria y
está plenamente justificada ya que contribuyen a que el niño sea envuelto en una
atmósfera de sentimientos audaces y magnánimos, ambiciosos y entusiastas165. Y no
sólo se debe procurar un ambiente magnánimo sino que, además, se debe evitar cuanto
pueda deprimir la confianza del infante en sí mismo y en la vida cósmica, cuanto
siembre en su interior suspicacia y le haga presentir lo equívoco de la existencia. Se
trata, en definitiva, de potenciar vitalidades ascendentes y creadoras sobre todo en la
educación elemental, que viene a ser la educación esencial.
3.4 A MODO DE RESUMEN
En esta segunda etapa, tanto España como el impulso pedagógico que Ortega
pretende darle siguen presentes. Sin embargo, mientras que en la etapa anterior veíamos
que la reforma social y educativa del país sólo podía alcanzarse mediante un enfoque
social de la educación, ahora nuestro autor aboga por un concepto más vital y personal.
La pedagogía idealista ha sido sustituida por la pedagogía vitalista y, la cultura, por la
vida. Hasta el momento Ortega consideraba que la solución al problema español era
Europa y pretendía concienciar a la ciudadanía de la valía del modelo europeo, máximo
exponente de la ciencia y la cultura. Sin embargo, ahora nuestro autor, consciente de las
características del pueblo español, se da cuenta que nada que no sea sentido como
propio generará el cambio. La cultura es muy importante pero si no es una cultura vital,
164 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 420. 165 Como afirma Barrena: “El mito es, para nuestro autor, un valor vital, es decir, una potencialidad psíquicamente creadora, por lo que la tarea del pedagogo consistirá en provocar en el niño aquellas reacciones vitales que estén impregnadas de mayor valor vital” BARRENA SÁNCHEZ, J. (1971) Los fines de la educación en José Ortega y Gasset, Revista Española de Pedagogía, 116, p.412.
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enraizada en la vida, se hieratiza. La cultura por sí misma no es significativa, no tiene
sentido mantenerla al margen del flujo vital de los sujetos que la producen. La vida, y
no la cultura, ha de ser, pues, el punto de partida. Debemos lograr modos de
intensificarla para que esa vida sea una vida auténtica y pueda ser productora de cultura.
Ortega en esta segunda etapa se hace cargo de sus circunstancias y vuelve la
mirada al hombre real y concreto que vive en una realidad también concreta y particular,
no al hombre ideal que vive en una realidad alejada por representar un ideal social. La
vida social da paso a la vida individual humana, a esa vida particular que surge en unas
determinadas y particularísimas circunstancias y que se enmarca en una perspectiva
única y singular, la del sujeto que la vive. El sentido de esta vida individual es la
reabsorción de la circunstancia para conformar su propio proyecto vital. No es una tarea
banal, la pugna con las circunstancias por conseguir realizar nuestro particular destino
constituye toda una hazaña, una heroicidad. Ser héroe consiste en ser auténtico, en ser
uno mismo. Desde la educación debemos arbitrar los mecanismos para lograr que cada
niño llegue a ser el que, efectivamente, es. Y ello no será posible si no se intensifica la
infancia y educamos a los niños para la vida creadora, no para la vida social ya creada.
La pedagogía vitalista tiene como objetivo someter la educación al imperativo de la
vitalidad. Se propone fomentar la espontaneidad, la creatividad, la curiosidad y todos
aquellos aspectos, o secreciones internas, que permiten que el niño intensifique su
naturaleza y desarrolle una vitalidad ascendente.
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CAPITULO 4: EL RACIOVITALISMO Y LA PEDAGOGÍA DE LA
MADUREZ (1924-1955)
4.1 Datos biográficos y contexto sociohistórico
El circunstancialismo y el perspectivismo de las épocas anteriores van logrando
una madurez cada vez mayor hasta alcanzar las precisas formulaciones de un
raciovitalismo y raciohistoricismo declarados y conscientes. En esta evolución, la
influencia de la propia circunstancia española y cómo la fue integrando Ortega fueron
muy importantes.
En 1923 había comenzado en España la Dictadura del general Primo de Rivera y
en ese mismo año Ortega había fundado y dirigía la Revista de Occidente. A partir de
esa fecha, emprende un enfrentamiento doctrinal con dicha Dictadura que le llevó en
1929, con 46 años, a abandonar su cátedra.
En 1929 al dejar su cátedra comienza a dar clases en un teatro (lecciones
publicadas en ¿Qué es filosofía?166).
En 1930, ante la oposición popular, el general Primo de Rivera debe partir. Sin
embargo, la Dictadura continúa con la llamada “dictablanda” del general Berenguer.
Nuestro autor recupera su cátedra y, a partir de este momento, va participando cada vez
más en la política activa. Es entonces cuando publica La rebelión de las masas y Misión
de la Universidad.
En 1931 se proclama la Segunda República. Ortega funda en febrero de ese
mismo año junto a Gregorio Marañón y Pérez de Ayala la “Agrupación al Servicio de la
República”. Gracias a esta agrupación es elegido Diputado a las Cortes Constituyentes
por la provincia de León. Poco a poco, la desilusión fraguará en Ortega (se le oye en las
Cortes pero no se le escucha, como le pasó a Platón), se retira de la política activa y
disuelve la Agrupación. Vuelve a la Universidad.
En 1934 publica En torno a Galileo167 y en 1935 publica Historia como
sistema168.
166 ORTEGA Y GASSET, J. (1929) ¿Qué es filosofía? Obras Completas, Madrid, Taurus, 2008, Tomo VIII, pp. 235-376. 167 ORTEGA Y GASSET, J. (1947) En torno a Galileo. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo VI, pp. 371-494. 168 ORTEGA Y GASSET, J. (1941) Historia como sistema. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo VI, pp.45-76.
92
En 1936 se produce el golpe de Estado y estalla la Guerra Civil española. La
guerra supondrá un impacto traumático para un autor que había vivido de la
circunstancia y para la circunstancia. Ortega se exilia primero a París, después a
Holanda y Argentina. En 1942 se establece en Portugal. En 1945 finaliza la Segunda
Guerra Mundial. Ortega regresa a España.
En 1948 funda el Instituto de Humanidades en Madrid con Julián Marías donde
volverá a dar algunos cursos extrauniversitarios que aparecerán luego como obras
póstumas: El hombre y la gente169 (1957), Una interpretación de la historia universal170
(1960). En 1950 viaja a Alemania por última vez. En 1955, a la edad de 72 años, regresa
a España y muere el 18 de octubre en Madrid.
La preocupación por España es una constante en la obra orteguiana y esta tercera
etapa sigue siendo reflejo de ello. En un prólogo a un libro escolar llamado Nuestra
razón, prólogo titulado Para los niños españoles171, afirma que el porvenir de España
depende de los niños españoles y, más concretamente, de que éstos aprendan a
distinguir entre personas172.
Debe tenerse en cuenta, como siempre, las circunstancias en que es escrita la
obra para una buena interpretación y comprensión de la misma. Pues bien, en el
momento en que Ortega se dirige a los niños españoles recomendándoles cuatro
criterios para desarrollar la sensibilidad de distinguir entre el valer verdadero o falso,
corre el año 1928; año en que Ortega se enfrenta dialécticamente a la Dictadura del
general Primo de Rivera (instaurada como hemos señalado antes desde 1923),
enfrentamiento que, como habíamos apuntado, al año siguiente le llevará a abandonar su
Cátedra173.
169 ORTEGA Y GASSET, J. (1957) El hombre y la gente. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2009, Tomo IX, pp. 281-440. 170 ORTEGA Y GASSET, J. (1960) Sobre una nueva interpretación de la historia universal. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2009, Tomo IX, pp. 1187-1408. 171 ORTEGA Y GASSET, J. (1928) Para los niños españoles. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, pp. 233-234. 172 “La vida de una sociedad y más aún la de un pueblo depende de que sus individuos sepan distinguir entre los hombres y no confundan jamás al tonto con el inteligente, al bueno con el malo” ORTEGA Y GASSET, J. (1928) Para los niños españoles. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p.233. 173 “Mirad: a la hora en que escribo esto para vosotros hay en España, desgraciadamente, muy pocos hombres inteligentes y de corazón delicado. Sólo esos hombres puros, espirituales, profundos y nobles podrían mejorar a la patria. Pero no logran que se les atienda. Porque los españoles que ahora forman nuestra sociedad no saben distinguir entre hombres y, acaso de buena fe, creen que son inteligentes los que son más necios, que son buenos los que son más farsantes. Ya sabéis que hay enfermos de la visión los cuales ven grises los objetos azules. Una cosa parecida nos acontece hoy a los españoles: padecemos una perversión del juicio sobre personas. Se juzga inteligentes a esos vanos charladores que llaman “políticos”” ORTEGA Y GASSET, J. (1928) Para los niños españoles. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p.233.
93
La otra constante orteguiana, Europa, tendrá en este período el análisis
pormenorizado de su situación en la obra La rebelión de las masas174 de 1930. No
pocos autores175presentarán a Ortega como pionero en la actual construcción de la
Europa unida, visión que, como hemos señalado, queda plasmada en la obra de 1930. Y
la visión europea sigue presente también en lo pedagógico, justificado, en parte, porque
europeo es el origen de la Universidad, de la “inteligencia como institución”. De hecho,
no puede vislumbrarse qué sea la Universidad española si no es desde el trasfondo
europeo176.
4.2 LA AURORA DE LA RAZÓN VITAL
A nivel filosófico, la razón vital supondrá la madurez de la teoría orteguiana, el
redondeo y conceptuación definitivos de esa fuente de juventud, esa especie de matriz
radical de lo humano que fue para Ortega la vida177.
Por ello, antes de emprender el análisis de la tercera obra pedagógica más
relevante de las escritas por Ortega, conviene detenerse en dicha razón vital, razón que
confiere el título a esta tercera etapa orteguiana.
El propio Ortega resumía en El tema de nuestro tiempo, publicado en 1923 pero
que recogía trabajos de cátedra anteriores de varios años, el problema de lo que
entonces era aún un porvenir: “La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón
vital”178. Aunque ya bosquejado en la obra mencionada, el concepto de razón vital es
objeto de examen a fondo en Ni vitalismo ni racionalismo179, artículo publicado en la
Revista de Occidente en 1924.
174 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) La rebelión de las masas. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, pp.349-528. 175 Sirva de ejemplo el artículo de ESCÁMEZ, J., ORTEGA, P. y MARTÍNEZ, M. (2005) Los valores de la educación en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior, en ESTEBAN CHAPAPRÍA, V. (ed.) El Espacio Europeo de Educación Superior. Valencia, Editorial UPV, 165-198. 176 “Es evidente que lo más jugoso en esta conmemoración (la del cuarto centenario de la Universidad de Granada) sería dirigir una mirada a lo que ha sido la Universidad europea que incluye a la española y la granadina, y preguntarse si su porvenir presenta barruntos de bonanza o peligro” ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.737. 177 MAILLO, A. (1955) Las ideas pedagógicas de Ortega y Gasset, Revista de Educación, p.73. 178 ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.744. 179 ORTEGA Y GASSET, J. (1924) Ni vitalismo ni racionalismo. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo III, pp.715-724.
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Se hace necesaria una breve aproximación a la filosofía raciovitalista para
comprender las implicaciones antropológicas que de ella se derivan y que tendrán, a la
vez, incidencia en el ámbito pedagógico.
Ortega concibe la razón ligada a la vida. El principio cartesiano “pienso, luego
existo” desemboca en la conclusión orteguiana “pienso porque vivo”. Ortega analiza la
concatenación de pensamientos realizada por Descartes para llegar a la formulación de
su principio en el artículo En el centenario de una universidad. Se refiere a la sensación
de pérdida e inseguridad que debió experimentar Descartes cuando llegó a la
certidumbre de que lo único real que podía garantizar en su vida era que dudaba de todo
cuanto le rodeaba. Del reconocimiento de la certeza de la duda surgió la realidad
indubitable, la existencia del pensamiento. Dudar es pensar y pensar es existir, luego,
nosotros como seres pensantes existimos180.
Pero, para nuestro autor, vivir no es pensar. No existe el pensamiento y, en base
al mismo, el ser pensante sino a la inversa. Para pensar hace falta existir, sentirse
perdido en una realidad que no nos es ajena, hallarnos náufragos en el mundo que nos
rodea porque lo percibimos como un elemento ajeno a nosotros. Sin esa sensación de
desazón, sin caer en la cuenta de que cuanto nos rodea es inseguro, no tendríamos la
necesidad de pensar, de cuestionarnos la realidad. Primero existimos, vivimos, nos
sentimos perdidos y, por ello, buscamos seguridad en nuestros pensamientos. Luego, no
pensamos y, por ello, existimos sino que, precisamente porque existimos, pensamos181.
Luego vivir es la condición previa para que se dé el pensamiento, sin vida no
hay razón. Por tanto la razón ligada y enraizada a la vida, la razón vital es una realidad:
el hombre, por el hecho de serlo, piensa pero también vive y se da cuenta a sí mismo, de
su realidad y de la forma en que va actuando sobre ella. El pensamiento no es algo que 180 “Pues este hombre (refiriéndose a Descartes) se sentía perdido en la vida, nada en ella encontraba seguro. Nótese que esa sensación de perdimiento e inseguridad no es algo que nos acontezca a ratos en la vida, sino que es la vida misma, aunque hacemos todo lo posible para ocultárnoslo. Descartes quiere hacer pie en algo firme, tropezar con la auténtica realidad, sentirse seguro. Tanto da decir que nos sentimos perdidos como decir que dudamos. En efecto, todo es dudoso; a la vida no le es regalada ninguna convicción absoluta: es primero duda, perplejidad. Pero entonces, dice Descartes, si dudo, por lo menos es cierto que dudo, y luego da ese gran paso, tan sencillo y que es el paso de la Europa moderna: es cierto indubitablemente que dudo; pero dudar no es sino pensar. ¡Eureka!, hemos hallado la realidad indubitable: el pensamiento existe, y como yo soy ese pensamiento, yo existo. Existo, pues, porque pienso; existo como pensamiento, como inteligencia. Y eso, pensamiento, es lo único que hay” ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.742. 181 “No existo porque pienso, sino al revés: pienso porque existo. El pensamiento no es la realidad única y primaria, sino al revés, el pensamiento, la inteligencia, son una de las reacciones a que la vida nos obliga, tiene sus raíces y su sentido en el hecho radical, previo y terrible de vivir. La razón pura y aislada tiene que aprender a ser razón vital” ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.743.
95
el hombre posee y que, en virtud de tal posesión, pone en funcionamiento; es algo que
el hombre pone, con más o menos dificultad, en funcionamiento porque lo necesita.
Toda la trayectoria orteguiana desde sus inicios hasta esta tercera etapa se
convierte en un proceso de maduración de su pensamiento. En la primera etapa, el joven
Ortega abogaba por la cultura, por el uso de la razón, para conseguir salvar la
circunstancia española. En la segunda etapa se decantaba deliberadamente por la vida,
se trataba de fomentar la vida esencial para garantizar, más tarde, la especialización y la
adquisición de saber. En esta tercera etapa formula ya su filosofía raciovitalista en la
que hace falta vivir, sintiéndose náufrago en el mar de la realidad, para saber qué nos
pasa, para buscar tablones a los que aferrarnos, para dar cuenta mediante la razón de
nosotros mismos y de nuestra circunstancia. Sin ese conocimiento propio y de cuanto
nos rodea, es imposible alcanzar la plenitud de nuestra existencia182.
Ése es el sentido de la vida en Ortega. Sentirse vivo es sentirse perdido para
necesitar buscar formas de salvarnos, eso es la vida: “permanente conciencia de
naufragio y menester de natación”183. Estamos vivos mientras hacemos, mientras
luchamos, mientras buscamos. En el momento en que cesa nuestra actividad porque ya
no encontramos el sentido de la misma, cesa la vida y su esencia. En la filosofía
raciovitalista de nuestro autor, la vida humana es un gerundio y no un participio, un
faciendum y no un factum. Vivir es quehacer, pugna con las circunstancias, elegir la
propia opción, ése es el sentido de nuestra existencia184. Llegamos a la vida sin
solicitarlo, la vida nos viene, en cierta manera, impuesta. Pero, la vida no se nos entrega
182 Julián Marías en el extraordinario trabajo realizado en torno a su maestro nos muestra cómo toda la trayectoria orteguiana es maduración del pensamiento analizado en la etapa perspectivista, su filosofía raciovitalista va a descubrir lo que en dicha etapa empezaba a saber: “Que el hombre propiamente no es, sino que vive; y que vivir es lo que hacemos y lo que nos pasa, tener que nadar, náufrago en la circunstancia, para dar razón de ella, saber a qué atenerse y poder ser cada cual auténtica y libremente fiel a su destino” MARÍAS, J. (1983) Ortega. Madrid, Alianza, p.460. 183 ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.738. 184El hombre debe elegir la propia opción y darse una justificación a sí mismo de dicha elección porque es una realidad moral tal y como sostiene Zubiri. Para este autor la primera función de la inteligencia es biológica, para ser viable el organismo humano tiene que hacerse cargo de la realidad y en esta apertura a la realidad aparece el mecanismo de la justificación. Mientras el animal consigue el ajustamiento gracias a sus propias estructuras, en el ser humano este ajustamiento transcurre a través de las posibilidades, eligiendo y valorando la justeza de las mismas. Zubiri nos dirá que la realidad humana es constitutivamente moral. El hombre es, efectivamente, esa realidad que no puede ser lo que es sino debiendo serlo de alguna manera. No hay acción humana alguna del hombre que no tenga un carácter moral, incluso un niño es ya infantilmente moral. Sólo el animal es amoral. La moral es para Zubiri sinónimo de apropiación de posibilidades. El hombre es una realidad moral por el hecho de que su vida es una apropiación de posibilidades, sea cual sea el factor más determinante en esta apropiación de posibilidades (la intervención de los demás, el inconsciente, la presión social, la cultura, el adiestramiento). ZUBIRI, X. (1986) Sobre el hombre, Madrid, Alianza.
96
confeccionada sino que cada cual tiene que ir labrándose su itinerario vital. Tenemos,
pues, que actuar sobre nuestro destino, decidiendo alternativas, tomando decisiones de
tal modo que, incluso el no hacer nada representa ya un hecho, una decisión. Y, para
decidir, es requisito imprescindible conocer las diferentes opciones. De lo contrario,
decidimos a ciegas. Esta concepción de la vida como proceso y no como producto, de la
vida como gerundio y no como participio, la expresa nuestro autor como sigue:
La vida es quehacer. Y lo más grave de estos quehaceres en que la vida consiste no es que
sea preciso hacerlos, sino, en cierto modo, lo contrario. Quiero decir que nos encontramos
siempre forzados a hacer algo, pero no nos encontramos nunca estrictamente forzados a
hacer algo determinado, que no nos es impuesto éste o el otro quehacer, como le es
impuesta al astro su trayectoria o a la piedra su gravitación. Antes que hacer algo, tiene
cada hombre que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer. Pero esta decisión es
imposible si el hombre no posee algunas convicciones sobre lo que son las cosas en su
derredor, los otros hombres, él mismo. Sólo en vista de ellas puede preferir una acción u
otra, puede, en suma, vivir185.
Encontramos en estas reveladoras palabras dos rasgos de la vida humana que
tendrán, inexorablemente, unas implicaciones antropológicas y éticas: La vida como
proyecto y la vida como libertad. Éstas serán complementadas por una tercera: la vida
como historia.
La vida como proyecto conlleva la idea de que todo hombre se encuentra
irremediablemente abocado a protagonizar el drama que es su vida y debe representarlo
en función de las circunstancias que le rodean. Vivir es ser protagonista de nuestra
propia vida y llevarla al máximo de su potencial. Para ello, debemos, en primer lugar
conocernos a nosotros mismos: nuestras aptitudes, nuestras limitaciones, nuestros
valores y actitudes, nuestros intereses, inquietudes y aspiraciones y todo cuanto nos
define. Pero, además, para protagonizar nuestra historia se hace imprescindible también
conocer el o los escenarios en que vamos a desarrollarla. No todos los escenarios vitales
son iguales, más bien al contrario, ya que cada uno encuentra en ellos unos potenciales
o unas limitaciones. Es más, un mismo escenario jamás representa lo mismo para dos
individuos, cada uno percibe su circunstancia desde su particular punto de vista. Por
tanto, conocerse a uno mismo y conocer todas y cada una de las circunstancias que
185 ORTEGA Y GASSET, J. (1941) Historia como sistema. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo VI, p.47.
97
integran nuestros contextos serán requisitos imprescindibles para elegir y vivir nuestro
particular drama. Porque el hombre, lejos de ser esa realidad compuesta por cuerpo y
alma, es, precisamente, un drama. En el desarrollo de la misma irá encontrando
dificultades y facilidades que serán mayores o menores en función de la época histórica
que le toque vivir. Programa vital y época pueden ser afines o no. Evidentemente, si las
condiciones de vida son óptimas, la heroicidad de vivir la vida con plenitud será mínima.
Pero, por el contrario, aquel hombre que encuentra a su alrededor obstáculos que le
dificultan la realización de su proyecto personal, fueren éstos sociales, culturales,
económicos o de cualquier otra índole y, pese a ellos, pugna con las circunstancias
adversas por la consecución de sus objetivos, gozará, cuanto menos, de un gran mérito y
heroicidad. En definitiva, no podemos escaparnos de nuestras circunstancias, éstas
forman parte de nuestra forma de ser y estar en el mundo, favoreciendo o dificultando
nuestro particular proyecto vital186.
Las circunstancias son, por tanto, condicionantes de nuestro proyecto vital,
favoreciéndolo o dificultándolo. Conocerlas, ser conscientes de su potencial, es
requisito imprescindible para tomar decisiones. La decisión forma parte de nuestro
quehacer vital y conlleva la visión de la vida como libertad. En efecto, ser libre es poder
decidir, poder estimar, de entre varias opciones, cuál es la que más se adecúa a nuestro
proyecto de vida. Y esa capacidad de decisión conlleva libertad en la elección. Cada
hombre es libre para elegir su destino. Pero, la decisión conlleva riesgo y el riesgo
implica, a su vez, la responsabilidad de ser consecuentes con las decisiones que
tomamos, la responsabilidad de decidir hacia dónde nos dirigimos y qué camino
tomamos187. Realmente no sabemos si tendremos éxito en el camino emprendido, ya
que cualquier decisión que tomemos puede estar errada pero, al menos, nuestro
comportamiento será símbolo de la dignidad humana puesto que seremos guionistas y
actores del proyecto de nuestra vida. La calidad de nuestra vida vendrá dada por las
acciones que nosotros mismos seamos capaces de emprender y los logros que
realicemos, no habiendo un destino inexorable que se realice o venga dado por
186 “Pues bien, eso que llamamos una época histórica no es sino un clima moral, donde predominan ciertas valoraciones, ciertas preferencias, ciertos entusiasmos. ¡Coinciden las preferencias ambientes de nuestra época con el proyecto de vida que cada uno de nosotros es; entonces nuestra vida se logra fácilmente! Pero, si las estimaciones de la época en que vivimos pugnan con el tipo de hombre que hemos de ser, nuestra existencia se malogra. Esta ecuación de coincidencia o repugnancia entre nuestro programa vital y nuestra época es uno de los factores primarios de eso que llamamos “destino”” ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.739. 187 ESCÁMEZ, J. y GIL, R. (2001) La educación en la responsabilidad. Barcelona, Paidós, pp.12-14.
98
circunstancias externas a nosotros, sin nuestra personal e ineludible implicación. No hay,
pues, futuro con un sentido predeterminado sino que somos nosotros, mediante nuestras
acciones, quienes tenemos la posibilidad y la libertad de conferirle a tal futuro un
sentido y significados concretos. La libertad implica responsabilidad pero, además,
debería implicar autenticidad. Ser auténtico con nosotros mismos implica ser capaces de
elegir aquello para lo que estamos llamados, para lo que tenemos vocación.
Nuestro futuro es incierto y la dirección que tome dependerá de lo que nosotros
vayamos haciendo. Pero, en la infinita apertura hacia el futuro el hombre tiene un
condicionamiento, su propio pasado, su propia historia personal. Encontramos, en este
sentido, la tercera faceta vital apuntada, la vida como historia. Puesto que la vida es un
camino que se recorre siempre hacia delante, el futuro va constituyéndose en función de
los pasos que damos188. Y esos pasos son los que nos definen. Efectivamente, el hombre
es producto de lo que le ha pasado, lo que ha hecho le ha llevado a un punto de su
itinerario vital y no a otro. Pudieron pasarle, pudo hacer otras cosas, pero lo que
efectivamente le ha pasado y ha hecho constituye una inexorable trayectoria de
experiencia. Para saber dónde estamos debemos saber de dónde venimos, como hemos
llegado a esa encrucijada en la que nos encontramos: de ahí que la razón vital sea para
Ortega razón histórica. Cada hombre es una historia de vida. Ahora bien, no vivimos en
vista del pasado sino que cuando miramos atrás es, casi siempre, para afianzar nuestras
experiencias, nuestras raíces, para rememorar y ser conscientes de nuestra identidad y,
en base a ella, afrontar lo que tenemos por delante, nuestro futuro189.
Vida como proyecto, vida como libertad y vida como historia pero todas ellas en
torno a la vida de cada cual. Todo hombre posee un destino insustituible manifestado en
una vocación: “cada cual es el que tiene que llegar a ser, aunque acaso no consiga ser
188 POPPER, K.R. (1994) La responsabilidad de vivir: escritos sobre política, historia y conocimiento. Barcelona, Paidós, pp. 217-222. 189 “La vida es una faena que se hace hacia delante. Nuestro espíritu está siempre en el futuro, preocupado por lo que vamos a hacer, lo que nos va a pasar en el momento que llega. Sólo en vista de ese futuro, para prevenirlo y entrar en él bien pertrechados, se nos ocurre pensar lo que hemos sido hasta aquí. Vemos nuestro pasado como el conjunto de medios, de capacidades, de experiencias que nos permitirán afirmarnos en el porvenir, es decir, continuar sosteniéndonos en él” ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.735.
99
nunca”. “Ser el que has de ser”, no por unos imperativos éticos universales sino por los
propios imperativos éticos, los de cada uno190.
No pocas implicaciones pedagógicas se derivan de esta exigencia ética
orteguiana de autenticidad. Si todos fuéramos educados para ser nosotros mismos, para
conocer nuestra vocación y, en función de nuestras particulares circunstancias, tomar las
propias decisiones, estaríamos actuando según nuestro propio destino ético lo que
supondría, a su vez, que la vida sería en sí misma ética.
En este sentido Ortega podría ser considerado como uno de los precursores de la
orientación educativa. En 1934, encontramos a un Ortega maduro (tenía ya 51 años) en
las primeras lecciones de un curso universitario, realizando ante sus estudiantes una
definición de la metafísica como carrera y vocación profesional. Muchas de las
afirmaciones realizadas en su exposición Sobre las carreras191 serían extrapolables y
utilizables en la actualidad en el campo de la orientación profesional. Además, su
exposición es reflejo de la filosofía madura orteguiana de esta etapa. Habla, por ejemplo,
de la vida como la línea total del hacer de un hombre, como una carrera, en la que nadie
nos da decidida esa línea sino que cada cual la decide por sí. Ante la necesidad de elegir
una vida, el hombre busca en su contorno social para ver si ya está ahí lo que puede ser
su vida y encuentra toda una urdidumbre de vidas típicas (médicos, ingenieros,
catedráticos, zapateros,…), de carreras (incluyendo en este concepto las carreras y los
oficios) que son esquemas sociales de vida. Entonces, siente una llamada, un grito
imperativo que asciende desde su interior hacia una de ellas: es la vocación192. Ahora
bien, no se tiene vocación, por ejemplo, de médico sin plantearse uno mismo qué tipo
de vida llevará ejerciendo dicha profesión (salario, horario laboral, tipo de actividades
que realizará,…). En definitiva, al proyectarnos ejerciendo una u otra profesión no lo
hacemos en abstracto puesto que: “La vocación estricta del hombre es vocación para
una vida concretísima, individualísima e integral, no para el esquema social que son las
190 Como afirma el profesor Abellán (1990, 201): “Estamos, pues, a mil leguas del imperativo kantiano “obra de tal manera que tu conducta pueda servir de norma universal”, que debería ser cambiado por este otro: “Obra de tal manera que tus actos te hagan absolutamente insustituible”. El imperativo orteguiano está más en consonancia con el lema pindárico: “llega a ser el que eres”” ABELLÁN, J. L. (1991) Historia crítica del pensamiento español. Madrid, Espasa-Calpe, p.201. 191 ORTEGA Y GASSET, J. (1934) Sobre las carreras. En La Nación (Buenos Aires), septiembre-octubre. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, pp. 297-311. 192 Este pensamiento es desarrollado por Gregorio Marañón, colaborador de Ortega, en MARAÑÓN, G. (1936) Vocación y ética, y otros ensayos. Madrid, Espasa-Calpe.
100
carreras, las cuales, entre otras cosas, dejan fuera muchos órdenes de la vida sin
predeterminarlos” 193.
Ejercer una profesión es optar por un tipo de vida y no por otro, es dar respuesta
a una necesidad personal sentida. Sin embargo, apunta con gran acierto Ortega que las
carreras no son una necesidad individual sino, por el contrario, son necesidades sociales.
Es la sociedad la que necesita en cada momento un cierto número de personas,
profesionales, que ejerzan determinadas funciones necesarias para el cuerpo colectivo.
Pero, si las carreras están ahí es porque un día fueron creadas por un individuo. La
sociedad no es nunca original ni creadora sino que es un individuo el que, disconforme
con lo que su contorno le ofrece, crea la obra, la experimenta como necesidad y hace de
su cultivo un oficio, una profesión o magistratura. Lo que surge como necesidad
individual, se institucionaliza y se convierte en una necesidad social que, posteriormente,
atrae hacia ella a los jóvenes que, desorientados, miran en torno a sí y se sienten atraídos
por esa y no por otra disciplina. Se materializa así de nuevo la peculiar relación entre
individuo y comunidad194. Ahora bien, el Ortega social de la primera etapa que defendía,
ante todo, la comunidad de trabajo ha desaparecido. Defiende ahora que no todo se
reduce a la obra colectiva, a la comunidad creadora sino que, antes de esa comunidad,
de esa sociedad, debe estar la obra única e individual de un ser particular. Sólo las
necesidades individuales promueven necesidades sociales, aunque con el transcurso del
tiempo se olvide lo particular y parezca que siempre las cosas, los hechos, las
instituciones han estado ahí.
4.3 MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD
La madurez de la filosofía personal orteguiana ya aludida encuentra su reflejo en
la obra Misión de la Universidad. En esta obra, como señala Santolaria195, Ortega
supera la estrecha perspectiva nacional, realiza un análisis sincero del fenómeno
universitario centrándolo en su raíz (para qué y para quién) y refleja la teoría filosófica
personal. En ella se van entretejiendo la filosofía del autor y sus implicaciones
pedagógicas. Tras haberse ocupado en la etapa anterior de la escuela elemental, se
193 ORTEGA Y GASSET, J. (1934) Sobre las carreras. En La Nación (Buenos Aires), septiembre-octubre. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 301. 194 Es de interés para este asunto el análisis que hace sobre Ortega y Gasset, LAÍN ENTRALGO, P. (1968) Teoría y realidad del otro. Madrid, Revista de Occidente, Tomo I, pp. 281-298. 195 SANTOLARIA, F. F. (1983) Tres ensayos pedagógicos de Ortega, Perspectivas pedagógicas, 51, p.510.
101
centrará Ortega en la enseñanza superior. En Misión de la Universidad tratará el tema
de la vida y de la cultura, encontrará un equilibrio entre ambas, nos concienciará de la
necesidad de ser auténticos con nosotros mismos y de la autenticidad o falsedad de
nuestras instituciones educativas. Así mismo, reflexionará sobre lo que se le puede pedir
a una institución como tal y cómo, en ocasiones, la sociedad delega tal cantidad de
funciones en ellas que rebosan sus muros.
Hemos visto que para saber dónde estamos y hacia dónde vamos, debemos
recordar de dónde venimos puesto que: “El recuerdo es la carrerilla que el hombre toma
para dar un brinco enérgico sobre el futuro” 196.
Pues bien, antes de dar ese brinco enérgico hacia el futuro de la Universidad, es
conveniente tomar carrerilla, rememorando los orígenes de la misma, dónde, cuándo y
por qué surgió197. La historia de la institución universitaria ha sido, a la vez, un proceso
dramático y glorioso.
La Universidad es una de las instituciones con más antigüedad ya que su origen
se remonta a casi mil años. Surge a principios de la Edad Media cuando el saber y la
educación se encontraban relegados a las escuelas existentes en los monasterios y las
catedrales. En el siglo IX encontramos las escuelas monásticas surgidas en los
monasterios para la formación de los monjes, aunque acogían también a estudiantes
externos. Éstas fueron ampliadas a lo largo del siglo XI por las escuelas episcopales o
catedralicias, ya que los obispos fundaron centros de educación en las ciudades, cerca
de sus catedrales, que ofrecían la más avanzada educación disponible. Las escuelas
catedralicias se extendieron con rapidez en el siglo XI. Había veinte en el año 900 pero
en el año 1000, su número había crecido cuanto menos hasta doscientas, ya que cada
ciudad catedralicia se sentía obligada a establecer una. Las escuelas catedralicias
estaban organizadas por el clero secular y, aunque su propósito principal era educar a
los sacerdotes para ser hombres de Dios más letrados, también atrajeron a otros
individuos que deseaban contar con alguna educación, pero no querían ordenarse
sacerdotes.
Cabe señalar que no hubo universidades en el sentido físico y arquitectónico de
la palabra hasta finales de la Edad Media cuando las mencionadas escuelas llevaban
196 ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.736. 197 Para profundizar en los orígenes de la Universidad pueden consultarse RIDDER SYMOENS, H. D. (1994) Historia de la Universidad en Europa I. Las Universidades en la Edad Media. Bilbao, Universidad del País Vasco y RIDDER SYMOENS, H. D. (1999) Historia de la Universidad en Europa II. Las Universidades en la Europa Moderna Temprana (1500-1800). Bilbao, Universidad del País Vasco.
102
funcionando casi dos siglos. En realidad, durante los siglos XII y XIII la Universidad
estaba allí donde residían y enseñaban sus profesores y ese lugar variaba según la época
del año, pudiendo ser un claustro catedralicio, una abadía o simplemente una plaza al
aire libre. De hecho, la palabra universidad se deriva de las palabras latinas universitas
scholarum que significan corporación o gremio de profesores y alumnos, ya que la
palabra scholares valía para ambos. Se trataba, pues, de una comunidad educativa en la
que, a partir del siglo XII, los profesores empezaron a agruparse en defensa de la
disciplina escolar y la calidad de la enseñanza. Los alumnos, a su vez, comienzan
también a crear comunidades para protegerse del profesorado.
En el siglo XII es cuando surgen centros docentes como tales bajo el amparo
directo de los Papas y Reyes. En realidad, se trata de algunas de las escuelas
catedralicias y monacales que alcanzan el grado de Studium Generale, porque recibían
alumnos de fuera de su diócesis y concedían títulos que tenían validez fuera de ellas;
contaban con estatutos y privilegios otorgados, primero por el poder civil y,
posteriormente, ampliados por el papado. Aquellos centros que acogieron estudiantes de
diferentes nacionalidades y que desarrollaron la capacidad de ofrecer estudios en las
diversas disciplinas y de otorgar títulos universalmente reconocidos, se convirtieron en
las primeras universidades.
La primera Universidad europea en nacer fue la de Bolonia (Italia). Fue la
primera escuela en tener estudios reconocidos universalmente y estatutos propios,
siendo, por tanto, la primera en otorgar licencias reconocidas en toda Europa. Surgió en
1158 tras la fusión entre la escuela episcopal y la monacal camaldulense de San Félix.
La segunda y la que tuvo mayor fama fue la Sorbona de París bajo el nombre de
Colegio de Sorbona. Procede de la unión de las escuelas episcopales de Notre Dame,
San Víctor y Santa Genoveva.
Precisamente, para evitar que los estudiantes ingleses se desplazasen al
continente para estudiar en la Sorbona, recibiendo así la educación parisina, se crea la
universidad de Oxford, en Inglaterra, que procede también de una escuela monacal.
Una migración de académicos de Oxford, ocurrida en 1209, condujo a la
fundación de la Universidad de Cambridge. En la Alta Edad Media los reyes, papas y
príncipes rivalizaron en la fundación de universidades. A finales de la Edad Media había
ochenta universidades en Europa, la mayoría de ellas localizadas en Inglaterra, Francia,
Italia y Alemania. De ahí que, tal y como señala nuestro autor, la universidad sea
consustancial a Europa:
103
De minúsculos y privados centros de estudios que brotan con espontaneidad de hongos “en
todo lugar un poco tranquilo” durante los comienzos de la Edad Media, se desarrollan los
grandes cuerpos universitarios, que atraen gentes de los lugares más remotos de Europa y
palpitan y se estremecen como vísceras imprevistas dentro de la sociedad europea,
constituyendo su más auténtica novedad. Porque esto es lo primero que conviene hacer
constar: la Universidad, el cultivo y enseñanza del saber organizados como corporación
pública, como institución, es algo exclusivamente europeo, que no había existido en
ninguna otra sociedad198.
Y es en Europa donde la Universidad, el saber institucionalizado, supo
constituirse como poder social haciendo frente a otros poderes ya consolidados. El siglo
XII, en el que se sitúa el origen de la Universidad, fue el siglo en que reaparecieron las
ciudades y los mercados en Europa, tras largas centurias de ruralización y economía de
subsistencia. El intelectual y la Universidad nacieron con las ciudades, su resurgimiento
a partir de los cadáveres de las ciudades romanas los hizo posible. La escuela monástica,
el scriptorium y el monje copista son tipos propios de una sociedad feudal, una sociedad
rural de castillos y aldeas. La Universidad pertenece a un nuevo mundo que dejó atrás la
feudalidad, el del renacimiento del siglo XII y las catedrales góticas, un renacimiento
que situó a Europa de nuevo a la cabeza del orbe en ciencia y arte. La Universidad
representa el poder de los intelectuales199.
De este modo, en Europa las universidades, las catedrales de la sabiduría, se van
consolidando como tales y se posicionan frente al resto de poderes, representando el
saber constituido como poder social. La causa que hace posible el triunfo de dicho
poder es, precisamente, el entusiasmo que el europeo sentía por la inteligencia.
Ahora bien, Ortega, que ha mirado hacia atrás para dirigirse hacia delante, se
cuestiona el futuro de la que ha sido la más esplendorosa de las instituciones: “La
Universidad europea ha sido algo magnífico, glorioso y triunfante; en el siglo XIX llega
al máximum de su poder; pero, ¿y mañana? ¿Qué será mañana?” 200.
198 ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.737. 199 “Frente al poder político, que es la fuerza, y la Iglesia, que es el poder trascendente, la magia de la Universidad se alzó como genuino y exclusivo y auténtico poder espiritual: era la Inteligencia como tal, exenta, nuda y por sí, que por vez primera en el planeta tenía la audacia de ser directamente y, por decirlo así, en persona, una energía histórica. ¡La Inteligencia como Institución!” ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.737. 200 ORTEGA Y GASSET, J. (1931) En el centenario de una universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p.738.
104
Para nuestro autor, la inteligencia se encuentra en crisis y, al entrar en crisis ésta,
también la Universidad lo hace. De ahí que sea necesario replantearse la función de la
universidad. La salvación del saber institucionalizado pasará por la reforma del mismo:
“La crisis de la Inteligencia –y con ella de la Universidad– sólo puede dominarse
mediante una reforma de la inteligencia” 201.
Por tanto, la reforma de la inteligencia supondrá la reforma de la Universidad.
Ahora bien, la raíz de dicha reforma, lo esencial de la misma, está en acertar
rigurosamente con su misión. A esta cuestión dedica, precisamente, Ortega el ensayo
Misión de la Universidad202.
Si bien data de 1930, este ensayo podría ser un referente actual para todos los
que reflexionan y piensan sobre el papel de la Educación Superior, sobre la universidad
y su razón de ser, sobre el tipo de estudiante que pretendemos formar y la institución
que, en función de éste, debemos organizar. El escrito aparece ante nuestros ojos, a
pesar de haber sido redactado hace casi 80 años en un mundo completamente diferente
al actual, en otra realidad, como absolutamente vigente y extrañamente aplicable.
La Misión de la Universidad tiene su origen en una extensa conferencia
impartida el 9 de octubre de 1930 a los alumnos de la Universidad de Madrid a petición
de la FUE (Federación Universitaria Escolar). En la conferencia, Ortega ofrece todo un
programa resolutorio de la endémica crisis universitaria, que habría de tener un fuerte
impacto en la vida universitaria en una época donde se gestaban tremendas convulsiones
sociales. La conferencia se publicará en noviembre en el diario El Sol y será editada
como libro en La rebelión de las masas203.
Consciente de que en una conferencia de una hora de duración era vano el
intento de desarrollar nada que se asemejara a un proyecto consistente de reforma
universitaria, Ortega resuelve la cuestión de dicha reforma centrándola en dos puntos: el
temple con el que hay que hacer algo y la raíz de ese algo que se va a hacer. Y, tras
decir lo que juzgaba más urgente sobre el temple que los estudiantes deben conquistar si
quieren, en efecto y en serio, ocuparse de una reforma universitaria, se centra en la
cuestión fundamental: la misión de la universidad.
201 Ibídem, p.744. 202 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, pp. 531-568. 203 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) La rebelión de las masas. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, pp. 349-528.
105
Para nuestro filósofo, la raíz de toda reforma universitaria está en acertar
plenamente con su misión; especificar el motivo de su existencia. Se trata, en definitiva,
de esclarecer la cuestión de para qué existe y tiene que estar la Universidad.
Para resolver este asunto, una postura cómoda pero, a la vez, estéril sería mirar
lo que se hace en universidades de pueblos ejemplares e intentar extrapolarlo a nuestro
país. Sin embargo, nuestro autor desestima la conveniencia de importar modelos
exitosos de universidades de otras sociedades. Propone no dejar de admirar al prójimo
ejemplar, pero a condición de aplicarnos a continuación a resolver nuestro propio
destino204.
Encontramos, pues, la obligación de cumplir nuestro particular destino como
pueblo, como sociedad; encontramos el imperativo orteguiano de la necesidad de
autenticidad para con nosotros y con nuestra personal vocación. En ese proceso personal
e intransferible de pensar y construir nuestra Universidad, no importaría un resultado
coincidente o similar al de otros países porque lo realmente importante sería haberlo
obtenido por nosotros mismos205.
La intención de imitar lo que sea la universidad de otros países es producto de un
razonamiento erróneo, el de pensar que las naciones son grandes porque su escuela es
buena. Realmente, cuando una nación es grande suele coincidir que también su escuela
lo es, pero, al igual que lo son otros de sus productos sociales como su economía, su
política o su religión. Y es que es el país el que construye su educación, es la sociedad
la que construye las instituciones sociales y no a la inversa. Ello no es obstáculo para
que una vez originadas, dichas instituciones contribuyan a la mejora de la sociedad,
produciéndose de este modo un equilibrio óptimo y optimizador entre sociedad y
educación. La escuela, por sí misma, no posee la fuerza creadora histórica sino, más
bien, es el país que mantiene la escuela el que la crea y debe velar por su mantenimiento
y mejora. En definitiva, una nación no debe su grandeza a la perfección de su escuela
sino más bien al contrario, la escuela es buena cuando la nación es grande206.
204 “No censuro que se mire al prójimo ejemplar –al contrario, hay que hacer esto pero sin que ello vaya a eximirnos de resolver luego nosotros originalmente nuestro destino. Cada hombre y cada grupo y cada pueblo vienen al mundo con la obligación inexorable de ser él mismo y de no ser el prójimo” ORTEGA Y GASSET (1930) Misión de la Universidad. –La cuestión fundamental (borrador). Obras Completas, Madrid, Taurus, 2008, Tomo VIII, p. 410. 205 “No importa que lleguemos a las mismas conclusiones y formas que otros países; lo importante es que lleguemos a ellas por nuestro pie, tras personal combate con la cuestión substantiva misma” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 533. 206 “Principio de educación: la escuela, como institución normal de un país, depende mucho más del aire público en que íntegramente flota que del aire pedagógico artificialmente producido dentro de sus muros.
106
Evitarse la fatiga de pensar o repensar por nosotros mismos las cuestiones
educativas, recurriendo a la imitación y reproducción de modelos ajenos, conduce a un
inexorable anacronismo ya denunciado en anteriores ocasiones por nuestro autor. De
hecho, en el ensayo Pedagogía y anacronismo207 de 1923, Ortega había expuesto el
anacronismo que suele padecer el pensamiento pedagógico. En él, denuncia que el
pedagogo no es nunca el filósofo de su pedagogía, sino que “bebe” la de sus maestros,
que son al menos de una generación anterior a la suya, y cuando estas ideas fraguan en
políticas educativas concretas y el pedagogo viene a ponerlas en práctica ha pasado, al
menos, una generación más. Por lo tanto, la pedagogía adolece de un anacronismo
crónico. Esta idea es expuesta, de nuevo, al abordar la Misión de la Universidad y sirve
para alertarnos del peligro que conlleva el no ser agentes activos en la producción y
reflexión educativa:
Por contentarse con imitar y eludir el imperativo de pensar y repensar por sí mismos las
cuestiones, nuestros profesores mejores viven en todo con un espíritu quince o veinte años
retrasado, aunque en el detalle de sus ciencias estén al día. Es el retraso trágico de todo el
que quiere evitarse el esfuerzo de ser auténtico, de crear sus propias convicciones. El
número de años de este retraso no es casual. Toda creación histórica –ciencia, política–
proviene de cierto espíritu o modalidad de la mente humana. Esa modalidad aparece con
una pulsación o ritmo fijo –con cada generación. Una generación, emanando de su espíritu,
crea ideas, valoraciones, etcétera. El que imita esas creaciones tiene que esperar a que estén
hechas, es decir, a que concluya su faena la generación anterior, y adopta sus principios
cuando empiezan a decaer y otra nueva generación inicia ya su reforma, el reino de un
nuevo espíritu. Cada generación lucha quince años para vencer y tienen vigencia sus modos
otros quince años. Inexorable anacronismo de los pueblos imitadores o sin autenticidad208.
Por tanto, del extranjero puede tomarse orientación pero no modelos. Así que no
queda más remedio que ser auténticos y enfrentarse a la tarea ineludible, determinar la
misión de la Universidad. Para ello, Ortega parte de qué es la Universidad y qué ofrece
como tal.
Para nuestro autor, la Universidad es la institución donde reciben enseñanza
superior todos los que en cada país la reciben. En la España de 1930, quienes recibían
Sólo cuando hay ecuación entre la presión de uno y otro aire la escuela es buena” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 533. 207 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Pedagogía y anacronismo. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo III, pp. 515-517. 208 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 534.
107
esta enseñanza no eran todos los que podían y debían recibirla, sólo lo hacían los hijos
de las clases acomodadas209. En este sentido, nuestro autor, como ilustrado progresista y
liberal, afirma la necesidad de llevar al obrero el saber universitario ya que éste es
valioso y deseable. Pero, la universalización de la Universidad es una cuestión política,
de Estado, más que una cuestión educativa210.
Habiendo subrayado que en la Universidad reciben enseñanza superior los que la
reciben, se adentra el autor en la cuestión capital: ¿En qué consiste esa enseñanza
superior ofrecida a la legión inmensa de los jóvenes? Básicamente, en dos cosas: a)
enseñanza de las profesiones intelectuales; b) la investigación científica y la preparación
de futuros investigadores.
La enseñanza superior consiste, pues, en dos tareas dispares: profesionalismo e
investigación. Precisamente, por ser tan dispares, sorprende que aparezcan fundidas y
que no se cuestione en qué medida debe enfatizarse una u otra.
Aunque, según Ortega, en España la cultura de la ciencia sea aún escasa, existe
una tendencia en las grandes universidades europeas, tendencia a la que con retraso se
sumará nuestro país, de intensificar la investigación y desatender relativamente la
enseñanza de las profesiones. Resulta éste un hecho paradójico por dos razones. La
primera de ellas, sería una razón social práctica, ya que la sociedad necesita mayor
número de profesionales que de científicos investigadores; necesita muchos médicos,
farmacéuticos, pedagogos, pero sólo necesita una minoría reducida de científicos. La
segunda sería una razón no tan social sino más bien natural, de naturaleza, ya que la
vocación de científico no es un hecho generalizado. Al contrario, la vocación para la
ciencia, sea ella la que sea, es una vocación especialísima, que muy pocos poseen. Ello
no quiere decir que no deba cultivarse la investigación universitaria. Ahora bien, es
deseable que el número de científicos sea relativamente grande pero siempre
refiriéndose a cifras muy pequeñas si se compara con las necesarias en las profesiones
prácticas. De este modo, le sorprende a Ortega que aparezcan fundidas la enseñanza de
las profesiones, que es para todos, y la investigación, que es para poquísimos.
Pero, además de estas dos funciones, la Universidad en sus planes de estudio
conserva un reducto de la que, en su día, fue la principal tarea de la Universidad: la
209 “La Universidad significa un privilegio difícilmente justificable y sostenible” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 535. 210 “La tarea de hacer porosa la Universidad al obrero es en mínima parte cuestión de la Universidad y es casi totalmente cuestión del Estado. Sólo una gran reforma de éste hará efectiva aquélla” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 535.
108
transmisión de la cultura. Cabe recordar que el plan de estudios medieval se basaba en
una división en Trivium y Quadrivium, esto es, Letras y Ciencias. Trivium procede de
Tres, ya que tres eran las ramas del saber que correspondían a las letras: Gramática,
Retórica y Dialéctica. Quadrivium procede de Cuatro, ya que cuatro eran las ramas del
saber de las Ciencias: Aritmética, Geometría, Música y Astronomía.
Ortega se lamenta de que, en aras de la especialización y el profesionalismo, la
enseñanza medieval Superior haya quedado reducida a un mero apunte en los planes
universitarios:
“Cultura general”. Lo absurdo del término, su filisteísmo, revela su insinceridad. “Cultura”,
referida al espíritu humano –y no al ganado o a los cereales– no puede ser sino general. No
se es “culto” en física o en matemática. Eso es ser sabio en una materia. Al usar esta
expresión de “cultura general” se declara la intención de que el estudiante reciba algún
conocimiento ornamental y vagamente educativo de su carácter o de su inteligencia. Para
tan vago propósito tanto da una disciplina como otra, dentro de las que se consideran menos
técnicas y más vagarosas: ¡vaya por la filosofía, o por la historia, o por la sociología!211.
De este modo, lo que en el origen de la Universidad constituía la esencia de la
misma, la cultura, queda en la actualidad orteguiana relegada a constituir una formación
suplementaria, sin tener ésta un objetivo y propósito definido. No deja de ser cuanto
menos asombroso y decepcionante que, lo que confiere sentido a la existencia humana,
lo que salva al hombre del naufragio vital, la cultura, haya sido minimizada a la
realización de un curso de “cultura general”. Ortega es tajante al respecto, no podemos
vivir humanamente sin ideas y éstas son las que constituyen la cultura212.
La principal consecuencia de que la Universidad contemporánea haya
complicado enormemente la enseñanza de las profesiones al relegarla al estudio de la
investigación científica y la haya degradado al disminuir casi por completo la enseñanza
y transmisión de la cultura es que nos encontramos con profesionales que son nuevos
bárbaros carentes del sistema vital de ideas sobre el mundo y el hombre
correspondientes a su tiempo. Un nuevo bárbaro retrasado con respecto a su época; un
profesional sabio, pero terriblemente inculto.
211 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 537. 212 “Cultura es el sistema vital de las ideas en cada tiempo. Importa un comino que esas ideas o convicciones no sean, en parte ni en todo, científicas. Cultura no es ciencia” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 538.
109
El siglo XX nos ha dado la peculiarísima brutalidad y la agresiva estupidez con
que se comporta un hombre cuando sabe mucho de una cosa e ignora la raíz de todas las
demás. El profesionalismo y el especialismo, al no estar debidamente compensados, han
roto en pedazos al hombre europeo y sólo la universidad puede reconstruir con los
pedazos dispersos, la unidad vital del hombre europeo213.
Recuperar la cultura, el sistema de ideas vivas de nuestro tiempo, para poder
transmitirlas y que el hombre sea, antes que nada, hombre; después ya profesional y, si
está llamado a serlo, científico. Con el concepto de cultura que nos presenta Ortega
como sistema de ideas vivas de nuestro tiempo y con el radical fundamento de la misma
(que no es otro que la propia vida humana), encuentra nuestro autor el equilibrio entre el
binomio vida-cultura que ha estado presente durante toda su trayectoria filosófica y
pedagógica. En la primera etapa, abogaba por la cultura; en la segunda etapa, desde el
perspectivismo era la vida lo fundamental; ahora, en la etapa raciovitalista, muestra el
autor cómo la cultura es una necesidad ineludible, constitutiva de toda vida humana, y
cómo para vivir nuestra vida y trazar nuestro plan vital, necesitamos partir de la cultura,
necesitamos tener una interpretación del mundo y de nuestra posición en él. Se hace
preciso, pues, diferenciar entre cultura y ciencia y entre funciones primarias de la
Universidad y funciones secundarias. La función cultural de la Universidad está por
encima de la función investigadora o científica. Convertir al estudiante medio en un
hombre culto, además de un buen profesional, es a lo que debe aspirar la Educación
Superior.
No quiere esto decir que la transmisión de la cultura sea la única función de la
Universidad, pero la cultura debe recuperar su estatus. De este modo, la enseñanza
universitaria aparece integrada por tres funciones:
I. Transmisión de la cultura.
II. Enseñanza de las profesiones.
III. Investigación científica y educación de nuevos hombres de ciencia.
Hasta aquí, lejos de haber respondido a la cuestión de la misión de la
Universidad, no hemos hecho sino abonarnos el terreno para hacerlo. Y Ortega continúa
213 “Por eso es ineludible crear de nuevo en la Universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo posee. Ésa es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser, antes y más que ninguna otra cosa, la Universidad” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 540.
110
sentando los precedentes, allanando el camino, antes de abordar directamente la
cuestión capital.
¿Qué premisa debe presidir la reforma universitaria? La de la autenticidad,
premisa que no cumple en la actualidad. Ortega denuncia la falsedad de la institución
universitaria, su pecado radica en no ser auténticamente lo que es214.
Tres años después de esta conferencia, en 1933, en la primera lección de un
curso, Sobre el estudiar y el estudiante215, Ortega profundizará en la falsedad que
supone el hecho de estudiar y cómo el estudiante al estudiar algo de lo que no siente la
necesidad inmediata se convierte también en farsante. De nuevo, el imperativo
orteguiano de ser auténticos. Y los estudiantes no lo son, no son auténticos porque
realizan una tarea que no sienten realmente como propia. Y ese sentir, esa vocación por
el estudio, esa necesidad intrínseca que surge en uno y que no puede acallar es el
requisito previo para tener éxito al estudiar216.
Ahora bien, conviene matizar que hay diferentes formas de necesidad: las
externas, las que me imponen, las necesidades que me llegan pero son extrañas a mí,
son las necesidades mediatas; en cambio, las necesidades que surgen en mi interior, que
siento como tales, que las reconozco en mí, son las necesidades inmediatas. Realizar
una tarea por una necesidad externa, impuesta, no es realizarla con autenticidad, no es
realizarla porque se está llamado a ello, sino que se realiza falsamente. De ahí, la crítica
orteguiana de que los estudiantes son unos farsantes puesto que no sienten la necesidad
de estudiar aquello que estudian, sino que más bien aceptan la necesidad impuesta desde
fuera (medio social, familiar,…) sin sentirla. En Pedagogía diríamos que no tienen una
motivación intrínseca, que no se enfrentan a la tarea por el placer de realizarla sino por
lo que ésta le puede reportar (social, económica o académicamente).
Para Ortega el estudiante tipo es un hombre que no siente directa necesidad de la
ciencia, preocupación por ella y, sin embargo, se ve forzado a ocuparse de ella. Esto
implica ya un acto poco auténtico, significa la falsedad general del estudiar. Pero luego,
esa falsedad general se concreta puesto que el estudiante no estudia en general sino que
214 “Una institución en que se finge dar y exigir lo que no se puede exigir ni dar es una institución falsa y desmoralizada” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 543. 215 ORTEGA Y GASSET (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. En La Nación (Buenos Aires), 23 de abril. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, pp. 267-275. 216 “Para entender verdaderamente algo, no hace falta tener eso que se llama talento ni poseer grandes sabidurías previas -lo que, en cambio, hace falta es una condición elemental, pero fundamental: lo que hace falta es necesitarlo” ORTEGA Y GASSET (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. En La Nación (Buenos Aires), 23 de abril. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 268.
111
elige una carrera y ésta, a su vez, se concreta en unas disciplinas singulares
pertenecientes a la ciencia tal o la ciencia cual. Por lo que esa ciencia, que en su día fue
realmente sentida por los creadores de la misma, se convierte en algo inerte, en un falso
hacer. De ahí, que Ortega sea determinante al afirmar:
El estudiante es una falsificación del hombre. Porque el hombre es propiamente sólo lo que
es auténticamente por íntima e inexorable necesidad. Ser hombre no es ser, o, lo que es
igual, no es hacer cualquier cosa, sino ser lo que irremediablemente se es. Y hay los modos
más distintos entre sí de ser hombre, y todos ellos igualmente auténticos. El hombre puede
ser hombre de ciencia y hombre de negocios u hombre político u hombre religioso, porque
todas estas cosas son, como veremos, necesidades constitutivas e inmediatas de la
condición humana. Pero el hombre por sí mismo no sería nunca estudiante, como el hombre
por sí mismo no sería nunca contribuyente. Tiene que pagar contribuciones, tiene que
estudiar, pero no es ni contribuyente ni estudiante. Ser estudiante, como ser contribuyente,
es algo “artificial” que el hombre se ve obligado a ser217.
Ésta es la tragedia constitutiva de las instituciones educativas y de la que debe
partir la reforma de la educación: la falsedad del estudiar. Esta tragedia se agrava
porque cada día, generación tras generación, el saber humano va en aumento y se hace
cada vez más complejo y, conforme aumenta, se enriquece y especializa el saber, más
lejos estará el estudiante de sentir inmediata y auténticamente la necesidad de él.
La solución no pasa por denunciar la falsificación del estudiar y, por esa razón,
eliminar el estudio, no. Al contrario, Ortega es consciente de que la solución no consiste
en decretar que no se estudie, sino en reformar la enseñanza recuperando la esencia del
estudio, haciendo sentir al estudiante la necesidad y utilidad de aquello que estudia218.
Señalábamos que conforme aumenta, se enriquece y especializa el saber, más
difícil se hace sentir la necesidad de él. En la Universidad, la catedral de la sabiduría, el
cúmulo de saber es desbordante. La enseñanza del mismo es un deseo utópico que, en la
práctica, no puede materializarse. De ahí que la enseñanza universitaria tenga para
Ortega un carácter ficticio, se finge dar y exigir lo que no se puede exigir ni dar porque
es, prácticamente, imposible. La Universidad es una institución falsa y desmoralizada.
217 ORTEGA Y GASSET (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. En La Nación (Buenos Aires), 23 de abril. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 273. 218 “Enseñar no es primaria y fundamentalmente sino enseñar la necesidad de una ciencia, y no enseñar la ciencia cuya necesidad sea imposible hacer sentir al estudiante” ORTEGA Y GASSET (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. En La Nación (Buenos Aires), 23 de abril. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 275.
112
Se debe reformar basándonos en el principio de economía en la enseñanza, en vez de
enseñar lo que debería enseñarse, hay que enseñar sólo lo que se puede enseñar, es decir,
lo que se puede aprender.
Ortega enuncia de nuevo, como había hecho en Biología y Pedagogía219, el
principio de la economía en la enseñanza. Esta vez reconoce que ese principio “es la
cuestión capital de la enseñanza en todos sus grados” 220.
Con gran acierto sitúa los orígenes de las instituciones escolares en el momento
histórico en que fueron necesarias, en el siglo XVIII, cuando realmente se hacía
necesaria una selección del saber que garantizara la transmisión de lo realmente valioso,
cuando vino a granar la primera gran cosecha de la cultura moderna. Muestra, como
sigue, la necesidad de la Pedagogía:
La enseñanza brota cuando el saber que es preciso adquirir contrasta con la limitación en la
facultad de aprender. Hoy más que nunca el exceso mismo de riqueza cultural y técnica
amenaza con convertirse en catástrofe para la humanidad, porque a cada nueva generación
le es más difícil o imposible absorberla.
Urge, pues, instaurar la ciencia de la enseñanza, sus métodos, sus instituciones, partiendo
de este humilde y seco principio: el niño o joven es un discípulo, un aprendiz, y esto quiere
decir que no puede aprender todo lo que habría que enseñarle. Principio de la economía en
la enseñanza221.
En el ámbito universitario Ortega realiza un uso extensivo de la economía en la
enseñanza. Ésta no implica sólo ahorrar en los contenidos sino que implica también una
redistribución de roles. Hasta ahora, en la Educación Superior, el principal actor era el
profesor, bajo cuya responsabilidad estaba la organización y presentación de los
contenidos así como su transmisión y evaluación. El otro eje vertebrador del triángulo
educativo eran los contenidos, la materia a aprender. Pues bien, Ortega se propone
economizar también en los roles y ceder todo el protagonismo al alumnado:
El principio de economía no sugiere sólo que es menester economizar, ahorrar en las
materias enseñadas, sino que implica también esto: en la organización de la enseñanza
219 “La cuestión está en que la capacidad receptiva del niño y la docente del maestro son muy limitadas en volumen, en calidad y en tiempo. El problema de educación es siempre un problema de eliminación, y el problema de la educación elemental es el problema de la educación esencial” ORTEGA Y GASSET (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 402. 220 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 544. 221 Ibídem, p.547.
113
superior, en la construcción de la Universidad, hay que partir del estudiante, no del saber ni
del profesor. La Universidad tiene que ser la proyección institucional del estudiante, cuyas
dos dimensiones esenciales son: una, lo que él es: escasez de su facultad adquisitiva de
saber; otra, lo que él necesita saber para vivir222.
Por tanto, dos requisitos deberán presidir la reforma universitaria:
1. Que de nuevo se centre la Universidad en el estudiante, que la Universidad
vuelva a ser ante todo el estudiante y no el profesor, como lo fue en su hora más
auténtica.
2. Que se realice una selección de los saberes en base a dos criterios: los que
sean estrictamente necesarios para la vida efectiva del estudiante y sus ineludibles
urgencias y, de éstos, los que pueda el estudiante medio aprender con holgura y plenitud.
No queda más remedio que adecuar la enseñanza al estudiante si se pretende que
estudiar sea un acto real, efectivo y no ficticio. No podemos optar por la supresión del
estudio porque éste, lejos de ser un hecho trivial, es la garantía de que el progreso de la
humanidad no caerá en el olvido223.
Por ello, urge la reforma de la Universidad y debe ésta comenzar por adecuarse
al estudiante y exigir aquello que pueda, no aquello que debiera pero no es factible.
Vistos, pues, los principios de los que debemos partir, Ortega especifica las
funciones primarias de la Universidad y presenta los siguientes lemas:
A) La Universidad consiste, primero y por lo pronto, en la enseñanza superior
que debe recibir el hombre medio.
B) Hay que hacer del hombre medio, ante todo, un hombre culto –situarlo a la
altura de los tiempos. Por lo tanto, la función primaria y central de la Universidad es la
enseñanza de las grandes disciplinas culturales que son: Física, Biología, Historia,
Sociología y Filosofía.
C) Hay que hacer del hombre medio un buen profesional.
222 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 548. 223“Estudiar y ser estudiante es siempre, y sobre todo hoy, una necesidad inexorable del hombre. Tiene éste, quiera o no, que asimilarse el saber acumulado, so pena de sucumbir individual o colectivamente. Si una generación dejase de estudiar, la humanidad actual, en sus nueve décimas partes, moriría fulminantemente” ORTEGA Y GASSET (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. En La Nación (Buenos Aires), 23 de abril. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 274.
114
D) No se ve razón densa para que el hombre medio necesite ni deba ser un
hombre científico. Consecuencia escandalosa: la ciencia en su sentido propio, esto es, la
investigación científica, no pertenece de una manera inmediata y constitutiva a las
funciones primarias de la Universidad.
Es consciente nuestro autor de lo revolucionario de su plan universitario. Hasta
el momento, Universidad y Ciencia eran una. Sin embargo, para Ortega, la ciencia es
única y exclusivamente investigación, la investigación científica consistente en
plantearse problemas, trabajar en resolverlos y llegar a una solución. Pero, esa
investigación no conlleva el saber aprender el contenido de una ciencia ni, mucho
menos, saber explicarla o saber transmitir la necesidad de que exista224. En definitiva,
el científico no tiene por qué ser el encargado de enseñar una ciencia y, viceversa, el
profesional que se forma como tal no tiene que ser científico.
No es que nuestro autor considere inútil la ciencia, más bien al contrario, la
ciencia es una de las cosas más altas que el hombre produce y hace. Siendo, incluso,
más alta que la Universidad ya que ésta es una institución docente y como tal tiene unas
limitaciones. Ciencia es creación y la acción pedagógica no crea sino transmite, enseña
esa creación. Para Ortega cualquier hombre no puede llegar a ser científico225. Ya en el
borrador de su conferencia, Ortega había señalado lo utópico de la pretensión
universitaria de formar a la vez profesionales y científicos226.
Por tanto, la Universidad ha de separar claramente la enseñanza de las
profesiones de la investigación científica227.
A su vez, tanto profesores como estudiantes deben ser honestos consigo mismos
y ser fieles a su vocación, a su destino. Encontramos de nuevo al Ortega que aboga por
la autenticidad de cada ser humano, al Ortega que pugna por el conocimiento de uno
mismo y de las circunstancias propias para realizar el destino único, de cada uno. En
224 “Por eso no es ciencia aprender una ciencia ni enseñarla, como no lo es usarla ni aplicarla” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 551. 225 “Es cosa tan alta la ciencia, que es delicadísima y –quiérase o no– excluye de sí al hombre medio. Implica una vocación peculiarísima y sobremanera en la especie humana. El científico viene a ser el monje moderno” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 552. 226 “Querer que todo el mundo sea científico es una utopía y comportarse como si ello fuera posible, hacer la vista gorda sobre el hecho de que no se está haciendo lo que se pretende estar haciendo, es constituirse en permanente falsificación” ORTEGA Y GASSET (1930) Misión de la Universidad. –La cuestión fundamental (borrador). Obras Completas, Madrid, Taurus, 2008, Tomo VIII, p. 412. 227 “Hay, pues, que sacudir bien de ciencia el árbol de las profesiones, a fin de que quede de ella lo estrictamente necesario y pueda atenderse a las profesiones mismas, cuya enseñanza se halla hoy completamente silvestre” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 554.
115
Biología y pedagogía, señalaba Ortega que en la psicología infantil predominaba el
deseo. El alma del niño era una varita de virtudes cuya función era soñar228. En la
infancia, desear y soñar. Ahora, frente al estudiante universitario que pugna por
encontrar su papel en el mundo, señala como virtud el querer, la fuerza de voluntad, el
empeño personal y como rol el de realizar su proyecto, el alcanzar su destino. Éste
conlleva limitación y renuncia ya que únicamente tenemos una vida finita y limitada
para lograr la consecución de nuestro particular objetivo vital229.
Impavidum ferient ruinae, “las ruinas lo sorprenderán impávido”, el que acepta
su destino, se acepta a sí mismo y acepta su limitación, se vuelve inconmovible. Para
que el joven universitario pueda hallarse en ese “estado de gracia”, la institución a la
que acude para alcanzar ese, su destino, debe ofrecerle lo que puede lograr, no falsas
esperanzas. Investigación científica no implica la enseñanza de la profesión y ambas,
como nos ha señalado Ortega, han desplazado a la cultura. Sin embargo, ésta es
condición sine qua non para vivir, de ahí que la transmisión de la cultura constituya la
función primaria de la Universidad. Prioriza, pues, nuestro autor la cultura frente a la
ciencia porque la primera sirve de soporte a la vida, constituye la tierra firme a la que
aferrarnos.
Y necesitamos aferrarnos a la cultura porque la vida no nos es dada hecha, sino
que, queramos o no, tenemos que irla decidiendo nosotros instante tras instante. En cada
minuto necesitamos resolver lo que vamos a hacer en el inmediato, y esto quiere decir
que la vida del hombre constituye para él un problema perenne. Para decidir ahora lo
que va a hacer y ser dentro de un momento, tiene, quiera o no, que formarse un plan, por
simple o pueril que éste sea. No es que deba formárselo, sino que no hay vida posible,
sublime o ínfima, discreta o estúpida, que no consista esencialmente en conducirse
según un plan. Y, precisamente para planificar nuestra vida o para justificarla,
necesitamos partir de una interpretación de lo que es el mundo y las cosas en él y, aún
más, de nuestro papel, de nuestra conducta en él230. Y esa interpretación nos es dada por
228 Véase la última parte del ensayo “la varita de virtudes”, nombre con el que nuestro autor se refiere al alma del niño, en ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, pp.427-430. 229 El imperativo de hacer, de conseguir efectivamente algo, nos fuerza a limitarnos. Y eso, limitarse, es la verdad, la autenticidad de la vida. Por eso toda vida es destino. Si fuese nuestra existencia ilimitada en formas posibles y en duración, no habría destino. ¡Jóvenes, la vida auténtica consiste en la alegre aceptación del inexorable destino, de nuestra incanjeable limitación!” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 552. 230 “El hombre no puede vivir sin reaccionar ante el aspecto primerizo de su contorno o mundo, forjándose una interpretación intelectual de él y de su posible conducta en él” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 557.
116
la cultura. Por tanto, la cultura se constituye en ingrediente esencial de toda vida, es el
sistema de ideas desde las cuales el tiempo vive.
Esas ideas que constituyen el alma de la cultura son las que denomina nuestro
autor creencias, dedicándoles un escrito que lleva por nombre, precisamente, Ideas y
creencias231. En éste se ocupa el autor de diferenciar las ideas que producimos cuando,
atemorizados por dudar de cuanto nos rodea, nos ponemos a buscar soluciones.
Recurrimos, pues, al intelecto y a la ciencia para explicarnos la realidad llegando,
incluso, a confundir estas explicaciones elaboradas por nosotros con la propia realidad.
Sin embargo, existen unas ideas básicas tan arraigadas a nosotros que, sobre ellas,
montamos nuestras vidas. Las creencias constituyen el soporte vital desde el que
visionamos el mundo, son el continente de nuestra vida. No podemos escaparnos o
evadirnos de ellas, vivimos desde ellas, son las ideas vivas o de las que se vive232.
Constituyen el ingrediente esencial de la cultura y son fundamentales porque nos
ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso
la intelectual, depende de cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. En ellas
vivimos, nos movemos y somos, actúan inconscientemente en nosotros y las
necesitamos en nuestro día a día, contamos con ellas. Por ello, no hay vida humana
posible al margen de la cultura pero, a la vez, la cultura, para mantenerse viva necesita
de la existencia humana. El sistema de ideas vivas que representa el nivel superior del
tiempo constituye el estrato más profundo de nuestra vida; vivir por debajo de ese nivel,
representa la condena del hombre o pueblo incultos. De ahí que la función principal de
la Universidad sea hacer que el estudiante medio asimile la cultura, la haga suya y la
sienta, de lo contrario, se convertiría en infrahombre ya que viviría por debajo del nivel
vital de su tiempo:
Por debajo de la cultura recibida, pero no auténticamente asimilada, quedará intacto el
hombre; es decir, quedará inculto; es decir, quedará bárbaro. Cuando el saber era más breve,
más elemental y más orgánico, estaba más cerca de poder ser verdaderamente sentido por el
hombre medio, que entonces lo asimilaba, lo recreaba y revitalizaba dentro de sí. Así se
231 ORTEGA Y GASSET, J. (1940) Ideas y creencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, pp. 657-685. 232 “No hay remedio ni evasión posible: el hombre vive siempre desde unas ideas determinadas, que constituyen el suelo donde se apoya su existencia. Ésas que llamo “ideas vivas o de que se vive” son, ni más ni menos, el repertorio de nuestras efectivas convicciones sobre lo que es el mundo y son los prójimos, sobre la jerarquía de los valores que tienen las cosas y las acciones: cuáles son más estimables, cuáles son menos” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 556.
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explica la colosal paradoja de estos decenios: que un gigantesco progreso de la cultura haya
producido un tipo de hombre como el actual, indiscutiblemente más bárbaro que el de hace
cien años. Y que la acumulación o acumulo de cultura produzca paradójica, pero
automáticamente, una rebarbarización de la Humanidad233.
Ortega, como espectador de esa rebarbarización de la Humanidad, se lamenta de
la terrible incultura que atraviesa la sociedad española en ese momento. Ante el cúmulo
de cultura producida, la Universidad, lejos de hacerse eco del mismo, relega su
enseñanza a un curso de cultura general. Por otra parte, el hombre medio vive su
existencia fraudulentamente, sin hacerse cargo de sus circunstancias, sin cerciorarse de
la realidad que le circunda que, lejos de ser sencilla, se torna compleja, precisa y
exigente. Vive, pues, muy por debajo de las exigencias de su tiempo. Y, lo peor, que la
vida ni espera ni se detiene, sigue avanzando inexorablemente. La solución no puede
venir de la ciencia porque ésta se encuentra alejada de la realidad auténtica; en Ideas y
creencias234, Ortega la sitúa incluso en el mundo de las creaciones fantásticas e
imaginarias, otorgándole un papel similar al de la poesía o al de las artes. La vida no
puede esperar a que las ciencias expliquen científicamente el Universo. La vida es
siempre urgente. Se vive aquí y ahora sin posible demora ni traspaso. La vida nos es
disparada a quemarropa y la cultura, que no es sino su interpretación, tampoco puede
esperar. Se hace preciso, pues, situar al hombre medio a la altura de su tiempo, se hace
imprescindible recuperar la cultura, dimensión constitutiva de la existencia humana. Por
ello, Ortega considera urgente que la Universidad recupere su principal función: la de
ilustrar al hombre, abogando, incluso por la creación de una Facultad de Cultura que se
constituyera como núcleo central de la Universidad y de toda la enseñanza Superior. Y,
junto a esta doctrina, la de la cultura, se haría necesaria una racionalización de los
métodos de la enseñanza, desde la Primaria hasta la Superior.
Esta racionalización se derivaba ya del principio de economía en la enseñanza:
enseñar sólo lo que se pueda aprender (todo no es posible) y enseñarlo de modo que sea
asimilable. Para hacer posible la enseñanza, para enseñar sólo lo que se puede aprender,
233 ORTEGA Y GASSET (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. En La Nación (Buenos Aires), 23 de abril. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 274. 234 ORTEGA Y GASSET, J. (1940) Ideas y creencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, pp. 657-685.
118
debería disponerse de talentos sintetizadores capaces de enseñar el saber integrado, no
pormenorizado e inconexo y, lo que es peor, totalmente especializado235.
La creación de una Facultad de cultura y la integración de los diferentes saberes
son dos de las medidas necesarias para hacer posible una Educación Superior efectiva y
de calidad. Ante el cúmulo de cultura y la fragmentación del saber aparece la necesidad
de crear vigorosas síntesis y sistematizaciones del saber. Éstas serán enseñadas en la
Facultad de Cultura y, de esta manera, se irá fomentando un género de talento científico
que hasta ahora sólo se ha producido por azar, el talento integrador.
Ahora bien, no se puede enseñar lo que no se domina. Por ello, ese talento
sintetizador y sistematizador es el que debieran tener también los profesores
universitarios. Éstos, denuncia Ortega, son, en su mayoría, hombres de ciencia,
investigadores que carecen de las dotes que debiera tener un buen maestro; entre otras
razones, podríamos apuntar el que tal vez no tienen vocación de docentes, pese a
dedicarse a ello siendo, en este sentido, poco auténticos. El verdadero maestro es el que
transmite a sus estudiantes la necesidad de una ciencia pero no la ciencia misma.
Los docentes universitarios no debieran ser los científicos, los investigadores,
sino aquellos profesores con vocación de tales que disfrutaran ejerciendo su labor y
contaran con las dotes para ello. Pero, además de estas dotes, cuando Ortega apunta la
necesidad de centrarse en el estudiante está exigiendo que se le respete como tal.
Respetarlo es reconocer su naturaleza y, partiendo de ella, responder a sus necesidades.
Y lo que el alumno necesita es que se le conceda el protagonismo de su propio
aprendizaje. No debemos partir del docente sino asumir que en la actualidad el
aprendizaje se entiende como la actividad constructiva del alumno y ésta requiere un
cambio de rol en el profesor. Los profesores deben ser guías, mediadores de los
aprendizajes y mostrar una actitud receptiva. Además de contar con buenas dotes
sintetizadoras y ser buenos comunicadores, deben ser audaces receptores. La relación
docente-discente es, sobre todo, una relación de comunicación, entendiendo por ésta el
proceso de adecuación y enriquecimiento mutuo y recíproco entre maestro y estudiante.
Toda relación es enriquecedora y el buen docente aprende en su aula día a día,
reflexiona desde la práctica y andamia hábilmente los avances del alumno. La
construcción del conocimiento en el aula es, en definitiva, una relación interactiva entre
235 “La faena que ello impone es tremenda y no se puede lograr mientras no exista una metodología de la enseñanza superior, pareja al menos de la que ya existe en los otros grados de la enseñanza. Hoy falta, por completo, aunque parezca mentira, una pedagogía universitaria” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 562.
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los tres vértices apuntados por Ortega en su ensayo, lo que habría que enseñar o saber,
el que enseña o maestro y el que aprende o discípulo.
No caben ambigüedades. La Universidad es la institución en que se enseña al
estudiante medio a ser un hombre culto y un buen profesional. No debe tolerar en sus
usos farsa alguna: pretenderá del estudiante sólo lo que pueda exigírsele. Se evitará,
entonces, que el estudiante pierda el tiempo fingiendo que va a ser un científico, por lo
que se eliminará del mínimum de estructura universitaria la investigación científica
como tal. Las disciplinas culturales y los estudios profesionales serán ofrecidos en
forma pedagógicamente racionalizada -sintética, sistemática y completa- y no como la
ciencia lo haría: a través de problemas especiales, a “trozos”, con ensayos de
investigación. Cuestión fundamental y de la que dependerá en gran parte el éxito de la
misión universitaria es la elección del profesorado. En ésta no decidirá el rango que
tenga como investigador, sino su talento sintético y sus dotes de profesor.
Reducido el aprendizaje a este mínimum en cantidad y calidad, la Universidad
será inexorable en sus exigencias al estudiante. Este ascetismo en las pretensiones, esta
lealtad con que se reconocen los límites de lo asequible permitirá, así lo cree Ortega,
lograr lo fundamental en la vida universitaria que es colocarla en su verdad, en su
limitación, en su interna y radical sinceridad.
Delimitada concienzudamente la misión de la Universidad, Ortega se abre sin
reservas y sin cautela a todo lo que debe ser “además” la Universidad.
Si las dos funciones principales de la Universidad (cultura y profesión) se nutren
de la ciencia, debe la Universidad no alejarse de ésta sino ser, además, ciencia. Ahora
bien, conviene delimitar el terreno de ambas. Anteriormente, había señalado nuestro
autor que la ciencia era una de las actividades más sublimes que el hombre produce y
hace, estando incluso, por encima de la Universidad ya que ésta, como institución, tenía
sus limitaciones. Por ello, no pueden fusionarse, como se ha hecho hasta ahora:
Lo que no es admisible es que se confunda el centro de la Universidad con esa zona circular
de las investigaciones que debe rodearla. Son ambas cosas -Universidad y laboratorio-
órganos distintos y correlativos en una fisiología completa. Sólo que el carácter
institucional compete propiamente a la Universidad. La ciencia es una actividad demasiado
sublime y exquisita para que se pueda hacer de ella una institución. La ciencia es
incoercible e irreglamentable. Por eso se dañan mutuamente la enseñanza superior y la
investigación cuando se pretende fundirlas, en vez de dejarlas la una a la vera de la otra, en
canje de flujos muy intenso, pero muy libre; constante, pero espontáneo. Conste, pues: la
120
Universidad es distinta, pero inseparable de la ciencia. Yo diría: La Universidad es, además,
ciencia236.
Poco más cabría añadir a la relación que deben mantener Universidad y ciencia.
Ahora bien, la Universidad como institución depende también del aire público en que
flota. De ahí que Ortega añada otra cosa más: la Universidad, además de ese contacto
permanente con la ciencia, necesita también contacto con otros sistemas de su entorno
como, por ejemplo, con la vida pública. La Universidad tiene que estar abierta a la plena
actualidad e, incluso, en medio de ella, sumergida en ella porque también la vida
pública necesita urgentemente la intervención de la Universidad como tal.
Ortega argumenta su opinión en que no existía en su época más poder espiritual
que la prensa. Esta opinión se vería hoy reforzada por la multiplicidad de “poderes
espirituales” que intervienen en la vida pública. De ahí que vuelva a estar de actualidad
una de las necesidades ya apuntada en 1930 por nuestro autor:
Tiene la Universidad que intervenir en la actualidad como tal Universidad, tratando los
grandes temas del día desde su punto de vista propio -cultural, profesional o científico. De
este modo no será una institución sólo para estudiantes, un recinto ad usum delphini, sino
que, metida en medio de la vida, de sus urgencias, de sus pasiones, ha de imponerse como
un “poder espiritual” superior frente a la Prensa [hoy en día los medios de comunicación,
en general], representando la serenidad frente al frenesí, la seria agudeza frente a la
frivolidad y la franca estupidez.
Entonces volverá a ser la Universidad lo que fue en su hora mejor: un principio promotor
de la historia europea237.
4.4 A MODO DE RESUMEN
En esta tercera etapa encontramos la Pedagogía de madurez orteguiana. El joven
Ortega, que abogaba por la cultura en la Pedagogía Social como medio de salvación de
la circunstancia española, va madurando su pensamiento. Tras esa etapa inicial, se
decanta más tarde deliberadamente por la vida, buscando modos de fomentarla y
vigorizarla, centrándose en el individuo particular y concreto. Ahora, en su madurez,
encuentra el equilibrio en el binomio cultura-vida. La cultura es el sistema de ideas
236 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 566. 237 Ibídem, p.568.
121
vivas de nuestro tiempo y su nutriente, su fundamento, no es otro que la propia vida.
Las vidas individuales y concretas varían en función de las circunstancias, que son
también particularísimas, pero para vivirlas necesitamos partir de una interpretación del
mundo y de nuestra posición en él. Formula de este modo su filosofía raciovitalista en
la que hace falta vivir y dar cuenta mediante la razón de nosotros mismos y de nuestra
circunstancia. Sin ese conocimiento propio y de cuanto nos rodea, es imposible alcanzar
la plenitud de nuestra existencia. El Ortega social de la primera etapa que defendía la
comunidad creadora de una obra colectiva, vuelve su mirada a las obras individuales y
únicas de cada ser particular, a los hombres que pugnan por realizar sus destinos, no
predeterminados, sino enmarcados en unos márgenes de libertad y decisión, pero
también de responsabilidad y heroicidad. Llegar a ser el que somos es el imperativo
orteguiano. La educación deberá contribuir a extraer de nosotros mismos lo mejor que
podamos dar, pero, para ello, la autenticidad también deberá impregnar el marco
institucional educativo. Se hace cargo así nuestro autor de la que debiera ser la Misión
de la Universidad. Realiza un exhaustivo análisis del estado que atraviesa y propone un
plan universitario cuya aplicación y extensión posibilitaría que de nuevo la Universidad
representara el saber institucionalizado y se constituyera como poder social. La
Universidad debe recuperar su principal función, la de ilustrar al hombre para que éste
pueda vivir a la altura de su tiempo.
122
123
CAPITULO 5: ACTUALIDAD PEDAGÓGICA DE LA FILOSOFÍA D E
LA EDUCACIÓN DE ORTEGA
El presente capítulo es el que confiere razón de ser al presente trabajo. Tras
analizar la Filosofía de la Educación de Ortega y Gasset nos proponemos ahora
demostrar la vigencia de la misma. Tres son los temas que guardan relación con el
pensamiento educativo de nuestro autor: la educación para el desarrollo de la ciudadanía
derivada de la etapa de la pedagogía social; el cultivo de las emociones en la educación
que se desprende de la pedagogía de las secreciones internas defendida en la etapa
vitalista; y la reforma de la Universidad que, en su día, ya apuntaba Ortega era
ineludible y en nuestro tiempo se está acometiendo mediante el Plan Bolonia.
Estos tres temas que ocuparon la atención de nuestro filósofo son tres temas que
centran en la actualidad el debate pedagógico de nuestra sociedad. Pasamos ya a
ocuparnos de cada uno de ellos.
5.1 LA NECESIDAD DE LA EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO DE
LA CIUDADANÍA
La Pedagogía social orteguiana de la primera etapa se relaciona directamente
con la necesidad de educar para la ciudadanía responsable en una sociedad democrática
y plural como es la nuestra. Esta es la idea central defendida a lo largo de su conferencia
de 1910 y que aún hoy sigue siendo una necesidad ineludible si queremos contribuir al
progreso de nuestra sociedad.
Normalmente, en la acepción vulgar del término “educación” la realidad a
transformar es el hombre, entendiendo por éste al individuo biológico y resultando, por
tanto, una pedagogía individual. Sin embargo, Ortega parte de una visión social del
hombre, plenamente aceptada en la actualidad. El hombre no es un ser biológico que se
desarrolla al margen de su entorno social, de hecho, no hay desarrollo humano posible
al margen de la sociedad238. Al nacer, nacemos indefensos, más que cualquier otro ser
vivo y, para subsistir, necesitamos de la tutela de nuestros iguales. Necesitamos de otros
para las necesidades primarias más elementales y para las más sublimes. La vida no es
238 PIAGET, J. (1948 y 1972) Où va l’èducation. París, UNESCO-Denoël/Gonthier. Piaget y sus colaboradores de Ginebra, a través de sus investigaciones, constataron el papel de los factores sociales en la formación de los sujetos. Sólo a través de interacciones sociales múltiples y diferenciadas pueden construirse las capacidades lógicas de la persona.
124
sólo el despliegue sistemático de un calendario biológico madurativo sino que la vida se
constituye como tal a través de la inserción y participación en la vida social del grupo239.
El hombre aislado y alejado de la sociedad no se puede constituir como tal.
Al salir al mundo, el hombre encuentra un mundo social ya constituido en el que,
poco a poco, se sumergirá con la guía y ayuda de sus semejantes. Existe incluso una
predeterminación biológica para que se produzca esa inmersión social. De hecho, tal y
como ha puesto de manifiesto la psicología evolutiva, el ser humano desde el momento
en que nace, cuenta con cuatro sistemas relacionales que le permiten adaptarse al mundo
que le rodea. Dos de esos sistemas están presentes al nacer. Uno es el sistema afiliativo
o tendencia a interesarse por las personas y a conocerlas y el otro, el sistema
exploratorio o tendencia a interesarse por el mundo físico y social que nos rodea y a
conocerlo. Posteriormente, hacia los seis meses, aparecerá el apego o vínculo afectivo
con aquellas personas más significativas que rodean al niño y el miedo a extraños. Estos
cuatro sistemas son esenciales para que el niño en el seno de la primera agencia de
socialización, la familia, inicie el proceso de construcción de su propia identidad
personal y el de incorporación a una sociedad y una cultura. Conforme crezca, irán
apareciendo otras figuras de socialización y se irá desarrollando en otros contextos que
colaboran con la familia en esa función socializadora, entre ellos, la escuela. El niño
pasa por dos gestaciones: la primera en el útero materno según determinismos
biológicos y la segunda en la matriz social en que se cría, sometido a variadísimas
determinaciones simbólicas y a usos rituales y técnicos propios de su cultura240. La
posibilidad de ser humano sólo se realiza a través de los demás.
En la actualidad, pues, la concepción social del hombre orteguiana está
plenamente aceptada al igual que la influencia del contexto social en el desarrollo
humano241. Así, por ejemplo, Bronfenbrenner en su obra Ecología del desarrollo
humano242 considera al hombre como un ser bio-psico-social cuyo proceso de desarrollo
no está determinado por factores endógenos sino que existe un sistema de influencias,
próximas y distales al individuo, que configuran el entorno ecológico donde tiene lugar
dicho desarrollo, potenciándolo o limitándolo. Este autor diferencia una serie de
239 “La realidad concreta humana es el individuo socializado, es decir, en comunidad con otros individuos” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 95. 240 SAVATER, F. (2006) El valor de educar. Barcelona, Ariel. 241 CORTINA, A. (2009) Las fronteras de la persona. El valor de los animales, la dignidad de los humanos. Madrid, Tecnos. 242 BRONFENBRENNER, U. (1987) La ecología del desarrollo humano. Barcelona, Paidós.
125
sistemas interrelacionados, que se encuentran entre sí encajados al estilo de las
matrioskas o muñecas rusas. Describe los microsistemas que configuran en forma
íntima e inmediata el desarrollo humano. En el caso de los niños, los microsistemas
primarios incluyen a la familia, el grupo de los pares, el aula, el vecindario, es decir el
ámbito más próximo del individuo. Los mesosistemas se refieren a las interacciones
entre los microsistemas, como cuando, por ejemplo, los padres coordinan sus esfuerzos
con los docentes para educar a los niños. Los exosistemas incluyen todas las redes
externas mayores que las anteriores como las estructuras del barrio, la localidad, la urbe.
El macrosistema lo configuran los valores culturales y políticos de una sociedad, los
modelos económicos y condiciones sociales. Se refiere también al cronosistema
configurado por la época histórica en la que vive el individuo. El globosistema se
configura por la condición ambiental.
Ortega, sin explicitar una teoría sistémica educativa, hace referencia al
desarrollo ecológico descrito anteriormente. Describe cómo al entrar el pedagogo en
relación educativa con su alumno, se halla frente a un tejido social, no frente a un
individuo. El niño es un detalle de la familia, microsistema del que toma las esencias de
las tradiciones domésticas y de las impresiones familiares243: “Su totalidad espiritual es
un producto del sistema de ideas, aspiraciones y sentimientos, que reina en el hogar
paterno” 244. A continuación, se hace cargo de la presencia de otros microsistemas, de
las relaciones entre los primeros (mesosistema) y de aquellos otros entornos que,
aunque no sean los inmediatos, influyen directamente en el desarrollo del ser humano
(exosistema)245.
243 GARCÍA, R., PÉREZ, C. y ESCÁMEZ, J. (2009) La educación ética en la familia. Bilbao, Desclée. La familia es la realidad privilegiada y originaria en la que las personas nacen, aprenden inicialmente a resolver los problemas de su vida, desarrollan el núcleo básico de sus convicciones, de sus emociones y de sus conductas, o dicho de otra manera, el núcleo básico de su carácter, o ética, o modo de ser, y aprenden las modalidades originarias con las que se perciben a sí mismas, con las que se relacionan con las otras personas y con las que interpretan los diversos elementos que constituyen el medio cultural y social al que pertenecen. 244ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 95. 245 “Mas aquella familia, a su vez, vive en un barrio, en una ciudad: por las rendijas de las ventanas, con el aire de la calle, entra asimismo el alma municipal: el alma de la familia flota en el ambiente de la urbe y es penetrado por él: cada hogar es sólo un gesto de la gran alma ciudadana” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 95.
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Y, sobre todos los ambientes descritos, pesa el alma del Estado. Todos son
envueltos por la gran capa del macrosistema. Pero, además, alude también al
cronosistema, a la época histórica en la que vive el individuo246.
Podemos interpretar, pues, que las percepciones de Ortega en 1910 constituyen
una descripción de los sistemas ambiente descritos en la teoría ecológica del desarrollo
formulada por el psicólogo estadounidense Urie Bronfenbrenner. Su estudio supone una
de las teorías más aceptadas de la Psicología Evolutiva actual. Ortega, pues, intuyó en
cierta medida el enfoque sistémico educativo y se hizo cargo de una perspectiva
sistémica incuestionable hoy en día. Cada hogar, por ejemplo, constituye un pequeño
entramado social que, a su vez, interacciona con otros pequeños entramados sociales,
sea el círculo de amistades sea el círculo de vecinos, sea un club social o sean
compañeros de la ocupación laboral. Cada uno de esos grupos ejerce una influencia
formativa sobre las disposiciones activas de sus miembros, cada uno se constituye en
ambiente educativo para los que participan en sus actividades colectivas o conjuntas y,
además, todos ellos interaccionan influyéndose mutuamente, rompiendo el equilibrio de
cada subsistema.
Ninguno de ellos es un ente aislado sino que entra en relación con el resto de
subsistemas. Cada uno de ellos es un modo de vida comunal y compartida. El
aislamiento y la exclusividad de un grupo manifiestan una disconformidad con el
espíritu social predominante. Los grupos que se aíslan revelan un espíritu antisocial que
les impedirá participar de la plena interacción con el resto de grupos sociales limitando
así su propia reorganización y progreso. El aislamiento produce la estructura formal y
rígida de la vida, los ideales individualistas y egoístas. La falta de cohesión social
impide el progreso de la sociedad en su conjunto. Esto es lo que ocurre cuando una
nación se recluye a sí misma, limitando su amplitud de miras y aislándose de otras. El
caso de España respecto al progreso de Alemania, por ejemplo. Ocurre también cuando
las escuelas se alejan de los intereses de las familias o de la sociedad.
La visión social del hombre requerirá de una pedagogía caracterizada por el
mismo atributo, la pedagogía social. Si el hombre como individuo aislado no existe, la
pedagogía individual será también un error, un proyecto estéril. Se habrá de educar,
246 “Mas no acaba en la sociedad popular concreta, en la nación de aquí y de ahora el tejido de nuestras almas. Nuestro pueblo de hoy es un momento de la historia de nuestro pueblo” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 95.
127
pues, al hombre no como ser biológico sino como ser social y cultural. La educación del
ciudadano, no del individuo, corresponderá a la sociedad que, además, habrá de
garantizar la socialización de la educación.
La Pedagogía Social parte de la premisa del condicionamiento social de la
educación y de la necesidad de que toda sociedad que se reconozca humana,
entendiendo por tal una sociedad que reconozca a todos sus miembros el mismo valor,
habrá de garantizar la educación social de todos sus miembros. Pero, no todos los
países confían en la educación como factor de desarrollo y progreso social. La
educación escolar es una de las prácticas educativas, entre otras, presentes en las
sociedades con cierto nivel de desarrollo científico y tecnológico. A través de ellas, los
grupos sociales ofrecen a los nuevos miembros oportunidades para el desarrollo,
permitiendo la apropiación activa de la cultura por parte del individuo y su progresiva
inserción social. La educación adquiere, pues, el carácter de factor de desarrollo.
Además, la educación, en su sentido más amplio, es el medio para garantizar la
continuidad social de la vida. Cumple pues, una función social ya que asegura el
desarrollo de los seres inmaduros de la sociedad mediante su participación en la vida del
grupo al que pertenecen. Es, por tanto, responsabilidad de la sociedad la educación de
los ciudadanos247. Esa función educadora social y la correlación entre individuo y
sociedad a las que alude nuestro autor continúan aún hoy vigente y, como él señala,
sigue repitiéndose en las aplicaciones legislativas concretas. Así, por ejemplo, en el
preámbulo de la Ley Orgánica 1/1990, de 3 de octubre de 1990, de Ordenación General
del Sistema Educativo se reconoce que los sistemas educativos desempeñan funciones
esenciales para la vida de los individuos y de las sociedades y que las posibilidades del
desarrollo armónico de unos y de otras se asientan en la educación que aquéllos
proporcionan. En la educación se transmiten y ejercitan los valores que hacen posible la
vida en sociedad, singularmente el respeto a todos los derechos y libertades
fundamentales, se adquieren los hábitos de convivencia democrática y de respeto mutuo,
se prepara para la participación responsable en las distintas actividades e instancias
sociales. La madurez de las sociedades se deriva, en muy buena medida, de su
capacidad para integrar, a partir de la educación y con el concurso de la misma, las
dimensiones individual y comunitaria. Ésta era precisamente la intención de nuestro
247 “La sociedad es la única educadora, como es la sociedad único fin de la educación: así se repite en las aplicaciones legislativas concretas la idea fundamental de la pedagogía social: la correlación entre individuo y sociedad” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 101.
128
autor, hacer madurar la sociedad española a través de una pedagogía social que integrara
los particularismos en una comunidad democrática y republicana248.
Encontramos también la correlación entre individuo y sociedad en el preámbulo
de la actual Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación (L.O.E). En él se
reconoce cómo las sociedades actuales conceden gran importancia a la educación de sus
jóvenes por la convicción de que de la educación dependen tanto el bienestar individual
como el colectivo. Lleva a la actualidad la pedagogía social al afirmar que para la
sociedad la educación es el medio de transmitir y, al mismo tiempo, de renovar la
cultura y el acervo de conocimientos y valores que la sustentan con el objetivo de lograr
la necesaria cohesión social. Ortega defendía, a través de su pedagogía social, el papel
que en la L.O.E. se asigna a la educación: ser el medio para garantizar el ejercicio de la
ciudadanía democrática, responsable, libre y crítica, que resulta indispensable para la
constitución de sociedades avanzadas, dinámicas y justas. Para nuestro autor y para la
legislación educativa vigente, una buena educación es la mayor riqueza y el principal
recurso de un país y de sus ciudadanos.
En la Pedagogía Social la educación se convierte, pues, en una función cívica
que ha de asumir el órgano estatal para conformar la sociedad ideal que, previamente, se
ha fijado como objetivo. El individuo aislado no es nada; sólo en y por la absorción de
los objetivos y el sentido de las instituciones organizadas alcanza su verdadera
personalidad. Sin embargo, la concepción de la educación como proceso y función
sociales no tiene sentido, no se materializa, si no se define el tipo de sociedad que quiere
obtenerse a través de la misma: “¿Cómo, en efecto, mejorar España seriamente si no
tenemos una idea un poco exacta de lo que debe ser una sociedad?” 249.
Ortega es taxativo en su definición de sociedad. Una sociedad es una comunidad
que trabaja para alcanzar una obra común: “La comunidad o sociedad verdadera se
funda en la unanimidad del trabajo” 250.
248 Republicanismo entendido como civismo democrático. Destaca en este sentido la propuesta de Ph. Pettit para quien la libertad como no-dominación sólo es posible si confluyen la participación y la independencia: “Para ser libre, según el republicanismo, el Estado no ha de interferir en los ciudadanos de modo que estos no puedan responder a las acciones del mismo. De lo que se trata es de delimitar las interferencias del Estado (independencia) pero al mismo tiempo de favorecer el compromiso cívico en los asuntos públicos (participación)” GARCÍA, R., GOZÁLVEZ, V., VÁZQUEZ, V. y ESCÁMEZ, J. (2010) Repensando la educación. Cuestiones y debates para el siglo XXI. Valencia, Brief, p. 58. 249 ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 97. 250 Ibídem, p.98.
129
Ahora bien, las personas no se constituyen en comunidad por vivir unas junto a
otras ni por trabajar todos por un mismo fin. Ese trabajo en común debe tener valía en sí
mismo para todos los que lo realizan. Si todos reconocieran ese fin común, se
interesaran por él, lo interiorizaran, de modo que regularan su actividad específica en
vista de él, entonces sí formarían una comunidad. Como señalara un coetáneo de Ortega,
John Dewey251 existe más que un vínculo verbal entre las palabras común, comunidad y
comunicación. Los hombres viven en comunidad por virtud de las cosas que tienen en
común, por todo lo que comparten. La comunicación es el modo en que llegan a poseer
cosas en común. Lo que han de poseer en común con el fin de formar una comunidad o
sociedad son objetivos, creencias, aspiraciones, una inteligencia común, una cultura. La
comunicación asegura la participación en esa inteligencia común, asegurando
disposiciones emocionales e intelectuales semejantes, como modo de responder a las
expectativas y exigencias sociales. Por tanto, comunidad implica coparticipación y
comunicación. En una comunidad además de consagrarse a la actividad común
socialmente útil, debe darse la comprensión de la utilidad de dicha actividad, debe
manifestarse una reciprocidad de intereses252.
Sociedad es, pues, comunidad y comunidad es cooperación en aquellas tareas
que sean propiamente humanas, cooperación en la producción de las cosas humanas. El
hombre, en cuanto ser racional que piensa, siente y quiere, es un gran productor de
cultura. Ésta es la principal tarea a realizar en común que tiene los seres humanos y de
la cual parecen haberse olvidado los españoles253.
Sin cultura no hay avance social, no puede haber progreso y la España de Ortega
ha perdido la tradición cultural y, por tanto, se ha diluido la sociedad, padeciendo el país
un enorme estado de invertebración. Sin cultura no hay sociedad debido a que la
sociedad existe y se mantiene por ese proceso de transmisión cultural de unas
generaciones a otras. Se hace necesario que los miembros más jóvenes de la sociedad
251 Es de gran interés la obra de DEWEY, J. (1995) Democracia y educación. Una introducción a la filosofía de la educación. Madrid, Morata; especialmente los Capítulos VII (La concepción democrática de la educación) y XXII ( El individuo y el mundo). Véase así mismo Encuentros sobre educación (2009), Nº 10, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Educación, Departamento de Teoría e Historia de la Educación de Madrid ya que se dedica íntegramente al pensamiento de este autor. 252 “La comunidad del trabajo no ha de ser puramente exterior, ha de ser comunión de los espíritus, ha de tener un sentido para cuantos en ella colaboren. La comunidad será cooperación” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 99. 253 “Socializar al hombre es hacer de él un trabajador en la magnífica tarea humana, en la cultura, donde cultura abarca todo, desde cavar la tierra hasta componer versos” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 99.
130
vayan asimilando el conjunto de informaciones, conocimientos, avances, intereses,
propósitos, destrezas y prácticas que los miembros más maduros poseen. Éstos no lo
han creado todo al instante sino que lo han heredado de las generaciones precedentes.
La cultura es, en realidad, un sistema heredado a lo largo de la historia que necesita ir
renovándose para responder a las necesidades vitales de cada época. Pero, además, la
sociedad no sólo existe por ese proceso de transmisión cultural sino que existe en ese
proceso, se va conformando en el mismo.
En efecto, los seres humanos necesitamos para vivir de la sociedad, pero, a la
vez, la sociedad necesita para progresar de la contribución de los seres humanos254. Las
producciones que realizan los hombres, sean pertenecientes a la ciencia, al arte o a la
moral, no son patrimonio individual sino que son compartidos por todos los seres
humanos, formando parte, por tanto, del patrimonio cultural de la humanidad: “El
hombre como tal no es el individuo de la especie biológica, sino el individuo de la
humanidad. Concretamente, el individuo humano lo es sólo en cuanto contribuye a la
realidad social y en cuanto es condicionado por ésta” 255. El hombre contribuye a esa
realidad, reconstruyendo la cultura recibida, reelaborándola, redefiniéndola y
redefiniéndose a sí mismo a la vez. La dimensión cultural es inherente al hombre al
igual que lo es su dimensión social. Desde que el hombre es hombre, produce cultura,
ese sistema de ideas vivas, de creencias y convicciones que le permiten orientarse en su
mundo y darle a éste un sentido. La cultura que nace en un momento determinado, debe
ir renovándose para adecuarse a los cambios vitales. Lo que en una época histórica se
objetiva para dar respuesta a las necesidades vitales de ese momento histórico, se
consolida como patrimonio cultural y, para que no acabe de constituirse como algo
inerte, el hombre debe al apropiarse de ella, actualizarla, no puede aceptarla ni
asimilarla sin más. Cuando la cultura no se interioriza críticamente, deja de ser una
respuesta válida para el hombre, se convierte de salvadora en alienante. En el hecho de
254 Muy relacionado con este tema está el libro de NUSSBAUM, M.C. (1999) Los límites del patriotismo. Identidad, pertenencia y “ciudadanía mundial”. Barcelona, Paidós. En él enfrenta las tesis liberales y comunitaristas. El libro parte de un ensayo de Martha C. Nussbaum que se publicó por primera vez en la Boston Review de octubre/noviembre de 1994 en el que la autora defiende el ideal del cosmopolita cuyo compromiso abarca a toda la comunidad de los seres humanos. El tipo de educación que propone la autora lleva el mismo adjetivo, el de cosmopolita, y tiene como objetivo enseñar a los estudiantes a reconocer la humanidad allá donde se encuentre y conceder a sus ingredientes fundamentales, la razón y la capacidad moral, la mayor lealtad y respeto. 255 ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 96.
131
que la cultura sea un producto social se encuentra la apertura del individuo a la
colectividad, del aislamiento a la comunidad y se produce el avance hacia el progreso256.
Nuestro autor es consciente, pues, de que la conformación del individuo a la
sociedad varía según como concibe ésta el ideal educativo a alcanzar. No se concibe
igual la educación en una sociedad democrática que en una sociedad autoritaria y
dogmática257. Una forma de gobierno basada en la imposición y no en el diálogo, un
gobierno donde sus ciudadanos no ejerzan el sufragio universal para la elección de sus
gobernantes, no necesitará de la educación ya que se apoyará en la imposición258. Y,
desde luego, Ortega no aboga por la imposición sino que lo hace por la cultura y por la
democracia.
La democracia es una forma de gobierno pero, sobre todo, un modo de vida en el
que todos comparten unos intereses, defienden unos valores comunes y donde se
garantiza el ejercicio de las libertades personales259. Conviven en la democracia los
procesos de individualización y desarrollo de sus miembros con la comunidad de
intereses. Hablar de democracia es hablar del reconocimiento de todos y cada uno de los
miembros que componen esa sociedad, sin ningún tipo de distinción o discriminación.
En una sociedad democrática debe garantizarse el intercambio de intereses y de
oportunidades entre todos, todos deben tener una oportunidad equitativa para dar y
tomar del resto, para intercambiar experiencias y empresas. De lo contrario, al no
disponer de las mismas experiencias educativas, de las mismas oportunidades de
256 PETTIT, Ph. (1999) Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno. Barcelona, Paidós. En esta obra encontramos las ideas clave del Republicanismo actual que se centran en esa concepción de la cultura como producto social, defendida por Ortega, que posibilita la participación de los ciudadanos en la comunidad. Sólo ejercitando ese civismo democrático puede alcanzarse la libertad: “En última instancia, la libertad se consigue reforzando la ciudadanía en Estados democráticos de Derecho. En democracia somos ciudadanos, y no súbditos ni vasallos” GARCÍA, R., GOZÁLVEZ, V., VÁZQUEZ, V. y ESCÁMEZ, J. (2010) Repensando la educación. Cuestiones y debates para el siglo XXI. Valencia, Brief, p. 58. 257 “Decir que la educación es una función social, que asegura la dirección y desarrollo de los seres inmaduros mediante su participación en la vida del grupo a que pertenecen, equivale a decir en efecto que la educación variará con la cualidad de vida que prevalezca en el grupo. Particularmente, es verdad que una sociedad que no sólo cambia sino que tiene también el ideal de tal cambio poseerá normas y métodos de educación diferentes de aquella otra que aspire simplemente a la perpetuación de sus propias costumbres” DEWEY, J. (1995) Democracia y educación. Una introducción a la filosofía de la educación. Madrid, Morata, p.77. 258 “Una sociedad indeseable es aquella que pone barreras interna y externamente al libre intercambio y comunicación de la experiencia. Una sociedad es democrática en la medida en que facilita la participación en sus bienes de todos sus miembros en condiciones iguales y que asegura el reajuste flexible de sus instituciones mediante la interacción de las diferentes formas de vida asociada” DEWEY, J. (1995) Democracia y educación. Una introducción a la filosofía de la educación. Madrid, Morata, p.91. 259 “Una democracia es más que una forma de gobierno; es primariamente un modo de vivir asociado, de experiencia comunicada conjuntamente” DEWEY, J. (1995) Democracia y educación. Una introducción a la filosofía de la educación. Madrid, Morata, p.82.
132
promoción y elevación cultural y social, se estará educando para ocupar diferentes
puestos en la organización social. La escuela de ricos y la de pobres, la separación en
clases privilegiadas y clases desfavorecidas, impedirá el proceso de la endósmosis social.
Deben establecerse, por tanto, las condiciones para que todos accedan en
condiciones de igualdad a las oportunidades que el sistema les ofrece. El derecho de
todos a la educación se deriva del carácter social de la misma y del concepto de
sociedad. Sociedad es comunidad y comunidad es cooperación para la producción de
cultura. Todos son trabajadores de la gran empresa cultural y, por tanto, se deberá
garantizar que todos los trabajadores estén dotados de conciencia del trabajo que
realizan, de conciencia cultural. La Pedagogía social exige la educación por y para la
sociedad y necesita, a la vez, de la socialización de la educación. De nuevo, Ortega se
adelanta a su tiempo y reivindica la generalización de la escuela y, con ello, el derecho
de todos a la educación en condiciones de igualdad.
Es el 20 de noviembre de 1959, cuatro años después de la muerte de nuestro
autor, cuando en el artículo séptimo de la Declaración de los Derechos del Niño, la
Asamblea General de las Naciones Unidas reconoce el derecho de todos los niños a
recibir una educación gratuita y obligatoria por lo menos en las etapas elementales. Una
educación que favorezca su cultura general y le permita, en condiciones de igualdad de
oportunidades, desarrollar sus aptitudes y su juicio individual, su sentido de
responsabilidad moral y social y llegue a ser un miembro útil de la sociedad. Treinta
años después, los derechos de la infancia están plenamente estipulados en la
Convención sobre los Derechos del Niño. Elaborada durante 10 años con las
aportaciones de representantes de diversas sociedades, culturas y religiones, la
Convención fue aprobada como tratado internacional de Derechos Humanos el 20 de
noviembre de 1989. En su artículo dos establece que los Estados Partes deben respetar
los derechos enunciados en la presente Convención y asegurar su aplicación a cada niño
sujeto a su jurisdicción, sin distinción alguna, independientemente de la raza, el color, el
sexo, el idioma, la religión, la opinión política o de otra índole, el origen nacional,
étnico o social, la posición económica, los impedimentos físicos, el nacimiento o
cualquier otra condición del niño, de sus padres o de sus representantes legales260. Se
han de tomar todas las medidas apropiadas para garantizar que el niño se vea protegido
contra toda forma de discriminación o castigo por causa de la condición, las actividades,
260 (1991) Convención Internacional de los Derechos de la infancia, Revista Española de Pedagogía, Nº 190, septiembre-diciembre, número monográfico dedicado a comentar la Convención.
133
las opiniones expresadas o las creencias de sus padres, o sus tutores o de sus familiares.
En el artículo 28 se reconoce lo reclamado por nuestro autor: que todo niño tiene
derecho a la educación y es obligación del Estado asegurar que todos la reciban en
condiciones de igualdad, por lo menos la educación primaria gratuita y obligatoria261.
La aplicación de la disciplina escolar deberá respetar la dignidad del niño en cuanto
persona humana. La importancia de lo declarado en esta Convención es la consideración
de los menores de edad como sujetos de derechos, antes que como mejores objetos de
protección.
Se reconoce, pues, el derecho a la educación262 y la necesidad de
universalización de la misma reclamada por nuestro autor. Durante siglos, la enseñanza
ha servido para discriminar unos grupos humanos frente a otros, sobre todo a los ricos
frente a los pobres, a los pudientes frente a los menesterosos. Por tanto, Ortega reclama
universalizar la educación y unificarla de modo que sea una educación única,
garantizada por el Estado. Con ello, se evitaría que la enseñanza se convierta en una
perpetuación de la fatal jerarquía socioeconómica, en lugar de ofrecer posibilidades de
movilización social y de un equilibrio más justo263. La posibilidad pero también el gran
peligro de la educación es que, a través de ella, se configura el futuro de la sociedad y
esto, en ocasiones, se ha utilizado para generar sistemas de privilegio, cerrados, elitistas
y propagadores de ortodoxias excluyentes. De ahí que Ortega proponga, para la gran
transformación de España que posibilitará su progreso social, impulsar la
nacionalización de la educación o, lo que es lo mismo, generar un sistema público de
educación que permita el acceso generalizado a la escuela. Lejos de contemplar que
paralelamente haya iniciativas privadas, propone una escuela única, pública y laica.
Todo ello es coherente con el argumento que sustenta su pedagogía social, que la
sociedad sea comunidad, unión de espíritu y no admita en ella principios disgregadores
261 Lo recogido en el artículo 28 de la Convención constituye objetivos actuales del presente milenio. 262 PIAGET, J. (1948 y 1972) Où va l’èducation. París, UNESCO-Denoël/Gonthier. En este libro se incluye Le droit à l`éducation dans le monde moderne, un comentario que la UNESCO pidió a Piaget sobre el artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 en el que se reconoce el derecho que toda persona tiene, por el mero hecho de ser persona, a que cualquier comunidad política tenga el deber, mediante la educación, de desarrollar sus capacidades propias. Para este autor, la inteligencia sólo puede ser desarrollada mediante interacciones sociales múltiples y diferenciadas, constituyendo, en este sentido, el contexto escolar el espacio idóneo para que se produzcan dichas interacciones. Sin la educación no es posible el desarrollo de la racionalidad. 263 “La instrucción pública de los países europeos –no ya sólo de España- perpetúa en su organización un crimen de lesa humanidad; la escuela es dos escuelas: la escuela de los ricos y la escuela de los pobres. Los pobres no lo son meramente en hacienda: son también pobres de espíritu” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 99.
134
de ningún tipo. Del mismo modo que es inadmisible la división de una sociedad en
cultos e incultos, no es admisible la división de la escuela en pública y privada, en
confesional o religiosa264. Por ello, se opone rotundamente a la división escolar que se
genera en aras de la libertad de enseñanza ya que supondría una contradicción con la
pedagogía social que defiende: una única sociedad, una única escuela.
En la norma suprema del ordenamiento jurídico español, en el artículo 27 de la
Constitución, se reconoce entre los derechos fundamentales y las libertades públicas el
derecho a la educación y la libertad de enseñanza. De igual modo, se reconoce el
derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral
que esté de acuerdo con sus propias convicciones. Si se consagra en dicha norma,
podemos pensar que tiene valía en la actualidad. Sin embargo, pensamos que el
argumento de nuestro autor se impone sobre la libertad de enseñanza consagrada
constitucionalmente y, desde un punto de vista pedagógico actual, podría incluso ser
mucho más válido.
Cuando se promulga la Constitución en 1978, España era un país que acababa de
dejar de ser confesional. Hasta ese momento, la educación social era una educación
nacional-católica y la mayor parte de la población española se reconocía religiosa. La
promulgación de la libertad de enseñanza y el derecho de los padres a escoger centro
dejaba satisfechos a quienes querían una alternativa a la educación estatal que, en un
Estado aconfesional como es el español, debe ser laica. En la actualidad, la sociedad
española sigue siendo democrática y su carácter es mucho más complejo que en la
década de los 70. Se trata de una sociedad moderna que se caracteriza por ser, sobre
todo, una sociedad plural donde la diversidad es un valor enriquecedor que se ha de
defender. Con el desarrollo del comercio, el transporte, la intercomunicación y la
emigración, las sociedades en general y la española en particular se componen de
grupos diferentes con costumbres y prácticas tradicionales diferentes. De ahí que la
escuela, como institución social que es, deba dar respuestas equitativas a todos quienes
acuden a ella. La realidad escolar se consolida como una realidad también plural e
intercultural en la cual la mezcla de etnias, religiones y costumbres crea para todos un
ambiente nuevo, más amplio y enriquecido. Partiendo de las diferencias, se genera un
valioso espacio común. El reto está en saber promover una escuela única que, tanto en
264 “La división de la escuela es mucho más inmoral porque escinde más a sabiendas la unidad humana” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 100.
135
los centros públicos como privados, ofrezca una educación moral de acuerdo a las
convicciones de la Humanidad, que es la propuesta de nuestro autor. Se trataría de
generar un sistema que velara por la protección de lo que tenemos en común como
personas, los Derechos Humanos265.
Educar a los futuros ciudadanos es, pues, un imperativo social y moral de las
sociedades democráticas, no una opción a incluir en los programas políticos o en los
educativos. Una sociedad es para Ortega una comunidad de acción y de espíritu, una
democracia, y la educación que se deriva de ella ha de ser una educación pública y laica
que garantice el progreso y la adecuación social de los ciudadanos. Para nuestro autor la
España futura ha de ser comunidad o no será. Para ello todos han de recibir una
formación cultural amplia que les permita elevar el grado de preparación intelectual y el
nivel de conocimientos científicos, tecnológicos, históricos y artísticos. Este bagaje
cultural no se circunscribe a la historia de España, ni tan sólo a la de Europa, sino que es
el resultado de la historia de la humanidad. El conocimiento, la cultura, aumenta nuestra
comprensión de la realidad y, a la vez, nuestro espíritu crítico. He ahí, pues, una de las
funciones de la educación de ciudadanos de Ortega y Gasset, la de elevar el nivel
cultural de la sociedad española, función que, en la actualidad, sigue siendo necesaria.
Para Ortega, el pueblo español es un pueblo inculto que no participa de las
corrientes intelectuales de la época y se hace necesario elevar el grado de preparación
intelectual, el conocimiento científico, técnico, histórico y de otros pueblos. A través de
esta preparación intelectual se mejora la sensibilidad hacia otras realidades que hasta
ahora han pasado desapercibidas y se abre el horizonte vital a nuevas ideas que
conduzcan a superar el pensamiento crítico y hermenéutico, la capacidad de
comprensión de la realidad y la preparación profesional266.
En nuestra sociedad más que una elevación del nivel cultural de la población,
que también, se hace imprescindible el pensamiento crítico. Vivimos hoy en una
sociedad global, de escala planetaria, en la que los fenómenos que ocurren en cualquier
rincón del mundo mantienen vínculos diversos entre sí, especialmente en el campo
económico, que puede ser considerado, sin duda, como el verdadero ámbito de la
globalización. Al proceso de creciente globalización ha contribuido de forma decisiva la
expansión de las nuevas tecnologías de la información, que están produciendo la
265 GIL,F. y JOVER, G. (2000) La enseñanza de los derechos humanos. Barcelona, Paidós. 266 PERIS SUAY, A. (2009) Liberalismo y democracia en Ortega. Tesis doctoral. Universidad de Valencia.
136
informacionalización del planeta267. Una situación que, para muchos, más que conducir
a la llamada “sociedad del conocimiento”, está llevando, más bien, a una superficial
“sociedad del espectáculo” 268. Todo esto está ocurriendo –y se ve facilitado por ello- en
una sociedad con una cultura urbana bastante uniformizada. Nuestro mundo, en efecto,
es cada vez más urbano, tanto por las cifras de núcleos urbanos y de población urbana
como, sobre todo, por el modo de vida urbano que se ha extendido por prácticamente
todo el planeta. Así, pues, globalización, informacionalización y urbanización
generalizada constituyen tres procesos básicos, que se potencian mutuamente y que
caracterizan la realidad de nuestro mundo269.
En esta sociedad urbana y global, el control de la información, y concretamente
de los nuevos medios de comunicación, está favoreciendo el desarrollo de una “cultura
de la superficialidad”, una visión simplista del mundo, basada en interpretaciones de
sentido común. Esta nueva cultura de la superficialidad se sustenta en contextos
educativos diferentes a los tradicionales de la familia y la escuela, como los medios de
comunicación (especialmente la televisión) o la cultura cibernética. Por ello, se hace
hoy imprescindible recuperar el sentido orteguiano de la cultura. Sigue siendo necesario
reproducir, reinterpretar y transformarla, como exigía nuestro autor. No se puede
imponer un modelo de cultura y ciudadanía estandarizado y empobrecido. Por lo tanto,
enseñar la cultura no es sólo reproducirla sino reinterpretarla y transformarla. En este
sentido, debemos comenzar por conocer nuestra propia cultura, nuestra propia realidad
para, después, poder valorar otras realidades diferentes.
En una sociedad sobresaturada de información, la educación ha de servir para
que los ciudadanos sepan relacionarse desde el conocimiento270. Durante toda nuestra
vida, estamos en contacto con la información y con una cantidad desmesurada de
mensajes pero pocas veces reflexionamos sobre los mismos, sobre su naturaleza,
organización, procesos de construcción, relación con la realidad. Se hace indispensable,
pues, una reflexión epistemológica que nos ayude a redefinir el conocimiento y a
analizarlo críticamente, incorporando la perspectiva histórica y genealógica que nos
permita entender el carácter de construcción social del mismo. Es fundamental que
267 CASTELLS, M. (2007) La transición en la sociedad red. Barcelona, Ariel. 268 DEBORD, G. (2000) La sociedad del espectáculo. Barcelona, Anagrama. 269 BORJA, J. Y CASTELLS, M. (1997) Local y global, la gestión de las ciudades en la era de la información. Madrid, Taurus. 270 Precisamente ayudar a transformar la cascada informacional en conocimiento es uno de los retos de la educación actual. BUCKINGHAM, D. (2003) Media education. Literacy, learning and contemporary culture. Cambridge, Polity Press.
137
existan personas que cuestionen las ideas tradicionales, las ideas asumidas como ciertas
e irrefutables, la sabiduría popular o la información comúnmente aceptada. Si uno vive
en un mundo uniforme y no hay nadie que se cuestione ese mundo, que se cuestione las
cosas, todo se dirige a confirmar las ideas y a reforzarlas, pero no a transformarlas y
crear nuevas ideas. La sociedad sin personas críticas que sepan cuestionarse el orden
social, se hieratiza.
Pero, Ortega no se queda sólo en el conocimiento fáctico sino que, al concebir la
educación en su sentido más amplio, incluye la formación moral y cívica como parte
fundamental de la misma. A través de la educación, nuestro autor se propone mejorar
los hábitos y costumbres del pueblo español, un pueblo desvertebrado en el que no hay
comunión de los espíritus que lo integran. Pero, no puede cambiarlos por imposición
sino por convicción. Ésa es la tarea educativa: no imponer formas de ser y actuar en el
mundo pero formar, desarrollar la convicción de que hay unos modos de obrar que son
preferibles a otros, y, desde luego, la educación ha de ser beligerante contra aquellas
formas de ser, pensar o actuar incompatibles con los derechos humanos universales. Por
ello, se hace necesario ir más allá del conocimiento de nuestra realidad inmediata y de
nuestra cultura; ampliando nuestra particular perspectiva posibilitamos no sólo el
conocimiento sino la sensibilización ante realidades distintas a la nuestra. Ser ciudadano
es hacer posible la comunidad, la convivencia, la comunión de individuos influyéndose
mutuamente y no es factible sin asumir los valores que sería deseable defender y a los
que debe aspirar una sociedad justa y democrática. A la base de esos valores se sitúa el
reconocimiento de la igualdad de todas las personas, la libertad que se alcanza mediante
la educación y el derecho a la participación en y por una sociedad mejor. Podemos
afirmar, pues, que la función moral de la escuela a la que Ortega alude y por la que
destierra todos los particularismos religiosos se basa en los valores humanos
fundamentales.
La convicción orteguiana de la función social que ejerce la educación se refleja
en el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el
siglo XXI, presidida por Jacques Delors, La Educación encierra un tesoro271. En éste
se concibe la educación, al igual que lo hace Ortega, como el instrumento indispensable
para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social.
Se refleja la convicción de que la educación realiza una función esencial en el desarrollo
271 DELORS, J. (1996) La Educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI. Madrid, Santillana-UNESCO.
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continuo de las personas y las sociedades y que representa una vía, entre otras pero más
que otras, al servicio de un desarrollo humano más armonioso y justo. Concibe el
progreso del conocimiento como un instrumento de promoción del género humano, no
de discriminación. Consagra el papel de la educación como elevadora y superadora de
los particularismos religiosos y morales, al igual que lo hace nuestro autor272. Recoge, a
nuestro modo de ver, la convicción orteguiana de cómo la cultura ejerce un papel
socialmente más fecundo que la religión ya que, lo que la religión puede dar, lo da la
cultura más enérgicamente y alude al poder liberador en el sentido de conformación de
un espíritu crítico que puede otorgar la educación. Clama la Comisión, al igual que
nuestro autor, por una revalorización de los aspectos éticos y culturales de la educación.
Podemos, incluso, interpretar que en la pedagogía social orteguiana (que concibe
la sociedad como comunidad de trabajo donde todos han de tener conciencia de su labor
y participar activamente en el progreso social) se encuentran, implícitamente, los pilares
señalados por el Informe Delors para la educación del siglo XXI. Así, Ortega reclama
en su educación social una función intelectual de la educación que incluiría el aprender
a conocer y el aprender a hacer del mencionado Informe. De hecho, reclama que todos
adquieran una amplia cultura general pero que también sean capaces de trabajar
conjuntamente en la tarea de producción humana. La participación e implicación social
que reclama nuestro autor de los españoles se correspondería, pues, con la necesidad de
aprender a hacer, a llevar a la práctica lo que cada uno sabe realizar. Pero, sin duda, el
pilar que mayor notoriedad alcanza en la pedagogía social orteguiana sería el de
aprender a vivir juntos. Ése es el imperativo ético que se deduce de la noción de
comunidad de la pedagogía de Ortega, que aboga por un único espíritu y una única alma.
Sin entendimiento y respeto mutuo no es posible generar esa unidad. Nuestro autor
reclama para el pueblo español la necesidad de unidad y de amplitud de miras, siendo,
por tanto, necesario conocer otras realidades y comprender mejor a los demás (él mismo
amplía su perspectiva española al ampliar su conocimiento de otro país, Alemania), su
historia, sus tradiciones, su espiritualidad y, a partir de ahí, crear un espíritu nuevo que
impulse la realización de proyectos comunes o la solución inteligente y pacífica de los
inevitables conflictos. Podríamos incluso interpretar que esta necesidad de aprender a
272 “El mundo, frecuentemente sin sentirlo o expresarlo, tiene sed de ideal y de valores que vamos a llamar morales para no ofender a nadie. ¡Qué noble tarea de la educación la de suscitar en cada persona, según sus tradiciones y convicciones y con pleno respeto del pluralismo, esta elevación del pensamiento y el espíritu hasta lo universal y a una cierta superación de sí mismo!” DELORS, J. (1996) La Educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI. Madrid, Santillana-UNESCO, P.12.
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vivir juntos es reivindicada por Ortega bajo el epígrafe de teología social. Alude con
éste al hecho de que el individuo se diviniza en la colectividad e interpreta, como sigue,
la enseñanza cristiana de amar al prójimo como a ti mismo: “No te contentes con que
sea ancho, alto y profundo tu yo: busca la cuarta dimensión de tu yo, la cual es tu
prójimo, el tú, la comunidad” 273. Y, por supuesto, una comunidad implica unidad, unión,
armonía y respeto. Aprender a vivir juntos no constituye, pues, un preocupación nueva
de la educación. Desde tiempos remotos, en general y en la pedagogía orteguiana en
particular, el concepto mismo de educación gira en torno a la preparación de las
personas para vivir en el seno del grupo y de la sociedad.
Durante su primera etapa, Ortega reclama de los ciudadanos españoles que
aprendan a ser lo que son, hombres, con todo lo que este término conlleva. En La
Educación encierra un tesoro se señala que el siglo XXI reclamará de sus ciudadanos
que aprendan a ser y este pilar conlleva la exigencia de una mayor autonomía y
capacidad de juicio junto con el fortalecimiento de la responsabilidad personal en la
realización del destino colectivo. Aprender a ser y aprender a vivir juntos exige que los
alumnos comprendan la realidad social en la que viven y aprendan a cooperar, convivir
y ejercer la ciudadanía democrática en una sociedad plural, así como comprometerse a
contribuir a su mejora. Pero, para mejorar la realidad se debe fomentar la visión crítica
de la misma. En realidad, Ortega pretende de la educación esa capacidad de juicio
crítico. De hecho, aunque posteriormente elabore su teoría de la minoría selecta,
concibe que el papel de dicha minoría ha de ser llevar sus conocimientos al pueblo pero,
lejos de adoctrinarlo, pretende inculcarle el espíritu crítico, de cuestionamiento de los
ideales que se le ofrecen274. Se trata de crear en la sociedad española conciencia social
liberadora y liberalizante. En este sentido, conviene reseñar la tesis doctoral realizada
por Ángel Peris Suay, Liberalismo y democracia en Ortega, defendida en la Facultad de
Filosofía y Ciencias de la educación de Valencia en 2001. En ella, se nos presenta
Ortega como pensador liberal y democrático que, lejos de proponer una élite cultural
perpetua, pretendía organizar un sistema efectivo y eficaz para educar a las masas y
llevar la educación a todo el pueblo español. Universalizando la educación, nuestro
273 ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 102. 274 “El problema español es, ciertamente, un problema pedagógico; pero lo genuino, lo característico de nuestro problema pedagógico, es que necesitamos primero educar a unos pocos hombres de ciencia, suscitar siquiera una sombra de preocupaciones científicas y que sin esta previa obra el resto de la acción pedagógica será vano, imposible, sin sentido” ORTEGA Y GASSET, J. (1908) Asamblea para el progreso de las ciencias. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 186.
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autor propone hacer frente a uno de los riesgos denunciados por el Informe Delors, el de
que se produzca una ruptura entre una minoría capaz de moverse en un mundo en
formación y una mayoría que se sienta arrastrada por los acontecimientos e impotente
para influir en el destino colectivo con el riesgo de producirse un retroceso democrático.
Para Ortega, el desafío de la democracia está en lograr la participación e
implicación de todos en la vida en comunidad, incluso hoy este reto sigue pendiente275.
La educación, como Ortega supo ver, tiene un compromiso ineludible con el futuro de la
humanidad.
La educación de ciudadanos en Ortega va ligada a la idea de actividad: “Un
grupo de hombres que trabajan en una obra común reciben en sus corazones, por
reflexión, la unidad de esa obra y nace en ellos la unanimidad” 276. Podemos interpretar,
pues, que al reforzar esta idea de actividad necesaria en la promoción de la ciudadanía
española manifiesta nuestro autor el deseo de incentivar un determinado tipo de
ciudadanía: ni una ciudadanía pasiva ni una ciudadanía legal. Reclama un sentido de
pertenencia y participación en la comunidad política que no se reduce al ejercicio de
unos derechos sino a la exigencia de unos deberes, los de participar y cooperar en la
construcción de una sociedad. Incide en la necesidad de un ciudadano activo, un
ciudadano cuyos lazos de pertenencia y sentido de la participación tenga un carácter
reflexivo y crítico, de ahí la necesidad de educación. Pretende que los ciudadanos no
sean simples espectadores o protagonistas pasivos sino, todo lo contrario, que sean los
verdaderos protagonistas, los auténticos promotores de la vida democrática: “Un pueblo
es un orden de trabajadores y una tarea. Un pueblo es un cuerpo innumerable dotado de
una única alma. Democracia” 277. La importancia de la actividad, reclamada por Ortega,
en la noción de ciudadanía parece una simple redundancia porque la historia de la
ciudadanía recoge el valor de la participación, del sentido de pertenencia y la
apropiación de unos derechos y unos deberes de quienes tienen la condición de
ciudadanos. No puede entenderse ejercer la ciudadanía sin asumir un papel activo,
reflexivo y crítico en el ejercicio de los derechos y obligaciones que se tienen por
pertenecer a una comunidad política organizada. Sin embargo, la apelación orteguiana a
la actividad en la organización educativa de los fines de la vida social tiene un valor
275 Como afirma el republicanismo: PETTIT, Ph. (1999) Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno. Barcelona, Paidós. 276 ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 98. 277 ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 102.
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propio sobre el que conviene incidir. Con su idea de comunidad, nuestro autor exige al
pueblo español disponibilidad para la participación en los espacios públicos ya que no
hay una representación pública a la altura de las circunstancias y falta, sobre todo, una
cultura de la corresponsabilidad. En la apelación a la actividad en el ejercicio de la
ciudadanía Ortega quiere incentivar el protagonismo de la sociedad civil española.
En principio, ciudadano es para nuestro autor, como hemos visto, una persona
que coexiste en una sociedad que, en tiempos de Ortega, era la española. Pero, en las
últimas décadas las sociedades han cambiado y con ellas las concepciones teóricas y las
aplicaciones prácticas de la ciudadanía. El concepto se amplía y transforma
continuamente, a medida que nuestros estilos de vida y maneras de relacionarnos con
los demás se diversifican. En la actualidad, lejos de limitarse al contexto nacional, la
noción de coexistencia armoniosa entre los ciudadanos guarda relación con el concepto
de una comunidad que abarca todos los contextos en que viven los individuos: local,
regional, nacional e internacional.
Ortega ve en Europa el ideal a conseguir en España, Europa es ciencia y ciencia
ha de ser España, visiona España como posibilidad europea278. En la actualidad esa
posibilidad europea se ha materializado. Se hizo realidad el 12 de junio de 1985, fecha
en que España firmó el Tratado por el que se adhesionaba a la Unión Europea. No
visionamos Europa sino que formamos parte de ella. De Europa vienen las directrices
para conformar nuestro sistema educativo y hacia Europa miramos para evaluar
nuestros logros. A medida que Europa crece y se une, se hace cada vez más necesario
que los jóvenes aprendan el significado de una ciudadanía responsable en una sociedad
democrática. Se recurre a le educación para lograr la cohesión social en Europa y
conformar una identidad europea común. Ya no existe España como posibilidad al
margen de Europa sino que está inmersa en ella y, como miembro de la comunidad
europea, ha de participar en la tarea común. Así, en la actual Ley Orgánica 2/2006, de 3
de mayo, de Educación se reconoce lo que ya nuestro autor defendía, que la educación
es el medio más adecuado para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática y
responsable, que resulta indispensable para la constitución de sociedades avanzadas,
dinámicas y justas. Y las directrices para conseguirlo proceden de la Unión Europa.
El fomento de la educación para la ciudadanía democrática y participativa ha
sido un objetivo para Ortega y, también, es uno de los objetivos de los gobiernos
278 “Sólo mirada desde Europa es posible España” ORTEGA Y GASSET, J. (1910) España como posibilidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p. 337.
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europeos en los últimos años. Fomentado desde la propia Unión Europea, la Cumbre de
Jefes de Estado y de Gobierno de 1997 ya manifestaba su intención en este sentido,
centrándose en impulsar la participación de los jóvenes en la sociedad civil. Europa ha
experimentado una pérdida de conciencia civil. Tal y como indica Bueno279, las
autoridades políticas se mostraban preocupadas por la creciente apatía política y civil y
la falta de confianza en las instituciones democráticas y por el aumento de los casos de
corrupción, racismo, xenofobia, nacionalismo violento, intolerancia ante las minorías,
discriminación y exclusión sexual. A finales del siglo XX, parecía que la toma de
conciencia por parte de los ciudadanos había disminuido, tornándose en apatía,
desconfianza hacia el sistema y escasa participación de ciudadanos. Se repite la
situación denunciada por Ortega casi un siglo después: la existencia de una ciudadanía
inculta, cada vez menos formada, de cuyas actuaciones u omisiones se desprende un
gran déficit cívico. Por ello, se puso en marcha una Proyecto de Educación para la
Ciudadanía Democrática, cuyos resultados fueron tenidos en cuenta en la Conferencia
Permanente de Ministros de Educación Europeos. Se iniciaba así un programa de
actuaciones y recomendaciones desde el Consejo de Europa que dieron como resultado
la convocatoria del año 2005 como Año Europeo de la Ciudadanía a través de la
Educación. En España todo este proceso se tradujo en la creación de un Comité Español
en 2006 y la adopción de medidas concretas en 2007. Pero, además, la iniciativa
coincidió con la tercera reforma educativa realizada en España tras la generalización de
la educación por la Ley General de Educación de 1970, impulsada por José Luis Villar
Palasí. Era lógico que dicha reforma contara entre su planteamiento con una referencia
importante a la educación de la ciudadanía, creándose una nueva área de conocimiento,
una materia específica en el currículum que permita profundizar en algunos aspectos
relativos a nuestra vida en común, contribuyendo a formar a los nuevos ciudadanos.
Con la concreción curricular en una asignatura Educación para la ciudadanía y los
derechos humanos, se intenta proporcionar a los futuros ciudadanos los conocimientos
necesarios para que sepan cómo funciona un sistema democrático y, sobre todo, cómo
su participación activa es crucial para que dicho sistema funcione con garantías. Así es
como se entiende la educación para la ciudadanía en el contexto escolar europeo, como
“la educación que los jóvenes reciben en el ámbito escolar, cuyo fin es garantizar que se
conviertan en ciudadanos activos y responsables, capaces de contribuir al desarrollo y
279 BUENO, G. (2007) Sobre la educación para una ciudadanía democrática, El Catoblepas, 62, 2.
143
bienestar de la sociedad en la que viven” 280. El contenido de la materia para la
Educación Primaria, regulado en el Real Decreto 1513/ 2006, de 7 de diciembre, por el
que se regulan las enseñanzas mínimas de la Educación Primaria, recoge los temas que
abarca Ortega en su pedagogía social. Así, el bloque uno trata de los individuos y las
relaciones interpersonales y sociales; el dos, de la vida en comunidad y el tres, de vivir
en sociedad. La fundamentación social de la educación para la ciudadanía es la misma
que se planteaba nuestro autor, que todo individuo que vive en comunidad tiene que
asumir unos compromisos para beneficiarse de las ventajas que le proporciona el propio
hecho de vivir en esa colectividad. Todo el esfuerzo debe ir dirigido a crear un civismo
democrático, una conciencia de participar en la vida de la comunidad, contribuyendo a
mejorar la dimensión social del ciudadano sin dejar a un lado su individualidad dentro
de la colectividad. Pero, sin olvidar la máxima que subyace a la concepción social del
hombre, que el individuo es tal en tanto en cuanto forma parte de una colectividad.
La implantación de la educación para la ciudadanía en nuestro país ha
encontrado una fuerte resistencia en la jerarquía católica y sectores conservadores de la
sociedad española que denuncian que el Estado asume la educación moral de los
individuos, sustrayendo a los padres el derecho a decidir dicha educación para sus hijos.
Ésta era, precisamente, la propuesta orteguiana: “Para un Estado idealmente socializado
lo privado no existe, todo es público, popular, laico. La moral misma se hace
íntegramente moral pública, moral política: la moral privada no sirve para fundar,
sostener, engrandecer y perpetuar ciudades; es una moral estéril y escrupulosa,
maniática y subjetiva” 281. En realidad, como señalara Ortega, la formación religiosa es
una opción privada de cada cual que el Estado no debiera obstaculizar pero tampoco
está obligado a costear. Lo que sí debiera aparecer en una escuela laica es la cultura
religiosa, entendiendo por tal la historia de las religiones, de símbolos y mitologías, con
referencias explícitas a la tradición greco-romano-cristiana ya que ésta es importante
para comprender la cultura europea a la que pertenecemos. La información y el
conocimiento son la antesala del espíritu crítico. Para poder posicionarnos necesitamos
conocer las diferentes opciones y, en base a dicho conocimiento, decidir.
La propia denominación de Educación para la ciudadanía y los derechos
humanos alude a la perspectiva desde la que se pretende educar. Así, se refiere a los
280 COMISIÓN EUROPEA (2005) La educación para la ciudadanía en el contexto escolar europeo. Bruselas, Eurydice, p.10. 281 ORTEGA Y GASSET, J. (1910) La pedagogía social como programa político. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 100.
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derechos cívicos derivados de la noción de ciudadanía pero también se refiere a los
derechos humanos derivados de la noción de humanidad. En este sentido, la perspectiva
humanizadora se sitúa por encima de la perspectiva cívica aunque, en una sociedad
democrática, ambas debieran confluir. Las sociedades democráticas reconocen para sus
miembros una serie de derechos fundamentales en sus normas supremas, en nuestro
caso, la Constitución. Pero, por encima de la normativa cívica, ya no estatal sino en la
actual europea, se han de situar los valores de la humanidad que se han de reconocer a
todas las personas por el hecho de serlo, independientemente de los valores que la
sociedad a la que pertenezca le reconozca o no. La perspectiva de los derechos humanos
alude a la tarea humanizadora de la educación más que a la tarea conservadora de un
orden social determinado. La educación ha de conformar ciudadanos pero también ha de
conformar personas que alcancen proyectos de vida, personales y sociales, más
humanos. Visionar desde esta perspectiva la educación para la ciudadanía actual nos
ayuda a comprender el significado humanizador de la educación. La genética nos
predispone a llegar a ser humanos pero sólo por medio de la educación y la convivencia
social conseguimos efectivamente serlo. Lo importante es compartir una serie de valores
universales, una misma cultura política expresada en principios universales y
constitucionales más que una cultura o forma de vida particular. Por lo que la
ciudadanía no tendría que constituirse en virtud de una entidad nacional particular, sino
en virtud de unos principios democráticos comunes.
Pero mejorar la competencia social y ciudadana de las personas para mejorar la
realidad en que viven no puede conseguirse sólo a través de la implantación de una
nueva materia curricular. Es evidente que la función social de la escuela, su capacidad
para formar ciudadanos capaces de transformar y afrontar los problemas de nuestro
mundo no depende de una iniciativa curricular limitada, sino que exige una profunda
revisión de la escuela como institución en el marco del siglo XXI. Crear un tiempo
lectivo específico para conocer las nociones e implicaciones relacionadas con la
ciudadanía, un espacio de reflexión sobre el alcance de los derechos humanos, su
vulnerabilidad o no por parte de las sociedades es imprescindible pero no suficiente. Se
hace necesario proporcionar, desde la educación y con el concurso de la misma, los
instrumentos que capaciten a los futuros ciudadanos intervenir, participar y convivir en
un mundo diverso y plural, desde el respeto y la colaboración, pero, también, desde el
compromiso para conseguir una sociedad más justa. Se hace necesario educar para la
comprensión del mundo que, a su vez, permitirá la comprensión entre los seres humanos
145
que lo habitan. Como señala Morin282 se trata de “enseñar para que las personas se
comprendan como condición y garantía de la solidaridad intelectual y moral de la
humanidad” y dicha solidaridad debe vivenciarse en las instituciones escolares. Éstas
siguen teniendo entre sus finalidades la de proporcionar a los jóvenes aquellas
competencias, conocimientos y actitudes para comprender la sociedad del presente pero,
también la del futuro.
La formación política, reclamada por nuestro autor, es una parte esencial de la
formación democrática. Sin ella, no es posible la consecución de miembros activos,
participativos y comprometidos con la sociedad. A través de ella, deben proporcionarse
los instrumentos para entender las bases organizativas y el funcionamiento de la
sociedad democrática y para la participación en la misma. Partiendo de nuestro entorno
más inmediato, la institución escolar, podemos generalizar el conocimiento del
funcionamiento de esta microsociedad a entornos mayores. Así, en la escuela no sólo se
puede aprender la Declaración Universal de los Derechos Humanos sino que se hace
preciso llevarla a la práctica en las relaciones con los iguales, no sólo se debe aprender
el significado del voto y el derecho y deber a participar en la elección de nuestros
representantes sino que, eligiendo y votando a nuestros representantes en el Consejo
Escolar o al delegado de la clase experimentamos las formas de elección y sus
consecuencias. En la escuela, aprendemos el valor del diálogo para comprender y
ampliar nuestra perspectiva de cualquier tema pero también la necesidad de recurrir a
éste en el disenso. En la escuela, aprendemos la necesidad de la interdependencia
interinstitucional y lo productivo de ésta en las diferentes facetas de la educación,
ampliada a través de las experiencias de educación no formal que se materializan en las
actividades extraacadémicas. Se hace imprescindible, pues, que la información y el
conocimiento sobre las implicaciones de una ciudadanía responsable vayan
acompañados por la experimentación activa de lo reflexionado y conocido a nivel
teórico. Las escuelas pueden y deben ser espacios privilegiados para enseñar las buenas
prácticas de la ciudadanía democrática. La igualdad, cooperación, participación y
respeto anunciados deben ejemplarizarse en toda la organización del centro educativo,
en las actitudes de los maestros y su relación con los alumnos así como impregnar el
enfoque docente de todas y cada una de las materias del currículum escolar. Las
escuelas son espacios de ensayo y experimentación para la ciudadanía pero además ésta,
282 MORIN, E. (2001) Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Barcelona, Paidós, p. 114.
146
necesariamente, ha de trascender los muros escolares e impregnar el resto de instancias
sociales. No puede limitarse el ejercicio de la ciudadanía a la institución escolar. Este
hecho contradiría la esencia misma de ésta.
Se trataría, en definitiva, de educar para una ciudadanía de carácter global, que
habría de plasmarse, sobre todo, en tres aspectos básicos: superar los límites de las
patrias, superar los límites de los ámbitos educativos convencionales y superar los
límites entre la educación formal, informal y no formal283. Estos tres aspectos estaban
en cierta medida presentes en Ortega. Él pretendía superar los límites de España,
visionando Europa. España, para nuestro autor era la posibilidad europea materializada
en la actualidad. Así mismo, la sociedad era la educadora a través de todas las instancias
de participación social, no limitaba la educación de ciudadanos al ámbito convencional
escolar y, en este sentido, toda actividad humana en común era educadora. La
construcción de una sociedad más justa, equitativa y democrática no compete sólo a las
familias o a los docentes sino que hay muchos otros colectivos a los que tender redes.
En este sentido, como apunta Torres Santomé284, existe un fenómeno de nuevos
movimientos sociales (ONGs, colectivos feministas, ecologistas, de defensa de los
Derechos Humanos) que refleja el inconformismo de un, cada día más numeroso, grupo
de ciudadanos y ciudadanas que se quejan de las insuficiencias e injusticias de los
actuales modelos neoliberales. Propugnaba Ortega una educación para la ciudadanía
vinculada a la acción que es la que hoy, a nuestro particular modo de ver, sigue siendo
necesaria. La educación orteguiana y la educación actual reclaman una educación para
la participación ciudadana en distintas escalas: en el barrio, en la ciudad, en el estado, en
Europa, en el mundo. Educación ciudadana vinculada a participación comprometida en
todos los espacios en los que se tienen posibilidades de intervenir.
Desde la escuela se debe educar en esa línea y ello implica trabajar en torno a
problemas sociales relevantes en el marco de un currículum escolar integrado, no
fragmentado e inconexo, y posibilitar desde la escuela escenarios de intervención e
implicación social. Un factor decisivo en esta concepción social de la educación es, sin
duda, el profesorado que habrá de tener un perfil profesional adecuado que le permita
no sólo la enseñanza de la ciudadanía sino el ejercicio de la misma. Puede hacerlo, a
283 GARCÍA PÉREZ, F.F. y DE ALBA, N. (2007) Educar en la participación como eje de una educación ciudadana. Reflexiones y experiencias, Didáctica Geográfica, 9, 243-258. 284 TORRES SANTOMÉ, J. (2001) La construcción de la escuela pública como institución democrática: poder y participación de la comunidad, en GIMENO SACRISTÁN, J. Los retos de la enseñanza pública. Madrid, Akal, 105-146.
147
través del currículum, en la selección curricular de los contenidos, en la organización y
tratamiento de los mismos de forma que estén conectados con la realidad social del
alumnado e invitándole a una apropiación activa del mismo o, a través de su forma de
ejercer la docencia, siendo un modelo de diálogo, gestionando los asuntos que afecten a
la convivencia desde posturas dialógicas y no autoritarias. La manera de gestionar el
aula y la forma de enseñar tienen relación directa con la formación para la ciudadanía
democrática de los estudiantes. En este sentido, el docente tiene la responsabilidad de
incentivar y fomentar la participación deliberativa en todos los campos de la actividad
escolar. Participar significa intervenir activamente en el diseño y en la gestión del
quehacer común, significa salir de los intereses y proyectos personales para asumir
proyectos colectivos y trabajar en ellos con interés, responsabilidad, dedicación y
coherencia. En este tipo de participación se encuentra la esencia de la formación
democrática.
5.2 EL CULTIVO DE LAS EMOCIONES EN LA EDUCACIÓN
De una concepción social del sujeto de la educación pasa nuestro autor a una
concepción científica del mismo basada en la biología. Los descubrimientos más
recientes de ésta señalan el funcionamiento óptimo de la vida en las secreciones internas,
no en las funciones externas del organismo. La visión darwiniana de la vida como
adaptación queda superada por la vida como creación.
De este modo Ortega, que había defendido la pedagogía social como forma de
alcanzar la plenitud humana representada en la vida cultural y en la civilización, se
decanta ahora por una pedagogía vital cuya función será educar, no para la vida ya
hecha, para la vida cultural, sino para la vida creadora. Tras establecer un paralelismo
entre las actividades corporales y las espirituales, concluye nuestro autor que hay tres
clases de actividad espiritual: la civilización, las funciones culturales que la posibilitan y
los ímpetus originarios de la psique, como son el coraje, la curiosidad, el amor y el odio,
la agilidad intelectual, el afán de gozar y triunfar, la confianza en sí y en el mundo, la
imaginación y la memoria. Estos ímpetus son la raíz de la existencia personal,
fomentándolos posibilitamos la vida humana y el progreso que se origina de ésta. Existe,
pues, una jerarquía en las funciones vitales psíquicas, siendo la más plenaria y radical de
todas la vitalidad espontánea, los ímpetus originarios señalados. Ortega, en su propósito
de equiparar la Pedagogía con la ciencia más moderna del momento, la biología, se
148
propone sistematizar dicha vitalidad, analizando en qué consiste para buscar los
métodos de incrementarla285.
En cierta medida, la pedagogía actual se hace eco de la necesidad de buscar en la
biología, concretamente en la rama neurológica, el tratamiento científico defendido por
nuestro autor en 1920. En la actualidad, para explicar el funcionamiento cognitivo y
emocional de los educandos numerosos pedagogos buscan respuesta en la anatomía
cerebral. Así, por ejemplo, gracias a las investigaciones de Joseph Le Doux, un
neurocientífico del Center for Neural Science de la Universidad de Nueva York,
conocemos el funcionamiento de la amígdala, una memoria emocional que condiciona
todo nuestro comportamiento y nuestra percepción del mundo. Sus estudios se centran
en las emociones como procesos biológicos, algo que en su día intentó nuestro autor. En
la amígdala de Le Doux se situaría la sede de todos los impulsos pasionales descritos
por Ortega y que situaba en la zona psíquica denominada alma. La amígdala es, pues, la
parte del cerebro especializada en las cuestiones emocionales. Es relevante en
pedagogía porque se considera una estructura límbica muy ligada a los procesos de
aprendizaje y la memoria. Constituye una especie de depósito de la memoria emocional
y, en consecuencia, también puede ser considerada como un depósito de significado. En
la amígdala guardamos las emociones resultantes de nuestras experiencias de
aprendizaje, las creencias que subyacen a las mismas. De tal modo que una amígdala
repleta de emociones negativas ante el hecho escolar puede explicar el comportamiento
hermético de algunos escolares ante las experiencias educativas. Daniel Goleman se
basa en las investigaciones de Le Doux para fundamentar científicamente la existencia
de la inteligencia emocional286. Sostiene que, en un sentido muy real, todos nosotros
tenemos dos mentes, una mente que piensa y que sería el equivalente a la zona psíquica
que Ortega denomina espíritu, y otra mente que siente y que equivaldría a la
denominada alma. Las dos formas fundamentales de conocimiento interactúan para
construir nuestra vida mental. La mayor parte del tiempo, la mente racional y la
emocional trabajan conjuntamente, entrelazando sus distintas formas de conocimiento
para guiarnos adecuadamente. Existe, pues, un equilibrio en el que los sentimientos
285 “Una pedagogía que quiera hacerse digna de la hora presente y ponerse a la altura de la nueva biología tiene que intentar la sistematización de esta vitalidad espontánea, analizándola en sus componentes, hallando métodos para aumentarla, equilibrarla y corregir sus deformaciones” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 409. 286 GOLEMAN, D. (1996) Inteligencia emocional. Barcelona, Kairós.
149
alimentan y dan forma a los pensamientos unas ocasiones y, otras, son los pensamientos
los que equilibran los sentimientos.
Para ser justos, cabe indicar que antes que Daniel Goleman difundiera y
popularizara el término de inteligencia emocional, hubo otros autores que acuñaron
términos similares287. De hecho, Mayer y Salovey ya habían hecho referencia a ese
constructo en el artículo científico Emotional Intelligence publicado en 1990288. En éste
explicaban que la inteligencia emocional consiste en la habilidad para manejar los
sentimientos y las emociones, discriminar entre ellos y utilizar esos conocimientos para
dirigir los propios pensamientos y acciones.
De este modo, comprobamos que la visión científica del educando que obliga a
Ortega a ser sistemático y a averiguar la tectónica y el funcionamiento de la psique
humana es de máxima actualidad.
El orden psíquico es el más discutido, problemático y relevante en pedagogía y,
sesenta años antes de que se hablara de inteligencia emocional como entidad
diferenciada de la inteligencia racional, nuestro autor ya distingue tres zonas o
potencialidades psíquicas: la vitalidad, el alma y el espíritu. El alma sería el equivalente
a la inteligencia emocional ya que en ella residen los sentimientos y emociones,
mientras que el espíritu sería la estrictamente racional. Esta distinción es importante
porque, aunque todos los ingredientes están presentes en cada uno de nosotros dando
lugar a diferentes caracteres (personas más vitales que otras, unos con mucha alma y
poco espíritu), en función de la etapa vital en que nos encontremos hay una
predisposición a potenciar más unos que otros289. Si en la etapa vital de la infancia
predomina la vitalidad, es necesario que la pedagogía se ocupe de fomentarla, se trata de
287 X. ZUBIRI, discípulo de Ortega, acuñó el término de “inteligencia sentiente” mucho antes que Goleman hiciera lo propio con el de “inteligencia emocional. Este autor habla de la necesidad de fundamentar la inteligencia no en el “logos”, en el juicio y los conceptos abstractos, sino en la “aprehensión sensible y sentida de la realidad”: “La inteligencia es aquí no un talento del que goza una minoría privilegiada, sino un potencial de conocimiento que forma parte, de modo general, del bagaje constitutivo del ser humano: “el hombre-dice Zubiri-no es cosa, sino persona inteligente”. Su misma estructura somática le obliga a tener que entender para ajustarse al mundo y asegurarse tanto su subsistencia (su supervivencia) como su humana vivencia (cultural y simbólica)” GARCÍA, R., GOZÁLVEZ, V., VÁZQUEZ, V. y ESCÁMEZ, J. (2010) Repensando la educación. Cuestiones y debates para el siglo XXI. Valencia, Brief, p.43. 288 SALOVEY, P. Y MAYER, J.D. (1990) Emotional intelligence, referenciado y comentado en MAYER, J.D. y SALOVEY, P. (2007) ¿Qué es la inteligencia emocional?, en MESTRE NAVAS, J.M. y FERNÁNDEZ BERROCAL, P. Manual de inteligencia emocional, Madrid, Pirámide, 25-45. 289 “Así es evidente que el niño vive principalmente de su cuerpo, muy poco de su alma y casi nada de su espíritu. O buscando la fórmula inversa: que el niño no posee apenas espíritu, tiene un breve volumen de alma y una gran periferia de vitalidad” ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 586.
150
“inducir a la pedagogía para que someta toda la primera etapa de la educación al
imperativo de la vitalidad” 290.
El ideal educativo consiste, precisamente, en conseguir niños con una vitalidad
rebosante, favorecedora de una vida ascendente en el sentido nietzscheano. La vitalidad
orteguiana se traduciría en la necesidad de educar personas optimistas que se enfrentan
a los retos cotidianos de la vida con curiosidad, imaginación y confianza en sí mismos.
En la actualidad proliferan los libros de divulgación que señalan que el secreto de la
felicidad se encuentra en el optimismo vital y en el poder del mismo. Sirvan de ejemplo
las siguientes palabras del divulgador científico Eduardo Punset:
Vale la pena ser optimista: si eres optimista, generas felicidad en tu interior, y es posible
que la crees en otros. Si eres pesimista, no tienes ninguna esperanza. Estás completamente
seguro de que perderás. Si hay donde elegir, elige la felicidad y el optimismo, ya que, por
lo menos, existe una posibilidad. Si ya has decidido que algo no funcionará, no hay manera
de que funcione. Por eso creo que vale la pena apostar por el lado positivo291.
La vitalidad orteguiana entendida como optimismo es también el secreto de la
felicidad que expone en su libro The Secret (2006) Rhonda Byrne que estuvo en la lista
de los libros más vendidos durante más de tres años y ha vendido más de 19 millones de
copias. En él, la autora sostiene el poder de la atracción que ejercen las personas
optimistas, las de vitalidad ascendente. Ahora bien, pese a la buena acogida que tienen
los libros de autoayuda que figuran en los estantes de las librerías populares, ser
optimista ante las adversidades ayuda a la consecución de nuestros objetivos pero ese
pensamiento positivo no es suficiente por sí mismo. A ese pensamiento deben
acompañarle una valoración objetiva de la situación, una planificación de las acciones a
emprender y un detallado análisis de consecuencias de las mismas. Como señalan Avia
y Vázquez292 el optimismo es un factor moderador o intermedio de otros, sirve como
elemento motivador de las conductas que promueven el cambio y la acción humanas.
Éste es el sentido final, psicológico y biológico, de la vitalidad orteguiana y del
optimismo publicitado en la actualidad. No se trata de un estado final de complacencia
sino de su poder como plataforma para el despliegue de la acción humana.
290 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 417. 291 PUNSET, E. (2007) El alma está en el cerebro. Madrid, Punto de lectura, p. 279. 292 AVIA ARANDA, M. D. y VÁZQUEZ VALVERDE, C. (1998) Optimismo inteligente: psicología de las emociones. Madrid, Alianza Editorial.
151
Ser optimista es poseer una vitalidad ascendente que genera plenitud y, como
señala nuestro autor, se contagia. Estando con personas optimistas, de tonalidad
ascendente, nos sentimos contagiados de su plenitud y mejorados por una inefable
corroboración vital. Si es decadente, acontece todo lo contrario, “en nuestra atmósfera
íntima soplan insólitas ráfagas de acritud” 293. La hipótesis del contagio emocional es
defendida también en nuestra época por Goleman quien sostiene que las emociones son
contagiosas y que la mayor parte del contagio se produce, como apuntaba Ortega, en las
relaciones interpersonales de forma sutil294. Establece, incluso, una metáfora de los
sentimientos como virus sociales que se transmiten en los encuentros interpersonales.
La idea orteguiana del contagio emocional no es sino la constatación de la relación
existente entre los sentimientos y la vida social. La tonalidad afectiva de una persona
determina el tipo y la intensidad de las relaciones sociales295. Así, por ejemplo, en quien
predominan sentimientos de tristeza ofrece, inevitablemente, una imagen de
melancólico retraimiento que contribuye al aislamiento social. Éste se deriva de la
propia dinámica afectiva del sujeto triste y ensimismado, que tiene la atención revertida
hacia el interior de sí mismo, y del rechazo que propicia en los demás.
Si las emociones se contagian en las relaciones interpersonales y pretendemos
formar personas con una vitalidad ascendente, una de las cualidades que deben poseer
las personas que se dedican a la docencia es, precisamente, la de poseer elevadas dosis
de optimismo. No es posible, en ningún sentido, conseguir una personalidad vigorosa,
de cualquier orden que sea-moral, científico, político, artístico, erótico-, sin un
abundante tesoro de esa energía vital. Por ello, ser optimista es una condición
imprescindible para dedicarse a la docencia:
Quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda
pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana,
en la capacidad innata de aprender y ver en el deseo de saber que la anima, en que hay
cosas…que pueden ser sabidas y que merecen serlo, en que los hombres podemos
mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento296.
293 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 417. 294 En 1996 describe lo mismo que nuestro autor en 1920: “En cada relación subyace un intercambio subterráneo de estados de ánimo que nos lleva a percibir algunos encuentros como tóxicos y otros, en cambio, como nutritivos” GOLEMAN, D. (1996) Inteligencia emocional. Barcelona, Kairós, p. 189. 295 BERNAL, A. y NAVAL, C. (2005) Los afectos: pista para ser libre, en VARIOS. Cultivar los sentimientos. Propuestas desde la Filosofía de la Educación. Madrid, Dykinson, p. 90. 296 SAVATER, F. (2006) El valor de educar. Barcelona, Ariel, p. 18.
152
Pero no toda la educación debe someterse al imperativo de la vitalidad sino sólo
la educación elemental, desplazando la cultura a etapas educativas posteriores297. No se
trata de educar al niño pensando en lo que será el día de mañana, un científico, un artista,
un ciudadano sino que respondiendo a lo que necesita el niño hoy como tal,
posibilitaremos que después se convierta en todo lo demás.
No debemos negarle a las escuelas su función preparatoria para la vida social
sino que esa función social pragmática debe reservarse a etapas posteriores. De este
modo, deberían cultivarse en las etapas posteriores educativas las funciones externas de
la psique: la percepción, la memoria y la conciencia moral ya que éstas se realizan sobre
el medio que nos rodea, vierten hacia fuera. La percepción, por ejemplo, proporciona
una aprehensión adecuada del medio y la memoria conserva dicha aprehensión. Sin
embargo, para Ortega el éxito social sólo será posible si aseguramos antes el bienestar
interior. Garantizar el bienestar actual del infante es el primer paso para garantizar
también su bienestar futuro, conciliando cognición y emoción, preparando desde el
ámbito educativo para la vida ascendente, positiva. En cambio, en la actualidad el
olvido de la formación afectiva del educando en el mundo educativo produce un abismo
entre el constante progreso científico y técnico, por un lado, y el subdesarrollo
emocional, afectivo, ético y social por otro. Proliferan las disfunciones de tipo
psicológico y afectivo que comprometen el desarrollo de la persona como un todo298.
Trastornos como el estrés, la depresión o la agresividad son cada vez más frecuentes y
alarmantes, constituyendo las enfermedades emergentes del siglo XXI. Recojamos las
valiosas aportaciones de la filosofía educativa orteguiana y creámonos que el objetivo
educacional por excelencia es fomentar una vitalidad ascendente, asegurando, desde el
principio, la confianza del alumnado en sí mismo a través de la educación sentimental.
Para ello, la educación debe ocuparse de las funciones internas, constituidas por la
volición, el pensamiento, los sentimientos, deseos, impulsos y apetitos. Éstas conforman
una especie de trastierra espiritual que nos infunde energía y cultivan nuestra vitalidad.
De todas éstas, los sentimientos son la fuente principal de la que se nutre la vitalidad.
Nada hay tan fecundo en nuestra vida íntima como los sentimientos, son el resorte de la
297 “La enseñanza elemental debe ir gobernada por el propósito último de producir el mayor número de hombres vitalmente perfectos. Lo demás, la bondad moral, la destreza técnica, el sabio y el “buen ciudadano”, serán atendidos después” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 417. 298 DARDER, P. Y BACH, E. (2006) Aportaciones para repensar la teoría y la práctica educativas desde las emociones, Teoría de la educación. Revista interuniversitaria, 18, p. 65.
153
vitalidad, la fuerza elástica por la que asciende nuestro pulso vital. De ellos emanan en
el sujeto los deseos, las voliciones y las actuaciones. Incluso, ayudan a conformar los
pensamientos, condicionándolos fuertemente. La educación afectiva es base de la
educación intelectual, cívica y moral. De la disposición subjetiva que tenga el sujeto,
dependerá el modo de conocer la realidad, el bien y la belleza. Garantizar unos
sentimientos positivos es garantizar el contacto y la aprehensión adecuada de la
realidad299.
La propuesta educativa orteguiana sobre la necesidad de garantizar un desarrollo
emocional positivo coincide con las teorías actuales de la Psicología Positiva y con
propuestas como las de Fredrikson300, Seligman301, Lyubomirsky, King y Diener302.
Todos estos autores defienden el papel de las emociones positivas en el aprendizaje e
insisten en que es posible educar para la felicidad desde la felicidad, desde estados
emocionales positivos.
Seligman es el padre de la llamada Psicología Positiva que es el estudio
científico de las experiencias positivas y los rasgos individuales positivos, además de las
instituciones que facilitan su desarrollo. El origen de la Psicología Positiva se sitúa en
la conferencia que Martin Seligman dio en 1999 como presidente de la Asociación
Americana de Psicología (APA)303, aunque es en el año 2000, en un artículo de
Seligman y Csikszentmihalyi304 en el American Psychologist donde aparece por primera
vez en el título la expresión Positive Psychology, por lo que se puede considerar ese
artículo como el acta de nacimiento de lo que conocemos como Psicología Positiva305.
La temática de la misma se centra en el bienestar emocional, las emociones positivas, la
felicidad y el fluir, poniendo un énfasis especial en los aspectos positivos del
funcionamiento humano. Seligman sostiene que nuestros niveles de bienestar y felicidad
se pueden incrementar aumentando las emociones positivas.
299 BERNAL, A. y NAVAL, C. (2005) Los afectos: pista para ser libre, en VARIOS. Cultivar los sentimientos. Propuestas desde la Filosofía de la Educación. Madrid, Dykinson, p. 92. 300 FREDRICKSON, B. (2004) El poder de los buenos sentimientos, Mente y cerebro, 8, 74-78. 301 SELIGMAN, M.E.P. (2007) La auténtica felicidad. Barcelona, Ediciones B. 302 LYUBOMIRSKY, S., KING, L.A., y DIENER, E. (2005) The benefits of frequent positive affect: Does happiness lead to success?, Psychological Bulletin, 131, 803-855. 303 SELIGMAN, M.E.P. (1999) The presidents address. APA.1998. Annual Report, American Psychologist, 54, 559-562. 304 SELIGMAN, M. y CSIKSZENTMIHALYI, M. (2000) Positive Psychology: An introduction, American Psychologist, 55 (1), 5-14. 305 BISQUERRA, R. (2009) Psicopedagogía de las emociones. Madrid, Editorial Síntesis.
154
Bárbara Fredrickson es la autora de la teoría de “ensanchar y construir” 306 en la
que postula que los sentimientos positivos amplían nuestro repertorio de ideas y de
acciones y nos ayudan a cimentar (construir) recursos mentales duraderos que nos
resultarán de utilidad en experiencias futuras.
Lyubomirsky, King y Diener307 presentan la influencia de las emociones en el
aprendizaje, partiendo de la base de que el cerebro está diseñado para prestar atención
en primer lugar a la información con un componente emocional; de hecho, cuanto más
intensa sea la emoción más sentido tendrá. La propuesta de estos autores coincide con la
de Ortega al sostener que las emociones en general y el vivenciar la situación de
enseñanza-aprendizaje con pasión y entusiasmo, en particular, nos ayudan a aprender
más rápidamente, a recordar mejor la información, hacen que la información “parezca
real” (creemos lo que sentimos).
Comprobamos, pues, cómo Ortega se anticipaba a algunos de los postulados en
los que basa la Psicología Positiva. Reclamaba que la educación elemental debía
encargarse de educar la vitalidad de los infantes de manera que fueran felices en el aula,
que no hubiera a su alrededor nada que les pudiera hacer presentir lo equívoco de la
existencia. Para nuestro autor, la escuela debería ser un lugar en el que se desarrollan
actitudes positivas hacia la vida, en el que se fomenta la vitalidad primigenia de los
niños para que puedan, al llegar a la madurez, llevar una vida más feliz y resiliente.
Ortega niega, ya en 1923, la visión del hombre como ser racional y libre que
vive de su conciencia. En efecto, poseemos razón y libertad pero ambas forman una
tenue película que envuelve el interior de nuestro ser, cuyo interior ni es racional ni es
libre. Admite que hay una actividad sentimental específica, distinta de todas las
actividades corporales y de todas las demás del espíritu, como la intelectual, la del deseo
o la de la volición. La regulación de esta actividad sentimental es crucial para vivir con
plenitud, ya que vivimos desde nuestros sentimientos y, desde ellos, brota todo lo
demás308. Considera, pues, la relevancia de éstos en el funcionamiento integral de la
306 Bárbara Fredrickson ha propuesto y difundido en numerosos trabajos esta teoría. Véase: FREDRICKSON, B. (2004) El poder de los buenos sentimientos, Mente y cerebro, 8, 74-78; FREDRICKSON, B. L. y BRANIGAN, C. (2005) Positive emotions broaden the scope of attention and thought-action repertoires, Cognition and Emotion, 19, 313-332. 307 LYUBOMIRSKY, S., KING, L.A., y DIENER, E. (2005) The benefits of frequent positive affect: Does happiness lead to success?, Psychological Bulletin, 131, 803-855. 308 “Me parece, por lo menos, inexacto decir que el hombre vive de su conciencia, de su espíritu. La verdad es que, salvo somera intervención de nuestra voluntad, vivimos de una vida irracional que desemboca en la conciencia, oriunda de la cuenca latente, del fondo invisible que en rigor somos” ORTEGA Y GASSET, J. (1927) Estudios sobre el amor. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 502.
155
persona, destacando el carácter atmosférico de los mismos ya que parecen envolverlo
todo. Es consciente de que no los produce el espíritu o la mente, ni, por la misma razón,
puede acabar con ellos; únicamente puede actuar de contención, para que no se
derramen por el resto del ser309. Ese parece ser el oficio de la voluntad y, en general del
espíritu o conocimiento, de la razón. Ésta no mueve, sino que suspende, este o el otro
ímpetu prevoluntario que asciende vegetativamente de nuestro subsuelo anímico. De
este modo, Ortega aventura que cabría cierto dominio racional de los sentimientos. En
la actualidad, no se cuestiona la capacidad de controlar las emociones. De hecho, el
autocontrol emocional es uno de los objetivos que conforman los programas educativos
para desarrollar la inteligencia emocional. También se persigue el dominio racional de
las emociones desde el concepto de inteligencia intrapersonal. Éste es descrito por
Howard Gardner en su libro Inteligencias múltiples310 y hace referencia, precisamente, a
la capacidad de establecer contacto con los propios sentimientos, discernir entre ellos y
aprovechar este conocimiento para orientar nuestra conducta.
Los sentimientos han de tener un lugar propio en la educación puesto que son
una dimensión fundamental de nuestro ser humano y están siempre presentes en nuestra
vida, en nuestras interacciones cotidianas, aunque a veces pasen desapercibidos. De ahí,
que Ortega los sitúe a la base del sistema educativo como medio de posibilitar una
vitalidad plena. Los sentimientos, como supo defender nuestro autor, constituyen un
asunto esencial en la educación elemental. No pueden desterrarse del ámbito educativo.
Es necesario saberles atribuir exactamente el importante papel que tienen en la
existencia humana, para alcanzar una libertad emocional generadora de una vitalidad
ascendente311. En este sentido, se hace necesario enseñar a pensar a partir de nuestras
emociones. Por ello, necesitamos un paradigma curricular nuevo, que no ignore las
disciplinas del conocimiento pero que les asigne su lugar propio en el esquema general
de las cosas como una parte de la educación de la persona. Se trata de lograr la
integración de la razón con la emoción, de la educación con la vida312.
309 “El espíritu o yo no puede, por ejemplo, crear un sentimiento, ni directamente aniquilarlo. En cambio, puede, una vez que ha surgido un deseo o una emoción en cierto punto del alma, cerrar el resto de ella e impedir que se derrame hasta ocupar todo su volumen” ORTEGA Y GASSET, J. (1925) Vitalidad, alma y espíritu. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 577. 310 GARDNER, H. (1995) Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica. Barcelona, Paidós. 311 IBAÑEZ-MARTÍN, J.A. (2005) Sentimientos y razones en la educación cívica, en VARIOS. Cultivar los sentimientos. Propuestas desde la Filosofía de la Educación. Madrid, Dykinson, p. 16. 312 Este reto fue señalado en el año 2000 en un influyente ensayo titulado A Philosophy of Education for the year 2000 por la conocida profesora Jane Roland Martin quien retomaba su tesis de diseñar la escuela como un equivalente moral del propio hogar: MARTIN, J. R. (1995) A Philosophy of Education for the year 2000, Phi Delta Kappan, 76 (5), January, p. 358.
156
Ortega es consciente de que una educación basada en el espíritu iluminista, en la
razón, no tiene sentido en una pedagogía vitalista cuyo objetivo sea que las personas
aprendan a vivir. Con la priorización de los sentimientos frente a los contenidos
culturales, se opone al enciclopedismo que, heredado del siglo XVIII, sigue aún
presente en algunas etapas de nuestro sistema educativo. Al rechazar la transmisión de
contenidos masivos, sin sentido para el educando, rechaza el adoctrinamiento heredado
de una concepción escolástica de la educación. Nos demuestra cómo el intelectualismo
produce el alejamiento de la vida y defenderlo, más aún conservarlo en la actualidad,
supone la incomprensión del espíritu y las necesidades del niño. No es que no sea
necesaria una preparación política, social y cultural de los niños y jóvenes, pero antes de
ésta se debe fomentar el desarrollo vital del niño, sólo éste posibilitará el desarrollo
cultural. La vitalidad posibilita la cultura y su valoración. Éstas son necesarias y no se
han de apartar como proponía Rousseau, sino que deben postergarse al momento en que
el sujeto se encuentre en disposición activa y vital para adquirirla. Educar no es
adoctrinar. No consiste la educación en ofrecer grandes cantidades de información e
intentar que los educandos la gestionen eficazmente, sino que la verdadera educación ha
de instaurar los pilares fundamentales en cuanto al control de emociones y el
comportamiento. La educación ha de atender a la formación integral de la persona, ha
de dar respuesta al ámbito cognitivo y al emocional.
En nuestro país, con la L.O.G.S.E se introdujo la necesidad de formar a los
jóvenes, no sólo cognitivamente, sino también moralmente. Los contenidos educativos
se diversificaron en conceptuales, procedimentales y actitudinales y se proponía un
tratamiento transversal de los mismos. Sin embargo, en la práctica no hubo una
materialización plena, quizá porque todo lo que es transversal, en lugar de constituirse
en eje vertebrador del resto de conocimientos, parece que se diluye. La pretensión se ha
cumplido sólo formalmente. El propósito de favorecer el desarrollo integral del
alumnado forma parte del discurso pedagógico dominante pero, dista mucho de ser una
realidad en la práctica educativa cotidiana. Aparece en infinidad de ocasiones en los
proyectos educativos de centro, en las programaciones generales anuales, en las
programaciones didácticas de las diferentes materias, en diversas publicaciones y
sucesivas investigaciones pero, pocas veces se acompaña de iniciativas concretas en el
157
aula o en los hábitos, actitudes y comportamientos, no ya de los alumnos, sino de los
educadores313.
En el discurso pedagógico actual, cualquiera que tenga una mínima formación
pedagógica sabe que educar no es instruir sino formar personas, siendo necesario, por
tanto, incorporar la dimensión emocional a la educación de manera explícita. En este
sentido, Ortega supo contemplar la infancia como oportunidad para crear los hábitos
emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras vidas. Supo reclamar
para la etapa elemental, la necesidad de cultivar una vitalidad ascendente. Supo dar a los
sentimientos un lugar propio en la educación. Conviene recuperar la pedagogía vitalista
orteguiana porque, paralelamente al progreso científico, ha ido creciendo cada vez más
la perspectiva pragmática educativa. Se forma para ocupar un lugar en la sociedad, para
desarrollar una profesión, para conseguir un estatus; en definitiva, se priorizan las
dimensiones cognitivas y procedimentales del educando para lograr la inserción en la
compleja trama tecnificada de la sociedad de la información. Sin embargo, repensar la
teoría y la práctica educativas desde la perspectiva de las emociones representa una
esperanza y una oportunidad de humanización, en un momento como el actual,
especialmente necesitado de optimismo y propuestas integradoras, como consecuencia
de los cambios sociales. Cada vez más se reivindica la necesidad de desarrollar la
inteligencia emocional, que incluye “la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de
perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos,
de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que
la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y de la capacidad de empatizar y
confiar en los demás” 314. Priorizar la dimensión cognitiva de la persona sin contemplar
la dimensión sentimental no es educar. De hecho, más que nunca se evidencia hoy en
día que obtener unos resultados académicos excelentes no es garantía de ser competente
vitalmente. El éxito escolar no garantiza el éxito social, no garantiza el saber reaccionar
ante las vicisitudes que presenta la vida, hacer frente a las dificultades o aprovechar las
oportunidades que nos ofrecen las circunstancias. Pese a la insistencia orteguiana de
fomentar una vitalidad ascendente, de fomentar el desarrollo adecuado de los impulsos
primitivos, de las emociones, nuestras escuelas y nuestra cultura, en general, siguen
insistiendo en el desarrollo de las habilidades académicas en detrimento de esa
313 DARDER, P. Y BACH, E. (2006) Aportaciones para repensar la teoría y la práctica educativas desde las emociones, Teoría de la educación. Revista interuniversitaria, 18, p. 57. 314 GOLEMAN, D. (1996) Inteligencia emocional. Barcelona, Kairós, p. 65.
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inteligencia emocional. Ese conjunto de rasgos que algunos llaman carácter y otros,
como Ortega, pulso vital o vitalidad primigenia es reconocido por todos como elemento
decisivo para tener éxito en nuestro proyecto de vida personal. La importancia de la
competencia emocional radica en ser fontana inagotable del resto de competencias: “La
competencia emocional constituye, en suma, una meta-habilidad que determina el grado
de destreza que alcanzaremos en el dominio de todas nuestras otras facultades” 315. De
ahí que, como señala Ortega, sea necesario fomentarla en la primera etapa asegurando el
éxito en empresas posteriores, sean éstas culturales o profesionales.
El propósito de la pedagogía propuesta por nuestro autor, una pedagogía de
secreciones internas será, precisamente, el fomento de los sentimientos y emociones, de
los deseos, de los impulsos y apetitos; en definitiva de todos aquellos fenómenos
ubicados en la zona a la que ha llamado alma. De esta manera, apunta nuestro autor
claves metodológicas favorecedoras de una pedagogía vital. Algunas se encuentran
presentes en la educación actual o, al menos, en algunas etapas de la misma. Otras,
conviene que sean tenidas en consideración a fin de que se materialicen en propuestas
metodológicas actuales.
La primera premisa metodológica es el paidocentrismo: reconocer las
características del educando y situarlo en el centro del proceso de aprendizaje. Se trata
de educar la infancia partiendo de un estándar de puerilidad, no de adultez. Se hace eco
nuestro autor de la propensión, imperante incluso hoy en día, a definir la identidad de
los niños, la vida infantil, más en oposición a la etapa adulta que en relación con ellos
mismos: “Partimos de nuestro mundo como algo definitivo, y en vista de que el niño se
mueve torpemente por este paisaje nuestro, consideramos la infancia como etapa
enfermiza, defectuosa, que la vida humana atraviesa para llegar a la madurez” 316.
Debemos recordar que, para Ortega, existen tantas perspectivas como puntos de vista,
habiendo múltiples realidades en lugar de una única e inamovible. Y, si hay una realidad
distinta según la interpretación que haga cada persona, ¿por qué no somos conscientes
de que, con más motivo, el mundo infantil difiere enormemente del mundo adulto? Se
trata de visionar el mundo como lo hacen los niños, desde su particular punto de vista
como infantes y no desde el nuestro. En pedagogía debería ser una premisa
metodológica de primer orden el que para llegar a educar a un niño, debemos visionar el
315 Ibídem, p.68. 316 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 423.
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mundo como él lo hace y respetar dicha visión. A los niños se llega a través de la
fantasía, la imaginación y el juego, no por imposiciones y urgencias cotidianas que se
derivan de la perspectiva del mundo adulto.
Conocer y respetar la cosmovisión infantil es el primer requisito para hacer
efectivos los derechos que el niño tiene como tal. En la actualidad la Convención sobre
los Derechos del Niño de 1989, a lo largo de sus 54 artículos, reconoce y define a los
niños, no como adultos en miniatura ni como seres incompletos e inacabados, sino que
reconoce que los niños son seres humanos menores de 18 años, sujetos de pleno derecho:
derecho al desarrollo físico, mental y social y derecho a expresar libremente sus
opiniones. Pues bien, el pleno desarrollo de un niño se puede favorecer, como apunta
Ortega, a través de la educación entendiendo por ésta el instrumento a través del cual se
les puede llevar a su plenitud, plenitud no adulta sino infantil. En este sentido, un niño
educado y que disfruta de su educación es un niño que rebosa vitalidad, que quiere
descubrir el mundo, que desarrolla su curiosidad en el aula y fuera de ella, su
imaginación, la confianza en sí mismo.
Reconocer al niño como tal conlleva la segunda premisa metodológica: debemos
adaptar el medio educativo a las características del sujeto. De este modo, las aulas deben
transformarse en paisajes naturales del niño, no en paisajes para adultos. La diferencia
entre el medio vital del niño y el del adulto consiste, según nuestro autor, en que “los
objetos que para el niño vitalmente existen, que le ocupan y preocupan, que fijan su
atención, que disparan sus afanes, sus pasiones y sus movimientos, no son los objetos
reales sino los deseables. Podrá ocurrir que a veces un objeto deseable sea además real;
sin embargo, al niño le interesará porque es deseable, no porque sea real” 317.
Por tanto, las aulas infantiles deben transformarse en lugares donde se fomenten
los deseos, la fantasía, la imaginación y la curiosidad. Para ello, proporcionaremos al
niño instrumentos (mitos y leyendas) que susciten en él sentimientos magnánimos
favorecedores, estimuladores, que actúen de secreciones internas, de hormonas
psíquicas productoras de un pulso vital ascendente. Las narraciones fantásticas
contribuyen a educar los sentimientos ya que, partir de lo que el niño siente al
escucharlas, los moviliza, reorienta y amplía318.
317 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 427. 318 GARCÍA AMILBURU, M. y RUIZ CORBELLA, M. (2005) Cine y (Des) Educación afectiva, en VARIOS. Cultivar los sentimientos. Propuestas desde la Filosofía de la Educación. Madrid, Dykinson, p. 180.
160
Para nuestro autor es particularmente significativo distinguir entre obras basadas
en hechos reales y narraciones de ficción porque aunque todas ellas, en cuanto
constructos culturales son, en cierto modo, ficcionales, las que aluden a hechos reales
pueden hacerle presentir lo equívoco de la existencia. Los relatos reales de Historia o
Ciencias Sociales podrían propiciar lúcidas y dolorosas confrontaciones con los propios
pensamientos e intenciones infantiles, mermando de este modo su optimismo vital.
Las narraciones fantásticas se dirigen directamente a la imaginación del niño,
transmitiéndole el sentido de que hay lazos de posibilidad entre los personajes y el
lector. Se moviliza, pues, un tipo de aprendizaje vicario donde los modelos, los
personajes, nos invitan a imaginarnos lo que supondría ser como ellos, vivir sus
experiencias, sus aventuras y desventuras, hacer frente a sus amenazas y salir victorioso
ante las mismas319. En definitiva, los mitos y leyendas tienen una gran importancia
desde el punto de vista emocional puesto que enriquecen notablemente la subjetividad
infantil. A través de ellas, los niños experimentan emociones en estado puro, la alegría,
la tristeza, la esperanza, la melancolía, la compasión, el temor, la vergüenza. Estas
experiencias imaginarias suscitadas por las narraciones fantásticas intensifican la
vitalidad infantil.
En la actualidad, numerosos autores refrendan la importancia pedagógica de las
narraciones literarias como vía para una educación sentimental320. Así, Nussbaum321
señala que los sentimientos motivados por la lectura o contemplación de las narraciones
que tratan de los grandes temas humanos operan a tres niveles. En primer lugar, se
experimentan emociones referidas a los personajes de las historias; en segundo término,
se sienten afectos en relación con el sentido de la vida encarnado en la obra en su
conjunto; y, por último, hay emociones que están orientadas a nuestras propias
319 “Aprendemos de las narraciones lo que significa mirar a la realidad desde un punto de vista ajeno. Nos ayudan eficazmente a imaginarnos lo que supondría ser alguien diferente a quien somos, alguien cuya historia, cultura, valores y creencias fueran muy distintas a las nuestras. Y este conocimiento tiene una gran importancia desde el punto de vista emocional, pues enriquece notablemente nuestra subjetividad porque, como ya hemos dicho, esas historias nos permiten vivir de manera vicaria las experiencias vividas por otros, pero cuyas lecciones nos afectan como si las hubiésemos vivido personalmente” McFALL, L. Fictional Truth, en CARR, D. (1998) Education, Knowledge and Truth. Beyond the Postmodern Impasse, London, Routledge, pp.96-113. 320 CARR, D. (2005) Sobre la virtud, el arte y la literatura en la educación del sentimiento y las emociones, en VARIOS. Cultivar los sentimientos. Propuestas desde la Filosofía de la Educación. Madrid, Dykinson, 127-147. 321 NUSSBAUM, M.C. (2001) Upheavals of thought. The intelligence of emotions. Cambridge, Cambridge University Press.
161
posibilidades, porque lo que les sucede a los personajes lo percibimos como
generalizable a la humanidad en su conjunto y aplicable a nosotros mismos en particular.
Mediante reacciones sentimentales ante los mitos y leyendas podemos favorecer
o corregir el pulso radical de la vitalidad psíquica. El niño como espectador de una obra
literaria está visionando la historia, pero, al mismo tiempo, está leyendo el mundo y su
propio yo. Por eso, es importante controlar la proporción o combinación en que deben
suministrarse las corrientes emotivas. Deberemos apartar de su derredor cuanto pueda
deprimir su confianza en sí mismo y en la vida cósmica. Se trata de garantizar, sobre
todo, sentimientos magnánimos que movilicen a la acción, que generen vitalidad.
La importancia de los sentimientos radica, pues, en su poder para movilizar
energías. El sentimiento no es una simple respuesta intelectual ante un determinado
hecho o conocimiento, ni se traduce en la realización de iniciativas concretas, sino que
lo fundamental del sentimiento es que puede acarrear un compromiso de la totalidad del
ser, una auténtica implicación del yo, con la decisión de poner todos los medios que
sean precisos en orden a alcanzar aquello donde el corazón lleva322. De hecho,
numerosos autores sitúan el origen y el funcionamiento de la motivación en los
sentimientos. Así, por ejemplo, Goleman323 parece hacerse eco de la pedagogía vitalista
orteguiana refiriéndose a la emoción como lo que nos impulsa a alcanzar nuestros
objetivos, aquello que moviliza nuestras energías. La educación sentimental orteguiana
se propone despertar la curiosidad, el deseo de saber en el alumnado. Éste se consigue
partiendo de los intereses del alumno que, en la primera etapa, se centran en el juego y
en todo lo que contribuya a despertar su imaginación. En este sentido, es incuestionable
el alto poder motivacional tanto de las narraciones infantiles como del juego. Éste
constituye la niñez en sí misma y, si hemos de educar la infancia como tal, se hará
imprescindible la presencia de la pedagogía del juego.
El juego, siempre que mantenga las características lúdicas que lo definen,
conlleva una alegría y placer inherente, que ha sido aprovechado a lo largo de la historia
de la educación como una herramienta de motivación para el aprendizaje.
El juego es también un instrumento ideal para hacer efectiva una educación
integral, pues contribuye al desarrollo intelectual, físico y moral. Pero, además, no es
que constituya el principal asunto de la vida infantil sino que es la vida infantil entera.
322 IBAÑEZ-MARTÍN, J.A. (2005) Sentimientos y razones en la educación cívica, en VARIOS. Cultivar los sentimientos. Propuestas desde la Filosofía de la Educación. Madrid, Dykinson, p. 16. 323 GOLEMAN, D. (1999) La práctica de la inteligencia emocional. Barcelona, Kairós.
162
La actividad lúdica es, en sí misma, fuente de felicidad, expansión y alegría ya que el
objetivo principal del juego es el deleite de los jugadores. Los niños, como señala
Ortega, centran su atención en lo que desean y, sin duda, en el juego hallan el resorte de
su actividad, que es el placer.
Desde la perspectiva orteguiana, deberían sustituirse las actividades que no
susciten ningún interés y, por tanto, no son significativas ni útiles, por actividades que
provoquen alegría y placer en la infancia, que son las que tienen eficacia y
trascendencia. Contra la falta de alegría en la escuela y como alternativa a las aburridas
y poco significativas tareas escolares, se opta por la inclusión de la actividad lúdica
como fuente de felicidad para los alumnos. El niño necesita sentir su propia alegría y no
puede hacerlo si no halla interés en el asunto que le ocupa. Para que este interés se
despierte y mantenga vivo es preciso que la forma de actividad a que se entregue sea
asequible, comprensible, adecuada a su inteligencia. Esta forma la encuentra espontánea
y naturalmente en sus juegos.
En la actualidad, la importancia del juego en el desarrollo infantil está
reconocida pero limitada a una etapa educativa determinada, la que abarca de los cero a
los seis años. En este período educativo, se reconocen los principios metodológicos
propuestos por nuestro autor. Así en el artículo cuatro del Decreto 38/2008, de 28 de
marzo, del Consell, por el que se establece el currículo del segundo ciclo de la
Educación Infantil en la Comunitat Valenciana, se establece que los métodos de trabajo
se basarán en las experiencias, en las actividades que se realicen en torno a los
aprendizajes y el juego. Así mismo, reconoce la importancia de que todas las
actividades se desarrollen en un ambiente de afecto y confianza, para potenciar la
autoestima e integración social de los niños. Sin embargo, para el resto de etapas
educativas nuestra educación escolar es bastante reacia a dar cabida a esta actividad.
Fruto de una herencia tradicionalista en la que el juego está reservado a los momentos
de esparcimiento y ocio, y pocas veces se asocia al aprendizaje o la educación, más bien
al contrario, se le considera como una pérdida de tiempo y escasamente productivo en
términos pedagógicos.
Ortega, influenciado por la filosofía de la ILE, apuesta por la renovación
pedagógica y propone romper la monotonía escolar, dando cabida a todo lo que
despierte el interés de los niños por ser inherente a la vida infantil. En este sentido, los
mitos, las leyendas y el juego han de ocupar los centros educativos, siendo fruto del
convencimiento y apuesta por una educación integral en la que estas actividades son un
163
extraordinario dispositivo pedagógico, actuando como elementos motivadores del
aprendizaje.
Las escuelas no deben alejarse de la realidad del alumnado que asiste a ellas sino
adaptarse al mismo para extraer lo mejor de él. ¿Cómo es posible que una institución
destinada a sacar lo mejor de nosotros mismos produzca el efecto adverso? Nos
volvemos herméticos, pasivos, vivimos la escuela como un centro totalmente alejado de
nuestra realidad. Asegurar el desarrollo integral pasa, para nuestro autor, por priorizar
los sentimientos y el clima afectivo en el aprendizaje sin reducirlo exclusivamente a la
dimensión cognitiva y sin reducirlo a la etapa infantil que, hasta hace poco, no contaba
ni siquiera con el atributo de educativa ya que era concebida como meramente
asistencial. En la actualidad, numerosos maestros se aventuran a confirmar lo que, lejos
de ser una sospecha, es una realidad: conforme avanzan en el sistema escolar, los niños
se vuelven pasivos, desinteresados y apáticos. En las etapas iniciales del sistema
educativo, la dinámica del aula y las interacciones entre educador y alumnos se
establecen en base al juego y relaciones de afecto. Sin embargo, en etapas más
avanzadas se impone una pedagogía tradicional donde el maestro sigue siendo el
principal transmisor de conocimientos y los educandos apenas participan de la dinámica
educativa. Poco a poco, y por una fuerza intrínseca al propio sistema, la adquisición de
conocimientos va tomando más espacio y la pedagogía del interés y la afectividad va
menguando hasta casi su total desaparición324. Se hace preciso, pues, hoy más que
nunca retomar la pedagogía vitalista orteguiana en la que los sentimientos son el medio
y el mensaje de la educación.
Ahora bien, el respeto a la naturaleza del educando y el fomento de sentimientos
magnánimos en educación conlleva un redefinición del rol del educador. Éste, desde
una perspectiva y sensibilidad paidocéntrica, ha de observar la infancia, obteniendo una
valiosa información sobre cómo visionan la realidad los niños y ha de utilizar dicha
información para adaptar el proceso educativo a los niños, y no a la inversa como se
hace habitualmente325. Pero, además, en la pedagogía orteguiana la función del docente
324 DARDER, P. Y BACH, E. (2006) Aportaciones para repensar la teoría y la práctica educativas desde las emociones, Teoría de la educación. Revista interuniversitaria, 18, p. 64. 325 Precisamente, como señala Max Van Manen, la relación educativa ha de ser una relación presidida por el tacto pedagógico. En ella ha de predominar la receptividad, el docente ha de ser sensible a la subjetividad, procurando una influencia sutil, mostrándose seguro ante las dificultades y protegiendo a los alumnos vulnerables. El tacto pedagógico es un tipo de relación que debemos tratar de promover en nuestra acción en el aula. No debiera dedicarse a la docencia quien no dispusiera de ese tacto, de esa necesaria sensibilidad pedagógica. VAN MANEN, M. (1998) El tacto en la enseñanza. El significado de la sensibilidad pedagógica. Barcelona, Paidós.
164
consiste en despertar y mantener vivo el interés del niño, excitar su pensamiento,
sugerirle cuestiones y nuevos puntos de vista pero, jamás, en suprimir el esfuerzo
personal del discente ni en convertirle en agente pasivo de su aprendizaje impartiéndole
y preguntándole las lecciones. En efecto, a los niños no se les enseña sino que son ellos
quienes aprenden y nadie les puede sustituir en esa actividad. Los maestros pueden
contaminar, contagiar a sus educandos, la curiosidad por aprender, pueden dejar caer
fermentaciones de duda, ambición y esperanza pero, son ellos, los educandos, quienes
deben descubrir la meta a la que les lleva dicha curiosidad. Todo aquel que se dedique a
la docencia puede rememorar algún instante en que haya asistido a la magia del
aprendizaje. En efecto, por mucho que queramos explicar algo, por más que recurramos
a audaces técnicas y medios para que nuestros discípulos comprendan lo que para
nosotros es tan evidente, existe un instante mágico cuya señal resplandece brillando en
los ojos del educando al tiempo que dice: “¡ya lo entiendo!”. Y, de ese modo, asistimos
a la magia del aprendizaje, que no de la enseñanza. Esa es la esencia de la pedagogía de
la contaminación orteguiana, expresada en los siguientes términos: “Quien quiera
enseñarnos una verdad que no nos la diga: simplemente que aluda a ella con un breve
gesto, gesto que inicie en el aire una ideal trayectoria, deslizándonos por la cual
lleguemos nosotros mismos hasta los pies de la nueva verdad” 326. La función del
educador para Ortega consiste, pues, en situar al alumno de manera que sea él mismo
quien construya su propio aprendizaje327.
Julián Marías, discípulo pedagógico de Ortega, se hace eco de la pedagogía de
su maestro y defiende también que el rol del profesor es despertar deseos, aunque no
pueda satisfacerlos328. Deseo de saber, de ver, de mirar, de preguntarse, de moverse en
un mundo mágico que el educando desconoce y que el profesor le va mostrando a modo
de incitación, a modo de puerta entreabierta que debe atravesar el discente por sí mismo.
Esa es la tarea educativa por excelencia, contagiar el deseo de saber y cuestionar la
realidad inmediata, sin necesidad de ser fuente única e inagotable de conocimiento. Hoy
en día, es más evidente aún que el profesor no es la fuente única del conocimiento ni el
dueño de la información. Ésta se encuentra en los libros, ensayos, artículos, bancos de
datos, en la Red. Todo está ahí, lo que no está es el deseo de aprender, el gusto por las
cosas, la curiosidad por aprender. Pero, para contagiar el pensamiento a los educandos,
326 ORTEGA Y GASSET, J. (1914) Meditaciones del Quijote. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p. 768. 327 Supuesto compartido por el constructivismo actual. 328 MARÍAS, J. (1983) Ortega. Madrid, Alianza.
165
se debe pensar ante ellos y con ellos. La pedagogía expuesta no es posible sin una
auténtica relación humana de crecimiento mutuo y liberación entre educador y
educando. A la base de esa relación se sitúan el respeto mutuo y el amor.
Definir el amor es importante para entender la relación amorosa docente-
discente. Para Ortega “amor es corazón junto a corazón: concordia” 329. En sus Estudios
sobre el amor330 señala que nada hay tan fecundo en nuestra vida íntima como el
sentimiento amoroso ya que del amor nacen los deseos, los pensamientos, las voliciones
y las acciones, los actos. En el amor todo es actividad, la persona sale fuera de sí y se
dirige al objeto amado. El amor es una fluencia, una irradiación psíquica continua que
va del amante a lo amado. Amar es estar empeñado en que la cosa amada exista y ello
supone estarle dando intencionalmente vida en lo que de nosotros depende. Nuestro
autor hace suya la definición que, en su época, realiza del amor Pfänder y afirma que el
amor “es un acto centrífugo del alma que va hacia el objeto en flujo constante y lo
envuelve en cálida corroboración, uniéndonos a él y afirmando ejecutivamente su
ser”331. Ir hacia el objeto amado, envolverlo y posibilitar su reafirmación pasa por
respetar su naturaleza y forma de ser y sentir. Éste es el síntoma supremo del verdadero
amor: estar al lado de lo amado, en un contacto y proximidad más profundo que los
espaciales. Es un estar vitalmente con el otro, corazón con corazón, en perfecta armonía.
Las implicaciones de visionar la pedagogía como un acto amoroso son profundas
y pasan por reconocer la reciprocidad mutua entre los actores educativos, sin relaciones
de sumisión ni de superioridad, sino en comunión conjunta, caminando juntos para
alcanzar una meta, sin violentar al otro ni pretender transformarlo, sino conducirle a su
plenitud.
La relación unívoca que pretendemos señalar entre la pedagogía y el amor la ha
sabido definir como nadie Joaquín Xirau en su obra Amor y Mundo332. En ella distingue
tres actitudes distintas que pueden adoptarse en educación y de las que se derivan
concepciones muy distintas acerca de lo que debe ser la educación333. Es posible, en
primer lugar, visionar al educando como un ser que tiene una serie de deficiencias y, en
329 ORTEGA Y GASSET, J. (1927) Estudios sobre el amor. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 462. 330 ORTEGA Y GASSET, J. (1927) Estudios sobre el amor. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, pp. 457-524. 331 Ibídem, p.462. 332 XIRAU, J. (1940) Amor y mundo. Obras Completas. Barcelona, Fundación Caja Madrid y Anthropos Editorial, 1998, Tomo I, pp. 133-262. 333 ESCÁMEZ, J. (2005) El amor y la educación. Una aproximación desde Joaquín Xirau, en VARIOS. Cultivar los sentimientos. Propuestas desde la Filosofía de la Educación. Madrid, Dykinson, 63-75.
166
vista de ellas, decidimos reformarle, cambiar de raíz su estructura y su fisonomía. Bajo
esta perspectiva, la educación sería el proceso mediante el cual se llega a la
transformación de una realidad imperfecta y fallida en una realidad superior y armónica.
Ello supone la presencia del infante y una idea de lo que debe ser éste en la mente del
educador. Ante la plenitud del ideal, aparece la realidad del educando como el material
plástico apto para transformarse en la forma ideal. En esta concepción educativa no se
respeta la naturaleza del educando. Es la idea rechazada por Ortega de visionar la
infancia como una etapa intermedia, como el niño que debe transformarse en el
proyecto que el adulto decide. Es la rechazada pedagogía de adaptación que “tenderá,
movida por su miope utilitarismo, a podar en el niño y el adolescente toda fronda del
deseo, dejando sólo aquellos apetitos que el maestro juzga practicables” 334. En este caso,
predominan los intereses de este último y no los del educando. En cierta manera se
niega la individualidad de la persona que recibe la educación y sólo se favorece la
implantación de ideas del docente.
Una segunda posición defendería la no intervención sobre el educando. El
educador no debe perturbar ni violentar la espontaneidad original de la persona que trata
de educar. El maestro no debe constreñir al infante, sino que debe dejarle vivir, liberarle
de los obstáculos, despertar intereses, abrir cauces al caudal de energías creadoras.
Podría interpretarse que esta es la pedagogía defendida por nuestro autor. Sin embargo,
bajo esta visión se alberga la pasividad del educador, su función se limitaría a alumbrar
las fuentes de la vida espontánea en su rica proliferación sin intervenir directamente.
Sería la representación del paradigma del laissez faire, el dejar que la naturaleza siga su
curso. El propio Ortega se ocupa de alejar su pedagogía de esta postura al afirmar:
“Sería, no obstante, tergiversar por completo mi pensamiento emparentarlo con el de
Rousseau. Yo pido que se atienda y fomente la vida espontánea, primitiva del espíritu,
precisamente a fin de asegurar y enriquecer la cultura y la civilización” 335.
La visión orteguiana va más allá del dejar hacer rousseauniano. Ortega cree en la
educación, cree que es necesario intervenir en el educando y, dicha intervención es
acción sobre su naturaleza, tratando de fomentarla. Pero, se trata de fomentar lo mejor
de la naturaleza humana, reprimiendo lo peor. Se trata de garantizar una educación que
cultive las mejores emociones y elimine las peores, las que pueden contrariar la
334 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 415. 335 ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 408.
167
naturaleza vital del infante. Como señala Xirau educar no consiste ni puede consistir en
dejar vivir, sino que, además, se hace imprescindible hacer vivir, proporcionar al
educando las condiciones y los medios indispensables para que le sea posible llegar a
realizar su propia vida. La actividad educadora no se propone suplantar una realidad por
otra más perfecta ni suprimir la infancia por ser incompleta, sino simplemente, llevar
una realidad virtual y recóndita a toda la plenitud de su ser. Y señalamos de su ser
porque, efectivamente, la plenitud de cada ser es diferente. La educación debe
proporcionar las condiciones y los medios para que cada persona logre la consecución
de su propio proyecto vital. Nos encontramos de nuevo con el imperativo orteguiano de
la autenticidad, con la necesidad de que cada uno sea lo que está llamado a ser con toda
fidelidad. Educar desde la perspectiva orteguiana coincide con la finalidad educativa
que señala Olivier Reboul336 en su Filosofía de la educación conforme a la que educar
no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en cada hombre lo que le impide ser
él mismo, permitirle realizarse según su genio singular.
La educación es, en este sentido, una actividad íntimamente vinculada al
ejercicio del amor. Amar al educando implica respetar su naturaleza y entregarse a él337.
Y consagrarse a los discípulos es entregarse a ellos, darse, ser capaz de contemplarlos
para descubrir todas sus aptitudes y capacidades, poniendo todo el esfuerzo en hacerlos
efectivos, en que fructifiquen. Amar no es transformar sino aceptar sin condiciones al
otro. Bajo la mirada amorosa aparecen minimizados los defectos y resplandecen las
cualidades positivas que, ante otro tipo de mirada neutra, pueden pasar desapercibidas.
Amar al educando es respetarle y el respeto supone el reconocimiento auténtico del otro
en lo que es, concediéndole autonomía y aceptando de él lo que no entendemos. En
cierto sentido, los buenos maestros son los que desde el primer momento son
conscientes de su prescindibilidad, saben que si realizan bien su trabajo, el alumno será
capaz de caminar por sí mismo, de olvidar o desmentir a quien le enseñó. Son, como
señala Savater338 una especie de suicidas potenciales, saben de su necesaria desaparición
y han de provocarla. La finalidad como educadores no es controlarlos sino llevarlos a su
plenitud, ayudarlos a que descubran su propio camino, tarea delicada y difícil.
336 REBOUL, O. (2009) Filosofía de la educación. Barcelona, Davinci. 337 “Sólo adquiere la dignidad de maestro aquel que es capaz de consagrarse amorosamente a sus discípulos” XIRAU, J. (1940) Amor y mundo. Obras Completas. Barcelona, Fundación Caja Madrid y Anthropos Editorial, 1998, Tomo I, p. 255. 338 SAVATER, F. (2006) El valor de educar. Barcelona, Ariel.
168
No sólo debe haber un amor unidireccional, del maestro al alumno sino también
a la inversa. El amor perfecto exige, al igual que la verdadera educación, reciprocidad.
No hay educador que sea siempre educador sino que, en algún momento de ese mágico
proceso, se descubre a sí mismo como aprendiz. Los educandos enseñan también a sus
educadores339. Gracias a esa mirada no contaminada con que visionan las cosas, pueden
enseñarnos dimensiones que, hasta el momento, nos habían pasado desapercibidas:
“Todo maestro digno de tal nombre es al mismo tiempo, y con toda verdad, discípulo de
sus discípulos” 340.
Pero, además de ser capaz de aprender de sus alumnos y con sus alumnos, un
buen educador que visione al educando desde una perspectiva amorosa tendrá que
poseer una vida interior plena. Sólo es capaz de dar quien tiene una vida interior
rebosante, su caudal interior revierte sobre el prójimo. La clave para respetar a los
demás está en respetarse a uno mismo. El profesor no puede transmitir confianza si no
confía en sí mismo. Por ello se hace necesario, partir de la propia vida interior, de la
seguridad personal, fruto de saber quién soy, qué valores defiendo, cuáles son mis
prioridades vitales. Todo ello no es sólo producto del desarrollo de los propios talentos
sino que también resulta del cultivo de las propias emociones. Y en este punto,
chocamos con una de la problemáticas más relevantes de la actualidad. Los
profesionales de la educación parten de la premisa de que las emociones que han de
educar son las de sus alumnos cuando, en realidad, no se puede dar aquello que no se
posee y, mucho menos, podemos servir de modelos sociales competentes si realmente
no lo somos341. Aunque, como afirma Gardner342 poseer una inteligencia no nos
capacita para enseñarla y no poseerla nos impide inculcarla en otras personas, se hace
preciso superar la formación fragmentada que hemos recibido como docentes y apostar
por una formación propia que se haga también cargo de nuestra dimensión integral
como personas. El profesional del siglo XXI es el que posee una vida interior plena y no
unos conocimientos técnicos especializados. Deberemos, como protagonistas de nuestro
339 La enseñanza ha de ser entendida como una actividad reflexiva. Van Manen define la reflexión pedagógica como la forma en que los educadores maduran, cambian y profundizan como consecuencia del hecho de vivir con los niños. VAN MANEN, M. (1998) El tacto en la enseñanza. El significado de la sensibilidad pedagógica. Barcelona, Paidós. 340 XIRAU, J. (1940) Amor y mundo. Obras Completas. Barcelona, Fundación Caja Madrid y Anthropos Editorial, 1998, Tomo I, p. 261. 341 DARDER, P. Y BACH, E. (2006) Aportaciones para repensar la teoría y la práctica educativas desde las emociones, Teoría de la educación. Revista interuniversitaria, 18, p. 60. 342 GARDNER, H. (2001) La inteligencia reformulada. Las inteligencias múltiples en el siglo XXI. Barcelona, Paidós, p.67.
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propio proyecto formativo, implicarnos en nuestra propia formación, preocupándonos
por adquirir la formación teórico-práctica necesaria que nos posibilite el ejercicio pleno
de nuestro trabajo. Una adecuada educación sentimental nos permitirá mejorar nuestra
propia vida personal, optimizar el ejercicio de nuestra profesión y mejorar, no sólo el
clima del aula, sino la relación educativa con nuestro alumnado. En definitiva,
vincularnos positivamente a ellos y a nuestra realidad.
5.3 LA REFORMA DE LA UNIVERSIDAD
La tesis que pretendemos demostrar con este trabajo, la actualidad del
pensamiento pedagógico de Ortega y Gasset, cobra toda su relevancia al llegar a la
Misión de la Universidad. Esta obra sigue siendo la principal referencia a la que
podemos recurrir cuando nos planteamos la esencia de la Universidad, cuando queremos
conocer el sentido de estas instituciones y, sobre todo, cuando consideramos que deben
reformarse por no dar respuesta a las necesidades sociales. En efecto, la Misión de la
Universidad orteguiana continúa siendo aplicable en la actualidad. Los fines que en
1930 asignara nuestro autor a la institución universitaria y los medios que propusiera
para alcanzarlos son similares a algunos de los fines y medios que sustentan el Plan
Bolonia (1999) cuya implantación está a punto de concluir teóricamente puesto que, en
la práctica, no ha hecho más que comenzar. Cierto es que Ortega presentó su Plan
Universitario como respuesta a la demanda que le realizó el movimiento estudiantil
representado por la Federación Universitaria de Estudiantes (F.U.E.), disconformes con
la situación crítica que atravesaba la Universidad española en la Dictadura de Primo de
Rivera. En la actualidad, tras más de tres décadas de monarquía constitucional y con un
sistema democrático a la base, sigue siendo necesario reformar la Universidad y no son
los estudiantes los que recurren a Ortega en busca de orientación. Es el profesorado
universitario el que vuelve la mirada a su obra buscando un horizonte seguro desde el
que idear la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior. Basta una mirada
a la bibliografía del presente trabajo para confirmar cómo en las publicaciones sobre el
pensamiento pedagógico de Ortega y Gasset predominan los artículos sobre la Misión
de la Universidad orteguiana, especialmente desde el año 2000 cuando la reforma
universitaria europea comenzó a gestarse. Todo ello es síntoma inequívoco de que
sigue siendo especialmente válida la propuesta universitaria que, en su día, realizara
nuestro autor.
170
La premisa de la que parte Ortega para reformar la Universidad es la de pensar y
reflexionar la práctica educativa por nosotros mismos, sin copiar modelos que
aparentemente funcionen en otros países puesto que las escuelas son el reflejo del aire
público en que, íntegramente, flotan. Para tener éxito en la extrapolación de modelos
universitarios exitosos, deberíamos trasplantar el país entero. Por tanto, hemos de
cumplir con nuestra particular obligación como sociedad, como país y ser auténticos,
sin imitaciones. Hemos de pensar y reflexionar el sentido de nuestra Universidad. Ahora
bien, hoy España ya no es un país al margen de Europa desde el que contemplamos el
horizonte europeo sino que España es Europa y, desde ésta es desde donde se ha
iniciado el proceso de reforma universitaria. Se ha materializado el movimiento de
convergencia que anticipaba Ortega en 1930 entre las diversas universidades europeas
que las iba haciendo homogéneas343. Resulta extraordinariamente asombroso que, en la
actualidad, ese proceso homogeneizador de convergencia anunciado por nuestro autor
sea el que haya impulsado la reforma universitaria. No se trata de una convergencia
surgida naturalmente sino que ha sido inducida y regulada por los órganos de gobierno
de la Unión Europea. Iniciado con la Declaración de la Sorbona de 1998 y la
Declaración de Bolonia de 1999, trata de responder a las demandas sociales actuales. El
proceso de convergencia hacia un Espacio Europeo de Educación Superior se hace
realidad en el año 2010. Si bien es cierto que, en ese proceso de convergencia, cada país
ha adaptado las directrices comunes a su realidad pública. Así, ha habido países, por
ejemplo, que han optado por organizar las enseñanzas de grado (sustitutas de las
antiguas diplomaturas y licenciaturas) en un formato de tres años de grado más dos de
especialización (posgrado o máster) y ha habido otros, como es el caso de España, que
lo han hecho en un formato de cuatro años más uno de especialización. De cualquier
modo y, como apuntaba nuestro autor, “cualesquiera sean las diferencias de rango entre
ellas, todas las Universidades europeas ostentan una fisonomía que en sus caracteres
generales es homogénea” 344. Por lo pronto y siguiendo las palabras de nuestro autor “la
Universidad es la institución donde reciben la enseñanza superior todos los que en su
país la reciben”345. En sus tiempos, Ortega se lamentaba de que todos los que la recibían
343 “El hecho más saliente de los últimos cincuenta años es el movimiento de convergencia en todas las Universidades europeas, que las va haciendo homogéneas” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 535. 344 Ibídem. 345 Ibídem. Sin embargo, en la actualidad esta afirmación no sería válida. Existe una tendencia a equiparar la “Universidad” con los “Estudios Superiores” cuando ambos no son equiparables aunque en España se haya tendido a ello. Como señala Salaburu: “Habría que tener en cuenta, además, el tipo de estudios a los
171
no eran todos los que podían y debían recibirla. En este sentido, es de justicia reconocer
que las universidades españolas han experimentado hasta la época actual profundas
transformaciones, entre las que debe destacarse el acelerado incremento del número de
estudiantes que cursan estudios de educación superior. La Universidad ya no es aquella
institución de los tiempos de nuestro autor en que pasar por un centro universitario era
un verdadero privilegio reservado a la élite y donde la educación era un hecho asociado
a la categoría social, no un medio para alcanzarla.
Siguiendo el razonamiento orteguiano tenemos, pues, la obligación de pensar
nuestra Universidad desde la realidad concreta de nuestro país. Y eso es lo que vienen
haciendo todos los Países afectados por el Plan Bolonia. Como señala Salaburu,
prácticamente todos los países europeos, cercanos al medio centenar, están trabajando
en sus distintos niveles (gobiernos centrales, legislación, instituciones universitarias,
etc.), para adoptar sus anquilosadas estructuras educativas, en la medida de lo posible, a
las nuevas indicaciones que emanan de la Unión Europea. Ello va a hacer posible que
tengamos unos esquemas y unos sistemas de funcionamiento homologables en la
mayoría de los países, lo cual no es poco. En general, el proceso ha sido aceptado con
más rapidez en los países nórdicos y algunos centroeuropeos. En países como España o
Portugal, y otros, encuentra dificultades, que tienen causas diversas: la resistencia al
cambio (o a la inversa, demasiados años de continuos cambios y adaptaciones);
desconfianza en los responsables políticos por falta de apoyos; desconocimiento de lo
que realmente Bolonia supone; desconfianza en que los estudiantes se puedan adaptar a
los nuevos modelos, etc. Con todo, el esquema general propuesto, u otro parecido, se
acabará imponiendo al final, porque es la única forma que Europa tiene de poder
competir con EEUU. Europa se encuentra ante uno de los retos más importantes que ha
tenido en su historia346.
Efectivamente, en España dentro del colectivo universitario, no todos abogan
por reformar la Universidad siguiendo el parámetro europeo. Así, hay quienes conciben
la convergencia como oportunidad para transformar las estructuras actuales del sistema
que nos estamos refiriendo: en algunos países, determinados estudios se clasifican como educación postsecundaria no terciaria, mientras que esos mismos estudios, en otro país, pueden ser considerados como universitarios; existen estudios que, aun siendo de tipo terciario (ciclos superiores de música, por ejemplo), en algunos países quedan englobados como universitarios, pero en otros sus alumnos no se contabilizan como universitarios, etc. Por ello, todos estos datos deben manejarse con cierta cautela” SALABURU, P. (2007) La universidad en la encrucijada: Europa y EE UU. Madrid, Academia Europea de Ciencias y Artes, pp. 239-241. 346 SALABURU, P. (2007) La universidad en la encrucijada: Europa y EE UU. Madrid, Academia Europea de Ciencias y Artes, p. 107.
172
universitario en un modelo más coherente y acorde con las demandas sociales y las
necesidades de formación superior de los estudiantes, y hay quienes visionan la
convergencia como un peligro de que no sea la sociedad sino los poderes económicos
neoliberales en solitario los que dictaminen cómo ha de diseñarse la Universidad para
cubrir sus propias necesidades e intereses. En este sentido, nos parece esencial la
propuesta de Escámez, Ortega y Martínez347 de contemplar el proceso de convergencia
europea, y en concreto la construcción del Espacio Europeo de Enseñanza Superior,
como una buena oportunidad para la renovación pedagógica y la definición de los
proyectos educativos de las universidades. Es una excelente oportunidad para analizar y
proponer cómo integrar los valores en la formación universitaria de forma que
contribuyan precisamente a la formación de ciudadanos competentes en su sentido más
completo. En esta tarea, volver la mirada al plan universitario propuesto por nuestro
autor puede ser una solución acertada para hacer frente a lo que es ya una realidad, la
reforma de la Universidad desde el reto de la convergencia europea.
Lo primero que hace Ortega es plantearse el para qué está ahí o debe estar la
Universidad, cuál es la finalidad educativa de la misma. Se da cuenta de que, lejos de lo
que debiera realmente ser, la enseñanza superior consiste en profesionalismo e
investigación. Dos tareas dispares ya que el primero se refiere a la enseñanza de las
profesiones y la segunda, a la investigación científica y preparación de futuros
investigadores. Precisamente, por ser tan dispares, sorprende que aparezcan fundidas y
que no se cuestione en qué medida debe enfatizarse una u otra. En realidad, la sociedad
necesita mayor número de profesionales que de científicos investigadores y, además, la
vocación de científico no es un hecho generalizado sino que muy pocos la poseen. Pero,
sobre todo, lo que necesita la sociedad actual, los retos de la misma, exigen de la
educación universitaria que prepare a los estudiantes para actuar como ciudadanos
responsables en las sociedades democráticas. En este sentido, debería buscarse un
equilibrio entre las necesidades del mercado y las funciones que debe acometer la
universidad en la sociedad actual.
¿Realmente debemos priorizar la ciencia y la investigación por encima de y
sobre el resto de funciones? Ya Ortega señalaba en su momento que la cultura de la
ciencia en la universidad española era escasa pero, siguiendo la tendencia europea,
347 ESCÁMEZ, J., ORTEGA, P. y MARTÍNEZ, M. (2005) Los valores de la educación en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior, en ESTEBAN CHAPAPRÍA, V. (ed.) El Espacio Europeo de Educación Superior. Valencia, Editorial UPV, p. 187.
173
acabaría intensificándose. En efecto, en la actualidad se ha materializado la hipótesis
orteguiana y la Universidad ha intensificado la investigación y desatendido,
relativamente, la enseñanza de las profesiones. La revolución tecnológica producida a lo
largo del siglo XX y que ha generado, a su vez, una revolución social ha favorecido la
proliferación de las investigaciones en la Universidad 348 . Las relaciones de
interdependencia entre la Universidad y el mundo empresarial, sobre todo a partir de la
década de los 80, se encuentran en el origen de este fenómeno donde la competitividad
y la innovación son palabras claves para entenderlo. La innovación empresarial ha de
generar productos y servicios capaces de rivalizar con los de la competencia. La trilogía
ciencia-tecnología-industria se convierte en la protagonista indiscutible en la forma de
entender el conocimiento e, inevitablemente, repercute en la institución encargada de
generarlo y transmitirlo, en la Universidad. La ciencia se transforma en un lucrativo tipo
de actividad económica (en forma de I + D), orientada a la producción de conocimientos
útiles para el mundo empresarial. Nos movemos en sociedades que, progresivamente,
sustituyen la cultura por la ciencia como modo de adaptarse al medio o, si se prefiere, en
culturas de la ciencia y de la innovación349. De ahí que, en nuestra Universidad, las
experiencias pasadas, los conocimientos ya adquiridos, las manifestaciones culturales
provenientes de un tiempo anterior hayan sido desplazadas en aras de la incesante
investigación. No es que la ciencia no deba impregnar la Universidad sino que,
sencillamente, debe ocupar el lugar que le corresponde: “La Universidad ha de ser,
además, ciencia” 350. Si excluyéramos la ciencia de la Universidad cometeríamos un
enorme error de interpretación sobre el concepto universitario orteguiano. La
Universidad, para serlo, necesita de la ciencia. Ésta es el fermento constante de la vida
universitaria. Sin ciencia no hay principio ni posibilidad, sin ciencia no hay raíz de la
que alimentarse. Sin ciencia no podría haber Universidad. No debemos confundir la
docencia y la investigación porque son tareas muy diferentes y diferenciadas. Hemos,
por tanto, de separarlas no de fusionarlas, como viene siendo habitual. La Universidad
tiene que garantizar la autenticidad de sus profesionales, que los docentes sean quienes
tienen vocación como tales y los investigadores, el escaso número de personas que están 348 Remitimos de nuevo al lector a consultar el libro de SALABURU, P. (2007) La universidad en la encrucijada: Europa y EE UU. Madrid, Academia Europea de Ciencias y Artes. El autor realiza un estudio de las Universidades de Europa y EEUU en cuanto a la excelencia científica. 349 LAMO DE ESPINOSA, E.; GONZÁLEZ, J.M.; TORRES ALBERO, C. (1994) La sociología del conocimiento y de la ciencia. Madrid, Alianza. 350 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 564.
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llamadas a descubrir la verdad. Sólo de esta manera, la ciencia conservará su valía y no
se convertirá en una ocupación degradada351.
Sin ciencia no puede haber destino europeo. La ciencia es, para Ortega, el alma
de la Universidad. Si ésta quiere responder a los retos de la sociedad, no puede ni debe
alejarse de la ciencia352. Ahora bien, la ciencia excede con creces a la Universidad,
siendo la actividad más sublime del hombre y no reduciéndose, por tanto, a la
investigación universitaria.
Por tanto, la ciencia no es la misión fundamental de la Universidad. Cabría
pensar, entonces, que la formación de futuros profesionales es lo que le confiere su
sentido. De hecho, esta es la función principal que se le atribuye hoy en día a la
Universidad en la llamada Sociedad del Conocimiento: la enseñanza superior se concibe
como formación de profesionales. No como transmisión de conocimientos, sino como
estimulación de los mecanismos necesarios para adquirir las habilidades necesarias para
el ejercicio de una actividad profesional. Empleando la terminología actual, la
Universidad ha de proporcionar las competencias adecuadas para el ejercicio
profesional. Así, según el Documento-Marco del Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte de 2003 y la legislación vigente (Real Decreto 55/2005 y 56/2005, de 21 de
enero), los objetivos formativos de las enseñanzas oficiales de Grado tienen, con
carácter general, una orientación profesional; los de Máster se dedican a una formación
avanzada, de carácter especializado o multidisciplinar; los de Doctorado se dedicarán a
la formación avanzada del estudiante en las técnicas de investigación. También la
introducción del currículo por competencias establece la primacía en la función
profesionalizadora de la Universidad. El término competencias en el ámbito
universitario europeo está directamente relacionado con el proceso de armonización de
los títulos en toda la Unión Europea y vincula directamente la formación universitaria
con el mundo profesional. Se persigue la homogeneización de titulaciones y la
consecución de una alta empleabilidad. Lo principal es que la Universidad prepare al
351 “El carácter incoercible y sublime de la actividad científica exige una organización distinta de la actividad de enseñanza del saber que en esas condiciones se produce, por lo que el centro de la Universidad no debe confundirse con la zona circular de las ciencias” ALMEIDA AMOEDO, M. (2001) El papel de la Universidad contra la barbarie. Pensar con Ortega, setenta años después, Revista de Estudios Orteguianos, 2, p.117. 352 Para nuestro autor, la Universidad debe nutrirse de la ciencia. Tal y como señala Guichot, Ortega contempla la ciencia como “la periferia nutricia de la Universidad, el humus donde la enseñanza superior debe tener hincadas sus raíces” GUICHOT REINA, V. (2009) Reforma Universitaria y Espacio Europeo de Educación Superior: una revisión desde la "Misión de la universidad" de Ortega y Gasset, Revista de ciencias de la educación: Órgano del Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación, 220, p.413.
175
estudiante para el acceso al ejercicio profesional, es decir, su misión principal es
capacitar profesionalmente con el objetivo de conseguir la amplia empleabilidad de los
titulados.
La misión de la Universidad se podría convertir, pues, en la producción de la
mano de obra que el mercado precisa en cada tiempo y en cada lugar, de modo que la
cultura universitaria y la cultura de la empresa se aproximen cada vez más. Las
cambiantes exigencias y valores del mercado son los elementos a los cuales las
Universidades acomodarían su oferta. Por su parte, las empresas tienen la oportunidad
de trasladar a las Universidades el tipo de empleados que necesitan y, en definitiva, sus
prioridades a través de las financiaciones que realizan a las Universidades, sean éstas
públicas o privadas. La Universidad no debe guiarse únicamente por las demandas
sociales provenientes del mundo laboral. Hacerlo es convertirla en un instrumento al
servicio de las empresas en una sociedad económica neoliberal movida únicamente por
fines lucrativos. La Universidad es “la inteligencia como institución” y, por ello, ha de
tener un compromiso mayor con la sociedad. Pero, además, la Universidad es ante todo
un servicio público y como tal debe garantizar la igualdad de oportunidades para
todos353.
Frente al modelo mercantil de Universidad, se hace necesaria la búsqueda de
alternativas y, en este sentido, el modelo cultural orteguiano se erige como necesario.
Así, nuestro autor, lejos de conceder la primacía a la función profesionalizadora de la
Universidad o a la investigación, se la concede a la función cultural de la misma. Es en
esta prioridad orteguiana de la función cultural donde debemos hallar la oportunidad de
convertir la educación en instrumento de mejora y cambio social, no en instrumento que
sirve a unos intereses económicos determinados, acrecentando las diferencias sociales
entre las personas. Precisamente, uno de los puntos débiles más notables de nuestra
sociedad, y también de los universitarios, es la falta de densidad cultural con la que, a
veces, abordamos las cuestiones controvertidas y moralmente relevantes que conforman
nuestro mundo354.
353 “La Universidad debe ir a la vanguardia de la investigación científica y tecnológica, pero también debe responder a las demandas sociales, especialmente las que se refieren a la construcción de una sociedad más humana y más justa” ESCÁMEZ, J., ORTEGA, P. y MARTÍNEZ, M. (2005) Los valores de la educación en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior, en ESTEBAN CHAPAPRÍA, V. (ed.) El Espacio Europeo de Educación Superior. Valencia, Editorial UPV, p. 185. 354 ESCÁMEZ, J., ORTEGA, P. y MARTÍNEZ, M. (2005) Los valores de la educación en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior, en ESTEBAN CHAPAPRÍA, V. (ed.) El Espacio Europeo de Educación Superior. Valencia, Editorial UPV, p. 191.
176
Y es que la Misión de la Universidad es no sólo transmitir conocimientos
científicos y preparación técnica, sino también educar el espíritu, forjar hombres cultos;
no sólo con cultura científica sino también con cultura moral, artística y técnica. La
Universidad debe proporcionar los medios para que cada uno pueda llegar a ser el que
realmente es. De ahí, que la función principal de la institución universitaria sea la de
transmisión cultural que, como nuestro autor nos hace ver, implica proporcionar una
formación integral al estudiante, pugnar por la síntesis de saberes, contribuir a la
búsqueda de la verdad, y, sobre todo, que la Universidad ejerza un servicio al hombre y
a la sociedad. De ahí que no podamos limitar la formación universitaria a la formación
de los futuros profesionales. Es indudable que la Universidad ha de tener una función
profesionalizadora y responder a la realidad sociolaboral actual. La sociedad tiene
determinadas necesidades y la Universidad, como institución social formadora de sus
miembros, debe contribuir a satisfacerlas. Pero, sin duda, una formación universitaria no
puede reducirse a una formación para la inserción laboral. Por encima de ésta, se
encuentra la función de trasmisión cultural que le asigna Ortega y que permite al
individuo interpretar el mundo en que vive, enjuiciarlo críticamente y, en ocasiones,
transformarlo. La misión de la Universidad desde sus orígenes y la que constituye la
esencia misma de su existencia es la de formar personas intelectual, moral y
políticamente.
Se trata de superar la pedagogía practicista que Ortega criticaba en su etapa
vitalista y no contentarnos con formar a los sujetos para que se adapten al medio en que
viven de manera eficaz. Se trata de recuperar la tarea humanizadora de la educación y,
especialmente, de la educación superior formando personas reflexivas capaces de
asumir y cuestionar el sistema de ideas vivas que les ha tocado recibir y comprometidas
con la construcción de una sociedad mejor desde los valores de la justicia, la libertad y
la solidaridad. La Universidad debe abandonar la concepción decimonónica de la que
procede y que ha quedado totalmente obsoleta y debe asumir una nueva cultura, tanto en
la forma como en el contenido. Por ello y para ello, “es ineludible crear de nuevo en la
Universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo posee.
Ésa es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser, antes y más que ninguna otra cosa,
la Universidad” 355. Se hace preciso, pues, que el hombre sea, antes que nada, hombre,
que posea la cultura, el sistema de ideas vivas de nuestro tiempo, que le permita
355 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 540.
177
completar, perfeccionar y alcanzar todas sus posibilidades y aptitudes356. De ahí que la
Universidad tenga como principal misión la de ilustrar al hombre para que sea antes que
nada, hombre, después ya deberá ocuparse de formarle como profesional competente,
entregado responsablemente a su profesión y, sólo si está llamado a serlo, le
posibilitará que se convierta en científico.
La sociedad europea del conocimiento357 exige recuperar la función principal de
la Universidad apuntada por Ortega: la de transmitir la cultura. En este caso, tendría que
ver con el imperativo orteguiano de apropiarse del sistema de ideas vivas de nuestro
tiempo y actualizarlas, acrecentándolas y transformándolas según nuestra realidad social.
Recordar el sentido de la cultura orteguiana como las creencias no sólo que tenemos,
sino que somos, como el continente de nuestra vida y no como contenidos dentro de
ésta, es esencial para la formación de nuestros universitarios. Precisamente, si desde la
Educación Superior pretendemos formar personas cultas debemos partir de la
consideración de la cultura como aquello intrínsecamente humano que nos permite
entender la realidad que nos corresponde vivir y, sin la cual, no podemos hacerlo
plenamente. Si en la Universidad se forman las generaciones futuras y, en ellas, se les
ha de capacitar para que puedan vivir a la altura de los tiempos, la misión primera y
principal de la Universidad ha de ser la transmisión de la cultura, del sistema vital de
creencias que corresponden a la época en que se vive. Las funestas consecuencias de
una formación cultural deficitaria se revelan en la cada vez mayor cantidad de sujetos
titulados (en ocasiones plurititulados) que, pese a serlo, son terriblemente incultos, no
dominando las concepciones principales del mundo que habitan ni de la humanidad a la
que pertenecen.
En la actualidad, la Universidad de masas forma sabios-ignorantes, individuos
que ni son sabios, ya que ignoran todo cuanto exceda el conocimiento propio de su
especialidad, ni son ignorantes, ya que poseen cierto dominio del estricto ámbito en el
que se han formado. Asistimos de nuevo a “la época del señorito satisfecho” que
analizara Ortega en La Rebelión de las masas. Los universitarios son hoy los nuevos 356 GARCÍA LÓPEZ, R., ESCÁMEZ, J., MARTÍNEZ MARTÍN, M. y MARTÍNEZ USARRALDE, M. J. (2008) Aprendizaje de ciudadanía y educación superior, en VALDIVIESO, S. y ALMEIDA, A. S. (Eds.) Educación y ciudadanía. Las Palmas de Gran Canaria, Anroart Ediciones, 81–120. 357Como apunta Ana Mª Rioja desde la Universidad Complutense: “En principio la expresión “sociedad del conocimiento” invita a pensar en una agrupación de individuos particularmente cultos e instruidos en los diversos saberes científicos o humanísticos alcanzados a lo largo de siglos con enorme inteligencia, esfuerzo y dedicación por parte de aquéllos que los han precedido” RIOJA NIETO, A. (2007) ¿Hacia qué modelo de Universidad converge Europa?, Pedagogía Social: revista interuniversitaria, 14, p.58.
178
“señoritos satisfechos”, especialistas que tienden a posicionarse sobre cualquier tipo de
cuestión con la petulancia de quien se considera sabio tendiendo, incluso, a rebatir a
otros especialistas de todos aquellos dominios en los cuales su ignorancia es completa.
La Universidad no debería conformarse con formar sabios sino que debiera recuperar su
insustituible papel en la salvaguardia de la cultura y, con ella, del ser humano.
Precisamente, la posesión o no del sistema vital que conforma la cultura hará
que el sujeto esté a la altura de su tiempo o, por el contrario, sea un sujeto barbarizado.
De este modo, denuncia Ortega la barbarie del especialismo. Ésta se produce como
consecuencia de que la Universidad contemporánea haya degradado la formación
profesional al disminuir casi por completo la enseñanza y transmisión de la cultura. El
especialista sabe muy bien su mínimo rincón de universo, pero ignora de raíz todo el
resto. Nos encontramos con profesionales que son nuevos bárbaros carentes del sistema
vital de ideas sobre el mundo y el hombre correspondientes a su tiempo. Un nuevo
bárbaro retrasado con respecto a su época; un profesional sabio, pero terriblemente
inculto: “No se es culto en física o en matemática. Eso es ser sabio en una materia” 358.
Y ser sabio no es suficiente para vivir humanamente, no es tener cultivado el espíritu,
no es poseer el sistema de ideas sobre el mundo y la humanidad que hasta ese momento
se han generado, no es tener un sistema vital que dirija nuestra existencia. Ser sabio es
vivir sin cultura y vivir sin cultura no es vivir en plenitud. No podemos vivir
humanamente sin ideas, no sabremos entender el mundo en que vivimos y, mucho
menos, actuar con conciencia humana sobre él.
Hoy más que nunca se experimentan las consecuencias de una formación
universitaria incompleta en la que se ha primado el especialismo y ha desaparecido la
dimensión cultural, humanística del hombre. Y la situación se agrava por las
características de nuestra realidad, una realidad donde la mayoría de las personas no
valoran la información y, mucho menos el conocimiento, ya que, en cierta manera,
tienen un acceso rápido al mismo. La mayor paradoja de la sociedad del conocimiento
actual es la abundancia de personas, cada vez más sabias pero más incultas que, además
de no disponer de las estrategias necesarias para la adquisición, organización e
interpretación del conocimiento, carecen de una formación cultural que les permite vivir
y conformar un mundo más humano. De ahí que uno de los motivos impulsores de la
358 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 537.
179
reforma universitaria, haya sido la escasa preparación cultural de los estudiantes
universitarios antes y después de su estancia en la Universidad. Hoy más que nunca se
hace evidente la afirmación orteguiana de que “la vida es un caos, una selva salvaje, una
confusión. El hombre se pierde en ella” 359. Y la brújula para orientarnos, para encontrar
el norte, es la cultura. Se trata de proporcionar al estudiante una visión global de la vida
y sus problemas, de combinar lo académico y lo vital360.
Ante el reto del Espacio Europeo de Educación Superior, sería necesario
establecer los mecanismos que aseguren que la concesión de un título profesional
requerirá no sólo los conocimientos específicos propios de la especialidad sino el
conocimiento del conjunto de ideas físicas, históricas, biológicas y filosóficas del
mundo en que se vive. Sería necesario introducir en el currículum de los diferentes
grados, la enseñanza de las grandes disciplinas culturales de forma sintética, integrada y
sistematizada361. Necesitaríamos encontrar la fórmula para que el grado básico en el que
se fundamentaran todos los demás, el grado en cultura, se hiciera efectivo. Quizá
debería crearse la Facultad de Cultura ideada por nuestro autor como garantía de
proporcionar a todos los universitarios la formación cultural de la que carecen, como
núcleo de la Universidad y de toda la enseñanza superior. De hecho, ya existen
experiencias inspiradas en esta idea como es el caso de la Universidad de Puerto Rico
donde existe una Facultad de Estudios Generales, de nítida inspiración orteguiana, cuyo
fin es promover la formación integral de la persona. Sea como fuere es obvio que urge
resolver la misión cultural de nuestra universidad. ¿Tienen nuestros estudiantes ideas
claras sobre la concepción física del mundo al que ha llegado la ciencia, los grandes
cambios históricos que han traído a la humanidad hasta la encrucijada actual o sobre la
interpretación que la biología da a los hechos fundamentales de la vida orgánica? Y, lo
que es peor aún, ¿la tienen la mayoría de los profesionales que disponen de uno o más
títulos universitarios? Se hace preciso, pues, negarnos activamente a la concepción de la
Universidad como fábrica de especialistas y reclamar su función principal, la de forjar
personas cultas. Esta premisa conlleva la superación de la tradicional división del
359 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 538. 360 “No hay remedio: para andar con acierto en la selva de la vida hay que ser culto, hay que conocer su topografía, sus rutas o métodos; es decir, hay que tener una idea del espacio y del tiempo en que se vive, una cultura actual” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 541. 361 BAIN, K. (2005) Lo que hacen los mejores profesores universitarios. Experiencias y propuestas para la docencia universitaria. Valencia, Universitat de València, pp. 97-111.
180
currículum en disciplinas científicas o humanísticas, según la opción más acorde con la
disciplina que se pretende estudiar.
Ya Ortega planteaba incluir en la formación integral del estudiante las ideas
principales de las grandes disciplinas culturales: la física, la biología, la historia, la
sociología y la filosofía. Se trata, en definitiva, de llevar a la práctica el clásico
desideratum tantas veces proclamado, desde los griegos hasta los renacentistas, de
formar un universitario integral que sepa de ciencias y de humanidades, que no sea una
persona unidimensional o analfabeto en uno de los campos del saber. Proporcionar una
enseñanza holística, integral e integrada es hoy en día más necesario que nunca. En
nuestra sociedad, llamada de la información y del conocimiento, el saber es cada vez
más inabarcable, diverso y difícil de relacionar. Se produce a un ritmo acelerado con el
consiguiente peligro de la rápida caducidad del mismo. Para poder transmitirlo sería
necesario integrarlo y sintetizarlo, como apunta Ortega. Pero, en lugar de ello, se va
fragmentando y especializando cada vez más, de manera que es prácticamente
imposible tener una visión global del mismo.
Es incuestionable, pues, que la Universidad del siglo XXI debe proporcionar una
formación integral al alumnado que asiste a ella buscando una formación superior.
Dicha formación debe garantizar la adquisición de una base cultural sólida y, al mismo
tiempo, la educación del carácter, la conformación de un ciudadano con una serie de
valores interiorizados que le permitan no sólo su incorporación a la sociedad sino su
contribución a la mejora de la misma. En efecto, la Sociedad de la Comunicación y de la
Información demanda un tipo de profesional cuyos rasgos no son ya la acumulación de
conocimientos que permiten un desempeño cerrado y repetitivo de la profesión. En la
actualidad, se espera del profesional que sea competente pero también que sepa
desempeñar su profesión con sentido ético362. Por ello es necesaria la formación de
profesionales entregados a la conformación de una sociedad más humana a través del
ejercicio diario de su profesión. Sin embargo, como en 1930 señalara Ortega: “La
profesión, que después de la cultura es lo más urgente, se deja a la buena de Dios” 363.
En la Universidad se debe cultivar sin más dilación el propósito de educar profesionales
ad hoc. Sigue pendiente la cuestión señalada por nuestro autor: que cada centro
362 GARCÍA, R., JOVER, G. y ESCÁMEZ, J. (2010) Ética profesional docente. Madrid, Síntesis. 363 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 554.
181
universitario se plantee qué es hoy ser un buen profesional en el campo de su
competencia.
Coincidimos con Caride en que un buen profesional es aquel que está preparado
y es competente en un determinado campo del saber, que es valorado socialmente por la
labor en beneficio de otras personas y que recibe por ello algún tipo de compensación364.
Para llegar a serlo son necesarias competencias cognitivas, técnicas y sociales pero
también competencias éticas referidas al saber ser profesional. Sin embargo, hasta el
momento la cultura universitaria se ha dedicado a la formación de las cognitivas y
técnicas prescindiendo de las competencias sociales y éticas, relegándolas en el mejor
de los casos a un segundo plano. Ahora bien, la dimensión ética señalada por Ortega y
que está implícita en todo quehacer profesional enfatiza el sentido social cooperativo
que define cualquier actividad profesional365. En efecto, una profesión es, siguiendo la
definición apuntada por Adela Cortina, “una actividad social cooperativa, cuya meta
interna consiste en proporcionar a la sociedad un bien específico e indispensable para su
supervivencia como sociedad humana, para lo cual se precisa el concurso de la
comunidad de profesionales que como tales se identifican ante la sociedad” 366. La
profesión es, por definición, una actividad ética que busca construir un bien específico
en la sociedad, un bien que es indispensable para que la sociedad sea una sociedad
humana. Por ello, cada comunidad de profesionales debe definir certeramente su
identidad profesional y social.
Es imprescindible que cada Universidad explicite y clarifique su proyecto
educativo para el futuro inmediato, definiendo el perfil humano y profesional a
conformar en sus estudiantes. Cada profesión es un proyecto personal de vida y una
forma de contribuir a la humanización de nuestra sociedad. Así pues, formar buenos
profesionales desde la Universidad significa ayudar al estudiante a que tome conciencia
de qué quiere ser pero al mismo tiempo de qué tipo de profesional quiere ser, de forma
que se plantee una doble reflexión de manera conjunta: profesional y personal. De esta
forma, la Universidad no se limitaría a la formación de profesionales especialistas,
nuevos bárbaros, sino que estaría formando ciudadanos con una profesión concreta.
Para ello, la Universidad debe afrontar el reto de la ética profesional, entendiendo por
364 CARIDE GÓMEZ, J.A. (2002) Construir la profesión: la Educación Social como proyecto ético y tarea cívica, Pedagogía Social. Revista Interuniversitaria, 9, 91-126. 365 GARCÍA, R., JOVER, G. y ESCÁMEZ, J. (2010) Ética profesional docente. Madrid, Síntesis. 366 CORTINA, A. (2000) El sentido de las profesiones, en CORTINA, A. 10 Palabras clave en ética de las profesiones. Navarra, España: Verbo Divino, p. 15.
182
ésta “la indagación sistemática acerca del modo de mejorar cualitativamente y elevar el
grado de humanización de la vida social e individual, mediante el ejercicio de la
profesión” 367. La Universidad debe proporcionar las claves para el correcto desempeño
de la actividad profesional en el contexto social, ofreciendo pautas concretas de
actuación y potenciando valores apropiados para ello. A través del ejercicio de su
profesión, el hombre encuentra los medios para elevar el grado de humanización de su
vida personal y social. Se hace necesario que el hombre, a través del ejercicio de su
profesión, aporte un beneficio a la sociedad en la que vive y desde la que ha llegado a
ser lo que es. La sociedad necesita de profesionales que se comprometan socialmente,
que vivan su vocación responsablemente contribuyendo al bienestar colectivo. Y es que,
precisamente, ese beneficio social está a la base del origen de las profesiones. Éstas
nacen y son reconocidas social y legalmente porque responden a necesidades de las
personas que constituyen la sociedad. No son producto del azar ni del capricho humano
sino que nacen para proporcionar algún bien a las personas y a las sociedades. Pero,
además de contribuir a ese bienestar social, el profesional que desempeña su profesión
respondiendo a una vocación personal e intransferible recibe al mismo tiempo un
bienestar individual, el de sentirse realizado y es que “proceder éticamente conduce a
una experiencia del sentido de lo que se hace, al sentimiento de realización humana y a
la felicidad en la vida profesional” 368.
La Universidad debe concebirse, pues, como un espacio de aprendizaje ético
que procura que sus titulados ejerzan las futuras profesiones con la voluntad de
contribuir a la formación de una sociedad inclusiva, digna y democrática. En la
actualidad esa relación entre Universidad y ética profesional señalada por Ortega como
indispensable en la formación de futuros profesionales, se hace patente. Experiencias
como las “Reflexiones de la Comunidad Universitaria en torno a la Ética Profesional en
la Universidad” (Universidad de Salamanca, 1998) o el ciclo de conferencias
organizado por el Consejo Social de la Universidad de Alicante (febrero del 2002) con
el objeto de relanzar el proyecto de incluir la ética profesional en las carreras,
demuestran que hay una sensibilidad creciente sobre la necesidad de incluir la ética
profesional en el currículum. Así mismo, en titulaciones relacionadas con las Ciencias
de la Salud existen ya experiencias relacionadas con la inclusión de la ética profesional
367 FERNÁNDEZ, J. y HORTAL, A. (1994) Ética de las profesiones. Madrid, Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas, p. 91. 368 COBO SUERO, J. M. (2003) Universidad y ética profesional, Teoría de la Educación, 15, p. 265.
183
en el currículum. Sirva de ejemplo la asignatura de “Legislación y ética profesional”
presente en la Diplomatura de Enfermería desde 1990. En este momento decisivo de
reestructuración del catálogo de titulaciones universitarias, consideramos fundamental
la propuesta de Escámez, García y Jover369 de abordar el ámbito de la ética profesional
como elemento imprescindible del currículum formativo de la nueva Universidad
española y europea, en la que no sólo se garantice la movilidad y homologación de
profesionales y títulos, sino que se cree un marco axiológico mínimo compartido para el
ejercicio responsable y cívico de las profesiones correspondientes. De hecho, a raíz de
la conformación del Espacio Europeo de Educación Superior van haciendo su aparición
propuestas pedagógicas concretas sobre cómo abordar la formación ética profesional en
todos los estudios universitarios. Sirva en este sentido de ejemplo, las propuestas
realizadas por autores como Cobo Suero370 o Martínez Martín371. El primero realiza una
propuesta para que la ética profesional se constituya en una asignatura en los planes de
estudios de todas las titulaciones. Esta asignatura estaría integrada por cuatro bloques de
contenidos: el primero destinado a la comprensión de la importancia social y
antropológica de la ética en la vida profesional, el segundo lo constituirían temas que
ayudaran a los estudiantes a una personalización universitaria de la ética, el tercero lo
conformarían los principios/valores de la ética de las profesiones y el cuarto
correspondería a la ética profesional que da nombre a la asignatura. En cuanto a la
metodología a seguir, Cobo Suero sugiere la utilización desde el comienzo de curso de
ejemplos de la profesión y de la ética profesional objeto de estudio. Por su parte,
Martínez Martín trasciende el ámbito de los contenidos curriculares y, además de éstos,
señala cuatro escenarios más de la formación universitaria en los que es posible integrar
acciones y establecer pautas u orientaciones que favorezcan la formación en valores y el
aprendizaje ético de los futuros graduados y graduadas: el de la relación entre
estudiantes y profesores, el de las formas de organización social de las tareas de
aprendizaje, el de la cultura participativa e institucional y el de la implicación
comunitaria del aprendizaje académico.
En definitiva, estamos asistiendo a la pugna por la inclusión de la formación en
valores en la Educación Superior372. Y es que los valores deben tener un lugar propio en
369 GARCÍA, R., JOVER, G. y ESCÁMEZ, J. (2010) Ética profesional docente. Madrid, Síntesis. 370 COBO SUERO, J. M. (2003) Universidad y ética profesional, Teoría de la Educación, 15, 259-276. 371 MARTÍNEZ MARTÍN, M. (2006) Formación para la ciudadanía y educación superior, Revista Iberoamericana de Educación, 42, 85-102. 372 Sirvan de ejemplo las últimas publicaciones de Ana Hirsch:
184
la formación universitaria siendo tres las formas de aproximación a la integración de la
ética en la misma. La primera sería la formación deontológica del estudiante como
futuro profesional. La segunda sería la formación para el ejercicio de una ciudadanía
activa. La tercera sería la propia conformación personal del estudiante como ser humano
cuyo proceso de construcción personal está siempre perfeccionándose. Educar es formar
personas y esto es aplicable a los distintos niveles que conforman el sistema educativo.
La Universidad debe, pues, volver al hombre, mostrarle su sentido y enseñarle a serlo.
Los valores fundamentales que sustentan nuestra civilización373: la dignidad de todas las
personas por el hecho de serlo, la libertad de pensamiento y de profesar las propias
convicciones, la necesaria cooperación de todos para lograr el bien común deben ser
fomentados en las instituciones universitarias. En ellas deben fermentar estas
convicciones, estos valores, aquilatados a lo largo de tantos años de búsqueda incesante
de la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. En eso consiste la petición orteguiana
de devolver a la Universidad su tarea central de ilustración del hombre, de enseñarle la
plena cultura del mundo en que vive, de descubrirle con claridad y precisión el mundo
en que vive, donde ha de encajar su vida para ser auténtica. Para ello, la Universidad
tiene que integrar la formación técnica en la educación intelectual y en la formación
moral374. Debe potenciar todas las dimensiones evitando caer en formas parciales de
formación universitaria, como pueden ser: la formación intelectualista o la formación
que se concentra en la explotación de las fuerzas productivas del hombre (tecnocrática o
hiperespecialista). En definitiva, no podemos reducir la función social de la Universidad
a una función de entrenamiento profesional, legítima pero insuficiente. Debemos definir
el prototipo de profesional que queremos formar, un profesional íntegro y
comprometido socialmente. La Universidad del tercer milenio tiene como deber
ineludible transmitir la ética profesional inherente al ejercicio cotidiano de la profesión.
HIRSCH, A. (2003) Ética profesional como proyecto de investigación, Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, 15, 235-258. HIRSCH, A. (2008) Valores básicos que la Universidad debería promover en su alumnado y profesorado. Los profesores de posgrado de la Universidad Nacional Autónoma de México, en HIRSCH, A. y LÓPEZ, R. Ética profesional y posgrado en México. Valores profesionales de profesores y estudiantes. México, Universidad Autónoma de Sinaloa- Universidad Iberoamericana Puebla- Universidad Autónoma de Tamaulipas- Universidad Autónoma del Estado de Morelos- Universidad Autónoma de Chiapas- Universidad Autónoma de Yucatán, 23-43. 373 ESCÁMEZ, J., CORTINA, A. y PÉREZ-DELGADO, E. (1997) Un mundo de valores. Valencia, Generalitat Valenciana. 374 GARCÍA RAMOS, J.M (1991) La formación integral: objetivo de la Universidad, Revista Complutense de Educación, Vol.2 (2), 323-335.
185
La enseñanza universitaria orteguiana aparece integrada, pues, por tres funciones:
la primera y principal, la transmisión de la cultura; la segunda, la enseñanza de las
profesiones y la tercera, la investigación científica y educación de nuevos hombres de
ciencia. Estas tres funciones siguen siendo funciones reconocidas para la Universidad
actual que difiere de la de nuestro autor en concederle la primacía a la función de
formación profesional. En la Estrategia Universidad 2015 (EU 2015), una iniciativa
puesta en marcha por el Ministerio de Ciencia e Innovación en el 2009, están presentes
la misión de docencia, la formación, la investigación y una cuarta novedosa: la
transferencia de conocimiento y tecnología y la responsabilidad social universitaria. Sin
embargo, pensamos que antes de ocuparse en lograr la consecución de transferencia, de
utilización de los conocimientos fuera del contexto en que se aprenden, debería
garantizarse el auténtico aprendizaje de los mismos. Y, para ello, es necesario
integrarlos en un todo coherente y significativo. Precisamente, para conseguir la
reclamada integración del saber y para que sea la Universidad lo que realmente tiene
que ser, es imprescindible construir lo que hasta el momento, según nuestro autor, es
inexistente, una pedagogía universitaria375. Desde los años 90 hasta la actualidad hemos
asistido a toda una serie de reformas educativas que se proponían adecuar la enseñanza
a las necesidades del estudiante. Sin embargo, estas reformas no habían alcanzado, hasta
el momento, al mundo universitario. Es ahora, con el Plan Bolonia, cuando se ha
materializado la intención de trasladar la pedagogía inspirada en los planteamientos
constructivistas a la Enseñanza Superior.
Tres son los principios sobre los que debe sustentarse dicha pedagogía: la
economía en la enseñanza, el protagonismo del estudiante y la redefinición del rol
docente universitario. Los tres se encuentran interrelacionados de forma que si
pensamos en el estudiante y lo situamos en el epicentro educativo, automáticamente se
produce la redefinición del rol del docente y la economía en la enseñanza. De igual
modo, economizar en la enseñanza requiere pensar en el sujeto que aprende, en cómo lo
hace y en el tipo de competencias prioritarias en las que debe basarse su aprendizaje y
en el papel del docente para lograr que efectivamente se aprenda lo que se debe
aprender en ese momento, sin que se produzca ninguno de los dos extremos, la
375 “La faena que ello impone (se refiere a la integración del saber) es tremenda y no se puede lograr mientras no exista una metodología en la enseñanza superior, pareja al menos de la que ya existe en los otros grados de la enseñanza. Hoy falta por completo, aunque parezca mentira, una pedagogía universitaria” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 562.
186
sobresaturación del estudiante o su falta de densidad cultural. Y, para evitar ambos, se
hace preciso redefinir la función docente, siendo consciente que educar no consiste sólo
en instruir al educando sino en acompañarlo en su proceso de aprendizaje y guiarlo para
que sea capaz de llegar al máximo de sus posibilidades, extrayendo de su interior lo
mejor de él.
El principio de economía en la enseñanza es una constante en el pensamiento
educativo orteguiano. Ya en Biología y Pedagogía apuntaba la necesidad de reducir la
enseñanza a lo que pudiera ser enseñado o, mejor, a lo que pudiera ser aprendido376.
También, al abordar la cuestión universitaria, Ortega reconoce la imposibilidad de que
el buen estudiante medio consiga ni remotamente aprender de verdad todo lo que la
Universidad pretende enseñarle. De ahí que, para nuestro autor, sea ineludible volver
del revés toda la Universidad, reformarla radicalmente partiendo del principio opuesto:
“En vez de enseñar lo que, según un utópico deseo, debería enseñarse, hay que enseñar
sólo lo que se puede enseñar, es decir, lo que se puede aprender” 377. Ésta como señala
nuestro autor es la cuestión capital de la enseñanza en todos sus grados, no sólo en el
universitario.
Reducir la enseñanza a lo que puede aprenderse implica, ya de por sí, el segundo
de los principios que deben sustentar la pedagogía universitaria: el situar al discípulo en
el epicentro del proceso educativo. Hasta el momento, la pedagogía tradicional partía
del saber o del maestro. Ortega, haciéndose eco de las innovaciones de grandes
pedagogos como Rousseau, Pestalozzi o Froëbel, traslada el fundamento de la ciencia
pedagógica del saber y del maestro al discípulo y reconoce que son éste y sus
condiciones particulares lo único que puede guiarnos para construir un aprendizaje
significativo. Y, sin duda, una de las condiciones particulares del discípulo que hemos
de considerar es la limitación de su capacidad de aprender. Ésta no puede abordar la
adquisición de todo el acúmulo cultural que las generaciones anteriores han conservado
y reconstruido. Y hemos visto como ese acúmulo es imprescindible para poder vivir
plena y humanamente. Por ello, a partir del siglo XVIII, con el efectivo tesoro de saber
humano que se va generando desde la Ilustración, se hace necesaria la
376 “La cuestión está en que la capacidad receptiva del niño y la docente del maestro son muy limitadas en volumen, en calidad y en tiempo. El problema de educación es siempre un problema de eliminación, y el problema de la educación elemental es el problema de la educación esencial” ORTEGA Y GASSET, J. (1923) Biología y Pedagogía. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo II, p. 402. 377 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 544.
187
institucionalización del saber y la construcción de mecanismos que garanticen su
transmisión: “Si la niñez y la juventud durasen cada una cien años, o el niño y el joven
poseyesen memoria, inteligencia y atención en dosis prácticamente ilimitada, no
existiría la actividad docente” 378. La realidad es bien distinta, el niño y el joven son
aprendices y, como tales, no pueden aprender todo lo que habría que enseñarles. Por
tanto, la primera premisa a considerar en la reforma universitaria es economizar en las
materias enseñadas, enseñando sólo lo que se puede aprender. De lo contrario, la
enseñanza de las mismas no podrá materializarse. Ortega acusa, de hecho, a las
Universidades de tener un carácter ficticio ya que, hasta el momento, han obviado esa
imposibilidad de dar y exigir lo que no puede darse ni exigirse.
Pero, además, economizar en la enseñanza no es sólo ahorrar en los contenidos
sino que implica también conceder al alumno todo el protagonismo en su proceso de
aprendizaje, con lo que nos situamos en el segundo principio que debe sustentar la
pedagogía universitaria379.
Se hace necesario, pues, que de nuevo se centre la Universidad en el estudiante,
que la Universidad vuelva a ser el estudiante y no el profesor, como lo fue en sus
orígenes. Este protagonismo estudiantil estaba ya presente en el paidocentrismo
defendido por Ortega en la etapa pedagógica anterior. Lo que ocurre es que así como en
Biología y Pedagogía, el sujeto de la educación era el infante, ahora, en Misión de la
Universidad es el joven universitario pero el principio sustantivo es idéntico: situar al
alumno como el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje. Desde el alumno es desde
donde tiene sentido realizar la selección de los saberes. Así, deberán seleccionarse los
que sean estrictamente necesarios para la vida efectiva del estudiante y sus ineludibles
urgencias y, de éstos, los que pueda el estudiante medio aprender con holgura y plenitud.
Como señala nuestro autor: “Estudiar y ser estudiante es siempre, y sobre todo hoy, una
necesidad inexorable del hombre. Tiene éste, quiera o no, que asimilarse el saber
acumulado, so pena de sucumbir individual o colectivamente. Si una generación dejase
de estudiar, la humanidad actual, en sus nueves décimas partes, moriría
378 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 546. 379 “En la organización de la enseñanza superior, en la construcción de la Universidad, hay que partir del estudiante, no del saber ni del profesor. La Universidad tiene que ser la proyección institucional del estudiante, cuyas dos dimensiones esenciales son: una, lo que él es: escasez de su facultad adquisitiva de saber; otra, lo que él necesita saber para vivir” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 548.
188
fulminantemente” 380. Por ello, debe garantizarse que ese aprendizaje se realice con
éxito y, para ello, urge reformar la Universidad de modo que se adecue al estudiante
medio y le enseñe sólo lo que puede de verdad aprender.
En la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior aparece también,
a la base de su filosofía, la necesidad de partir del estudiante en la reconstrucción de la
Universidad. De hecho, la introducción del crédito europeo como unidad del haber
académico es el reflejo de la organización de la enseñanza en función del aprendizaje
del alumno. Así, a través del crédito se valora el volumen global del trabajo realizado
por el alumno en sus estudios, no sólo las horas lectivas. Además, el diseño de los
planes de estudio y las programaciones docentes se llevarán a cabo teniendo como eje
de referencia el propio aprendizaje de los alumnos. Si queremos que la Universidad se
centre en el estudiante deberemos rechazar la utilización de metodologías centradas en
el profesor. La orientación magistral y las clases presenciales de la Universidad deben ir
cediendo espacio a un enfoque de mayor autonomía y responsabilidad académica del
alumnado. Los tiempos cambian y la Universidad también debe hacerlo381. Enseñar no
es transmitir conocimientos sino hacer sentir la necesidad y utilidad de los mismos382. Si
el estudiante no siente una auténtica sed de conocimientos, por brillantes que sean las
técnicas didácticas que empleemos, no se producirá el aprendizaje: “Para entender
verdaderamente algo, no hace falta tener eso que se llama talento ni poseer grandes
sabidurías previas –lo que, en cambio, hace falta es una condición elemental, pero
fundamental: lo que hace falta es necesitarlo” 383. Con estas palabras se reconoce el
papel que ejerce la motivación en el aprendizaje, constituyendo un condicionamiento
decisivo del mismo.
Es importante que el profesorado universitario del que se exige en la actualidad
que sea consciente, reflexivo y crítico con lo que ocurre en el aula sepa distinguir entre
las diferentes formas de necesidad que pueden sentir los estudiantes. Éstos pueden tener
380 ORTEGA Y GASSET, J. (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 274. 381 “Y lo peor es que en la Universidad española ocurre lo propio y que casi todos sus profesores, de almas no menos góticas y labriegas, siguen arando con bovina paciencia los frescos cerebros de las nuevas generaciones según el mismo rito que hace diez siglos era de uso” ORTEGA Y GASSET, J. (1906) La Universidad española y la Universidad alemana. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2004, Tomo I, p. 64. 382 “Enseñar no es primaria y fundamentalmente sino enseñar la necesidad de una ciencia, y no enseñar la ciencia cuya necesidad sea imposible hacer sentir al estudiante” ORTEGA Y GASSET, J. (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 275. 383 ORTEGA Y GASSET, J. (1933) Sobre el estudiar y el estudiante. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2006, Tomo V, p. 268.
189
necesidades externas, impuestas desde fuera, necesidades mediatas. Estamos, entonces,
ante un tipo de motivación extrínseca, una motivación que viene elicitada por una
recompensa manifiesta independiente de la tarea en sí. El estudiante se enfrenta a la
tarea por incentivos extrínsecos que le proporcionarían una satisfacción independiente
de la tarea. En cambio, existen otras necesidades que surgen en el interior del estudiante,
que las siente como tales, que las reconoce dentro de él y que son las necesidades
inmediatas. Se trata de la motivación intrínseca en la que hay como una tendencia innata
a buscar la novedad y los retos, a ampliar y ejercitar las propias capacidades, a explorar
y a aprender. En repetidas ocasiones se ha constatado que en el ámbito académico se
produce un cambio evolutivo gradual, desde una motivación intrínseca en los inicios de
la escolaridad hacia otra regulación extrínseca a partir de los primeros años de
secundaria384. Así, conforme ascienden en el sistema educativo, mayor probabilidad
existe de que los alumnos manifiesten menor interés por los nuevos aprendizajes y
menor curiosidad ante los nuevos retos, produciéndose consecuentemente un descenso
cada vez mayor en las calificaciones que, al agravarse, origina el abandono del sistema
educativo formal. En la Universidad, la tragedia se agrava por el aumento de la
complejidad y la cantidad de saber que el estudiante debe aprender. Y, conforme
aumenta, se enriquece y especializa el saber, más lejos estará el estudiante de sentir
inmediata y auténticamente la necesidad de él. Por ello, es necesario que el profesorado
sea consciente de su papel para despertar en el alumnado la necesidad intrínseca de
saber.
Son muchos los aspectos de la actuación del profesor que se hallan bajo su
control y que pueden tener repercusiones motivacionales: plantear problemas o
interrogantes, mostrar la relevancia de conseguir los objetivos, distintos modos de
incitar a la participación, plantear las actividades de forma individual, cooperativa o
competitiva, forma de evaluar, etc. Por ello, podemos afirmar sin equivocarnos que el
agente motivador por excelencia es el profesor. Pintrich y Schunk sistematizaron seis
dimensiones que previamente habían sido recogidas por Epstein (1989) y que se
encuentran representadas en el acrónimo TARGET (en inglés, diana o meta): Tarea,
Autoridad, Reconocimiento, Grupos, Evaluación y Tiempo385. La primera dimensión se
refiere a las características y el modo de presentación y seguimiento de la tarea. No es lo
384 GONZÁLEZ, A. (2005) Motivación académica: teoría, aplicación y evaluación. Madrid, Pirámide Psicología. 385 PINTRICH, P.R. y SCHUNK, D.H. (1996) Motivation in Education: Theory, Research and Applications. New Jersey, Prentice-Hall, Inc.
190
mismo realizar una presentación unidimensional que multidimensional. Esta última
consiste en proponer diferentes tareas, todas encaminadas a los mismos objetivos. Al
hacerlo, se enfatiza la consecución de un cierto grado de autonomía por partes de los
aprendices y sirve para paliar los sentimientos de obligación en los casos en que están
muy extendidos. Por otro lado, presentar tareas de dificultad intermedia favorecerá la
motivación al implicar un reto moderado pero alcanzable.
En cuanto a la autoridad, existen diferentes modos de manejarla. Los expertos
señalan tres perfiles típicos, según cómo se haga. Hay profesores autoritarios para
quienes el control del aula y la disciplina es lo más importante386. Existe el extremo
opuesto representado por los profesores permisivos quienes evitan cualquier tipo de
conflicto generando un ambiente de laissez faire en el que todo vale. Por último,
encontramos a los profesores democráticos o colaboradores, que consiguen un grado
razonable de control pero de un modo indirecto. Se presentan como facilitadores de la
realización de las tareas a la vez que promueven la participación de sus alumnos en la
toma de decisiones con respecto a las mismas. Como señalan Montero y Alonso387 los
profesores democráticos son los que mejor facilitan el desarrollo de la motivación por el
aprendizaje dado que son los que trabajan a la vez la percepción de autonomía y
responsabilidad sin abandonar al alumno a su suerte, es decir, modelando también el
proceso de realización de la actividad. Por lo que respecta al reconocimiento, el valor
del refuerzo positivo es un hecho probado ampliamente por la psicología experimental.
En el aula, el profesor se convierte en un punto clave para proporcionar este tipo de
refuerzos que, normalmente, van en la forma de elogios. Ahora bien, se deben elogiar el
esfuerzo y el progreso personal, más que los resultados obtenidos y se ha de insistir en
el valor de los errores como fuente de aprendizaje. En cuanto a cómo hacerlo, la
realización en el ámbito privado facilita la motivación ya que elogiar en público
favorece la aparición de comparaciones entre alumnos dentro del aula. También se
puede motivar planteando actividades para realizar y evaluar en grupos. Trabajar en
cooperación con otros tiene ventajas motivacionales siempre que dicho trabajo implique
no sólo la presencia de más de un alumno sino el establecimiento claro y preciso de
pautas de cooperación entre los componentes del grupo para la consecución de una meta
386 FINKEL, D. (2008) Dar clase con la boca cerrada. Traducción de Óscar Barberá. Valencia, Publicacions de la Universitat de València. 387 MONTERO GARCÍA-CELAY, I. y ALONSO TAPIA, J. (2002) Orientación motivacional y estrategias motivadoras en el aprendizaje escolar, en COLL, C., MARCHESI ULLASTRES, A. y PALACIOS, J. (comp.) Desarrollo psicológico y educación. Vol. 2 Psicología de la educación escolar. Madrid, Alianza Editorial, 259-284.
191
común. La evaluación es la quinta dimensión a considerar. Al haber diferentes tipos de
evaluación también hay diferentes consecuencias motivacionales. Realizar la evaluación
criterial frente a la normativa, centrada en el proceso más que en los resultados y con
carácter privado, facilita el desarrollo de las metas referidas al aprender y al disfrutar388.
Ahora bien, teniendo presente que el objetivo de la tarea docente no es enseñar,
sino que los alumnos aprendan, debemos reconocer la máxima orteguiana según la cual
“nada que en verdad merezca la pena ser aprendido, puede, en rigor, ser enseñado” 389.
La función del docente es contagiar al alumnado la necesidad de saber, de conocer y dar
respuesta a los interrogantes que les surgen. La función del docente universitario es
romper la calma ficticia del mundo epistemológico de su alumnado. Es sembrar
fermentos de duda, ambición y esperanza. Para ello, el docente debe ser consciente de
que la actividad del discente es fundamental. Si éste no quiere aprender y contribuir con
su particular esfuerzo, el aprendizaje no se producirá390.
Existe una propensión a definir el rol del profesor universitario como un simple
transmisor de cultura, de información, de las ciencias y tecnologías imperantes en la
fauna académica y nada más391. Sin embargo, si aceptamos que educar es formar
personas y no simplemente instruirlas, se impone la necesidad de construir un nuevo rol
del docente universitario. Éste debe ser educador con todo lo que este término conlleva
y educar es abrir caminos, generar dudas, ayudar a cuestionar la realidad que nos
circunda, en definitiva, permitir que cada uno extraiga lo mejor de sí mismo. Desde la
publicación de la LOGSE en 1990 la concepción educativa de la enseñanza escolar ha
impregnado las diferentes etapas del sistema educativo. Sin embargo, hasta ahora no
había alcanzado el ámbito universitario. Hoy en día al cuestionarnos la misión de la
Universidad, volvemos a cuestionarnos el rol de los docentes que en ella enseñan: ¿Cuál
es la tarea que ha de desempeñar el docente universitario: la docencia, la investigación o
la gestión? La tarea principal ha de estar en consonancia con la misión esencial de la
388 MONTERO GARCÍA-CELAY, I. y ALONSO TAPIA, J. (2002) Orientación motivacional y estrategias motivadoras en el aprendizaje escolar, en COLL, C., MARCHESI ULLASTRES, A. y PALACIOS, J. (comp.) Desarrollo psicológico y educación. Vol. 2 Psicología de la educación escolar. Madrid, Alianza Editorial, 259-284. 389 ORTEGA Y GASSET, J. (1917) La pedagogía de la contaminación. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2007, Tomo VII, p. 685. 390 “Por muy grandes que sean los afanes del maestro siempre habrá una última precisión, una postrera claridad, una gota la más sabrosa del jugo científico o artístico que no podrá transmitirnos, que habremos de conquistar con nuestro propio esfuerzo doloroso” ORTEGA Y GASSET, J. (1917) La pedagogía de la contaminación. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2007, Tomo VII, p. 685. 391 RODRÍGUEZ ROJO, M. (1999) El componente educativo en el rol del profesor universitario, Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 2 (1), 117-128.
192
institución universitaria. Si ésta no es la de formar científicos sino formar personas
cultas, el modelo docente debe ser redefinido: ni el aprendiz es un aprendiz científico,
sino un aprendiz con su capacidad de aprender limitada, ni el docente tiene que ser el
investigador. Debieran desglosarse dos tareas que, aunque siempre hayan estado
fusionadas, son tremendamente dispares: la docencia y la investigación. Ambas siguen
solapadas, con un incuestionable protagonismo de la segunda. No se contempla la figura
del profesor exclusivamente dedicado a la investigación, sino que se le complementa su
tarea investigadora con horas de docencia392. Nuestro autor rechaza radicalmente el
modelo universitario alemán, conocido como modelo humboldtiano, puesto que en éste
hay una completa unidad entre enseñanza e investigación, la enseñanza universitaria es
asimilación de la nueva ciencia experimental. Según Humboldt, la Universidad debe ser
libre y autogeneradora de ciencia, a través de los propios profesores, de una manera
desinteresada y autónoma. Siguiendo a este autor, si los profesores son los generadores
de ciencia, deben ser también quienes la enseñen. Tremendo error pensar que investigar
una ciencia y enseñarla son tareas similares y necesariamente unidas. El propio Ortega
relata cómo él mismo ha experimentado las consecuencias de pensar que los mejores
profesores son los investigadores: “Así me ha acontecido durante mis años de estudio en
Alemania: he convivido con muchos de los hombres de ciencia de la época, pero no he
topado con un solo buen maestro. ¡Para que venga nadie a contarme que la Universidad
alemana es, como institución, un modelo!” 393. El mundo universitario debe superar el
problema generado al dejar la docencia en manos de los investigadores que sienten la
enseñanza como un desperdicio de su tiempo.
Si la verdadera función universitaria es formar personas cultas que posean una
formación integral y que sean capaces de contribuir a transformar la sociedad a la que
pertenecen haciéndola más justa, más solidaria, en definitiva, más humana, deberemos
comenzar por seleccionar a los mejores maestros394. Se trata de crear las condiciones
que posibiliten el cambio y, para ello, es necesario que el profesor universitario deje de
ser un profesor instructor y se convierta en un profesor educador. Para ser capaces de
392 “Uno de los males traídos por la confusión de ciencia y Universidad ha sido entregar las cátedras, según la manía del tiempo, a los investigadores, los cuales son casi siempre pésimos profesores, que sienten la enseñanza como un robo de horas hecho a su labor o laboratorio” ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 563. 393 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 563. 394 BAIN, K. (2005) Lo que hacen los mejores profesores universitarios. Experiencias y propuestas para la docencia universitaria. Valencia, Universitat de València, pp. 167-192.
193
contagiar las ganas de aprender, la ilusión por descubrir nuevos retos y caminos, se hace
necesario que el profesor universitario sea, ante todo, maestro. Así, el verdadero
maestro será el que transmita a sus estudiantes la necesidad de una ciencia pero no la
ciencia misma. De ahí que los docentes universitarios no debieran ser los científicos, los
investigadores, sino aquellos profesores con vocación de tales que disfrutaran
ejerciendo su labor y contaran con las dotes para ello. Cada persona ha de ejercer su
particular vocación y, en raras ocasiones, las capacidades para descubrir y las de
enseñar convergen. Pocos pueden ser, a la vez, buenos investigadores y buenos
maestros ya que, cada una de estas tareas exige capacidades distintas y diferenciadas,
además de otras consideraciones más prácticas como puede ser la necesidad de
preparación y dedicación completa a cada una de ellas si se quiere realizar un trabajo de
calidad.
Para ser un buen maestro no es suficiente, pues, conocer la materia sino que hace
falta saber enseñarla. De ahí la ineludible exigencia de proporcionar al profesorado una
formación pedagógica sólida que le permita acometer con éxito su tarea educativa395.
Debería promoverse una formación inicial y permanente en docencia universitaria, no
sólo en el conocimiento del contenido científico de la materia que se enseña. Junto a la
necesaria formación pedagógica del profesorado, debería haber un reconocimiento
explícito y una incentivación permanente a la buena docencia. Sin embargo, la realidad
práctica universitaria es muy diferente. La formación es inexistente en la actualidad, no
forma parte intrínseca de la profesión docente como debiera hacerlo. El buen docente
universitario ha de ser, ante todo, docente y, para ello necesita una formación
pedagógica complementaria que le permita poseer y aplicar los conocimientos de la
didáctica y de las bases teóricas de la educación, de los distintos modelos de docencia
que pueden ejercerse y cuál es que el se adapta a la concepción actual del alumno como
sujeto activo y principal de su aprendizaje. Se precisa, hoy más que nunca, una
preparación psicopedagógica que garantice una labor profesional docente de calidad.
Estos conocimientos pedagógicos junto a la experiencia previa docente son los que
deberían primarse en la selección del profesorado universitario y reconocerse como
méritos en su carrera profesional.
Sin embargo, el docente universitario en nuestro país es seleccionado por sus
dotes de investigador más que por sus dotes de maestro. Basta analizar los criterios de la
395 Ibídem, pp. 61-80.
194
Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) para
comprobar que en la propia selección del profesorado se concede primacía a la actividad
investigadora. Así, por ejemplo en el anexo del R.D 1312/2007, de 5 de octubre, por el
que se establece la acreditación nacional para el acceso a los cuerpos docentes
universitarios, se concede un máximo de 50 puntos a la actividad investigadora y de 40
a la actividad docente o profesional para el acceso al cuerpo de Profesores Titulares de
Universidad. En el caso del acceso al cuerpo de Catedráticos de Universidad, la
diferencia es aún más notable, concediendo una puntuación máxima de 55 puntos a la
actividad investigadora y tan sólo un máximo de 35 a la actividad docente o profesional.
Lo esencial es poseer un currículum que refleje la capacidad investigadora, un
currículum en el que abunden las publicaciones científicas, las creaciones artísticas
profesionales, los congresos, conferencias y seminarios de investigación; un currículum
en el que sea notable el número de proyectos y contratos de investigación o de patentes
y productos con registro de propiedad intelectual. De hecho, no sólo es necesario ser
mejor investigador que docente para acceder a los cuerpos docentes universitarios sino
que al docente también se le evalúa y recompensa en categoría profesional en base a su
capacidad investigadora. Además, por si fuera factible abarcar con total holgura las
tareas docente e investigadora, se le otorga al profesorado universitario una tercera labor,
la de gestión universitaria. De hecho, para el acceso al cuerpo universitario docente,
también puntúa como mérito la experiencia en gestión y administración educativa,
científica o tecnológica.
La renovación pedagógica universitaria debiera, pues, comenzar por garantizar
una formación inicial en docencia para acceder a la profesión, una formación que diera
al profesorado universitario los elementos básicos para comprender el proceso de
aprendizaje-enseñanza universitario actual y para hacer factible la pedagogía de la
contaminación orteguiana. Ahora bien, como señala Imbernón, la necesaria formación
docente universitaria no puede ser obligatoria, al menos, en lo referente a la formación
permanente396. El profesorado, en vistas de lo que le demanda la nueva concepción
universitaria debiera ser consciente de la necesidad de formación psicopedagógica para
centrar con éxito la enseñanza en el estudiante. Y es que no es suficiente con proclamar
que el profesor universitario ha de ser educador, sino que se requiere el uso de una
metodología coherente con dicha afirmación que garantice que el profesor será capaz de
396 IMBERNÓN, F. (2000) Un nuevo profesorado para una nueva universidad. ¿Conciencia o presión?, Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 38, 37-46.
195
enfocar su enseñanza con sentido educativo y no sólo instructivo397. La formación en
docencia universitaria debiera cubrir para ello aspectos emocionales (autoestima,
actitudes, seguridad,…), sociales o ambientales (relaciones con los colegas y el
alumnado, colegialidad participativa y no artificial…) y profesionales o didácticos (y no
únicamente éstos). Esta formación permitirá al docente centrar la enseñanza en el
estudiante y responder a los retos que ello implica. Deberá ser un agente reflexivo de su
propia práctica y recurrir a diferentes medios para fomentar el aprendizaje, no sólo al
uso de la palabra. Así, deberá considerar el debate, la discusión con el alumnado, los
dilemas morales y otras técnicas que favorezcan el desarrollo de la capacidad crítica del
alumnado, su capacidad de iniciativa y sus habilidades para reconstruir el conocimiento.
Se trata de recurrir a todos aquellos métodos que resalten la dimensión educativa de la
profesión docente y no sólo la instructiva.
Conviene destacar que la mejora de la docencia universitaria no depende
únicamente de la mejora de la metodología utilizada en las aulas sino de la implicación
institucional de la Universidad y del colectivo docente. La Universidad del siglo XXI
exige un nuevo enfoque pedagógico (curricular y metodológico) más participativo y
colaborativo. Sin embargo, la estructura y cultura académicas siguen siendo muy
jerárquicas, competitivas e individualistas. El compromiso ético, reclamado en su día
por Ortega y en la actualidad enfatizado y requerido desde instancias europeas, atañe en
primer lugar a los órganos rectores y organizativos de la Universidad, como institución
al servicio de la sociedad. Los objetivos reclamados por nuestro autor en 1930,
coincidentes en su mayoría con los de la Universidad europea del siglo XXI, exige, de
manera ineludible el cambio en la cultura docente universitaria: educar, formar e
investigar, formación del estudiantado, formación de profesionales competentes,
formación de ciudadanos cultos y responsables, protagonismo del estudiante. Esta
pedagogía universitaria requiere cambios en la organización y planificación docente, en
el desarrollo de las actividades en el aula, en la forma de evaluar los aprendizajes del
alumnado y, sobre todo, en la forma de coordinación y relación con el resto del
profesorado. La creación de comunidades de aprendizaje e investigación entre el
profesorado de distintas disciplinas e incluso de distintas titulaciones permitiría y
facilitaría el aprendizaje cooperativo y la investigación-acción. Si el conocimiento no
debe fragmentarse sino, como indica Ortega, sintetizarse e integrarse, ¿qué mejor forma
397 RODRÍGUEZ ROJO, M. (1999) El componente educativo en el rol del profesor universitario, Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 2 (1), 117-128.
196
de conseguirlo que trabajando en equipo? Cada Universidad debiera reflexionar sobre el
proyecto formativo que desea ofrecer y romper con el carácter individualista que ha
imperado hasta el momento en la enseñanza universitaria. Formar personas cultas y
profesionales responsables es una tarea colectiva que requiere formación, trabajo en
equipo y conciencia colectiva sobre la esencia de la labor docente universitaria. Como
señalan diferentes autores como Imbernón398 o De la Calle Velasco399, cada Universidad
debiera disponer de un Plan de formación para todo su profesorado ya que en dicha
formación se encuentran las claves para poder acometer y tener éxito en la reforma
universitaria.
Como paso previo a ese Plan de formación, la Universidad debiera plantearse las
cualidades que tendría que reunir un buen docente y proporcionar los medios para que
las cátedras las ocuparan los profesionales que tuvieran realmente vocación docente y
cualidades para ejercerla. Entre esas cualidades sin duda debiera figurar la de disponer
de un talante sintetizador e integrador que permita la enseñanza de lo que realmente
pueda aprenderse. Para ello, es imprescindible dominar completamente la materia y, en
vista de ese dominio holístico, ser capaz de sintetizar lo esencial para el alumnado. No
se puede ofrecer una imagen integral e integrada de una materia si no se conoce ésta en
su totalidad. Para ejercer las cátedras se elige, en ocasiones, a quienes dominan cierto
campo de la disciplina pero no la disciplina en su totalidad siendo, en este sentido, un
especialista incapaz de ofrecer a sus estudiantes una visión general de la misma. El
profesor universitario ha de ser capaz de ofrecer al alumnado una visión completa e
integral del saber, sintetizándolo y sistematizándolo. En este sentido, Ortega denuncia
que los docentes al ser, en su mayoría, hombres de ciencia, investigadores, carecen de
las dotes que caracterizan a un buen maestro. Éste es aquel capaz de asistir a sus clases
con el convencimiento y la certeza de que él mismo va a salir transformado de ellas. La
relación educativa es recíproca y, por tanto, enriquecedora para quienes participan en
ella. El buen docente es aquel que, además de llevar al máximo las capacidades de sus
alumnos, es capaz de hacer lo propio con las suyas.
Queda, por último, señalar una última función que Ortega atribuye a la
Universidad y que es preciso recuperar para nuestro tiempo: la función de la
398 IMBERNÓN, F. (2000) Un nuevo profesorado para una nueva universidad. ¿Conciencia o presión?, Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 38, 37-46. 399 DE LA CALLE VELASCO, M. J. (2004) El reto de ser profesor en el contexto de la convergencia europea. La formación pedagógica como necesidad, Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 18 (3), 251-258.
197
Universidad en el espacio público. La Universidad ha de estar presente en la realidad
pública española, en tiempos de Ortega y en la actualidad. De lo contrario y, como
ocurre hoy en día, los medios de comunicación usurpan el rol de guía de la opinión
pública con el peligro que ello representa. Ortega alertaba: “La vida pública necesita
urgentemente la intervención en ella de la Universidad” 400 y esa intervención se hace
hoy más ineludible que nunca. La Universidad ha de servir a la sociedad de nuestro
tiempo constituyéndose como punto de referencia claro. Ha de ejercer la función de
liderazgo público apuntada por nuestro autor, usurpándosela a otra instancias sociales
menos legitimadas para ello, como son los medios de comunicación. La ausencia en
éstos de un tratamiento intelectual de la información, que obvie lo meramente
anecdótico, impide la aprehensión crítica de la realidad. La Sociedad del conocimiento
se ha convertido en la sociedad del espectáculo, no interesa profundizar mediante
reflexiones críticas sobre los grandes problemas sociales que nos encontramos, dónde y
por qué se generan, qué efectos tiene la globalización en nuestro día a día. En definitiva,
los intelectuales son desplazados por personas incultas, no ya sabios barbarizados, ni
siquiera eso. Hoy en día necesitamos que la Universidad ilustre a la masa social para ir
recomponiendo la desvertebración y barbarización de nuestra sociedad. La tarea
ilustradora no puede dejarse en manos de tertulianos televisivos sino que la Universidad
debe implicarse en la formación de opinión pública. Su compromiso con la formación
cultural del hombre se lo exige.
En su pedagogía social, Ortega definía la sociedad como comunidad de
trabajadores por el bien común, la cultura y, sin duda, en esa educación ciudadana, la
Universidad ha de ejercer un protagonismo innegable en la dirección y organización
racional e intelectual de la sociedad. Debe proporcionar a la sociedad la consecución de
objetivos tales como la capacidad de análisis crítico y objetivo de la realidad, rigor
intelectual y moral de los temas públicos o intolerancia ante situaciones de injusticia.
Objetivos que no se alcanzan mediante la labor ejercida por los periodistas a quienes
lanza nuestro autor una dura reprimenda, hoy incluso representados por
pseudoperiodistas. La falta de profesionalidad de este gremio es desvelada por nuestro
autor como sigue: “No es sólo una de las clases menos cultas de la sociedad presente,
sino que, por causas, espero, transitorias, admite en su gremio a pseudointelectuales
400 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 567.
198
chafados, llenos de resentimiento y de odio hacia el verdadero espíritu” 401. Parece ser
que la esperanza orteguiana de que la situación periodística de nuestro país cambiara no
se ha visto alcanzada. Hoy más que nunca urge que la Universidad recupere los ámbitos
de actuación que le han sido usurpados.
401 ORTEGA Y GASSET, J. (1930) Misión de la Universidad. Obras Completas, Madrid, Taurus, 2005, Tomo IV, p. 567.
199
CONCLUSIONES
Las conclusiones de un trabajo de investigación deben ir siempre referidas a los
objetivos que, al inicio de su labor, se plantea el investigador. Nosotros, al inicio de
nuestro recorrido, nos planteábamos tres hipótesis de trabajo de las que, ahora, podemos
dar razón.
El primer objetivo planteado era analizar la evolución del pensamiento educativo
de Ortega. Para ello, hemos seguido un criterio cronológico recorriendo, desde el inicio,
toda la trayectoria vital de nuestro autor y las circunstancias con las que se encontró
para sentir la necesidad de plasmar en tres significativos escritos pedagógicos sus ideas
educativas. Tras la labor realizada podemos afirmar que sí, que, efectivamente, el
pensamiento pedagógico de Ortega evoluciona y lo hace, como su vida y su trayectoria
intelectual, al hilo de las circunstancias. La falta de sistematicidad con la que se acerca
al mundo educativo es consecuencia de la coherencia del autor de la circunstancia con
su vida y su obra, siendo ambas un caso ejecutivo de su planteamiento filosófico. De
este modo, encontramos una evolución circunstancial, pero lógica, en la pedagogía
orteguiana.
Durante la primera etapa, situada entre 1902 y 1914, las condiciones sociales e
históricas hacen que su pensamiento pedagógico se centre de lleno en la Pedagogía
Social, necesaria para transformar la sociedad española. España, circunstancia primera
y principal durante toda la trayectoria vital orteguiana, se encuentra en un estado
patológico, desvertebrado y carente de energías rectoras que vigoricen el País y
movilicen a sus ciudadanos. Pero, pese a que parte de una visión pesimista y nada
esperanzadora de la realidad sociocultural de su país, encuentra en Europa el optimismo
necesario para afrontar la situación y en la educación el medio para lograrlo. A través de
la educación es posible construir la interpretación europea de España, llevarla al
máximo de sus posibilidades y, todo ello, recurriendo como materia prima a la cultura.
Europa es la meta, el ideal, y la materia, la cultura. Para nuestro autor Europa es un
modelo valioso por ser la representación de la ciencia y la cultura. Sólo desde estos dos
elementos es posible conducir al país a la altura de los tiempos y obtener la
interpretación española del mundo. Por tanto, es preciso movilizarse ejerciendo un
patriotismo que es pura acción, es preciso construir España como nación, como
comunidad, como pueblo y, para ello, debemos recurrir a la Pedagogía Social. El
adjetivo de esta pedagogía no es trivial.
200
Ortega se centra en este momento en el aspecto social del hombre y rechaza las
intervenciones individuales y descontextualizadas. Para educar al individuo debemos
educar a la sociedad. El Estado es el responsable de la educación de sus ciudadanos y,
para lograrla, puede y debe recurrir a todas las instancias sociales con las que cuenta. La
escuela única es el emblema de la Pedagogía social, no caben distinciones ni divisiones.
Si la sociedad ha de ser comunidad, la escuela no debe escindir a sabiendas la unidad
humana. Por ello, defiende una escuela pública, única y laica en la que se persigue la
conformación del hombre al ideal educativo por excelencia, que es la sociedad, la
comunidad de personas trabajando unidas por un único fin: la transformación de la
sociedad a la que pertenecen convirtiéndola en una sociedad justa, democrática y unida.
Poco a poco, la pedagogía idealista orteguiana de la primera etapa cede su
protagonismo a la pedagogía vitalista. Influenciado por los descubrimientos de la
biología de la época, se centra en la vida primitiva y los modos de aumentarla e
intensificarla, trasladando al mundo educativo las implicaciones pedagógicas derivadas
de las concepciones científicas biológicas. Propondrá en estos momentos que la
educación de la infancia se rija por un criterio de puerilidad, dando al niño la respuesta
educativa que su naturaleza reclama. Así, lejos de anticipar en él cualidades propias del
hombre que llegará a ser, se deberá fomentar su vitalidad, su espontaneidad, su
curiosidad. Rodeando al niño de un ambiente magnánimo desde el que se atiendan sus
centros de interés (los mitos, las leyendas, el juego, actividades que promuevan su
curiosidad,…) conseguiremos que atesore una abundante energía vital. Ésta, en etapas
posteriores, permitirá la adquisición de conocimientos más elaborados, la asimilación de
la cultura y, sobre todo, hombres vitalmente activos, que se arriesguen a luchar por
realizar su particular vocación, por mantenerse a flote en el mar vital.
La pedagogía vitalista dará paso una pedagogía madura en la que abordará el
ámbito institucional de la Educación Superior y se hará cargo de la Misión de la
Universidad. Encontramos en esta última etapa al Ortega que, clamando por la
necesidad de la autenticidad, se muestra más auténtico que nunca. Resuelve la tensión
entre el binomio cultura-vida, concluyendo que la cultura es el sistema de ideas vivas
desde las que se vive y, por ello, sin cultura no puede haber vida o, al menos, no puede
haberla a la altura de los tiempos. El ser humano ha de ser auténtico, pugnar con las
circunstancias para la realización de su propio proyecto vital. La vida es libertad porque
aunque nos viene, en cierto modo, impuesta no se nos impone el modo en que hemos de
vivirla. Cada uno de nosotros debe escuchar su grito interno, su vocación, e intentar
201
llevarla a cabo. Por ello, la vida es también decisión y responsabilidad, saber ser
consecuentes con las acciones que emprendemos y con las que dejamos de emprender.
Toda esta filosofía raciovital la traslada Ortega al mundo universitario que será
el marco desde el que nos traslada las ideas pedagógicas de su madurez. Encontramos,
de nuevo, al Ortega crítico con la realidad sociocultural que vive, clamando por la
necesidad de ilustrar al hombre para optimizar su vida y la de la sociedad a la que
pertenece. Y, en esa tarea ilustradora, debe estar necesariamente presente la Universidad.
Ésta ha olvidado la esencia que constituyó su razón de ser, ha ido desplazando la cultura
a un reducto mínimo y ha priorizado la investigación. Pero, no sólo eso, sino que ha ido
entremezclando funciones y aparecen fundidas temáticas que, por su alcance y
significado, no debieran estarlo. Así, ciencia e investigación se confunden, al igual que
lo hacen la transmisión de la ciencia y la producción de la misma. Urge la
reorganización de la institución universitaria pero, sobre todo, urge una Pedagogía
intrínseca a ella que la conduzca de nuevo al esplendor de sus mejores tiempos.
En definitiva, la educación orteguiana evoluciona y adquiere tintes diferentes en
función de su momento vital e intelectual. De un enfoque social, en el que prima la
educación de las masas a través de una pedagogía social que conduzca al País al
esplendor cultural y la producción científica, pasa a un enfoque personalista y vital que
se centra en la educación elemental. El educando es un niño y ha de educársele como tal,
intensificando aquellos rasgos que están presentes en la niñez: la imaginación, la
fantasía, la curiosidad y la espontaneidad han de ser atendidos. De lo contrario, será
imposible obtener a posteriori hombres vitalmente perfectos. Eso sí, cuando alcancen el
mundo universitario, deberá transmitírseles el sistema de ideas desde las que vivimos, la
cultura. Y, junto a la formación de hombres cultos, habrá de aspirar la Universidad a
formar profesionales conscientes de la responsabilidad ética que conlleva el ejercicio de
su profesión, con ellos mismos y con la sociedad.
Las otras dos hipótesis de trabajo que nos proponíamos: 1. Analizar las
aportaciones que realiza Ortega en cada una de las etapas que componen su trayectoria
intelectual y 2. Demostrar la vigencia de la filosofía educativa orteguiana en las
concepciones educativas actuales, están intrínsecamente relacionadas entre sí. De este
modo, al analizar las aportaciones pedagógicas realizadas por nuestro autor podemos
demostrar la actualidad y validez de las mismas.
202
Hemos comprobado que las ideas educativas defendidas por Ortega se
circunscriben a etapas diferenciadas de su trayectoria intelectual. Consideramos que, en
cada una de dichas etapas, Ortega aborda una temática educativa relevante por sus
implicaciones y consecuencias para la educación del siglo XXI: 1. La educación para la
ciudadanía que se deriva de su Pedagogía Social, 2. La educación emocional que se
deriva de su Pedagogía Vitalista y 3. La misión de la Universidad que defiende en su
Pedagogía de Madurez.
La Educación para la ciudadanía se sitúa a la base su Pedagogía Social. En ella,
Ortega se ocupa de las relaciones existentes entre el individuo y su comunidad y
considera la educación como factor de desarrollo y progreso social.
Partiendo de una concepción social del hombre, sostenible desde la antropología
actual que considera al hombre como un ser bio-psico-social, plantea nuestro autor que
no hay desarrollo humano posible al margen de la sociedad. Sólo podemos ser humanos
si se produce la inmersión y desarrollo en la matriz social pero, a la vez, la matriz social
necesita para su supervivencia de la contribución de todos y cada uno de los individuos.
El niño, como señalaba nuestro autor, es un detalle de su familia y ésta, a su vez, vive en
un barrio que se sitúa en una ciudad que forma parte, a su vez, de un conglomerado de
ciudades que conforman las distintas autonomías y éstas, el alma del Estado. Ortega,
ajeno a la posterior teoría ecológica del desarrollo humano defendida por
Bronfenbrenner, situaba al individuo como elemento inmerso en un conjunto de
microsistemas sociales cuyas influencias eran imprescindibles para su desarrollo.
Nuestra sociedad es el resultado de la historia de nuestro pueblo. Se hace
necesario conocer el pasado para valorar el presente y proyectar el futuro. Es
irrenunciable como objetivo educativo educar a nuestros jóvenes para que se sientan
parte del entramado social, responsables del mismo, herederos de una sociedad
democrática construida con el esfuerzo de nuestros antepasados pero que debe ser
conservada y mejorada.
La falta de cohesión social impide el progreso de la sociedad en su conjunto.
Ortega sostenía que la educación del ciudadano corresponde a la sociedad en su
conjunto pero, para que este ideal sea posible, se habrá de garantizar la socialización de
la educación, que ésta llegue a todos, sin distinciones. Sin duda, la gran aportación
pedagógica de Ortega es que en 1910, cuando España era una nación venida a menos,
donde la mayor parte de la sociedad era analfabeta, consideraba la educación como el
203
motor que posibilitaría el progreso social. Concebir la educación como factor de
desarrollo es la principal aportación orteguiana y es el fundamento de su Pedagogía
social. Si no creemos en la educación, nos veremos abocados a la pobreza cultural y de
espíritu y se producirá nuestro estancamiento como sociedad.
La consideración de la cultura como soporte de la sociedad es una de las
constantes que atraviesan el pensamiento educativo orteguiano. Sólo mediante un
proceso de selección y transmisión cultural se hace posible la existencia de la sociedad.
La desaparición de la cultura, de la producción típicamente humana, ocasionaría la
desaparición de la sociedad. De ahí la relación bidireccional y necesaria entre el
individuo y la sociedad. Los seres humanos necesitan para vivir pertenecer y sentirse
parte de un entramado social del que toman el sistema de creencias e ideas vivas
necesarias para interpretar su realidad. Pero, a la vez, la sociedad necesita nutrirse de las
particulares aportaciones que hacen lo seres humanos, produciendo cultura, donde
cultura abarca todo, desde cavar la tierra hasta componer versos.
Hay diferentes tipos de sociedades, pero la sociedad que defiende nuestro autor
es la sociedad constituida por una comunidad de trabajadores que cooperan por el bien
común. Esa comunión de espíritus, esa unidad de intereses y valores, se denomina
democracia. Hablar de democracia es hablar de igualdad de oportunidades, es hablar de
universalidad de derechos y de asunción libre y responsable de deberes. Ortega
reivindica el derecho de todos a la educación que se deriva del carácter social de la
misma y del concepto de sociedad. Si sociedad es comunidad y comunidad es
cooperación en la producción de cultura, deberemos garantizar que todos tengan sentido
y conciencia de su labor y ello lo lograremos generalizando la educación. Una escuela
pública, sostenida por el Estado, para que todos tengan posibilidades de costeársela,
pero, también una escuela única sin divisiones de ningún tipo. Aquellos aspectos que
puedan ocasionar divisiones en la gran comunidad humana deberán ser relegados al
ámbito de lo privado. La escuela única, pública y laica es el emblema de la Pedagogía
social cuyo objetivo es la educación de la ciudadanía democrática que contribuya al
progreso y al desarrollo social.
Educar para la ciudadanía activa y responsable, tal y como reclamaba ya Ortega
en 1910, sigue siendo un objetivo educativo de primer orden. La legislación educativa
vigente contiene la esencia de la pedagogía social orteguiana al concebir la educación
como medio para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, libre y
responsable. Sin el poder de la educación no es posible la consecución de sociedades
204
avanzadas, dinámicas y justas. Así, tanto en la Declaración de los Derechos del Niño de
1959 como en la Constitución española se garantiza el derecho de todos a la educación
reclamado por nuestro autor. Pero, por encima de las legislaciones vigentes, se
encuentran los imperativos morales y, en este sentido, educar a los futuros ciudadanos
es un imperativo moral de las sociedades democráticas, no una opción a incluir en los
programas políticos educativos. El cuestionamiento de aquellos aspectos susceptibles de
mejora de nuestra sociedad es imprescindible para que se produzca el progreso.
A través de la educación podemos enseñar a las personas a que convivan juntas
como miembros de una ciudadanía ya no local sino global, la ciudadanía de los seres
humanos. Aprender a vivir juntos, aprender a valorar determinados modos de actuación
como preferibles a otros y ser beligerante contra aquellas formas de ser, pensar o actuar
que atenten contra los Derechos Humanos Universales es posible sólo a través de la
educación. Ésta tiene la capacidad de transformar la realidad dada en el sentido de un
ideal, el de la humanidad viviendo en armonía y denunciando aquellas actuaciones que
atentan contra ella. La educación para la ciudadanía es un compromiso de actuación e
implicación en la mejora de la sociedad. El ciudadano del siglo XXI debe ser un
ciudadano activo, crítico, que se movilice ante las injusticias, sensible y receptivo a
cuanto sucede en su entorno y con iniciativa para emprender acciones que mejoren la
sociedad humana.
Para la consecución de una ciudadanía activa no son suficientes medidas que
incluyan en el currículum los conocimientos teóricos. Lo indispensable es la práctica de
la participación y la vivencia democrática en las instituciones escolares. La educación
para la ciudadanía debe vincularse a la acción. Sin una experimentación práctica y
contextualizada de las implicaciones que conlleva el ser miembro de una comunidad,
no es posible el aprendizaje cívico. Se aprende a ser ciudadano participando
comprometidamente en todas las instituciones sociales a las que se pertenece. Pero, sin
duda, las escuelas por el número de horas que pasan los futuros ciudadanos en ellas, por
contar con órganos de participación en los que se puede aprender cómo se toman las
decisiones y por permitir vivir en primera persona las consecuencias de las mismas, son
espacios idóneos para aprender el significado de la participación y el compromiso.
Podemos concluir, pues, que la educación de ciudadanos en Ortega y Gasset
tiene las mismas funciones que la educación de ciudadanos en la actualidad: educación
intelectual o elevación del nivel cultural de la población, formación moral y cívica
derivada de la concepción de la sociedad como comunidad, y educación como
205
participación e implicación en las diferentes instancias sociales. Estas funciones están,
además, absolutamente vinculadas al desarrollo personal y al compromiso social que el
Informe Delors apuntaba en 1996 como la base de la educación de nuestro siglo. Se
advierte la urgencia de retomar la función social que desempeña la educación en la
conformación de una alternativa a la sociedad de producción y consumo en la que
vivimos. La educación tiene que ser el instrumento capaz de integrar las energías y
capacidades de los seres humanos en un modelo social donde quepamos todos. Y, como
apunta Ortega, todos debemos trabajar en y para la consecución de esa comunidad
humana teniendo conciencia de nuestro trabajo y de su relevancia para un orden social
más justo. La educación sigue siendo la utopía necesaria para conseguir la construcción
colectiva de una sociedad justa y equitativa donde es imprescindible la participación de
todas las personas desde posturas críticas, colaboradoras, responsables y solidarias. La
pedagogía es la vía, como supo ver Ortega, de transformar las sociedades en auténticos
proyectos de humanización.
En la Pedagogía Vitalista, Ortega sienta las bases de la educación emocional, tan
de actualidad en nuestros tiempos. Parte de una concepción científica del sujeto para
defender el cultivo de los sentimientos en la educación. Considera la infancia como una
etapa con identidad propia que ha ser atendida como tal, creando los hábitos
emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras vidas. El poder de las
emociones en la educación radica en su potencialidad para mover a la acción,
constituyéndose en fontana inagotable de energía. Garantizando el bienestar emocional
de los infantes aseguramos el éxito no sólo en el aprendizaje escolar sino, lo que es más
importante, en el aprendizaje vital. Ortega reivindica que los sentimientos han de tener
un lugar propio en la educación puesto que son una dimensión fundamental del ser
humano y aboga por integrar cognición y emoción. Nos presenta la competencia
emocional como eje básico y transversal del resto de competencias humanas. Para
Ortega, la educación afectiva es la base del desarrollo cognitivo, social, cultural y, en
definitiva, humano. Sólo a través de la educación podemos formar personas inteligentes
emocionalmente, personas que confíen en sí mismas, que muestren curiosidad e interés
por cuanto les rodea, personas capaces de enfrentarse a la vida con energía, con ganas
de vivirla.
Describir detalladamente el funcionamiento psicológico del educando es
necesario para comprender su funcionamiento y hallar medios de optimizarlo. Así, en
206
1923, nos muestra una topografía bastante actual de nuestra psique, diferenciando tres
zonas o potencialidades psíquicas: la vitalidad, el alma y el espíritu. Éstas se
corresponden con la energía vital de los educandos, la denominada inteligencia
emocional y la razón. Sorprende como, hace más de 80 años, Ortega fue capaz de
vislumbrar la tectónica psíquica actual. Hoy en día no se cuestiona la existencia de una
inteligencia emocional que debe ser cultivada para lograr una existencia óptima y
satisfactoria. El escrito pedagógico que contiene la teoría educativa emocional
orteguiana, Biología y Pedagogía, puede entrar en diálogo con otros escritos actuales
que estudian el impacto de las emociones en el aprendizaje. Ortega, en 1923, realiza
planteamientos actuales similares al de personalidades de nuestros días. Sirvan de
referencia el estudio de las emociones como procesos biológicos que realiza Le Doux o
A. Damasio, o la existencia de la inteligencia emocional que sostiene Goleman.
Desde la educación tenemos la oportunidad de diseñar y desarrollar actuaciones
para hacer más felices e íntegras a las personas, para descubrir sus intereses específicos
y darles respuesta, intensificando el placer resultante de poder dedicarse a aquello que
les fascina. Ortega, consciente del potencial de la educación, va más allá de la base
teórica y señala algunas premisas metodológicas básicas para materializar en las
escuelas una pedagogía del interés que llene de sentido el aprendizaje infantil.
Reconocer la naturaleza del niño pasa por tratar de contemplar el mundo como él lo
hace. Y en el mundo infantil no hay nada más importante que aquellas actividades que
les producen placer y despiertan su curiosidad. La infancia es juego, es fantasía, es
ilusión, es imaginación, ¡potenciémosla!, nos dice Ortega. En este sentido, las
narraciones fantásticas, los mitos y las leyendas, son las vías por las que podemos llegar
al educando, proporcionándole una educación sentimental plena. Junto a este tipo de
narraciones debemos situar la otra experiencia que mayor placer, alegría y felicidad
produce en la infancia: el juego. Éste constituye el trabajo esencial al que se puede
dedicar el niño, es su actividad espontánea natural, aquello que llena de sentido su
experiencia. Para los niños, vivir es jugar imaginando, fantaseando, utilizando, en
definitiva, esa varita de deseos que es la mente infantil.
Ortega, al definir directamente el papel del educando en las escuelas, también
perfila, indirectamente, una nueva forma de ejercer la docencia. El auténtico docente, el
buen maestro, es aquel que posee la sensibilidad necesaria para situarse en la piel del
educando. Aquel capaz de visionar el mundo desde la perspectiva de su alumno, aquel
que, mostrando una actitud optimista y esperanzadora, es capaz de descubrir los puntos
207
fuertes del infante y potenciarlos. La función principal del docente es ser modelo de
energía vital, contagiando su curiosidad, su ilusión y su interés por aprender cada día
algo nuevo. Respetar la naturaleza del alumnado, su forma de ser y sentir es síntoma
inequívoco del amor que debe profesar el maestro hacia sus discípulos. Si nuestro autor
se propone cultivar los sentimientos desde la educación, el más básico de todos por ser
el más fecundo, es el amor y éste debe estar presente en la relación educativa. Del
sentimiento amoroso manan los deseos, los pensamientos, las voliciones y las acciones.
Sin amor, no hay pedagogía posible. Educar es amar al educando, respetar su naturaleza
y conducirle a su plenitud. La pedagogía vital orteguiana es una pedagogía del amor,
donde es necesario partir de la reciprocidad mutua entre docente y discente, donde
ambos caminan juntos para alcanzar la meta que no es otra que la plenitud del alumno.
El mejor maestro es el que conoce su prescindibilidad, el que sabe que, si ejerce bien su
labor, el alumno caminará de forma autónoma, enriquecido y fortalecido por aquello
que llevaba en su interior y que su maestro le ha ayudado a intensificar.
Podemos concluir que Ortega, a través de su Pedagogía Vitalista, sentaba las
bases de la educación emocional y anticipaba la importancia de la educación afectiva
como base para un adecuado desarrollo posterior en todos los órdenes.
La necesidad de partir del alumnado, de conocer sus características y dar
respuesta a sus necesidades reconocida por Ortega en la Pedagogía Vitalista, la
encontramos reivindicada, de nuevo, en al ámbito universitario. En su Pedagogía de
Madurez, Ortega analiza el sentido y la misión de la Universidad de su época que, al
igual que la Universidad de los inicios del siglo XXI, se encontraba en crisis. Propone
un sólido plan universitario cuyas premisas podrían servir, a nuestro modo de ver, como
valiosas orientaciones en la consecución de la actual reforma universitaria. Ortega
aboga por una organización clara y funcional de la Universidad, donde las funciones
han de ser definidas y quedar bien delimitadas, sin solapamientos.
Para nuestro autor, la misión principal que debiera tener la Universidad es la
transmisión de la cultura. Encontramos, de nuevo, la reivindicación orteguiana que
reclama al hombre pleno, al hombre realizado, ligado a la cultura. Sólo a través de ella
puede el hombre medio convertirse en un hombre culto capaz de situarse a la altura de
los tiempos. La cultura ha de impregnar, pues, la institución universitaria, ha de
constituir la base de su esencia, ha de ser la base sólida formativa sobre la que cincelar
al buen profesional.
208
Ahora bien, la cultura, para ser asimilada, ha de ser racionalizada. Entre los
abusos o malos usos denunciados por nuestro autor se encuentra la sobrecarga de
contenidos curriculares que, si era grande en tiempos de Ortega, aún es mayor en la era
de la información. Ortega, que rehúye quedarse en la denuncia teórica de situaciones
problemáticas, propone, de nuevo, soluciones metodológicas para la consecución de los
objetivos que propone. Así, para que las disciplinas culturales puedan ser asimiladas por
el estudiante medio, propone que sean ofrecidos en forma pedagógicamente
racionalizada, sintética, sistemática y completa. Para exigir al estudiante que se sitúe a
la altura de los tiempos, debemos ofrecerle los medios adecuados para poder realizarlo.
El principio de economía de la enseñanza, que aparece presente en diferentes etapas del
pensamiento educativo orteguiano, ha de ser llevado a la práctica: partir del estudiante,
centrarse de nuevo en él, pasa por reconocer lo limitado de su capacidad receptiva ante
el ilimitado cúmulo cultural. Exigirle sólo lo que éste puede aprender. De otro modo,
estaríamos depositando expectativas irrealizables. Negaríamos la evidencia: a la
Universidad acuden los estudiantes medios para convertirse en hombres cultos y en
buenos profesionales. No sólo acuden mentes talentosas. Por ello, es ineludible, la
Pedagogía universitaria debe comenzar por la revisión y selección de los saberes en
base a dos criterios: los que sean estrictamente necesarios para la vida efectiva del
discente y, de éstos, los que pueda el estudiante medio aprender. Emprender dicha
racionalización es crucial para que el estudiante, en lugar de ser un sabio ignorante, un
profesional formado sólo desde un ámbito sesgado del conocimiento, sea un hombre
culto capaz de vivir y dar respuesta a las demandas de su realidad.
Aceptar la naturaleza del estudiante y reconocer los motivos que le mueven a
ingresar en la Universidad, implica denunciar otro de los malos usos de las
Universidades. Ortega, haciendo gala de claridad, valentía y sensatez, afirma lo que
muchos piensan y nadie se atreve a plantear: la necesidad de separar en el mundo
universitario las funciones cultural, profesional y científica. O, lo que es lo mismo,
separar la formación de futuros profesionales y la de futuros científicos. El hombre que
ha pasado por la Universidad ha de ser, siguiendo la filosofía de nuestro autor, un
hombre culto y un buen profesional. Pero, no tiene por qué ser, además, científico. Por
ello, la Universidad ha de separar la enseñanza profesional de la investigación científica.
Así, se constituiría en modelo de autenticidad, exigiendo sólo aquello que sabe
fehacientemente que puede exigir a sus estudiantes, sin tolerar en sus usos farsa alguna.
Se conseguiría, de este modo, que el estudiante fuera también auténtico y no perdiera el
209
tiempo fingiendo que le interesa aquello para lo que no tiene esa particularísima
vocación que requiere la ciencia.
Ahora bien, eliminar del mínimum de estructura universitaria la investigación
científica como tal no quiere decir que la ciencia deba ser desterrada de la Universidad.
Si esto llegara a ocurrir, la propia institución acabaría desapareciendo ya que es la
ciencia la que nutre buena parte del saber que se transmite en la Universidad. La
Universidad, para serlo, necesita de la ciencia, pero el universitario, para convertirse en
aquello para lo que está vocacionado, no. Para ser un hombre culto y un buen
profesional, lo que sí hace falta es ser consciente del papel que desempeña la ciencia, de
la relevancia de su función, de la necesidad de la misma, de los avances que se van
realizando, pero, no de la ciencia en sí. Esto, que es evidente aplicado desde la
perspectiva del estudiante, aún lo es más desde la perspectiva del docente. Éste, para
serlo y desarrollar competentemente su función, no necesita ser un hombre de ciencia,
un investigador científico.
Si convenimos que la Universidad debe formar, ante todo, personas cultas y
buenos profesionales pero no vemos razones densas para que el hombre medio necesite
ni deba ser un hombre científico, obtenemos dos consecuencias escandalosas. La
primera, ya explicitada, es que la ciencia en su sentido propio, esto es, la investigación
científica, no pertenece de una manera inmediata y constitutiva a las funciones
primarias de la Universidad. La segunda es que los buenos profesores no son los
mejores investigadores, sino aquellos que, estando al día en los conocimientos que han
de transmitir, sintieron en algún momento la necesidad intrínseca de serlo, de darse a
sus alumnos, ofreciéndoles lo mejor de sí mismos, sus dotes docentes y su exquisita
sensibilidad para desarrollarlas. La Universidad, en su papel de buscar autenticidad,
debiera, pues, ser coherente con sus funciones y establecer mecanismos para seleccionar
a los mejores docentes, que no a los grandes investigadores. Para educar se necesitan
buenos profesionales, los mejores profesores, competentes y, sobre todo, que sean
vocacionales. Para investigar se necesitan los mejores científicos, aquellos que sienten
que la docencia les roba horas de su tarea principal, de aquella que les llena realmente,
la investigación. Urge, pues, revisar el sistema de selección del profesorado
universitario, reformándolo para que en la elección de un profesor, no decida el rango
que tenga como investigador, sino su talento sintético, sus dotes y su vocación de
profesor.
210
Como conclusión de la Pedagogía de Madurez orteguiana podemos extraer que
sus ideas universitarias constituyen un programa claro y consistente para conducir a la
Universidad a lo que fue en sus orígenes, la catedral de la sabiduría, la inteligencia
como institución. Su plan universitario, pese a ser realizado en unas circunstancias
totalmente diferentes a las actuales, se muestra extraordinariamente aplicable a la
realidad actual. Sin duda, la teoría universitaria orteguiana debería ser considerada
como referente en el camino que, aún hoy, puede recorrer la Universidad del siglo XXI.
En definitiva, podemos comprobar que Ortega recurrió en más de una ocasión a
la educación para dar respuesta a los problemas cotidianos con los que se encontraba y
que le hacían cuestionarse la realidad social. Ortega, intelectual comprometido,
consideraba la educación como el remedio infalible para mejorar la situación social de
su país y el medio para que los hombres llevaran a la plenitud sus capacidades. Su
pensamiento pedagógico, pese a no constituir un cuerpo integrado y sistemático en su
filosofía, es un pensamiento actual que atribuye a la educación la posibilidad de mejorar
al hombre y la realidad social. Las ideas pedagógicas que subyacen en los escritos
analizados son ideas profundamente vivas que insisten en concebir la educación como el
mejor proyecto para humanizar nuestro mundo. Ortega nos invita a creer en la
educación al igual que él lo hacía. En su particular pugna con las circunstancias, en su
quehacer diario, volvía la mirada a la educación, depositando en ella todas las
esperanzas para mejorar la realidad social y para que el hombre fuera capaz de llegar a
serlo en plenitud.
211
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