10. Angelica - Angélica y el Complot

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NDICE

Primera parte................................................................................................................................4 una pesadilla.................................................................................................................................4 Segunda parte.............................................................................................................................18 POR EL RO..............................................................................................................................18 tercera parte................................................................................................................................53 tadoussac....................................................................................................................................53 Cuarta Parte..............................................................................................................................110 el enviado del rey.....................................................................................................................110 Quinta parte..............................................................................................................................136 EL VINO..................................................................................................................................136 Sexta parte................................................................................................................................159 Llegadas y salidas.................................................................................................................... 159

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Ttulo del original francs, Angelique et le complot des ombres Traduccin, Carlos Ayala Gonzlez-Nieto Crculo de Lectores S.A. Valencia, 344 Barcelona 1234567898702 Opera Mundi, 1977 Depsito Legal B, 43622-1977 Compuesto en Aster 9 Impreso y encuadernado por Printer, industria grfica sa San Vincen dels Horts 1978 Printed in Spain ISBN 84-226-0966-5

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Primera parteUNA PESADILLA

Captulo primero Anglica se despert. Era noche cerrada. El suave balanceo de un navo anclado le pareci el nico sntoma de vida a su alrededor. Por las ventanas del castillo de popa penetraba una claridad atenuada que subrayaba los contornos de algunos preciosos muebles del saln del Gouldsboro, y arrancaba reflejos al oro y al mrmol de exquisitos objetos de adorno. La claridad se detena a la entrada de la alcoba, al pie del amplio divn oriental en el que Anglica se hallaba acurrucada. 4

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Lo que la haba despertado era una sensacin mitigada de necesidad de amor, vida hasta el malestar, y de inquietud, incluso miedo a algo terrible que sucedera y que la amenazaba. Trat de recordar la pesadilla que haba suscitado en ella aquellos sentimientos encontrados y extremos miedo y deseo hasta el punto de sacarla del sueo. Haba soado que Joffrey la tomaba en sus brazos, o bien que alguien trataba de asesinarlo? No poda acordarse. Persista, sin embargo, aquella sensacin voluptuosa que la dominaba, desde lo profundo de su vientre hasta la punta de sus senos y hasta la raz de los cabellos. Y tambin el miedo. Estaba sola. No era infrecuente. Junto a ella, el colchn an conservaba la huella del cuerpo de Joffrey, que haba descansado all algunas horas. Por lo general, Joffrey de Peyrac, la dejaba dormida y se levantaba por la noche, para hacer su turno de guardia por el navo. Anglica se sobresalt. Por primera vez desde que remontaban el ro San Lorenzo, le dominaba una idea que hasta entonces apenas se haba insinuado: se hallaban en territorio del rey de Francia. l, su esposo, un antiguo condenado a muerte; ella, una proscrita, a cuya cabeza se haba puesto precio, acababan de penetrar en el reino del que en otro tiempo haban sido expulsados. Es verdad que, con sus cinco navos, eran fuertes. Pero el poder de Luis XIV, aunque lejano, acaso no era mucho ms considerable? Su brazo se extenda hasta estos lejanos parajes. All les aguardaban numerosos enemigos que obedecan sus rdenes. La autoridad del soberano decida sobre la vida y la muerte tambin hasta aqu. Desde el da en que comprometiera su destino, all en los bosques del Poitou, al rebelarse contra el rey de Francia, nunca haba sentido Anglica tan fuertemente la impresin de hallarse cogida en una trampa. Haban conseguido escapar de Francia, a costa de esfuerzos sobrehumanos, y hallar la libertad en Amrica, y ahora haban ido a caer con los ojos cerrados en la tentacin de acercarse a Quebec, reanudar los lazos con el Viejo Mundo, con su patria. Qu locura! Cmo haba permitido que Joffrey la cometiera? Cmo no se haba dado cuenta enseguida, en el mismo momento en que l decidi: Vamos a Quebec, que era insensato, que no haba posibilidad de salvacin, y que all donde reinara el Rey Omnipotente les aguardaba y les aguardara siempre un peligro cierto? Qu ilusin les habra movido? A qu nostalgia haban sucumbido? Por qu haban credo que la fraternidad de origen allanara los obstculos y que el tiempo habra aplacado la venganza del rey? Ahora se hallaban otra vez en sus manos. La oscuridad, que vena a sumarse a aquellas violentas sensaciones, daba a Anglica la impresin de vivir una pesadilla. Le pareca haber vuelto realmente a Francia, hallarse en su castillo del Poitou, en la poca no tan lejana, despus de todo, seis aos, en que se encontraba tan sola, tan abandonada por todos, en que se levantaba por las noches atormentada por el deseo de un hombre a quien amar, por la amargura de su amor perdido y por el temor a los peligros que la acechaban. Todo su cuerpo se puso a temblar incapaz de controlar aquella sensacin de ya vivido, de desastre irremediable. Se haba levantado y sus manos tanteaban sobre los muebles tratando de reconocer la realidad. All estaba el globo terrestre de prfido y el astrolabio. Pero aquello no la tranquilizaba. Se sinti prisionera en aquel saln, entre aquellos muebles inmviles, entre los vidrios de las ventanas del castillo de popa, divididos en cuadrados de plata por el implacable claro de luna, y que se le apareca como la ms infranqueable de las rejas de crcel. Al otro lado estaba la vida. Ella estaba muerta.

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El rey la acechaba tambin. El teln de rboles de su provincia inexpugnable en la que insensatamente haba ella desencadenado la rebelin ya no la protega. Ya no haba nada inexpugnable para el poder soberano. Por muy lejos que huyera, el rey podra alcanzarla y hacer pesar sobre ella todo el peso de su odio. Haba cado en la trampa y ahora, se acab, estaba muerta. Joffrey haba desaparecido. Dnde est? Dnde est? Estaba al otro lado de la tierra, all donde brilla el sol y no la luna, donde brilla la vida y no la muerte. Nunca ms vendra a su encuentro con su gran cuerpo desnudo, posedo de deseo. Estaba condenada a permanecer prisionera de aquel barco fantasma, de aquellos lugares tenebrosos, con el recuerdo hasta el suplicio de las delicias terrestres, de sus besos y abrazos locos, ahora inaccesibles. El infierno... El sentimiento de su ausencia le arranc un gemido y casi desfalleci. Dos veces, no! Dos veces no!, suplic. Afligida por una desesperacin sin remedio, dirigi su atencin a la noche cruel y crey escuchar pasos en alguna parte. Vuelta a la realidad por aquel ruido tenue, pero regular, un ruido vivo, se dijo: Pero si estamos en Canad!, y de nuevo corri a palpar el globo de prfido, ahora ya no con aquella impresin de sueo lgubre, sino para convencerse de su presencia real. Estamos en el Gouldsboro! se repeta. Y deca estamos para recrear una entidad cuyo recuerdo surga dolorido de su memoria. l, Joffrey de Peyrac, en primer lugar, que deba hallarse arriba, en la toldilla, escrutando la noche tranquila, aquella lejana y salvaje regin del Nuevo Mundo. Y luego, a su alrededor, sus hombres, sus navos, su flota anclada al pie de los acantilados de Sainte-Croix-de-Mercy. Tambin recordaba el nombre: Sainte-Croix-de-Mercy. Un fiordo, un abrigo, apartado de la mvil extensin del ro agitado por las olas an encrespadas del mar. El piloto laurentino les haba dicho: Esto es Sainte-Croix-de-Mercy. Aqu podemos recalar durante la noche. Era un nombre y un lugar de la costa perfectamente definido, pero para Anglica segua teniendo un significado siniestro y casi mitolgico, como si el piloto con gorro de lana se hubiera convertido de pronto en un barquero de la Estigia. En aquellos parajes reinaba la muerte. Las puertas del infierno... Se visti maquinalmente. Haba dejado apagada intencionadamente la buja de cera blanca que se destacaba sobre el candelero de plata en la cabecera de su cama. La haba retenido la aprensin de que si encenda la luz quizs sta confirmara la horrible certidumbre: Estoy muerta! Y l ha desaparecido...! Se ech una capa sobre los hombros y abri la puerta. Fuera la sobrecogi el profundo soplo de la noche y reconoci el olor del navo: olor de la sal, de la madera bien lavada, de los cordajes y de las velas, y un cierto aroma de humo, de asado procedente de los braseros y de la costumbre de los marineros de guisotear cualquier cosa al modo de su tierra cuando tenan ocasin. Y bien saba Dios que eran posibles mltiples recetas en aquel conjunto reclutado en todos los rincones del mundo. Se apoy en el batiente de la puerta mientras recuperaba su sangre fra. Respir a pleno pulmn y poco a poco se aplac el golpeteo desordenado de su corazn. Joffrey estaba cerca. En pocos instantes se hallara junto a l. Le bastara con dar algunos pasos, subir unos pocos escalones de madera barnizada, girar a la izquierda y all le vera. De pie, erguido como un condotiero, destacndose contra el cielo. Vera sus hombros vigorosos bajo el jubn, su cintura estrecha ocultando tan clidos ardores y sus piernas moldeadas por ricas botas de montar. El 6

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no advertira su presencia al principio. Se hallara absorto. Era por la noche, en la soledad de sus rondas, cuando trazaba sus planes, anudando los hilos de sus mil proyectos y empresas. Se le acercara. Y l dira: No dorms, querida ma? Y ella respondera: Necesitaba veros, estar cerca de vos, asegurarme de que segus aqu, amor mo. He tenido un mal sueo. Tena tanto miedo! El reira. Y ella se calentara en la llama de su mirada. Saba que slo ella tena el poder de hacer nacer tal expresin de alegra en aquella hermosa mirada de hombre, altanera, penetrante, a veces implacable y que tan suave poda hacerse cuando se posaba sobre ella, transfigurndose de ternura. Slo ella posando sus manos sobre l poda hacerle temblar con aquella debilidad de hombre, la nica que se permita, l, el seor y dueo de tantos destinos, y que lo colocaba a sus pies. Con una sola de sus miradas poda colmar a aquel seor altivo, al hombre de guerra curtido en duras batallas. Saba que con una sonrisa le curaba heridas ocultas y que cuando se abandonaba a sus brazos le compensaba de humillaciones e injusticias excesivas. Y que no menta cuando l le deca que, gracias a ella, era el ms dichoso de los hombres. La certeza de su poder sobre aquel temible seductor de mujeres, quien slo a ella haba otorgado el peligroso privilegio de ponerle celoso, y la conciencia del lazo que tal intensidad haba adquirido entre ellos, acab por tranquilizar a Anglica, exaltando la necesidad de amor que experimentaba. Unos pasos ms y se hallara a su lado. Tmidamente, cogera la mano cuyo vigor, cuya belleza y cuyo ligero olor a tabaco tanto amaba, y besara cada uno de sus dedos, a la manera que un hombre gusta de besar los de una mujer, y l le acariciara la mejilla murmurando: Querida loca!

Captulo segundo No estaba all. Anglica slo vio al nrdico Erickson, fumando su pipa de tubo largo y vigilando con aquella constancia mineral que le era caracterstica. Era un perfecto ejecutor de consignas, que comprenda todo con medias palabras, un genio de la mar, duro y terrible, que diriga su barco casi sin despegar los labios, un perro de presa, siempre con los dientes cerrados sobre aquello que se le haba confiado. 7

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Anglica lo examin y mantuvo los ojos fijos en l hasta que estuvo persuadida de que era l y no Joffrey quien all estaba. En un instante, la toldilla del navo volvi a ser el malfico terreno donde se jugaba su destino. Y de nuevo la selva tenda su negro vello al otro lado del agua espejeante y le pareca annima e inhumana. Avanz y dijo: Buenas noches, Erickson. Dnde est el seor de Peyrac? Conforme se acercaba, la bataola le descubra la costa ms cercana de lo que haba imaginado y que se distingua al resplandor de una hoguera encendida en la orilla. ... Estar en tierra acaso? Erickson se haba levantado sobre sus piernas torcidas y se quitaba el sombrero de plumas con el que se adornaba desde que haba sido nombrado capitn del Gouldsboro, para el viaje de ste a Europa, durante el invierno. Capitana que haba asumido a satisfaccin de todos. Su autoridad sobre la tripulacin era inapelable. En efecto, seora. Hace aproximadamente una hora que el seor de Peyrac se hizo conducir a tierra. Llevaba escolta? se oy preguntar Anglica con una voz blanca. Slo se ha llevado a su escudero Yann Le Couennec. Yann... De nuevo volvi la vista a la oscura orilla. La densa selva canadiense se extenda sin fin, refugio del oso y del indio. Por qu haba penetrado en ella esta noche, dejando en la breve playa del ro, entre las races inundadas, dos centinelas y un bote para esperarle? Se volvi a Erickson, sondeando su mirada plida e impenetrable. Os ha dicho adnde iba? Erickson sacudi la cabeza. Pareci dudar, y luego retirando la pipa de sus labios, murrnur: Le han trado un mensaje. Quin? Un indio? No lo s. Pero el seor pareca estar al corriente. Slo he visto que lea la nota, y luego he odo cmo daba la orden de descender un bote con slo dos remeros. Me ha encargado relevarle en la guardia y me ha dicho que en una hora o dos se hallara de vuelta. Anglica de pronto se sinti desengaada. Todas las sensaciones la abandonaron, el temor y los temblores. Se sinti lcida y fra. Eso era. Esto es lo que haba presentido en su sueo. El peligro. Haban penetrado en territorio del rey de Francia, incluso en tierra deshabitada, la emboscada. Bien dijo al noruego, y se alej lentamente en direccin a su camarote. De pronto, comenz a moverse presurosa. Golpe el encendedor de pedernal, encendi las lmparas, recogi de un cajn su pistola, su bolsa de fulminantes y su cuerno de plvora. En un instante arm su pistola y la meti en su cinturn. Volvi a subir. Buscaba a su alrededor. Qu buscaba en aquella noche amarga, perfumada de salmuera y de matojos quemados? Un miembro de la tripulacin pas no lejos de all atndose el justillo y bostezando. Volva a su litera tras una partida final de los dados. Reconoci a Jacques Vignot, el carpintero de Wapassou. Fue como una inspiracin. De pronto supo lo que tena que hacer. Jacques llam, id a buscarme a Kouassi-B y a Enrico Enzi. Decidles que cojan sus armas y vengan a reunirse conmigo al portaln. Volvi a la toldilla donde vio ahora al contramaestre que haba tomado el relevo. Erickson os espera abajo, seora le dijo. Erickson haba mandado ya bajar un bote al agua.

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He pensado, seora, que os acompae porque el seor de Peyrac podra reprocharme no haberlo hecho. Anglica comprendi que l tambin estaba preocupado y que se haba agarrado a aquel pretexto, aprovechando la iniciativa de Anglica para incumplir una consigna que le contrariaba demasiado. Tambin a l le daba su seor quebraderos de cabeza, de vez en cuando. Y la devocin que le dedicaba era causa de muchas preocupaciones. La independencia y el gusto por el riesgo de Joffrey de Peyrac no siempre tena en cuenta las angustias de aquellos que lo estimaban. Creo, seor Erickson, que nos entendemos bien le dijo A peticin de Anglica, Erickson mand llamar al piloto laurentino que haban enrolado en Gasp. Anglica deseaba informarse acerca del lugar desierto, junto a un cabo, donde la flota haba recalado aquella noche. Qu es Sainte-Croix-de-Mercy? Pues... Bueno, pues nada! Pero qu hay all? ...Un campamento indio? Una oficina de comercio...? Una aldea? Nada repiti el hombre. Entonces... Qu habra ido a hacer Joffrey de Peyrac a un lugar donde no haba NADA?, se pregunt ella. ...Todo lo ms, en lo alto... Qu? ...un antiguo hospicio de capuchinos, insignificante y en ruinas, donde los indios a veces exponen sus pieles en la poca de la trata. Quin habra podido citar a Joffrey de Peyrac en aquel lugar perdido? Aquellos a quienes haba mandado llamar se acercaban ya: el negro Kouassi-B, el malts Enrico, y Vignot el carpintero. El grupo descendi a la chalupa y poco despus tocaban tierra. Erickson dej a los dos remeros del bote con los centinelas que vigilaban junto al fuego, y pregunt a stos por la direccin que el seor conde tomara con su escudero. Indicaron el arranque de un sendero. Captulo tercero En seguida comenzaron la subida. Haban apagado la linterna, y slo la claridad de la luna que se filtraba por momentos, iluminaba la escarpada senda que conduca a la cumbre. Mientras se deslizaba bajo el boscaje, Anglica perdi la nocin del espacio y del tiempo. Volva a ser la que haba sido en el Poitou cuando comenz la demencial aventura de su rebelin contra el rey de Francia. Haba vagado bajo los rboles, como ahora, en compaa de sus partidarios, como lobos tras ella; temibles bandas movidas por el odio y el resentimiento, hugonotes y catlicos, villanos e hidalgos, todos siguiendo sus huellas para sembrar la muerte. Silenciosos y sombros como la noche de la que surgan, cayendo desde los precipicios, saltando desde los rboles sobre los caballeros del rey en caminos escarpados, haban conseguido mantener en jaque durante ms de dos aos a los misioneros con botas que asolaban la provincia y haban hecho retroceder a los mismos regimientos del rey de Francia, enviados para aniquilarlos1. As, mientras continuaba la ascensin, impulsada por un trance que no le permita experimentar ni la fatiga de la subida ni los araazos de las zarzas o de las ramas, que la1

. Ver Anglica se rebela.

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azotaban al pasar, se superponan en su espritu recuerdos y sensaciones como si un ser antiguo tomara posesin de su cuerpo... Pero esta vez luchaba para defender, para salvar lo que amaba. El claro, pequeo y estrecho, se inclinaba en escarpada pendiente hacia el reborde y caa a plomo sobre las aguas oscuras del San Lorenzo. Gasp no estaba tan lejos an con sus murallas de roca cortadas a pico, llena de anfractuosidades en las que anidaban millares de pjaros. El ocano se prolongaba en aquel estuario atiborrado de sal; se escuchaba el ruido de las olas y un fuerte viento vino a helar sus frentes hmedas. Anglica, cuyos ojos escrutaban los alrededores, slo poda ver la superficie inclinada de la pradera blanquecina que se perda y se detena al borde del abismo, pero alguien llam su atencin. Vignot le hizo una seal, indicndole algo ms arriba, a la derecha. Distingui un vago resplandor y la forma de una cabaa de troncos. La sombra de la selva, en cuyo lmite haba sido construida, difuminaba sus contornos. Slo se destacaba de la lnea de la selva por una claridad, intermitente y difcil de descubrir, pero que quiz proceda de una candela o de un fuego encendido en su interior. El grupo se detuvo y permaneci a la orilla del bosque. Anglica se volvi hacia Kouassi-B y le hizo una sea. Este se ech la capucha de su capote sobre su cabello blanco, y as, perfectamente invisible en la oscuridad gracias a su rostro negro, se desliz siguiendo la lnea de los rboles hasta la cabaa. Imaginaron que se acercaba y miraba por la ventana. De pronto, estuvo otra vez con ellos y susurr que, en efecto, de all era de donde proceda la luz. Haba un fuego encendido en el interior de la cabaa pero no haba podido distinguir nada porque los cuarterones de la ventana estaban recubiertos con pieles de pez opacas. Pero haba podido escuchar un murmullo, como el intercambio de dos voces, y una de ellas, lo jurara, era la del conde de Peyrac. As que estaba all. Con quin? La tensin de Anglica descenda. La seguridad de que se hallaba cerca y bien, la tranquiliz. Alguien haba convocado al conde de Peyrac y ste haba acudido a la cita sin preocuparse de llevar una escolta de ms envergadura que lo defendiera en caso de necesidad. Slo se haba llevado con l a Yann Le Couennec y no a su guardia espaola, lo cual era prueba de que saba de quin se trataba, e incluso quiz que haba esperado este encuentro. No todo se lo deca. Haba aprendido a conocerlo y saba que preparaba sus expediciones con mucho tiempo de adelanto y que tena contactos y cmplices por todas partes. Aquel viaje a Quebec! Quin sabe desde cundo lo planeaba? No se hubiera sorprendido si le hubieran dicho que se trataba de un enviado del gobernador de Nueva Francia, seor de Frontenac, quien les era afecto, pero que sabiendo la hostilidad y el temor de la poblacin y del gobierno a su respecto, se vea obligado a actuar en el mayor secreto. Pero, aunque ms tranquila, no se decida a moverse. Por alguna razn desconocida, el lugar le pareca siniestro y su temor, que se esforzaba por no exteriorizar, pareca contagiarse a sus compaeros y les afectaba seriamente. Tampoco ellos se movan. Tambin ellos sentan un soplo de desconfianza. Al observarlos al sordo resplandor que se filtraba a travs del follaje los vio con los rostros tensos, endurecidos, atentos. De nuevo uno de ellos le toc un brazo y con el dedo le seal algo. Algo se mova al otro lado del calvero. Retuvieron el aliento y vieron aparecer a Yann Le Couennec que haca, con paso negligente, una ronda por el lugar. El joven escudero descendi hacia el borde del precipicio, y contempl el sombro abismo mientras pareca escuchar el golpear de las olas sobre las rocas del fondo; luego volvi hacia la cabaa. A mitad de camino, se detuvo y encendi su pipa. Luego bostez. Pareca considerar la noche demasiado larga. La situacin no deba exigir de l una guardia muy atenta. 10

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Anglica dudaba si hacer conocer su presencia al bretn. Se hallaba aparentemente tan tranquilo que posiblemente no acabara de entender la causa y es posible que Joffrey tampoco. Pero aquello no tena importancia. Un momento antes, Anglica haba visto, como un relmpago, la otra cara de esta expedicin hacia Quebec en la que el conde de Peyrac y una parte de sus hombres y de su flota se haban lanzado, no a la ligera, pero s como si una parte de los obstculos que les aguardaban se hubieran borrado de su conciencia, quiz porque casi todos ellos haban nacido en Francia y marchaban al encuentro de otros franceses. En cierto modo haban olvidado el destino cruel que haba hecho de ellos para siempre unos proscritos de la madre patria. El propio Yann, quien haba asesinado a un guardia del seor de Helgoat que haba colgado a su padre por caza furtiva de una liebre, aquel Yann tan alegre y campechano, olvidaba que en territorio francs an le esperaba una cuerda de camo. Lejos de adelantarse valerosamente, lo que deberan hacer es extremar la astucia y la prudencia y ser conscientes de que por estas tierras nadie vendra a defenderlos de las leyes y de los anatemas lanzados contra ellos y que hacan de ellos una presa potencial entre sus compatriotas. Todos ellos estaban marcados por ms de una razn. Slo su fuerza y su audacia, su alerta constante les permitiran triunfar y salir adelante intactos, vencer en una empresa tan demencial aunque necesaria, como la salamandra atraviesa el fuego. Lo importante era no bajar la guardia. Hasta en aquellos parajes an deshabitados de las orillas del gran ro septentrional, convendra recordar que todo contacto con los habitantes del pas, tanto si eran indios como agricultores, pescadores, religiosos o funcionarios del rey, poda significar la muerte. En este punto de sus reflexiones estaba, cuando, al levantar la vista hacia el calvero, crey ser presa de un sueo que prolongaba su pensamiento. Semejantes a dos pjaros de presa, silenciosos y rpidos, surgieron dos hombres de la espesura, frente a ella, y en unos pocos saltos alcanzaron a Yann y cayeron sobre l. Hubo una corta lucha en la que el bretn, atacado por sorpresa y golpeado en la nuca, sucumbi en seguida. Qued tendido en el suelo, inmvil. Una grosera voz se elev en el silencio de la noche. No vale la pena atarlo. Basta con que le atemos una piedra al cuello y lo echemos al ro. Uno menos. El que hablaba era uno de los asaltantes. Pero el ataque se haba desarrollado con tal rapidez en medio de aquella claridad opaca, negra y blanca, del claro de luna, que por momentos se atenuaba con la bruma, que los testigos invisibles, en la lnea de los rboles, apenas tuvieron tiempo de comprender lo que ocurra. Slo cuando vieron que arrastraban hasta el borde del precipicio el cuerpo inerte del escudero, reaccionaron. Anglica se lanz hacia delante y tras ella saltaron los hombres con la misma celeridad silenciosa que los desconocidos, poco antes. De comn acuerdo procuraron evitar los ruidos o los gritos, a fin de no alarmar a los cmplices que sin duda se hallaban con el conde de Peyrac en el interior de la choza. La vieja tizona de Erickson blandida por su temible brazo, casi parti en dos el crneo del primero, que se clerrumb desmadejado, como un rbol bajo el hacha. El otro se haba vuelto, y un terrible golpe en pleno rostro le oblig a tragarse el grito ya iniciado. El brazo negro y nervudo de Kouassi-Ba le rode el cuello con la fuerza de una boa que ahogara su presa y, con una brutal traccin hacia atrs, le rompi la nuca.

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Una vida incesante de luchas y de peligros haba convertido a la mayora de los hombres de Peyrac, especialmente a sus ms viejos compaeros, en temibles matadores. Sobre la spera hierba y junto al desvanecido Yann quedaron tendidos dos cadveres. Por seas, Anglica indic que convendra apartarlos de all. Quera examinar a los desconocidos para tratar de averiguar quin poda haberlos enviado: marinos desertores, tramperos o lacayos de algn seor, hombres de mano en cualquier caso. Estaba segura de que haban sido enviados no slo para deshacerse de Yann, sino tambin para asaltar y matar a Peyrac cuando saliera de la cabaa a la que le haban atrado. La escena, en medio de aquella selva canadiense casi inviolada an, llena de rumores de la vida de las aguas y de los animales salvajes, pareca irreal. Pero el presentimiento de Anglica se haba revelado cierto. Era el inicio de la guerra contra ellos. Sin embargo, los pjaros que habitaban las anfractuosidades de los acantilados, estorbados en su sueo por los movimientos furtivos y las violencias de los humanos, levantaron el vuelo lanzando rabiosos chillidos. Vieron alejarse las alas blancas en la profundidad de la noche, y luego algunos volvieron a posarse en el mismo claro gorgojeando. Al percibir cierto movimiento en el interior de la cabaa, Anglica y sus cmplices se retiraron precipitadamente a la sombra de los rboles, arrastrando los cadveres con ellos. Dispuestos a todo, clavaron sus ojos en la puerta que comenz a rechinar. Qu son esos gritos? pregunt una voz de hombre. Nada, los pjaros respondi el timbre de Joffrey de Peyrac, cuya elevada silueta se encogi para franquear el hueco, enderezndose luego de nuevo, y adelantndose an unos pasos. Era muy visible en el claro de luna, y adivinaron que su mirada buscaba a su alrededor. Algunos signos imperceptibles le haran sin duda comprender que ocurra algo sospechoso. Yann! llam. El fiel escudero no apareci ni respondi, naturalmente. En aquel momento, el otro ocupante de la choza surgi tambin tras el conde. Por lo que podan juzgar desde la distancia, se trataba de un hombre de cierta edad, algo encorvado, desgarbado y con aspecto negligente y confiado. No pareca peligroso. Como Peyrac, mir hacia el calvero, a los pjaros que picoteaban inquietos: Ha venido gente dijo la voz de Peyrac , a no ser que sea Yann. Pero entonces dnde est? El timbre velado de aquella voz tan querida sobresalt el corazn de Anglica. Joffrey ni siquiera llevaba su antifaz. Bajo la lechosa claridad de la luna reconoci su rostro bien amado, cuyas cicatrices, marcadas por duras sombras, acentuaban su carcter, rostro intimidante pero tambin tranquilizador para aquellos que conocan su bondad ntima, su inteligencia, sus amplios conocimientos y sus mltiples capacidades. El corazn de Anglica galopaba enloquecido de amor. Viva. Haba llegado a tiempo. La apariencia de indiferencia que afectaban los dos hombres no la engaaba. Saba que el peligro rondaba, que estaba presente. Y quiz Peyrac comenzaba tambin a sospechar. Lo adivin por sus precauciones. La mano de Anglica se crisp sobre la culata de su pistola, cuyo gatillo levant. Sus ojos se mantenan fijos sobre el caballero que permaneca algo retrasado, junto a la puerta, pero que tambin echaba miradas escrutadoras por los alrededores. Debe estar preguntndose dnde andan sus esbirros, pensaba Anglica. Apostara que considera que ya tardan demasiado en arrojarse sobre Joffrey por la espalda, como habrn

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convenido. No es hombre capaz de hacerlo por s mismo. En ese instante, como para desmentirla, vio al individuo lanzarse sobre Peyrac con la espada levantada. Grit y dispar al mismo tiempo. El conde de Peyrac haba dado un salto de lado y se hallaba ya en guardia con la espada en la mano, pero el disparo haba detenido el impulso del miserable. Titube un instante. Reson una segunda detonacin y el hombre se desplom cuan largo era. Pareca inmenso y filiforme como una serpiente sobre la tierra blanqueada por la luna. Peyrac alz la vista y vio a Anglica erguida, en la linde del bosque, sosteniendo firmemente el arma de la que se escapaba un delgado hilo de humo. Era soberbia como una aparicin guerrera. Buen disparo, seora! Tales fueron las primeras palabras que pronunci Peyrac cuando ella se le acerc con un paso que pareca deslizarse por la superficie del suelo y que acababa por asemejarla a un ser un tanto fantasmagrico. El claro de luna acentuaba la palidez de su rostro. Estaba como traslcida con la aureola de sus cabellos claros, y con su capa plateada de lobo marino sobre los hombros. En ella slo era slida y real el arma que an segua empuando y cuyo acero brillaba, contrastando con aquella mano de hada, tan delicada y tan frgil. Pero la fuerza de aquel puo tan frgil se manifestaba en la forma de sostener el arma. Por pesada e incmoda que fuera, no se quejaba y se hallaba dispuesta a matar de nuevo, y la mirada de Anglica escrutaba con una furtiva y rpida agudeza que Peyrac no le conoca, como si estuviera muy habituada a perforar la oscuridad de la noche y la espesura de los bosques. Lleg hasta donde l se hallaba, se mantuvo a su lado, todava al acecho, y l tuvo la impresin de ver materializarse la imagen de sus ngeles protectores, que la fe ha dado como custodios a los humanos. Queran mataros murmur. No cabe duda. Y sin vos, ahora estara muerto. Un escalofro recorri el cuerpo de Anglica. Sin su intervencin estara muerto. De nuevo volva aquella pesadilla sin nombre, de hallarse alejada de l, de haberle perdido para siempre. Hay que escapar dijo . Oh, por qu esta locura, esta imprudencia? Se arrepinti por lo que ella haba llamado locura e imprudencia. Me reconozco culpable. Este hombre se present como un enviado del seor de Frontenac, y yo no poda esperar de l semejante traicin. Es una buena leccin. En adelante, desconfiar doblemente. A no ser por vos, querida... Pero dnde est Yann? Yann comenzaba a volver en s. Los hombres se agruparon alrededor del conde de Peyrac. En pocas palabras le pusieron al corriente del ataque de que haba sido vctima el escudero, lo que demostraba que aquellos hombres haban sido comisionados intencionalmente para ejecutarlos. Peyrac se arrodill ante el cuerpo del muerto y le dio la vuelta. Haba recibido una primera bala en el pecho y la segunda le haba entrado por la espalda mientras caa. Estaba bien muerto, y su rostro exange y la boca abierta le daban un cierto aire de sorpresa. El marqus de Varange dijo Peyrac . El gobernador de Nueva Francia me lo haba enviado con un mensaje en que en cierto modo me daba la bienvenida. Consciente de la impopularidad de su poltica, pero decidido a continuarla hasta el fin, me recomendaba la mayor discrecin para este encuentro. Quiere situar a Quebec ante el hecho consumado, lo que es comprensible. Por mi parte, he seguido sus instrucciones y a nadie he hablado de este 13

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primer encuentro, aunque he empezado a lamentar no haberlo hecho cuando me he encontrado ante el marqus de Varange. Enseguida ha despertado mis sospechas, pero no he sabido precisar la razn. Se escuch un ruido de arbustos por el sendero que llegaba desde la orilla, y una voz susurr: Qu ocurre? Alarmados por los disparos, dos centinelas de los que se haban quedado custodiando el fuego y los botes, salieron en su busca. Arregla eso, Erickson dijo precipitadamente Peyrac ; hay que evitar que se extienda el rumor. El capitn del Gouldsboro sali al encuentro de sus hombres. No pasa nada, muchachos. Volved a vuestro puesto... Luego regres al grupo, que se hallaba deliberando. Tenan en sus manos tres cadveres, uno de ellos el de un funcionario colonial de cierto rango, brazo derecho del gobernador de Nueva Francia. Pero el lugar desierto que se haba elegido para perpetrar el traidor atentado contra Peyrac, facilitara la tarea de ocultar las huellas del drama. La selva es grande y el ro profundo dijo Peyrac . Y todos vosotros sabis guardar un secreto. No ser la primera vez, verdad, amigos? Rpidamente haba tomado nota de quienes haban llegado con Anglica. Aquellos hombres eran tumbas. Su memoria era tan discreta como la de las mazmorras. Lo que tena que borrarse de ella lo era para siempre. Ni sobre el potro de tortura recordaran lo sucedido. El brazo de Joffrey de Peyrac se desliz alrededor de la cintura de Anglica y con una presin la despert del semisueo en el que se hallaba sumida, con la mano an en el gatillo. Y vos, seora, cmo habis sabido lo que se tramaba, para haber llegado tan a tiempo? Un presentimiento. Slo eso, pero tan intenso! Un impulso, el temor de saberos mal protegido para encontraros con quien quiera en este pas que para nosotros estar siempre lleno de acechanzas. No poda permanecer esperando con esta angustia, y he pedido a estos hombres que me acompaaran. Pero puedo asegurar que nadie ms sabe una palabra. De no haber sido por la seora condesa dijo Erickson , ahora estarais amortajado, seor. La mortaja del San Lorenzo brome Peyrac con una mueca. Anglica se puso a temblar y el conde senta tiritar bajo su mano aquel cuerpo de mujer hasta aquel momento tan impasible y como fundido en acero, y ahora tembloroso de debilidad femenina. La imaginacin de Anglica le presentaba una visin aterradora. Joffrey asesinado, su cuerpo arrojado desde el acantilado con una piedra al cuello. Una vez ms haban estado a punto de darle muerte a traicin, por sorpresa. Joffrey tena razn. Aquel crimen, destinado a ser cometido en el ms completo misterio y nunca se hubiera sabido nada haba que pagarlo con la misma moneda del anonimato. Haba que borrar todas las huellas. Avanzaban hacia Quebec con una reputacin bastante temible, as que no convena aadir a ella la muerte del marqus de Varange. Sera considerado como un gesto de hostilidad y no de legtima defensa. Se hablara de asesinato, incluso de masacre. No s qu es lo que este imbcil tendra en la cabeza dijo Peyrac tras un momento de reflexin , pero estoy seguro de que no ha actuado siguiendo rdenes de Frontenac. Seguro. Lo ms probable es que haya pasado por encima de las promesas de hospitalidad que el gobernador me haba hecho llegar. Quebec se halla dividido en dos facciones por causa

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nuestra. Frontenac slo se ha equivocado en la eleccin de su mensajero. Lo habr elegido siquiera? Cuando se arrodill junto al muerto, hurgndole los bolsillos, sac algunos papeles y otros objetos, y tras examinarlos para saber si haba algo que les aclarase la identidad de los instigadores del complot, volvi a ponerlo todo en su sitio. Nada de huellas. No debe quedar nada en nuestro poder que permita suponer a nadie que hemos visto jams a estos hombres. Dejo en los bolsillos del seor de Varange la carta de Frontenac, y de ese modo ser como si nunca hubiera llegado a mi poder. Y desaparecern como haban previsto hacernos desaparecer. Envi a Erickson a inspeccionar la cabaa para que en ella no quedara ningn indicio de aquella entrevista. Luego se apret contra Anglica y comenzaron el descenso hacia la playa. Kouassi-B, Vignot y Enzi se quedaron atrs para limpiar el lugar. A mitad de camino, Joffrey de Peyrac se detuvo y tom a Anglica en sus brazos, estrechndola con pasin. Me habis salvado la vida, amor mo. Gracias mil veces. Llegaron hasta ellos los agudos gritos de los pjaros marinos de nuevo revoloteando en la oscuridad, y se extendieron por los alrededores del cabo. El agua del ro volvi a cerrarse sobre s. Haban desaparecido todas las huellas de lo que pareca no haber sido ms que una pesadilla, en aquella negra noche de los desiertos del San Lorenzo. El Gouldsboro era el refugio donde la muerte ya no podra darles alcance. Deseaba enterrarse con l en el barco. Y slo all estara segura de haberle salvado. Cuando la chalupa impulsada por vigorosos golpes de remo, puso rumbo hacia el navo, inmvil, y cuyos tres hermosos fanales del castillo de popa en forma de antorchas, con vidrios rojos y dorados se reflejaban en las tranquilas aguas nocturnas, an segua temblando. Se aferraba al brazo de Peyrac y ste, por momentos, bajaba su mirada hasta ellasin decir nada. Comprenda que tras la tensin de aquellas ltimas horas, se sintiera trastornada. Como l, por lo dems. Y no tanto a causa del peligro que se haba cernido sobre l, como por aquella milagrosa intervencin. Su aparicin eficaz, temeraria y brava, dispuesta a todo, haba sido ms que una sorpresa, un trauma, desde cualquier ngulo que lo considerase. Le haba salvado la vida. Y comprenda hasta qu punto le amaba, el lugar que ocupaba en su corazn de mujer; y tras verla aparecer de entre la sombra del bosque, con el brazo levantado, implacable, sosteniendo su arma y abatiendo sin temblar al hombre que le amenazaba, descubri en ella un aspecto misterioso y extrao. Conmovido an por esta revelacin, la estrechaba contra su cuerpo como a algo precioso, con una sensacin de deslumbramiento que borraba todas las dems. Se dijo que recordara siempre aquella noche prodigiosa como una fiesta. La muerte haba pasado junto a l rozndole muy de cerca, pero no era la primera vez. Lo nuevo era la sensacin de felicidad completa, la euforia de sentirse vivo gracias a la mujer que amaba. Lo nuevo era que en el instante menos esperado ella le hubiera dado el don de vivir y la prueba suprema de su amor. Aquello era lo que contaba y que marcaba con una estrella aquella noche en Canad. Anglica, apretada contra l, no acababa de recuperarse de la emocin experimentada. La angustia penetrante que la haba despertado, arrancndola como una llamada de clarn del sopor de su propio cuerpo, le haba dejado un malestar que le haca sentirse positivamente enferma

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Cuando se qued a solas con l en la cabina del Gouldsboro, en el hermoso saln que de tantas escenas de amor y de pasin entre ellos haba sido testigo, sus nervios estallaron y se desat en un torrente de reproches apasionados. Por qu lo hicisteis? Qu imprudencia...! Si me hubierais avisado, si al menos hubiera sabido... Hubiera previsto el peligro... Porque lo s... Yo he tenido que vrmelas con el rey de Francia y s las traiciones de que son capaces sus hombres... He sido la rebelde del Poitou. Pero vos no confiis en m. No cuento para nada. No soy ms que una mujer a la que despreciis, a la que ignoris y a la que no queris conocer. Calmaos, querida ma murmur. Me salvis la vida y luego me hacis una escena. No es incompatible. Luego se ech en sus brazos, estrechndolo casi desfalleciente. Oh!, amor mo, amor mo! Cre revivir la pesadilla que con tanta frecuencia sufr en otro tiempo, cuando estuve sola, lejos de t. Corra a tu encuentro, en medio del bosque, te saba en peligro, pero llegaba siempre demasiado tarde. Era horrible! Esta vez no habis llegado demasiado tarde. La abrazaba y acariciaba sus cabellos suaves sobre su hombro. De repente, ella ech hacia atrs su cabeza para mirarle de frente. Volvamos, Joffrey. Volvamos a Gouldsboro. No sigamos. Acabo de comprender la locura que estamos cometiendo. Entramos en el reino. Por lejos que nos hallemos en Amrica, nos ponemos a la merced del rey y de su iglesia; el rey al que he combatido y la iglesia que os ha condenado. Ahora que habamos conseguido escapar de ellos y conseguir la libertad, nosotros mismos volvemos a ponernos en sus manos. Es una locura! Volvemos con barcos y oro, con tratados y con la gracia del tiempo transcurrido. No me fo. Y vos, mi guerrera, os dais por vencida en la primera escaramuza? Porque no fue ms que eso, una escaramuza. Hemos demostrado que para conseguir lo que ansiamos era necesaria nuestra alianza. Y la estrechaba con ms fuerza entre sus brazos para comunicarle su fuerza y su confianza. Pero ella segua intranquila. Es necesario que vayamos a Quebec? dijo con una voz en la que se trasluca una irracional ansiedad . Al principio me pareca fcil. Volvamos como amigos entre los nuestros. Pero de pronto he visto el otro lado de la moneda. Nos esperaban, nos atraan para capturarnos mejor y para liquidarnos de una vez. No perdis la calma. No todo es simple, ciertamente, pero tampoco es tan grave. Contamos en la ciudad con amigos seguros y fieles. Y tambin con enemigos irreductibles. Ya lo hemos visto. Baj la cabeza y repiti: ... Tenemos que ir a Quebec, de verdad? l no respondi en seguida, pero luego dijo con firmeza: S, creo que s. Es un riesgo que tenemos que correr y una prueba que afrontar. Pero el nico modo de superar la hostilidad acumulada contra nosotros es mostrndonos cara a cara. Y si triunfamos, habremos conseguido la paz que tan necesaria nos resulta para sobrevivir, no slo nosotros, sino nuestros hijos, nuestros servidores y nuestros amigos, y sin la cual la libertad de que ahora gozamos no sera ms que una ilusin. Durante toda nuestra vida seramos unos proscritos. Haba tomado su rostro entre las manos y hunda su mirada en la de ella, en cuyas transparencias de esmeralda poda leer el reflejo de una angustia insondable, que era la misma que haba padecido la hermosa marquesa de Plessis-Belliere, aquella mujer

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annima, la Rebelde del Poitou, cuando sola con sus escasas fuerzas, haba hecho frente al rey de Francia, y cuya imagen acababa de reaparecer hoy en la linde del bosque. No temas nada, amor mo murmur. No temas. Yo estar all. Y esta vez seremos dos, estaremos juntos. Poco a poco consegua arrancarla de sus temores, fortificar su esperanza en su futuro y en su destino. Y poco a poco ella se calmaba y comenzaba a entrever en la suerte que le haba permitido llegar a tiempo en su ayuda, el rostro del triunfo ms que el de la derrota. La alegra sustitua al temor. La embriaguez de la certeza, del sueo de haberlo recuperado otra vez la transportaba, la haca desfallecer de felicidad. De nuevo irradiaba el calor de su cintura, donde se posaba la mano de Joffrey. Baj sus prpados en un gesto de asentimiento, de gozosa sumisin. Que as sea. Iremos a Quebec, dueo adorado. Pero, promteme, promteme... Qu? No lo s... Que nunca morirs, que estars siempre conmigo... que nunca nada podr separarnos.., suceda lo que suceda... Te lo prometo... Y rea. Sus labios se unieron. Olvidados de todo, se entregaron a aquel amor que los una cada da con ms fuerza y que era ya una victoria.

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Segunda partePOR EL RO

Captulo cuarto Ah! suspiraba el marqus de Ville dAvray, aspirando el aire hmedo y salobre del ro . Ah!, cmo me gusta esta atmsfera de amor... El intendente Carlon le mir, desconcertado. Estaban en el puente de un navo, durante un fro crepsculo de noviembre, y el hecho de que el cielo plomizo se hubiera desgarrado momentneamente para dejar filtrarse un poco de luz dorada no justificaba en absoluto tal exclamacin de encantamiento. El agua era verdosa y agitada, y el silencio era indicio de que haba que ser desconfiado. Bajo su aspecto revestido de aurora y de fuego por el otoo, las tierras laurentinas ocultaban al salvaje hostil, el peludo hombre de la montaa con la nariz agujereada, de orejas desgarradas, un indio de raza algonquina, tosco y salvaje como un jabal. De vez en cuando algn pjaro atravesaba su estela con gritos salvajes. Dnde estaba el amor en todo esto?

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No sents qu exaltacin, Carlon? exclamaba el marqus hinchando el pecho bajo su pelliza forrada de piel de nutria . Ah, el amor! Bendito clima, el nico en que el ser humano se puede desarrollar verdaderamente, sumergirse en el agua como un pez. Qu agradable es hundirse en ella y regenerarse as. Pocas veces lo he sentido reinar a mi alrededor con tal intensidad. Pero el amor de QUIN? pregunt el intendente vagamente inquieto. El marqus de Ville dAvray era un original, ciertamente, pero no se poda temer por su razn en algunos momentos? Ante la mirada fra y suspicaz de su interlocutor el marqus se exalt an ms. El amor, simplemente el amor. El amor con sus delicias, sus desmayos, sus combates voluptuosos, sus exquisitas ternezas, sus esperas cargadas de misterio, sus embriagadoras rendiciones, sus breves disputas, sus temores pronto calmados, sus rencores dolorosos, corrosivos, que se funden bajo el calor de una sonrisa como nieve bajo el sol, sus esperanzas y certezas, todo ese fuego excitante que, renovado sin cesar por los impulsos del corazn y de la carne y enriquecido por cada detalle y cada sorpresa de la vida, hace que se viva en otro mundo, donde se es dos, slo dos, dispuestos a morir si es necesario en el mismo instante, porque cada instante, cada hora, cada da alcanza el umbral de una felicidad casi paradisaca cuyas maravillas son infinitas y cuya intensidad parece insuperable desde entonces... Creo que divagis dijo el intendente Carlon . A menos que hayis bebido... Y ech una mirada suspicaz a los elementos de una colacin que junto a ellos esperaba dispuesta en una mesa baja. Copas, cuencos de cristal, platera, brillaban bajo los rayos del sol poniente, pero las botellas de vino y licores no parecan haber sido tocadas... S, he bebido concedi Ville dAvray .Me he embriagado con ese elixir divino del que os hablo: el amor. Su irradiacin es sutil, casi imperceptible, pero tan intensa, inmensa y clida que este sentimiento me rodea como exquisitos efluvios que no puedo menos que captar y percibir... Qu vamos a hacer, soy tan sensible... Efluvios... repiti Carlon ... S, hay efluvios, pero no tienen nada de paradisaco. Y por cierto que es curioso que aunque ya estamos bastante lejos en el interior de la tierra, nos persiga hasta aqu el olor de la marea. Quin habla de marea? gimi el marqus. Sois tan terriblemente pedestre. En vano me esfuerzo por haceros vibrar un poco. Decepcionado, se volvi para coger un bombn de uno de los tarros de cristal. Aquella degustacin pareci devolverle su buen humor, y de nuevo lo intent. Veis? Hasta en esa fritada puede discernirse el signo del amor. Es que no podemos ver en ella el esfuerzo de un corazn enamorado que consigue traer tales delicadezas gastronmicas hasta estos lejanos y desrticos parajes, para que, a pesar de las inclemencias de los lugares, la amada no sufra su rudeza? Porque qu es amor, sino poner a los pies de la que se ama todas las riquezas de la tierra y no cesar de ligar su espritu y su corazn con ese acto de encantamiento? Esos son todos los signos de un clima de pasin y de ternura ante el que nadie ni siquiera vos puede permanecer indiferente. S, ni siquiera vos... Y apuntando con su dedo el pecho de Carlon, le infliga golpes repetidos. Divagis repiti ste y me hacis dao... Pero el seor de Ville dAvray estaba lanzado. Cogi por las solapas del capote a su interlocutor que le sobrepasaba ampliamente en una cabeza.

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Vamos a ver, no me diris que segus insensible? Por mezquina que sea vuestra miserable carcasa de funcionario real no iris a decirme que bajo esa plida carne de pescado fro no tenis un corazn, que no alienta un sexo de hombre. Carlon se desembaraz, muy molesto. Gobernador, estoy acostumbrado a vuestras incongruencias, pero esto sobrepasa todos los lmites. Dejadme que os diga de una vez que no entiendo nada de vuestras disquisiciones delirantes. Hace fro, cae la noche y navegamos hacia Quebec donde nos esperan gran cantidad de problemas y, de buenas a primeras, me vens con la idea de que os sents sumergido en una atmsfera de amor... Amor a QU?, me pregunto. Pero, por qu amor a QU? Al menos podrais preguntar amor a QUIN? Pues bien, mirad bien, ciego! Mirad y veris quin se acerca... Con un gesto teatral y triunfante, tendi la mano hacia un grupo que acababa de aparecer en el balcn del castillo de popa. A contraluz, con sus siluetas recortadas en negro sobre el oro del cielo, aquellas personas con sombreros empenachados de plumas, se distinguan difcilmente unas de otras, pero en cambio poda adivinarse entre ellas una silueta de mujer. Bien! La veis? continu el marqus temblando , la veis, a ELLA, la nica? Una mujer revestida con todas las gracias de la naturaleza, con todos los encantos de una feminidad sin tacha, una mujer cuya sola mirada deslumbra, y una sola palabra de la cual, procedente de sus maravillosos labios os deja embelesado para siempre, una mujer cuya dulzura seduce y cuya violencia trastorna, una mujer de la que nunca se sabe si apela a vuestra fuerza para proteger su debilidad encantadora, o si despierta vuestra debilidad para mejor poner de manifiesto su fuerza oculta e invencible, una mujer que os hace desear arrebujarse contra ese seno clido como se recostara uno contra el seno de una madre; una mujer de la que no se sabe si seduce a causa de sus cualidades ms cndidas o si arrebata, por el contrario, a causa de las ms temibles de su sexo, pero junto a la cual, eso es seguro, un hombre, o incluso cualquier otro ser, no puede permanecer indiferente. Propiedad y encanto irresistible que, a mi parecer, es la cualidad primordial y la ms sutil de una mujer, de la MUJER en su propia esencia... Tuvo que callar para tomar aliento. El intendente Carlon callaba, pero en sus ojos apareci una chispa de inters. En aquel momento, Anglica, condesa de Peyrac, acompaada por su esposo y por los oficiales de los navos de la flota del conde, comandantes, segundos y contramaestres, todos soberbiamente uniformados, comenzaba a descender la escalera de madera pulida que conduca al puente principal. Incluso desde aquella distancia, el esplendor de aquel rostro femenino nico llamaba la atencin y no se saba si la luz que irradiaba proceda del reflejo del sol poniente, avivando su clida piel, o de la sonrisa llena de gracia y encanto que entreabra sus labios mientras escuchaba las palabras que sus acompaantes intercambiaban. Palabras que los dos hombres alejados no podan or, pero que parecan muy alegres y despreocupadas. Iba tocada con un gran sombrero de fieltro blanco cuya claridad le aureolaba el rostro. Su capa de satn blanco, forrada de piel del mismo color, dejaba ver cuando se abra, un corpio adornado con un cuello de puntillas de Malinas en tres vueltas, sobre los moars de una blusa de faya rosa, que caa, segn la moda, sobre los pliegues de una falda de terciopelo granate, guarnecida en los bordes por dos hileras de galones de plata. Una de sus manos sostena los pliegues de su falda, para que no le estorbasen al bajar los escalones, mientras la otra quedaba oculta en un manguito de piel blanca, colgado de su cuello por una cadenilla de plata.

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Los movimientos de Anglica de Peyrac tenan tanta gracia y tanta elegancia que Ville dAvray murmur: Acaso no es digna de descender la gran escalinata de Versalles al lado del propio rey...? Hay quien dice que ya lo ha hecho... murmur Carlon. Cmo? Descender la gran escalinata de Versalles? Junto al rey? El intendente no respondi y se limit a resoplar con aire de quien est en el secreto. Ville dAvray insisti de nuevo. As que vos sabis algo de ella? Decdmelo! Est bien. Callis, pero algn da os lo har confesar... De pronto destacndose a contraluz sobre el cielo, la silueta furtiva de un animalillo apareci por la balaustrada y en pocos saltos, alcanz al grupo y aterriz en el puente justo por delante de Anglica y, tras observarla atentamente, se puso a caminar delante de ella solemnemente, con la cola levantada. El gato! se regocij Ville dAvray . Observad cmo hasta los animales dan escolta a la condesa de Peyrac y gustan de ponerse bajo su yugo. Ah, si la hubierais visto en Gouldsboro con el oso! Qu oso? se inquiet Carlon. Una enorme bestia, peluda y terriblemente feroz, y ella arrodillada ante el animal, acaricindolo y hablndole dulcemente. Eso es muy inquietante. Nunca me habais dicho que la seora de Peyrac tuviera tales poderes. Un espectculo inolvidable. Podra ser un indicio de hechicera. Qu estupidez! Slo su encanto personal... Segus sin ver el encanto de todo esto? S y no. Lo que yo s es que estamos en poder de un hombre, un filibustero, y que podramos considerarnos con razn como sus prisioneros. No veo lo que hay en eso de exaltante. Otra tontera. Tenis la mana de verlo todo de color negro. Somos simplemente los huspedes del seor de Peyrac, gentilhombre aventurero, de origen gascn y, adems, el hombre ms rico de Amrica del Norte. Tras ayudarnos en Acadia en nuestra gira de inspeccin, ha tenido la bondad de conducirnos en su barco hasta Quebec, a donde se dirige para rendir homenaje al gobernador de Nueva Francia, el seor de Frontenac. Y vos? ironiz Carlon . Vos tenis la mana de verlo todo de color de rosa. Porque soy un hombre feliz. Eso es todo. Veo el lado agradable de los acontecimientos. Y qu puede haber ms agradable para un hombre de mi sensibilidad que hallarse en este navo, en agradable compaa, incluida la vuestra, claro que s, no protestis, y teniendo ocasin de conversar con la mujer ms deliciosa de la tierra? Llevo un barco que el seor de Peyrac me ha regalado en sustitucin de mi Asmodeo, hundido por los bandidos. Miradle all anclado y decidme si no es hermoso! An no s cmo le llamar... Traigo mercancas, bastantes pieles, botellas de ron jamaicano en gran cantidad... una estufa de Fayenza... ah.. una maravilla. El seor de Peyrac la mand traer de Francia especialmente para m. Mirad. Mirad, mirad...! No sabis decir otra cosa, y ya estoy harto... Pues bien, estoy mirando, y todo lo que veo es una situacin cada vez ms ambigua y complicada, y la perspectiva de innumerables problemas, y precisamente en tanto en cuanto los seores de Peyrac son personajes fuera de lo comn y personifican, como decs, el amor y sus placeres. Pues bien, por eso mismo podemos esperar que se nos reciba en Quebec con una cencerrada. Es para felicitarse? Para comenzar habr tiros, pondra la mano en el fuego, y luego, si conseguimos 21

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salir de sta, nos aguarda, puesto que hemos confraternizado con ellos, por la fuerza de las cosas, la infamia, la desgracia y quin sabe si tambin la excomunin. Ya sabis que el obispo, monseor Laval, y los jesuitas no bromean con los asuntos de hechicera y libertinaje y no los imagino recibiendo a estas gentes con sonrisas. Cmo exageris, amigo mo! Habr, sin duda, movimiento y algunos gritos, llantos y crujir de dientes. Pero confieso que eso me gusta... Por supuesto... Ya os conozco. En eso estoy de acuerdo con la seora de Peyrac cuando afirma que lo que ms os gusta es poner patas arriba una ciudad... Ella dice eso? Y es cierto. Encantadora no es verdad? Es intil discutir con vos, porque estis enamorado. No estoy enamorado.., o muy poco... Decididamente, no entendis nada, absolutamente nada... Sois decepcionante... No os volver a hablar... El marqus de Ville dAvray se volvi, enojado. Anglica y sus acompaantes llegaron hasta ellos, y los encontraron a ambos igualmente hoscos. Tras un da ms de navegacin la flota haba anclado en una baha desierta de la costa norte del San Lorenzo. Como de costumbre, los capitanes de los otros navos haban llegado al Gouldsboro para un banquete en el curso del cual se hablara de los acontecimientos del da, y se preparara la etapa del da siguiente. Pronto llegaremos a Tadoussac. El primer establecimiento francs. Esperemos que no se nos reciba demasiado mal. Por qu? No es ms que una aldea aislada, y poco defendida, y nosotros somos fuertes. Por lo dems venimos en son de paz. La flota, en efecto, impresionaba. Recalada al abrigo de un cabo que la pona al resguardo de toda sorpresa, se compona de tres navos de 200 a 350 toneladas, lo cual no representaba buques de gran envergadura, pero totalizaba unos sesenta caones. Dos yates, ms pequeos, de fabricacin holandesa, muy manejables y rpidos, desempeaban el papel de perros guardianes y exploradores. Estaban concebidos de tal manera que cada uno de ellos poda llevar dos caones en la cala, y dos culebrinas, una a proa y otra a popa sobre el puente, capaces de causar no pocos destrozos cuando se los apuntaba con cuidado. Uno de los yates se llamaba Rochels y el otro Mont-Desert. Cantor, el hijo menor de Anglica y de Joffrey de Peyrac iba al mando del Rochels, porque, a pesar de sus diecisis aos, era ya un joven oficial experto en las cosas de la mar. Haba realizado sus prcticas en el Mediterrneo, donde haba navegado con su padre desde la edad de diez aos, y en el mar Caribe. Vanneau, el antiguo patrn del corsario Barba Dorada, capitaneaba el Mont-Desert. El conde de Peyrac lo haba preferido a algunos de sus compaeros ms experimentados, por su buena fama, ya que en Francia no haba sufrido ninguna condena, y porque era catlico. Este asunto de la religin les haba obligado a una seleccin bastante severa para completar la tripulacin y para decidir el nombramiento de los oficiales mayores. No haba ni que pensar en llevar a Nueva Francia a franceses de religin reformada. Corran el riesgo de ser arrestados inmediatamente, cuando no de ser colgados, ya que estaban considerados como traidores. Tambin era un riesgo introducir extranjeros. Pero el conde de Peyrac se presentaba a ttulo personal e independiente, bajo su propia bandera, y su tripulacin, fuera cual fuese, se beneficiara de la acogida que a l mismo se le hiciera.

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A pesar de ello, tambin en este aspecto haba sido necesario seleccionar. El comandante del Gouldsboro segua siendo el noruego Erickson, hombre taciturno y prudente y que saba no atraer la atencin. Joffrey de Peyrac conserv junto a l a los cuatro espaoles de su guardia personal, hombres que desde haca mucho tiempo aseguraban su proteccin personal y que no sabran qu otra cosa hacer si se les relevaba de esta funcin. Tampoco ellos daran que hablar. Vivan entre ellos y no se mezclaran con las poblaciones francesas, como no se haban mezclado con los colonos o con los marineros del propio Peyrac. Los capitanes de los otros dos barcos eran el conde de Urville y el caballero de Barssempuy, caballeros franceses de buena familia que no desentonaran entre la alta sociedad de Quebec, siempre que no se investigaran demasiado en su pasado las razones de que abandonaran el reino de Francia para recorrer los mares. Anglica, al acercarse, haba observado el rostro malhumorado de Ville dAvray, y el gesto antiptico y fastidiado del intendente Carlon. As que haban vuelto a discutir... Haba visto desde lejos cmo el marqus gesticulaba, y cmo luego volva la espalda pateando en el suelo. Pobre marqus que tanto insista en que la vida es bella. Anglica nunca permaneca indiferente ante las angustias de los dems. Ville dAvray se sinti ms tranquilo cuando se dio cuenta de que era objeto de la atencin de aquella mirada tan perspicaz como magnfica. Le gustaba que se preocuparan por l, que se interesaran por sus estados de nimo. Cuando Anglica se dirigi hacia l no cupo en s de alegra. Qu os ocurre, querido amigo? se interes Anglica Se dira que algo no marcha. Ah!, ciertamente, seora. Bien podis decirlo gimi Ville dAvray. Que existan tales individuos y que se vea uno obligado a tratar con ellos es una prueba, de que, como dicen los telogos, el purgatorio comienza en esta tierra. Os refers al seor Carlon? Quin, si no, podra ser? Sentaos a mi lado y contdmelo todo. Anglica, mientras prestaba atencin a sus quejas, no dejaba de pasear su mirada a su alrededor. La tarde era magnfica. Tras dos das de lluvias torrenciales, poda disfrutarse de la pureza del aire. Tras la parada en Sainte-Croix-de-Mercy, haba proseguido el viaje sin que tuvieran noticia del menor rumor acerca del incidente trgico que algunos de ellos haban vivido durante la noche. Anglica se preguntaba por momentos si no lo haba soado. Lo nico tangible que haba quedado de aquel drama era un cambio sutil en las relaciones entre ella y su marido. Tena la impresin de que l la miraba ahora con ojos nuevos, mezcla de admiracin y de curiosidad, y que le inspiraba una mayor confianza y una estima ms profunda. La haca partcipe de sus proyectos sin hacerse rogar y le peda su opinin con ms frecuencia. Haba muchos asuntos que haba que arreglar o que convena prever antes de echar el anda en Quebec, feudo del rey en Nueva Francia. Por el momento, aquella meta pareca an lejana. Se tena la impresin de hallarse casi fuera del mundo, sobre todo cuando al perfume de aquel aire helado mezclado con los olores marinos procedentes del ro, y al de las inmensas selvas prximas, se unan los inesperados y exuberantes de la pastelera y los dulces, o los exticos del caf en su cafetera de cobre, el del

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chocolate, y el del t que el nuevo maitre de hotel haba querido hacer probar a la concurrencia, diciendo que era e! ltimo grito de la moda en Pars. Aquel hombre haba sido contratado por Erickson durante su ltimo viaje a Europa, con la recomendacin de un socio que el conde de Peyrac tena en Rouen. Pareca conocer bien su oficio y sus capacidades superaban a las de un simple cocinero. En aquel momento, bien abrigado, pero solemne, vigilaba una diminuta sopera de plata puesta junto a las brasas en uno de los braseros. Es el ser ms limitado que conozco prosegua Ville dAvray, saboreando los pistachos rellenos. Hablis todava del seor intendente de Nueva Francia? Claro! De quin si no? No comparto vuestra opinin, marqus. El seor Carlon tiene su carcter, pero es un hombre muy culto y cuya conversacin no carece de inters. Mi marido est encantado de poder conversar con l, en especial acerca de asuntos de comercio en los que parece ser muy competente. Y yo? Y yo? protestaba el marqus . Es que yo no soy competente en asuntos de comercio? Oh, s, claro que lo sois. Es que yo no soy un hombre instruido? Naturalmente... sois uno de los gentilhombres ms instruidos que conozco... y uno de los ms amables. Sois encantadora murmur el marqus besndole la mano con devocin . Me regocijo pensando en que pronto os tendr ms a mi disposicin... Veris continu, recitando su perorata favorita qu bien estaris en mi saloncito de Quebec, sentada ante mi estufa de Fayenza, mientras fuera ruge la tempestad. Os preparar una taza de t de China, que el padre de Maubeuge me enva directamente desde all... Os instalaris en mi mejor silln un Boulle, muy confortable que he hecho copiar por un artesano cuyo nombre os dar , y la seda de los cojines es un brocado de Lyon... Veris... As instalada me contaris todo, toda vuestra vida... Decididamente, en aquel asunto de Quebec, lo ms difcil no iba a ser el recibimiento, sino pasar todo el invierno en la intimidad del demasiado curioso marqus, sin que acabara por conocerlo todo acerca de ella y de su pasado, hasta los menores detalles de su existencia. Ahora estaba seguro de que ella no conseguira escapar de eso... En fin, ya se vera. An no estaban en Quebec. A pesar del optimismo de Joffrey, que no haba querido considerar el atentado, del que haba escapado por poco, como el fruto de un plan concertado, y menos an creerlo preparado por el gobernador Frontenac, lo cierto es que les esperaban poderosos enemigos, y que no era seguro que stos no acabaran por triunfar. Quin era el marqus de Varange? pregunt Anglica sin pensar lo que deca. El marqus de Ville dAvray tuvo un sobresalto. Varange? Habis odo hablar de l? --Bien.... Y por qu dice quin era? No ha muerto, que yo sepa. Anglica se morda la lengua y se hubiera abofeteado. Desde que entraron en aguas francesas, haba quedado decididamente desfasada respecto a la situacin real. Se crea en su casa, en Francia, y era lo contrario. Minti sin reparos para remediar su error.

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Alguien me ha hablado de l, y no s quin. Posiblemente fue Ambroisine de Maudribourg, en la costa oriental. Pareca querer dar a entender que haba sido llamado a Francia. No es posible, yo debera saberlo! dijo Ville dAvray, indignado. Medit un momento. En cualquier caso, es posible que nuestra querida duquesa haya mantenido relaciones epistolares o de otra clase con l, no sera raro en ella. Un tipo fastidioso, que se hizo trasladar a la administracin colonial para asuntos de costumbres. Tiene un insignificante cargo de tesorero-pagador en Quebec, pero no tengo trato con l... Verdaderamente esa muchacha conoca a todo el mundo antes incluso de poner aqu sus pies. Qu diablesa! En el futuro desconfiar doblemente de Varange... Con el fin de poder cambiar de conversacin, Anglica hizo un gesto a Kouassi-B. S, con gusto beber cualquier cosa dijo Ville dAvray , porque he hablado demasiado y vanamente con ese cabezn de Carlon. Le deca cosas admirables de vos, que algn da os repetir, y que deberan haberle conmovido, ayudado a abrir los ojos; pero l se limitaba a oponerme el muro ciego de la lgica que se empea en no ver ms all de las apariencias. El gran negro Kouassi-B se inclinaba ante ellos con una bandeja de cobre que contena tacitas con ardiente caf turco. Kouassi-B era la fidelidad en persona, la presencia que haba permanecido a su lado a todo lo largo de su existencia. Cunto habra podido contar del pasado del conde y del de la condesa de Peyrac que Ville dAvray deseaba tanto conocer... Desde la poca en que, siendo esclavo en Toulouse, vio a Anglica, la novia del manto de oro, llegar en carroza, hasta esta tarde en el San Lorenzo en que una vez ms poda inclinarse ante ella, haba quedado unido a su vida. Para el viaje a Quebec, el conde de Peyrac lo haba hecho volver de Wapassou en el Alto Kennebec donde trabajaba como minero. Aquella tarde volva a vestir su librea guarnecida de abundantes dorados, pero confortablemente almohadillada para protegerle del fro, para servir a la concurrencia. Kouassi-B calzaba medias blancas festoneadas de hilo de oro y calzados con bucles de tacn alto. Se tocaba su cabeza cana con un turbante con plumas, de seda escarlata, que le abrigaba adems de contribuir al impresionante aspecto de su negro rostro. Sus orejas se adornaban con dos grandes aros de oro puro, de los que colgaba una perla engarzada en una cadenilla tambin de oro, que el conde de Peyrac haba regalado recientemente a su fiel servidor. Ville dAvray examinaba al gran negro con celos, mientras observaba sus gestos llenos de nobleza y tacto. Vuestro negro tendr mucho xito en Quebec... Cmo no habr pensado antes en adquirir uno...? Y chasque la lengua contrariado. En aquel agujero de Quebec se perda el sentido de la moda... Su amiga, la duquesa de Pontarville que viva en el barrio de Saint Germain, tena dos pajecillos de Sudn. Si se lo pidiera, le enviara uno muy gustosa, pero ahora ya era demasiado tarde para enviar un correo a Europa. Habra que esperar a la primavera prxima. El seor de Vauvenart preguntaba: Seor de Peyrac, por qu habis entrado en el ro con tanto retraso? El tiempo es bueno an, pero un poco ms y habramos corrido el riesgo de tropezar con los hielos. Vale ms encontrar hielos que navos. Carlon, que lo oy, le dirigi una mirada amarga. Parecis muy al corriente de los problemas de Nueva Francia. En efecto, desde finales de octubre todos los navos han regresado a Europa y as no se corre el riesgo de tropezar con un barco que os presente batalla. Nueva Francia no posee flota propia y ello es objeto de mi

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desacuerdo con el seor Colbert. Pero si Quebec os cierra sus puertas, podrais regresar? no temis ser vctima de vuestros propios clculos? Pero por qu razn iba Quebec a cerrarle sus puertas? salt Ville dAvray, que no quera que nadie a ningn precio le estropeara las veladas previstas . Me gustara saberlo. La gente de mi capilla nos recibirn en el puerto cantando alborozadas. Eso es lo que ocurrir. Tomad uno de estos deliciosos pasteles... Se agitaba de tal manera que Anglica tema por la taza de caf que sostena en la mano, pero el inters del marqus por defenderlos y su insistencia en que todo ira bien, le llenaba de placer. Pudo evitar que su caf echara a perder su vestido. La tacita de cobre se hallaba slidamente anclada en un soporte de porcelana que permita sostenerla con tres dedos sin quemarse. Bebi algunos sorbos. El viaje por el ro era una tregua, y el que se desarrollara en medio de una paz demasiado completa para ser tranquilizadora, no poda ocultar el hecho de que a partir de la isla Ancosti, remontaban el ro francs de San Lorenzo, en plena regin de Canad. Y que para quienes se atrevan a mirar la realidad de cara, la realidad era, como en su sueo de la noche anterior, que se adentraban en territorio enemigo. Pero, de momento, se hallaban entre amigos. El ro, sin embargo, segua estando desierto. Apenas algunos chaparrones ocultaban a veces la huida hacia las orillas de alguna flotilla de canoas indgenas o de algunas barcas de pescadores, colonos aislados y granjeros de algn casero perdido, que no deseaban mostrarse demasiado curiosos ni se quedaban para informarse de las intenciones de aquella flota extranjera que desplegaba las velas en direccin a Quebec, bajo un pabelln desconocido. Desde los primeros das de noviembre haban visto difuminarse el cabo de Gasp, cubierto de pjaros gritones, haban dejado de lado las islas visitadas por los lobos marinos y luego por patos y cercetas; haban bordeado bajo el viento, de un punto a otro de la costa para escapar de las tempestades brutales y repentinas de aquel gran ro cuyas aguas saladas penetran hasta ms de cien leguas hacia el interior. El tiempo excepcionalmente claro durante toda la travesa del golfo y durante el ascenso hacia el norte a lo largo de las costas de Acadia, se haba cubierto desde que franquearon la punta de Gasp. Un paisaje de opacidad ms o menos intensa envolva entonces los navos que a veces se perdan de vista y se llamaban por medio de la sirena de niebla y, a travs de las brumas se perciba, como una aurora extendindose hasta el horizonte, el color rosado de la inmensa selva con sus follajes dorados por los maravillosos colores del otoo. Haca menos fro en el ro que durante la travesa del golfo. Se estaba ms a gusto en el puente. A los capitanes de los navos Roland de Urville, Erickson, Vanneau, Cantor y Barssempuy , llegados al Gouldsboro para conferenciar, se haban sumado los funcionarios reales franceses recogidos por Joffrey de Peyrac en la Baha francesa y en la costa oriental de Acadia, despus de que el ataque de los ingleses y otros incidentes les privaran de sus propios barcos1. Estaba tambin el seor de Vauvenart, Grand-Bois y Gran-Rivire, seores acadienses que haban aprovechado la ocasin para abandonar sus respectivos feudos y comparecer ante el seor de Frontenac, gobernador del rey de Francia, del que, quisieran o no, seguan siendo sbditos ms o menos fieles.1

Ver Anglica y la diabla.

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La habis afligido hizo notar Ville dAvray al intendente . Ya veis lo que habis hecho... Estoy desolado, seora protest Carlon. ...con esas vanas reflexiones... De ninguna manera; el seor intendente tiene perfecto derecho a emitir algunas opiniones pesimistas justific Anglica. Joffrey de Peyrac haba sido presentado a los franceses de Canad como un aliado de los ingleses que se haba establecido en las tierras de Kennebec con el nico propsito de mantener en jaque a los territorios franceses canadienses y acadianos. Para otros era un pirata tan peligroso y sin escrpulos como Morgan. Se haban dicho tantas cosas de l que no andaba muy equivocado cuando consideraba que para aplacar los espritus, lo mejor era una explicacin franca, cara a cara. Y por eso haba decidido aquel golpe de audacia que consista en ir hasta Quebec y darse a conocer. Un interrogante: la presencia del intendente a bordo, por un azar, poda complicar an ms la situacin. Ya s lo que os atormenta, seor intendente continu Anglica y por qu de vez en cuando discuts con el seor de Ville dAvray, quien, por su parte, no es aficionado a mirar las cosas por su lado malo. Este Carlon es terriblemente atrabiliario. No deja un momento de temer lo que suceder cuando lleguemos a Quebec. Lo tememos todos. Excepto l... lo apostara... Y el mentn de Ville dAvray sealaba al conde de Peyrac quien, en efecto, no pareca muy impresionado por las alusiones de Carlon. Anglica sacudi la cabeza. S... Siempre le ha gustado enfrentarse con la tormenta. Joffrey segua hablando con el seor de Vauvenart y con el gemetra Fallieres acerca de la llegada de los hielos y de la situacin del San Lorenzo durante el invierno. Haba dejado su taza de caf, y Kouassi-B, mientras sostena con una mano unas tenazas con un carbn encendido, le tenda con la otra un bastoncillo de hojas de tabaco enrollado. El conde gustaba de fumar as. Encendi el cigarro con el carbn al rojo y exhal algunas volutas azules y aromticas con evidente placer. Como en Toulouse, pens Anglica. Y aquella visin la tranquiliz. Todo pareca querer renacer, resucitar. Pasaba con frecuencia de momentos de exaltacin en que todos los obstculos le parecan ftiles, a otros en los que la aprensin nacida de su pasado y de la que no haba podido librarse la oprima. Entonces observaba a Joffrey. Pareca tan tranquilo, tan seguro de s mismo que se acababa por compartir su confianza. Contemplarlo le devolva las fuerzas, le confirmaba que todo estaba bien as, y que no haba nada que temer. Atrados por aquella mirada, los ojos oscuros del conde se volvieron hacia ella y a travs del ligero velo del humo, vio la chispa de ternura que los atravesaba. Le hizo un gesto imperceptible. Quera darle a entender que no tena nada que temer. Y volva a insistir en que haba que continuar adelante. Qu poda temer ahora estando con l? El ao pasado, por esta misma poca, se hallaban en el interior de las selvas del Nuevo Mundo; hostigados por peligros desconocidos y terribles, haban tenido que afrontar juntos la hostilidad de los canadienses, la venganza de los iroqueses, el invierno mortfero y el hambre, pero ahora eran de nuevo fuertes y navegaban en navos bien armados, confortables, atestados de mercaderas 27

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y con toda clase de aliados y de establecimientos fieles a la poltica del conde de Peyrac que aseguraban su retaguardia en Amrica del Norte. Acaso todo aquello no tena algo de milagroso? No revelaba algo de sus talentos de mago? Con l, las cosas nunca se desarrollaban como se haba previsto, como quienquiera que fuese haba planeado para ellos. Segua siendo un duelista magnfico, con tiros secretos y fintas inesperadas. Durante el ao anterior, hubiera debido morir cien veces. Se haba proclamado su derrota, e incluso su muerte; se les haba considerado vencidos para siempre. Y ahora se dirigan gloriosamente hacia Quebec.

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Captulo quinto La conversacin ces, interrumpida por risas y gritos de nios, y por el ruido de una carrera en el puente del navo. Anglica vio aparecer a su hijita Honorine seguida de su amigo Querubn. Ambos perseguan al gato que con astucias enteramente humanas disfrutaba escapando de ellos cuando se acercaban, saltando de un rollo de cabos a la bataola, de aqu al bote salvavidas, estibado en el centro del puente, donde se agazapaba, para saltar como un diablo de all cuando los nios, luego de mucho trabajo, haban conseguido izarse hasta l y crean tenerle en sus manos. Lanzaban gritos de alegra, se sofocaban y correteaban por todas partes. Nos matars gritaba Honorine al gato. Querubn era un hombrecito rollizo, menos alto que la pizpireta seorita, aunque ambos tenan la misma edad: cuatro aos. Su posicin un tanto delicada de hijo natural del marqus de Ville dAvray no pareca preocuparle ni poco ni mucho. Era ante todo el hijo de la gran Marcelina, la famosa pionera del fondo de la Baha Francesa, all en el sur, una acadiense de saludables colores, buena como el pan y corajuda como un regimiento real, y que no tena rival abriendo mariscos de concha. Haba dejado partir a Querubn, el ltimo de una numerosa prole de padres episdicos, slo porque Anglica lo acoga bajo su cuidado y porque su hija mayor, de veinte aos, tambin haca el viaje. Le tena sin cuidado que su padre, el marqus, quisiera hacerlo educar como un prncipe. De momento el chiquillo ira a Quebec con las gentes del Gouldsboro, a pasar el invierno, y ya se vera despus. Precisamente en ese momento, sala tras los pasos de los dos nios la gran Yolanda, junto a Adhemar el Soldado, y Niels Abbial, el muchacho sueco recogido en los muelles de Nueva York por el jesuita Luis Pablo de Vernon. As pues, todos ellos, incluido el gato, iran a Quebec. Para sus pequeos destinos, agrupados bajo la proteccin de Anglica y de Joffrey de Peyrac, aquel viaje significaba mucho. Yolanda vera por vez primera en su vida la animacin de una verdadera ciudad con una catedral, iglesias, y un castillo, en tanto que hasta ahora lo nico que haba conocido eran puestos de venta, fuertes de troncos de madera y humildes capillas de misioneros en los confines del mar y de la selva virgen. Adhemar corra, as, el riesgo de ser detenido por desertor. En cuanto a Querubn, Ville dAvray se entretena, al mirarlo, en prever las reacciones de la ciudad ante l. No era partidario de presentarlo abiertamente. Ya haba bastantes escndalos en el ambiente. Confiaba en que su parecido con el chiquillo abriera poco a poco los ojos de sus conciudadanos. Por el momento contemplaba tiernamente a su retoo y haca proyectos. Un da llegara a ser paje del rey. Lo malo es que aquello obligara al marqus a volver a Francia. Pero no haba prisa. En suma, que en aquel navo la vida era bella.., y el viaje idlico para muchas de aquellas personas. Al ver a Anglica el gato se le acerc en seguida. Saba que el animalito le profesaba un amor exclusivo. Lo haba recogido el verano pasado en Gouldsboro, cuando era un cachorro miserable y abandonado y haban pasado juntos extraas aventuras. Al ver que el gato saltaba hacia Anglica, Honorine corri hacia ella y rode el cuello de su madre en un gesto de celos. Vio con gesto hosco cmo el gato se instalaba en las rodillas de Anglica. A pesar de todo os prefiere a vos dijo la nia ceuda. 29

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Desde su reencuentro, insista en tratar de vos a sus padres, bien para dejar claro que ya haba dejado de lado las nieras de la infancia, o bien para manifestar un cierto enfado por haber sido dejada sola durante algn tiempo en Wapassou. T crees? Yo creo que se divierte ms contigo que conmigo, slo que se acuerda de que yo lo cuid. Es un gato agradecido, casi humano. Le cont entonces cmo el gatito haba sido herido, aunque sin decirle por quin. Por eso lo haba dejado al cuidado de los hijos de Berne. Ahora se alegraba de que hubieran pensado en traerlo, una vez repuesto el animal. Lo echaba de menos. Y, adems, un gato es siempre til en un barco. Honorine la escuchaba vigilando a su rival, que a su vez la miraba con los ojos medio abiertos. Frotaba su mejilla contra la de Anglica, mimosa. Anglica la abraz con ternura. Miraba aquel rostro acurrucado contra ella, enmarcado por hermosos cabellos cobrizos, y los acariciaba con orgullo. Su hija era hermosa. Tena en su porte algo de principesco. Tendra un cuello largo, altivo, slido. Su piel no era tan rosada como hubiera podido creerse, sino delicadamente dorada como la de Anglica. En su rostro oval de rasgos bien modelados, slo los ojos, pequeos y oscuros, hubieran parecido sin belleza, si su mirada, a la vez serena y profunda, no impresionara al interlocutor, sobre el que se posaba con atencin fra y perspicaz. Era todo un personaje. Te recibirn en Quebec, tambin a ti? se pregunt. Sin embargo, t eres francesa, nacida en el corazn del Poitou, por obra de Melusina, una verdadera bruja de los bosques. Sacudi la cabeza como para disipar un recuerdo casi increble. Aunque no tan lejano, despus de todo. Cuntos acontecimientos luego, y qu cambio! Es que no te gusta ese pastel? le pregunt Honorine que la observaba con inters. Anglica se dio cuenta entonces de que haba tomado maquinalmente un pastelillo de una bandeja que le haban ofrecido, y que lo sostena en la mano con aire de duda tras haber comido un bocado. Y, sin duda llevada por la costumbre, haba seguido soando, aunque pareciera que segua la conversacin sostenida por sus acompaantes. El gato y Honorine esperaban su parte respectiva. Todo se hallaba en calma. La noche comenzaba a extender sus alas oscuras. Los rostros y las corbatas de puntilla destacaban en claro entre las siluetas imprecisas. El brillo rojo de los carbones en los braseros se intensificaba. Un hombre del timn se acerc como una sombra que se confundi con la de Peyrac cuando lo abord. Slo se oy su voz que murmuraba: Nos sigue un navo.

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Captulo sexto Haban embarcado en la Baha de los Calores un piloto laurentino a quien asuntos familiares y negocios haban llevado hasta la costa oriental de Acadia y que quera regresar a Canad ganndose algn dinero. Pona al servicio de los navos de paso su conocimiento del ro San Lorenzo, de sus corrientes y de sus celadas de una isla a otra. Varios de los acadienses que se hallaban a bordo haban garantizado su lealtad y sus capacidades, y Joffrey de Peyrac haba adelantado al piloto una suma considerable para asegurarse doblemente su fidelidad absoluta. Esprit Ganemont que se era su nombre se encargara en adelante de que la flota que le haba sido confiada llegara a Quebec sin problemas. El era quien acababa de advertir a Peyrac, a media voz: Nos sigue un navo. Anglica que lo oy, se levant bruscamente reteniendo a Honorine y a Querubn contra ella en un gesto instintivo de proteccin. Al verla levantarse, sus huspedes la imitaron por educacin, aunque no haban odo nada, y las miradas se volvieron hacia Peyrac. Este haba acogido la noticia sin inmutarse. Todos estaban ahora de pie; se levant tambin, sosteniendo su cigarro con los dientes. La noche haba llegado y los marineros colgaban linternas de los empalletados; del ro llegaba un fro hmedo. Era el momento de separarse. Emiti lentamente y con evidente placer una ltima humareda azul, y luego deposit el resto del cigarro encendido en una copita de plata donde haba un poco de agua. Qu ocurre? pregunt Ville dAvray. Entonces el conde repiti: Nos sigue un navo. Maquinalmente las cabezas se volvieron hacia la noche profunda ro abajo. Queris decir que un barco remonta el San Lorenzo detrs de nosotros? exclam dUrville. Y luego alzando los hombros. ... En esta poca? Imposible. Sera una locura. Ser un buque de guerra que el rey enva en ayuda de Quebec coment alguien. Peyrac sonri. Qu peligro amenaza a Quebec? Y quin hubiera podido saber all, en Europa, con tiempo suficiente, mi intencin de venir a Quebec en otoo? Algunas ideas corren a veces ms que los navos y pueden mover los espritus a distancia. El conde sacudi la cabeza. No creo que la hechicera tenga nada que ver en esto. El rey de Francia no es hombre que gobierne su reino a golpes de frmulas mgicas, y ni siquiera tomara en consideracin algo as. En cualquier caso, eso me hace pensar que es ms probable que el rey proyectara que ese navo llegara a Quebec antes del otoo.., y antes que nosotros. No creis en la brujera, seor de Peyrac? Yo no he dicho eso. Peyrac alz la cabeza para tratar de distinguir a quien haba hablado. Ouiz fuera Fallieres o alguno de los seores acadienses, Vauvenart o Saint-Aubin. Erickson se le acerc. Tenis instrucciones acerca del buque sealado, seor? No, de momento. Estamos anclados y no tenemos nada mejor que hacer que quedarnos aqu hasta que amanezca... Al igual que ese desconocido navo, que tampoco podr seguir su ruta en la oscuridad. 31

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El piloto laurentino dijo que, en efecto, el navo en cuestin se haba detenido al caer la tarde algo ms atrs de la Punta de las Ratas, en la orilla norte. Es demasiado lejos dijo Carlon que meditaba, abrigndose minuciosamente con su capa, cuyo cuello le llegaba hasta la nariz; cmo pudisteis advertirlo? Por el grupo de hombres que he mandado seguir por tierra desde Gasp y que aseguran nuestra retaguardia, siguiendo la orilla sur del ro. Han enviado un correo indio con el mensaje. Es posible que se trate de un buque procedente de Acadia aventur Anglica. No lo creo, porque hubiramos advertido sus maniobras cuando nos hallbamos en Tidmagouche. Aparte de nuestros propios navos, que se han quedado all y que recibieron rdenes antes de que los abandonramos, unos de permanecer en la costa este y otros de volver a Gouldsboro, o bien el Sans-Peur del corsario Van Ereck, que puso proa al Caribe, no creo que los acadienses se arriesgaran por el San Lorenzo en esta poca del ao. No es as, seor de Vauvenart, vos que habis preferido venir a mi bordo antes que arriesgar vuestra galera en esta aventura? Evidentemente dijo Vauvenart encogindose de hombros. No se preocupaba en absoluto. Iba a Quebec para tratar de obtener de Frontenac una exencin de impuestos y a visitar a una dama con la que pensaba casarse. Como viva en el interior de la selva no se hallaba al tanto de los problemas del seor de Gouldsboro con Nueva Francia y no vea por qu iba a desaprovechar la ocasin en que un buen navo de la vecindad iba a la capital para hacer el viaje en las mejores condiciones. Podra ser un ingls...? Era una posibilidad. Pero Peyrac movi la cabeza. An no. A excepcin de nuestro amigo Phips el Audaz que me parece que por este ao ya ha tenido bastante y que ya ha debido volver a Boston, no creo que ningn ingls de Nueva Inglaterra se arriesgara solo, en la red francesa, corriendo peligro de quedar apresado por los hielos y capturado... No, en mi opinin puede ser un barco mercante que ha salido de El Havre o de Nantes con retraso y que se ha visto dificultado por malos vientos. Ha tardado en llegar cuatro meses en lugar de uno, eso es todo. El conde haba andado algunos pasos, sin dejar de hablar y, as, de pronto, se encontr junto a Anglica, quien lo adivin ms que verlo, porque ya era noche cerrada, pero todo su ser reconoci el suyo, y aquel perfume de tabaco y de violetas que emanaba de sus vestidos, y sinti su brazo que enlazaba sus hombros y la apretaba contra s, del mismo modo que ella estrechaba todava a los dos nios. Qu pensis hacer? pregunt Carlon. Ya os lo he dicho. Esperar... Esperar al alba, esperar que ese navo se presente... Entonces...? Entonces... Depende de su actitud. Si me ataca, nos defenderemos. Y si no... Bien, de todos modos subir a bordo para saber de dnde viene, quin trae a bordo y qu botn nos espera en sus bodegas. As hablan los piratas! exclam el intendente sofocado de indignacin. Soy un pirata, seor intendente respondi Joffrey de Peyrac con una suavidad peligrosa . Al menos, eso es lo que dicen. Anglica poda adivinar la sonrisa que, en la sombra, se insinuaba en sus labios. ...Y tambin soy un hechicero continu , un brujo que fue quemado vivo en la plaza de Grve, en Pars, hace diecisiete aos. Hubo un silencio de muerte. Luego Ville dAvray simul tomarse las cosas en son de broma: 32

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Sin embargo, gozis de buena salud ri. Siendo brujo, pude salir del paso... Hablando en serio, seores. El rey de Francia gracias le sean dadas cambi la sentencia. El conde de Peyrac de Morens de Irristu, seor de Toulouse, slo fue quemado en efigie, pero a partir de entonces desapareci para siempre. Hoy, ha vuelto. El silencio esta vez se prolong. Todos haban olvidado el navo que les segua. Y... El rey os ha amnistiado...? pregunt finalmente el Intendente. S y no... Ms bien me ha olvidado. Pero