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La torre de Babel
Sobrecubierta
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En memoria deSTANLEY L. BARTLETTMi primer editor y mi querid
amigo. Un hombre amable y poccomún. Muerto en 1966.
RECONOCIMIENTOMuchos amigos generosos de vario
países me dieron parte de su tiempo, mcomunicaron sus conocimientos y maconsejaron mientras estaba escribiendeste libro.
Hay muchos que no puedo nombrarOtros han sufrido mucho. Todos debe
permanecer en el anonimato.Les doy a todos las gracias e
público y les ofrezco mi oración parque haya paz en sus hogares.
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Después dijeron: Vamos edificarnos… una torre con la cúspiden los cielos… Bajó Yaveh a ver… l
orre que habían edificado los humano dijo Yaveh: He aquí que todos son u
mismo pueblo con un mismo lenguaje…
Ea, pues, bajemos, y una vez allconfundamos su lenguaje, de modo quno entienda cada cual el de sprójimo… Por eso se la llamó Babel
porque allí embrolló Yaveh el lenguajde todo el mundo.
(Génesis, XI, 49)
Capítulo primeroSha'ar Hagolan… Octubre, 1966El vigía de puesto en lo alto de l
colina, se apoyó en el tronco nudoso d
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un olivo, probó la radio, desplegó emapa sobre sus rodillas, enfocó loanteojos de campaña y se puso
examinar lenta y meticulosamente epanorama desde el extremo sur del lagTiberíades hasta la punta de Sha'a
Hagolan, en la que el río Yarmuk doblhacia el Sur para unirse al Jordán. Eraas once de la mañana. El cielo estab
claro y el aire fresco y seco después d
as primeras y escasas lluvias del otoñoExaminó la sierra hacia levante
Siguió de Norte a Sur la línea sinuos
que servía de límite entre Siria y la zondesmilitarizada de Israel. Los cerros salzaban pardos y desiertos desde eindero hasta el mismo borde de l
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sierra. No había pastores. Ni ovejas ncabras. Tampoco podía advertirse lmenor señal de vida en la aldea que s
apretujaba contra la ladera como umontón de rocas blancas. Observó largrato las ruinas que había bajo la aldea
os sirios solían apostar udestacamento dispuesto a barrer el vallcon fuego de ametralladora. Las ruinaestaban vacías. Y también las trinchera
próximas; aquella larga cicatriaberíntica que rompía el extremo Sur
que los australianos habían construid
durante la guerra de 1918. Quedabadentro del territorio israelí; pero a veceos invasores las utilizaban como punt
de apoyo para incursiones nocturna
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contra el kibbutz.1 Un pequeño grupo dgamos pacía tranquilamente entre línea superior y la inferior de la
rincheras. Observó largo tiempo a logamos; seres asustadizos que snquietan al menor ruido
o movimiento. Dirigió entonces suanteojos a las viñas del extremo sur devalle; pero, éstas, que se secaban ya asol de la tarde de otoño, no ofrecía
refugio alguno a hombres ni animales.Al norte de las viñas quedaban la
dos zonas de tierra labrada, separada
por una estrecha franja de terrencubierta de hierbas. No podía cultivarsaquella franja: debido a uno de tantodesatinos de los cartógrafos
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elaboradores del armisticio, nunca se lcalificó como tierra cultivable; por tantcavar en ella o meramente cruzarla
podía significar exponerse al fuego dos tiradores apostados al lado sirio da frontera. Yigael trabajaba en aque
nstante en la primera zona. Conducía enuevo tractor, roturando el suelo evantando una alta nube de polvo gri
en el aire quieto. Yigael era su herman
, a mediodía, reemplazaría al vigímientras otro hombre se haría cargo deractor. Más hacia el Norte estaban la
plantaciones de plátanos que daban vid verdor a una franja de tierra que sextendía casi hasta la orilla misma deago. De noche se convertían también e
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zona peligrosa: ofrecían abrigsuficiente. Pero de día los cerros datrás resultaban demasiado desnudos
expuestos aun para las guerrillas máemerarias… Así pues, todo parecíndicar que se trataba de otra jornad
ranquila en el valle de Sha'ar HagolanBebió un gran sorbo de agua de lcantimplora. Puso el transmisor efuncionamiento y pasó informe negativ
al puesto del ejército situado poco máallá de la zona desmilitarizada.
El tractor atravesaba una y otra ve
el campo y el valle retumbaba ahipnótico golpear del motor. La nube dpolvo resplandecía al sol como la nieblde la mañana. El último viraje acercó e
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ractor a la franja de hierba seca. Agirar se inclinó un poco de costadocayó a una zanja y, por un momento
pareció que iba a volcar. Pero Yigaeera un buen tractorista. Aceleró emotor, giró a fondo el volante e
dirección contraria y enderezó evehículo. Pero le hizo cruzar por ecentro de la zona de hierba. El vigíragó saliva y se puso de pie esperand
os disparos. No hubo ninguno. Yigaeconducía el tractor a toda velocidad poa estrecha franja hacia la otra zon
abrada. Aún no disparaban. Dentro dcinco segundos estaría a salvo.Y entonces explotó la mina. E
depósito de petróleo del tractor s
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ncendió estallando luego. Y
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Kibbutz: centro agrícola comunal, esrael.
Yigael voló por el aire como u
muñeco desarticulado, con el pelo y lropa ardiendo…
Tel Aviv
El teniente general Jacob Baratzdirector del servicio de inteligencimilitar, estaba sentado en su amplio frío despacho del cuarto piso de
edificio central de operacionesEstudiaba el informe sobre el incidentde Sha'ar Hagolan que le acababa d
legar de Tiberíades. Pidió a su ayudantque hiciera las anotaciones pertinenteen el mapa. Este dibujó una pequeñcruz roja rodeada de un círculo
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después agregó un dato a la lista quenía en la mano.
Es el cuarto incidente en el sector d
RevayaSha'ar Hagolan, señor. Sabotajen un oleoducto, en una estación dbombeo, en tres viviendas y en un
bomba de agua. Y ahora esto.El teniente general precisó en enforme:
–Cuatro incidentes en nueve meses
Quieren provocarnos. Buscan quadoptemos medidas militares en la zondesmilitarizada.
–¿Y qué hacemos ahora, señor? –¿Nosotros? Nada.Habla en tono irónico y triste. –Kaplan ha telefoneado desd
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Tiberíades y ya ha escrito a la comisiómixta de armisticio de las NacioneUnidas. Mañana acusarán recibo de
memorándum y la comisión mixtniciará una investigación en regla
Dentro de un mes o de seis semanas, l
comisión emitirá informe oficial: unmina de características no identificadaspuesta por uno o varios desconocidos ea franja de tierra llamada Green Finge
de la zona de Sha'ar Hagolan, hizexplosión bajo un tractor israelí. Eractor estalló. Conclusión: la persona
personas desconocidas son responsabledel acto ilegal de poner una mina ezona desmilitarizada y un israelamentablemente muerto, cometió l
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acción ilegal de penetrar en zonprohibida. Actuación que se aconseja
inguna.
–Y nos culparán a nosotros, comsiempre.
–Como siempre -le dijo Baratz
secamente-. Pero dentro de la máestricta legalidad -y la comisión darmisticio es un organismo muegalista- nosotros somos los único
dentificables. Tenemos un muerto en eumbral de nuestra casa.
Hizo una larga pausa y agreg
después, en tono más sereno: –Pero el precio se está elevandexcesivamente. Desde agosto del añpasado hasta octubre de éste, hemo
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sido objeto de cuarenta y siete actos dsabotaje. Tenemos también nuevGobierno en Jerusalén. Muy pronto
alguno empezará a gritar pidiendo quactuemos. No puedo culparlos… Peraún no es el momento; todavía no.
–¿Y cuándo será, señor?Baratz sintió piedad del otro. Erdemasiado joven e inquieto. Percarecía de experiencia en el frío cálcul
militar y la maniobra política. –¿Cuándo? Nosotros no l
decidimos, capitán. Lo decidirá e
primer ministro en Jerusalén junto con egabinete y los jefes del estado mayorosotros sólo podemos ofrecerle
nformaciones, cálculos y opinione
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sobre las probables consecuencias… Yesperar a que Dios nos permita acertaen la mitad de ellas. Pero si me pregunt
qué puede forzarnos a tomar represaliasdebo decirle que nada de lo que sucedepor ejemplo… aquí…
Puso el huesudo dedo sobre el mapaseñalando la ancha franja de territorique se extiende desde el extremo sur deLíbano hasta la frontera oriental d
Siria. Estaba llena de cruces y círculoque partían de Metula, al Sur, llegandhasta la depresión del Jordán.
–…Ni tampoco aquí, en la planicide Sharon; ni en el Shefelah; ni en eMar Muerto, entre Gedi y Arad…Tenemos que considerar el plan genera
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conjunto; siempre el plan general. –Esta mañana mataron a un hombre
señor. Era un pacífico granjero. ¿Y est
no forma parte del conjunto? –En los holocaustos perdimos sei
millones, capitán. Israel se ha construid
sobre sus cenizas. No lo olvide.Pero le preguntó en tono máamable:
–¿No nos ha llegado nada d
Fathalla? –Nada todavía. Hace diez días qu
no ha comunicado por radio. Y tampoc
e hemos podido localizar. –Ya lo sé -le dijo Baratzpreocupado-. No estoy tranquiloLlámeme en cuanto establezca contacto
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Eso es todo.El joven saludó y se fue. Cerró l
puerta al salir. Baratz se quedó de pie
con la vista fija en el mapa. La tinta rojde las señales parecía sangre derramad las enigmáticas señales le contaba
oda la historia de la lucha diaria por lsupervivencia.El mapa le resultaba tan conocid
como la propia piel y reaccionab
nstantáneamente ante cada uno de lopliegues de su superficie. A veces, esueños, le parecía realmente una pie
una piel humana viviente, tensa dispuesta sobre angosto territorio entrEgipto, Jordania, Siria, el Líbano y emar, que era su vida. Y la piel reventab
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de súbito en hinchazones y pústulas y della salían legiones y legiones dhormigas soldados marchando en fila
apretadas hasta que desaparecía la pieal comérsela, dejando al descubierto lierra desnuda. Y cuando las hormigas s
marchaban, el suelo quedaba cubierto dhuesos sobre los que discurría el antiguamento del profeta.
“El poder del Señor se apoderó d
mí y el Espíritu del Señor me arrebató me dejó en medio de la llanura cubiertde huesos. Me llevó por toda s
extensión en la que yacían amontonadoscalcinados y resecos. Hijo del hombre dijo- la vida puede volver a estohuesos…”
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Entonces, en el sueño, había umomento de silencio mientras esperabque se cumpliera la promesa d
resurrección que seguía al lamento. Pera promesa no se realizaba nunca
despertaba sudando y aterrorizado
sabiendo que si las hormigas sapoderaban de la tierra jamás habríresurrección y la Casa de Israedesaparecería para siempre.
Sonó el teléfono, agudo, estridenteSe fue al escritorio y atendió, tajante:
–Habla Baratz.
–Jacob, soy Franz Lieberman. Acabde ver.a Hannah.Sintió como una mano fría en e
corazón. Empezó a temblar. Cogió u
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ápiz y lo apretó con fuerza, pardominarse.
–¿Cómo está? ¿Qué impresión te h
causado, Franz? –Me parece que deberías dejarla u
iempo con nosotros, Jacob.
–¿Cuánto? –Un mes. Quizá dos o tres. Ahoriene para largo. Debemos seguirla en s
viaje y tratar de que vuelva atrás, co
nosotros, cuando pueda. –¿No podéis hacer nada? –Oh, sí. Hay algunos tratamientos
por supuesto. Pero nada podemogarantizar. Ya lo sabes. –Sí. Cuidaba mucho, Franz. –Como si fuera mi mujer -le dij
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Franz Lieberman. –¿Cuándo podré verla? –Te llamaré; confía en mí, Jacob.
–Ya lo hago. ¿Quién está contigo?Dejó el auricular y se qued
sentado, largo rato, con la vista clavad
en las palmas de sus manos, como sfuera un mago que pudiera leer en ellael futuro de su esposa y el suyo propio el de todos aquellos por los que s
mantenía firme, como vigía secreto dun mundo en la penumbra. Pero lquiromancia es un arte mágico y él n
creía en la magia, como no creía en eDios de sus Padres; ese Dios que podípermanecer inmóvil en su cielo mientraseis millones de sus elegidos perecía
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en monstruosa hecatombe. Y ésa era lronía de su situación pues precisament
en él, a quien se había confiado l
continuidad de Israel, se había rotaquella continuidad. Las manos que antsí tenía, sobre la mesa, no eran la
ungidas de un sacerdote. En aquellapalmas correosas no había escritprofecía alguna. No solicitababendición alguna de un cielo silencioso
Eran manos de artesano, aptas parrabajar la madera o el metal. Manos d
soldado, capaces de desmontar un cañó
volverlo a montar con más rapidez qua mayoría. Manos de amante, manoque habían llevado una vez a Hannahasta el triunfo del éxtasis, pero qu
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ahora no sabían sacarla de su dolorosregresión hacia el pasado. Encerrado ea desierta habitación, con su mapa y su
secretos, estuvo a punto por un momentde dejarse arrastrar por una ola ddesesperación. Pero la disciplina d
oda una vida le fue liberandentamente, la ola retrocedió y volvió pensar con claridad.
Su principal preocupación s
lamaba Fathalla: Selim Fathalla, cuynombre significaba Don de Dios eárabe, que poseía un negocio d
mportaciónexportación en Damasco amigo de gente muy bien situada en Siri que arriesgaba diariamente la vida: s
verdadero nombre era Adom Ronen
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era agente judío. Cada semana, de umodo u otro, enviaba un informgeneral. Los medios eran muy dispares
Cada día, a horas distintas y en diferentongitud de onda, Fathalla establecí
contacto por radio con Tel Aviv. A vece
un piloto israelí traía una carta cifraddesde Chipre. A veces, un conductor dcoches del cuerpo diplomático, qucruzaba todos los días la puerta d
Mendelbaum, entregaba un regalo dJordania a una amiga de JerusalénAlguna vez el mensaje llegó desd
Roma o Atenas. Fathalla era hombrngenioso y de gran sentido del humor cuidaba la seguridad de su trabajo. Perhacía diez días que Baratz no recibí
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una palabra suya y empezaba seriamenta preocuparse…
Damasco
No podía recordar cuánto tiemplevaba enfermo. El tiempo se le habíransformado en dimensión caprichosa
en él pasaba algunos momentos parvolver en seguida a una inquieteternidad de fiebres, temores anónimo sueños encontrados. El tiempo era e
golpe sesgado de la luz del sol contra ecalado de las persianas, la forma deamarisco fuera de la ventana abierta
el blanco minarete de la mezquita afondo. El tiempo era una luna blanca ecielo de púrpura. El tiempo era un rostrde mujer y el tacto de sus manos y e
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olor del agua de rosas. Pero losímbolos resultaban inconsistentes cada vez que trataba de aferrarse
alguno, se le desenfocaban desvanecían confusamente. Hastahora… hasta este instante en que yacía
ímido pero reposado, y volvía a sentia solidez del mundo en torno suyo.En primer lugar tuvo conciencia d
su cuerpo. Estaba frío y seco. No sentí
dolor, sólo una agradable debilidad distanciamiento. Apretaba la colcha coos dedos. La almohada le parecí
suavísima contra la reseca mejillaAbrió los ojos. Primero vio la graámpara de cobre batido que colgaba da blanca bóveda del techo. Cada rincó
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dibujo de la lámpara le resultabfamiliar después de cientos de noches dmuda contemplación. No había
entonces, posibilidad alguna de que sratara de una ilusión: si la lámpar
estaba allí, también estaba él.
Enfrente del lecho el miradoabovedado de siempre, con sucolgaduras de seda, el diván y eaburete con ataujía de nácar. La
persianas estaban cerradas y su dibujformaba oscuro contraste con el azul decielo. A la izquierda de la ventana, en e
centro de una pared blanca, estaba eenorme panel de mayólica azul qurajera de uno de sus viajes a Ispahán…
Todo estaba allí, conocido
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ranquilizador: las alfombras de Bojaraos brillantes azulejos, el pequeño grup
de miniaturas pintadas en marfil, l
cimitarra de funda dorada que habícomprado a Alí, el fabricante despadas. Y entonces, débil pero distinto
oyó el grito del vendedor de confituras después los largos y quejumbrosorequerimientos del muecíndistorsionados por los altavoces de
minarete que no alcanzaba a ver. Ssintió de súbito feliz, con infantialegría: Selim Fathalla estaba vivo, e
su propia cama, en su propia casa, eDamasco.Era extraño lo amorosamente que s
aferraba a su identidad, el gozo que l
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producía, los laboriosos esfuerzos quefectuaba para reforzarla. No era udisfraz: era una personalidad genuina
orgánicamente completa. Sin ella shabría encontrado solitario y perdidcomo a quien arrebatan su herman
gemelo. Y la otra personalidad -la dAdom Ronen- era también completancluso su semejanza de gemelos erotal: entre sus dos personalidades habí
fraternal conflicto cada vez que lontereses de una amenazaban l
comodidad o la seguridad de la otra. S
diálogo era cual conversación ante uespejo, conversación teñida por el temode que un día el hombre del espejdesapareciera o de que el hombre d
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fuera del espejo se marchara dejando smagen encerrada para siempre en e
vidrio. Y cada uno de ellos tenía e
mismo problema: con el implacablpaso del tiempo era cada vez más difícisaber cuál era el hombre y cuál l
magen.En esta ciudad sucia y tortuosa sólera real Selim Fathalla: Selim Fathallael conspirador de Bagdad que, cuand
suprimieron el partido Baas en Irak, smarchó a Damasco a pedir asilo a sucamaradas sirios. Llevaba cartas d
efes del partido ocultos a la sazón, y dviejos amigos de la universidanorteamericana de Beirut. Y dinero: uamplio crédito en el banco Fenicio
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Trajo también consigo ligeroconocimientos del negocio dmportación y exportación, que habí
aprendido en la calle Rashid de la viejBagdad. Por las cartas y el dinero, lrecibieron, si no con cordialidad, por l
menos sin excesiva suspicacia. Comera agradable y desprendido, entablmuy pronto amistad con bastante genteY como era buen comerciante
partidista del Baas en apuros, prontresultó útil a un gobierno que habíexpropiado la industria, socializado l
agricultura y destruido la clascomerciante y que se enfrentaba con eproblema de la venta de sus productonacionales en el mercado libre.
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Selim Fathalla no hacía ostentacióde sus éxitos. Comprendía que uhuésped debe mostrarse modesto par
no despertar la envidia de quienes le haacogido. Así pues, se había compraduna casa en el viejo barrio de Damasc
próximo a los bazares, detrás de cuyablancas paredes vivía con discreto luj recibía a amigos del partido y de
ejército y a diplomáticos de Moscú
Praga y Sofía. Para estos últimos era uconocido que les daba útilenformaciones y resultaba excelente guí
en los vericuetos de la política demundo árabe. Era también un buemusulmán, aunque no se advirtierdemasiado su devoción; pero más de un
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vez se le había visto en la mezquita enía varios amigos en la Ulema, amigo
que podían dar fe de su ortodoxia.
Se enamoró de su secretaria y lconvirtió en su amante. Pero no pensaben casarse con ella: era mitad francesa
además cristiana y un matrimonio desta especie habría ofendido a quieneahora le alababan por su buen gusto emateria de mujeres. Le gustaba e
comercio y realizaba buenos negocios ¿qué iraquí no hacía otro tanto?-, perno era demasiado codicioso, no s
creaba enemigos ni cometía la locura dratar de engañar al gobierno. De estmodo, aun el temible Safreddin, directode seguridad interior de Siria y cabez
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del tribunal militar especial, llegfinalmente a confiar en Selim Fathalla.
Pero Adom Ronen, el gemelo de
espejo, estaba en situación muy distintao vivía cómodo ni tranquilo y, a veces
e costaba bastante respetarse a s
mismo.Era un prisionero de esa habitacióblanca. De hecho, estaba confinado eun espacio mucho menor: una estrech
cámara apenas mayor que un armariooculta detrás del panel de mayólica. Allescribía sus informes y fotografiab
documentos y almacenaba el acusadoequipo de su oficio. Desde allí, burlóobservador, vigilaba los frenéticoabrazos de Selim Fathalla mientra
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recordaba a su propia esposa y a su hijque vivían en Jerusalén. Allí, volvía revivir día tras día la tragedia íntim
lamada “Un Hogar Dividido”; porquAdom Ronen, el agente, estaba dividid subdividido contra sí mismo.
Era un judío del ghetto de Bagdadque había organizado el éxodo de spueblo, pero nunca definitivamente epropio… porque nunca había estad
completamente seguro de desearlo. Erun sionista para el que, la Casa dsrael, era un lugar demasiado aburrid
para quedarse allí a vivir y, siembargo, se exponía continuamente grave peligro con tal de conservarloEra un aventurero atormentado por un
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necesidad misionera; un cínico cargadde culpas que le dolían como pústulade lepra oculta.
El había sido quien creó a SeliFathalla revistiéndolo de esa plácidamoralidad que le permitía aguantar. Er
él quien conspiraba y proyectaba esecreto mientras Fathalla mimaba a samante siria o concluía negocios coSafreddin en nombre de Alá. Y, n
obstante, amaba a Fathalla y Fathalla lamaba a él. Dependían uno de otro posensatez y simplemente para sobrevivir
Cuando a Adom Ronen le era intolerablsu propio peso, Fathalla le envolvía cosatíricas burlas. Y si Fathalla podídormir tranquilo, era porque Ado
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Ronen mantenía atenta vigilancia sobrciertos lóbulos cerebrales que de otrmodo podrían no controlar una lengu
muy dada a la confidencia.Pero Selim Fathalla había contraíd
a malaria en Aleppo, y yacid
delirando durante ocho días, ignorando que había dicho ni quién pudo oírle.Se quitó la colcha incorporándose e
a cama. Luego se sentó en el borde
Estaba algo mareado, pero más fuerte do que creía. Se puso de pie. Se apoy
en la pared. Cuando estuvo seguro d
que no iba a perder el equilibrioanduvo hasta la ventana, abrió lapersianas y se encaramó en el divánMiró al jardín.
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Los penachos del tamarisccolgaban en el aire quieto del mediodíaLos geranios en sus tiestos daban un
pincelada de color al gris uniforme das paredes. El único rosal, bajo l
ventana, ya estaba casi enteramente e
flor. Un tenue hilillo de agua salía de lboca del león del tiempo de lacruzadas, y sonaba musicalmente en lpila de piedra. Hassán, el jardinero, d
rodillas en medio de la pequeña zona dcésped -como sobre una alfombra doraciones- lo limpiaba y cortab
cuidadosamente con las tijeras de manoEl murmullo de las calles y el bullicide los mercados adyacentes, smezclaba en monótono zumbido. L
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ntimidad, por lo menos hasta ahoraseguía intacta.
Mientras respiraba la suav
fragancia de las rosas, pensaba eEmilie Ayub. Ojalá estuviera con él y lbañara y le hiciera masajes y devolvier
a pasión a su cuerpo deprimido. Perno vendría hasta que él la llamaraporque era el papel que le habíasignado: el de discreta y servicia
mujer que se reserva a disposición de sdueño, digno así entre sus igualemusulmanes. El papel parecí
satisfacerla plenamente, pero no a éSin embargo, no se atrevía a confiarlotro de más categoría: era preferiblsufrir de soledad espiritual a correr e
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riesgo de perder la cabeza al compartiel secreto de los gemelos.
Le sorprendió un golpe dado en l
puerta. Le costó bastante reponerse decir: -Pase. La pesada puerta crujió aabrirse y la vieja Farida dejó pasar a
Dr. Bitar al dormitorio. Bitar eraun hombre alto y flexible que lrecordaba a un bambú oscilando aviento. Tenía la cara larga, delgada, y l
piel tersa como la de una mujer; sumanos eran suaves, expresivas siempre perfectamente cuidadas. Pero l
voz resultaba incongruente: era bajaprofunda y resonante; la voz de un bajde ópera y no la de un médico. Entró a habitación en forma un tanto teatra
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Expulsó a la vieja, con amplio gesto, se quedó de pie en medio dedormitorio, con las piernas abiertas
contemplando a su paciente.¡Bien! Estamos mejor. No tenemo
fiebre. Parece que nos hemos recobrad
completamente. Fathalla le sonrió desdel diván de seda y le contestó en tonbastante despreocupado: -Me siento mudébil… y todavía huelo como mendig
dé mercado. – Tome un baño, amigoComa poco, beba mucho líquido. Dentrde dos días será hombre
nuevo. Del mismo modoestudiadamente dramático, se trasladó a ventana y se sentó frente a Fathalla
Le tomó el pulso y movió la cabez
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sabiamente. –¡Muy bien! Algo acelerado, per
bien. Ya sabes, por otra parte, que lleva
a infección para siempre. Si quiereevitar otro ataque, tendrás que seguisiempre tomando tabletas. Le di l
receta a tu amiga. Te las traerá estnoche. –¿Cuándo puedo volver al trabajo
Bitar se encogió de hombros. – Dentr
de un par de días…, a menos que te hayafectado al hígado; pero creo que no. Ydespués agregó en frase precisa:
Hablaste mientras dormías, amigo. Eses peligroso. Fathalla alzó la vistaasustado. – ¿Qué dije? – Nombres…como Jacob Baratz y Safreddin y otro
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que los dos conocemos, pero que no nosconviene oír. Hablaste de la matanz
de reyes y de un hombre que enví
mensajes desde Chipre. Ytambién de otras cosas… -¿Me oy
alguien? – Tu mujer, Emilie Ayub. Pas
noche y día contigo durante la fiebre. –¿Comprendió? –No lo sé. No le pregunté nada. N
hizo comentarios. Es evidente que t
ama y eso te debiera bastar. –¿Hablé de otra… mujer? –A mí no. A ella, espero qu
ampoco.Selim Fathalla dijo: –Tengo miedo. –¡Bien! – dijo el doctor Bitar-. Es
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e hará ser más prudente… ¡Bien! –¿Tienes alguna noticia? –Directamente no. Pero ya tenemo
otros seis editoriales en que se ataca arey Hussein y se le califica dnstrumento del imperialismo. En vist
de lo que sabemos, el momento mparece significativo. Safreddin me llamdos veces para preguntarme por tu saludLe dije que le informaría apena
estuviera seguro de que podías recibivisitas.
–¿Debo telefonearle?
Bitar pensó la pregunta un moment después extendió las manos en gestde indiferencia.
–Como quieras. Podría resultar u
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gesto amable que te reportaría algunanformaciones.
–Le llamaré ahora mismo.
Caminó, algo vacilante, al teléfono marcó el número particular del directode seguridad. Poco después le contest
a monótona y conocida voz. –Habla Safreddin. –Coronel, soy Selim Fathalla. –¡Estimado amigo!
Safreddin cambió de tonnmediatamente. Ahora hablab
cordialmente.
–Has estado mal. Bitar me lo dijo¿Cómo te encuentras? –Un poco débil. Pero la fiebre ya h
pasado… En realidad debierais hace
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algo para controlar la malaria en el paísLa broma era elemental, pero le hiz
gracia, al parecer, a Safreddin. Se rió
e replicó amistosamente: –Ya estoy estudiando el nuevo plan
Y voy a agregar una nota que diga qu
no nos podemos permitir el lujo dperder buenos amigos como tú. –El doctor Bitar me ha confinado e
casa por un par de días más. Ojal
pudieras pasar por aquí a tomar una tazde café.
–Por supuesto. ¿Qué te parec
mañana por la mañana, a las diez? –Te estaré esperando.Hubo una larga pausa; la líne
sonaba apagada, como si hubiera
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apado con la mano el otro micrófonoQuitaron la mano y Safreddin volvió hablar otra vez.
–Me gustaría que pensaras una cosaamigo mío. Quizá puedas ayudarnos.
–Cuando quieras -le dijo Seli
Fathalla, tranquilamente-. ¿En qué puedservirte? –¿Cuándo haces el próximo envío
Amman?
–Tendría que comprobarlo en lista, pero me parece que será e
miércoles veinticinco. ¿Por qué?
–Nos gustaría que nos transportaraalgo. –¿De qué se trata? –Armas -le dijo Safreddin con tod
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franqueza-. Cañones, granadas explosivos de plástico.
–Oh!…
La sorpresa de Fathalla erauténtica, pero procuró darle un mayoénfasis.
–Te podemos llevar elefantescoronel, pero tienes que arreglar lacosas en el Jordán.
–En este caso…
Safreddin no concluyó la frase eseguida, como si no quisiera apresurarsni precipitarse.
–En este caso, amigo, podríamodesear que pasara sin los trámitenormales de aduana.
–¡Oh! – volvió a exclamar Seli
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Fathalla-. Entonces tenemos que planeauntos el asunto. Deja que lo piense
coronel. Trataré de tener la solució
mañana por la mañana. –Eres un buen amigo -le dij
Safreddin, amablemente-. Quiero qu
sepas que confiamos mucho en ti. – Malegro de saberlo, coronel.Fathalla colgó y advirtió entonce
que le estaban temblando las manos
que la frente se le había cubierto dsudor frío. Le dijo a Bitar lo que lhabía pedido Safreddin y el médic
silbó suave y brevemente. Y se quedó esilencio. Fathalla le dijo: –Esto me huele mal. Huele como u
montón de estiércol.
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–Ya lo veo -le dijo el doctor Bitar-Hay cien modos de pasar armas Jordania sin que intervenga la aduana
Safreddin los conoce todos. Los husado todos una y otra vez. ¿Por qué tnecesita ahora a ti? ¿Y por qué te lo pid
de modo tan manifiesto?AlejandríaEn la parte occidental de la Gran
Gorniche de Alejandría, cerca de
palacio de RaselTin, había una villrodeada de un jardín con palmerascésped y macizos de flores. Aún l
quedaba cierto aire de marchitopulencia, aunque toda su gloria shabía disipado con la partida de spropietario griego que, perdida la fe e
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el régimen de Nasser y decidido a nseguir perdiendo dinero, se habímarchado a vivir de sus inversiones e
Europa abandonando su mermadcapital egipcio. También el jardín teníaspecto de decadencia: se había
oxidado los blancos muebles metálicosos toldos descoloridos y hechos jirone el césped cubierto de maleza, hojas
dátiles pudriéndose al sol.
Un día después del incidente dSha'ar Hagolan, dos hombres caminabapor el jardín. Uno era un tipo menudo d
pulcro aspecto, de cara redonda nocente y ojos dulces; parecía banquero viejo funcionario. Se llamaba IdriJarrah. Era, en efecto, un pobr
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funcionario: era el director doperaciones del Frente de Liberación dPalestina. Su nacionalidad no estab
muy clara: había nacido en Jaffa y, poanto, era árabe de Palestina; pero u
pueblo, al que odiaba, había ocupado s
patria y había dedicado su vida destruir una nación cuya existencia leganegaba. Su documentación aumentaba eequívoco: poseía pasaportes de Egipto
de Grecia, de Siria, del Líbano, dJordania y de Italia. Su compañero erun personaje aún más equívoco: era alto
de pelo canoso, y poco más de cincuentaños cuyo verdadero nombrpermanecía cuidadosamente sepultaden la oscuridad. Era el jefe d
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planificación del mismo organismo.El día era cálido y se prestaba a l
pereza. Soplaba una suave bris
constante de África, cargada de acrolor a arena y a humedad: la conocidemanación del pantano de Maryut. La
ramas de las palmeras se movían comabanicos, marcando un ritmo bajo crepitante y, a cada paso que daban lodos hombres sobre el suelo de piedras
una hoja muerta se deshacía a sus piepulverizándose. El mayor de los dohombres hablaba enfáticamente
subrayaba las palabras con ademaneespasmódicos como el aletear frenéticde las alas de un pájaro. Idris Jarrahablaba con suavidad y sin gestos; er
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hombre acostumbrado a diversapersonalidades y había aprendido lnecesidad del control y el anonimato. E
hombre sin nombre decía: –Ese asunto de Galilea… ¡es un
nsensatez! Una provocación inútil qu
sólo sirve para endurecer la opiniópública de Israel y situar a Siria en ecentro de atención de todos, cuando lque más falta nos hace es que s
mantenga al margen. –De acuerdo -le dijo suavement
dris Jarrah-. Pero esto suele suceder. E
muy probable que la mina estuviera allhace meses. –Cuando vayas a Damasco háblale
Safreddin al respecto. Y recuérdale
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enfáticamente, los términos de nuestracuerdo. Todos los incidentes futuros sdeben provocar exclusivamente en l
frontera del Jordán. Y subráyale quesegún el tratado de ayuda mutua, Egiptno tiene obligación alguna de ayudar
Siria si ésta provoca un ataque de Israel –Lo haré así… En cualquier caso, enuevo programa precisa que nuestracción debe concentrarse en Nablus
Hebrón y en el sector del mar MuertoAllí tendremos las manos ocupadasSafreddin tendrá suficiente trabaj
con… lo otro. –¿Cuándo empieza? –Dentro de dos semanas. Espera
que yo haga llegar el dinero a Jordania.
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–¿Está bien organizado Jalil? –Safreddin cree que sí. Pero voy
comprobarlo personalmente antes d
entregar el dinero. –Ahora ha de lograrse -dijo e
nnominado, súbitamente furioso-. Otr
purga en el ejército jordano nos haríperder un año o quizá más tiempo. –Lo sé -le dijo Idris Jarrah-. Si e
plan de Jalil tiene el menor fallo, esto
autorizado para diferir toda loperación. ¿Correcto?
–Correcto… Y ahora, el asunto de
dinero. Hemos depositado doscientamil libras esterlinas en una cuenta a tnombre en el banco Panarábico dBeirut.
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Idris Jarrah alzó la vistasorprendido.
–¿En el Panarábico? Siempr
habíamos trabajado con Chakry.Su compañero sonrió. Una sonris
breve, reservada, severa.
–Ya lo sé. Pero hemos decidido otrcosa. Tu cuenta con Chakry asciendactualmente a cincuenta y siete midólares. Cuando vayas a Beirut, retir
nmediatamente esos fondos deposítalos en la nueva cuenta.
–¿Hay alguna razón especial?
–Muchas. La principal es quChakry se ha engreído demasiado. Lsegunda es que los libaneses han dcomprender que no pueden seguir co
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odos los beneficios mientras los demácargamos con todos los riesgos.
–¿Y los cincuenta y siete mil dólare
se lo van a hacer comprender? –Difícilmente. Pero cincuent
millones supongo que sí.
–Me parece que el próximo mes sermuy interesante -dijo Idris Jarrah cocierta ironía.
–Espero que estés vivo par
disfrutar de ello. ¿Cuándo partes? –Esta tarde a las tres en punto. E
barco ya está en el puerto. Llegaré
Beirut a las once de la mañana. –Que te diviertas -dijo el otro, condiferencia.
–Ojalá -le dijo el funcionario d
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cara de luna.BeirutEn sus momentos brillantes
momentos en que le ayudaba mucho sconfiado buen humor- Nuri Chakry erpropenso a soltar discurso
describiéndose a sí mismo. –No existe el azar ni la suerte. Lpersonalidad es el destino. Actuamosegún lo que somos. Conseguimos lo qu
merecemos. Yo, por ejemplo, sofenicio. Amo el dinero. Me gusta ecomercio. El regateo es un juego para m
an embriagador como el hachís. Shubiera vivido aquí en la antigüedad, mhabría sentado junto al rompeolas cambiar oro por plata, a comprar
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vender camellos y bueyes y aceites entejas de los faraones. Soy… ¿cóm
decís vosotros?… un traficante. Sól
engo una norma: no negociar nunca coun traficante más hábil que yo… “
Esas afirmaciones eran verdaderas
Todo lo que Chakry decía era verdadotra de sus normas era no mentir jamáen los negocios. El problema que splanteaba a los que negociaban con é
era la distinción entre verdad poética verdad real, recordar que lo que scallaba solía ser mucho más important
que lo que expresaba con lenguajvívido y convincente.Chakry era fenicio por ser ciudadan
adoptivo de lo que en otro tiempo fu
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ciudad fenicia. Sin embargo, sus papeledemostraban -a quien tuviera habilidapara descubrirlo- que era un árabe d
Palestina, nacido en Acre; un árabe quhuyó de su país en 1948 cuando losraelíes se establecieron en él. Per
otros afirmaban haber penetrado aúmás profundamente, que Chakry era uudío renegado a quien le gustaba máeer los informes del mercado que e
Talmud; que prefería regatear en emercado libre a someterse a la burguesdisciplina socialista del nuevo estad
udío. Pero sus enemigos se inclinaban considerar esto como una calumninventada por aquellos a quienes Chakr
dejó en el camino en la ininterrumpid
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marcha ascensional de sus negocios. No se podía dudar de que le gustab
el dinero. Y era un hecho, a todas luce
demostrado, que amabapasionadamente el comercio. Llegó Beirut prácticamente en la miseria. Per
mendigó, pidió prestado y especuló. Yse estableció al poco tiempo comagente de cambio en una callsecundaria cerca de los muelles. Su
primeros clientes fueron marinerosprostitutas, porteros de hotel, empleadode clubs nocturnos, comerciantes de
puerto, contrabandistas, traficantes dobjetos robados y vendedores dantigüedades de dudosa autenticidad. Nexistía moneda -por débil que fuese- co
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a que no fuera capaz de obtenebeneficios. No había negocio -popequeño que fuera- en el que n
estuviera dispuesto a participar con tade que la comisión fuera adecuada y sa pagaran las dos partes.
Compraba monedas antiguas a logranjeros a quienes se las descubría earado y a los trabajadores de laexcavaciones de Baalbek y Biblos. La
impiaba y vendía a buen precio pomedio de las revistas internacionales dcoleccionistas. Afinó la vista llegando
conocer las verdaderas antigüedades conocía su limitado pero provechosmercado. Era, en suma, un traficante eoda la línea, que gustaba de la buen
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vida y con intuitiva comprensión ecuanto a los usos del poder.
La primera lección que aprendió fu
que la rapidez de las comunicaciones ea clave del éxito comercial. Un
moneda fenicia de oro podía costar uno
cien dólares en Biblos. En Nueva Yorcuadruplicaba su valor. La moneda dThailandia no valía mucho en Beirutpero en Bangkok servía para compra
rubíes, zafiros y cinturones de oro. Ubillete de África oriental se podícomprar con un descuento de cinco y
veces diez por ciento en el mercadeuropeo, pero si se le hacía llegar otrvez a Kenia se le podía cambiar a la pacon la libra esterlina. Así pues, Nur
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Chakry, sentado en su sucio despachosoñaba con barcos, aerolíneaselegramas y aparatos de télex… co
oda una red de contactos por medio da cual ponerse al habla diariamente coodos los mercados del mundo.
Aprendió también otra cosa: edinero es medroso y quienes lo poseemuy propensos al miedo. Viven coconstante temor a los recaudadores d
mpuestos, a los reformadores socialesa los revolucionarios, a los políticos y as esposas separadas. Esos tímido
Midas tenían el más feliz de los puertoen Beirut: allí se refugiaban las fortunadel petróleo de Kuwait y de ArabiSaudita, las de los mercaderes sirio
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que temían que les expropiaran, de lonavieros griegos y de los millonarios dTexas.
Así pues, Nuri Chakry cerró un dísu despacho próximo a los muelles, sguardó los sueños en el bolsillo de u
raje nuevo y se incorporó al bancFenicio. Era capaz y se arriesgaba, erhedonista cauteloso que se entregabcon prudencia a los placeres que l
proporcionaba su saludable situacióeconómica y, por tanto, prosperrápidamente. Los clientes posibles s
ransformaron en clientes de hecho y sentregó a los más fantásticodespliegues de propaganda pardemostrarles que la confianza que l
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enían era bien fundada. Una vez, en epabellón moro, anexo a su despacho y edonde recibía a sus mejores clientes -lo
de Kuwait y Arabia Saudita-, amontonmás de un metro cúbico de barras de orsobre la mesa y las cubrió con bonos
alones bancarios para demostrar que edinero de sus clientes estaba siempre mano y que, estuvieran ellos dondestuvieran, nunca podrían encontra
mejor custodio que Nuri Chakry.A los cincuenta años era un hombr
esbelto de pelo negro y se habí
construido un imperio que iba desdBeirut a la Quinta Avenida, desde Brasia Nigeria y Quatara. Lo controlabdesde su nido de águila del último pis
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del banco Fenicio; una enorme suite dvidrio y cemento que daba aMediterráneo y a las montañas tras d
as cuales quedaban los desiertos y epetróleo.
No había nadie en todo el Líban
que le superara en poder ni en prestigi los filamentos dorados de su rereunían a multitud de empresas. Pomedio de sus clientes y empleado
controlaba el diez por ciento de lfuerza electoral del país y el veinte pociento del capital del Líbano estab
depositado en las bóvedas del bancFenicio.Sobre el escritorio, forrado e
plástico trasparente, tenía su sell
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privado y su amuleto de buena suerteuna moneda de oro de Alejandro MagnoEn una cara aparecía el conquistado
divinizado como Amón y en la otra ldiosa Atenea triunfante. Este emblemquizá demostrara que Nuri Chakry era u
vanidoso. Pero no estúpido en modalguno. Sabía que su imperio teníímites más estrechos que el d
Alejandro. Que sus fondos se hallaba
repartidos en grandes y arriesgadanversiones, que de poder mantenerlas eiempo suficiente, las doblaría
riplicaría. Pero si tenía que liquidarlase costarían el brazo derecho. Sabía qumientras más se extendieran sus líneade comunicación, menos de fia
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resultarían. Sobre todo, sabía que smisma existencia dependía del precariequilibrio de la política del Orient
Medio. Mientras más poderoso fuera eBaas en Siria, más se preocuparían lokuwaitíes y sauditas del futuro de su
poderosas autocracias. Y mientras máse preocuparan, más desearían suprimios riesgos que implicaban los negocio
del complaciente corredor de apuesta
que era Nuri Chakry. Mientras más senredase Egipto en la guerra del Yemenmás se endeudaría con los rusos y mayo
necesidad tendría de un banquero amigque estuviera siempre dispuesto facilitarle la situación financiera. Cadchoque en las fronteras de Israe
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significaba un poco más de dinero quacudía al Líbano para convertirse evalores europeos. Hasta los ruso
mantenían un estimable depósito de seimillones de dólares y lonorteamericanos, por tanto, se sentía
obligados a mantener el equilibrimediante parecida cantidad.Pero se necesitaban nervios fuertes
engua prudente y ojo alerta para jugar
este juego de equilibrios y para evitaque se rompiera alguna cuerda de ldelicada red. Aquella mañana habí
varias cuerdas flotando al viento y NurChakry estaba de pie junto a la ventande su despacho, pensativo. Contemplabel mar lleno de luz y se preguntaba
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dónde irían a caer los cabos sueltosPasaron unos minutos, volvió a sescritorio, conectó un aparato d
comunicación interior y llamó: –¿Mark? Ya puede pasar. Estoy a s
disposición.
Un momento después se abrierosilenciosamente las puertas eléctricadel despacho y entró Mark Mathesocon una gran carpeta de cuero bajo e
brazo. Era un personaje de unos cuarent cinco años, gordo, casi calvo y de carncongruentemente juveni
orteamericano, había aprendido enegocio en Nueva York con loRockefeller, y Chakry le habícontratado para que le sirviera d
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principal colaborador y agente eEuropa. Muchos amigos le habíaaconsejado que no aceptara el puesto
pero el sueldo era muy elevado y lconfianza de Chakry, halagadoraerminó aceptando.
Hasta el momento no había tenidpor qué lamentar su decisión. Aprincipio le sorprendió la gracomplejidad de las manipulaciones d
Chakry; pero los libros estaban a sdisposición, la situación parecía clara impia y si bien Chakry no siempr
aceptaba los consejos que le dabansiempre respetaba a sus consejeros. Erduro y aun violento con los hombres dsu confianza, pero sus esporádica
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explosiones temperamentales sequilibraban con otros momentos dextraordinaria generosidad. Le indicó u
asiento a Matheson y entró seguidamenten materia.
–¿Cómo estamos este mes, Mark?
–Muy justos -le dijo MarMatheson-. Mucho más que dcostumbre. Necesitamos los diemillones de siempre para financiar lo
sueldos del gobierno. Eso lo podemocubrir sin dificultades. Estamos biepara la semana próxima, salvo que s
produzca alguna retirada masiva… Pera fines de mes necesitaremos algunayuda.
–¿Cuánto?
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–Seis millones. Quizá podamoarreglarnos con cinco millones.
–Eso lo arreglaré yo mismo -le dij
Chakry, categóricamente-. Mañana voy comer con el presidente y lograré que eBanco Central nos cubra. Y ahora…
Tocó con la mano un montón dperiódicos perfectamente apilados euna esquina del escritorio.
–Tendremos dificultades. Hay cuatr
editoriales que atacan al rey Feisal. Estno le va a gustar nada.
Matheson se encogió de hombros.
–El viejo método egipcio. Nasser equien financia esos periódicos. Feisaiene que saberlo.
–Por supuesto que lo sabe -le dij
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Chakry, tajante-. Pero estos periódicose publican en el Líbano. Y Feisaconsidera que representan la opinión d
gran parte de la población de este paísAsí que…
Se interrumpió.
–¿Así qué? – le incitó amablementMatheson. –Si yo fuera Feisal -y le conozc
muy bien-, me preguntaría por qué tene
quince millones en el Líbano, un paícuyos periódicos me insultan a diariocuando puedo transferirlos a Londres
ganar el ocho por ciento en la ImperiaChemical Industries. –Buena pregunta -dijo Mar
Matheson.
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–Muy peligrosa… para nosotros dijo Nuri Chakry-. Y otra cosa: estmañana me llamó por teléfono Ibrahim
del Panarábico. –¿Ah, sí? Y ¿le gusta el nuev
empleo?
Chakry se alzó de hombros condiferencia y contestó distraídamente. –No le gusta, pero está dispuesto
olerarlo, mientras le sigamos pagando
Me dijo que el Frente de Liberacióacaba de depositar doscientas mil libraesterlinas en el Panarábico. En la cuent
de Idris Jarrah. –Jarrah!Matheson estaba perplejo. –Es uno de los nuestros. Lo ha sid
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durante tres años. Y actualmente lenemos concedido un margen de créditmportante.
–Lo sé. Me imagino que llegardentro de uno o dos días, sacará edinero y cerrará la cuenta.
–¿Y qué significa eso?Chakry cogió el pequeño cubo dplástico que encerraba su talismán empezó a pasárselo distraídamente d
mano a mano. –Significa que los egipcios no
manifiestan su desaprobación de l
política del Líbano, que nos quieren vemás árabes y menos fenicios, ququieren que trabajemos contra Israel dmodo más efectivo, que desean qu
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mpulsemos a Jordania y a Kuwait ncorporarse a la línea de la Repúblic
Árabe Unida…
Alzó el cubo, lo puso a la luz y lcontempló como si se tratara de una bolde cristal para adivinar el futuro.
–Significa que si los egipciorecurren a golpes bajos, los siriougarán aún más sucio y los rusos no
darán el empujón final para qu
omemos las medidas del caso…Significa que doscientas mil libraesterlinas es demasiado dinero, much
más del que Jarrah necesita para susabotajes fronterizos. Esto quiere decique muy pronto va a suceder algo muserio.
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–Con doscientas mil libras se puedcomprar a todos los refugiadopalestinos al oeste del Jordán… y
buena parte del ejército de Hussein. –Y lo más probable es que trate d
hacer precisamente eso -le dijo Chakr
fríamente-. Dime, Mark, ¿cómo nopodríamos cubrir en caso de unemergencia semejante?
–¿Cuánto y cuándo?
–Cincuenta millones en treinta días. –¡Jesús! – exclamó Mark Matheson-
Como está el mercado actualmente, serí
pedir la luna. Cuando Imperial Chemicandustries tiene que ofrecer el ocho pociento sobre un préstamo de veinticuatrmillones, quiere decir que casi no ha
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dinero disponible.Chakry le sonrió breve
burlonamente.
–¿Estás asustado, Mark?La observación no le hizo ningun
gracia a Mark.
–¡Por supuesto que estoy asustadoContamos con una liquidez del tres medio por ciento – que en cualquieparte, menos en Beirut, sería un crimen
ahora me dice que uno de los mayoreclientes va a retirar sus fondosCincuenta millones en treinta días! ¿D
dónde los vamos a sacar? En Londreestán remendando la libra esterlina cocinta adhesiva; estamos adeudados hastel límite en Zurich y lo mismo no
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sucede con los Rockefeller. Nos quedsolamente Mortimer por una parte y emercado judío por la otra. Bastaría un
lamada telefónica para que nos cubrierMortimer, pero ya sabe lo que nos va pedir a cambio.
–La línea aérea… ¡Y antes pasarsobre mi cadáver! –Exacto. Y esto nos lanza a
mercado judío. Y no me los imagin
rompiéndose la cabeza para financiar lLiga Árabe, ¿verdad?
–No estoy seguro -le dijo Chakry
suavemente-. El dinero no tiene razas. Yos judíos gustan de la ironía. ¡Sí! Ya mestoy imaginando cierta combinación eque un fuerte grupo judío podría arregla
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muy bien la situación del banco FenicioMatheson le miró fijamente
admirado y escéptico.
–Creo que usted tiene ánimsuficiente para intentarlo.
–No se trata de tener o no bue
ánimo; se trata de la supervivencia y spara sobrevivir tengo que hacenegocios con Satanás, los harencantado. Y ahora déjeme prepara
unas notas.En el mar Idris Jarrah, el terrorista de ojo
dulces, era hombre que comprendía epor qué de las cosas. Comprendía eporqué personal, el porqué político y eporqué público. Y comprendía que todo
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eran distintos y contradictorios entre sí.El porqué personal era el má
sencillo. Idris Jarrah era un árabe si
patria. Un árabe sin patria no tienpersonalidad ni futuro. Si quería uhogar, debía buscarlo en la franja d
Gaza, entre los refugiados, o en lapoblaciones miserables del oeste deJordán. Si quería trabajar, podríhacerlo de barrendero en las calles, d
rabajador a jornal, de buhonero o dfabricante de chucherías para turistasPero si deseaba tener personalidad -l
seguridad oficial de ser persona human no resto de un naufragio, a la deriva-entonces tenía que buscar un mercaddonde pudiera adquirirla a un precio
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su alcance.Idris Jarrah había hallado es
mercado en el Frente de Liberació
acional de Palestina, esa familia ddesposeídos que había jurado echar os judíos al mar, recuperar las antigua
fronteras de Palestina y lograr lhegemonía árabe en toda la FértiMedialuna. En cuanto al precio, IdriJarrah podía ofrecer dinero contante
sonante. Había actuado primero comdelator y después como joven detectiven las antiguas fuerzas de policía d
Palestina. Conocía los trucos deespionaje y los procedimientos derror. Y había aprendido de lo
británicos el valor del sistema y de
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método.Como no se hacía ilusiones n
abrigaba esperanzas fuera de l
Organización, trabajaba con sereneficacia. Nunca prometía más de lo qupodía cumplir y así todos quedaba
satisfechos. Y como no creía en Dios nen la política y sólo confiaba en smismo, Idris Jarrah estaba fuera de todseducción; aunque no dejara d
nteresarse por su propio bienestarDecía lo que pensaba, recibía órdenesanzaba una excursión nocturna o un
bomba, cobraba su sueldo y dormía felicon cualquier mujer disponible, mientraque otros de más importancia srevolvían en pesadillas de fracasos o e
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sueños fantásticos de imperio.El porqué político le parecí
gualmente claro. En cuanto concernía
os árabes, el estado de Israel era comDios. Si no existía, había qunventárselo para polarizar e
descontento y para reunir al tristementdividido mundo islámico. Si no scontaba con los judíos, ¿qué otrcoartada quedaba para justificarse ant
os miserables pobladores de loarrabales de Alejandría, ante lomendigos que se rascaban las heridas e
el patio del Santuario Noble, ante lohombres sin trabajo de Damasco y antos cientos de miles de persona
perdidas que acampaban entre e
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desierto y el mar cerca de la ciudad dSansón? Sin los judíos, ¿cómo encontrauna causa común que uniera a los rico
ibaneses y kuwaitíes con los beduinodel desierto, reyes hachemitas, siriomarxistas y campesinos egipcios qu
combatían en aquella guerra sin sentiddel Yemen? La unidad árabe sólo spodía manifestar negativamentedestruid a los judíos! ¡Pero sin lo
udíos no se podría manifestar de ningúmodo! Y Jarrah sabía perfectamente qua unidad de Palestina era un mito, que
si alguna vez se lograba terminaría adía siguiente destrozada por las envidiade los vecinos.
Así pues, la Organización s
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dedicaba a una fantasía, pero la fantasíes el equipaje de los políticos que pagagrandes sumas para mantenerla y evita
que hombres de la categoría de IdriJarrah trabajen por la causa contraria.
Y éste era el porqué público. Lo
egipcios querían destruir a Israel, percarecían de poder y de dinero parconseguirlo. Los socialistas sirioquerían librarse del pequeño rey d
Jordania, que era amigo de lobritánicos y símbolo de la viejmonarquía tribal. Los jordanos quería
una carretera hacia el mar y un puerto eel Mediterráneo. Los libaneses queríadinero y comercio y los rusos buscabaa construcción de un arco socialist
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desde Bagdad hasta las Columnas dHércules. El Frente de Liberación dPalestina tenía valor distinto para cad
uno de ellos. Lo alababan en público, lmaldecían en privado y pagabagenerosamente para que no se muriera.
Así pues, a las nueve y media de unbrillante mañana de otoño, Idris Jarraestaba de pie en la cubierta de lmotonave Surriento, de diez mi
oneladas, procedente de Génova, coescala prevista en Alejandría, Beirut Limassol. Jarrah veía surgir del mar la
montañas del Líbano y cobrar forma eontananza la dorada Beirut. Habípasado una noche placentera… con uncantante de clubs nocturnos de bastant
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belleza y considerable fogosidad; shabía bañado y se encontraba bien, coa seguridad que da el saberse hombr
mportante.Después de la monotonía d
Alejandría y del trato difícil de lo
egipcios -pueblo febril, arrogante desgraciado, que le molestabprofundamente-, la perspectiva de dodías en el Líbano le resultaba mu
atrayente. Sus asuntos allí eran sencillo sin urgencia. Se hospedaría en el hote
“St. George”, lugar agradable con vista
al mar y un conserje que le conocía logustos y siempre dispuesto satisfacerlos. Iría al banco Fenicioretiraría su dinero y lo depositaría en e
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Panarábico. Hablaría brevemente coamigos y agentes y después se llegaríranquilamente hasta Merjaioun par
visitar a un subordinado que dirigía losabotajes en la región de Hasbani. Nendría mucho que hacer allí, pues e
plan establecía que se mantuviera lranquilidad en la frontera del Líbano se concentraran los ataques desdJordania a lo largo del corredor d
Jerusalén. Entregaría el dinero dispondría la distribución de armas -quban dentro de tubos de plástico en la
bodegas del Surriento- que más adelantse venderían a un constructor dsistemas de desagüe residente en BeirutPasaría una noche divertida y despué
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omaría el avión de Damasco para pasauna tarde con Safreddin. Allempezarían sus problemas: Safreddi
ugaba muchas cartas a un tiempo quería comprometer a Idris Jarrah eodas.
El coronel Safreddin era un soldadque había hecho un trato con lopolíticos; mantendría leal al ejércitsirio mientras se le concediera autorida
suficiente para tenerlo en sus manos satisfacer así su tremenda ambición dpoder. Crearía una oficialida
preparada en las doctrinas del Baas -epartido de la resurrección socialistárabe- y la destinaría a reforzar lpolítica y la economía de un estado d
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partido único. Haría una purga expulsaría a los descontentos que aúadmiraban a Nasser y a los egipcios
Mantendría constante vigilancia sobros terratenientes y comerciantes quntentaban sacar sus capitales de Siria
ntroducirlos en Egipto y en los paísemediterráneos. Conservaría la amistacon los rusos mientras mantenícontrolada la subversión o la desviab
hacia los moldes del socialismsirioárabe a socialismo sirio.
Pero tenía más amplias ambiciones
Quería que fuera Siria -y no Egipto- efactor determinante de la política árabeQuería borrar del mapa a IsraeDeseaba que egipcios y jordanos s
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entregaran lo antes posible a una guerrotal contra el usurpador sionista. Querí
suprimir al rey hachemita e instalar e
su lugar un gobierno socialista, de modque el bloqueo fronterizo se pudierconvertir en un sitio en toda regla. Idri
Jarrah era el hombre ideal para apretael gatillo que desencadenaría la luchdecisiva.
Idris Jarrah enviaría saboteadore
de Jordania a Israel. Y cuando los judíoomaran represalias lo harían contr
Jordania y no contra Siria. La població
de la frontera culparía al rey Hussein solicitaría un nuevo gobierno que leprotegiera del ejército judío. Al mismiempo, Idris Jarrah entregaría el diner
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necesario para financiar la rebeliódentro del palacio de Amman. IdriJarrah sería el responsable de l
operación final y, si fracasaba, cargarícon la culpa y se le calificaría dagitador a sueldo que trabajab
legalmente en la frontera de un estadsoberano.Pero Idris Jarrah era un hombre qu
comprendía el porqué de las cosas y n
enía la menor intención de echarse lsoga al cuello. Así pues, mientras ssolazaba, manso e inocente como u
gato, mientras miraba las montañas deLíbano que se aguzaban duras hacia ecielo, empezó a redactar su propipóliza de seguro y a pensar en los que l
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suscribirían en su nombre…Los primeros firmantes serían lo
miembros de su propia organización e
el Líbano, en Jordania y en Gaza. Edinero les daría de comer, las armas unsensación de poder y dignidad; la
promesas los llenarían de esperanza drestauración de su patria. Incluso loriesgos a que les sometía durante laoperaciones de sabotaje darían ciert
elegancia y sentido a su vivir, de los qucarecerían en otro caso. No habíhéroes. Algunos eran decididament
cobardes y había que presionarloviolentamente para que cumplieran larea asignada. Pero los había tambié
patriotas y si se destruía el orgullo y l
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esperanza que abrigaban sobre la patriperdida, también ellos se perderían yJarrah se quedaría sin ellos. Se quedarí
desnudo e impotente. En cambio, ahorera una especie de príncipe, aunque eun reino de mercenarios y proscritos.
Necesitaba, por lo tanto, de otros más potentes refuerzos. Una red edonde caer en caso de que le faltara eequilibrio sobre la cuerda floja qu
había tendido entre sirios y egipciosPor eso se acordó de Nuri Chakry, quambién hacía equilibrios sobre l
cuerda floja y que seguramente estarídispuesto a realizar cierto negociprivado en beneficio de ambos.
Capítulo segundo
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JerusalénCuarenta y ocho horas después de
ncidente de Sha'ar Hagolan, el tenient
general Jacob Baratz fue convocado una reunión en el despacho del primeministro en Jerusalén. La reunión debí
ener lugar a las tres de la tarde. El viajdesde Tel Aviv, en coche y a velocidamoderada, duraba unas dos horas commáximo. Pero Baratz prefirió partir a
amanecer, cosa que para el conductorbostezando con mal gusto de bocaresultaba un suplicio, aunque par
Baratz era uno de los más puroplaceres espartanos.El mar, al amanecer, tenía color d
ópalo y la bruma que lo acariciaba er
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como pañuelo sobre el pecho de unmujer hermosa. La brisa de tierra eraún bastante fresca y limpia del humo
polvo de la circulación de la costa. Lciudad aún no había empezado quitarse el sueño de los ojos y lo
escasos peatones caminaban sin priscomo si no pertenecieran a la bullicios frenética ciudad que había brotad
velozmente de las dunas al norte de l
vieja Jaffa.Las granjas en la llanura aún estaba
húmedas de rocío. Se olía a azahares y
ierra labrada. La luz sesgada brillabverde en las hojas de los huertos, doraden el rastrojo del heno, rosa y blanca y veces marrón en las rocas de piedr
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caliza. En las laderas de los cerroorientales se amontonaban los pinaresaún sombríos y oscuros; pero ya en la
cimas se empezaban a llenar de fuegcomo espadas de legiones en marcha…Este era el verdadero rostro de la Tierr
Prometida, pensaba Jacob Baratz, urostro limpio y nuevo en cada amanecerY lo miraba tal como lo vería un niñocon nueva maravilla cada vez.
Había llegado allí de niño. Era hijde un modesto traficante del Báltico
unca había olvidado el esplendor de l
legada: el terrible calor del sol, el cielcegador, las montañas taladas, desiertascomo si por ellas hubiera pasado ehacha implacable, el desierto dond
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bailaba el aire y las ciudades aparecían de súbito las palmeras pardesvanecerse luego ante la vista. D
oven había trabajado en el desiertoevantando muros a mano desnuda
cargando a cuestas canastos de tierra
plantando viñas y limoneros. Ya adultohabía luchado en aquella tierra, empleado las artes militares que lobritánicos le enseñaron, y contado mill
a milla la ruta sangrienta de Lidda Ramle y a Abu Ghos y finalmente SiónY ahora su amor por ella era diverso
una pasión ciega le ataba al suelo comás fuerza que la que sintiera nunca ebrazos de una mujer. También sentícelos, como todo amante: sentí
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nseguridad en la posesión de su amad nadie mejor que él conocía lo
peligros que la amenazaban.
En sentido estrictamente legal -si spuede hablar de legalidad en lonegocios de las naciones-, Israel n
siquiera tenía fronteras. Sus límites eraíneas de armisticio, líneas qudependían de la ratificación y firma dun tratado de paz; tratado que ahor
parecía más lejano que la llegada dehombre a la luna. Incluso las líneas quBaratz defendía, eran vulnerables e
muchos sitios debido a la existencia dzonas desmilitarizadas donde no spodía circular con armas, donde ningúhombre podía llevar ni siquiera un
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pistola para proteger su vida, la de suhijos o su cosecha. El comercio dsrael no se podía desenvolver co
ibertad debido a las sanciones que laplicaban los estados árabes. Sus barcono podían atravesar el canal de Suez
Tenía cortadas las comunicaciones: nera posible hacer una llamada telefónicde un lado al otro de Jerusalén, y ecamino de Acre a Sidón estaba cortad
por campos de minas, alambradas hombres armados que tiraban a matasobre cualquiera que se aventurara.
Y, a pesar de todo, Israel habíprosperado y seguía prosperando. Pere quedaba muy poca grasa bajo la piel
había claros indicios de que s
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aproximaban tiempos peores. Despuéde la primera oleada de inmigrantes -poel hundimiento de Europa, de Libia
Túnez, Argel, Marruecos, los Balcanesel Yemen, Sudamérica, Irak e Irán- eflujo se había secado. A menos qu
Rusia abriera sus puertas y dejara salir sus tres millones de infelices judíossrael se vería forzada a depender de s
crecimiento demográfico natural par
lenar los espacios desiertos, construiuna economía industrial y mantener sufuerzas armadas. La llegada de cerebro
de capital de la diáspora dorteamérica también había cesado: erecuerdo de los holocaustos sdebilitaba y las trompetas de Sió
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sonaban cada vez más impotentes en looídos de las jóvenes generaciones. Aúhabía algunos que venían a compartir l
vida de un kibbutz durante temporadade tres a seis meses, pero eso no ernmigración. Y en realidad apena
bastaban a cubrir el vacío que dejabaos que salían del país y se marchaban os abundantes mercados de Europa y d
Estados Unidos.
La historia se empezaba a repetiambién dentro de las fronteras dsrael: había tensiones tribales, disputa
religiosas, descontento social rivalidades políticas. Israel aún nhabía decidido -no podía decidir- lforma que iba a adoptar definitivamente
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no sabía si se iba a convertir en uestado de tendencia occidental o en uncomunidad autóctona y levantina. Hast
el momento y a pesar de la educaciómasiva y del servicio militaobligatorio, aún no se lograba un feli
ensamblamiento de las líneaoccidentales y orientales de las distintaculturas inmigradas.
El conflicto religioso era todaví
más amargo. Los adukim, los rectos, lodel Libro y de la vieja ortodoxia, naceptaban ningún compromiso con u
estado secular. Jugaban con el podepolítico con la misma dureza con qumponían los rituales de la purificación, debido a ellos, Israel carecía aún d
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constitución y sus leyes socialeofrecían multitud de anomalías y dpequeñas y corrosivas injusticias. U
cigarrillo fumado en sábado en MeaSharim, podía ser arrancado de la bocpor algún fanático indignado. Lo
miembros del rabinato no vacilaban elenar las paredes de las calles coetreros que prohibían al pueblo ejerce
su derecho al voto… y casi nunca se le
castigaba.En Israel no existía el matrimoni
civil. Se podía ser cristiano, judío
musulmán. Pero si uno quería ser usimple ciudadano laico y casarse divorciarse legalmente -o incluso sesepultado legalmente- fuera de un grup
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religioso, entonces había que marcharsa Chipre. Una mujer musulmana podímuy bien quedar con pensión d
alimentos más baja que una judía o quuna cristiana, pero no tenía medio duchar contra esa evidente injusticia. La
eyes dietéticas se aplicaban tanto areligioso como al no religioso. Y ehotel “Carmelo” tenía el mismo aspectamentable y triste que Mear Shari
durante todo el día del sábado.Las divisiones políticas tenían toda
as características de las venganza
personales. Los grandes hombres de loaños de las primeras luchas ya estabaenvejeciendo. Se resentían contra loóvenes que desafiaban su autoridad y s
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política. Algunos estaban incluso taamargados que llegaban a provocaescándalos familiares a la vista de u
mundo hostil. Seguían siendo una solnación. Era la tierra lo que les manteníunidos… Pero si no aprendían
mantenerse definitivamente unidopodrían volver a perder la tierra, coma habían perdido antes a manos de lo
asirios, de los asmoneos, de lo
romanos, de los turcos otomanos… Amedida que subían a las montañas decorredor de Jerusalén, el aire se ib
enfriando y Jacob Baratz se estremeciócomo si un ganso hubiera pasado sobrsu tumba.
Llegaron a Abu Ghosh y se apartaro
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de la carretera principal. Pasaron a otramás pequeña, que se internaba en locerros y llevaba a Habamisha y a l
frontera de Jordania. Subía mupronunciadamente al principio, a travéde granjas y de grupos de pinos y, d
súbito, entraba a una gran meseta desda cual se veían los cerros desiertos dJordania, la cinta retorcida de lcarretera de Ramallah y las apretujada
chozas de las aldeas de la frontera: BeSurik, Biddu y Qubeiba.
La dura luz de la mañana daba a
paisaje el aspecto de otro planeta. Locontornos eran afilados y dentados comcuchillos de piedra. Y los coloresestridentes: pardo, amarillo, carmín
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púrpura, y un brillo blanco de piedrcaliza junto a cráteres de sombranegras. A primera vista, el paisaj
parecía demasiado pobre incluso paros rebaños de cabras; pero abajo, eas pequeñas depresiones, los beduino
disponían sus negras tiendas y dabapasto a su ganado mientras los aldeanocultivaban penosamente en las laderade los cerros lo mínimo para subsistir
o había la menor señal de violenciaLa tierra y las amontonadas cabañaparecían demasiado vacías de savi
humana como para sostenerla… hastque se llegaba a la barrera dalambradas que cortaba la carretera dos guardias armados de Israel salían d
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a sombra de una roca, alertas decididos. Eran muy jóvenes, pero bieentrenados. No abrieron la barrera hast
haber examinado los papeles de Baratz del chófer. Saludaron y les señalaron ecamino del puesto de mando, construid
como verdadera fortaleza en la laderdel cerro.El comandante, un capitán de treint
años que hablaba hebreo con el acent
gutural de los yemenitas, le ofreció caféhuevos hervidos y pan del día anteriorDespués subieron a pie al puesto d
observación para mirar el paisaje que sextendía abajo como un mapa de arenaEl comandante resumió lacónicamente lsituación.
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–Ya conoce la disposición generalseñor. En Biddu tiene su base uncompañía del tercer batallón de l
egión árabe. Su zona se extiende al esthasta Beit Surik y al oeste haciQubeiba. Tienen dos compañías d
reserva en Ramallah. Desempeñaabores de policía entre los refugiadopalestinos de Ramallah y de los distritoadyacentes. Es una situación difícil par
ellos… –También para nosotros, capitán
dijo Jacob Baratz-. Nuestro agente d
Ramallah nos ha informado de donuevos cargamentos de armas yentregados al Frente de Liberació
acional y de más entregas d
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propaganda… sobre todo de folletosMe parece que dentro de muy pocendréis dificultades.
–Estamos preparados.El joven capitán estaba muy seguro. –Siempre ha sido fácil sostenerse e
este sector. La geografía está a nuestrfavor. Estamos setenta metros más arribque la más próxima elevación del ladordano. Tienen poco sitio dond
ocultarse y, por otra parte, dominamores kilómetros con nuestra artillería
Hace dos años que no se ha producid
un solo intento de sabotaje en esta zona. –Leí su último informe, capitán. Poeso estoy aquí. ¿Me hablaba de graactividad motorizada?
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–Sí, señor. Durante los últimos cincdías hemos visto muchas patrullas haciel este por la carretera de Beit Surik
enemos informes semejantes de lugarean al oeste como Beit Inan.
–¿Cuántos vehículos?
–Generalmente dos camiones. Aveces tres. Con un jeep por delanteSalen entre ocho y nueve de la mañana vuelven sobre las cuatro de la tarde.
–Es decir emplean siete horas entrr y volver… ¿Cuál es la máxim
distancia en ambos sentidos? –
Veinticinco millas a lo sumo. –Me parece -dijo Baratz, pensativo-que se interesan más por su propipueblo que por nosotros. ¿No ha
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ntentado probar este sector? –La legión árabe no, señor. Si
embargo, le informé que los beduino
están acercando el ganado a nuestraíneas.
Baratz se encogió de hombros.
–¿Qué se puede saber de lobeduinos? Llega el invierno y les faltapastos. Los toman donde los encuentranA veces les hacen algún favor al Frente
Pero casi siempre se ocupan sólo de supropios asuntos. ¿Y de los asnosalvajes?
El joven capitán se rió. –Hace un par de noches, medidocena de asnos salvajes se metió en ucampo minado. Uno pisó una mina y s
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hizo trizas. Mataron a otro. Eso fue todoCasi no valía la pena de incluirlos en enforme.
–Es importante informar de todocapitán. Por lo demás, es un métodelemental de probar la eficacia de lo
campos de minas y no se corre ningúriesgo con él. –Pero la prueba no se puede repeti
una vez realizada. Y así no se pued
hacer estallar el resto de las minas. –Es verdad -le dijo Baratz, alg
rónico-. Pero se puede cargar d
explosivos a un animal y se le puedadosar un detonante. Y si logra pasar ecampo minado puede provocar bastantdaño y diversión.
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–No había pensado en eso, señor.Ahora se rió Baratz. –Y yo tampoco hasta ahora, capitán
Pero si se está haciendo una guerra dhostigamiento -como la que hace eFrente- y si el ruido vale tanto como e
efecto militar conseguido, vale la penser original. Así que me sigumportando que me informe cuanto sep
sobre asnos salvajes o sobre otro suces
nesperado y sorprendente que se puedproducir por aquí.
–Lo recordaré, señor.
Pasaron otros diez minutocomparando el terreno con los símbolodel mapa. Después volvieron al cuartegeneral y Baratz telefoneó desde allí a
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Dr. Franz Lieberman del hospitaHadassah de Jerusalén.
–¿Franz? Soy Jacob Baratz. Llegar
a Jerusalén dentro de media hora¿Podré ver a Hannah?
–Si quieres -le dijo Fran
Lieberman, sin ningún entusiasmo-. Perprepárate. –¿No le perjudicará verme? –No te verá, Jacob -le dij
Lieberman en voz baja-. No ve ni oynada. No puedes dañarla ni aliviarlaPero te puedes herir a ti mismo.
–Es mi esposa, Franz. La quiero. –A eso me refería -le dijo FranLieberman-. Llámame cuando llegues.
Retrocedieron a Abu Ghosh
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cruzaron los últimos desfiladeroscamino de Jerusalén. Baratz estabnervioso y a punto de saltar. E
conductor llevaba el coche con sumcuidado. Y se preguntaba, sin atreversa decirlo en voz alta, qué le habrí
entristecido tan rápidamente.A Baratz, en el ejército le llamabaadish, el hombre con sangre de hielo corazón de ceniza. Como tod
sobrenombre, éste tenía de alabanza y dronía. Muy diferente de lo que ello
hubieran preferido, era, en su oficio
preciso como un cirujano, sin compasiópara los perezosos e intolerante para loocos. El enfado le hacía ser más frío
calculador y aun su humorismo tení
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cierto matiz sardónico.El calor que en él había lo guardab
celosamente, como fuego sagrado,
aunque su amistad fuera profunda jamáo manifestó de modo efusivo.
Vivía como un monje. Bebía mu
poco, no fumaba en absoluto y nunchabía sonado su nombre en relación coalguna mujer que no fuera su esposa. Senvanecía de poder acudir, siempr
afeitado y pulido, a cualquier desfile reunión oficial, por mucho que shubiese prolongado su quehacer l
víspera o por temprano que fuese saparición por la mañana. En laconferencias daba sus informes opiniones con tan absoluta seguridad
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confianza, que se le hacían pocapreguntas y ninguna oposición. Despuése sentaba, tranquilo como un buda d
piedra, mientras las discusiones seguíasobre la mesa. Cuando tenía ocasión ddemoler un argumento o recusar un
conclusión, lo hacía con la frialdad dun verdugo.Pero había en su vida un
apasionante obsesión, un pozo profundo
Los amigos que le habían conocido eos días de Haganah contaban historia
de riesgos salvajes, terrible
conspiraciones y de exhortaciones a suhombres, llenos de un fervor digno dos antiguos profetas. Recordaban s
rápido y romántico noviazgo co
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Hannah, que había llegado, de dieciséiaños, durante el Aliyah Bet, lemigración ilegal de judíos de Europa
Palestina. La había reclutado aprincipio como mensajera y la expuso fantásticos riesgos. Se casó con ella sei
meses después y entonces la expuso riesgos aún mayores. Después, cuanderminó la guerra, se habían retirado
una vida de hogar que sólo podía
compartir los amigos más íntimos. Spasión por la vida privada, que era lmanifestación exterior de la posesiv
pasión que le inspiraba Hannah, se habíconvertido en la piedra angular de todel arco de su carrera pública.
Hacía mucho tiempo que Fran
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Lieberman le había advertido depeligro de su exclusiva dependencia dHannah y de la dependencia de s
esposa respecto a él. Se lo habíexpuesto simple y crudamente:
–¿Qué sucederá a uno de vosotros s
el otro se muere? Para Hannah tú ereuna especie de puerta cerrada contra epasado, y de este modo nunca se habíenfrentado claramente con su
recuerdos. Y Hannah es para ti… ¡Ohdemonios! Cómo voy a saber lo qusignifica para ti… ¡Pero de todos modo
es demasiado! Estás arriesgándote algo muy serio, Jacob. Quizás a unragedia.
Y ahora Franz Lieberman le estab
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preparando para el último acto de lragedia que se había negado a prever
Hannah se le había ido, quizá par
siempre. La puerta había crujido, shabía quebrado y había vuelto a lcámara de horrores de Barbazul que fu
su infancia en tiempos de loholocaustos. Y él mismo estaba al borddel pozo oscuro, mirando ahora laprofundidades que durante tantos año
se negara a contemplar. En el momenten que el vehículo llegó a la cumbre da última colina y pudo ver el mont
Sión, súbita y desesperadamente, slenó de un terror profundoaparentemente injustificado.
No sólo sentía miedo por la pérdida
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e temía al misterio de la desintegracióde la persona humana que queda asconvert