XXXII Domingo del Tiempo Ordinario Domingo 6 de Noviembre de 2016

¿CÓMO VIVE UNA PERSONA QUE SE SABE HIJO DE DIOS?

Sólo una persona que se ha dejado tocar por el amor de Dios, puede manifestar el verdadero amor: sin barreras, sin límites, y abrazarlo todo.

El ejemplo del Papa Francisco, que nos diera a inicios de este año, en Enero, cuando nos regaló aunar esfuerzos comunes por La Paz, el Papa fue capaz de abrazar y congregar a personalidades de distintas religiones y hacer oración común con ellos, suplicando por La Paz mundial. El Papa Francisco, movido por el inmenso amor que ha descubierto en Jesucristo, pudo realizar esto. Hay que señalar que este video fue duramente criticado por no pocos, casi hasta el escándalo. Sobre todo por una frase que el mismo Papa hizo: "Todos somos hijos de Dios" No todos aceptaron con agrado esta afirmación. Particularmente creo que fue un signo potente de alguien que ha descubierto, por medio de Jesucristo la dignidad más grande que Dios ha regalado a todo el género humano desde la creación. Pero más aún, creo que el Papa Francisco, como verdadero cristiano ha querido hacer un signo potente, derribando las barreras que en esta dimensión de las religiones monoteístas pudiesen existir, y por desborde de gozo ha unido por su presencia e investidura a todos bajo la mirada misericordiosa del Padre Eterno. También, me atrevería a sostener que el Papa ha dado un paso más en el esfuerzo de un impulso mayor en lo que conocemos como ecumenismo. Invitándonos a buscar siempre en todo aquello que nos une una posibilidad cierta de comunión, partiendo desde la dignidad trascendente e integral que el mismo Dios nos ha regalado por gracia, y junto a ello el amor y la Paz, que surgen como respuesta a este amor primero de Dios.

¿Por qué hemos iniciado de esta manera el comentario a la palabra que este Domingo nuestra Iglesia nos ofrece? Porque, precisamente, el centro gravitante de todo el mensaje y enseñanza que la Palabra nos regala, tiene que ver con la forma en que un hijo de Dios se manifiesta públicamente. Y esto es fuerte, porque un hijo de Dios se manifiesta no en un aula de clases, no en teoría, no en un programa de televisión, sino en los momentos más difíciles y complejos. Allí aflora lo que verdaderamente somos y llevamos en el corazón. Cuando la vida está en riesgo, cuando nos exponemos por nuestra investidura, cuando podemos incluso, perderlo todo. Cuando en definitiva ponemos toda nuestra vida en manos de aquel que llamamos de verdad Padre, y al cual confiamos toda nuestra existencia. En este sentido, las lecturas que la liturgia de la Iglesia nos propone este domingo nos invitan CIXLO C P Carlos Hernández Vásquez �1

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a acoger el testimonio de aquellos que públicamente se exponen arriesgando con ello todo, por ser fieles a Dios. Ellos son los hijos de Dios que manifiestan su fe de manera humilde, cotidiana y consecuente. Su vida, historia y testimonio hablan por sí solo.

PRIMERA LECTURA: LOS SANTOS MÁRTIRES MACABEOS. 2 Mac 6-7 (les pedimos leer ambos capítulos) nos regala una imagen potente de hombres y mujeres, y una familia completa que por ser fieles a la fe que habían recibido de sus Padres, resisten hasta el martirio, antes de transgredir la Ley recibida en clave de Alianza por Moisés. El contexto histórico es el siglo cuarto, cuando inicia la dominación griega en el territorio israelita. Pero esto va a llegar a su culmen en el siglo segundo con Antíoco IV, el cual va a querer, literalmente, cambiarle la religión a los judíos. Esto puede parecer simple, pero fue tremendamente complejo. Y el valor demostrado en este caso por estos israelitas mártires quedará en la retina del testimonio bíblico. Precisamente, el testimonio fiel de aquellos que confiando de manera extrema en Dios, no dudaron en perder la vida, antes de transgredir la Alianza con el Dios vivo. Cada mártir macabeo, puso su entera confianza en Dios. Ellos serán la antesala del martirio cristiano de los primeros siglos. Porque al igual que los cristianos que eran obligados a realizar prácticas contrarias a su fe, los macabeos eran forzados licuar sus creencias y acomodarse a los tiempos nuevos a la fuerza, por medio de una tiranía que quería imponer creencias más relajadas y liberales, dando culto al cuerpo, entre otras cosas, de manera idolátrica. En síntesis, el testimonio de estos israelitas que aparecen en el relato que este domingo, nos ofrece un testimonio de absoluta libertad a la hora de tomar la decisión libre de creer y de confiar que no aceptarían el modo impuesto de servir a Dios, desde la idolatría, es decir, desde la falsedad. Los mártires Macabeos no sólo eran intelectuales de la fe, ellos habían podido vivir como familia de acuerdo a la Alianza que habían recibido como testamento por medio de Moisés. Ser judío implicaba no sólo serlo, sino parecerlo. Su testimonio los llevó a entregar y perder su vida, testimonio que hoy después de más de dos mil años aún resuena, y sigue siendo una palabra. Ninguno de ellos simplemente se acomodó a las nuevas circunstancias que la vida les imponía, dieron testimonio del absoluto de Dios, y no como entes particulares, sino como cuerpo, como familia, como pueblo. Para concluir esta parte: un hijo de Dios, sitúa a Dios como lo primero y definitivo, reconoce que la vida la da y otorga Dios, reconoce su poder y confía en que la muerte no es un impedimento ni un límite severo e implacable, al contrario, lo peor es perder el único buen absoluto, Dios, por eso que asoma de esta manera el santo temas de Dios y por ello testimonian la fidelidad hasta las más graves consecuencias. Confían en la justicia divina, supeditando a ella toda justicia humana. Dios es su centro. Así manifestaron su fe y su vivencia de hijos de Dios los santos mártires macabeos, ejemplo vivo y actual para todos nosotros.

EL EVANGELIO: Lucas nos presenta un relato controversial, Jesucristo se ve obligado a responder públicamente a una situación hipotética que le plantean, la cual inicia de una concepción que intenta ridiculizar a los que creen en la resurrección. El caso hipotético corresponde a una mujer que trágicamente es testigo y víctima de siete maridos que mueren sin haber dejado con ella descendencia (son siete hermanos). La pregunta que debe responder Jesús, según los saduceos, que niegan la resurrección, es ¿de quién será esposa cuando todos resuciten? De la respuesta que Jesús da, podemos destacar al menos tres aspectos, que nos ayudarán a CIXLO C P Carlos Hernández Vásquez �2

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responder la pregunta inicial que planteamos en este boletín: ¿CÓMO VIVE UNA PERSONA QUE SE SABE HIJO(A) DE DIOS? En primer lugar, un hijo de Dios, sabe diferenciar la vida actual de la futura. Lo que no es para vivirla en una dicotomía, sino al contrario, integrándolas. Esto último no bajo el arbitrio de nuestra sola voluntad, sino con perspectiva de eternidad. En este sentido, un hijo de Dios sabe que todo lo que hacemos y decimos tiene una resonancia en la vida futura. Sabe, que todo acto que realizamos en esta vida trasciende y tiene consecuencias. En segundo lugar: los vínculos que establecemos en este mundo son importantes, porque ayudan a la generación constante de nuevos hijos que heredarán este mundo, así el matrimonio brilla por esta misión que Dios otorga a quienes les regala la vocación al matrimonio. Pero si bien es cierto que el matrimonio y la familia son la experiencia de comunión más básica y fundamental, la experiencia de comunión plena es más amplia, porque implica finalmente abrirse al amor total de Dios y del prójimo. Quien no madura en este aspecto queda encerrado en un círculo estrecho y casi egoísta, no logrando pasar de la afectividad al amor de comunión. Por eso que Jesús habla incluso de amar a los enemigos, poniendo tensión en nuestro corazón, ensanchándolo para lograr que podamos amar, en definitiva, como Dios nos ama, con un amor misericordioso. En tercer lugar: Jesús señala que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, lo cual nos habla de que para Él todos vivimos, es decir, la vida es un don de Dios, a Él pertenecemos, y sin embargo, Dios mismo ha permitido que con nuestra voluntad podamos amarlo en plena libertad. Esta última no encerrada ni limitada por nuestra afectividad, sino impulsada hacia la eternidad, para poder experimentar en la vida futura, que Dios regala, la más grande y potente experiencia de amor, que ya no pasa por nuestra capacidad de procrear o tener relaciones sexuales, sino que , como los ángeles de Dios, poder vivir plenamente en gozo de la presencia de Dios que lo llena todo, lo puede todo y lo plenifica hasta el infinito. El amor desde la dimensión divina adquiere, entonces, una dimensión que en esta vida podemos captar de manera borrosa, pero cuando estemos en la presencia de Dios, podremos ver y amar como El nos ama. De esto último, San Pablo nos habla en 1 Cor 13:12 Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces le veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido (otra traducción: poder amar como soy amado). Por lo anterior, es que la misión de la Iglesia, recordemos, (con la segunda lectura de este domingo II Tesalonicenses 2:16-17, 3:1-5), es evangelizar, llevado una palabra que nos impulse a este amor pleno, que es en definitiva el amor de Dios, único, eterno, que tiene poder para librarnos de una vida sin sentido, librándonos del poder del maligno, el cual nos quiere arrebatar la corona de la inmortalidad y de la vida eterna (Apocalipsis 3,11). ENTONCES: ¿CÓMO VIVE UNA PERSONA QUE SE SABE HIJO DE DIOS? Contempla a Jesucristo, contempla el testimonio de los mártires y santos, entre los cuales La Virgen María coronada de doce estrellas en el cielo, aparece como una luz potente: juntos, nos invitan, como nos recordaba la solemnidad de todos los santos, a una vida de bienaventurados (Mat 5,1-12) si vivimos en el Espíritu de las bienaventuranzas estaremos en ruta segura hacia la vida eterna.

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Vivir como un hijo de Dios es lo que necesitamos hoy en día. No

tantos discursos Sí, más testimonio. Ya que el mundo

gime con dolores de parto hasta que se manifiesten los hijos de

Dios (Rom 8, 21-22)